Está en la página 1de 2

El Señor consuela:

“… Por la noche durará el llanto, y a la mañana vendrá la


alegría”8.
“Traed a Él vuestro pesar; en Su amor confiad”9.
“No hay pesares en la tierra que el cielo no pueda curar”10.
Confíen en Dios11 y en Sus milagros. Nosotros y nuestras
relaciones podemos cambiar. Por medio de la expiación de
Cristo el Señor, podemos despojarnos de nuestro hombre
natural y llegar a ser hijos de Dios, mansos, humildes 12, llenos
de fe y de una confianza apropiada. Cuando nos
arrepentimos, cuando confesamos y abandonamos nuestros
pecados, el Señor dice que no los recuerda más 13. No es que
los olvide; más bien, de una manera extraordinaria, parece
que elige no recordarlos, ni debemos hacerlo nosotros.
Confíen en la inspiración de Dios para discernir con sabiduría.
Podemos perdonar a los demás en el momento y la manera
adecuados, tal como el Señor dice que debemos hacer14, al
tiempo que somos “prudentes como serpientes y sencillos
como palomas”15.
A veces, cuando más roto y contrito está nuestro corazón es
cuando más receptivos somos al consuelo y a la guía del
Espíritu Santo16. Tanto la condena como el perdón comienzan
por reconocer un error. A menudo la condena se enfoca en el
pasado; el perdón mira liberadoramente hacia el futuro.
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”17.
El apóstol Pablo pregunta: “¿Quién nos apartará del amor de
Cristo?”. Y responde: “… ni la muerte, ni la vida […], ni lo
alto, ni lo profundo […] nos podrá apartar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús, Señor nuestro”18. No obstante, hay
alguien que sí puede separarnos de Dios y de Jesucristo, y ese
alguien es uno mismo. Como dice Isaías: “… vuestros pecados
han hecho ocultar su rostro de vosotros”19.
Por amor divino y por ley divina, somos responsables de
nuestras decisiones y sus consecuencias, pero el amor
expiatorio de nuestro Salvador es “infinito y eterno”20.
Cuando estamos preparados para ir a casa, incluso “cuando
aún esta[mos] lejos”21, Dios está preparado con gran
compasión para recibirnos, ofreciendo con gozo lo mejor que
tiene22.
El presidente J. Reuben Clark dijo: “Creo que nuestro Padre
Celestial desea salvar a cada uno de Sus hijos […]; que en Su
justicia y misericordia, Él nos dará la máxima recompensa por
nuestras buenas acciones, nos dará todo lo que pueda darnos;
y, por otro lado, nos impondrá el castigo más leve que pueda
imponernos”23.
En la cruz, incluso la misericordiosa súplica de nuestro
Salvador a Su Padre no fue un incondicional “Padre,
perdónalos”, sino más bien “Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen”24. Nuestro albedrío y nuestra libertad
tienen sentido porque somos responsables ante Dios y ante
nosotros mismos por quienes somos, por lo que sabemos y lo
que hacemos. Afortunadamente, podemos confiar en la
justicia y en la misericordia perfectas de Dios para juzgar
perfectamente nuestras intenciones y nuestros hechos.

También podría gustarte