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El Círculo de Viena, filosofía y ciencia entre guerras

26 de junio de 2021

Pocas reuniones han producido tantas ideas profundas y nuevas obras, como el Círculo de
Viena, un extraordinario grupo de filósofos y científicos formado por Moritz Schlick, en
Viena, hace exactamente un siglo (1921), disuelto definitivamente en 1936.
María Gloria Báez

Escritora

La derrota de las potencias centrales en la Primera Guerra Mundial dio lugar a una de estas
históricas explosiones de pensamiento creativo. Ludwig Wittgenstein (1889-1951), quizás el
filósofo más influyente del siglo XX, sirvió en la guerra como oficial de artillería en el ejército
austrohúngaro. Fue mientras estaba de licencia en el verano de 1918 cuando Wittgenstein
completó su Tractatus Logico-Philosophicus (publicado en 1921), escrito en partes en plena
contienda bélica.

El objetivo de la obra era el de identificar la relación entre el lenguaje, la realidad y definir


los límites de la ciencia. Para Wittgenstein, la renovación de la filosofía tenía que empezar
por el lenguaje. Para la filosofía analítica que ayudó a inspirar, muchos de los problemas
tradicionales de la disciplina son en realidad solo malentendidos, basados en un uso
erróneo del lenguaje. Lo que los filósofos necesitan no es profundidad, sino claridad; como
dice Wittgenstein en su obra: “Lo que se puede decir, se puede decir con claridad; y de lo
que no se puede hablar, hay que callar”.

Esta forma de repensar sobre el lenguaje, el significado, lo que puede comprender y cómo
debe usarse, se convirtió en la obsesión particular del Círculo de Viena, cuyos integrantes
se reunían principalmente en el Instituto de Matemáticas de la Universidad de Viena. De
entre los miembros centrales de este grupo, mencionamos además de Schlick, al
matemático y filósofo Hans Hahn (1879-1934), al filósofo Rudolf Carnap (1891-1970), al
científico social y filósofo Otto Neurath (1882-1945).

Otras luminarias que asistieron regular u ocasionalmente a las reuniones fueron Albert
Einstein (1879-1955), Bertrand Russell (1872-1970), Kurt Gödel (1906-1978) y Ludwig
Wittgenstein. A lo largo de los años, el tamaño del Círculo osciló entre 10 y 20 miembros.
Estos deliberaron sobre cuestiones tales como la naturaleza de la ciencia, de la filosofía y la
línea divisoria entre las dos; en palabras de Schlick: “El científico busca la verdad (las
respuestas correctas) y el filósofo intenta aclarar el significado (de las preguntas)”.

Consideraciones sobre qué declaraciones significativas se pueden hacer sobre el mundo;


los desafíos del lenguaje mismo para describir el mundo. O, ¿son las matemáticas
simplemente la manipulación lógica de símbolos, o crean nuevos conocimientos sobre
objetos reales en el mundo de las ideas? ¿Cuál es la diferencia entre la realidad y la
representación de la realidad? ¿Cuál es el papel, si lo hay, de la percepción y la intuición
humanas en la investigación científica? ¿Están todas las proposiciones y creencias
significativas sujetas a verificación experimental? Asimismo, ¿qué es “significado”? Los
miembros del Círculo de Viena no se avergonzaron de hacer las grandes preguntas y de dar
sus respuestas.

EL MANIFIESTO DE 1929

Siguiendo con el ejemplo del Tractatus..., el Círculo buscó hacer que el lenguaje fuera tan
preciso y riguroso como una prueba matemática. El credo real de sus miembros era lo que
llamaban “la concepción científica del mundo”. Ese fue el título de un manifiesto de 1929,
por el cual anunciaba su programa intelectual. Los miembros, aunque no estaban de
acuerdo en todo, estaban comprometidos con dos principios básicos.

Primero, “hay conocimiento solo de la experiencia, que se basa en lo que se da


inmediatamente. Esto establece los límites para el contenido de la ciencia legítima”. En
segundo lugar, “la concepción científica del mundo está marcada por la aplicación de un
determinado método, a saber, el análisis lógico”. Estas ideas juntas dieron a la nueva
escuela de pensamiento su nombre, empirismo lógico. Para los empiristas lógicos, la
filosofía no se ocupa de ideas o cosas; se ocupa de enunciados, oraciones, proposiciones.
El papel de la filosofía en la búsqueda de la verdad es examinar la forma de nuestros
enunciados para asegurarse de que sean sintáctica y lógicamente correctos. Para ello, el
Círculo se basó en la lógica simbólica desarrollada por el filósofo inglés Bertrand Russell,
que ofrecía una forma de reducir cualquier oración a una serie de símbolos y fórmulas. Para
este grupo, el terreno fértil de seudoenunciados era la metafísica, la rama de la filosofía que
se ocupa de conceptos fundamentales, como el ser, la esencia, el tiempo y el espacio. El
problema con los enunciados metafísicos es que generalmente no son verificables, lo que
para los empiristas lógicos significaba que no tenían sentido.

El manifiesto de 1929 dio lugar a una nueva revista, una serie de conferencias para reunir a
líderes en diversos campos científicos y una Enciclopedia Internacional de Ciencia
Unificada, que tenía como objetivo resumir todo el conocimiento científico en doscientos
volúmenes. De manera aún más amplia, el manifiesto anunció que el empirismo lógico
implicaba un enfoque particular de las cuestiones de la vida.

AUGE CULTURAL Y ARTÍSTICO

Es importante comprender realmente por qué el Círculo de Viena floreció en un lugar y


período particular. Una forma de ver al grupo es como parte del extraordinario auge cultural
y artístico de Viena en las primeras décadas del siglo XX.

El término modernismo se aplica a muchas innovaciones en estos campos y el espíritu del


modernismo estaba vivo dentro del Círculo. El músico, artista o novelista modernista
autorreflexionaba sobre su forma de arte, al igual que los positivistas lógicos no solo querían
hacer filosofía, sino comprender la naturaleza de la pregunta “¿qué es la filosofía?”. Luego
estaba la política. El Círculo se estableció pocos años después del final de la Primera
Guerra Mundial y la disolución del Imperio austrohúngaro.

La Viena cosmopolita estaba dirigida por un gobierno municipal de izquierda progresista,


mientras que el país en su conjunto estaba gobernado por socialistas cristianos
reaccionarios. La mitad de quienes integraban el Círculo era de origen judío, un hecho que
se hizo más destacado a medida que las fuerzas tanto del austronacionalismo como del
nazismo cobraron fuerza.

Cuando Schlick fue asesinado en junio de 1936 por un ex alumno trastornado, la historia se
cubrió ampliamente en los periódicos. Eso era de esperarse; después de todo, escribe Karl
Sigmund (1945), “no todos los días un filósofo dispara a otro”. Pero el asesinato fue
presentado en algunas partes de la prensa austriaca como un ataque legítimo contra una
siniestra filosofía judía (aunque el propio Schlick no era judío). En esta etapa, varios
miembros influyentes del Círculo ya habían abandonado Viena. Para cuando estalló la
guerra en 1939, casi todos los miembros habían huido. Estados Unidos fue el destino
favorito de la mayoría de ellos, y las universidades estadounidenses los acogieron.

Ciertos principios del Círculo, como el criterio de que una declaración debe ser verificable
para ser significativa, resultaron imposibles de sostener. Lo que quedó fue una perspectiva,
la idea de que la claridad era una cualidad preeminente; la lógica, el análisis conceptual
eran herramientas valiosas en la búsqueda de la verdad y la lucha contra la hipocresía. Es
justo decir que la forma en que pensamos y hablamos sobre la ciencia hoy, como una forma
de investigar, comprender nuestro mundo basado en una lógica rigurosa y una investigación
empírica, es en gran parte el legado del Círculo de Viena. Una parte igualmente importante
de su legado es la forma en que los miembros utilizaron el pensamiento científico para
promover un cambio social progresivo y para oponerse a las abstracciones metafísicas
nebulosas que a menudo se utilizan para encubrir perniciosas agendas culturales y políticas
con un aire de respetabilidad intelectual.

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