Está en la página 1de 6

“LOS FRUTOS DE LA CRUZ”

Jesús cancela el pecado del mundo cargándolo sobre sus hombros


y anulándolo en la justicia de su corazón santo [3].

En esto consiste esencialmente el misterio de la Cruz:) “No hay


cristianismo sin la cruz y no hay cruz sin Jesucristo” Papa Francisco

(Cfr. Col 1,19-22; 2, 13-15)

COLOSENSES 1.19-22

"pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, 20.y


reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando,
mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los
cielos. 21.Y a vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y
enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, 22.os ha
reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de
carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles
delante de Él;"

“el cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de


vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Esas
son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona
alzada en la cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para
salvarnos; se hizo pecado y así como en el desierto fue alzado el
pecado, aquí se alzó a Dios, hecho hombre y hecho pecado por
nosotros”.

Colosenses 2

"13. Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y


en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y
nos perdonó todos nuestros delitos. 14.Canceló la nota de
cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con
sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la
cruz."

“Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entendería el


cristianismo sin entender esta humillación profunda del Hijo de Dios,
que se humilló y se hizo siervo hasta la muerte y muerte de cruz,
para servir”. Nuestras heridas, prosiguió, “las que dejó el pecado en
nosotros, solo se curan con las heridas de Dios hecho hombre,
humillado, aniquilado”. “Este es el misterio de la cruz”. “No es un
adorno, que siempre hay que poner en las iglesias, allí en el altar”.

a) Cargó con nuestros pecados. Lo indica, en primer lugar, la


historia de su pasión y muerte relatada en los Evangelios.
Estos hechos, siendo la historia del Hijo de Dios encarnado y
no de un hombre cualquiera, más o menos santo, tienen un
valor y una eficacia universales, que alcanzan a toda la raza
humana. En ellos vemos que Jesús fue entregado por el
Padre en manos de los pecadores (cfr. Mt 26,45)
"¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar
está cerca.»"
y que Él mismo permitió voluntariamente que su maldad (de ellos)
determinase en todo su suerte (de Él). Como dice Isaías al
presentar su impresionante figura de Jesús [4]: «se humilló y no
abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como
oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la
boca» (Is, 53,7).
Cordero sin mancha, aceptó libremente los sufrimientos físicos y
morales impuestos por la injusticia de los pecadores, y en ella,
asumió todos los pecados de los hombres, toda ofensa a Dios.
Cada agravio humano es, de algún modo, causa de la muerte de
Cristo. Decimos, en este sentido, que Jesús “cargó” con nuestros
pecados en el Gólgota

(cfr. 1Pt 2,24). ".el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros
pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros
pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis
sido curados. 25.Erais como ovejas descarriadas, pero ahora
habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas."

b) Eliminó el pecado en su entrega. Pero Cristo no se limitó a


sobrellevar nuestros pecados sino que también los “destruyó”,
los eliminó. Pues llevó los sufrimientos en la justicia filial , en
la unión obediente y amorosa hacia su Padre Dios y en la
justicia inocente , de quien ama al pecador, aunque éste no lo
merezca: de quien busca perdonar las ofensas por amor (cfr.
Lc 22,42; 23,34). Ofreció al Padre sus sufrimientos y su
muerte en nuestro favor, para nuestro perdón: «en sus llagas
hemos sido curados»
(Is 53,5)."3. Despreciado por los hombres y marginado,
hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento,
semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no
contaba para nada y no hemos hecho caso de él. 4.Sin
embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran
nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos
azotado por Dios, castigado y humillado, 5.y eran nuestras
faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que
era aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por
sus llagas hemos sido sanados. 6.Todos andábamos como
ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino, y Yahvé
descargó sobre él la culpa de todos nosotros. 7.Fue
maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual
cordero al matadero, como una oveja que permanece muda
cuando la esquilan. 8.Fue detenido, enjuiciado y eliminado ¿y
quién ha pensado en su suerte? Pues ha sido arrancado del
mundo de los vivos y herido de muerte por los crímenes de su
pueblo. 9.Fue sepultado junto a los malhechores y su tumba
quedó junto a los ricos, a pesar de que nunca cometió una
violencia ni nunca salió una mentira de su boca. 10.Quiso
Yavé destrozarlo con padecimientos, y él ofreció su vida como
sacrificio por el pecado. Por esto verá a sus descendientes y
tendrá larga vida, y el proyecto de Dios prosperará en sus
manos. 11.Después de las amarguras que haya padecido su
alma, gozará del pleno conocimiento. El Justo, mi servidor,
hará una multitud de justos, después de cargar con sus
deudas."

2. La Cruz revela la misericordia y la justicia de Dios en


Jesucristo
Fruto de la Cruz es, por tanto, la eliminación del pecado. De ese
fruto se apropia el hombre a través de los sacramentos (sobre todo
la Confesión sacramental) y se apropiará definitivamente después
de esta vida, si fue fiel a Dios. De la Cruz procede la posibilidad
para todos los hombres de vivir alejados del pecado y de integrar
los sufrimientos y la muerte en el propio camino hacia la santidad.

Dios quiso salvar el mundo por el camino de la Cruz, pero no


porque ame el dolor o el sufrimiento, pues Dios sólo ama el bien y
hacer el bien. No quiso la Cruz con una voluntad incondicionada,
como quiere, por ejemplo, que existan las criaturas, sino que la ha
querido praeviso peccato, sobre el presupuesto del pecado. Hay
Cruz porque existe el pecado. Pero también porque existe el Amor.
La Cruz es fruto del amor de Dios ante el pecado de los hombres.
Dios quiso enviar a su Hijo al mundo para que realizara la salvación
de los hombres con el sacrificio de su propia vida, y esto, dice en
primer lugar mucho de Dios mismo. Concretamente la Cruz revela
la misericordia y justicia de Dios:

a) La misericordia. La Sagrada Escritura refiere con frecuencia que


el Padre entregó a su Hijo en manos de los pecadores (cfr. Mt
26,54), que no se ahorró a su propio Hijo. Por la unidad de las
Personas divinas en la Trinidad, en Jesucristo, Verbo encarnado,
está siempre presente el Padre que lo envía. Por este motivo, tras
la decisión libre de Jesús de entregar su vida por nosotros, está la
entrega que el Padre nos hace de su Hijo amado, consignándolo a
los pecadores; esta entrega manifiesta más que ningún otro gesto
de la historia de la salvación el amor del Padre hacia los hombres y
su misericordia.
b) La Cruz nos revela también la justicia de Dios. Ésta no consiste
tanto en hacer pagar al hombre por el pecado, sino más bien en
devolver al hombre al camino de la verdad y del bien, restaurando
los bienes que el pecado destruyó. La fidelidad, la obediencia y el
amor de Cristo a su Padre Dios; la generosidad, la caridad y el
perdón de Jesús a sus hermanos los hombres; su veracidad, su
justicia e inocencia, mantenidas y afirmadas en la hora de su pasión
y de su muerte, cumplen esta función: vacían el pecado de su
fuerza condenatoria y abren nuestros corazones a la santidad y a la
justicia, pues se entrega por nosotros. Dios nos libra de nuestros
pecados por la vía de la justicia, por la justicia de Cristo.
Como fruto del sacrificio de Cristo y por la presencia de su fuerza
salvadora, podemos siempre comportarnos como hijos de Dios, en
cualquier situación por la que atravesemos.

Cristo murió en la cruz, pagó en su carne con sufrimientos que no


merecía y lo hizo por amor, pero saberlo no es lo mismo que vivirlo.
Esa es la parte teórica y doctrinal que todo buen católico debería
tener claro y el motivo principal para valorar la Pasión del Señor con
una especial devoción. De ahí nacen piedades como el rezo del Vía
Crucis, pues lo que ocurre ahí es algo grande, pero, ¿te has puesto
a pensar que hemos sido nosotros quienes lo clavamos en la
cruz, lo escupimos, lo azotamos, le negamos un trago de agua, no
reímos de sus padecimientos y lo hacemos a diario cada vez que
despreciamos su sacrificio? Somos uno más, en medio de la horda
que lo torturó y le dio muerte.

«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los


que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras
malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo
en suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los
desórdenes y en el mal «crucifican por su parte de nuevo al Hijo de
Dios (Hb 6,6)» (CEC 598).

598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus


santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los
autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el
divino Redentor" (Catecismo Romano, 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3).
Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo
(cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los
cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús,
responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han
abrumado únicamente a los judíos:
«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los
que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras
malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo
el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los
desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de
Dios y le exponen a pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario
reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los
judíos. Porque según el testimonio del apóstol, "de haberlo
conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la
Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de
conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones,
ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales»
(Catecismo Romano, 1, 5, 11).
«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien
con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía,
deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de
Asís, Admonitio, 5, 3).

También podría gustarte