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UNA REFLEXIÓN SOBRE EL AFÁN Y LA

ANSIEDAD

Me he detenido a observar dos elementos sumamente comunes para mi vida y mi entorno.

El primero, es la presencia de las aves.


Sí, las aves, esos por lo regular pequeños e indefensos animales alados con los que nuestro Dios ha
embellecido Su creación.

Particularmente, siempre me han dado curiosidad estos animales.

Su canto y sus silbidos son los primeros sonidos que escucho en la mañana, sin considerar (claro
está) el de mi reloj despertador, o que sea domingo y la voz de mi padre se encargue de avisármelo.

He llegado a tener la dicha de, inclusive, un día de suerte, toparme con una que otra en mi ventana
silbando despreocupadamente.

Me topo con ellas en casi cada ocasión que acudo a las mesas de la cafetería en un parque, allí
están, picoteando tranquilamente cualquier pieza minúscula de alimento que encuentren.

La serenidad con la que llevan su tarea a cabo ininterrumpidamente puede llegar a ser hasta cómica.

El segundo elemento que he hallado común es la presencia del afán y la ansiedad en mi vida.

Me maravilla la gran facilidad con la que llego a afanarme o a ponerme ansioso.

Es asombrosa la capacidad del ser humano de dedicarle tiempo y esfuerzo mental innecesarios a
cualquier problema o situación ajena a su control por minúscula que sea.

Deberes, situaciones y conflictos laborales, responsabilidades de cualquier tipo (principalmente lo


interminables que suelen ser las económicas), hay pocas cosas en el mundo más fáciles que
acumular preocupaciones.
Lo incierto y desconocido de nuestro futuro nos provoca constante ansiedad y nos hace afanarnos
con mucha frecuencia.

PERO ¿QUÉ RELACIÓN TIENEN LAS AVES Y LAS PREOCUPACIONES?

“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26).

Jesús entiende cómo funciona el corazón humano, y quiso llamar nuestra atención a la valiosa
enseñanza que se encuentra en el ejercicio de observar el comportamiento de las aves.

Detente y considera. ¿Te das cuenta de que las aves no tienen un depósito de comida?
No son capaces de producirla o almacenarla.

SE VAN A DORMIR SIN TENER IDEA DE SI ENCONTRARÁN ALIMENTO PARA ELLAS Y


SUS PEQUEÑAS CRÍAS, Y SIN EMBARGO SIEMPRE SALEN A BUSCARLO Y VUELVEN CON
ÉL.

Y ¿qué explicación da Jesús a un asunto tan curioso? Es en realidad muy sencilla: “vuestro Padre
celestial las alimenta”.

Me maravilla lo sencilla que es esta realidad y a la vez lo difícil que me es asimilarla.

Y es muy paradójico.

Todos los días Dios alimenta las aves, y todos los días me afano y me pongo ansioso.

Así que te estímulo a cuestionarte cuando estés afanado.

¿Es Dios tu Padre? Si tu respuesta es sí, ¿no vales tú para Él más que muchas avecillas?

¿Por qué has de preocuparte entonces? Descansa en la promesa que Jesús menciona unos
versículos más adelante:

“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”

(Mateo 6: 31-33).

Descansa tus preocupaciones en la ternura de las promesas y el perfecto amor de un Padre


celestial,  que te dice:

“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?
Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” (Isaías 49:15)

Me despido deseándole la bendición del Señor. Será hasta una próxima ocasión.

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