Está en la página 1de 32

Blancanieves

Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los copos de nieve mientras cosía. Le cautivaron de tal forma
que se despistó y se pinchó en un dedo dejando caer tres gotas de la sangre más roja sobre la nieve. En ese
momento pensó:

- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos negros
como el ébano.

Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca como la nieve, sonrosada
como la sangre y con los cabellos como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves, aunque su nacimiento
supuso la muerte de su madre.

Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra


mujer. Una mujer tan bella como envidiosa y orgullosa.
Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la


más hermosa?

Y el espejo siempre contestaba:

- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.

Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo


cambió su respuesta:

- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.

Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que sentía por ella que
acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y volviese con su corazón para saber que
había cumplido con sus órdenes.

Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz de hacerlo. En su
lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar su corazón a la Reina.

Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir. Comenzó a correr hasta que
cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.

Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados siete platitos, siete
tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos. Blancanieves estaba tan hambrienta que probó un
bocado de cada plato y se sentó como pudo en una de las sillitas.

Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con siete camitas y se acurrucó en
una de ellas.

Bien entrada la noche regresaron los enanitos de la mina, donde trabajaban excavando piedras preciosas. Al
llegar se dieron cuenta rápidamente de que alguien había estado allí.

- ¡Alguien ha comido de mi plato!, dijo el primero


- ¡Alguien ha usado mi tenedor!, dijo el segundo
- ¡Alguien ha bebido de mi vaso!, dijo el tercero
- ¡Alguien ha cortado con mi cuchillo!, dijo el cuarto
- ¡Alguien se ha limpiado con mi servilleta!, dijo el quinto
- ¡Alguien ha comido de mi pan!, dijo el sexto
- ¡Alguien se ha sentado en mi silla!, dijo el séptimo

Cuando entraron en la habitación desvelaron el misterio sobre lo ocurrido y se quedaron con la boca abierta al
ver a una muchacha tan bella. Tanto les gustó que decidieron dejar que durmiera.

Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había llegado hasta allí. Los
enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron quedarse en su casa. Pero eso sí, le advirtieron de que
tuviera mucho cuidado y no abriese la puerta a nadie cuando ellos no estuvieran.

La madrastra mientras tanto, convencida de que Blancanieves estaba muerta, se puso ante su espejo y volvió a
preguntarle:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?


- Mi Reina, vos sois una estrella pero siento deciros que Blancanieves, sigue siendo la más bella.

La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la muchacha. Cuando supo que se
encontraba en casa de los enanitos, preparó una manzana envenenada, se vistió de campesina y se encaminó
hacia montaña.

Cuando llegó llamó a la puerta. Blancanieves se asomó por la ventana y contestó:

- No puedo abrir a nadie, me lo han prohibido los enanitos.


- No temas hija mía, sólo vengo a traerte manzanas. Tengo muchas y no sé qué hacer con ellas. Te dejaré aquí
una, por si te apetece más tarde.

Blancanieves se fió de ella, mordió la manzana y… cayó al suelo de repente.

La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya. Sólo deseaba llegar a palacio
y preguntar a su espejo mágico quién era la más bella ahora.

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?


- Sí, mi Reina. De nuevo vos sois la más hermosa.

Cuando los enanitos llegaron a casa y se la encontraron muerta en el suelo a Blancanieves trataron de ver si
aún podían hacer algo, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Blancanieves estaba muerta.

De modo que puesto que no podían hacer otra cosa, mandaron fabricar una caja de cristal, la colocaron en ella
y la llevaron hasta la cumpre de la montaña donde estuvieron velándola por mucho tiempo. Junto a ellos se
unieron muchos animales del bosque que lloraban la pérdida de la muchacha. Pero un día apareció por allí un
príncipe que al verla, se enamoró de inmediato de ella, y le preguntó a los enanitos si podía llevársela con él.

A los enanitos no les convencía la idea, pero el príncipe prometió cuidarla y venerarla, así que accedieron.

Cuando los hombres del príncipe transportaban a Blancanieves tropezaron con una piedra y del golpe, salió
disparado el bocado de manzana envenenada de la garganta de Blancanieves. En ese momento, Blancanieves
abrió los ojos de nuevo.

- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?, preguntó desorientada Blancanieves


- Tranquila, estáis sana y salva por fin y me habéis hecho con eso el hombre más afortunado del mundo.

Blancanieves y el Príncipe se convirtieron en marido y mujer y vivieron felices en su castillo.


Caperucita roja
Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela.
Les ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su
cumpleaños su abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e
iba con ella a todas partes, pronto todos empezaron a llamarla Caperucita
roja.

Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre


de Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una torta y un tarro de
mantequilla. Caperucita aceptó encantada.

- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.


- ¡Sí mamá!

La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se


acercó a ella.

- ¿Dónde vas Caperucita?


- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera?
Tú ve por ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!

El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a
casa de la abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la
puerta. Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto llegar.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita


- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se


puso su camisón y se metió en la cama a esperar a que llegara Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso


tardó en llegar un poco más. Al llegar llamó a la puerta.

- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz


- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa

Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo


bien porqué.

- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!


- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes
tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más
grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!

En cuanto dijo esto el lobo se lanzó


sobre Caperucita y se la comió
también. Su estómago estaba tan
lleno que el lobo se quedó dormido.

En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la


abuelita comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de
un lobo…¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró dentro de
la casa. Cuando llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo
ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal para sacar a
Caperucita y su abuelita.

- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.

De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el


lobo despertó de su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se
cayó dentro y se ahogó.

Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió


hacer siempre caso a lo que le dijera su madre.
Cenicienta
Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al
poco tiempo de haberse casado. Años después conoció a una mujer muy
mala y arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.

Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas
tan arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una única hija
dulce, buena y hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos
hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le
obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la
casa. La pobre se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y
haciendo las camas, y por si esto no fuese poco, hasta cuando descansaba
sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.

- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de cenizas!

Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.

Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo
del Rey. A Cenicienta le apeteció mucho ir, pero sabía que no estaba hecho
para una muchacha como ella.

Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las
despidió con tristeza. Cuando estuvo sola rompió a llorar de pena por no
poder ir al baile. Entonces, apareció su hada madrina:

- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?

- Porque me gustaría ir al baile como mis hermanas, pero no tengo forma.

- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.

Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su madrina: una


calabaza, seis ratones, una rata y seis lagartos. Con un golpe de su varita
los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado por seis corceles
blancos, un gentil cochero y seis serviciales lacayos.

- ¡Ah sí, se me olvidaba! - dijo el hada madrina.

Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un magnífico


vestido de tisú de oro y plata y cubrió sus pies con unos delicados zapatitos
de cristal.

- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se romperá a las
doce de la noche, por lo que debes volver antes.
Cuando Cenicienta llegó al palacio se
hizo un enorme silencio. Todos
admiraban su belleza mientras se
preguntaban quién era esa hermosa
princesa. El príncipe no tardó en
sacarla a bailar y desde el instante
mismo en que pudo contemplar su
belleza de cerca, no pudo dejarla de
admirar.

A Cenicienta le ocurría lo mismo y


estaba tan a gusto que no se dio
cuenta de que estaban dando las
doce. Se levantó y salió corriendo de
palacio. El príncipe, preocupado, salió
corriendo también aunque no pudo
alcanzarla. Tan sólo a uno de sus
zapatos de cristal, que la joven perdió
mientras corría.

Días después llegó a casa de


Cenicienta un hombre desde palacio
con el zapato de cristal. El príncipe le
había dado orden de que se lo probaran todas las mujeres del reino hasta
que encontrara a su propietaria. Así que se lo probaron las hermanastras, y
aunque hicieron toda clase de esfuerzos, no lograron meter su pie en él.
Cuando llegó el turno de Cenicienta se echaron a reír, y hasta dijeron que
no hacía falta que se lo probara porque de ninguna forma podía ser ella la
princesa que buscaban. Pero Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó
perfecto.

De modo que Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron muy felices y la


joven volvió a demostrar su bondad perdonando a sus hermanastras y
casándolas con dos señores de la corte.
Hänsel y Gretel
Había una vez un leñador y su esposa que vivían en el bosque en una humilde
cabaña con sus dos hijos, Hänsel y Gretel. Trabajaban mucho para darles de
comer pero nunca ganaban lo suficiente. Un día viendo que ya no eran capaces
de alimentarlos y que los niños pasaban mucha hambre, el matrimonio se
sentó a la mesa y amargamente tuvo que tomar una decisión.

- No podemos hacer otra cosa. Los dejaremos en el bosque con la esperanza


de que alguien de buen corazón y mejor situación que nosotros pueda hacerse
cargo de ellos, dijo la madre.

Los niños, que no podían dormir de hambre que tenían, oyeron toda la
conversación y comenzaron a llorar en cuanto supieron el final que les
esperaba. Hänsel, el niño, dijo a su hermana:
- No te preocupes. Encontraré la forma de regresar a casa. Confía en mí.

Así que al día siguiente fueron los cuatro al bosque, los niños se quedaron
junto a una hoguera y no tardaron en quedarse dormidos. Cuando despertaron
no había rastro de sus padres y la pequeña Gretel empezó a llorar.

- No llores Hänsel. He ido dejando trocitos de pan a lo largo de todo el camino.


Sólo tenemos que esperar a que la Luna salga y podremos ver el camino que
nos llevará a casa.

Pero la Luna salió y no había rastro de los trozos de pan: se los habían comido
las palomas.

Así que los niños anduvieron perdidos por el bosque hasta que estuvieron
exhaustos y no pudieron dar un paso más del hambre que tenían. Justo
entonces, se encontraron con una casa de ensueño hecha de pan y cubierta de
bizcocho y cuyas ventanas eran de azúcar. Tenían tanta hambre, que
enseguida se lanzaron a comer sobre ella. De repente se abrió la puerta de la
casa y salió de ella una vieja que parecía amable.

- Hola niños, ¿qué hacéis aquí? ¿Acaso tenéis hambre?

Los pobres niños asintieron con la cabeza.

- Anda, entrad dentro y os prepararé algo muy rico.

La vieja les dio de comer y les ofreció una cama en la que dormir. Pero pese a
su bondad, había algo raro en ella.

Por la mañana temprano, cogió a Hänsel y lo encerró en el establo mientras el


pobre no dejaba de gritar.

- ¡Aquí te quedarás hasta que engordes!, le dijo


Con muy malos modos despertó a su hermana y le dijo que fuese a por agua
para preparar algo de comer, pues su hermano debía engordar cuanto antes
para poder comérselo. La pequeña Gretel se dio cuenta entonces de que no era
una vieja, sino una malvada bruja.

Pasaban los días y la bruja se impacientaba porque no veía engordar a Hänsel,


ya que este cuando le decía que le mostrara
un dedo para ver si había engordado, siempre
la engañaba con un huesecillo aprovechándose
de su ceguera.

De modo un día la bruja se cansó y decidió no


esperar más.

- ¡Gretel, prepara el horno que vas a amasar


pan! ordenó a la niña.

La niña se imaginó algo terrible, y supo que en


cuanto se despistara la bruja la arrojaría
dentro del horno.

- No sé cómo se hace - dijo la niña


- ¡Niña tonta! ¡Quita del medio!

Pero cuando la bruja metió la cabeza dentro del horno, la pequeña le dio un
buen empujón y cerró la puerta. Acto seguido corrió hasta el establo para
liberar a su hermano.

Los dos pequeños se abrazaron y lloraron de alegría al ver que habían salido
vivos de aquella horrible situación. Estaban a punto de marcharse cuando se
les ocurrió echar un vistazo por la casa de la bruja y, ¡qué sorpresa!
Encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas, así que se llenaron los
bolsillos y se dispusieron a volver a casa.

Pero cuando llegaron al río y vieron que no había ni una tabla ni una barquita
para cruzarlos creyeron que no lo lograrían. Menos mal que por allí pasó un
gentil pato y les ayudó amablemente a cruzar el río.

Al otro lado de la orilla, continuaron corriendo hasta que vieron a lo lejos la


casa de sus padres, quienes se alegraron muchísimo cuando los vieron
aparecer, y más aún, cuando vieron lo que traían escondido en sus bolsillos. En
ese instante supieron que vivirían el resto de sus días felices los cuatro y sin
pasar penuria alguna.
El gato con botas
Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el
molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el segundo y el
gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.

- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre
gato.

El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:

- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.

- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo

- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.

El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio
lo que pedía.

El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él.
Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.

- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el
nombre que primero se le ocurrió - este conejo.

- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.

Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una
propina en agradecimiento.

Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte
del Marqués de Carabás.

Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:

- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del
resto.

El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo
que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato
aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se
bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó
rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba
especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó
a subir a su carroza para dar un paseo.

El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando corrió hacia
ellos.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el
prado que estáis segando pertenece al señor Marqués
de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.

Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó


junto a ellos y les preguntó de quién era aquél prado,
contestaron que del Marqués de Carabás.

Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par


de campesinos a los que se acercó el gato.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que


todos estos trigales pertenecen al señor Marqués de
Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.

Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos campos también
eran del marqués.

Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era
un ogro así que fue a hablar con el.

- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso cierto?

- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león

Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.

- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros en un animal muy
pequeño como un ratón.

- ¿Ah no? ¡Mirad esto!

El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó
de un zarpazo y se lo comió.

Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo
decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás.

El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato perfecto
para casarse con su hija.

El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para entretenerse.
El patito feo
Todos esperaban en la granja el gran acontecimiento. El nacimiento de los
polluelos de mamá pata. Llevaba días empollándolos y podían llegar en
cualquier momento.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…¡cuac,
cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a romper el
cascarón. Bueno, todos menos uno.

- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata.


- No importa, le daré un poco más de calor para que salga.

Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al
resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del
corral no tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.

- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban

Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los


patos le daban picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas se burlaban
de él. Al final su propia madre acabó convencida de que era un pato feo y
tonto.

- ¡Vete, no quiero que estés aquí!

El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo
de allí ante el rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de
su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos
cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo
el patito de correr la misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y
decidieron no morderle.

- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre
patito.

Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un
gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo
que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.

Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una


bandada de pájaros grandes que le dejó con la boca abierta. Él no lo sabía,
pero no eran pájaros, sino cisnes.
- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve .

Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio
cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.

Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un


día de mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que
pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el
patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó
que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó
un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.

E l resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de frío
y a menudo muerto de hambre también. Pero a pesar de todo logró
sobrevivir y por fin llegó la primavera.

Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque


para contemplar las flores, que comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el
estanque dos de aquellos pájaros grandes y blancos y majestuosos que
había visto una vez hace tiempo. Volvió a quedarse hechizado mirándolos,
pero esta vez tuvo el valor de acercarse
a ellos.

Voló hasta donde estaban y entonces,


algo llamó su atención en su reflejo.
¿Dónde estaba la imagen del pato
grande y feo que era? ¡En su lugar
había un cisne! Entonces eso quería
decir que… ¡se había convertido en
cisne! O mejor dicho, siempre lo había
sido.

Desde aquel día el patito tuvo toda la


felicidad que hasta entonces la vida le
había negado y aunque escuchó muchos
elogios alabando su belleza, él nunca
acabó de acostumbrarse.
La bella durmiente
Érase una vez un rey y una reina que aunque vivían felices en su castillo
ansiaban día tras día tener un hijo. Un día, estaba la Reina bañándose en el
río cuando una rana que oyó sus plegarias le dijo.

- Mi Reina, muy pronto veréis cumplido vuestro deseo. En menos de un año


daréis a luz a una niña.

Al cabo de un año se cumplió el pronóstico y la Reina dió a luz a una bella


princesita. Ella y su marido, el Rey, estaban tan contentos que quisieron
celebrar una gran fiesta en honor a su primogénita. A ella acudió todo el
Reino, incluidas las hadas, a quien el Rey quiso invitar expresamente para
que otorgaran nobles virtudes a su hija. Pero sucedió que las hadas del
reino eran trece, y el Rey tenía sólo doce platos de oro, por lo que tuvo que
dejar de invitar a una de ellas. Pero el soberano no le dio importancia a
este hecho.

Al terminar el banquete cada hada regaló un don a la princesita. La primera


le otorgó virtud; la segunda, belleza; la tercera, riqueza.. Pero cuando ya
sólo quedaba la última hada por otorgar su virtud, apareció muy enfadada
el hada que no había sido invitada y dijo:

- Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará con el huso de una


rueca y morirá.

Todos los invitados se quedaron con la boca abierta, asustados, sin saber
qué decir o qué hacer. Todavía quedaba un hada, pero no tenía poder
suficiente para anular el encantamiento, así que hizo lo que pudo para
aplacar la condena:

- No morirá, sino que se quedará dormida durante cien años.

Tras el incidente, el Rey mandó quemar todos los husos del reino creyendo
que así evitaría que se cumpliera el encantamiento.

La princesa creció y en ella florecieron todos sus dones. Era hermosa,


humilde, inteligente… una princesa de la que todo el que la veía quedaba
prendado.

Llegó el día marcado: el décimo quinto cumpleaños de la princesa, y


coincidió que el Rey y la Reina estaban fuera de Palacio, por lo que la
princesa aprovechó para dar una vuelta por el castillo. Llegó a la torre y se
encontró con una vieja que hilaba lino.

- ¿Qué es eso que da vueltas? - dijo la muchacha señalando al huso.


Pero acercó su dedo un poco más y apenas lo rozó el encantamiento surtió
efecto y la princesa cayó profundamente dormida.

El sueño se fue extendiendo por la corte y todo el mundo que vivía dentro
de las paredes de palacio comenzó a quedarse dormido inexplicablemente.
El Rey y la Reina, las sirvientas, el cocinero, los caballos, los perros… hasta
el fuego de la cocina se quedó dormido. Pero mientras en el interior el
sueño se apoderaba de todo, en el exterior un seto de rosales silvestres
comenzó a crecer y acabó por
rodear el castillo hasta llegar a
cubrirlo por completo. Por eso la
princesa empezó a ser conocida
como Rosa Silvestre.

Con el paso de los años fueron


muchos los intrépidos caballeros
que creyeron que podrían cruzar el
rosal y acceder al castillo, pero se
equivocaban porque era imposible
atravesarlo.

Un día llegó el hijo de un rey, y se


dispuso a intentarlo una vez más.
Pero como el encantamiento estaba
a punto de romperse porque ya
casi habían transcurrido los cien
años, esta vez el rosal se abrió ante
sí, dejándole acceder a su interior.
Recorrió el palacio hasta llegar a la
princesa y se quedó hechizado al
verla. Se acercó a ella y apenas la
besó la princesa abrió los ojos tras su largo letargo. Con ella fueron
despertando también poco a poco todas las personas de palacio y también
los animales y el reino recuperó su esplendor y alegría.

En aquel ambiente de alegría tuvo lugar la boda entre el príncipe y la


princesa y éstos fueron felices para siempre.
La Bella y la Bestia
Había una vez un mercader adinerado que tenía tres hijas. Las tres eran muy hermosas, pero lo era
especialmente la más joven, a quien todos llamaban desde pequeña Bella. Además de bonita, era también
bondadosa y por eso sus orgullosas hermanas la envidiaban y la consideraban estúpida por pasar el día
tocando el piano y rodeada de libros.

Sucedió que repentinamente el mercader perdió todo cuanto tenía y no le quedó nada más que una humilde
casa en el campo. Tuvo que trasladarse allí con sus hijas y les dijo que no les quedaba más remedio que
aprender a labrar la tierra. Las dos hermanas mayores se negaron desde el primer momento mientras que Bella
se enfrentó con determinación a la situación:

- Llorando no conseguiré nada, trabajando sí. Puedo ser feliz aunque sea pobre.

Así que Bella era quien lo hacía todo. Preparaba la comida, limpiaba la casa, cultivaba la tierra y hasta
encontraba tiempo para leer. Sus hermanas, lejos de estarle agradecidas, la insultaban y se burlaban de ella.

Llevaban un año viviendo así cuando el mercader recibió una carta en la que le informaban de que un barco
que acababa de arribar traía mercancías suyas. Al oír la noticias las hijas mayores sólo pensaron en que
podrían recuperar su vida anterior y se apresuraron a pedirle a su padre que les trajera caros vestidos. Bella en
cambio, sólo pidió a su padre unas sencillas rosas ya que por allí no crecía ninguna.

Pero el mercader apenas pudo recuperar sus mercancías y volvió tan pobre como antes. Cuando no le quedaba
mucho para llegar hasta la casa, se desató una tormenta de aire y nieve terrible. Estaba muerto de frío y
hambre y los aullidos de los lobos sonaban cada vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía de
un castillo.

Al llegar al castillo entró dentro y no encontró a nadie. Sin embargo, el fuego estaba encendido y la mesa
rebosaba comida. Tenía tanta hambre que no pudo evitar probarla.

Se sintió tan cansado que encontró un aposento y se acostó en la cama. Al día siguiente encontró ropas
limpias en su habitación y una taza de chocolate caliente esperándole. El hombre estaba seguro de que el
castillo tenía que ser de un hada buena.

A punto estaba de marcharse y al ver las rosas del jardín recordó la promesa que había hecho a Bella. Se
dispuso a cortarlas cuando sonó un estruendo terrible y apareció ante él una bestia enorme.

- ¿Así es como pagáis mi gratitud?

- ¡Lo siento! Yo sólo pretendía… son para una de mis hijas…

- ¡Basta! Os perdonaré la vida con la condición de que una de vuestras hijas me ofrezca la suya a cambio.
Ahora ¡iros!

El hombre llegó a casa exhausto y apesadumbrado porque sabía que sería la última vez que volvería a ver a
sus tres hijas.

Entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las hermanas de Bella comenzaron a insultarla, a
llamarla caprichosa y a decirle que tenía la culpa de todo.

- Iré yo, dijo con firmeza

- ¿Cómo dices Bella?, preguntó el padre

- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y entregue su vida a la bestia. Por favor padre.
Cuando Bella llegó al castillo se asombró de su esplendor. Más aún cuando encontró escrito en una puerta
“aposento de Bella” y encontró un piano y una biblioteca. Pero se sentó en su cama y deseó con tristeza saber
qué estaría haciendo su padre en aquel momento. Entonces levantó la vista y vio un espejo en el que se
reflejaba su casa y a su padre llegando a ella.

Bella empezó a pensar que la bestia no era tal y que era en realidad un ser muy amable.

Esa noche bajó a cenar y aunque estuvo muy nerviosa al principio, fue dándose cuenta de lo humilde y
bondadoso que era la bestia.

- Si hay algo que deseéis no tenéis más que pedírmelo, dijo la bestia.

Con el tiempo, Bella comenzó a sentir afecto por la bestia. Se daba cuenta de lo mucho que se esforzaba en
complacerla y todos los días descubría en él nuevas virtudes.
Pero pese a eso, cuando todos los días la bestia le preguntaba si
quería ser su esposa ella siempre contestaba con honestidad:

- Lo siento. Sois muy bueno conmigo pero no creo que pueda


casarme con vos.

La Bestia pese a eso no se enfadaba sino que lanzaba un largo


suspiro y desaparecía.

Un día Bella le pidió a la bestia que le dejara ir a ver a su


padre, ya que había caído enfermo. La bestia no puso ningún
impedimento y sólo le pidió que por favor volviera pronto si no
quería encontrárselo muerto de tristeza.

- No dejaré que mueras bestia. Te prometo que volveré en ocho


días, dijo Bella.

Bella estuvo en casa de su padre durante diez días. Pensaba ya


en volver cuando soñó con la bestia yaciendo en el jardín del
castillo medio muerta.

Regresó de inmediato al castillo y no lo vió por ninguna parte.


Recordó su sueño y lo encontró en el jardín. La pobre bestia no
había podido soportar estar lejos de ella.

- No os preocupéis. Muero tranquilo porque he podido veros una vez más.

- ¡No! ¡No os podéis morir! ¡Seré vuestra esposa!

Entonces una luz maravillosa iluminó el castillo, sonaron las campanas y estallaron fuegos artificiales. Bella
se dio la vuelta hacia la bestia y, ¿dónde estaba? En su lugar había un apuesto príncipe que le sonreía
dulcemente.

- Gracias Bella. Habéis roto el hechizo. Un hada me condenó a vivir con esta forma hasta que encontrase a
una joven capaz de amarme y casarse conmigo y vos lo habéis hecho.

El príncipe se casó con Bella y ambos vivieron juntos y felices durante muchos muchos años.
Los tres cerditos
Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el
malvado lobo siempre los estaba persiguiendo para comérselos dijo un día
el mayor:

- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así podremos
escondernos dentro de ella cada vez que el lobo aparezca por aquí.

A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo
respecto a qué material utilizar. Al final, y para no discutir, decidieron que
cada uno la hiciera de lo que quisiese.

El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a
jugar después.

El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la


paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que
aunque tardara más que sus hermanos, lo mejor era hacer una casa
resistente y fuerte con ladrillos.

- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno,
pensó el cerdito.

Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y
entonces apareció por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a
la puerta:

- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose


abajo. Pero el cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano
mediano, que estaba hecha de madera.

- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer
más esfuerzos para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los
cerditos salieron corriendo en
dirección hacia la casa de su hermano
mayor.

El lobo estaba cada vez más


hambriento así que sopló y sopló con
todas sus fuerzas, pero esta vez no
tenía nada que hacer porque la casa
no se movía ni siquiera un poco.
Dentro los cerditos celebraban la
resistencia de la casa de su hermano
y cantaban alegres por haberse
librado del lobo:

- ¿Quien teme al lobo feroz? ¡No, no,


no!

Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta
que decidió parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía
una chimenea.

- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me


los comeré a los tres!

Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea


de leña y pusieron al fuego un gran caldero con agua.

Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó
tal quemazo que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos en
una larga temporada.
Peter Pan
Hace tiempo, allá por 1880, vivía en la ciudad de Londres la familia Darling. Estaba formada por el señor y la
señora Darling y sus hijos: Wendy, Michael y John. Sin olvidarnos de Nana, por supuesto, el perro niñera.

Vivían felices y tranquilos hasta que Peter Pan llegó a sus vidas. Todo comenzó la noche en que Nana tenía el
día libre y la señora Darling se quedó a cargo de sus hijos. Cuando todos, incluida ella, estuvieron dormidos el
muchacho entró por la ventana. Pero entonces ella se despertó y se asustó tanto al verle que lanzó un fuerte
grito. Entonces apareció Nana, que cerró la ventana para evitar que saliera y acabó atrapando su sombra. Y así
fue como la sombra de Peter Pan acabó en un cajón de la casa de los Darling.

Una noche el señor y la señora Darling salieron a cenar a casa de los vecinos del número 27. Los niños se
quedaron en casa al cuidado de Nana y no tardaron en quedarse todos dormidos.
Pero cuando la casa estaba en silencio, entró una diminuta hada revoloteando a gran velocidad y tras ella,
Peter Pan, dispuesto a recuperar su sombra. La encontró en el cajón en el que la había guardado Nana pero se
entristeció mucho cuando comprobó que la sombra no le seguía. Probó a pegársela con jabón pero no dio
resultado y desesperado se sentó en el suelo a llorar.

- ¿Quién está llorando? - preguntó Wendy, a quien despertaron los sollozos.


- Soy yo - contestó Peter
- ¿Cómo te llamas? - preguntó la niña, aunque ella estaba casi segura de saber quien era
- Peter Pan
- ¿Y qué te pasa Peter?
- Que no consigo que mi sombra se me quede pegada
- Tranquilo. Creo que podré cosértela

Wendy ayudó a Peter y mientras los dos niños comenzaron a hacerse amigos.

- Yo vivo en el País de Nunca Jamás. Es maravilloso, allí eres siempre un niño y no tienes que obedecer a
nadie. Conmigo viven los Niños perdidos, ya sabes, los niños que caen de los carritos cuando la niñera mira a
otro lado. Además hay piratas, hadas, indios y toda clase de seres.

Peter decía que era muy feliz allí aunque reconoció que a él y a los Niños perdidos les gustaría que hubiese
alguien que les contara cuentos como hacía ella con sus hermanos. Peter le propuso ir con él al País de Nunca
Jamás y a Wendy le pareció de inmediato una idea maravillosa.

- Pero, ¿y mis hermanos? ¿pueden venir ellos también?


- Si tu quieres, ¡claro!
- ¡Estupendo!

Wendy despertó a Michael y John y Peter para iniciar su viaje. Pero antes de partir Peter les explicó que
debían aprender a volar. Les echó un poco de polvo de hada por encima y enseguida los tres niños
comenzaron a elevarse por el aire. A todos les pareció muy divertido y comenzaron a dar vueltas y más
vueltas por la casa. Armaron tal revuelo que acabaron despertando a Nana.

Peter la oyó venir así que pudieron volver a sus camas rápidamente como si no hubiese pasado nada. Así,
cuando la niñera entró en la habitación creyó que los tres dormían plácidamente.

Pero Nana estaba intranquila y estaba casi segura de que algo raro estaba ocurriendo en el cuarto de los niños,
de modo que corrió a avisar a los señores Darling. Pero cuando volvieron, los niños ya no estaban. Los tres
habían partido rumbo a Nunca Jamás nerviosos e ilusionados por vivir aquella fantástica aventura.

Volaron durante días atravesando océanos pero al final llegaron al país de Nunca Jamas.

Al primero que vieron desde el aire fue al temible capitán Garfio, el peor enemigo de Peter Pan. En una lucha
hacía tiempo Peter había logrado arrebatarle la mano derecha y por eso el pirata llevaba en su lugar ahora un
garfio. Pero lo manejaba perfectamente y eso, unido a sus ganas de venganza, lo hacían muy peligroso.
Aunque había algo a lo que el capitán Garfio tenía miedo: el cocodrilo. Una vez estuvo a punto de comérselo
y por eso ahora no quería otra cosa que no fuese él. Menos mal que el capitán le arrojó un reloj y por eso
ahora hacía tic-tac cada vez que se acercaba.

Llegaron hasta el lugar donde estaban los Niños perdidos. Pero Campanilla, que estaba muy celosa de Wendy
porque estaba todo el tiempo junto a Peter, se adelantó para tramar algo.

- Peter dice que ataqueis a Wendy - le dijo a los Niños perdidos.


- ¡De acuerdo! - contestaron todos al unísono corriendo a por sus arcos y flechas

Así que los niños comenzaron a disparar sus arcos y flechas hacia Wendy y sus hermanos. Pero
afortunadamente no les pasó nada.

En cuanto llegó Peter detrás de todos les echó una gran bronca.

- ¿Pero qué hacéis? ¡Encima que os traigo a una madre para que os cuente cuentos la recibís así!

Los Niños perdidos, que iban vestidos con las pieles de los osos que cazaban, se disculparon y Peter les
presentó a Wendy y a los demás.

- Estos son Tootles, Slightly, Nibs, Curly y los gemelos


- Hola - contestó la muchacha - Estos son mis hermanos Michael y
John y yo soy Wendy.

Wendy y sus hermanos decidieron quedarse allí y junto con los


Niños perdidos y Peter formaron una gran familia que vivía feliz en
su guarida subterránea.

Un día estaban los niños jugando en la laguna de las sirenas,


concretamente en la Roca de los Desamparados, cuando sucedió
algo extraño. De repente el Sol desapareció por completo, se hizo
de noche y entre las sombras apareció un bote con dos de los
piratas de Garfio, Smee y Starkey, que llevaban como prisionera a
la princesa india Tigridia. Peter, Wendy y los demás se escondieron
y vieron como arrojaban a Tigridia sobre la Roca de los Desamparados. Entonces a Peter se le ocurrió una
idea.

- ¡Soltadla! - dijo a los piratas imitando la voz del capitán Garfio


- ¿Capitán? - dijeron los dos piratas mirando a todos los lados
- ¡Ya me habéis oído! ¡Hacedlo!

Así que los piratas cortaron las cuerdas que apresaban a la princesa. Entonces apareció por la laguna el
capitán Garfio a bordo de su barco. Iba para contarles que sabía que los Niños perdidos habían encontrado una
madre y de ninguna manera podían permitirlo.

- Los raptaremos, los obligaremos a lanzarse por la borda y Wendy se convertirá en nuestra madre.
- ¡Sí! ¡Es una idea estupenda capitán!, contestaron Smee y Starkey

Wendy se quedó pálida al oír aquello y Peter, que no aguantó más callado, de nuevo imitó la voz de Garfio.
Pero esta vez el pirata fue más listo que en otras ocasiones y supo que se trataba de Peter Pan. Lo encontró y
luchó contra él hasta que logró herirlo con su garfio, mientras los niños escapaban en el bote. Wendy se salvó
gracias a la ayuda de las sirenas y a la cometa que Michael había perdido unos días antes y que apareció por
allí, mientras que Peter logró sobrevivir gracias a la ayuda de la pájara de Nunca Jamás.
El conejito soñador
Había una vez un conejito soñador que vivía en una casita en medio del
bosque, rodeado de libros y fantasía, pero no tenía amigos. Todos le
habían dado de lado porque se pasaba el día contando historias
imaginarias sobre hazañas caballerescas, aventuras submarinas y
expediciones extraterrestres. Siempre estaba inventando aventuras
como si las hubiera vivido de verdad, hasta que sus amigos se cansaron
de escucharle y acabó quedándose solo.

Al principio el conejito se sintió muy triste y empezó a pensar que sus


historias eran muy aburridas y por eso nadie las quería escuchar. Pero
pese a eso continuó escribiendo.

Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de
aventuras. Se imaginaba vestido de caballero salvando a inocentes
princesas o sintiendo el frío del mar sobre su traje de buzo mientras
exploraba las profundidades del océano.

Se pasaba el día escribiendo historias y dibujando los lugares que


imaginaba. De vez en cuando, salía al bosque a leer en voz alta, por si
alguien estaba interesado en compartir sus relatos.

Un día, mientras el conejito soñador leía entusiasmado su último relato,


apareció por allí una hermosa conejita que parecía perdida. Pero nuestro
amigo estaba tan entregado a la interpretación de sus propios cuentos
que ni se enteró de que alguien lo
escuchaba. Cuando acabó, la conejita le
aplaudió con entusiasmo.

-Vaya, no sabía que tenía público- dijo el


conejito soñador a la recién llegada -. ¿Te
ha gustado mi historia?
-Ha sido muy emocionante -respondió
ella-. ¿Sabes más historias?
-¡Claro!- dijo emocionado el conejito -.
Yo mismo las escribo.
- ¿De verdad? ¿Y son todas tan
apasionantes?
- ¿Tu crees que son apasionantes? Todo
el mundo dice que son aburridísimas…
- Pues eso no es cierto, a mi me ha
gustado mucho. Ojalá yo supiera saber
escribir historias como la tuya pero no
se...

El conejito se dio cuenta de que la conejita se había puesto de repente


muy triste así que se acercó y, pasándole la patita por encima del
hombro, le dijo con dulzura:
- Yo puedo enseñarte si quieres a escribirlas. Seguro que aprendes muy
rápido
- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?
- ¡Claro que sí! ¡Hasta podríamos escribirlas juntos!
- ¡Genial! Estoy deseando explorar esos lugares, viajar a esos mundos y
conocer a todos esos villanos y malandrines -dijo la conejita-

Los conejitos se hicieron muy amigos y compartieron juegos y


escribieron cientos de libros que leyeron a niños de todo el mundo.

Sus historias jamás contadas y peripecias se hicieron muy famosas y el


conejito no volvió jamás a sentirse solo ni tampoco a dudar de sus
historias.
El Hada Fea
Las hadas, por lo general, son criaturas bellas, dulces, amables y llenas de
amor. Pero hubo una vez un hada que no eran tan hermosa. La verdad, es que
era horrible, tanto, que parecía una bruja.

El Hada Fea vivía en un bosque encantado en el que todo era perfecto, tan
perfecto que ella no encajaba en el paisaje, por eso se fue a vivir apartada en
una cueva del rincón más alejado del bosque. Allí cuidaba de los animalitos que
vivían con ella, y disfrutaba de la compañía de los niños que la visitaban para
escuchar sus cuentos y canciones. Todos la admiraban por su paciencia, la
belleza de su voz y la dedicación que prestaba a todo lo que hacía. Para los
niños no era importante en absoluto su aspecto.

- Hada, ¿por qué vives apartada? -le preguntaban los niños.


-Porque así vivo más tranquila -contestaba ella.

No quería contarles que en realidad era porque el resto de las hadas la


rechazaban por su aspecto.

Un día llegó una visita muy especial al bosque encantado. Era la reina suprema
de todas las hadas del universo: el Hada Reina. La cual estaba visitando todos
los reinos, países, bosques y parajes donde vivían sus súbditos para
comprobar que realmente cumplían su misión: llevar la belleza y la paz allá
donde estuvieran.

Para comprobar que todo estaba en orden, el Hada Reina lanzaba un hechizo
muy peculiar, que ideaba en función de lo que observaba en cada lugar.

-Ilustrísima Majestad-dijo el Hada Gobernadora de aquel bosque encantado-.


Podéis ver que nuestro bosque encantado es un lugar perfecto donde reina la
belleza y la armonía.
-Veo que así parece -dijo el Hada Reina-. Veamos a ver si es verdad. Yo
conjuro este lugar para que en él reinen los colores más hermosos si lo que
decís es verdad, o para que desaparezca el color si realmente hay algo feo
aquí.

Pero en ese momento, el bosque encantado empezó a quedarse sin colores, y


todo se volvió gris.

-Parece que no es verdad lo que me decís -dijo el Hada Reina-. Tendréis que
buscar el motivo de que vuestro hogar haya perdido el color. Cuando lo hagáis,
este bosque encantado recuperará todo su brillo y esplendor. Sólo cuando la
auténtica belleza viva entre vosotras este lugar volverá a ser perfecto.
Tras la visita del Hada Reina se reunieron urgentemente
todas las hadas del consejo del bosque encantado.
-Esto es cosa del Hada Fea -dijo una de las hadas del
consejo-. Ella es la culpable.
-Vayamos a buscarla -dijo el Hada Gobernadora del
bosque -. Hay que expulsarla de aquí.

Todas las hadas fueron en busca del Hada Fea. Cuando


la encontraron le pidieron que se marchara. La pobre
Hada Fea, pensando que era la culpable, se marchó.

Pero cuando cruzó las fronteras del bosque, éste dejó de


ser gris y pasó a ser de color negro.

Mientras los niños se enteraron de la noticia fueron


rápidamente a hablar con el resto de las hadas muy
enfadados.
-¿Qué habéis hecho? ¿Por qué le habéis echado de aquí? -decían llorando los
niños -. Puede que el Hada Fea no sea muy bonita, pero es mucho mejor que
vosotras.
-¡Dejadla que vuelva a entrar! Ella es buena y cariñosa, y no como vosotras
que sois presumidas y egoístas. No es el Hada Fea quien hace feo este lugar
sino vuestro egoísmo.

El Hada Fea no andaba muy lejos del bosque y al escuchar a los niños gritar
enfadados volvió para ver qué ocurría.

-Niños, ¿qué ocurre? -dijo el Hada Fea entrando de nuevo en el bosque.

Los niños corrieron a abrazarla. Todos menos uno, que se quedó con la boca
abierta.

- ¡Mirad eso! -dijo el niño. El suelo que acaba de pisar el Hada Fea ha
recuperado su color, y también las flores que tiene a su lado.

El resto de hadas comprendieron en ese momento lo equivocadas que habían


estado.

-Hada Fea, perdónanos -dijo el Hada Gobernadora-. Pensábamos que


estropeabas nuestro bosque y no hemos sido capaces de ver que éramos
nosotras quienes lo hacíamos siendo injustas contigo. Tienes un corazón es
bueno y puro. Te pedimos que nos disculpes por favor.

El Hada Fea perdonó a sus hermanas y las acompañó por todo el bosque. Todo
el mundo pudo admirar el gran corazón de aquel hada que, aunque tenía una
cara muy fea, emocionaba a todos con su belleza interior.
El inspector Cambalache y el robo en el museo
Oyó la conversación y no podía creer lo que pasaba.Tras las cortinas, el inspector Cambalache permanecía
escondido mientras aquellas dos personas tan siniestras planeaban el robo de los cuadros más valiosos del
museo de la ciudad. El pobre inspector estaba muerto de miedo, y no sabía qué hacer. Así que esperó a que
los ladrones se marcharan para salir de su escondite y avisar a sus compañeros de la comisaría para que
evitaran el robo.
Pensaréis que el inspector Cambalache era un poco cobarde. La verdad es que sí, pero él se defendía diciendo
que era una persona prudente y que pensaba bien las cosas antes de actuar.
El caso es que el inspector Cambalache sacó su móvil para avisar a la policía y al museo. Salió muy contento
por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, con el teléfono en la oreja esperando a que le cogieran la
llamada.

Justo cuando cruzaba la puerta para salir a la calle, alguien con una pinta extraña
le preguntó:
-¿Por qué sonríe usted tanto, inspector?
-¡Ja ja ja!- se rió él, muy orgulloso de sí mismo-. Sonrío porque voy a evitar un
terrible robo esta misma mañana-.
-¿Sí? ¿De veras?- siguió preguntando aquel extraño -. ¿Dónde se va a producir
el robo?
-Pues en el museo de la ciudad.

No pudo seguir hablando. En ese momento, alguien agarró por detrás al


inspector Cambalache, le quitó el móvil y le tapó los ojos con una venda. Entre
dos le sujetaron los brazos contra su propio cuerpo y lo metieron en una
furgoneta que justo acaba de aparcar enfrente.
El pobre inspector se dio cuenta de su error. ¿Quién le manda a él ir contando
sus planes por ahí, a cualquiera que le preguntase? Su propio orgullo le había
traicionado. Pero no era momento de lamentarse. Tenía que pensar en cómo
podía librarse de aquellos malhechores.

Al cabo de un rato, la furgoneta paró. Aquellos hombres bajaron al inspector


Cambalache. Entraron en algún sitio que parecía abandonado, bajaron unos cuantos pisos en un ascensor, le
quitaron la venda y lo metieron en lo que debía ser un sótano. Allí lo dejaron encerrado y se fueron.

-No estábamos seguros de que hubieras conseguido seguirnos, Cambalache- empezó a decir uno de los
bandidos -. Cuando acabemos de robar los cuadros vendremos a ajustar cuentas contigo.
Y se marcharon, dejándolo solo en aquella horrible habitación sin ventanas y con una lúgubre bombilla que
parpadeaba cada poco. Solo una mesa vieja y una silla de hierro oxidado le hacían compañía.

Se sentó en la silla a pensar en su mala suerte y en su estúpido orgullo cuando, de pronto, de un agujero de la
estancia salió un misterioso gato negro con algunos mechones de color claro.
La verdad es que el inspector Cambalache no era muy amante de los animales, pero en aquel momento
aquella compañía le resultó un gran alivio.
-¿Qué hace aquí un gato metido? -dijo el inspector, por aquello de entablar conversación mientras esperaba,
aunque bien sabía él que los gatos son poco conversadores.
-Miau -respondió el gato, como era de esperar, con un maullido triste y lastimero.
-Pobrecito -siguió diciendo el inspector -. Seguro que estás muerto de hambre.
-¡Qué hambre ni qué pamplinas!

El inspector Cambalache pegó un salto.

-¡Estoy loco! ¡Estoy loco! -gritó corriendo alrededor de la sala -. ¡No llevo aquí ni cinco minutos y el encierro
ya me ha afectado a la sesera!
El gato empezó a merodear alrededor del inspector Cambalache, mientras el pobre hombre se afanaba por
alejarse todo lo que podía de de aquel gato.
-No estás loco, Cambalache -empezó a decir el gato-. Soy un gato que habla, y ya está. ¿No conoces a
ninguno, o qué?

El inspector Cambalache no salía de su asombro. Pero, como no le quedaba otra que hablar con aquel gato, le
contestó:
-La verdad es que ignoraba que los gatos hablaran. ¿Cómo es posible?
-¡Y qué más da! ¡¿Es que te corre horchata por la venas?! ¡¿Están a punto de robar los cuadros más valiosos
de la ciudad y tú te quedas ahí preguntándome por tonterías?!
-¡Es cierto! ¡Tenemos que hacer algo! Tengo que salir de aquí.

El inspector empezó a dar vueltas a ver qué podía coger para forzar la puerta. El gato, que no era capaz de
comprender a aquel detective tan poco avispado, le dijo con sorna:
-¿No te has preguntado por dónde he entrado yo? Porque no estaba cuando tú entraste, ¿recuerdas?
-Vaya, es cierto. ¿Cómo has entrado? Tal vez pueda yo salir por ahí.

El gato le enseñó el agujero al inspector. Como era demasiado pequeño para él, Cambalache cogió la mesa y
la partió de un golpe contra el suelo. Sacó una de las patas y la utilizó para hacer palanca y romper la pared.
Tal vez no fuera muy listo, pero Cambalache era increíblemente fuerte.
El inspector y el gato salieron a la calle. No sabía dónde estaba, ni podía avisar a nadie.
-¿Cómo vamos a llegar al museo?- se lamentó.
-Tranquilo, tengo una idea -dijo el gato-. Ven conmigo.

El gato, que conocía muy bien la zona porque llevaba tiempo viviendo por allí, condujo al inspector
Cambalache hasta un garaje en el que había una avioneta.
- Sube -dijo el gato.
-¿Qué? ¿Cómo? ¡Hace años que no piloto! No sé si podré hacerlo...
- Eres policía y no tenemos demasiado tiempo así que tendrás que intentarlo.

El inspector Cambalache pensó que no tenía nada que perder así que se concentró y consiguió poner la
avioneta en marcha. Despegaron y en unos minutos estaban en el tejado del museo.

Aterrizaron en el tejado del museo. Bajaron de un salto de la avioneta y se metieron en el museo rompiendo la
claraboya de la sala central. Las alarmas saltaron por la rotura de los cristales justo cuando los ladrones
empezaban a meter los lienzos en sus bolsas. Asustados, los ladrones intentaron huir, pero la policía había
llegado ya y los cogieron “in fraganti”.

El inspector había sufrido un fuerte golpe en la cabeza al caer y estaba inconsciente en el suelo mientras esto
sucedía.
Cuando despertó en el hospital no estaba muy seguro de lo que había pasado. Cuando le contó a la policía y a
los médicos lo que recordaba todo el mundo lo tomó por loco. Pero cuando él mismo empezó a dudar de su
cordura, un gato negro con mechones claros apareció en la ventana y le guiñó un ojo.

Loco o no, el inspector Cambalache era un héroe y fue premiado con la medalla de honor de la ciudad por
evitar el robo. Eso sí, no volvió a contarle a nadie sus planes, por si acaso.
El perrito que no podía caminar
Bo era un perrito muy alegre y juguetón que no podía caminar desde que
çç

nació porque tenía una parálisis en las patas traseras. Amina, una niña que
lo vio al nacer, convenció a sus papás para llevarlo a casa y cuidarlo para
evitar que lo sacrificasen.

Bo y su pequeña dueña Amina jugaban mucho juntos. El perrito se


esforzaba por moverse usando solo sus patas delanteras y, puesto que no
podía saltar y apenas moverse, ladraba para expresar todo lo que
necesitaba. A pesar de las dificultades, Bo era un perro feliz que llenaba de
alegría y optimismo la casa en la que vivía.

Un día los papás de Amina llegaron a casa con Adela, una niña de la edad
de Amina que iba vivir con ellos una temporada. Cuando Bo la vio se
arrastró enseguida a saludarle y a darle la bienvenida con su alegría de
siempre. Pero Adela lo miró con desprecio y se echó a llorar.

Bo no se rindió e intentó hacer todas las tonterías que sabía para hacerla
reír, pero no nada funcionaba y Adela no dejaba de llorar.
- No te preocupes, Bo- decían los papás de Amina-. Adela está triste
porque viene de un país muy pobre que está en guerra y ha sufrido mucho.
Está triste porque ha tenido que separarse de su familia.

Bo pareció entender lo que le decían, porque se acercó a Adela y se quedó


con ella sin ladrar ni hacer nada, sólo haciéndole compañía.

La tristeza de Adela fue poco a poco inundando la casa. Todos estaban muy
preocupados por ella, porque no eran capaces de hacerla sonreír ni un
poquito.

Pasaron los días y Bo no se separaba de Adela, y eso que la niña lo


intentaba apartar y huía a esconderse cuando lo veía e incluso protestaba
cuando Bo intentaba jugar con ella.

Pero el perrito no se daba por vencido. Cuando Amina estaba, Bo jugaba


con ella mientras Adela miraba y, aunque no sonreía, dejaba de llorar
cuando Bo jugueteaba y hacía sus gracias.

Un día que Amina no estaba a Bo le entraron muchas ganas de jugar y se


le ocurrió intentar que fuera Adela quien jugara con él. Como la niña no le
hacía caso, Bo no paraba de moverse y, de pronto, se chocó contra una
mesa tan fuerte que se le cayó encima un vaso de leche. El vaso no se
rompió porque era de plástico, pero empapó al pobre Bo de leche y lo dejó
paralizado del susto.
Adela, cuando lo vio, le quedó mirando
al perrito sin decir nada. De repente, se
echó a reír, viendo lo gracioso que
estaba el perrito lleno de leche con su
cara de susto.

Cuando Bo vio que Adela se reía,


empezó a lamerse la leche y a hacer
más tonterías mientras la niña, sin parar
de reír, intentaba limpiarlo con el
mantel. Cuando Amina y sus vio lo que
se reía Adela se alegró muchísimo, y
corrió a decírselo a sus papás. Por fin
todos volvían a estar alegres.

A pesar de no ser un perrito como los


demás, Bo fue el único capaz de lograr
que la alegría y el optimismo volvieran a
aquella casa.
La bruja desordenada
Había una vez una bruja llamada Lola que hacía unas pócimas y unos
hechizos increíbles.

Tenía recetas para conseguir cualquier cosa, y sabía hechizos que nadie
más en el mundo conocía. Era tan famosa que todas las brujas del mundo
querían robarle los libros que contenían todos sus secretos.

Lo cierto es que la bruja Lola era una bruja perfecta. Bueno, casi perfecta.
Porque lo cierto es que tenía una gran defecto: era muy desordenada. Pero
a ella le daba lo mismo, porque cuando necesitaba algo que no encontraba
lanzaba un hechizo y aparecía.

Pero un día el hechizo de la bruja Lola para localizar cosas falló. Ella no
entendía qué podía pasar, porque era el mismo hechizo de siempre. Un
ratoncito que vivía en su casa y que en tiempos había sido un niño, se
subió a una mesa y le dijo:
- Bruja Lola, no es el hechizo lo que falla sino que no buscas el libro
correcto.
- ¿El libro correcto? ¿Y cual es el libro correcto? Madre mía… ¡estoy
perdiendo la memoria!

La bruja Lola intentó hacer un hechizo para recuperar la memoria, pero


como no sabía en qué libro estaba y tampoco se acordaba, no pudo
hacerlo.

-Si me conviertes otra vez en niño y me dejas marchar te ayudaré a buscar


la pócima que necesitas para recuperar la memoria -dijo el ratoncito.
-Está bien, pero, ¿cómo sé que no me vas a engañar? -dijo la brujo Lola.
-Puedes hacer un hechizo para cerrar la puerta para que no me escape. En
ese libro de ahí tienes las instrucciones para hacerlo. Si me conviertes en
niño de nuevo te ayudaré a colocar todo esto y encontraremos todo lo que
no encuentras. Pero después me tienes que dejar marchar.

La bruja Lola accedió, hizo el hechizo para cerrar la puerta y convirtió al


ratón de nuevo en niño. Juntos ordenaron todo aquel desastre. Pero como
el niño no se fiaba mucho de la bruja Lola cogió uno de sus libro de
hechizos y pócimas y lo escondió por si acaso.

Cuando acabaron de ordenarlo todo, el niño le pidió a la bruja Lola que le


abriera la puerta, pero ésta le traicionó y le volvió a convertir en ratón.

En poco tiempo, la bruja Lola volvió a tener su laboratorio mágico tan


desordenado que era imposible encontrar nada. Y cuando la bruja Lola se
dio cuenta de que no encontraba lo que necesitaba intentó lanzar el hechizo
para encontrar cosas. Pero lo había olvidado. Y también había olvidado la
receta de pócima para acordarse de las cosas. Intentó buscar los libros,
pero aquello era un auténtico desastre.

Entonces la bruja se acordó del ratón, y le prometió que esta vez lo dejaría
marchar como un niño normal si le ayudaba a recoger aquello. Al ratoncito
le pareció bien y ayudó a la bruja Lola.

Cuando terminaron de ordenar todo la


bruja Lola se dio cuenta de que el libro
que buscaba no estaba allí.

-¿Buscas esto? -le dijo el niño, sacando


el libro de hechizos que había escondido
la vez anterior.
-¡El libro! ¡Dámelo!

El libro contenía todos los hechizos y


pócimas que necesitaba la bruja Lola: el
hechizo de encontrar cosas, la pócima
para recordar lo olvidado y, por
supuesto, el conjuro para convertir al
niño en ratón. El niño lo sabía, y no
estaba dispuesto a devolver el libro.

-No te acerques. Abre la puerta y déjame marchar.

La bruja abrió la puerta con la intención de engañar al niño y quitarle el


libro pero el muchacho fue más listo. En el libro había un conjuro para
desordenarlo todo que había estudiado muy bien. Así que, cuando la puerta
se abrió, el niño lo recitó mientras lanzaba el libro que tenía entre manos.

-Ahora tendrás que ordenarlo todo tú sola si quieres volver a encontrar


algún libro, bruja mentirosa.

Así fue como el niño logró escaparse de la bruja Lola, que tardó semanas
en ordenarlo todo de nuevo. Eso sí, tanto trabajo le costó colocar cada cosa
en su sitio, que no volvió a tener su laboratorio mágico desordenado nunca
más ni tampoco a convertir a ningún niño en ratón.
NARRACIONES

CUENTO:
Los Geniecillos Holgazanes
Erase unos duendecillos que vivían en un lindo bosque. Su casita
pudo haber sido un primor, si se hubieran ocupado de limpiarla.
Pero como eran tan holgazanes la suciedad la hacía inhabitable.
-Un día se les apareció la Reina de las hadas y les dijo:
Voy a mandaros a la bruja gruñona para que cuide de vuestra
casa. Desde luego no os resultará simpática…
Y ‘llegó la Bruja Gruñona montada en su escoba. Llevaba seis
pares de gafas para ver mejor las motas de polvo y empezó a
escobazos con todos. Los geniecillos aburridos de tener que
limpiar fueron a ver a un mago amigo para que les transformase
en pájaros. Y así, batiendo sus alas, se fueron muy lejos…
En lo sucesivo pasaron hambre y frío; a merced de los elementos
y sin casa donde cobijarse, recordaban con pena su acogedora
morada del bosque. Bien castigados estaban por su holgazanería,
errando siempre por el espacio…
Jamás volvieron a disfrutar de su casita del bosque que fue habitada por otros geniecillos más obedientes y
trabajadores.
Fin

FÁBULA:
” EL GATO Y EL RATONCITO”
¡Qué lindo y gracioso eres!- le dijo el
gato Micifuz a un pequeño ratoncito-.
ven conmigo, ratoncito lindo, ven…
-¡No vayas!- le dijo mamá ratona-.
Tú no sabes las mentiras que dice ese
gato para atraparte.

-Ven, pequeño, ven –insistía el gato-.


¡Mira este rico queso y este jamón

que tengo para ti!

-No vayas, hijito. Sé prudente.


Si obedeces lo que te digo, no te
Arrepentirás.

-¡Bah! No lo creas. Mira, te daré este


Bizcocho- continuó diciendo el gato.

Déjame ir, mamita. Él solo quiere regalarme comida


es mi amigo –suplicó el ratoncito ingenuamente.
Te repito hijo, no debes creer en él – dijo angustiada la
mamá ratona.

Sin que su madre se diera cuenta, el ratoncito salió


al encuentro del gato. Al instante, gritó muy asustado:
¡Socorro, mamá socorro! ¡El gato me quiere comer!
Como pudo, el ratoncito corrió hasta su cueva y le
pidió perdón a su mamá por haberla desobedecido.

También podría gustarte