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El lenguaje inclusivo –también conocido como lenguaje de género o lenguaje no sexista– hace

alusión a un lenguaje que incluye directa y conscientemente a hombres y mujeres por igual.
Por ejemplo: La empresa X está buscando a un o una economista. El o la seleccionado/a
ocupará el cargo de gerente/a de marketing. Por el contrario, la misma frase usando un
lenguaje no inclusivo (que usualmente es masculino) sería: La empresa X está buscando a un
economista. El seleccionado ocupará el cargo de gerente de marketing. Finalmente, la misma
frase usando un lenguaje neutro sería: La empresa X está buscando a una persona licenciada
en economía. Esta persona ocupará el cargo de la gerencia de marketing.

La Real Academia Española (RAE) se ha opuesto a determinadas instancias de lenguaje


inclusivo y ha defendido en diferentes ocasiones y a través de diversos medios que el
masculino genérico no es discriminatorio. Desde la RAE se ofrecen varias razones en contra del
lenguaje inclusivo. Algunas de estas razones han sido que el significado de las palabras es el
que ya está recogido en el diccionario o que los desdoblamientos a los que incita dejar de usar
el masculino como genérico atentan contra el principio de economía del lenguaje. También se
ha defendido que el lenguaje inclusivo fomenta situaciones como la que tuvo lugar hace unas
semanas, cuando una empresa aceitera decidió no pagar a sus empleadas alegando que en el
convenio no se hablaba de trabajadoras, o que el uso de la letra “e” como marca de género es
innecesario y ajeno al sistema morfológico español. Sin embargo, como ya hemos mencionado
antes, lo que hacemos con nuestras palabras no siempre depende de nuestras intenciones, ni
de las que decimos que son nuestras intenciones.

Soy consciente de la disparidad de género que existe en la sociedad y me complace ser


testigo de los avances que a diario consiguen las mujeres en cuanto a equidad y protagonismo
en el escenario internacional. Sin embargo, el lenguaje inclusivo no termina de convencerme
porque, aunque considero que sí hay mucho por mejorar en nuestra forma de hablar para
construir un idioma más equitativo, algunas propuestas no las apruebo por tres aspectos
puntuales.

Coincido con Claire en que hablar de las “artes” y los “artos” no viene mucho al caso porque,
como bien lo señala ella, son palabras que no se refieren a personas propiamente, pero sí
estoy de acuerdo con que en español es posible usar palabras en masculino como “padres”,
“niños”, “enfermeros” para referirse a hombres y mujeres juntos porque el género es de la
palabra no de las personas a quienes se refiere.

Es como si peleáramos por decir “personas” y “personos”, pensando que la palabra “personas”
se refiere solamente a mujeres por ser un vocablo femenino. Desde su creación hasta la fecha,
ninguna niña ha dejado de recibir atención en el Hospital Nacional de Niños solo porque el
nombre del centro médico no diga niñas. Claramente es porque nunca se ha entendido en ese
contexto la palabra niños como “solo varoncitos”. Por ello, cuando se insiste tan
vehementemente en que “abogados” no se entienda como hombres y mujeres juntos, sino
solo como hombres, percibo una necesidad malintencionada de conseguir que las palabras no
signifiquen lo que significan para decir que el lenguaje discrimina.

Karina Galperín, directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad Torcuato di Tella, fue


consultada acerca del uso del lenguaje inclusivo. "Hay gente que se siente incómoda ante
cualquier cambio lingüístico (...) porque le incomoda el cambio en sus hábitos", sostuvo la
especialista.

Chicas, chicos, chiques, chic@s, chicxs. Algunos lo usan de forma naturalizada, a otros les
cuesta e intentan incorporarlo, aunque se equivoquen, y otros tantos lo rechazan casi con
repulsión. Lo cierto es que lo que se denominó como "lenguaje inclusivo", tanto en la forma
escrita como en la hablada, interpela y deja en evidencia las desigualdades y las exclusiones de
un universo que ha sido regido por siglos por el orden binario y el poder machista.

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