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REGRESIÓN

Un día, como otro cualquiera, se levantó Charo. Mujer de costumbres, de organización


casi militar. Esa mañana no era nada especial. Los niños: Empar de 8 años, Josep de 11
y Miquel de 15, se despertaron, como siempre, cuando ella les encendió la luz. Josep y
Miquel compartían habitación y Empar, al venir de sorpresa, se arreglaba con el antiguo
cuarto de plancha.
- ¡Buenos días Empar! Es hora…
- ¡Buenos días Josep, buenos días Miquel! Es hora…
La chiquilla, después del primer bostezo, se levantó con el calorcito de los radiadores.
Charo, como siempre, les había dejado la ropa encima de los hierros para que estuviera
caliente por la mañana.
Empar, nada más levantarse preparaba el desayuno para todos: vasos de leche para ella,
la madre y Josep, y un zumo de naranja natural o embotellado (depende de la época)
para el padre y Miquel.
Charo sacó el coche, como cada mañana, y lo dejó en la puerta dispuesto para cargar a
todos hacia el colegio y volvió a entrar para la última supervisión.
Ya eran las ocho y veinte.
Joan, el marido, estaba en el baño desde hacía media hora. Era extraño que no hubiera
hecho los almuerzos que, como siempre, acostumbraba a preparar.
- ¿Dónde está el papá?- Preguntó Charo a los pequeños que estaban desayunando
cuando se dio cuenta que en la esquina de la encimera donde debían estar los
bocadillos no había nada.
Empar y Josep se encogieron de hombros.
Las mañanas era algo muy importante: el despertador levantaba a Charo y Joan. Charo
despertaba a los niños; Empar iba lo primero al microondas, Josep a sacar el perro, Joan
los almuerzos y Miquel, después del segundo, tercer y cuarto bostezo, aun con legañas,
le ponía un poco de comida a las cinco carpas… la mañana que le daba tiempo…
Todo previsto, milimetralmente calculado y diseñado para que encajara como el
engranaje de un reloj suizo… así era Charo.

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Pero aquella mañana, sin darse cuenta nadie, algo no iba como siempre. En ese
menester diario y automatizado, algo había fallado.
- El papá ha entrado en el váter detrás de mí, como siempre…- Dijo Empar
- Yo no lo he visto- Dijo Josep.
Charo se acercó a la puerta del aseo y tocó.
- Joan, ¿estás aquí? ¿estás bien?
Al no obtener respuesta, abrió la puerta despacio y se encontró a Joan en medio del
baño, de pie, con los pantalones bajados y mirándola con cara de niño de cinco años
cuando ha roto un plato.
- ¿Qué haces? ¿Y los almuerzos?- Preguntó mientras le venían mil preguntas más
a la cabeza.
Es lo que tiene la mente humana, que cuando la confusión es tan grande comienza
siempre por lo más sencillo aunque no sea lo más importante.
- Pensaba que te había pasado algo- Le decía a Joan mientras en su corazón sentía
que realmente sí que había pasado algo.
Joan le dijo:
- ¿Tú quién eres? ¿Y mi madre?
Charo se dio cuenta que eso iba enserio. Le subió los pantalones y los sentó en la taza
del váter dándole un beso en la frente y diciéndole que iba a buscar a su madre que
estaba fuera. Al salir, los seis ojos le esperaban.
- ¿Vamos ya mamá?- Preguntó Empar con la mochila cargada al hombro.
- ¡Voy a llegar tarde!- Le increpó Josep
Miquel fue el único que, leyendo los ojos de su madre, no dijo nada, se limitó a
interrogarle con la mirada esperando una respuesta que tenía claro que no iba a ser nada
acorde con la realidad del resto de mañanas tan uniformemente diseñadas.
- Miquel, llama a los abuelos.
Miquel sacó el móvil, regalo de reyes de ese año, y comenzó a marcar el número. Charo
estaba quieta, momificada… Empar y Josep se dieron cuenta que algo pasaba.
- ¿Y papá?- Preguntó Empar
- Está en el baño, tranquila cariño que está bien- Contestó Charo con poco
convencimiento pero con el suficiente para que no pensaran en lo peor.
- ¿Nos ponemos la tele Empar?- Propuso Josep intentando quitar importancia al
momento y sabiendo que la hora de ir al colegio se iba a retrasar por algo grave.

2
Justo cuando los pequeños descargaron sus mochilas en el pasillo y salieron corriendo
hacia el comedor, Miquel comenzó a hablar:
- Yaya, te paso con la mamá.- Y le puso en las manos el teléfono a su madre que
se quedó mirando unos segundos al aparato pensando qué iba a decir.
- Mercedes… - Comenzó a hablar Charo- Tenéis que venir ya. Le pasa algo a tu
hijo. Hay que llevarlo a un hospital cuanto antes pero pregunta por su madre y
me da miedo llevarlo a la fuerza. Es como si se hubiera hecho mentalmente
pequeño de repente. Por favor no tardéis.
Colgó el teléfono, miró a los ojos a Miquel y fue hacia el baño. Su hijo la siguió. Un
suspiro y una mirada para asegurarse que le acompañaba su hijo mayor. Abrió la puerta
y al entrar descubrió que Joan no estaba allí.
-¿Dónde está el papá?- Preguntó Miquel
Charo, después de apartar la cortina de la ducha y de comprobar que no estaba allí,
apartó a Miquel y salió del baño para seguir buscando por el resto de la casa seguida de
cerca por su hijo.
- Mamá ¿Dónde está el papá? ¿Qué pasa?- Le interrogaba Miquel mientras iba
apartando cortinas y abriendo puertas a su paso.
- Tu padre estaba… se comportaba… como un niño pequeño… le ha dado como
un ataque, posiblemente un ictus o algo así- le explicaba sin dejar de buscar
incluso debajo de las camas.- Su mirada…
Continuaron buscando por la casa y, cuando ya se iban a dar por vencidos, se oyó algo.
Era como el lloro de un bebé. Se oía muy bajito, casi imperceptible, se confundía con
las voces de los personajes de “Lazi town” que estaban viendo Empar y Josep en la tele.

- ¿Lo oyes?- Preguntó a Miquel.


Sin esperar respuesta, Charo comenzó a andar despacio, su brújula era su oído izquierdo
que era el que mejor señal le daba. De hecho era la flecha que precedía los pasos de los
dos como un guía. Llegaron de nuevo al baño siguiendo aquel sollozo apagado. Los dos
estudiaban ese rincón de la casa que no suponía ningún misterio para ellos ya que ni era
peculiarmente grande ni con posibles escondrijos. Aun así el sollozo salía
indudablemente de algún rincón de esa estancia.
- ¡Por Dios, hijo, dime que tú también oyes eso!- suplicó Charo.
Miquel, sin contestar, abrió el pequeño compartimento del mueble del baño.

3
- Mamá- acertó a articular.
Metido en el mueble, rodeado de la ropa de Joan, había un bebé de unos cinco meses
lanzando quejidos apagados.
Charo, después de asomarse por encima del hombro de su hijo, se arrodilló a su lado y
cogió a aquel niño.
- Mamá- Volvió a decir Miquel
Solo recibió como respuesta una mirada de desesperación; perdida, interrogante.
- Busca a tu padre por favor.
Miquel obedeció y salió para volver a pasar por los pasos andados hacía un momento,
como le había pedido su madre.
Charo, con el bebé en brazos, comprobó que la ropa que envolvía a ese niño dentro del
armario era el pantalón y la camisa que minutos antes llevaba su marido cuando lo dejó
sentado en la taza del váter. Con cierto temor separó su cara de la del niño que reposaba
sobre su hombro y se atrevió a mirarlo a los ojos… un segundo, un escalofrío, una
certeza, ahora ya, sin duda, sabía que era Joan. El estremecimiento coincidió con el
regreso de Miquel confuso.
- Mamá, el papá no está en casa. Dime quién ese niño… ¿Qué hacía en nuestro
armario? ¿Dónde está el papá?... ¡Mamá, dime algo!
- Asómate a ver si tu abuela ya ha llegado.- Dijo Charo abrazando a la criatura
encontrada.
Miquel recorrió el pasillo y entró en el comedor dirigiéndose directo al ventanal que
coincidía con la entrada del patio. Miró hacia ambos lados de la calle esperando
encontrar el Citroën de su abuela aparcado o apareciendo por la esquina. Ni siquiera se
percató que sus hermanos no estaban frente al televisor.
- ¡Mamá! ¡La yaya aun no ha llegado!- Gritó sin dejar de mirar a la ventana.
Silencio por respuesta. Mirada al sofá vacío y tele sin espectadores, mirada a la puerta
del comedor… Miquel se separó despacio de la ventana y se dirigió al baño, sin
correr… solo su respiración profunda le resonaba en el interior del pecho. Al entrar, ni
rastro evidente ni sonido detectable del bebé. Solo a Charo en cuclillas, abrazándose las
piernas con el brazo izquierdo y chupándose el dedo gordo de la mano derecha.
- ¿Y mi mamá?- Le preguntó Charo.
De pronto comenzaron a oírse sollozos de bebés por todas partes. Unos llantos eran
desgarradores, otros más suaves. Miguel tragó saliva, caminó hacia el balcón y salió. El

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espectáculo era digno de una película de Alex de La Iglesia. Bebés por doquier, todos
sobre un montoncito de ropa, en medio de la calzada, por las aceras; en el interior de los
coches, taxis, autobuses... El niño volvió al baño, ahora vacío, tambaleándose…
Dejaron de oírse los llantos, un silencio sepulcral. Gran dolor de cabeza. Miquel notó
que se movía con torpeza, solo veía el techo del cuarto de baño...
Una luz blanca se acercaba hacia él a gran velocidad y después… nada.

FIN

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