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Esa lucha los lleva a enfrentar a la facción de Hilario Jiménez, apoyado por el
Partido Nacional Obrerista y por el Caudillo, jefe del ejecutivo y líder de las
facciones y del espíritu revolucionarios tras la contienda.
En éste Aguirre tiene un encuentro con el Caudillo para conocer su parecer sobre la
candidatura de Hilario Jiménez y la posibilidad de la suya; el Caudillo, al
escucharlo, sabe insinceras sus réplicas de poco merecimiento para contender por
la presidencia de la República y Aguirre sabe que desde ese momento su relación
con el Jefe Máximo se acabó. También tiene una entrevista con Hilario Jiménez,
quien tampoco cree en su renuncia a aceptar la candidatura que se le ofrece y le
pide una muestra de adhesión: sus partidarios tendrían que dirimir claramente a su
favor, para respaldar lo que Aguirre le ha afirmado. Lo que da pie a que se rompan
las relaciones entre ambos de manera evidente.
Los partidarios de Aguirre, al saber que pasa el tiempo y no acepta su candidatura,
encabezados por Olivier Fernández, buscan adherirse a Hilario Jiménez, para
quien preparan una Convención en la que lo anunciaran como su candidato oficial.
Jiménez rechaza su oferta y los del Partido Radical Progresista vuelven a insistir en
Aguirre como su hombre. La Convención termina en un altercado entre los
progresistas, pues éstos ya se han dividido en dos facciones.
Los diputados Ricalde y López Nieto, miembros del Partido Nacional Obrerista,
traman un complot que pretende eliminar de la escena política a los principales
aguirristas. Se reúnen con el general Protasio Leyva para ejecutar el plan, junto con
miembros de las fuerzas armadas. Pretenden asesinar a los diputados aguirristas
en la Cámara de Diputados, sobre todo a Olivier Fernández. El día señalado, el
complot se les sale de las manos, pues asesinan anticipadamente a un aguirrista
que no era uno de los señalados. El complot es descubierto y los responsables son
detenidos.
Ante los síntomas de rebelión que se vislumbran contra los aguirristas, éstos junto
con su líder, comienzan a pensar en el levantamiento en armas, sin determinarlo
formalmente. Entre los conminados se encuentra Julián Elizondo, jefe de las
fuerzas armadas acantonadas en Toluca. Cuando de los rumores, se escuchan
confirmadas las advertencias de la captura de los aguirristas, pues el Caudillo e
Hilario Jiménez descubren que un levantamiento en armas es muy evidente,
deciden darlo como un hecho consumado y así, al correr la voz, apresar a los
involucrados en el inexistente golpe de Estado; entonces los aguirristas deciden
huir a Toluca a buscar respaldo de Elizondo. Sólo que Elizondo los traiciona y los
entrega a las fuerzas leales del Caudillo. La orden de ejecución llega para todos los
involucrados, y a la opinión pública se le informa que el levantamiento en armas se
elimina con éxito tras una rápida actuación de los generales leales a la Revolución,
aunque en realidad nunca se haya llevado a cabo tal acción. Aguirre muere primero
que sus compañeros, y así cada uno; el único que logra escapar por un golpe de
suerte, ya malherido, es Axkaná González, quien es rescatado por mister Winter, el
embajador de EU en México a su regreso de la ciudad de Toluca. La novela termina
con una escena en la que Manuel Segura, uno de los encargados de la ejecución de
los aguirristas, compra unos aretes muy caros con el dinero que los sublevados
habían reunido para su rebelión.