0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
10 vistas2 páginas
Este documento ofrece consuelo al afirmar que aunque haya llanto por la noche, vendrá la alegría por la mañana, y que ningún pesar en la tierra puede escapar de la curación del cielo. A través de la expiación de Cristo, podemos dejar atrás nuestro ser natural y convertirnos en hijos de Dios llenos de fe y confianza. Cuando nos arrepentimos y abandonamos nuestros pecados, Dios elige no recordarlos más.
Este documento ofrece consuelo al afirmar que aunque haya llanto por la noche, vendrá la alegría por la mañana, y que ningún pesar en la tierra puede escapar de la curación del cielo. A través de la expiación de Cristo, podemos dejar atrás nuestro ser natural y convertirnos en hijos de Dios llenos de fe y confianza. Cuando nos arrepentimos y abandonamos nuestros pecados, Dios elige no recordarlos más.
Este documento ofrece consuelo al afirmar que aunque haya llanto por la noche, vendrá la alegría por la mañana, y que ningún pesar en la tierra puede escapar de la curación del cielo. A través de la expiación de Cristo, podemos dejar atrás nuestro ser natural y convertirnos en hijos de Dios llenos de fe y confianza. Cuando nos arrepentimos y abandonamos nuestros pecados, Dios elige no recordarlos más.
“… Por la noche durará el llanto, y a la mañana vendrá la
alegría”8. “Traed a Él vuestro pesar; en Su amor confiad”9. “No hay pesares en la tierra que el cielo no pueda curar”10. Confíen en Dios11 y en Sus milagros. Nosotros y nuestras relaciones podemos cambiar. Por medio de la expiación de Cristo el Señor, podemos despojarnos de nuestro hombre natural y llegar a ser hijos de Dios, mansos, humildes 12, llenos de fe y de una confianza apropiada. Cuando nos arrepentimos, cuando confesamos y abandonamos nuestros pecados, el Señor dice que no los recuerda más 13. No es que los olvide; más bien, de una manera extraordinaria, parece que elige no recordarlos, ni debemos hacerlo nosotros. Confíen en la inspiración de Dios para discernir con sabiduría. Podemos perdonar a los demás en el momento y la manera adecuados, tal como el Señor dice que debemos hacer14, al tiempo que somos “prudentes como serpientes y sencillos como palomas”15. A veces, cuando más roto y contrito está nuestro corazón es cuando más receptivos somos al consuelo y a la guía del Espíritu Santo16. Tanto la condena como el perdón comienzan por reconocer un error. A menudo la condena se enfoca en el pasado; el perdón mira liberadoramente hacia el futuro. “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”17. El apóstol Pablo pregunta: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?”. Y responde: “… ni la muerte, ni la vida […], ni lo alto, ni lo profundo […] nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro”18. No obstante, hay alguien que sí puede separarnos de Dios y de Jesucristo, y ese alguien es uno mismo. Como dice Isaías: “… vuestros pecados han hecho ocultar su rostro de vosotros”19. Por amor divino y por ley divina, somos responsables de nuestras decisiones y sus consecuencias, pero el amor expiatorio de nuestro Salvador es “infinito y eterno”20. Cuando estamos preparados para ir a casa, incluso “cuando aún esta[mos] lejos”21, Dios está preparado con gran compasión para recibirnos, ofreciendo con gozo lo mejor que tiene22. El presidente J. Reuben Clark dijo: “Creo que nuestro Padre Celestial desea salvar a cada uno de Sus hijos […]; que en Su justicia y misericordia, Él nos dará la máxima recompensa por nuestras buenas acciones, nos dará todo lo que pueda darnos; y, por otro lado, nos impondrá el castigo más leve que pueda imponernos”23. En la cruz, incluso la misericordiosa súplica de nuestro Salvador a Su Padre no fue un incondicional “Padre, perdónalos”, sino más bien “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”24. Nuestro albedrío y nuestra libertad tienen sentido porque somos responsables ante Dios y ante nosotros mismos por quienes somos, por lo que sabemos y lo que hacemos. Afortunadamente, podemos confiar en la justicia y en la misericordia perfectas de Dios para juzgar perfectamente nuestras intenciones y nuestros hechos.