Creo que Samuel va a besarme, sería lo justo, esta es
nuestra segunda cita. Desde la primera vez que lo vi
corriendo por el campus me pareció lindo, tiene una sonrisa dulce y su mirada es sincera, es de esas que te inspiran confianza; da la impresión de ser un buen muchacho. Tal vez muchacho no es la palabra correcta porque ya tiene 23 años, tres más que yo, así que ya es un hombre. Mi corazón aporrea mi pecho y mis manos se sienten húmedas por el sudor. Damos vuelta en mi calle, cuando detenga el auto llegará el momento definitivo. Si me besa, significa que le gusto tanto como él a mí; si no, voy a convertirme en una monja... de acuerdo, tal vez no, pero sí voy a estar bastante decepcionada. Samuel baja la velocidad del coche y mis latidos se aceleran en proporción. ¿Qué me pasa? Tampoco es la gran cosa, con ese cabello rojizo que parece de paja y la barba de leñador, tiene aspecto de hipster de Starbucks y ese normalmente no es mi estilo, pero me escucha cuando hablo y me hace reír a carcajadas. No se le puede poner precio a algo así, realmente escucha lo que le digo y no solo busca quitarme del camino como lo hace mi familia. –Bueno, llegamos –dice Sam con voz tímida. –Sí, aquí vivo –respondo intentando parecer relajada. Desvió la mirada, debo calmarme, no quiero que mi respiración me delate. Veo por la ventana mi casa color ladrillo, la más grande de la cuadra en una de las mejores colonias de la ciudad. Hay luces encendidas en cada uno de los cuatro pisos, mi mamá debe de haber perdido algo y seguro está corriendo de arriba abajo por las escaleras alfombradas dando gritos y culpando a alguna de las señoras del servicio por el extravío. O tal vez mi papá tiene visitas, no es raro que traiga gente a la casa. Conocemos de vista a la mayoría de los hombres que lo visitan, son gente que trabaja con él en las numerosas florerías que tiene por toda la ciudad. Nunca hablamos con ellos, pero por fuerza de costumbre se vuelven conocidos de vista de tanto que están ahí. Mi mamá los apoda “los intrusos”, porque llegan y se van sin avisar con su aire misterioso, siempre visten de traje y la mayoría nunca quita cara de pocos amigos. Mi papá odia que hablemos con ellos, nos ha prohibido explícitamente tener cualquier contacto con los intrusos. No tengo la menor idea de por qué, pero así es y le hemos seguido la corriente para llevar la fiesta en paz. De cualquier modo, por la razón que sea, mi casa ahorita está activa y eso no es bueno para mí. Le dije a mis padres que saldría con Miranda, mi mejor amiga desde la secundaria, si me ven llegar con alguien más van a molestarse. Tal vez es mejor decirle a Samuel que se vaya, pero no quiero despedirme todavía y él baja del coche para abrirme la puerta. Quiero detenerlo, pero ¿cómo le explico la situación sin quedar como una perdedora? Tengo 20 años y aun así tengo prohibido salir en citas. No es que mis padres sean religiosos ultra conservadores o algo por el estilo; es más un tema de control, simplemente les gusta tenerme vigilada y dentro de los confines que ellos aprueban. Siempre fueron así y la situación empeoró bastante cuando mi hermano Nicolás fue asesinado hace un año; eso los hizo quererme controlar todavía mucho más de lo que ya lo hacían, hasta el punto de que la situación se ha vuelto insoportable. Samuel abre mi puerta y yo salgo de un brinco. Camino por delante con prisa para llevarlo hasta la parte del pórtico de entrada que sé que no puede verse desde ninguna ventana en el interior. Él parece desconcertado, pero me sigue. –Me divertí mucho, gracias por todo –le digo con prisa. –Yo también, en verdad eres simpática cuando te relajas, Olivia –contesta. –¿Cuándo me relajo? –pregunto con el ceño fruncido. –Sí, es que la primera vez que salimos parecías muy tensa, mirabas para todos lados… como si alguien nos estuviera vigilando, pero eso ha cambiado esta vez –me explica. ¿Cómo explicarle que temía encontrarme a algún conocido que pudiera delatarme con mi papá? Sin embargo, esta noche me olvidé por completo de eso, solo me dediqué a disfrutar de la compañía sin pensar en las consecuencias. –Tal vez porque me siento muy cómoda a tu lado –le contesto con voz coqueta. –Me alegra, yo también me siento muy cómodo contigo. En mi interior doy saltos de felicidad, pero mantengo una apariencia serena. Sam se inclina, va a besarme, lo sé. Inhalo profundo y cierro los ojos. Estoy lista para nuestro primer beso. Yo también le gusto ¡Qué alegría! Siento sus labios rozar los míos, pero súbitamente se aleja. –¡¿Quién te crees, pedazo de pacotilla?! Abro los ojos de golpe y encuentro a Samuel de rodillas sobre el suelo, mi papá lo tiene agarrado del cabello con una mano y en la otra sostiene una pistola. ¡¿Por qué tiene una pistola?! –¡Oiga! ¡¿Qué le pasa?! –grita Samuel. –¡Papá, por favor, suéltalo! –le pido mortificada. –¿Crees que puedes venir a mi casa y pasarte de listo con mi hija? –pregunta sin hacerme caso. Mi papá arroja a Samuel con fuerza, este cae de bruces contra el pavimento. Antes de que Sam pueda incorporarse, mi papá lo patea por el costado y vuelve a tomarlo del cabello. Un grupo de intrusos salen de le casa, por un momento me siento aliviada pensando que van a detener a mi papá, pero no hacen nada, se limitan a observar la escena con expresión de desinterés en sus rostros. –Tranquilo señor... –balbucea Samuel confundido, su nariz comienza a sangrar por el golpe contra el pavimento. –Papá, no es lo tú crees. Por favor, déjalo ir –le suplico con voz temblorosa. –Entra a la casa, Olivia –me ordena. Mi papá toma la pistola y la mete en la boca de Samuel a la fuerza. Siento el estómago en la garganta, ¡lo va a matar! Voy a abalanzarme sobre ellos, pero alguien me toma por los hombros y me detiene en mi lugar, es uno de los intrusos. –Mejor no te metas, muñeca –me susurra al oído con calma, como si la escena fuera de lo más normal. Temo tanto por la seguridad de Sam que dejo pasar el hecho de que este extraño me acaba de llamar muñeca. Muy inapropiado viniendo de alguien que trabaja para mi papá, pero no es una prioridad en este momento. –Escúchame bien, si te vuelvo a encontrar por aquí o si se te ocurre comunicarte con mi hija o siquiera pensar en ella de nuevo, desearás no haber nacido, ¿entiendes? – amenaza mi papá. Samuel no deja de temblar aterrorizado, pero logra asentir. Mi papá lo suelta y Sam cae de boca contra el pavimento otra vez. No doy crédito a lo que acaba de suceder. Bajo la mirada con ganas de morirme, no puedo creer que mi papá haya hecho esto. Samuel se pone de pie, se tambalea con paso inseguro unos cuantos metros y sube a su coche. Debido al temblor de sus manos, le toma varios intentos poner el vehículo en marcha. Mi papá no le quita la vista de encima; los intrusos asomados desde el pórtico, tampoco. Mi mamá nos mira desde una de las ventanas, sin hacer nada. El intruso que me sostiene afloja su agarre, me alejo de él y entro a mi casa corriendo. Los demás se abren a mi paso. Me quedo congelada en el vestíbulo, sin poder creer lo que sucedió. –Olivia, ve a tu cuarto. Ya hablará tu mamá contigo –dice mi papá a mis espaldas. Asiento y subo las escaleras en silencio, estoy demasiado desconcertada para siquiera discutir con él. Escucho como los intrusos regresan al comedor, platican entre sí con naturalidad, como si no acabaran de ver a un hombre desquiciado amenazar de muerte a un chico indefenso. No entiendo qué les pasa, acaban de ver cómo su jefe amenazó a un inocente con una pistola, ¿por qué no están sorprendidos? Llego a mi cuarto y me desplomo sobre el suelo. Me echo a llorar sin poder digerir lo que acaba de suceder. Mi mamá entra al cuarto y me toma del brazo para que me levante. –No seas dramática, Olivia, levántate del suelo –me dice en tono de fastidio. –¿Viste lo que sucedió? Fue horrible –le digo entre lágrimas. –Sí, pobre muchacho, se veía aterrado –comenta mi mamá como si estuviera hablando del clima–. Ya sabes cómo es Víctor, le gusta demostrar quién manda. –¿Ya sabes cómo es Víctor? ¿De qué hablas? ¡Lo encañonó! Eso no es demostrar quién manda, ¡eso es un delito! Jamás lo había visto hacer algo así –exclamo sin poder contener mi enojo. –Lo sé, Víctor normalmente se abstiene de hacer cosas de ese estilo en casa –comenta mi mamá conteniendo un bostezo. Abro los ojos como platos. No entiendo a qué se refiere con “en casa”, ¿significa que acostumbra a hacer cosas así cuando no está aquí? ¡Es absurdo! Mi papá siempre ha sido un hombre de poca paciencia, pero jamás había amenazado a una persona desarmada e inocente. –¿Qué quieres decir? –le pregunto confundida. –Olvídalo, tu padre está bajo mucho estrés y se desquitó con la primera persona que pudo. Solo esperemos que tu amiguito sea lo suficientemente listo como para no denunciarlo. No había pensado en esa posibilidad, pero Samuel estaría en todo su derecho de acudir a la policía. ¡Podría estar levantando la denuncia en este momento! Me preocupa la posibilidad de que mi papá vaya a la cárcel, a pesar de ser un hombre fuerte y sano, tiene 65 años. No lo parece, pero ya es viejo y la cárcel sería demasiado para él. Todo el enojo en contra mi papá se esfuma, me siento mortificada ante la idea de verlo en la cárcel. Tomo mi celular, si por algún milagro Samuel contesta mi llamada, le diré que mi papá es senil, que no es responsable por sus acciones. Tomará otro milagro para que me crea, mi papá está lejos de parecer un anciano indefenso cuya mente ya no está lucida. –¿Qué haces? –pregunta mi mamá al verme marcar. –Le pediré a Samuel que no vaya con la policía… Ella me quita el celular de las manos. –No seas boba, Víctor fue muy claro al respecto, no quiere que se vuelvan a comunicar. Deja de buscar más problemas –me advierte. –No puedo quedarme de brazos cruzados, si meten a papá a la cárcel… Mi mamá suelta una carcajada seca. –No seas absurda, quien debe preocuparse si hay una denuncia es tu amigo. Víctor tiene demasiados conocidos poderosos, no pisaría la cárcel ni un día. Me siento al borde la cama, confundida. Sé que mi papá tiene bastante dinero, jamás está desocupado y mucha gente lo respeta, es un hombre importante dentro de los negocios, pero no hasta el punto de poder burlar a las autoridades. –Lo mejor será que nos olvidemos de este desafortunado incidente. Con un poco de suerte aquí se acaba todo –dice mi mamá con ese tono de voz que conozco tan bien. El que significa “fin del asunto” y no podemos volver a tocar el tema, una vez que mi mamá lo utiliza no hay vuelta atrás, estamos obligadas a seguir adelante como si nada hubiera sucedido. Samuel, como tantos otros temas, está ahora bajo tierra. Asiento con pesar y mi mamá me dedica una de sus sonrisas fingidas que tanto odio antes de salir de mi habitación. Me recuesto sobre la cama sintiéndome abatida. Me es imposible conciliar el sueño, el tema puede estar bajo tierra, pero las imágenes están nítidas en mi cabeza. Pasan las horas mientras lloro y doy vueltas en la cama temiendo lo que Samuel piensa de mí, lo que les dirá a sus amigos. Sus ojos llenos de temor me duelen, pero más me duele mi situación. Puede que por fuera parezca una persona normal, pero en realidad estoy aprisionada por mis circunstancias. Hace un año dejé la universidad para estar más tiempo con mis padres, la familia pasó por un momento muy duro al morir mi hermano Nicolás y yo creí que era mi deber de hija estar con ellos y apoyarlos. Paso casi todo el día en casa, a pesar de que mis padres me ignoran el 90% del tiempo que estoy aquí. Solo puedo salir de casa si voy con nuestro chofer Iván o en compañía de Miranda, la única amiga que mis padres aprueban. Cero citas, cero amigos, cero escuela, siempre vigilada, pero ni eso parece complacerlos… parece que nada de lo que hago está bien ante sus ojos. Temo nunca darles gusto. Muchas veces he pensado en irme y quitarles ese poder que tienen sobre mí; vivir sin guiarme por sus opiniones, pero no puedo. Son mis padres y jamás podría darles la espalda, no soy esa clase de persona ingrata que abandona a su familia. En resumen, estoy atrapada. El Intruso Guapo Me levanto de la cama en cuanto veo los primeros rayos de sol asomarse por la ventana. Ya no soportó estar acostada. Mi cara y mis ojos están hinchados de tanto llorar anoche, no planeo salir de casa así que me da lo mismo. Mi teléfono vibra, posiblemente sea Miranda para preguntarme cómo me fue en la cita de anoche. ¡Si supiera! NÚMERO DESCONOCIDO: Eres una perra asquerosa. Me sobresalto. ¿Quién escribió esto? Leo el mensaje varias veces anonadada. Después de un rato, concluyo que se trata de un error, posiblemente alguien se equivocó de número de teléfono. Ni siquiera vale la pena que conteste. Veo películas y pierdo el tiempo toda la mañana, mi amiga Miranda me escribe y le pido que venga a verme, ni por error deseo salir a la calle, pero ya no me apetece estar sola. Miranda llega en poco tiempo, no se toma muy enserio la universidad así que, como yo, tampoco tiene mucho que hacer. Le cuento lo sucedido, ella era la única persona que sabía que iba a salir con Sam anoche. Me escucha anonadada. –Pero tu papá es un viejo, ¿de dónde sacó la energía para hacer eso? –pregunta con sorpresa. Me molesta que hable así de mi papá, pero, dado lo que ocurrió, lo dejo pasar. –Al parecer no lo es tanto. Hubieras visto la cara de Sam cuando lo encañonó, jamás podré olvidar sus ojos. Me siento tan culpable. –¿Culpable? Pero si no lo hiciste tú. ¿Ya hablaste con Sam? ¿Qué te dijo de todo esto? –me pregunta Miranda. –¿Estás loca? ¡No! Jamás hablaré con él de nuevo, además, dudo que él quiera saber de mí y yo no quiero ponerlo en riego. –Genial, otro galán perfectamente aceptable que se te va… –dice con hartazgo. Miranda conoce bien todos mis romances frustrados por las prohibiciones de mis padres y, a pesar de que lo intenta, no logra entender por qué no puedo ir en contra de lo que ellos quieren. –En verdad era simpático –digo con pesar. –Al menos deberías preguntarle cómo se encuentra o intentar calmar las aguas, puede que presente cargos contra tu papá y pues, digo, sí se pasó, pero sería horrible que viniera la policía por él. –Mi mamá cree que no debemos preocuparnos por eso, dice que mi papá tiene muchos contactos que lo ayudarán. –¿Contactos? Tu papá es florista. No te ofendas, yo sé que tiene florerías por toda la ciudad y que tienen mucho dinero, pero no me suena a que alguien gane esa clase de influencia vendiendo flores. –Eso dice ella, tal vez conoce a alguien del gobierno por la importación de flores exóticas o ha recibido pedidos de gente importante. Yo qué sé –contesto encogiéndome de hombros. –Mmm puede ser, tal vez se ganó la estima de algún cliente, le mandó flores a la esposa de un político infiel y calmó una tormenta. –Supongo que sí. Ya sabes que a mí nunca me dicen mucho sobre los negocios de la familia. Miranda hace cara de desagrado. –¿Para qué quieres saber? Suena aburridísimo. Pasamos el resto del día perdiendo el tiempo viendo televisión y hablando de conocidos. En la noche, Miranda me insiste para que salgamos de fiesta. Temo que mis padres se molesten si salgo, no he hablado con mi papá en todo el día y no sé si esté enojado conmigo por haber salido en una cita a sus espaldas. Tomo aire y bajo las escaleras para avisarle que saldré. Mi papá está en el comedor rodeado de intrusos. Entro y al instante todos guardan silencio. Mi papá no alza la mirada, está concentrado leyendo unos documentos. –¿Qué no piensas salir a que te dé el aire? Te vas a convertir en otro mueble de esta casa como tu mamá –dice sin alzar la mirada. –Sí, justo saldré en un rato –digo con alivio. –Bien. Que Iván las lleve a donde vayan –dice antes de hacer un ademán para darme a entender que me retire. Asiento y subo las escaleras a prisa. Nos toma casi dos horas arreglarnos, nos probamos diferentes vestidos y nos tomamos fotos con cada uno. Miranda se considera a sí misma una maquillista semiprofesional después de tantos tutoriales de YouTube que ha visto así que dejo mi arreglo en sus manos. Entre risa y risa el mal trago del día anterior va quedando atrás. Miranda decide usar una minifalda blanca con un top rojo y yo me pongo un vestido corto color azul. Una vez que estamos listas, bajamos las escaleras con cuidado, un paso en falso con estos tacones y son dos pisos de caída. –El chofer lleva rato esperándolas –dice una voz profunda desde el pasillo mientras bajamos las escaleras. Reconozco la voz al instante, es el mismo intruso que me impidió ayudar a Sam anoche. Me giro para fulminarlo con la mirada... ¡Qué guapo es! El intruso me mira de regreso con sus profundos ojos azules y de pronto me siento intimidada. Hay cierta arrogancia en el modo en el que se para, como si esta fuera su casa y yo estuviera aquí de visita. Es el intruso más guapo que he visto en mi casa. Por lo general, los intrusos tienen mala pinta, aunque quieran ocultar sus tatuajes e intenten hacerse pasar por hombres de negocios. Tal vez es mi imaginación, pero hasta el traje de este intruso se ve diferente, más caro... soy buena detectando cuando la ropa es costosa. El intruso pasa su mano sobre su sedoso cabello rubio y, por un momento, me imagino qué se sentiría pasar mis manos por esa hermosa cabellera. Me giro súbitamente y paso de largo de dónde él está, pretendiendo que su aspecto físico no me afectó. –Lo sé –digo con fingida indiferencia. –Diviértete, muñeca. Él me mira de arriba a abajo con descaro ¿Quién se cree este tipo? Soy la hija de su jefe, debería al menos fingir discreción si va a mirarme de esa forma. –¡Qué hombre tan guapo! –exclama Miranda en cuanto subimos a la camioneta–¿Qué hacías perdiendo el tiempo con Samuel cuando tienes a ese bombón en tu casa? Iván, el chofer, nos mira por el retrovisor aguantándose la risa. –No sé de qué hablas –le contesto fingiendo demencia. –Oh, por favor, no me digas que no lo habías visto. Puedo sentir como me sube el color, sonrío porque no puedo fingir. –Claro que sí lo había notado –contesto bajando la voz para que Iván no me escuche. –¿Por qué no me habías contado? ¿Cuánto llevas ocultando esta preciada información? Pongo los ojos en blanco. –A penas lo vi anoche por primera vez. –Pero, ¿cómo se llama?, ¿a qué se dedica? –insiste. –No lo sé... Bien sabes que nunca hablo con los intrusos que mi papá trae a la casa. Ha de dedicarse al comercio de flores, como los demás. –Pues ahora tienes la misión de averiguar todo lo que puedas sobre el Intruso Guapo. En verdad que no sé dónde tienes la cabeza, Liv. –No está tan guapo –me defiendo– Está aceptable, pero su nariz es muy grande y es demasiado alto. Además, no me encantan los hombres de cabello rizado. –Está mucho más que aceptable y lo sabes. Su nariz hace juego con sus ojos grandes y por lo de la altura… siempre puedes usar tacones más altos; además, no creo que Intruso Guapo se oponga a agacharse para darte un beso. –¿Intruso Guapo? ¿Ese es su nombre ahora? –pregunto poniendo los ojos en blanco. –Lo será hasta que averigües su nombre, preferentemente durante su primera cita –dice Miranda guiñándome un ojo. Suelto la carcajada. Me sonrojo nada más de pensarlo, pero descarto la idea al instante y cambio de tema. No imagino la tormenta que se desataría en mi casa si yo saliera con Intruso Guapo. Mi papá y su pistola aparecerían en escena seguramente, y si no, al menos él perdería su trabajo... no vale la pena arriesgarse. Nueva Realidad Al llegar a la fiesta, inmediatamente reconozco al hermano de Samuel, Martín, entre la gente. Me siento mortificada, pero prefiero no decirle a Miranda. Ella no tiene idea de que él está aquí y sigue como si nada. Yo finjo ignorar que Martín está hablando de mí con sus amigos; todos en su grupo me miran con recelo, como si yo hubiera mandado a golpear a Samuel. Quiero huir, sus miradas insistentes me intimidan. Tienen todo el derecho a odiarme, pero yo también tengo el derecho de rehuir su odio. –¡Hola! –nos saluda Laura, una ex compañera de la carrera– ¿Cómo están? Se ven súper lindas. –Gracias, tú también –contesta Miranda y comienza a hacerle la plática. Yo asiento, pero no escucho lo que dicen, mi mente solo puede pensar en los ríos de odio que fluyen en mi dirección. No me había pasado por la mente que me encontraría a algún conocido de Samuel y mucho menos a su hermano. –Olivia, ¿vienes sola? –escucho que Laura dice mi nombre –¿Perdón? –pregunto distraída. –Escuché que tú y Samuel han estado saliendo. Me alegro por ustedes. No es mi tipo, pero parece simpático. Siento un hoyo en el estómago. Por un momento no sé qué decir, olvido mi propio idioma y no puedo hilar una respuesta coherente. Miranda me ve sin saber cómo ayudarme. –No, para nada –contestó casi en un chillido–, quién sabe de dónde salió ese rumor. –Alguien lo inventó, pero es solo un chisme sin fundamentos –interviene Miranda. –Oh, lo siento, creí que era verdad. Lástima, harían una bonita pareja –dice Laura. Su comentario me duele, yo también creo que haríamos una bonita pareja, pero eso jamás sucederá. –Ni creas, Olivia trae detrás a un galán de verdad, Samuel no le llega ni a los talones –interviene Miranda. –Ah, ¿sí? ¿Quién es? –pregunta Laura. –¡Un tipo divino! Está para morirse, guapo, alto, buen gusto para vestir... lo tiene todo –exclama Miranda. La miro con ojos de súplica para que pare, pero ella me ignora. –Vaya, pues suena bien, y... ¿dónde está este hombre de ensueño? –pregunta Laura incrédula. –No pudo venir, tenía planes, pero está para morirse. Es algo mayor que nosotras, pero es sexi de veras. –No es para tanto –intervengo esperando que Miranda se calle de una vez por todas. –Vámonos antes de que papi nos encañone –dice Martín, quien viene caminando hacía mí con dos amigos. Los tres me miran con desprecio, como si yo fuera una criatura desagradable a la vista. Miranda entiende la alusión y se dispone a contestar, pero yo la detengo tomándola del brazo. –Solo ignóralos –le susurro. Ella me mira con ojos de asesina como diciendo “¿en verdad no harás nada?”, pero yo no deseo hacer el problema más grande. –¿Te vas a quedar callada? –me pregunta sorprendida. –Prefiero no hacer una escena –le respondo como si no me importara, aunque en realidad tengo ganas de salir corriendo de aquí de lo incómoda que estoy. –Eso fue lo que pensé, no eres tan valiente cuando tu papi no está aquí para ayudarte –dice Martín claramente enojado. –¡Piérdete! Puede que su papá no esté aquí para defenderla, pero yo sí y te estás metiendo con las chicas equivocadas –le responde Miranda desafiante. –Mi hermano tuvo que recibir puntadas en la frente después de lo que su psicópata padre le hizo –dice Martín entre dientes. –Lamento mucho lo que sucedió, me siento terrible con Sam. Por favor, dile que lo siento... –le pido mortificada. –Tus disculpan no significan nada. Me voy a encargar de que pagues por lo que le hicieron a mi hermano... –¿Por qué no te largas de una vez? Déjanos en paz –me defiende Miranda. Mi amiga da un paso adelante para ponerse entre Martín y yo. Levanta la cara en actitud desafiante para demostrarle que no se siente intimidada. Me siento muy agradecida de tener una amiga como ella. Martín da otro paso para adelante, como si estuviera listo para un enfrentamiento físico. Por un momento temo que vaya a agredir a Miranda, pero uno de sus amigos lo toma del hombro para detenerlo. –Tranquilo, no vayas a cometer una imprudencia. Mejor vámonos –le susurra. Martín acepta de mala gana y se alejan de nosotras, no sin antes fulminarnos con sus miradas. –¿Qué fue todo eso? ¿Me perdí de algo? –pregunta Laura. –¡No! De nada –contesto con más énfasis del que ameritaba. Erick, el novio de Laura, y dueño de la casa en donde estamos, se acerca con cara de pocos amigos. –Tal vez es mejor que te vayas, Olivia, no te quiero en mi casa –me dice de mal modo. –¿Qué te pasa? No le hables así a mi amiga –reclama Laura, indignada. –Ella sabe por qué lo digo. Olivia, no quiero gente como tú en mi casa. Vete –me ordena con el ceño fruncido. Quiero que me trague la tierra y, por la expresión en el rostro de Miranda, sé que ella quiere lo mismo. –Tranquilo, Erick, esto es un mal entendido –justifica mi amiga. –No lo es, para mí todo está muy claro: vete en este momento o te saco arrastrando de mi casa –me amenaza. La gente que está a nuestro alrededor voltea para ver qué está sucediendo. La mayoría son antiguos compañeros de la escuela, pero nadie dice nada en mi defensa. Solo se limitan a murmurar entre ellos. Jamás me he sentido más humillada en mi vida. –¡Esto es absurdo! Conoces a Olivia, sabes cómo es – exclama Miranda, molesta. –¿Qué está pasando? ¿De qué hablan? –pregunta Laura tratando de entender lo que sucede. Erick me toma del brazo y comienza a llevarme hacia la puerta de salida, su agarre me está lastimando. –¡Sí, saquen a esa perra! –grita alguien entre la gente. –Está bien, me voy, no tienes que hacer esto –digo con ganas de desaparecer. Erick me suelta. Al girarme, veo que Miranda está justo detrás de nosotros. –¿Qué te pasa, Erick? –pregunta Miranda cada vez más molesta. –Que quiero que Olivia se largue de mi casa en este momento, eso me pasa –contesta Erick furioso. Miranda va a reclamar, pero le hago una seña para que guarde silencio. –Está bien, ya me voy –digo sintiéndome diminuta. –Voy contigo –ofrece Miranda, pero sé que lo que realmente desea es quedarse, en la fiesta está un chico que le encanta y sé que tenía muchas ganas de estar con él. –No, quédate. No tiene caso que tú te vayas. Yo estaré bien, lo prometo. Miranda hace puchero, intenta fingir que le pesa quedarse, pero no lo logra. Por dentro está aliviada de poder quedarse, la conozco bien. –De acuerdo, si no te molesta, me quedo –dice con una sonrisa de alivio. –Olivia, no vuelvas a acercarte a mi casa, no eres bienvenida aquí –me advierte Erick mientras salgo. Muchos pares de ojos me siguen a la salida. Hace mucho frío afuera, pero casi no lo siento, la humillación me da calor. Hago mi mejor esfuerzo para contener mis lágrimas, no quiero soltarme a llorar a media calle, pero es difícil contenerme dado que acabo de perder a todo mi círculo social. Ni siquiera los culpo, es entendible que tengan miedo después de lo que sucedió ayer. Nunca volveré a salir en una cita, dudo mucho que haya algún valiente que se atreva a invitarme a salir ahora que el rumor sobre lo que hizo mi padre se ha esparcido. Miro alrededor en busca de Ivan, pero en su lugar encuentro a alguien más. –¿Te vas tan pronto? –me pregunta el Intruso Guapo. Está recargado sobre un BMW M8 Coupé azul mientras fuma un cigarrillo. –¿Qué haces aquí? –pregunto sorprendida. –Ivan tenía otras cosas que hacer, así que me ofrecí para cubrirlo –responde. ¿De qué está hablando? En todos los años que Ivan a trabajado para nosotros jamás se ha ausentado a la mitad del trabajo por ningún motivo. Yo sé que él sería incapaz de hacer esto, el Intruso Guapo claramente está mintiendo. –¿Qué cosas? –pregunto con suspicacia. Genial, después de lo que acaba de suceder lo único que quiero es irme a casa, no tengo ganas de lidiar con este extraño pretensioso. –¿Quieres que te lleve a tu casa o no? Aunque es un poco temprano si me lo preguntas –dice haciendo una mueca. –No te estoy preguntando tu opinión. Quiero irme a casa, me duele la cabeza –miento. –Entonces vámonos –me dice y en ese momento abre la puerta del lado del pasajero para mí. Me subo al auto renuente. Lo primero que noto es el olor a nuevo. Me encanta el aroma de los autos nuevos. El Intruso Guapo rodea el auto y se sube en el asiento del conductor. –¿Te divertiste? –me pregunta mientras nos ponemos en marcha. –Sí –miento. –No parece que te hayas divertido, de hecho te ves alterada. –Ivan normalmente guarda silencio durante los recorridos, deberías hacer lo mismo –le respondo groseramente. El Intruso Guapo suelta una carcajada sin dejar que mi rudeza lo haga sentir mal. Sé que no es su culpa que me hayan corrido de la fiesta, pero me es inevitable sentirme irritada. Lo miro de reojo, Miranda tiene razón, es guapísimo. Por alguna extraña razón, eso me irrita aún más. Cuando llegamos a mi casa, él se baja del coche y abre la puerta para mí. Caminamos hacía el pórtico en silencio. Ya me siento un poco mejor, así que me giro para agradecerle y en ese momento siento sus labios sobre los míos. Su beso es dulce y suave, me toma unos segundos reaccionar y empujarlo lejos. –¿Qué crees que estás haciendo? –le pregunto estupefacta. –Me dijiste que guardara silencio, pero no mencionaste nada de besarte –me dice guiñándome un ojo. –¡No vuelvas a hacer eso! –le grito enojada. Lo vuelvo a empujar y me doy la media vuelta para entrar a la casa. ¿Quién se cree que es este tipo? Acoso en línea Despierto sin haber logrado sacudirme el mal sabor que me dejó lo ocurrido en la fiesta de anoche. No puedo creer que haya sido sacada a la fuerza de una fiesta. ¡Qué humillante! Reviso mi celular y me sorprende la cantidad de mensajes que tengo sin leer. Uno es de Miranda preguntando si llegué bien a casa, otro es de Laura preguntando si lo que le contó Erick es verdad, otros son de conocidos preguntando lo mismo que Laura y luego hay muchos de teléfonos que no conozco y al leerlos siento que se me hiela la sangre. Los mensajes son horribles, hay de todo: insultos, amenazas, injurias, burlas... ¿Cómo obtuvieron mi teléfono? Borro todos los mensajes sin leerlos y conforme lo hago, me llegan más notificaciones de mensajes nuevos. Samuel tal vez no fue con la policía, pero se aseguró de que todos supieran la “clase de personas” que somos yo y mi familia. Al cabo de un rato, apago mi celular para dejar de recibir mensajes. Abro la laptop para escribirle a Miranda, pero mi correo y mis redes sociales están igual de llenas de odio que mi teléfono. Me siento como una de esas personas que son captadas en video maltratando a un perro y la muchedumbre de las redes se les va encima. Apago la laptop y la escondo dentro de mi armario, como si eso pudiera evitar que le lleguen más mensajes. ¿Cómo sucedió esto? Esas personas que me escriben ni siquiera me conocen, pero ya me dedican los peores insultos. Me quedo en cama hasta que el hambre es más fuerte que yo y me levanto para bajar por comida. Me asomo al pasillo. La casa está en silencio, no escucho a mi mamá, ni a las señoras del servicio, ni las voces de los intrusos en el comedor. Es un alivio poder estar sola. Justo ahora no quiero ver a nadie. Bajo las escaleras, entro a la cocina y encojo la nariz, huele a cigarro, tal vez mi mamá ha estado fumando a escondidas de nuevo... al menos podría tener la decencia de abrir la ventana. Tomo la caja de cereal, lo sirvo con desgana. No tengo deseos de comer, solo quiero que pare el hambre para poder volverme a recostar sobre mi miseria. –¿Cómo va el dolor de cabeza? –escucho una voz detrás de mí. Me giro para encarar a mi acompañante. Es el Intruso Guapo, está fumando sentado en la cabecera de la mesa de la cocina. Las plantas de mi mamá me bloquearon la vista y por eso no noté que estaba aquí cuando entré. Mi corazón comienza a latir a toda velocidad, parte por el susto y parte por la pena de estar en pijama delante de él. –Qué te importa –contesto con rudeza, aun molesta por el beso de anoche. –Siéntate –me ordena señalando la silla frente a él. El plan es regresar a mi habitación, pero mi cuerpo tiene vida propia, lleva mi plato de cereal a la mesa y toma asiento en donde él me indicó.¿Por qué hice eso? ¿Por qué no me fui a mi habitación como tenía planeado? Ya es muy tarde, ahora sería extraño pararme e irme. –¿Cómo está tu novio? Seguro que lloró mucho de camino a su casa esa noche –dice con mofa. –No es mi novio y lo que le sucedió no fue gracioso. Le tuvieron que poner puntos después de lo que le hizo mi papá –le contesto con el ceño fruncido. –Va a estar bien, es solo un bebé llorón. –No, lo que pasó estuvo muy mal y te recuerdo que tú me impediste ayudarlo –le reclamo. –Sí, supongo que fue el morbo de ver qué tan lejos llegaría Víctor –dice con indiferencia y le da otra calada a su cigarro. Miranda tiene razón, sí es muy guapo. Su nariz no parece tan grande ahora, tal vez son sus ojos azules los que ayudan a desviar la atención. Su cabello claro tiene destellos dorados por el sol que entra desde la ventana; el cabello rizado no lo hace verse desaliñado como a la mayoría, al contrario, se ve elegante, tal vez es su traje gris oscuro o el porte con el que lo lleva. Él se ve tan apuesto y soy penosamente consciente de que mi pijama morada dice “belieber” sobre mi pecho, espero que no sepa lo que eso significa o va creer que soy retrasada. Envidio la seguridad con la que él se maneja, parece que él vive aquí y yo soy la visita que está invadiendo su espacio personal. –¿Morbo? Qué cosa más horrible, se trataba del bienestar de una persona –digo ignorando mi propia vergüenza. –Por favor, como si al mundo le hiciera tanta falta otro hipster con barba de leñador... entra a cualquier restaurante vegano y te vas a encontrar diez de esos. Muy a mí pesar se me escapa la risa. Me siento fatal y pongo mi mano sobre mi boca para contenerme. –Ese no es el punto –digo recuperando la seriedad. –No, el punto es que eres demasiado bonita como para desperdiciar tu tiempo con un perdedor como él. Siento cómo se sonrojan mi mejillas. Cree que soy bonita. Me ordeno mantener la calma, no puedo permitirme sentir nada por este hombre arrogante, por más guapo que sea. Trabaja para mi papá, fijarme en él solo me va a traer problemas. Debo mantenerme fría y distante. –Tú no eres quien decide eso –declaro con voz firme. –Eso crees tú –musita él indiferente. Arrugo la frente, ¿qué significa eso? Voy a preguntarle, pero en ese momento escucho que se abre la puerta principal seguida de la voz de mi papá dando instrucciones a alguien. –Mañana quiero que estés presente cuando lleguen y las recibas. Si algo sale mal será tu culpa –dice mi papá con severidad. –Nada saldrá mal, Víctor –responde un intruso. –Bueno, han vuelto –dice el Intruso Guapo y se pone de pie– Será mejor que vaya con ellos. Antes de salir de la cocina me dedica una sonrisa avasalladora. Pretendo ignorarlo mientras como mi cereal. Una vez que termino, subo a mi habitación y vuelvo a recostarme. Por insensatez, reviso la laptop y veo que el número de correos ha crecido. Los vuelvo a borrar. Prendo mi celular y también borro los mensajes nuevos. No hay fin. Facebook... Instagram... no me doy a basto para borrar y bloquear gente. Termino por cancelar mis redes, al menos hasta que pase la tormenta es mejor mantenerme en el anonimato. Apago el celular y lo meto al cajón de mi buró. Una forma de distraerte Miranda llega de visita unos días más tarde. No tengo ganas de verla, no por ella, es solo que no quiero hablar de la fiesta, ni explicarle por qué desaparecí del plano cibernético. Pero nada de lo que pasó es su culpa así que la hago pasar a mi habitación y le sonrió como si me diera gusto tenerla ahí. Ya sabe del acoso que he estado sufriendo en línea, al parecer la historía de lo que mi papá hizo se difundió entre todos nuestros conocidos, así que ya ha visto varias publicaciones en redes al respecto. Miranda cree que todo el asunto se olvidará en unas cuantas semanas y tiene una propuesta para distraerme mientras eso sucede. –La asistente de mi papá tuvo un accidente, un conductor ebrio la atropelló anoche y se dio a la fuga. Se ha roto ambos fémures y va a estar en reposo durante algún tiempo. –¡Qué tragedia! –exclamo con espanto y por un momento me siento afortunada, mis problemas parecen pequeños a comparación de eso. –Para ella, para ti no tanto –responde Miranda. –No entiendo. –Mi papá necesita una asistente de inmediato y quién mejor que tú –confiesa como si fuera la solución obvia. –Es broma, ¿no? ¿Cómo voy a ser su asistente? Yo no sé nada de automóviles –argumento, ni siquiera tengo claro qué hace el papá de Miranda, sé que es director de una empresa automotriz, pero los detalles se me escapan– ¿Por qué no la sustituyes tú? –Oh, eso es lo que él quería, pero ya sabes que no me entiendo con mi papá. Seríamos como perros y gatos. Además, no necesitas saber nada de automóviles para contestar el teléfono y sacar copias. Anda, no tienes planes para regresar a la escuela pronto, te queda de lujo la distracción y a mí me quitas el engorro de pasar tiempo padre e hija. Anda. Empiezas el lunes. –La idea de dejar la escuela un rato era para poder estar con mis papás… –le recuerdo. –Liv, basta –Miranda deja de sonreír y se endereza, como si fuera a pronunciar un discurso ante el Congreso–. Entiendo a la perfección que lo que le sucedió a tu hermano fue una tragedia y sabes que tienes todo mi apoyo en lo que decidas, pero sé sincera, estás en tu casa, pero nunca con tus padres ¿De qué les sirve tenerte aquí encerrada en tu habitación? Llevas meses así y no es sano. Después de lo que pasó con Samuel es obvio que no vas a querer regresar a la escuela pronto, pero necesitas hacer algo para distraerte. Esto solo va a durar unas semanas... a lo mucho un par de meses, tiempo perfecto para que se calmen las aguas y tú te inscribas el semestre que viene. Miranda tiene razón. Dejar la escuela no ha servido de nada, el dolor de todos sigue ahí y yo solo me he atrasado en mis estudios. Tal vez ganar un poco de experiencia laboral no es tan mala idea. –Debo hablar con mis padres. –Por favor, Olivia, ¿en qué planeta es normal pedirles permiso a tus padres para trabajar a tus 20 años? –No es pedirles permiso... después de lo de Nico se pusieron todavía más raros y tal vez no les encante la idea de que pase tantas horas al día fuera de casa, ese fue el principal problema con la escuela, ¿recuerdas? –Sí te entiendo, pero no puedes vivir encerrada en casa por siempre para que ellos se sientan tranquilos. –Realmente no lo entiendes –le digo. Lo considero un momento y entre más le doy vueltas, más me agrada la idea: Salir de casa, ver gente diferente que nada sabe de lo sucedido con Samuel y olvidarme de todo un rato. –Liv, no te voy a mentir, esto de tu padre ha sido realmente malo para tu reputación, la gente está diciendo las cosas más locas... necesitas un cambio de aires. Esta es la oportunidad perfecta. –Espera, ¿a qué te refieres? ¿qué están diciendo de mí? –No debes darle importancia... es un rumor loco de que tu papá es un jefe de la mafia... ¡es ridículo! El problema es que hay gente que lo está creyendo... –¡¿Qué?! ¡Eso es terrible! –chillo indignada–. Mi papá perdió la cabeza un minuto, eso no lo hace un mafioso. Siento un hoyo en el estómago. Es absurdo, mi papá puede tener un mal temperamento, pero es un hombre honesto. Desafortunadamente, no es la primera vez que escucho esta acusación ridícula; en el funeral de mi hermano, un primo tuvo la audacia de decir que Nico había sido asesinado por los negocios turbios de mi papá. Mi tío Gus sacó a ese primo a patadas del funeral y no lo hemos vuelto a ver desde entonces. Nunca le conté a Miranda sobre ese incidente, parecía una bobería en ese momento, y ahora tampoco le diré nada. Solo porque otra gente esté repitiendo esa absurda teoría no la hace verdad. –Ya te dije que en unos días nadie lo va a recordar, solo creo que sería bueno que te distrajeras mientras esto se olvida –dice Miranda. –Sí, tal vez sea lo mejor –contesto. –Ve ahora mismo a hablar con tu padre que el mío necesita una respuesta de inmediato. Miranda me empuja fuera de la habitación y se echa sobre mi cama a revisar su celular. La miro desde afuera con recelo, para ella todo es fácil. Bajo las escaleras sintiendo que tengo 10 años. Esto no debería ser tan complicado, soy un adulto, si quiero trabajar, lo hago, punto. Pero mi vida no funciona así, yo no tomo decisiones sin considerar lo que piensan mis padres. Odio que así sea, pero es la realidad. Mi padre está en su oficina, lo escucho hablar por teléfono. Me paro frente a la puerta y repaso mentalmente lo que quiero decir, las palabras exactas para que no pueda poner peros. Mi padre me debe esto, después de todo, mi situación de paria social es principalmente su culpa. Voy a tocar la puerta, pero me la pienso mejor y doy la media vuelta para regresar cobardemente a mi habitación. Al girar, mi hombro choca con un objeto sólido. –Cuidado –me dice el Intruso Guapo. –Lo siento –respondo avergonzada. –¿Quieres hablar con tu padre? –me pregunta mientras me toma por los lados para asegurarse de que no vaya a perder el equilibrio. –No, digo… sí, bueno parece ocupado, puedo regresar después. –No está tan ocupado, pero si prefieres, puedes hablar conmigo –me dice con una discreta sonrisa en los labios. Luego toma un mechón de mi cabello y lo acomoda detrás de mi oido con un movimiento suave. Sus dedos rozan mi mejilla y el contacto me hace estremecer. Trago saliva dolorosamente consciente de lo cerca que estamos uno del otro. A esta distancia puedo oler su loción, es fresca y hace que mis piernas tiemblen de deseo. Me pregunto qué se sentirá estar entre sus brazos... Sacudo la cabeza. ¡¿Qué está mal conmigo?! ¿Por qué estoy oliendo a este extraño? –No necesito intermediarios. Gracias –respondo dando un paso hacia atrás. –Tal vez puedo ayudarte –ofrece el Intruso Guapo dando un paso adelante que acorta la distancia entre nosotros. –No puedes –me hago un lado para esquivarlo y me encamino a las escaleras, pero él me toma del brazo y me detiene. –Aún no he terminado de hablar contigo –dice jalándome hacía él. Intento zafarme, pero él cierra más su mano sobre mi brazo. –¡Suéltame en este momento! –le ordeno. –Te dejo ir cuando me digas qué es lo que necesitas – responde con calma, como si no estuviera reteniendo a la hija de su jefe contra su voluntad. –No tengo nada que decirte. Es un asunto privado que no te concierne –le respondo. Parece divertido. Su mirada me pone los nervios de punta. Quiero irme, pero aún me tiene agarrada y no da señales de querer soltarme pronto. No entiendo qué gana con presionarme. Muevo los brazos para que me suelte. –Todo lo que tenga que ver contigo me concierne, muñeca –me dice con una sonrisa pícara. –Deja de llamarme muñeca, mi nombre es Olivia –le respondo irritada. –Lo sé, pero me recuerdas a una muñeca con esos hermosos y enormes ojos tuyos y tu piel de porcelana –me explica sin dejar de sonreír. Mi pulso se acelera y siento que mis mejillas están ardiendo. Espero que no lo note. Es tan absurdo, el Intruso Guapo me dice que tengo ojos hermosos y me quedo sin palabras. Nos miramos en silencio. Él también tiene ojos hermosos, aunque los suyos no son dulces como los de una muñeca, sino feroces como si fuera un depredador listo para atacar. –Por favor, suéltame –le pido finalmente. Él hace lo que le digo. –Ven, háblame de este asunto privado. Pone su mano en mi espalda y me guía a la cocina. Entra después de mí. La cena ya se está preparando, el olor a estofado inunda la habitación. Hago una mueca, odio el estofado. La cocinera lo sabe y no le importa. A veces creo que lo prepara seguido solo para molestarme. No nos caemos bien, lleva diez años trabajando aquí y nunca nos hemos caído bien. Ella cree que soy quisquillosa con la comida y a mí su cara sudorosa se me hace la manera más efectiva de arruinarme el apetito. –Déjenos solos –ordena el Intruso Guapo a la cocinera y a su asistente. La cocinera nos mira desairada. Se queda quieta en su lugar para que nos quede claro que no va a moverse, esta es SU cocina y no obedece órdenes de nadie. El Intruso Guapo se gira hacia la asistente con exasperación. –¿Es sorda? –le pregunta refiriéndose a la cocinera. Me cuesta trabajo contener la risa. –No lo soy –contesta la aludida. –Entonces, ¿qué esperas para salir? Te di una orden – declara el Intruso Guapo con un tono de voz firme que no deja espacio para retos. Esta es la cocina del intruso ahora. La cocinera duda unos segundos antes de hacerle la señal a su asistente para que salgan. Nunca había visto que alguien pudiera amedrentarla así y lo sumo a la lista de cosas que encuentro fascinantes acerca del Intruso Guapo. Ya solos, tomamos asiento en la mesa de la cocina, en los mismos lugares que ayer. –Comienza a hablar –me indica tranquilamente. Resoplo resignada. Contarle es una pérdida de tiempo, pero por alguna razón no quiero negarme. –Atropellaron a la asistente del padre de Miranda, mi amiga, y necesita a alguien que la sustituya. Pensaron en mí, Miranda cree que es una buena idea y la verdad tengo ganas de hacerlo. Es solo que… –No crees que a tu padre le encante la idea de que su hija trabaje de secretaria –concluye por mí. –Asistente –lo corrijo. –Claro –dice con indiferencia –¿Necesitas dinero para un algo que te avergüenza pedir? –¿Qué? No, claro que no. No es por dinero… es algo que quiero hacer, no lo entenderías. Es muy tarde para que me inscriba a la escuela y me pareció una buena oportunidad para ganar experiencia laboral –le explico. El Intruso Guapo arruga su frente, como si mi explicación no tuviera sentido. Golpetea sus dedos contra la mesa rítmicamente. Está distraído y ya no me mira. Después de un rato, dice: –Bueno, no vas a necesitar mucha experiencia laboral para ser mi esposa, pero supongo que sí es algo que realmente quieres hacer, no veo por qué no, al menos hasta que nos casemos. Yo me encargo de tu padre, tú despreocúpate de eso –contesta el Intruso Guapo con una expresión seria. Lo miro esperando a que se ría o dé alguna muestra de que está bromeado, pero su expresión seria no cambia. Después de un rato, se me escapa una risa nerviosa. –¿Qué acabas de decir? –pregunto incrédula, dándole una oportunidad de aclarar su extraño comentario. –Que me parece bien que trabajes, por ahora. –Por ahora... ¿mientras nos casamos? –le pregunto con las cejas enarcadas. –Sí, exacto –me responde aún sin reírse. –¿Estás ebrio? ¿Te golpeaste la cabeza al nacer? –le pregunto mirando a mi alrededor esperando encontrar una cámara oculta o algo que indique que esto es una broma. –No y no –responde encogiéndose de hombros. –Vaya... pues... mucha suerte en tu vida –digo antes de levantarme de mi asiento. Comienzo a caminar lentamente fuera de la cocina, aún espero que me grite “¡Hey! Espera, estaba bromeando”, pero eso no sucede. Subo a mi habitación y le cuento a Miranda mi extraña plática con el intruso. Ella está tan confundida como yo. En ese momento alguien llama a la puerta, es mi mamá. –Liv, no me dijiste que conseguiste un trabajo, ¿cuándo sucedió esto? –me pregunta con las manos recargadas sobre sus caderas. Miranda y yo la miramos estupefactas. –¿Era un secreto? –vuelve a preguntar mi mamá y luego comienza a parlotear de forma incesante–. En verdad me siento un poco dolida de que no me hayas contado sobre esto, parece muy repentino. Pero Víctor dice que es lo mejor y me alegro por ti. Tal vez sí te forzamos a pasar mucho tiempo en la casa. Personalmente preferiría que regresaras a estudiar, pero supongo que trabajar también está bien. ¿Cuándo empiezas? La miro boquiabierta ¿Cómo es que sabe de esto? Y, ¿mi padre está de acuerdo? –El lunes, señora Ricci –responde Miranda por mí. –Vaya, qué pronto. ¿Ya sabes qué te vas a poner? –De hecho, estábamos justo hablando de eso y concluimos que necesitamos ir de compras, señora Ricci –vuelve a contestar Miranda en mi lugar. –Claro, pues... diviértanse chicas –dice mi mamá antes de salir. –¿Crees que haya sido el Intruso Guapo? –le pregunto en cuanto estamos solas. –Pues, ¿quién más? ¡Esto es genial! Digo, supongo que eso significa que vas a tenerte que casar con él en agradecimiento, pero... –bromea Miranda antes de soltar una carcajada–. Olvídalo, Liv, ¡qué importa! El punto es que podrás hacer lo que quieres. Asiento algo renuente. No entiendo cómo es que el Intruso Guapo logró esto, pero supongo que Miranda tiene razón, lo importante es que obtuve lo que quería. Le pedimos a Iván que nos lleve al centro comercial y pasamos la tarde mirando tiendas y probándonos ropa. Una vez que hemos comprado más de lo que podemos cargar, hacemos una parada en un café. –Te has perdido de un montón de cosas estando desconectada –me dice Miranda antes de darle un sorbo a su latte. –En verdad extraño mi celular, apenas y lo he prendido desde esa noche –le confieso. Miranda me muestra los eventos más relevantes de los últimos días, los cuales capturó en su carrete para poder enseñármelos más tarde. La estoy pasando tan bien que casi no me percato de que la gente en la mesa de junto está hablando de mí. Casi, pero una de las mujeres me mira con demasiada insistencia para no notarlo. Ellos me ven de arriba a abajo y murmuran. Veo que uno de ellos me toma una foto con su teléfono con mucha discreción. No sé quiénes son, solo sé que la tormenta aún no ha pasado. Samuel debe tener más amigos de lo que imaginé. Me levanto y le digo a Miranda, quien no se ha dado cuenta de lo que sucede, que deseo irme porque tengo dolor de cabeza. Ella acepta de buena gana y caminamos a la salida con nuestras bolsas llenas de ropa nueva. La orquídea amarilla Esta mañana de domingo se siente diferente a las demás, es el día previo a que inicie mi nuevo trabajo y eso me tiene muy emocionada. Salgo a andar en bicicleta por el parque que está frente a mi casa como acostumbro a hacer todos los domingos. Andar en mi bicicleta rosa con amarillo es mi parte favorita del fin de semana, es de los pocos momentos en lo que salgo de casa sin que mis padres insistan en que Ivan me acompañe. Aquí me siento realmente libre. Después de dar varias vueltas, me detengo frente a mi lugar favorito de smoothies llamado Dextomanía que está al otro lado del parque. Hacer una parada aquí también es parte de mi rutina de los domingos, amo los smoothies de plátano con fresa que preparan en este lugar. El estacionamiento de bicicletas frente al restaurante ya está lleno, así que busco lugar detrás del local, en donde mucha gente estaciona sus bicicletas cuando no hay lugar enfrente. Ya hay varias bicicletas encadenadas a la tubería del agua, coloco la mía junto a una bicicleta naranja con gris y doy la vuelta para entrar al lugar. La fila es enorme. Leo el pizarrón con las especialidades, a pesar de que sé perfectamente lo que voy a pedir. Cuando finalmente tengo mi smoothie, salgo a sentarme en una banca cercana para ver a la gente pasar. Hay mucha gente paseando a sus perros, corriendo y también muchas familias pasando su domingo juntos. Los veo con un poco de envidia, mis padres jamás se dieron el tiempo de llevarnos al parque a mi hermano y a mí cuando éramos pequeños. Mi papá siempre estaba trabajando y mi mamá siempre estaba alegando sufrir dolores de cabeza y tomando píldoras para dormir. Me hago una promesa a mí misma: si alguna vez tengo hijos, seré la clase de mamá que los lleve al parque a jugar. Una vez que acabo mi smoothie regreso a recoger mi bicicleta y, al dar la vuelta al local, me paralizo, ¡Está arruinada! El asiento está roto, alguien arrancó el manubrio y destrozó ambas llantas con un cuchillo, además de que escribió la palabra “perra” con pintura negra en un costado. Sé que es personal porque las bicicletas de junto están en perfectas condiciones. El acoso en línea ya se volvió real. Doy unos pasos para atrás e intento contener las lágrimas. ¿Qué está mal con la gente? De pronto, me siento extremadamente vulnerable, así que me echo a correr de regreso a casa tan rápido como puedo. Dejo lo que solía ser mi bicicleta atrás, odiaría tener que cargar las piezas por el parque y que la gente se pregunte qué fue lo que hice para merecer eso a mi paso. Se me escapan algunas lágrimas, así que las limpio con un movimiento rápido y sigo corriendo tan rápido como me lo permiten mis piernas. Ya lloraré cuando esté sola, pero no aquí afuera en donde quien sea que me hizo esto puede verme y regocijarse con mi tristeza. No me detengo hasta llegar al pórtico de mi casa y aún ahí no me siento totalmente segura. Miro constantemente sobre mi hombro para ver si alguien me siguió a casa, pero solo veo gente normal caminando sin prestarme atención. Respiro profundamente antes de entrar, debo estar tranquila antes de ver a mis padres, no quiero contarles nada de lo que está sucediendo y que hagan el problema más grande. Entro discretamente, escucho a mi mamá en la cocina y de pronto mi padre grita desde el comedor: –¿Ya podemos desayunar? Tengo hambre. –Debemos esperar a que regrese Olivia –le contesta mi mamá con tono de fastidio. Ahora que sé dónde están exactamente ambos, subo a mi habitación lo más rápido posible. Me deslizo contra la puerta una vez que estoy sola. Sigo bastante alterada por lo que sucedió. Me toma unos minutos sacar fuerzas para levantarme y bajar a desayunar con mis padres como si nada hubiera ocurrido. A pesar de que logro fingir que no me pasa nada, por dentro no dejo de preguntarme cuánto más van a durar las represalias por lo que le pasó a Sam. ****** Al día siguiente no necesito ni despertador, estoy muy entusiasmada. Ivan me lleva al lujoso edificio de cristal en el que se encuentra Tropic Motors, la empresa en la que voy a trabajar. Entro a la recepción, explico quién soy y qué hago aquí, las recepcionistas, muy amables, me indican que debo ir al piso 15. Subo en un elevador atestado, veo las caras de todos, ahora son como los intrusos, completos desconocidos, pero sé que con el tiempo conoceré los nombres de todos. Miranda me pidió estar atenta por si había algún prospecto guapo, pero no veo ningún posible candidato. Al llegar al piso 15 varios descienden con prisa, todos parecen saber exactamente lo que hacen y a donde van, todos menos yo. Me acerco a una segunda recepción al fondo y vuelvo a explicar quién soy y qué hago aquí. La recepcionista me lleva hasta mi escritorio. –Bienvenida a Tropic Motos, Olivia –me dice con una sonrisa–, en un momento traeré tu tarjeta de identificación. Mi nombre es Nancy, si necesitas cualquier cosa mi extensión es la 2145. Le agradezco y tomo asiento en mi lugar. La oficina del padre de Miranda, David Torres, se encuentra a mis espaldas. La puerta de cristal biselado está cerrada. Mi computadora ya está encendida, veo que ya tengo una cuenta de correo y varias tareas asignadas, me sorprende la eficiencia con la que se maneja este lugar. La mañana transcurre de prisa entre una tarea y otra, solo vi al padre de Miranda un par de veces, es amable; de hecho, todos son amables. Dos asistentes de otra área me invitan a almorzar con ellas. Son simpáticas, me llevan solo algunos años y entraron a trabajar aquí cuando tenían mi edad. Me dan muchos consejos sobre cómo adaptarme al ritmo de trabajo y me dan más detalles sobre la anterior ocupante de mi puesto. Me siento contenta de estar con gente que no sabe nada de mí, ni del incidente con Sam, es como empezar de cero en una nueva vida. Al regresar a mi escritorio, encuentro una orquídea amarilla con una nota pegada. Me sonrojo, no tanto por creer que tengo un admirador secreto, lo cual dudo porque solo llevo unas horas aquí, sino por la latente posibilidad de que el mensajero se haya equivocado y haya puesto la orquídea en mi lugar por error. Tan solo pensar en la escena de tener que aclararlo me da vergüenza. Abro la nota sintiendo que estoy violando la privacidad de alguien. “Espero que estés disfrutando tu primer día, muñeca. Estéfano.” ¡Vaya! La orquídea sí es para mí. Así que el nombre del Intruso Guapo es Estéfano... es bueno saberlo. Arrugo la frente y resoplo sintiendo cómo empiezo a sonrojarme. ¿Cómo supo que las orquídeas son mi flor favorita? Pongo la flor a un lado y durante el resto del día sonrío cada vez que la veo. Tal vez tiene un sentido del humor extraño, con esa broma de que nos vamos a casar, pero la orquídea fue un detalle lindo de su parte. Comienzo a pensar en formas para agradecerle, pero inmediatamente desisto. Debo alejarme de él. Por más guapo que sea y lo mucho que me atrae, trabaja para mí papá y me puedo meter en serios problemas. Mi papá ni siquiera tolera que hable con los intrusos, si me enredo con uno de ellos va a perder la cabeza. Lo que le hizo a Sam va a ser nada comparado con lo que le hará a Estéfano si salgo con él. Es demasiado arriesgado. Huir de él Terminó mi primera semana de trabajo. Ya es viernes y, para mi sorpresa, he sido una empleada altamente eficiente. Casi no he cometido errores y me he divertido mucho, aún los días lentos son entretenidos porque Miranda me hace compañía por teléfono. No he visto a Estéfano en toda la semana, no sé si ha estado en mi casa o no, parte de mí se siente decepcionada, pero sé que es lo mejor. Debo mantenerme lo más alejada posible de él. Aun si constantemente estoy esperando encontrármelo. Como aún no confío en tener encendido mi teléfono, le escribo a Miranda desde el correo de la oficina para saber si tiene planes. Me responde una hora después diciendo que quiere que vayamos a un bar que se inauguró hace algunas semanas. La idea de tomar shots y coquetear con extraños suena excelente. Sobre todo porque solo iremos nosotras dos, ni Laura, ni Erick, ni Samuel ni nadie que me tenga miedo, odio o ambas. ***** El bar está atestado, nos colocamos cerca de la barra y Miranda pretende usar sus encantos para llamar la atención del bartender para que nos sirva de beber. No es que mi amiga no sea muy guapa, es que la cantidad de gente es excesiva y no logra conseguirnos ni una cerveza. Tengo calor y la música no es de lo mejor, aún así me conforta ver que no conozco a nadie a mi alrededor y que ellos no me conocen a mí. –Creo que es sordo, literal me hace cero caso –se queja Miranda entre empujones. –Seguro sí, intenta más tarde –le sugiero. –¿Intentar qué? Reconocer su voz lanza un escalofrío por mi espalda. Me giro para encarar al Intruso Guapo que está casi pegado a mí. Miranda lo ve y sonríe. –Conseguir algo de tomar, el bartender es un grosero y no se digna ni a mirarme –le explica haciendo puchero. –Vengan a mí mesa, tengo mi propio mesero –nos invita. –¿Conseguiste mesa y mesero personal? Qué injusto, a nosotras hasta ID nos pidieron al entrar, ¿cómo le hiciste? – pregunta Miranda ofendida de que alguien reciba mejor trato que ella. –¿Quieren o no? –pregunta él con impaciencia. –¡Sí! –responde Miranda con entusiasmo, lista para ser VIP como le encanta. –¿Me estás siguiendo? –le pregunto sorprendida. Estéfano se ríe. –¿Es tu bar? ¿Como por qué sabría que ibas a estar aquí? – se burla. –Liv, ¿qué importa? Tiene mesa, vamos –interviene Miranda fulminándome con la mirada. –No –respondo firme. Estoy molesta, molesta de lo mucho que me atrae a pesar de que es tan arrogante, pero sobre todo, molesta de que por más que me guste no puedo estar con él. –¿Prefieres quedarte aquí a que te ignoren y te empujen? – me pregunta incrédulo. –Sí, gracias –le respondo de forma brusca. –¿Es real? Liv, vamos –insiste Miranda y yo niego con la cabeza. –Ni siquiera sabemos con quién está –le digo y le lanzo una Mirada de pistola para que deje de insistir. Si me quedo cerca de Estéfano no puedo estar segura de no caer presa de sus encantos, debo guardar la distancia. –Estoy con el dueño del bar, vengan. Les prometo que se van a divertir –nos dice. Miranda alza las cejas entusiasmada, me suplica con la mirada que vayamos. Lo siento, Mir, estoy decidida. –Creí que te habías perdido –dice un hombre y le pone la mano sobre el hombro a Estéfano de forma amistosa. –Me encontré a alguien y me distraje –responde Estéfano señalándonos. –Hola, mucho gusto, soy Diego –nos saluda y nos recorre el cuerpo con mirada lujuriosa. Probablemente es el dueño del bar. Es más bajo que Estéfano y le saca varios kilos; aun así, tiene facciones lindas y veo como a Miranda le brillan los ojos. ¡Genial! Ahora sí será imposible convencerla de irnos. –Hola, soy Miranda –saluda a Diego con voz sensual. Diego sonríe complacido. Miranda es realmente bella. –Voy al baño –digo y me escabullo entre la gente. Ellos tres se quedan conversando. En lugar de ir al baño, salgo a la terraza de fumadores, si al Intruso Guapo se le ocurre seguirme, no va a encontrarme. Me recargo contra una pared y repaso mentalmente lo que acaba de suceder. Qué suerte la mía de encontrármelo aquí. –¿Ya viste quién es? –dice un fumador totalmente ebrio en un grupo cerca de donde estoy. Los miro al mismo tiempo que ellos a mí. Los chicos del grupo sonríen burlones. Me pongo derecha y camino de regreso hacia la entrada del bar. –Oye, no te vayas, eres la chica del padre loco que golpeo a su novio, ¿cierto? ¿Nos va a amenazar? –me grita el mismo tipo. Hay una pareja peleándose en la entrada y un guardia de seguridad queriendo contenerlos. No puedo rodearlos para entrar al bar, miro sobre mi hombro y veo que el fumador ebrio está caminando hacia mí. A un costado de la puerta, termina la barandilla que rodea la terraza y uno puede salir a la calle dando un pequeño brinco. Dado que no puedo entrar y cada vez más gente voltea a mirarme mientras el ebrio sigue dirigiéndose a mí, me escabullo y salgo a la calle. –¿A dónde vas? –pregunta él y sale detrás de mí. –¡Déjame en paz! –le grito mientras me alejo a prisa. Camino un poco más rápido para dejar atrás a la gente, mis pies me están matando con estos tacones, pero no quiero dejar que ese chico ebrio se me acerque. Doy vuelta en una calle y me detengo en seco al ver que es un callejón sin salida. Voy a regresar a la calle principal que está mejor iluminada, pero el chico ebrio ya está aquí y me bloquea el paso. –Oye, ¿por qué te vas? Creo que el asustado debería ser yo, ¿no? –balbucea y se acerca más a mí–. Lo que hizo tu padre fue terrible y tú no hiciste nada para ayudar a tu novio. –Déjame pasar –lo empujo, pero no logro alejarlo mucho. Está ebrio, pero es robusto. –Vamos, solo quiero hablar... y tal vez enseñarte una lección, perra. El chico me avienta contra la pared y pone sus brazos a mis costados para impedir que me mueva. Apesta a alcohol y a cigarro. Su cercanía me hace sentir asco, pero principalmente me siento aterrorizada. Fue una estupidez salirme del bar, le hubiera pedido ayuda al guardia de seguridad. –Déjame ir –le pido casi sin voz. Lo empujo de nuevo, pero él ni se inmuta. El chico ebrio se pega más a mí y me toma por la cintura. Sus manos me estrujan, me está haciendo daño. La garganta se me cierra. Sobre su hombro veo a Estéfano que viene corriendo, lo toma por la espalda y lo tira al suelo. En ese momento me regresa el aire a los pulmones. A pesar de que ambos son casi del mismo tamaño, para Estéfano es fácil dominarlo pues el otro es básicamente puro alcohol. Estéfano se agacha en dónde está el ebrio y le planta dos puñetazos en la cara, al instante empieza a emanar sangre a borbotones de su boca. Me quedo pegada a la pared. Mis ojos se llenan de lágrimas de alivio de que alguien me haya ayudado. El ebrio pierde el conocimiento y Estéfano se incorpora para voltear a verme. –¿Estás bien? ¿Te lastimó? –me pregunta preocupado. Niego con la cabeza y me limpio las lágrimas. Estéfano se quita el saco y me lo pone encima de los hombros. No me había dado cuenta del frío que hace y yo llevo un vestido diminuto. Él me rodea con sus brazos y yo hundo la cabeza en su pecho. A diferencia del tipo inconsciente a nuestras espaldas, Estéfano huele muy bien. Su mano izquierda recorre mi espalda de arriba abajo para confortarme. Ya pasó el susto, mi respiración se normaliza y dejo de llorar. –¿Quieres que te lleve a tu casa? –me pregunta en cuanto me separo de su cuerpo. –Sí, pero Miranda... –Tranquila, está bastante entretenida, ni va a notar que te fuiste. Sonrío porque sé que es verdad. Sé cómo es ella cuando está frente a un posible galán. Caminamos de regreso al bar y él le hace una seña al valet parking. Esperamos unos minutos hasta que llega con el BMW azul. Estéfano abre la puerta del copiloto para mí, luego da la vuelta y toma asiento en el lugar del conductor. Pone el auto en marcha. –Olivia, ¿qué hacías sola en la calle? –me pregunta en cuanto avanzamos. Hago una mueca, cómo explicarle que estaba huyendo de él porque no puedo resistir el magnetismo que tiene sobre mí. –Necesitaba aire –miento. –La próxima vez que necesites aire me avisas y te acompaño, ¿de acuerdo? Estéfano pone su mano sobre mi pierna. Dado que mi falda es corta, su mano está en contacto directo con mi muslo. Parte de mí piensa que esto es terriblemente inapropiado y otra parte de mí desea que suba la mano un poco más. Siento mi pulso acelerarse, pretendo revisar mis cutículas para distraerme del súbito calor que siento en todo el cuerpo. –¿Cómo lo hiciste? –pregunto haciendo un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarme sobre él y besarlo. –Estaba bastante borracho, así que fue sencillo –contesta encogiéndose de hombros. –No, quiero decir, ¿cómo convenciste a mi papá de que aceptar el trabajo era una buena idea? Estaba segura de que tendría mil objeciones y tú lo convenciste en minutos. Dime cómo lo lograste. Estéfano sonríe de modo socarrón. –Puedo ser muy persuasivo cuando me lo propongo. –Eso es obvio, mi papá es el hombre más necio que conozco, debió haber sido difícil convencerlo –señalo. –No lo fue. Además, era algo que tú querías así que no iba a desistir hasta obtenerlo –me dice aún sonriendo. Llegamos a la casa. El coche se detiene y Estéfano sale para abrirme la puerta. Me ofrece la mano y yo se la tomo, tiene unos dedos lindos, largos y delgados sin ser flacuchos o siniestros. Voy a quitarme el saco, pero me detiene. –Quédatelo. –Pero ya voy a entrar a mi casa, tú todavía tienes que regresar a la tuya y hace frío. –No importa, quédatelo, así no tendrás excusa para ignorarme mañana. Sonrío y desvío la mirada. Me doy la media vuelta para entrar, pero me detengo. –Gracias por... ayudarme –le digo en el marco de la puerta. –Cuando quieras, muñeca. Una farsa Cuando despierto me doy cuenta de que me dormí con el saco puesto. Aún huele a la loción de Estéfano, pero está arrugado. Me lo quito y lo cuelgo en un gancho, aunque ya es muy tarde, el daño está hecho. Tendré que mandarlo a la tintorería antes de devolverlo. Por curiosidad, meto la mano en los bolsillos. Encuentro un encendedor y una tarjeta de presentación: “Diego Alfaro – La Terraza Aqua”, el dueño del bar que visitamos ayer. A mi mente regresa el episodio con el borracho agresivo, siento escalofríos solo de pensar qué habría pasado si Estéfano no hubiera llegado a tiempo. Me quito el vestido y me meto a la cama de nuevo. Pienso en lo que sucedió después de que me ayudó, pienso en su mano sobre mi muslo y me estremezco. ¿Qué está mal conmigo? Debo dejar de pensar en Estéfano. Alguien llama a mi puerta. Es mi mamá. –Olivia, tu amiga Miranda te llama –me dice tendiéndome el teléfono de la casa, tiene su mano sobre la bocina para que Mir no nos escuche– ¿Por qué te llama a la casa? ¿Dónde está tu celular? –Se le acabó la pila, a penas lo estoy cargando –miento mientras tomo el teléfono. –¿Cómo estás, Liv ? –pregunta Miranda en voz baja en cuanto contesto. –Bien, ¿vas a contarme cómo te fue con el tal Diego anoche? –pregunto adivinando el motivo de su llamada. –No... Creo que no te has enterado... ay, Liv, es que eso de no tener celular es nefasto... –¿No me he enterado de qué? –pregunto sentándome sobre la cama. –Tu...ay... pues es que vi un post que decía que... –Mir, en serio tengo cosas que hacer, por favor, dime de una buena vez –le pido impaciente. –Hay gente en línea que está pidiendo que encarcelen a tu papá por lo que hizo... son bastantes. –¡¿Qué?! –pregunto anonadada. –Liv, tal vez deberías prepararte para lo peor... –Sí, gracias por avisarme... hablamos luego –cuelgo el teléfono sintiéndome angustiada. ¿Qué voy a hacer si la policía mete a mi papá a la cárcel? Yo sé que se pasó con lo que le hizo a Sam, pero odiaría verlo tras las rejas. Comienzo a dar círculos por la habitación, no puedo quedarme quieta. Después de un rato decido salir a correr. Tal vez eso me ayude con mi ansiedad. Doy unas cuantas vueltas por el parque y comienzo a sentirme mejor. Sé que no puedo evitar que la policía haga su trabajo, pero al menos el agotamiento me impide estar tan alterada. Camino de regreso a mi casa sin prisa. A dos cuadras de llegar, me encuentro a Miranda de frente. –Liv, ¿cómo estás? Lo que necesites estoy aquí para ti –me dice dándome un fuerte abrazo. –Hazte para allá, estoy muy sudada –digo dando un paso hacia atrás– ¿Qué te pasa? ¿Por qué te ves tan preocupada? –¿Acaso no sabes? La policía detuvo a tu papá por lo de Samuel hace rato –me dice con voz chillona–. Vi la noticia en internet. Iba de camino a tu casa para ver si te puedo ayudar a en algo. –¡¿Qué?! –pregunto helada. –Al parecer se sintieron presionados por la petición en línea que se hizo viral... Paso hace unos minutos... acabo de verlo y pensé que tal vez necesitarías mi apoyo. –Me tengo que ir –digo antes de echarme a correr hacia mi casa. Ya estoy bastante cansada por el ejercicio de hace rato, pero eso no me impide correr echa una bala y llegar a mi casa en menos de un minuto. Estoy tan alterada que me cuesta trabajo meter la llave en la cerradura. Por fin abro la puerta y lo primero con lo que me topo es con mi padre dandole instrucciones a unos intrusos. Me quedo petrificada... –Hola, Olivia –saluda mi padre con indiferencia. Los intrusos me miran por un instante y luego siguen a mi padre al comedor. Todos se van excepto Estéfano, quien me observa con curiosidad. –¿Estás bien? Parece que viste un fantasma –me dice y se lleva la mano a los bolsillos. –Es que... Miranda dijo... Creí que... –acomodo mis ideas antes de seguir balbuceando como idiota–. Miranda leyó que habían detenido a mi papá... –Ah, eso –parece divertido con mi confusión–. No debes preocuparte, todo está en orden. –Pero, ¿qué sucedido? ¿Lo detuvieron y lo dejaron ir? –No exactamente. Tu amiguito el llorón hizo un drama en redes sociales y la policía estaba siendo cuestionada por no hacer algo al respecto. Así que decidimos que lo mejor era usar a un señuelo. –¿Un señuelo? –pregunto confundida. –Sí, ya sabes, un actor se hizo pasar por tu padre para hacer la finta de que se ha hecho justicia y demás tonterías. –¡Pero eso es ilegal! Si la policía se da cuenta de que detuvieron a un actor va a ser mucho peor. ¿En qué estaban pensando? Estéfano suelta una carcajada. –¿La policía? Pero si fue idea de ellos. En serio, créeme cuando te digo que no debes preocuparte por eso. El problema ha quedado atrás. Lo miro incrédula. –¿Por qué la policía haría algo así? Si alguien se entera... –Nadie se va a enterar. Como todo escándalo, nadie lo va a recordar en unos días. Ahora que la gente sin nada mejor que hacer piensa que tu padre está detenido van a pasar la página. La policía sabe mejor que nadie cómo fingir una detención... –¿Crees que hacen ese tipo de cosas seguido? –pregunto escandalizada. La sonrisa condescendiente que me dedica me enfurece. –La justicia solo aplica para quien no puede pagar sus culpas en efectivo. Siempre ha sido así –me explica jocoso. –Qué idea más horrible –exclamo cruzándome de brazos. –¿Preferirías ver a tu padre detenido? Me quedo sin palabras. Tiene razón, ¿qué clase de hija aboga porque detengan a su propio padre? Tal vez debería simplemente alegrarme por él. En ese momento alguien llama a la puerta. –Debe ser Miranda. Estaba muy preocupada por mí – musito antes de girarme para abrir la puerta. Estéfano me toma del brazo y me detiene. –Muñeca, ni una palabra de lo que te acabo de decir, ¿de acuerdo? –dice y sus ojos se oscurecen amenazantes. Asiento un poco intimidada. Estéfano me suelta y regresa con el resto de los intrusos. Abro la puerta y encuentro a Miranda con cara de preocupación. –Perdón por dejarte a media calle, tenía que venir a casa a ver qué había sucedido –me disculpo. –Lo entiendo, Liv, lo que necesites... –Todo está en orden, Mir. Mi papá ya está en casa. Mamá pagó su fianza –miento. –¿Tan rápido? Vaya, esas son buenas noticias –exclama Miranda con gusto. –Sí, solo no lo menciones a nadie. Prefiero que la gente crea que mi papá sigue detenido –le pido. Miranda se queda un rato más conmigo antes de irse. Tiene una reunión a la cual asistir. Por educación me invita, aunque ambas sabemos que sería un desastre que fuera. Ahí van a estar todos mis antiguos amigos que ahora me desparecían, sería una tontería ir a exponerme a su rechazo. Esta soy yo ahora, la chica sin vida social. Subo a mi habitación resignada, tomo un largo baño, me pongo la pijama y me quedo mirando películas el resto de la tarde. Al ponerse el sol, mi estómago comienza a rugir. No he comido nada en todo el día. Me asomo por el pasillo y no escucho ruidos. Supongo que mi mamá estará en su habitación con otra de sus jaquecas y que mi papá salió con los intrusos. Estoy sola, bien. Bajo a la cocina y agarro todas las galletas que puedo llevar en las manos decida a atrincherarme en mi habitación el resto de la noche. Empujo la puerta de la cocina con la espalda y alguien me ayuda a abrirla por completo. –¿Esa es tú idea de una cena balanceada? –me pregunta Estéfano. –No voy a recibir consejos de salud de alguien que fuma – contesto a la defensiva. Me molesta encontrarlo en situaciones en la que estoy con la guardia baja, en pijama o atascándome de galletas. Estoy cansada de no poder andar con libertad en mi propia casa. Lejos de ofenderse, Estéfano ríe con mi respuesta. Mi mal humor se disipa al instante, recuerdo lo que hizo por mí en el bar y la orquídea que me envío. No debería ser tan grosera con él. Estéfano toma una galleta de mi mano y se la come sin pedirla. –Te estás comiendo mi cena –le reprocho. Me mira fijamente, como si pudiera atravesarme con la mirada, sus ojos son intensos y yo paso saliva, aunque intento mirarlo sin delatar ninguna emoción. –No, tu cena te está esperando en mi apartamento –dice antes de tomar otra galleta. Lo miro sorprendida. ¡El descaro de este hombre! Lo peor es que me encantaría salir con él, pero no puedo. –Gracias, me quedo con mis galletas –respondo con fingida indiferencia. –Creo que estás confundida, no te pregunté si querías ir. Te estoy diciendo lo que va a pasar. Lo miro fijamente, indecisa entre si reír o decirle a dónde se puede ir. –No sé quién te crees que eres, pero a mí no me vas a dar ordenes –le contesto con firmeza Estéfano me sonríe de forma condescendiente. –Ya trabajaremos en eso cuando estemos casados –dice tranquilamente. –¿Otra vez con esa broma? –pregunto irritada–. Deja de hablar de casarnos, ni siquiera nos conocemos. –Y nunca nos vamos a conocer si te rehusas a pasar tiempo conmigo –dice presionando ligeramente mi espalda hacia las escaleras–. Es solo una cena y te prometo que la pasarás bien. Ve a cambiarte. Te espero en la entrada. Me hago a un lado para romper el contacto entre nosotros. –Lo siento, no puedo –respondo de forma cortante. Siento pena por lo que voy a decir a continuación, pero es mejor dejarlo claro de una vez y dejarnos de juegos–. No voy a salir contigo, ni hoy ni nunca. Estás desperdiciando tu tiempo conmigo, Estéfano. Ríndete de una vez. Estéfano enarca las cejas con sorpresa. –¿Puedo preguntar por qué? –inquiere divertido. No se lo está tomando en serio. –Sabes perfectamente porqué –respondo con expresión seria para que sepa que no estoy bromeando–. Tú estabas ahí la noche en que mi padre atacó a Sam. Ya sabes lo que es capaz de hacer. Por tu seguridad, es mejor que te alejes de mí. Estéfano se suelta a reír. Lo miro fijamente con mala cara, no le veo lo gracioso. Le toma unos minutos recomponerse. –Lo siento, no te enojes. No me estoy riendo de ti, solo me parece lindo que te preocupes por mí. Si esa es tu objeción, puedes estar tranquila. No soy estúpido. Víctor sabe que saldremos, está de acuerdo con eso. –¿Qué? –pregunto escéptica–. Claro que no, mi papá jamás aceptaría que yo saliera con nadie, en especial con un intrus... –¿Con un qué? –pregunta con los ojos entrecerrados. –Nada. Solo sé que es imposible. –No lo es, te dije que puedo ser muy persuasivo. Lo miro confundida, ¿quién es este hombre y cómo logra que mi testarudo padre haga siempre su voluntad? –Si ya no tienes más objeciones, ve a cambiarte. Aquí te espero –dice Estéfano exhortándome a subir las escaleras. Subo las escaleras sin poner más resistencia y al llegar a mi habitación tiro las galletas que me quedan en la mano. Lo primero que pienso es en llamar a Miranda, pero no hay tiempo. Busco en mi armario algo que ponerme, pero nada me parece adecuado. No quiero exagerar, pero mucho menos quiero parecer desaliñada. Él siempre se ve elegante con sus trajes, debo verme bien, pero de forma despreocupada. Elijo un vestido corto color vino e intento que mi maquillaje sea muy natural. No hay tiempo de hacerle algo a mi cabello, se quedará suelto y lacio como siempre. Por estar distraída me aplico desodorante tres veces, lo cual a fin de cuentas no me parece tan desatinado puesto que no dejo de sudar por los nervios. El intruso del que debo preocuparme Al salir de mi habitación me repito a mí misma que debo mantenerme tranquila, pero en el momento en el que veo a Estéfano esperándome al pie de la escalera sé que no hay manera de que eso suceda. En cuanto estoy cerca, él me ofrece su mano y al tomarla el contacto con su piel manda una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. Es ridículo que me atraiga tanto alguien que apenas conozco. Al salir de la casa, Estéfano me rodea con un brazo y me mantiene cerca de él mientras nos dirigimos a su coche. El frío de la noche me despabila y caigo en cuenta de que no sé a dónde voy. Él dijo algo de su apartamento, pero no sé dónde queda. Tal vez vive en una zona horrible de la ciudad en una pocilga con 10 compañeros de cuarto. No sé nada de él. Nos detenemos frente al BMW azul y Estéfano abre la puerta del copiloto. –Entra –me dice. El calor del auto me reconforta, pero sigo sintiendo que es una mala idea, debería regresar a mi casa y comer galletas como quería. El auto arranca y veo como mi casa se queda atrás. Siento un nudo en el estómago. –¿Qué te sucede? –me pregunta sin quitar la vista del camino. ¿Cómo sabe que me sucede algo? –Me acabo de dar cuenta de que estoy en el coche de un extraño y no tengo idea de a dónde vamos –respondo con sinceridad. Sonríe, sus dientes están bien alineados y su dentadura es blanca a pesar de que es un fumador. –¿Tienes miedo de mí? –pregunta viendo al frente. –No... sí... es decir, no sé nada de ti además de que trabajas para mi papá. Pero bien podrías ser un violador, un asesino o un secuestrador de cachorros, ¡todo es posible! Estéfano se echa a reír. –Tranquila. Nunca he secuestrado a un cachorro. Me río de forma nerviosa. –Bien porque ahí es donde pinto mi raya –le respondo de forma juguetona, pero sintiéndome inquieta. Sé que está bromeando, pero hubiera sido bueno escucharlo decir que tampoco es un violador o un asesino. Me asomo por la ventana, el hecho de que pasamos por lugares que conozco me hace sentir más tranquila. Nos dirigimos al norte de la ciudad. Baja la velocidad en uno de los barrios más nuevos, famoso por su vida nocturna y viviendas sobrevaloradas. Nos detenemos frente a la cochera de un edificio angosto de arquitectura moderna. Estéfano saca un control de la guantera y la puerta se abre lentamente. Siento como si entrara a la boca del león, da miedo, pero es emocionante. El estacionamiento está casi vacío. Es normal en esta clase de edificios, cada apartamento cuenta con varios lugares de estacionamiento, pero solo con un ocupante. El auto se detiene, el motor deja de hacer ruido y Estéfano sale para abrir mi puerta. Me ofrece la mano, pero salgo sola. Caminamos hasta el elevador. Siento un hormigueo en todo el cuerpo mientras subimos. El elevador abre en una estancia con muebles oscuros y paredes blancas. Al fondo hay un ventanal que da a un balcón. Este es su apartamento. A pesar de que las luces de la ciudad entran por la delgada cortina beige casi transparente, el cuarto está muy oscuro para mi gusto. Entramos y al mismo tiempo una puerta a nuestra derecha se abre, la luz blanca que sale de ahí me recuerda a un hospital, una mujer joven de cabello oscuro sale con una bandeja. –Buenas noches –nos saluda, pero no espera a que contestemos. La mujer lleva la bandeja al comedor que se encuentra al lado opuesto de la estancia, sobre cuya mesa de mármol ya están dispuestos los platos, servilletas, copas y cubiertos. Las sillas son de piel negra que hace juego con la base de la mesa, con el bar que está a lado y con la sala que está cerca del ventanal. –Gracias, Olga, ya puedes retirarte. No necesitaremos de tus servicios –dice Estéfano una vez que ella acomoda los últimos detalles de la mesa. Olga me dedica una mirada de pocos amigos antes de regresar a la cocina. Cierra la puerta privándonos de la luz blanca. Estéfano se acerca a un interruptor y enciende la lámpara que está sobre la sala, la iluminación es amarilla y tenue, aún insuficiente para mi gusto. –¿Quieres algo de tomar? –me pregunta y se encamina hacia el bar. Niego con la cabeza mientras repaso la estancia con los ojos. Tiene mal gusto en arte, los escasos cuadros son agresivos y oscuros. El negro ha de ser su color favorito, lo cual encuentro deprimente. Por lo demás, el apartamento está inmaculado, parece que nadie vive aquí. Lo que más me sorprende es lo costoso que se ve el lugar, ¿de dónde saca para pagar estos muebles? Jamás imaginé que los intrusos fueran ricos, ¿qué es lo que hacen que vale tanto su trabajo? Las interrogantes que había suprimido durante años de pronto aporrean mi cabeza en un momento en el que debería estar alerta. Ahora solo hay un intruso por el que debo preocuparme y es el que me está ofreciendo una copa de vino La cena –Anda, toma algo, tal vez se te suelta la lengua. No te tenía por alguien callada –me dice Estéfano tendiéndome una copa de vino. La tomo y doy un sorbo. El sabor es bueno, dulce. –¿Llevas mucho viviendo aquí? –pregunto y doy otro sorbo. –No –responde mientras sirve una copa para él. –¿Dónde vivías antes? –En otro lugar. Siento que se está burlando de mí. Quedo en espera de que siga, pero se lleva la copa a los labios y no elabora más en el tema. –Cuando era niña vivía en Sicilia, pero nos mudamos para acá cuando mi padre comenzó con lo de las flores –le cuento para ver si así me dice más sobre él. –Lo sé –es su única respuesta. Resopló sonoramente, si quiere jugar al misterio allá él. Estéfano me abre una de las sillas del comedor y tomo asiento. Nos sobra mucho espacio, en la mesa caben casi diez comensales y solo somos dos. –¿Qué tal te ha sentado trabajar? –me pregunta mientras sirve un gran plato de pasta. –Es mucho –le digo cuando lo pone frente a mí. –No tienes que comerlo todo –dice y sirve otro plato igual. Después rodea la mesa y toma asiento en una de las cabeceras, a mi lado. –Cuéntame sobre tu trabajo –me pide. –Primero dime tú, ¿qué es este poder de persuasión que tienes sobre mi papá? Estéfano suelta una risa seca y fija su mirada en su plato. –Ese secreto morirá conmigo –me dice guiándome un ojo– . Come. Miro el plato que no he tocado y tomo mi tenedor. Me llevo el primer bocado a la boca, la comida está deliciosa. –¿Mejor que las galletas? –me pregunta. –No lo sé porque te las comiste todas. Estéfano vuelve a reír. Me gusta su risa, sus enormes ojos forman una media luna cuando ríe y así ya no parece tan peligroso. Tomo otro sorbo de vino, esta vez uno grande. –Es mejor que lo que hace nuestra cocinera, si sirve de algo –continuo. –Sí, definitivamente Olga cocina mejor. –Aunque tampoco parece amigable –digo con una mueca. –No lo es, es lo que más me agrada de ella. No soportaría tener a alguien aquí que no dejara de parlotear en lugar de hacer su trabajo. Olga es perfecta, no se mete en lo que no le importa, ni me molesta cuando estoy aquí. –Lo cual es casi nunca. Siempre estás en mi casa – observo, doy otro sorbo y mi copa queda vacía. –Sí, ¿qué te puedo decir? El trabajo es demandante –dice mientras me sirve más vino. La interrogante regresa, entre las cosas que no sé de Estéfano está su función en el negocio de mi padre. –¿Qué es lo que haces exactamente? –pregunto con curiosidad. –No hay mucho que saber, es un trabajo aburrido – contesta evasivo. –¿No te gusta tu trabajo? ¿A qué te dedicabas antes? ¿Qué preferirías hacer? ¿Cómo es que acabaste trabajando en esto? –temo que mis preguntas hagan parecer la cena como un interrogatorio, pero no puedo evitarlo, quiero saber más de él y el vino me está envalentonando. Estéfano parece incómodo con mis preguntas. –Es solo un trabajo, paga las cuentas –dice mirando hacia otra parte. –¿Estás molesto? –pregunto temiendo haber arruinado la cena. –No para nada –me dice con una media sonrisa–. Es solo que creí que querías saber de mí, pero yo soy más que mi trabajo. –Bien, entonces háblame de ti ¿cuántos años tienes? ¿Tienes hermanos? –Tengo 29 años, no tengo hermanos –responde cortante. –¿Y...? –pregunto esperando que siga hablando un poco más de él. Su teléfono comienza a sonar. No contesta, solo mira la pantalla. –Espera aquí –me indica. Se levanta y camina hacia una puerta que está al otro lado de la sala. Supongo que es su habitación. No lo escucho contestar una vez que cierra la puerta. Continúo comiendo y vacío mi copa de vino. Después de un rato me aburro de estar sola. Me levanto para comprobar si la puerta que da al balcón está abierta. Pongo mi mano sobre el cristal y este se desliza fácilmente. Salgo al frío nocturno. No me fijé en qué piso estamos, pero es bastante alto. La barandilla me llega hasta el pecho, me recargo y contemplo el movimiento de abajo. Muchos automóviles pasan por la calle, escucho sus motores y de vez en cuando algún claxon. La gente se ve pequeña desde aquí, camina apurada para llegar al calor de sus destinos, sus risas suben hasta el balcón. Es tarde, pero la actividad no para; a esta hora mi calle está desierta, ahí solo hay casas de gente mayor y sus familias. Escucho los pasos de Estéfano acercarse, pero no me muevo. Es más agradable estar aquí afuera. Él me rodea por la espalda y pega su nariz a mi cabello. La cercanía de su cuerpo hace que me estremezca. Mi corazón late desbocado. Me ofrece mi copa de vino, de nuevo llena. La tomo y me quedo ahí, sintiendo su pecho subir y bajar conforme respira. Le doy un trago a mi copa. –¿Tienes frío? –me pregunta. –No, estoy bien. Aunque aún me falta el postre... digo, es lo menos que puedes hacer después de comerte mis galletas. Lo siento sonreír a mis espaldas. –Entonces ven –me dice y toma mi mano para llevarme de nuevo adentro. Entramos al apartamento y nos dirigimos a la cocina. La luz blanca me ciega un momento, la diferencia entre la iluminación de la estancia y la cocina es excesiva. La cocina es amplia y moderna; el refrigerador, el microondas y demás electrodomésticos son todos del mismo tono metálico. El lugar está tan impecable como el resto del apartamento, excepto por el olor de que algo se horneó recientemente. –Te gusta que todo haga juego –comento y tomo asiento frente a la barra del desayunador. –¿Por qué lo dices? –me pregunta distraído mientras saca del horno una tarta de manzana. Con que de ahí viene ese olor tan delicioso. –Los muebles, son todos de madera oscura y aquí todo es metálico. Estéfano mira a su alrededor, como si no lo hubiera notado. Deja la tarta sobre el desayunador y vuelve a mirar su cocina. –Sí… supongo que me gusta la armonía –concluye. Parece haber desconocido su propia extravagancia hasta este momento. Me rio con despreocupación. –Espera –me dice y se acerca a mí. Vuelve a tomar mi mano y la jala para que me ponga de pie. Quedamos uno frente al otro, tan cerca que puedo sentir su respiración–. Sé que me dijiste que no te volviera a besar, pero no puedo evitarlo. Despacio, se inclina sobre mí y me besa. Un montón de sensaciones me invaden al mismo tiempo, el sabor a vino de sus labios, el olor de su loción y sus brazos que me rodean por la espalda. Mi pulso se acelera. Pongo mis manos sobre sus hombros, la tela de su saco es suave. Me acerca más hacia él y yo aprieto mis manos. Después de lo que parece una deliciosa eternidad, nos separamos. No sé quién se alejó primero, si yo o él, solo sé que estoy completamente sonrojada, pero no puedo contenerme. Necesito retomar el control, si es que alguna vez lo tuve. –Ya es tarde, es mejor que me lleves a casa. Lo último que deseo es irme, pero necesito espacio para pensar con claridad. No estaba preparada para este momento, creí que pasaría la noche de sábado mirando televisión, no en una cena que terminaría en romance. –No lo es. No pongas excusas para evadirme –su franqueza me desarma. –No es eso, es solo que… Él se acerca y vuelve a besarme. Toma mi cabeza con una mano y la otra la coloca sobre mi espalda baja para acercarme a su cuerpo. Dejó de buscar una excusa y me dejo llevar entre sus caricias, que cada vez son más inapropiadas. No me importa, estoy harta de poner resistencia; me gusta, me gusta mucho. Ningún problema Escucho que alguien teclea a gran velocidad junto a mí, es parte de mi sueño. No quiero abrir los ojos. Estoy cansada y siento el cuerpo pesado. Aprieto la almohada, ojalá se detuviera ese sonido. Tac, tac, tac… ¿quién escribe tan rápido? Pienso en la oficina, ahí el sonido de decenas de teclados nunca para, pero no lo encuentro tan molesto como este único teclado. Suelto un quejido y me remuevo en la cama. Siento como si me teclearan en el cerebro. Abro los ojos con pesar y me sobresalto. ¡No estoy en mi habitación! Me incorporo de un brinco. –Buenos días –saluda Estéfano sin apartar su vista del monitor de su laptop. Aprovecho su falta de interés hacia mí para cubrirme con la sábana. No puedo creer que pasé la noche aquí. –Debo irme ahora –exclamo y busco mi vestido a lado de la cama, pero no está aquí sino a unos cuantos metros sobre una silla, cerca de la puerta. Mi ropa interior también está ahí. Lo miro con duda, no quiero levantarme. Ya sin el vino fluyendo en mi sangre me da vergüenza caminar desnuda hasta allá. Pero no puedo perder ni un segundo. Solo de pensar en el lío que se armará cuando llegue a casa me mortifico. Mi padre va a perder la cabeza cuando se de cuenta de que no regresé a dormir a casa. ¿En qué estaba pensando? ¿En qué estaba pensando Estéfano? Estuvo presente en el incidente con Samuel, ¿cómo no entendió el mensaje? Tomo valor y voy a levantarme, pero Estéfano me toma del brazo y me regresa a la cama. –¿De qué hablas? –pregunta. Ha dejado su laptop sobre el buró y ya tiene movilidad completa. Me rodea hasta pegarme contra su cuerpo. Intento zafarme, pero es muy fuerte y yo siento que mis miembros son de hule. –Basta, tengo que irme –le digo al ver que mis intentos por quitármelo son inútiles. –Tranquila, todo está bien –dice despreocupado. Su mano recorre mi espalda con suavidad. En verdad no comprende la gravedad de la situación. –¿Estás loco? ¿Sabes el problema que tendré al llegar a casa? Mis padres han de estar vueltos locos, yo jamás duermo fuera sin avisar. –Ellos saben dónde estás. No vas a tener ningún problema. –Es que no entiendes… Estéfano pone los ojos en blanco. –La que no entiende eres tú. Yo hablé con tu padre hace rato, todo va bien. Nadie está vuelto loco, nadie te está buscando. Así que acuéstate y relájate –me explica con una sonrisa seductora. –Pero… –Pero nada. Por favor, muñeca, deja de alterar mi mañana. Es obvio que está mintiendo. No hay manera en la que mis padres no hayan perdido la cabeza sabiendo que pasé la noche con uno de los intrusos. Me bajo de la cama y jalo la sábana lo más fuerte posible, dejando el cuerpo de Estéfano expuesto. Está usando ropa interior, pero nada más. Involuntariamente me estremezco al contemplarlo, los recuerdos de anoche me inundan de repente. Su cuerpo perfecto sobre mí, sus brazos musculosos rodeándome, su pecho cubierto de tatuajes y su estómago perfectamente marcado... me pierdo un instante admirándolo hasta que la realidad me llama. Debo regresar a casa AHORA. El teléfono de Estéfano comienza a sonar. Revisa en la pantalla quién es y me lo muestra: “Víctor Ricci”. Mi estómago sube hasta mi garganta, este pobre no sabe lo que le espera. Mi papá le va a decir hasta de lo que se va a morir. Estéfano aprieta el botón para contestar y lleva el aparato a su oído sin decir palabra. Guardo silencio para poder escuchar la voz de mi papá. –Enciende la televisión. No podemos tolerar este tipo de fallas. Quiero a los responsables y quiero a mi hija de vuelta para la hora de la cena. Me quedo boquiabierta. Estéfano decía la verdad, en mi casa saben dónde estoy y no se ha desatado una tormenta. Estéfano cuelga sin decir una palabra. Toma el control de la televisión y la enciende. Está el noticiero del fin de semana con ese presentador mediocre que poca gente soporta. –Un cargamento de armas fue decomisado anoche, se cree que iba rumbo a Sudamérica… –dice el presentador con voz monótona. –¿Ves? Te dije que no había razones para alterarte –dice Estéfano mientras mira el noticiero. –…aún no han habido detenidos, pero se sospecha que esto es parte de las actividades de la mafia siciliana que opera en nuestro país desde hace algunos años... –¿Cómo lo logras? –pregunto, sorprendida–. Primero el trabajo, luego esto. Tienes el poder de manipular a las personas a tu antojo. Estéfano ni se inmuta. –No tengo ningún poder. Solo la inteligencia para razonar con la gente –explica y apaga el televisor. Se gira sobre su costado para que sepa que tendré su atención, por el momento. –Me tienes que enseñar a hacer eso. –Solo si prometes no volver a dudar de lo que te digo. Estéfano se acerca a mí y pasa su brazo derecho por detrás. Otra vez estoy atrapada. Besa mi frente y baja beso a beso por mi nariz hasta llegar a mi boca. Intenta quitarme la sábana, pero yo me aferro a esta. –¿Qué pasa? –me pregunta. Me avergüenza decirlo. Va a parecer tonto que ayer haya estado tan dispuesta y hoy tenga reparos morales. Estéfano besa mi mejilla. –Me duele un poco la cabeza –confieso. Me sonríe. Gira y abre el cajón de su buró. Saca unas aspirinas y me las entrega. Se levanta de la cama y sale de la habitación. Aprovecho que está fuera y voy por mi vestido. Lo tomo de la silla y lo paso por arriba de mi cabeza, pero Estéfano lo detiene al llegar a mis hombros. –Espera, yo todavía no acabo –dice y me saca de nuevo el vestido. ¿Qué quiso decir? No importa, estoy parada frente él completamente desnuda y eso es lo único en lo que puedo pensar. Mi vestido cae al suelo; Estéfano me tiende el vaso de agua y señala hacia su cama. Me doy la media vuelta y camino, obediente. Entro a la cama y tomo dos aspirinas del frasco, espero que hagan efecto rápido. Me siento peor que cuando desperté. –Duerme un rato más, cuando despiertes te sentirás mejor –dice y toma de nuevo su laptop. –Tu pareces muy fresco –le digo mientras me acomodo dentro de las sábanas. –Eso es porque a mí no se me pasaron las copas anoche. Me muerdo el labio inferior, avergonzada. Tal vez sí tomé de más anoche, supongo que fueron los nervios. –¿Por qué quería mi padre que vieras las noticias? –Creo que lo que quería que viera ya había pasado – contesta distraido. Asiento antes de acomodar la cabeza sobre la almohada. Estéfano comienza a teclear. Cierro los ojos y escucho el tac, tac, tac de las teclas, pero ya no me molesta. Caigo profundamente dormida arrullada por el tecleo. Al despertar, Estéfano ya no está a mi lado. Escucho correr el agua de la ducha. Aprovecho para levantar mi vestido del suelo. Me visto y me siento más cómoda en automático. Bebo el resto del agua del vaso para las aspirinas, aún tengo el estómago revuelto, pero sin duda estoy mejor que hace rato. Salgo de la habitación, creo que tengo un cepillo pequeño en mi bolso, el cual sigue colgado en una de las sillas del comedor. Por suerte, ahí está el cepillo. Lo paso por mi cabello para lograr un aspecto al menos pasable. –Temía que hubieras huido –dice Estéfano, mientras seca su cabello con una toalla. Está vestido de pies a cabeza. Es la primera vez que lo veo en ropa casual, cambió el traje por una polo negra y pantalones de mezclilla. Se ve bien. Con mangas cortas puedo ver los tatuajes de sus brazos. Normalmente no me encantan los hombres con tatuajes, pero en él se ven bien. –No, aquí sigo –respondo y vuelvo a meter el cepillo a mi bolso. –¿Cómo te sientes? ¿Tienes hambre? Aunque ya me siento mejor, mi estómago no podría tolerar comida en este momento. Niego con la cabeza. Él se acerca a mí y me planta un beso. Mi pulso se acelera. Luego toma mi mano y la besa con suavidad, sin quitarme la vista de encima. Me sonrojo como una tonta. De pronto tira de mi mano para pegarme contra su cuerpo y me levanta por la cadera. Sin pensarlo, enredo mis piernas en su cintura y él me besa, o tal vez yo lo beso a él, es irrelevante. No soy yo la que actúa así, es mi cuerpo que se desconecta de mi cerebro cuando estoy cerca de él. Estéfano comienza a caminar despacio de regreso a la habitación. Una vez dentro, me arroja sobre su cama y cae sobre mí. Mi vestido vuelve a terminar en el suelo. Me quita la ropa interior, no tiene prisa, y recorre mi vientre de arriba abajo con la punta de su nariz. Siento un cosquilleo por todo mi cuerpo. Ya no hay espacio en mi cabeza para preocupaciones, solo para lo que él me hace sentir. No es sino hasta que termino que recuerdo que existe algo llamado anticonceptivos. Mi pulso se acelera de nuevo, pero está vez por razones diferentes. Estoy recargada sobre su pecho y él acaricia mi espalda con las yemas de sus dedos. No quiero romper el momento sacando a relucir el tema, pero ya no puedo pensar en otra cosa. Odio ser la clase de persona que no puede cometer un error sin darse cuenta al instante. En este caso, dos. Me remuevo, incómoda. –¿Qué sucede? –pregunta Estéfano con voz adormilada. –No usamos protección –digo preocupada. –No te preocupes, si te embarazas, adelantamos la boda – dice con los ojos cerrados como dormitando. Golpeo su vientre medio en juego, medio en serio. –¿Otra vez con eso? –pregunto en tono de hartazgo. –Tranquila... ¿Te sentirías mejor si compramos una de esas píldoras del día siguiente? –pregunta con los ojos abiertos. –Sí –contesto en automático. –Bien, eso haremos, ahora creo que es tiempo de que te regrese a tu casa –dice antes de levantarse. Se incorpora y nuestros cuerpos se separan, siento frío en donde su cuerpo estaba pegado al mío. No quiero irme, pero se está haciendo tarde y no quiero tentar mi suerte llegando tarde para la cena. Busco mi ropa en el suelo y me visto de prisa, él hace lo mismo. Tomo mi bolso del comedor y estoy lista para irme. Mientras esperamos el elevador, él pasa su brazo izquierdo por mi hombro y pega su nariz a mi cabello. Recargo mi cabeza sobre su pecho, guardamos silencio durante el recorrido a mi casa. Yo estoy pensando en lo que será de mí cuando llegue y él quién sabe. Un hombre listo Estéfano aparca el coche, reviso el reloj del auto: son las 7 pm en punto. Me acompaña hasta la puerta y me planta un beso apasionado que, me parece, no dura tanto como me hubiera gustado. –Disfruta la cena familia –me dice antes de caminar de regreso hacia su coche. Lo había olvidado. Hoy es el último fin de semana del mes. Mi primo Rubén nos visita con su insoportable esposa al término de cada mes para reportarle a mi padre cómo van los negocios en el norte del país en donde él maneja las sucursales. No importa la infinidad de opciones, entre correo electrónico, teléfono convencional, llamadas por Skype, Zoom y demás, mi padre insiste en recibir los reportes en persona, como si alguien pudiera robar sus secretos en el camino (ya parece que el comercio de las flores produce información tan valiosa). A consecuencia de esto, Rubén y su esposa pasan el último fin de semana del mes en casa, y mi mamá y yo debemos sonreír como si fuera un placer tenerlos de visita. Antes, cuando era solo Rubén, sí que nos gustaba tenerlo en casa, mi primo es una persona bastante simpática y amable, pero su nueva esposa es otro cuento. Básicamente es la mujer más insufrible en la tierra y, desde que se casaron, las visitas de Rubén se han vuelto una tortura. De haber recordado que estarían aquí no habría tenido tanta prisa por volver a casa. Ya es tarde, no tengo mucha opción ahora. Abro la puerta con cuidado para no hacer un alboroto. Justo en ese momento, escucho el motor del BMW arrancar. Entro y cierro la puerta despacio. Escucho la voz mi padre en su oficina, también escucho a Rubén y a un intruso platicando. Lo que no escucho es la voz de mi mamá. Me quito los zapatos y subo a toda prisa por las escaleras. Llego a la seguridad de mi habitación sin ser detectada. Me tiro sobre la cama con alivio. Hundo mi cabeza sobre la almohada. Después de un rato escucho a mi mamá en el pasillo. –Roxana, la cena ya está lista –le dice a la esposa de Rubén y luego la escucho bajar por las escaleras. Me pongo de pie de un brinco y me cambio de ropa. Unos pantalones de mezclilla y una sudadera, hace mucho que dejé de arreglarme para cenar con mi primo, aunque eso enfada a mis padres. Recojo mi cabello en una coleta de caballo y bajo, no sin ciertos reparos. Entro al comedor. Mi padre ya está a la cabecera de la mesa hablando con Rubén, que está sentado a su izquierda. –Olivia, se va a enfriar la cena, siéntate –me indica mi padre con indiferencia. Vaya, realmente no está nada molesto porque pasé la noche con un intruso. Mi mamá entra por la puerta que conecta a la cocina cargando una canasta de pan recién horneado. Ni siquiera me saluda, pasa de largo y me mira con ojos como pistolas. Al parecer ella sí está enojada, aunque no entiendo bien por qué. Roxana llega con esa cara de pocos amigos que conozco bien. Ella odia venir tanto como nosotras odiamos que venga. Toma asiento a mi lado. –¿Dónde estabas, Olivia? No te vi al llegar –me dice Roxana en tono de reclamo. Me quedo callada sin saber qué contestar. Sé que mi padre sabe que estuve con Estéfano, pero después de años de tener prohibido salir en citas, es extraño hablarlo abiertamente en una cena familiar. –Estaba con un amigo de la familia –escucho la voz de mi padre que responde. Lo miro atónita. Estéfano es un intruso, ¿cuándo se hizo amigo de la familia? Rubén parece interesado. –¿Qué amigo? ¿Lo conozco? –pregunta como a la defensiva. –Sabes quién es –responde mi padre y le hace la seña de que no quiere más preguntas–. Olivia, Estéfano es un tipo valioso, trátalo bien, no juegues con él. Tengo que pellizcarme el brazo porque no puedo creer lo que acabo de escuchar. ¿Me acaba de decir que no juegue con Estéfano? ¿El hombre que casi le dispara a un chico por besarme ahora me dice que trate bien a un intruso? –¿Estéfano? ¡¿Estéfano Corvino?! –pregunta Rubén estupefacto. ¿Lo conoce? Mi padre le vuelve a hacer una seña a Rubén para que no haga preguntas. En ese momento mi mamá se levanta de la mesa y sale disparada fuera del comedor, claramente furiosa. Todos la miramos irse sin entender qué le sucede. –¿Olivia por fin tiene novio? –pregunta Roxana con malicia. –Silencio, Rox –responde Rubén de mal modo. Roxana parece ofendida por el tono duro de mi primo. Comenzamos a comer en silencio, la tensión de todos es palpable, aunque no logro entender de dónde salió. –Tal vez, pueden aprovechar este fin de semana para planear la fiesta, dos meses se van volando –opina Rubén para disipar la tensión. Se refiere a la “Reunión anual de los Ricci”, una fiesta que da mi padre para toda la familia, es una tradición desde que tengo memoria. A pesar de que mi mamá había llevado perfectamente la planeación sola, a Rubén se le ocurrió entrometer a su mujer al casarse, lo cual nos resulta irritante pues, además de necia, tiene mal gusto. –Sí, eso es justo lo que deben hacer –secunda mi padre. Es hasta que escucho su voz que caigo en cuenta de lo que está pasando. Rubén habló de la reunión como si fuera un hecho y mi padre le siguió la corriente. Estaba segura de se cancelaría este año también; el año pasado nadie estaba de ánimos para fiestas después de la muerte de Nico y pensé que nos tomaría mucho tiempo reanudar la tradición. Pero mi padre se ve tranquilo y dispuesto. Si él ya está de ánimos, no le llevaré la contraria. Me parece sano que intentemos volver a la normalidad. En cuanto acaba la cena, subo a la habitación de mi mamá para preguntarle qué es lo que la tiene tan molesta, pero ella ya está dormida. Probablemente tomó una de esas píldoras para dormir que le encantan. Rubén y Roxana se van poco después, con mi papá en su oficina y mi mamá noqueada, soy la única que sale a despedirlos. Veo su coche alejarse desde el marco de la entrada principal y cuando dan vuelta en la esquina, noto que el BMW de Estéfano viene acercándose desde esa misma dirección. Mi primer impulso es entrar a la casa, no estoy usando nada de maquillaje y mi ropa es muy común, pero es muy tarde para esconderme, él ya se está estacionando. ¿Por qué regresó? Sale del auto y camina hacia mí cargando una bolsa de papel café en la mano derecha. –No esperaba volverte a ver tan pronto –confieso con una sonrisa tímida. Él me envuelve en sus brazos y me besa apasionadamente. –Te extrañaba –me dice una vez que nos separamos –, y también te traje esto. Me tiende la bolsa de papel. –¿Qué es esto? –pregunto con una mueca. ¿En verdad su primer regalo para mí viene en una bolsa de papel? –Lo que querías –responde. Abro la bolsa y encuentro una píldora del día siguiente, una caja de píldoras anticonceptivas para todo un mes y una barra de chocolate. –Vaya... gracias –digo con sorpresa. Estaba planeando ir a la farmacia yo misma mañana antes de ir al trabajo, supongo que me ahorró el viaje. Tomo la barra de chocolate– ¿Y esto? –Oh, lo siento, eso era para mí. A menos de que lo quieras, entonces puedes quedártelo –me dice con una sonrisa. Le entrego la barra. –Qué curioso, esa era la marca de chocolate favorita de mi hermano Nico. La mirada de Estéfano se oscurece, deja de sonreír y aclara su garganta notoriamente incómodo. –¿Qué tal estuvo la cena? –pregunta intentando cambiar el tema. Lo miro confundida, ¿por qué reaccionó tan mal a la mención de mi hermano? Voy a recriminarle, pero me arrepiento. Tal vez cree que es un tema muy sensible para mí y, en parte, tiene razón. Apenas ayer fue nuestra primera cita, será mejor limitarnos a temas menos tristes, además, hay algo más que quiero saber. –La cena estuvo extraña, mi papá te llamó un “amigo de la familia”. –Es un hombre listo, sabe que soy el mejor candidato para su hija –responde petulante. Pongo mis ojos en blanco. ¡Qué creído! –Hablo en serio, ¿por qué mi papá te considera un amigo de la familia? Nunca escuché que dijera eso de nadie con quien trabaja, excepto los que realmente son familia como Rubén o mi tío Gus. ¿Qué hiciste para ganártelo? –Soy muy encantador –dice encogiéndose de hombros. Resoplo antes de enarcar las cejas. –De acuerdo, entonces al menos dime de qué te encargas tú en el negocio –le pido con los brazos cruzados. Estéfano se inclina hacía mí y mira sobre su hombro como si fuera a revelarme un secreto importante. –Estoy encargado de cuidar de la hija guapa –bromea. Suspiro, solo está jugando conmigo, no quiere compartir información sobre él. –¿Por qué actúas tan misterioso? Dijiste que querías que nos conociéramos y jamás lo vamos a lograr así –me quejo. –La única cosa que debes saber sobre mí es cuánto me importas –Estéfano me toma por la cintura, me jala hacia él y me besa. Mi mente se nubla, de pronto los detalles sobre su trabajo parecen muy irrelevantes. A mí también me importa él. Estéfano regresa a su apartamento después de un rato y yo corro adentro de la casa para tomar el teléfono. Tengo que hablar con Miranda en este momento. –¡Liv, me alegra que llamaras! Tengo un millón de cosas que contarte –dice Miranda en cuanto escucha mi voz –. Joaquín, el chico que me gusta, ¡me invitó a salir! Anoche se armó de valor y por fin lo hizo. ¡Estoy tan contenta! Miranda habla incesante durante un buen rato, ni siquiera logro decir ni una palabra, ella está demasiado entusiasmada para dejarme hablar. Una vez que termina de darme todos los detalles sobre Joaquín, por fin puedo contarle lo que sucedió con Estéfano. –¡Me alegro por ti, Liv! El Intruso Guapo es todo un galán – dice en cuanto termino–. Me siento mucho mejor ahora, me sentía culpable por salir sin ti ayer. Pensé que estarías sola en casa, me da gusto saber que estabas con el Intruso Guapo. –¿Alguien me mencionó ayer? –pregunto porque, aparentemente, soy masoquista. –Pues... –sé por el tono de Miranda que no me va a gustar lo que va a decir–. Son unos tontos, no vale la pena que te molestes en pensar en ellos... aún siguen con esa teoría de que tu papá es un mafioso... de algún modo se enteraron de que tu papá nunca pisó la cárcel, yo no se los dije, lo prometo... y ahora están usando eso como prueba de que efectivamente es un mafioso que tiene a la policía comprada. –Genial, la trama se complica –digo con hartazgo. ¿Cuándo se va a olvidar todo esto? –Oye no te sientas mal, al menos tienes al Intruso Guapo para distraerte –me dice con picardía. Sonrío de oreja a oreja. Así es. Para protegerte En cuanto llego a la oficina, el padre de Miranda me recibe con una expresión consternada. Pronto le harán una auditoría y necesita de mi ayuda para poner los papeles de la división en orden. El día transcurre tan rápido que la hora de comida llega y pasa sin que me dé cuenta. Nancy me regala un paquete de nueces que guarda en su escritorio para estos casos y yo vuelvo a enterrarme en documentos que parecen no tener fin. –En verdad agradezco tu esfuerzo, Olivia. Avanzamos bastante el día de hoy –dice el padre de Miranda–. Ve a casa antes de que se haga más noche. Por hoy ha sido suficiente. Son las 8:30 pm, ha pasado un rato desde que se metió el sol y la demás gente se fue a casa hace tiempo, es extraño ver la oficina a oscuras y sin vida, sin el ruido de tacones contra el suelo y el tecleo constante de los trabajadores. Me pregunto vagamente si aquí se pagan bien las horas extra mientras apago la computadora y camino cansinamente hacia el elevador. Espero hasta que las puertas cierran y estoy sola para estirarme, me duelen la espalda y el cuello. Me despido del vigilante nocturno, a quien es la primera vez que veo, y sigo mi camino a la salida. En cuanto salgo a la calle caigo en cuenta de que olvidé marcarle a Iván para que pasara por mí. En verdad no quiero regresar a la oficina para usar el teléfono, prefiero encaminarme a la estación del metro. Estacionado al otro lado de la calle noto que hay un BMW M8 Coupé azul, paso de largo, debe ser solo una coincidencia. Siento una mano sobre mi hombro, doy un brinco, aterrorizada. –Tranquila, soy yo –dice Estéfano. –¿Qué haces aquí? –mi pregunta no refleja el gusto que siento de verlo. –Vengo a llevarte a tu casa. Se hizo tarde y no llegabas – me explica. Me parece menos seguro que otras veces, se ve ansioso y menos en control. –Había mucho que hacer en el trabajo, pero no debías molestarte, yo puedo volver a mi casa sin problemas. Él hace una mueca de desconfianza. –¿En verdad tenías mucho que hacer o me estás evitando? –pregunta entrecerrando los ojos. –No, claro que no. ¿Por qué te estaría evitando? Estéfano parece caer en cuenta de su propia paranoia. Intenta recobrar su aire de autosuficiencia, pero ya es muy tarde, su fachada ha sido descubierta. –Tu teléfono está apagado, no lo has usado en todo el día –farfulla queriendo sonar despreocupado. –No tenía batería –miento. Su boca se comprime en una mueca, es obvio que se está reprochando a sí mismo no haber pensado en esa posibilidad. –Deberías tener un cargador en tu escritorio... Ven, te llevo a tu casa –dice y me señala su auto. Nos encaminamos y siento que he hecho esto mil veces antes. El interior de su auto ya se volvió un lugar familiar a pesar de haber estado dentro sólo un par de veces. –No sabía que te gustaba tanto hacer el trabajo de Iván – bromeo. –No me provoques, niña –intenta sonar amenazador, pero sé que está jugando. ****** La auditoría se ha vuelto una pesadilla, una vez más debo de quedarme tarde en la oficina. Todos los demás se han ido hace horas, solo quedamos David Torres y yo. Ordenamos comida china, que no me encanta, pero al menos es mejor que trabajar con el estómago vacío. A las ocho de la noche arrastro mis pies exhaustos por el lobby principal. Esta vesz, Estéfano está parado en la entrada del edificio. –No necesitas hacer esto, de verdad, tengo chofer – bromeo al verlo. –Tu celular está apagado otra vez, ¿qué carajos te sucede? Él no está bromeando, está furioso. No creí que pudiera ser más intimidante, pero puede. –Ha estado apagado desde hace días y así se va a quedar –intento ocultar que su tono de voz y su expresión me hirieron, digo la verdad como si no me importara su opinión. –¿Se puede saber por qué? –pregunta de mal modo. Niego con la cabeza. Estéfano me toma por la espalda para hacerme caminar hacia su coche. Prácticamente azota la puerta al cerrarla. Espero que arranque, pero no lo hace, simplemente mira al frente con expresión de enojo. Después de un rato, gira para verme a los ojos. –Dijiste que no me estabas evitando, entonces ¿por qué apagas el celular? –su enojo ha disminuido, pero no mucho. Creerse despechado no le sienta bien. –No tiene nada que ver contigo. No eres el centro del mundo –respondo cruzándome de brazos. –¿Nada que ver conmigo? Por favor, no me quieras ver la cara. Sé sincera, ¿qué te dijeron? –¿Qué me dijeron? ¿De qué hablas? –me encojo de hombros– ¿Quién me dijo qué? –No me mientas, Olivia –me advierte–. Cuéntame lo que te dijeron de mí, lo que sea que te hayan dicho... puedo aclararlo. Me vuelvo a encoger de hombros, no tengo la menor idea de a qué se refiere. Después de un rato resoplo resignada, voy a tener que explicarle. –No estoy mintiendo, ni nadie me dijo nada sobre ti. Me da un poco de vergüenza confesarlo, pero... estoy vetada de las redes sociales y de la comunicación digital. Estéfano frunce el ceño. Al parecer no era la aclaración que esperaba. –¿A qué te refieres? –pregunta confundido. –¿Recuerdas que había gente que estaba pidiendo que detuvieran a mi papá? Estéfano asiente con la frente arrugada, no comprende por qué saco a colación ese tema. –Pues no solo están en contra de mi papá, desde ese día he estado recibiendo mensajes de odio y amenazas. La gente cree que yo y mi familia somos un peligro y me dejan saber lo que piensan a diario. No puedo encender mi teléfono porque no dejo de recibir notificaciones de mensajes que expresan cuánto me detesta la gente. Borré todas mis redes, pero de algún modo hay gente que también tiene mi correo y mi número de celular, así que prefiero estar incomunicada a estar leyendo lo que esa gente piensa de mí a diario. Estéfano se recarga en su asiento, parece aliviado. Supongo que le alegra saber que no es él razón por la que estoy desconectada. Aun así, mantiene una actitud seria. –¿Alguien te ha lastimado físicamente? –pregunta mirándome atento. –No, la única vez que se puso peligroso llegaste tú. –¿Te refieres al ebrio del callejón? –me pregunta. Asiento con la boca contraída. El cuerpo de Estéfano vuelve a tensarse, sus manos aprietan el volante con fuerza hasta que sus nudillos se tornan blancos– ¿Por qué no me mencionaste algo de esto antes? –¿Para qué? –pregunto encogiéndome de hombros. –¡Para que pueda protegerte! –grita furioso. –¿Protegerme de qué, Estéfano? ¿Vas a cancelar el acceso a internet de toda esa gente? No puedes hacer nada para protegerme. Me ayudaste cuando lo necesité y, a menos de que sepas cómo evitar que la gente me corra de sus fiestas, no puedes hacer mucho más por mí –le explico irritada. –¿Alguien te corrió de una fiesta? –Olvídalo, no quiero hablar al respecto... –Fue ese día que te recogí, ¿cierto? Por eso te veías tan alterada. ¿Cómo se llama el idiota que se atrevió a correrte? –me pregunta enojado. –Erick Sierra... no es nadie importante. En verdad no quiero hablar del tema, Estéfano. –Erick Sierra –repite en voz baja. –¿Podemos irnos ya? –pregunto impaciente. –Aún no. Debes prometerme que me dirás todo lo que te suceda. Si alguien te lastima, si alguien te agrede, debes decirme de inmediato para que pueda protegerte. –De acuerdo, lo prometo –respondo sin estar convencida de que Estéfano sea capaz de protegerme del lío que creó mi papá–. Ahora es tú turno. Estéfano me mira confundido. –¿Mi turno? –Sí, ¿qué te preocupa que me digan de ti? ¿Hay algún horrible secreto que deba saber? –pregunto entrecerrando los ojos. Estéfano se aclara la garganta. –¡Claro que no! Olvida lo que dije, no sé ni por qué pensé eso –responde antes de echarse a reír. Más noche, en mi habitación, saco la laptop de mi armario y la enciendo. Abro mi correo, hay cientos de mensajes sin leer. Solo con leer el asunto de los mensajes se me hiela la sangre. Lo peor es que hay algunos que fueron enviados hoy. La cosa aún no se enfría, ni parece cerca de hacerlo. No tiene caso probar con el celular, sé que será lo mismo. Apago la laptop decepcionada. Despierto con la laptop aún entre las manos. Ni siquiera recuerdo cuando empecé a quedarme dormida. Me apresuro porque sé que en el trabajo aún queda mucho por hacer. A penas es miércoles y ya me urge un descanso. ***** Por suerte, logro avanzar bastante en el transcurso de la mañana y puedo salir a comer con las otras asistentes. –Creo que tenemos una conocida en común, Laura Galindo. Vi fotos de ustedes juntas en un campamento y te reconocí al instante. Era mi vecina –me dice Nancy. Se me encoge el corazón, creí que este sería un espacio seguro, lejos de la gente que cree que mi familia es un peligro social, pero era mucho pedir. Imposible en este mundo tan conectado. Adiós refugio. –Ah, sí. ¿Siguen en contacto? –pregunto a la defensiva– ¿Hablan seguido? ¿Son muy cercanas? –No realmente. Es decir, la sigo en redes, pero... no somos cercanas –Nancy no oculta la sorpresa ante mi tono, solo le falta alzar las manos. Emito un sonoro suspiro de alivio. Nancy y Tania, una asistente de contabilidad, se miran con complicidad, como diciendo "qué rara". –Laura y yo solíamos jugar de niñas, tiene tiempo que no la veo en persona. Tal vez podríamos organizar algo las tres juntas –sugiere Nancy. –¡No! –grito más fuerte de lo que debía. Ambas asistentes de miran como si hubiera perdido la cabeza. –¿Tienes algún problema con Laura? –me pregunta Nancy desconcertada por mi grito. –Por supuesto que no... es solo que... No creo tener tiempo –digo con una sonrisa incómoda. Tania cambia de tema fingiendo que mi comportamiento no fue extraño, pero sé que les dejé una muy mala impresión a ambas. Regresamos a la oficina y vuelvo a enterrarme en mi trabajo. Después de mucho esfuerzo, hoy logro salir a tiempo. Voy caminando entusiasmada hacia la salida hasta que encuentro que es Iván el que me está esperando afuera. Intento ocultar mi decepción, ya me había acostumbrado a que Estéfano viniera por mí, pero supongo que tiene otras cosas que hacer. Le dedico una débil sonrisa a Iván y me subo a la camioneta. Un circo Lo primero que hago al llegar a casa es fijarme en los coches que están estacionados enfrente. Sonrió de oreja a oreja en cuanto veo en BMW azul. Entro a la casa a prisa para buscar a Estéfano, pero no debo buscar lejos, él está esperándome en el pasillo. –Me alegra que no hayas trabajado hasta tarde hoy –me dice a modo de saludo. –A mí también –le respondo con una sonrisa. Estéfano saca una envoltura de plástico de la bolsa de su pantalón y me la tiende. –Toma. Me le quedo viendo con el ceño fruncido, ¿qué no había flores en la tienda? –Es un chip con un nuevo número –me explica –. Así podrás usar tu teléfono sin temor a tus acosadores. Le vuelvo a sonreír y tomo la envoltura. –Gracias. –No fue nada, no entiendo por qué no lo hiciste tú antes – replica. Me encojo de hombros. Supongo que estar incomunicada era más dramático. En ese momento sale mi papá de su oficina. –Ah, Olivia. Ya llegaste. Tu mamá me estaba diciendo que siente que no te ha visto últimamente. ¿No es muy pesado ese trabajo o sí? –me pregunta. –Ha sido culpa mía, Víctor, yo la entretengo cuando sale de trabajar, lo siento –dice Estéfano antes de que yo pueda responder. Mi papá asiente. –Bien, pues aprovechando que ya está aquí, cenemos todos juntos. Ven Estéfano, tengo que tratar algo contigo antes de la cena. Mi papá se da la media vuelta y Estéfano lo sigue hacia su oficina. Veo cómo se alejan con incredulidad. ¿Vamos a cenar los cuatro juntos? Jamás un intruso ha cenado con nosotros. ¿Qué clase de encanto tiene Estéfano que mi padre lo acepta de tan buena gana? Subo a mi habitación y me cambio la ropa de trabajo por unos pantalones de mezclilla. Me aplico un poco de rubor para refrescar mi aspecto. –Así que ese tipo va a cenar con nosotros –dice mi mamá quien me observa desde el marco de la puerta con sus eternos ojos tristes. Estoy demasiado animada como para que venga con su pesimismo ahora. –¿No te agrada? –le pregunto, distraída mientras cepillo mi cabello. –Ninguno de ellos me agrada. No me gusta mezclar su mundo y el nuestro, creí que tu padre lo entendía –me responde con desagrado. –Su trabajo es parte de su vida, no podemos hacerlo a un lado siempre. Además, es solo una cena –le comento quitándole importancia. Tal vez mis padres se llevarían mejor si compartieran más cosas juntos, ambos pasan casi todos los días en la misma casa, pero apenas y se dirigen la palabra. Mi mamá se da la vuelta cada vez que hay intrusos presentes como si fueran la plaga, y mi papá está rodeado de intrusos desde que amanece. Es imposible que lleven un buen matrimonio de esa manera. –¿Solo una cena?... ¡Sí claro! –farfulla mi mamá poniendo los ojos en blanco. La miro sin comprender a qué se refiere. Mi mamá se da la media vuelta. Yo la sigo al primer piso hasta el comedor. La mesa ya está servida y puedo oler el horrible estofado de res de María. –¿Otra vez? –le pregunto en cuanto la veo entrar con la bandeja. –A tu padre le gusta –me responde de mal modo. –Gracias, María –dice mi mamá y toma su asiento. Yo hago lo mismo. Mi mamá está absorta mirando su vaso de agua como si fuera algo interesante. A veces me gusta pensar que no siempre fue así y que su eterna tristeza empezó tras la muerte de Nico, pero mi mamá siempre fue la misma persona distante y cabizbaja. Mi papá entra seguido de Estéfano y ambos toman asiento. –Buenas noches –saluda Estéfano, pero mi mamá no le responde. Solo lo mira con cara de pocos amigos. Comenzamos a comer en un incómodo silencio. –¿Me pasas la sal? –le pido a mi mamá. La toma y la deja frente a mí sin siquiera mirarme. Sus ojos están clavados en Estéfano. ¿Qué le sucede? Estéfano toma mi mano por debajo de la mesa. Instantáneamente me siento mejor. De pronto, la voz de mi mamá llena el comedor. –Dime, Estéfano, ¿planeas quedarte mucho tiempo en la ciudad? –pregunta en un tono de voz cargado de hostilidad. Mi padre da un sorbo a su copa sin dar señal de haber escuchado la pregunta. Estéfano la encara y le dedica una sonrisa socarrona, como diciendo “¡Ah! Ahí está”. –El que sea necesario –responde con confianza. Otra de sus vagas respuestas. –¿Y cuánto es lo necesario? –pregunta mi mamá con amargura– ¿Cuánto tiempo vamos a tener que soportar tu presencia en esta casa? –¡Mamá! –exclamo sorprendida de su rudeza. –Creo que es mejor para tu familia que yo esté por aquí. Deberías saberlo bien –responde Estéfano en un tono amenazante. No me gusta nada esto, no me gusta la actitud de mi mamá y tampoco la manera en la que Estéfano está contestando. Ahora mi papá la mira directamente a ella, pero no sé si es porque quiere que se calle o porque está sorprendido. Estéfano no deja de sonreír de forma arrogante. –¿Lo mejor? Nada que venga de ustedes puede ser bueno –replica mi mamá indignada. –Guarda silencio ¿Qué sabes tú de lo que nos conviene? – interviene mi papá. –¿Nos conviene o te conviene a ti? No finjas que alguna vez piensas en otras personas, o que a él o a su padre le importamos un rábano –recrimina mi mamá. Siento que me perdí una parte de esta conversación. ¿El padre de quién? ¿De Estéfano? ¿Lo conocen? ¿Qué es lo que nos conviene? Súbitamente, mamá se pone de pie de un brinco y mi papá la imita. –¡¿Cómo te atreves?! ¡No puedes cerrar la boca ni una vez en tu vida! –le grita mi papá furioso. Estéfano mira pelear a mis padres con una sonrisa en los labios, no parece ofendido por lo que dijo mi mamá. Yo estoy mortificada, ¿por qué debían pelearse justo hoy? ¿No podían ignorarse como cualquier otro día? Mis padres salen del comedor dando alaridos, sus voces aminoran conforme suben las escaleras. Permanezco sentada apretando mi taza con ambas manos, deseando que me trague la tierra. –A tu familia le gusta llevar las cenas familiares al siguiente nivel, ¿no? –se mofa Estéfano. –¿Qué acaba de pasar? –le pregunto confundida. –Creo que tu mamá tuvo una crisis nerviosa –responde él. –Deja de bromear –le ordeno molesta–. Algo está pasando entre ustedes de lo que yo no tengo la menor idea y quiero saber qué es. –No sé qué esperas que te diga, es la primera vez que hablo con tu mamá en mi vida –responde Estéfano y se pone de pie–. Ya es tarde y mañana debes ir a trabajar. Acompáñame a la puerta. Lo sigo hasta la entrada con los brazos cruzados. –¿En verdad no me vas a decir? –insisto cuando ya está en el umbral. Él se acerca a mí y me rodea con sus brazos antes de plantarme un beso dulce en la punta de la nariz. –Lo único importante en la cena fue lo hermosa que te veías –dice con una sonrisa deslumbrante. Estéfano se separa de mí y sale dejándome llena de dudas. De camino a mi habitación puedo escuchar a mis padres discutiendo al otro lado del pasillo. –¡¿Cómo puedes estar tan tranquilo con lo que está sucediendo?!...¡¿Es que no tienes límites?! Azoto la puerta de mi cuarto. No sé qué fue lo que sucedió, pero fue desagradable. Me tiro a la cama y cubro mi cabeza con la almohada. Esta casa es un circo. Jugando al misterio En lugar de almorzar con Nancy y Tania, busco el Starbucks más cercano y pido un café cargado. No pude dormir en toda la noche pensando en el errático comportamiento de mis padres y las extrañas respuestas de Estéfano. Llamo a Miranda para charlar un rato, a esta hora seguro que no está ocupada. –¿Sí? ¿Quién es? –pregunta ella pues no reconoce mi nuevo número de teléfono. –Hola, soy yo, Olivia. –¡Liv! Qué bien que me marcas, por fin te hiciste de un nuevo número. Te dije que lo hicieras desde el día uno – exclama contenta. –No exactamente, Estéfano lo compró por mí –le explico. –Vaya, ¿cómo va todo con el Intruso Guapo? Hago una pausa, es difícil explicar por qué me atrae alguien tan complicado y misterioso. Me armo de valor y le cuento lo que sucedió en la cena. –No puedo creer que tus padres hayan peleado frente a una visita –dice en cuanto acabo –. Lamento informártelo, Liv, pero tus padres son bastante tóxicos. Ya te han ahuyentado a infinidad de pretendientes, luego estuvo el problemón en el que te metieron por lo de Samuel y ahora quién sabe si el Intruso Guapo no se espante después de anoche… –No creo, eso fue lo más extraño. Él parecía saber perfectamente lo que pasaba. Tal vez escuché mal, pero incluso mencionaron al padre de Estéfano. Es como si hubiera una historia detrás de la cual yo no estoy enterada. –Pues preguntarle a tus padres va a ser una pérdida de tiempo, jamás dicen nada. Tal vez deberías preguntarle a Estéfano cuál es la relación entre ellos –me sugiere. –Lo hice, pero no me quiso explicar. Fingió que no tenía idea de por qué mi mamá actuó así, pero algo me dice que está mintiendo. Miranda suelta un resoplido de inconformidad. –Eso no está bien. Me temo que tendrás que darle un ultimátum: Si no te habla claro, tendrás que cortar toda relación con él. Me parece un poco extremo, sobre todo porque las posibilidades de que la obstinación de Estéfano pueda más que la mía son altas y realmente no quiero dejar de verlo. Aun así, le hago pensar que estoy de acuerdo. Al llegar a casa, no hay señales de Estéfano. Recuerdo las palabras de Miranda y entro en pánico. Tal vez lo ahuyentó la pelea, tal vez no quiere estar cerca de una familia tan conflictiva. Mi papá me llama a su oficina, mientras entro los intrusos salen para darnos privacidad, ninguno es Estéfano. –Olivia, ¿qué te contó tu mamá sobre lo que pasó anoche? –pregunta mi papá en cuanto me ve. –Nada –respondo. Su pregunta es absurda, en esta casa nadie tiene la delicadeza de explicarme nada. –¿Está segura? –me mira detenidamente como si quisiera determinar si estoy diciendo la verdad. –¿Por qué te sorprende? ¿Cuándo me han dado explicaciones alguno de los dos? –respondo de mal modo. Mi padre se frota la frente, cada día se ve más viejo y cansado. –De acuerdo, te creo. Por favor, no dejes que tu mamá te meta ideas en la cabeza. Está trastornada y no piensa con claridad. –¿Ideas sobre qué? –le pregunto confundida. –Solo no la escuches, está loca –responde mi papá entre dientes. Salgo sin despedirme. Odio que hable mal de mamá, pero tampoco puedo justificarla después del arrebato de anoche. En definitiva, no hay a cuál irle. Le escribo a Miranda más tarde para saber si quiere quedar mañana por la noche, pero ella ya tiene planes con Joaquín. Enciendo el televisor, pero no le presto mucha atención al programa que aparece. Me llega un mensaje, tal vez Miranda cambió de opinión. Lo abro, pero es un número desconocido. NÚMERO DESCONOCIDO 22:15 “¿Me extrañas?” Estoy segura de que es Estéfano. Es la única persona que podría tener este número, aun así le contesto: OLIVIA 22:16 “¿Quién eres?” NÚMERO DESCONOCIDO 22:19 “¿Qué tal la cena familiar? Seguro otra velada encantadora”. No aprecio su sarcasmo, me molesta que se burlen de mi familia, pero considerando el espectáculo que dieron mis padres anoche, decido pasárselo. OLIVIA 22:28 “¿Dónde estás?” ESTEFANO 22:29 “Ocupado”. Pongo los ojos en blanco ante su respuesta evasiva. No le contesto. Si se quiere hacer el interesante que no me moleste. Vuelvo mi atención al televisor, aunque mis ojos se desvían cada poco a la pantalla del celular. Me duermo casi a la media noche, pero no recibo más mensajes. ***** Las oficinas tienen un aire diferente los viernes, es un optimismo palpable, el saber que mañana será día de descanso le da ánimos a la gente. Todos andan de mejor humor. Bueno, todos excepto el papá de Miranda. Al parecer la auditoría no fue bien y ahora está metido en problemas. Por suerte, no fue culpa mía así que no puede enojarse conmigo. A las tres de la tarde decide irse a casa, el estrés lo está matando y necesita distraerse. Aprovecho que me quedo sola y sin pendientes para perder el tiempo en internet, pero me aburro pronto. Miro a mi alrededor, a ver si hay alguien con quien pueda platicar y matar unos minutos con algún chisme de oficinistas; de pronto siento mi teléfono vibrar dentro de mi bolso. ESTEFANO 16:20 “Anoche me dejaste hablando solo.” OLIVIA 16:26 “No estabas diciendo nada interesante”. Me arrepiento de enviarlo al segundo. Tal vez no debería ser tan cortante, ya es suficiente que él sea tan misterioso como para que todavía yo ponga más trabas en nuestra relación. Quiero que sea sincero conmigo, no perderlo. Temo que no responda más, pero en lugar de escribir entra su llamada. –¡Vaya! La frialdad viene de familia, primero tu mamá y luego tú –dice en tono de broma en cuanto contesto. –Eso no es gracioso –ya no sé si seguir en el papel de enojada o retractarme. –¿Se puede saber por qué la hostilidad? –pregunta sin perder el buen humor. –No soy hostil –busco las palabras para darme a entender–. Es solo que encuentro irritante que actúes tan misterioso. Me gustaría que de vez en cuando soltaras respuestas más elaboradas. Cada vez que te pregunto algo sobre ti te comportas evasivo. La única vez que me contaste algo personal ¡fue tu edad! –¡No es verdad! También te dije que no tenía hermanos – responde con tono de fingida indignación, aun a través del teléfono puedo adivinar que está sonriendo. –No me parece gracioso –digo en tono molesto. Estéfano suspira. Por un momento no dice nada, solo escucho su respiración al otro lado de la línea. –¿Qué te parece si paso hoy por ti cuando salgas? Si vas a quejarte de mí, prefiero escucharlo mirando tus bonitos ojos –me propone. Me sonrojo como tonta. –¿Qué dices? –pregunta ante mi silencio. –De acuerdo –contesto con una sonrisa que él no puede ve Pregunta lo que quieras Estéfano me espera al otro lado de las puertas de cristal del edificio. Le dedico una tímida sonrisa en cuanto salgo y él me toma de la mano para caminar a su auto. –¿Sigues molesta conmigo? –me pregunta al subir. –No estoy molesta, me siento... frustrada –respondo–. Mis padres me guardan secretos todo el tiempo, hay tanto sobre ellos que ignoro... en muchos sentidos es como si estuviera viviendo con extraños. Odio eso. No quiero que las cosas sean igual contigo. Estéfano no responde, mantiene su vista al frente mientras conduce. Yo tampoco digo nada más, solo escucho el ruido del motor y lo miro conducir. Cada vez que lo veo me parece más guapo. Conduce unas cuantas cuadras más hasta un restaurante francés llamado “La Casserole”. –Llegamos –me indica. Conozco el lugar sólo de nombre, sé que es muy popular y bastante caro. El valet parking abre mi puerta y yo desciendo dudosa. No me gusta la comida francesa, pero me apena confesarle que soy más una persona de hamburguesas y papas fritas. No quiero que piense que soy ordinaria. –¿Qué pasa? –pregunta al llegar a mi lado y ver que sigo parada junto al auto. –Me hubiera gustado no venir en ropa de oficina – respondo incómoda. Eso también es cierto, llevo un vestido azul sencillo, mi maquillaje hace horas que perdió vitalidad y de por sí lo uso muy natural para ir al trabajo. Me siento simplona. –Podrías venir en pijama y seguirás siendo la más guapa del lugar –me susurra al oído. Estéfano me toma de la espalda y me conduce dentro del restaurante. No sé si lo dice en serio o solo fue para que no protestara, pero sonrío de oreja a oreja. Al entrar me doy cuenta de que él ya tenía reservación para nosotros. Nos pasan a la mesa al momento. Una vez que estamos sentados, Estéfano toma mi mano entre la suya, pero mira hacia las otras mesas, como si estuviera haciendo un reconocimiento de los otros comensales. –¿Por qué estamos cenando tan temprano? –pregunto para captar su atención. –Tengo que trabajar en un rato, pero sonabas tan molesta que preferí hacerme un pequeño espacio para que platiquemos –responde volteando a verme. El mesero llega con nuestros menús y la lista de especiales. Nada suena apetecible, pero le sonrío amablemente mientras lo escucho. Una vez que toma nuestra orden quedamos solos. Me dispongo a atacar, pero Estéfano me gana la palabra. –Ahora sí, ¿qué es lo que quieres saber de mí? –me pregunta en cuanto se va el mesero. Me desarma, no esperaba que estuviera tan dispuesto a oír mis preguntas. –¿Vas a contestar en serio? –pregunto escéptica. –Pregunta y averígualo –responde con calma. Tuerzo la boca, por un momento todas las interrogantes que tenía desaparecen. Mi mente está en blanco. –¿Qué tienes que hacer más al rato? –es lo único que se me ocurre preguntar. –Trabajar –contesta cortante. Voy a reclamarle, pero enseguida sonríe y sé que está bromeando–. Va a llegar un cargamento esta noche, es bastante importante así que tu padre quiere que vaya personalmente a supervisar que todo esté en orden. –Ya ves, ¿no fue tan difícil ser sincero o sí? –pregunto alzando la cara. –No, pero no quiero aburrirte con detalles sobre el trabajo, prefiero que hablemos de otra cosa –dice mientras se encoge de hombros. –De acuerdo, dime, ¿qué se traen tú y mi mamá? –pregunto recordando el asunto que tanto me ha irritado últimamente. Estéfano se recarga en el respaldo de la silla, de pronto parece muy incómodo, sus ojos vuelven a recorrer las mesas a nuestro alrededor. Me da la sensación de que está evitando mirarme. Golpetea sus dedos contra la mesa con nerviosismo. Después de unos minutos, respira profundamente y vuelve a enfocarse en mí. –¿Qué te dijo ella sobre mí? –me pregunta ansioso. –Nada, mi mamá casi nunca habla conmigo –le respondo con una mueca. –Ya veo –noto que sus hombros se relajan. Tal vez temía que mi mamá me dijera algo malo sobre él, pero ¿qué? ¿De dónde se conocen que ella tendría algo que contarme? Fue casi lo mismo que me preguntó hace unos días “¿Qué te han dicho de mí?” ¿Qué le preocupa tanto que yo me entere? –¿Me vas a explicar tú por qué conoces a mi mamá? Y, ¿por qué dijo esas cosas? –me enderezo en mi asiento para hacer notar que quiero una respuesta en serio. –¿Si lo hago dejarás de estar brava conmigo? –pregunta en tono juguetón. Asiento energéticamente. –Bien. Primero, no conozco a tu mamá. ¡Vaya!, ahora sí que la conozco, pero me refiero a que no antes de la adorable cena que tuvimos los cuatro. Hasta ese día lo único que nos habíamos dicho era un “Buenos días” o “Buenas noches” cuando me la llegaba a topar por tu casa. –Pero ella sabía tu nombre y… –Todo lo que ella sepa de mí debió escucharlo de tu padre. Te prometo que yo jamás hablé con ella en persona. Tu mamá y yo somos dos completos extraños –me interrumpe. –Eso no tiene sentido, ella parecía conocerte bien. –Será porque le preguntó a tu padre por mí –responde él como si fuera obvio. –Lo dudo, mi mamá jamás se ha interesado en los… –corto la frase a la mitad, estuve apunto de decir intrusos–... hombres que trabajan con mi papá. –Sí, pero tal vez quiso saber con quién pasó la noche su hija. El mesero llega con las entradas y corta nuestra conversación. Me quedo en silencio pensando en la respuesta de Estéfano, ahora resulta obvio que mi mamá quisiera saber quién es el sujeto con el que mi padre parece tan de acuerdo que salga su hija, pero eso no explica qué de él le causa aversión. Si mi padre supiera algo malo de Estéfano no se quedaría tan campante, ni me permitiría verlo, y mi padre es la única persona que le pudo dar información a ella sobre Estéfano. Una vez que el mesero se retira, puedo continuar hablando. –Sí, puede ser, pero... ella mencionó a tu padre, estoy casi segura de que lo hizo. Algo te ha de conocer si hasta a tu padre conoce –es el último pedazo de información que no encaja. Estéfano deja la cuchara en el plato y vuelve a enderezarse. –No creo que lo conozca en persona. De nombre, seguro. Otra vez, tuvo que ser por medio de tu padre que escuchó sobre él. El mío hace años que no pisa este país –me aclara. –¿Nuestros padres se conocen? ¿Es la razón por la que estás aquí? –le pregunto con la frente arrugada. Estéfano asiente con aire de aburrimiento. –Llevan décadas de conocerse, comparten la misma... rama de negocio. Durante mucho tiempo fueron competencia, hace unos meses decidieron unir fuerzas y ampliar su mercado. Les costó trabajo, pero entendieron que juntos eran más fuertes. Esa es la razón por la que estoy aquí. Como te dije, mi padre vive fuera y no tiene intención de volver. Yo vine para representar sus intereses en esta fusión. Me recargo satisfecha en el respaldo de la silla. Ahora sé toda la verdad, Estéfano no es un intruso cualquiera, es un socio de negocios. No había razón para ocultarme esto. –¿Estás feliz? Ahora, si te sigues preguntando por qué tu mamá tiene una mala opinión de mí o de mi padre, supongo que no es fácil odiar a alguien que fue un rival de negocios durante años y de pronto tenerlo metido en tu casa todo el día. Además, honestamente, mi padre no acostumbra a jugar limpio, así que tu mamá puede no tener las mejores referencias sobre él. Asiento, su explicación tiene sentido. Sonrío con alivio porque se acabaron los misterios. –¿Alguna otra pregunta? ¿Quieres saber mi tipo de sangre? ¿Mis hobbies? ¿Te muestro mi carnet de conducir? Suelto una carcajada que hace que las mesas de al lado miren en nuestra dirección. Estéfano besa mi mano y luego la aprieta contra su mejilla. Mi corazón golpea con fuerza contra mi pecho, las mariposas que se supone vuelan en mi estómago ya salieron a dar la vuelta por el resto de mi cuerpo. Después de la cena, regreso a casa. Ahora puedo descansar tranquila, por fin sé toda la verdad. No puedo esperar para contarle a Miranda lo bien que salieron las cosas. No te guíes por las apariencias Me levanto temprano y llego al salón de CrossFit a las nueve en punto. Miranda ya está ahí, estoy segura de que querrá contarme todos los detalles de su cita de anoche y yo también, pero al verla noto que su expresión es sombría. Tal vez no le fue bien. –¿Te enteraste de lo que pasó? –me pregunta consternada. –No, ¿de qué hablas? ¿Joaquín te hizo algo? –Oh, Liv, fue una tragedia. La casa de Erick se incendió, al parecer fue un incendio provocado, o al menos eso es lo que la policía cree –me explica con pesar. –¡Qué cosa más terrible! –exclamo boquiabierta–, pero, ¿ellos están bien? –Por suerte él y sus padres estaban fuera cuando sucedió. Pero su abuela estaba en la casa, ¿recuerdas que no podía moverse más que en silla de ruedas?…ella… no pudo salir a tiempo–dice Miranda y sus ojos se llenan de lágrimas. –Qué horror –me cubro la cara con ambas manos. No imagino lo mal que se han de sentir. –Es inconcebible que alguien haya podido hacer algo así. Era una mujer de 84 años… –Espero que atrapen a los culpables. ¿Quién querría dañarlos? Los padres de Erick son las personas más agradables que conozco –digo porque es verdad, independientemente de la forma tan grosera en la que me trató Erick en su fiesta, reconozco que su familia es muy agradable y que de ninguna manera merecían vivir una tragedia así. –No lo sé, ellos siempre han sido buenas personas. No tiene sentido. –Tal vez fue un accidente. Un problema con el cableado eléctrico… a veces los seguros prefieren pensar que es provocado para no pagar a póliza –opino pues es demasiado duro pensar que existe gente tan mala en esta ciudad. –Puede ser… no había pensado en eso. Pero sin importar cómo fue, ellos están destrozados. Ya no hablamos de nuestras citas. Parece demasiado vano después de lo sucedido. Al regresar a casa encuentro a Estéfano estacionado enfrente esperándome. Sale de su coche en cuanto me ve llegar. –¿Trabajando en fin de semana? Qué comprometido –lo saludo. –No, tampoco es para tanto. Vine porque no podía aguantar las ganas de verte. Me quiere abrazar, pero estoy demasiado consciente lo mucho que sudé haciendo ejercicio y me aparto. –Creí que habíamos quedado bien anoche –me dice extrañado. –Sí, es solo que debería ir a la ducha ya –explico. Él parece a penas notar que traigo ropa deportiva. –De acuerdo, ¿qué te parece si te espero aquí y después te llevo a almorzar? –me propone. Asiento entusiasmada. Me dirijo hacia la puerta principal y veo que él no me sigue. –¿No vas a pasar? –le pregunto. –Prefiero esperar a fuera, no quiero tener otro encuentro cara a cara con tu mamá. Me encojo de hombros y entro, no puedo culparlo por querer evadir los malos modos de mamá. En cuanto cierro la puerta, subo a toda velocidad a mi cuarto. En menos de veinte minutos ya estoy lista. Me pongo una falda azul, una blusa blanca y tacones altos. Mi cabello sigue húmedo, pero no quiero desperdiciar tiempo que puedo estar con Estéfano en secarlo. Él sigue en la entrada, esperando. –¿Ahora ya puedo abrazarte? –pregunta en cuanto me ve salir. –Sí –le respondo con una sonrisa. Estéfano me envuelve entre sus brazos y me besa con ahínco. Su beso me hace pensar en la noche que pasamos juntos y me estremezco. –Vamos –me dice y abre la puerta del copiloto para mí. Me subo al auto sin preguntar a dónde vamos. Estéfano me lleva a un pequeño restaurante japonés cuya existencia desconocía hasta ahora. La atención es excelente y la comida deliciosa. Nuestra mesa da a un ventanal desde donde podemos observar a los peatones pasar disfrutando de su sábado. –¿En qué piensas? –le pregunto a Estéfano que está muy concentrado viendo a la gente. –En el aspecto físico de la gente, la mayoría de las personas no presta atención a su apariencia y es lo primero que todos ven. Mira a la gente que pasa, la mayoría van desarreglados. Mi ojos siguen la dirección hacía donde él está observando. Afuera hay gente de todo tipo caminando y ocupándose de sus asuntos. –Tal vez algunos salieron con prisa, no siempre uno tiene tiempo de arreglarse –opino restándole importancia a su observación. Estéfano me mira y se ríe. –Tiene gracia que tú lo digas, muñeca, cuando siempre te esmeras en verte perfecta. –Claro que no, hace rato me viste cubierta en sudor y despeinada. Estaba hecha un desastre –contesto. –Claro que no –dice Estéfano frunciendo el ceño–, te veías perfecta. Siempre te ves hermosa. Justo como una muñeca. –Tal vez tú opinión sobre mí es un poco sesgada – respondo sintiendo cómo mis mejillas se sonrojan. Este hombre está tan cautivado por mí como yo por él. –Es la verdad. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, lo pensé desde la primera vez que te vi –me confiesa. –¿Pensaste que me veía hermosa gritándole a mi papá que soltara a Sam? –pregunto incrédula. –No, muñeca, esa fue la primera vez que tú me viste, pero no fue la primera vez que yo te vi a ti. Eso fue unos días antes, creo que fue un martes en la mañana, ibas bajando por las escaleras de tu casa en un vestido rosa ligero, te veías tan hermosa y a la vez tan triste... al verte me invadió la necesidad de protegerte. Me dije a mí mismo que era absurdo, pero fui incapaz de dejar de pensar en ti después de eso. Trago saliva. Parte de mí se siente halagada, pero mentiría sino dijera que me dolió que pensara que me veía triste. La idea de convertirme en una mujer perpetuamente triste como mi mamá me aterra. Sé que he tenido un año difícil con la muerte de Nico y con dejar la escuela, pero nunca en la vida quisiera acabar como una persona entristecida que deambula por su casa con mala cara y es adicta a las píldoras para dormir. Tengo que hacer todo lo posible por evitar ese futuro. En silencio, me prometo a mí misma ser más alegre, independientemente de lo que esté sucediendo a mi alrededor. –¿Dije algo malo? Pareces molesta –dice Estéfano con preocupación. –No, para nada. Es solo que no tenía idea de que te sentías de esa forma –respondo con una sonrisa fingida. No más caras tristes para mí. Después del almuerzo, Estéfano me lleva de regreso a casa. Preferiría pasar la tarde con él, pero él no lo sugiere así que yo tampoco digo nada. Camina conmigo a la puerta principal, me da un beso de despedida y me abraza. Rodeo su cintura con mis manos hasta que siento un objeto duro y metálico al llegar a su espalda. Doy un paso hacia atrás sobresaltada. –¡Traes un arma! –exclamo sorprendida. –Sí –contesta él como si fuera la cosa más natural del mundo. –¿Por qué portas una pistola para almorzar? –le pregunto perpleja. –Siempre la traigo conmigo –responde entrecerrando los ojos, como si no entendiera mi sorpresa. –¿Eres uno de esos entusiastas de las armas? –pregunto con miedo, realmente odio las armas, sobre todo después del asesinato de Nico y lo que mi papá le hizo a Sam. –No, soy un entusiasta de la seguridad –responde encogiéndose de hombros– ¿Hay algún problema? –No... quiero decir... no me encanta la idea de estar cerca de armas –le explico–. ¿Qué pasaría si lastimas a alguien por accidente? Nunca se sabe con esas cosas. –No te preocupes, sé manejar armas a la perfección. Es totalmente seguro, no tienes nada que temer a mi lado. Ya te dije que siempre te voy a proteger. Le dedico una media sonrisa. ¿Qué necesidad hay de ir armado a comer sushi? No quiero discutir, así que ya no digo nada más. Me despido y entro a casa. Supongo que cada quien tiene sus excentricidades. Flores para todo El domingo en la mañana la casa está en completo silencio. Mi papá ha salido con los intrusos y mi mamá está encerrada en su habitación, la escucho caminar, pero llega el medio día y ella no sale ni siquiera a comer algo. No hemos hablado desde la cena con Estéfano, puede que esté molesta conmigo, pero es difícil saberlo con seguridad pues no me ha dicho ni media palabra. Le marco a Miranda para matar la soledad. –Hola, Liv–su voz no suena animada. –Hola, ¿quieres hacer algo? –le pregunto. –Me gustaría, pero hoy es el funeral de la abuela de Erick. Ya sabes que no me gustan los funerales, pero creo que es importante –responde tristona. –Sí, lo entiendo. –¿Quieres venir conmigo? Quisiera, solo vi a la abuela de Erick un par de veces, pero recuerdo que era una anciana dulce y cariñosa. –Me gustaría, pero no sé si sea bienvenida, Mir –respondo. La última vez que vi a Erick me advirtió que no me quería cerca, esta tragedia no cambia eso y no quiero ir al funeral solo a montar una escena. –Tienes razón. Puedes arriesgarte a pasar un mal trago, sobre todo ahorita que Erick está dolido. Cuelgo el teléfono con una sensación de desazón, recordar lo que están viviendo Erick y su familia me hace recordar cuando nosotros perdimos a Nico. Solo de pensar en esos días me estremezco. Bajo a la cocina por algo de comer. Me sirvo un vaso de leche y galletas para mirar televisión. Escucho que se abre la puerta principal. Mi papá debe estar de regreso. Salgo al pasillo para saludarlo y veo que viene seguido de Estéfano. –¿Dónde está tu mamá? –pregunta malhumorado. –Arriba en su habitación –contesto. –Dile que prepare la cena para esta noche. Estéfano va a acompañarnos. Con esas palabras se sigue directo a su oficina. Estéfano se planta frente a mí y me roba una galleta. –Debes ser masoquista para aceptar pasar otra cena con nosotros –le digo en tono de broma. –Un poco sí –me contesta antes de plantarme un beso rápido y encaminarse a la oficina de mi papá. Subo las escaleras hasta la habitación de mamá, llamo a la puerta, creo que está dormida porque tarda varios minutos en abrirme. Finalmente sale con cara de pocos amigos. –Papá dice que Estéfano va a cenar con nosotros –le informo con la esperanza de que no se ponga de peor humor–. María hoy tiene día libre, ¿quieres que te ayude a preparar la cena? Mi mamá resopla, pero no articula ni media palabra. Me cierra la puerta prácticamente en la nariz. Regreso a mi cuarto, molesta. Qué actitud tan infantil, entiendo que alguien no te de buena espina, pero no hay razón para desquitarse con tu propia hija. Temo que está va a ser otra velada incómoda para todos. Las horas hasta la cena parecen minutos; típico que cuando deseas que algo no suceda, llega más rápido. Escucho a mi mamá en la cocina y bajo para ayudarla. Al menos la comida estará decente ya que no la preparó María. Una vez que todo está listo, acomodamos la mesa juntas sin dirigirnos la palabra. Pongo los vasos y los cubiertos, pero daría lo mismo que fueran flotando, mi mamá no da indicios de reconocer mi presencia. La puerta de la oficina se abre y escucho los pasos de ellos acercarse. –Olivia, quien juega con fuego se acaba quemado –me susurra mi mamá al oído un segundo antes de que entren papá y Estéfano al comedor. Me quedo estupefacta, ¿de qué está hablando? ¿No podía decir algo en la última hora o en las últimas nueve horas que lleva encerrada en su habitación? Y cuando por fin se digna a hablar, dice la frase más irrelevante que hay. –¡Salmón! Qué bien –exclama mi padre antes de sentarse. Comenzamos a cenar en silencio. Mi mamá no deja de fulminar a Estéfano con la mirada. Su odio se puede sentir en el aire. –¿Cómo dijiste que se llamaba ese restaurante al que fueron? –pregunta mi papá. –La Casserole, es en verdad delicioso –contesta Estéfano. Me sobresalto. ¿Le contó a mi padre de nuestra cita? ¡Yo no le cuento a mis padres sobre mis citas! –A Olivia no le gusta la comida francesa –se escucha la voz de mi mamá como si fuera una espada cortando el aire. La miro con ojos suplicantes, si va a hacer este tipo de comentarios, prefiero que siga callada. Estéfano me mira con incredulidad. –Hubiera sido amable de tu parte decirme –me dice en tono juguetón. –Tampoco es que la encuentre incomible –explico. –Por suerte mi hija no es una mujer obstinada, está abierta a probar cosas nuevas cuando se da la ocasión. Muy al contrario de su mamá… Oh, por favor, no se peleen de nuevo. Enfrente de Estéfano no. –¿Obstinada yo? Ay, ahora resulta… –¡Cambio de tema! –interrumpo, alguien tiene que poner un alto. Mi papá asiente, se ve demasiado cansado para pelear, mi mamá pone los ojos en blanco, pero acepta mi sugerencia. –Bien, Olivia, dime ¿por qué no fuiste al funeral de la abuela de Erick? Llevas casi cuatro años de conocerlo, es una falta de respeto y consideración de tu parte–me reclama mamá. Estéfano me mira de reojo, tal vez recuerde quién es Erick y entonces entenderá por qué no fui. –Ya sabes que los funerales me dan mala espina, mamá – miento. Sé que suena estúpido, pero es mejor que la razón real. –Me parece que podrías haber hecho el intento, sobretodo tomando en cuenta las circunstancias trágicas –opina mi mamá. –¿Qué le sucedió? –pregunta mi papá antes de llevarse un bocado de salmón a la boca. –Su casa se quemó y la señora quedo atrapada dentro –le explica. –Cosas malas le suceden a la gente desagradable –musita Estéfano con indiferencia. Lo miro sorprendida, sí recuerda a Erick. Aun así, no es razón para desearle mal. –¡Era una anciana! –exclama mi mamá indignada. –No hablo de la abuela, fue terrible que le pasara eso. Me refería al nieto. Puede que usted no se entere de mucho, pero el tal Erick no ha sido la mejor persona con su hija – musita Estéfano. –¡¿Qué te hizo, Olivia?! –mi papá se pone en pie de un salto, su cara está enrojecida de enojo– ¡¿Intentó propasarse?! –¡No! Nada de eso, tranquilo. Fue una bobería. Chismes que corren por ahí, no tiene la menor importancia, papá –le digo en tono sereno para que se calme. –No permitiré que alguien lastime a mi hija –amenaza al viento mientras vuelve a sentarse. –No se preocupe, nadie le hará daño mientras yo esté aquí –le promete Estéfano. –Llevamos años sin ti y lo hemos llevado bastante bien. No te necesitamos –arremete mi mamá. Le hago una mueca de desagrado. Estéfano parece tomarlo con buen humor porque le sonríe, aunque sospecho que lo hace para hacerla enojar más. –Bueno, pero aquí estoy para ayudar –responde en un tono tan amable que raya en lo caricaturesco. –¿Ayudar? Ya nos has “ayudado” bastante... –la amargura en la voz de mi mamá es inexplicable. –Al menos deberíamos mandarle a la familia un arreglo de flores con nuestras condolencias –propone mi papá como queriendo cambiar el tema. –Sí, eso sería lindo –afirmo. –¡Siempre flores para todo! –exclama mi mamá con hartazgo. –Tu marido es florista –le recuerdo con obviedad. –Mañana mismo yo me encargo de enviar el arreglo – propone Estéfano. –Gracias, maravilloso Estéfano, ¿qué haríamos sin tu gran ayuda? –se mofa mi mamá. –¿Podemos hablar de otra cosa? –pido incómoda. –Me parece bien. Hija, ¿por qué tu bicicleta no está en el patio? El otro día salí y noté que no estaba, ¿qué le sucedió? –pregunta mi papá antes de dar otro bocado de salmón. –¿Te gusta andar en bicicleta? No tenía idea –me pregunta Estéfano. –Sí, le encanta salir a andar en ella los domingos. Es una bicicleta bastante linda, rosa con amarillo, sus colores favoritos desde niña –le explica mi papá–. Te la podría mostrar, pero por alguna extraña razón no está en casa. –Se la presté a Miranda, robaron la suya hace unos días y me pidió si podía usar la mía mientas compra una nueva – respondo. Ni siquiera me cuesta trabajo mentir. La respuesta fluyó como si fuera un hecho. Por obvias razones no hacemos sobremesa. Acompaño a Estéfano a la salida, agradecida de que la incómoda velada con mis padres haya terminado. ***** Aún no me acostumbro a las ajetreadas mañanas laborales, toda la gente yendo y viniendo con prisa, mis compañeros platican entre colegas sobre su fin de semana, se ríen y lamentan que sea lunes; me siento como un pez fuera del agua. Nancy se acerca a mi lugar, aprovecha que el padre de Miranda aun no llega para sentarse a la orilla del escritorio. Sería mejor que no lo hiciera, su falda es demasiado corta y a esta altura puedo ver que es la clase de mujer que no depila sus muslos superiores. –Oye, Olivia, qué horrible lo que le pasó al novio de Laura. Una verdadera tragedia –me comenta mientras bebe su americano. ¿Acaso Erick es el único tema disponible? –Sí, terrible –contesto con desgana, mis ojos no se despegan de la pantalla, reviso mi bandeja de entrada con la esperanza de que crea que estoy ocupada y se vaya–. Creí que no se hablaban entre ustedes. –Lo vi en Facebook, Laura publicó las fotos de la casa pidiéndole a la gente que si alguien tenía información sobre los culpables contactara a la policía –me explica. Ahora Nancy tiene toda mi atención. –¿Entonces están convencidos de que fue un incendio provocado? –le pregunto intrigada. –Eso parece, ¿por qué? ¿Sabes algo más? –sus ojos están deseosos de más chisme. –No, de hecho no sé nada, solo que se me hace extraño que alguien haya querido hacerles daño. Su familia no parece la clase de personas que se meten en problemas – respondo encogiéndome de hombros. –Caras vemos… –Son gente decente –la corto de mal modo. Me molesta cuando extraños sacan las peores conclusiones sobre personas de las que no saben nada. Tal vez porque estoy viviendo en carne propia las consecuencias de que la gente juzgue a los demás a la ligera. –Si tú lo dices, te creo –responde Nancy con una ceja enarcada, sé que me encuentra extraña. Después busca un tema más neutral de conversación– ¿Crees que tu jefe se aparezca pronto? –Lo dudo, ha de seguir lamentándose dejar todo de último momento –respondo con una sonrisa amable, es más sencillo si nos limitamos a hablar de asuntos de oficina. –Qué suerte tienes, así tendrás más tiempo libre. Ojalá mi jefa faltara alguna vez. Estoy segura de que si pudiera venir el día de Navidad, lo haría –se burla–. Eso me recuerda que me pidió unas copias hace veinte minutos. Debo correr. Nancy baja con un brinco coqueto de mi escritorio y se dirige al cuarto de papelería. Saco mi celular del cajón. Dos mensajes nuevos. MIRANDA 10:15 “¡Hola! Perdón por no marcarte anoche, fui a cenar con Joaquín después del funeral y volví a casa muy tarde”. ESTEFANO 11:00 “¿Qué tal el lunes, muñeca?” Me sonrojo. Escribo una respuesta rápida para Miranda y voy directo a escribir a Estéfano. OLIVIA 11:45 “Sin muchas novedades, ¿qué tal te va a ti?” Contesta de inmediato. ESTEFANO 11:46 “Es difícil concentrarme, no dejo de pensar el ti”. Sonrío de oreja a oreja. OLIVIA 11:47 “Yo tampoco he dejado de pensar en ti ESTEFANO 11:49 “No hagas planes este fin de semana, te quiero solo para mí”. Vuelvo a guardar el celular. La sonrisa boba no me abandona el resto del día. Un momento de honestidad Llega el viernes y casi no he visto a Estéfano, el trabajo debe ser duro porque apenas ha estado en casa. Creo que ha tenido que ir a recibir los cargamentos, supongo que es parte de supervisar que la fusión de los negocios de su papá y el mío vaya bien. Me ha escrito todos los días, pero nunca me da muchos detalles de lo que hace. Le marco a Iván para que pase por mí, pero me dice que el “señor Estéfano” le ha dicho que él me recogerá. Me inunda una cálida sensación de alegría. Paso al tocador para retocarme el maquillaje y verme lo más guapa posible. Llevo el cabello en una coleta, lo suelto y me paso los dedos para aplacarlo. Salgo disparada hacia la entrada principal y él ya está fuera esperando. –Este es el mejor momento de mi semana, hasta ahora – dice y me envuelve en un abrazo. Yo también pienso lo mismo. Inhalo su colonia como si pudiera absorberlo de un respiro. Hace unas semanas no sabía de su existencia y ahora no imagino estar sin él. Subimos al auto y él comienza a conducir. –Después del fracaso de la comida francesa, espero que la italiana sea más de tu gusto –es su forma de decirme que iremos a cenar. Ni siquiera presto atención al camino, estoy demasiado contenta de verlo para que me importe. Le voy contando sobre mi semana mientras él conduce y me escucha en silencio. De pronto, detiene el auto en una calle que me resulta desconocida. No hay mucho movimiento, dos transeúntes de aspecto sospechoso caminan a unos cuantos metros de nosotros en la acera mal iluminada. Miro alrededor, pero no veo ningún restaurante. Todos los locales están cerrados... y, por su aspecto, parece que llevan cerrados bastante tiempo. Esta calle parece el lugar perfecto para que te asalten. –¿Qué hacemos aquí? –le pregunto inquieta. Tal vez sería mejor ir a una calle con una mejor iluminación y más gente. Ni siquiera necesito mucha gente, me conformaría con cuatro o cinco personas de aspecto respetable. –Vamos a cenar la pizza más deliciosa que hayas probado en tu vida –me informa mientas me toma de la mano. Estéfano camina conmigo hacia el costado de un edificio de apartamentos viejo, me lleva hasta una puerta de madera verde y toca. Un hombre gordo de aspecto grasiento se asoma. Nos mira con cara de pocos amigos un instante y luego abre la puerta de par en par para dejarnos entrar. Estoy renuente a entrar, pero Estéfano presiona ligeramente mi espalda para animarme. Bajamos por unas angostas escaleras que nos llevan a un diminuto e intimo restaurante. Al fondo hay un horno de leña junto a un bar de caoba en el que un hombre de cabello canoso está sirviendo un martini. Solo hay cinco mesas, tres de ellas ya están ocupadas por otras parejas. Una mujer mayor nos sonríe y señala a una de las mesas para que nos sentemos. Cuando tomamos asiento, la mujer trae una canasta de pan y dos menús de papel. Antes de que pueda ver el menú, Estéfano ordena para los dos. Me molesta un poco, pero sé que es la clase de hombre al que le gusta sentirse en control y si pequeñeces así lo hacen feliz puedo dejarlo pasar ocasionalmente. Solo espero que haya ordenado algo bueno porque muero de hambre. –¿Cómo supiste de la existencia de este lugar? –le pregunto. –Era el lugar favorito de mi madre, decía que era lo más cercano a la comida en Italia. Solía traernos todo el tiempo cuando éramos pequeños –responde de forma distraída. –¿Éramos? –pregunto con curiosidad. Habría asumido que estaba hablando de él y su padre, pero dijo “cuando éramos pequeños”, así que se debe de estar refiriendo a alguien más. –Sí. Yo y mi hermana –contesta despreocupado. –¡¿Qué?! ¡Dijiste que no tenías hermanos! –le reclamo indignada. No puedo creer que lo atrapé en una mentira tan grande. ¿Qué más me ha ocultado? ¿Por qué mentiría sobre algo tan bobo como tener una hermana? Es ridículo, si no se le hubiera escapado la verdad en este momento, de cualquier forma me hubiera enterado a la larga. Estéfano me mira fijamente con expresión confundida, como si no entendiera por qué estoy molesta. –Dije que no tenía hermanos ahora, no que nunca los haya tenido –responde como si fuera obvio. Mi corazón se comprime. Perdió a su hermana, así como yo perdí al mío, sabe exactamente lo que se siente pasar por eso. Me lleno de culpabilidad por creerlo un mentiroso. –Siento mucho tu pérdida. Que se muera un hermano es una cosa terrible, yo la pasé muy mal después de lo de Nico, lloré durante meses –digo intentando ser empática, pero por la expresión de Estéfano, no lo estoy consiguiendo. –Sí... Rebecca no está muerta, es solo que ya no es mi hermana –me explica con cara de aburrido. Yo, por el contrario, estoy más interesada. –No te entiendo, ¿qué le sucedió a ella? –pregunto confundida. No quiero ser entrometida, pero no puedo evitar sentirme intrigada. –Sinceramente no lo sé. Huyó de casa después de que mi mamá se suicidó y no he escuchado de ella desde entonces. No tengo idea de dónde está o a qué se dedica. Tengo la sospecha de que mi tía Agata está en contacto con ella, pero es solo una corazonada y no me podría importar menos. Ella se fue, le dio la espalda a la familia; por lo que a mí concierne, ya no es mi hermana –me cuenta despreocupado, como si estuviera comentando sobre el clima. Lo miro perpleja. Hay tanto que desenvolver de esas pocas oraciones. ¡Con razón siempre está renuente a contarme de su vida! –Así que... tu mamá... cómo... cuándo... –balbuceo insegura sobre cómo abordar el tema–. ¿Cuántos años tenías cuando murió tu mamá? –16. Se colgó en su recámara, si eso es lo que ibas a preguntar a continuación –responde tranquilo. –Lo siento mucho... por tu hermana también –musito en voz baja. –Como sea, fue hace mucho –Estéfano arruga su nariz, como si mis condolencias estuvieran fuera de lugar. –Así que tú y tu papá se quedaron solos, debió haber sido difícil –comento sin poder creer que está actuando como si esto no fuera la gran cosa. –No realmente. Supongo a mí papá le dolió perder a su esposa y a su hija, pero nunca hablamos al respecto. Mi papá no es alguien que exprese mucho sus sentimientos. Acerca de Rebecca, él siempre creyó que se trataba de un impulso juvenil y que en algún momento regresaría a casa, pero nunca lo hizo. Rebecca lo culpaba por la depresión de mi mamá y nunca quiso hablar con él de nuevo. –¿Alguna vez intentaron buscarla? –Sí, mi papá contrató a un detective privado, estoy seguro que la encontró, pero decidió respetar su espacio. La única persona que creo que habla con Rebecca es mi tía Agata, como ya te dije. Ellas siempre fueron cercanas –me explica mientras juega nerviosamente con su tenedor. Entre más profundizamos en el tema, más difícil le es demostrar indiferencia. –¿Alguna vez se lo preguntaste directamente a tu tía? –¿Para qué? Rebecca ya no es mi familia, ella se fue cuando las cosas se pusieron difíciles. La verdadera familia no hace eso –dice con voz irritada, entiendo que es tiempo de cambiar de tema. –¿De qué parte de Italia es tu familia? –pregunto para aligerar el ambiente. –Sicilia. –¡Nosotros también! –exclamo con sorpresa. –Lo sé, ahí fue donde comenzó la rivalidad de nuestros padres... mucho antes de que tú o yo naciéramos. Y después ambos se trasladaron para acá y su odio perduró. –Una vez mencionaste que tu papá vivía en el extranjero, ¿regresó a Sicilia? –le pregunto. –No –responde cortante. Espero a que elabore más en su respuesta, pero no lo hace. –Esa tía Agata, ¿es hermana de tu mamá o tu papá? – pregunto intentando continuar la conversación. –Agata es la hermana menor de mi papá, vive con él y cuida de mis abuelos. Mi abuelo tiene demencia, así que es bastante trabajo, pero ella tiene mucha paciencia. Es una mujer muy amable –la expresión de Estéfano se aligera conforme habla de su tía. Después de está plática, creo que entiendo por qué Estéfano evitaba hablar sobre mi hermano. Posiblemente le recordaba las pérdidas que él también ha sufrido. Lo entiendo, nunca es fácil hablar de esta clase de temas, pero me alegra que se haya sincerado conmigo. Siento que ahora lo conozco un poco más. Al terminar la cena, Estéfano me lleva de vuelta a su apartamento. Subimos por el ascensor y siento la expectativa en todo mi cuerpo. –¿Quieres algo de beber? –me pregunta mientras se quita el saco y lo acomoda sobre un sillón. Niego con la cabeza. Estéfano me toma de la mano para llevarme a su habitación. –He pensado en esto toda la semana –me susurra al odio mientras sus manos recorren mi espalda. Yo también he pensado en este momento con frecuencia. El museo y la verdad Despierto antes que Estéfano. Aún me tiene envuelta entre sus brazos. Me remuevo ligeramente para cambiar de posición, mis piernas están entumidas. Lo contemplo mientras duerme, siento una calidez interior por tenerlo a mi lado. Me quedo así unos treinta minutos hasta que las ganas de ir al baño son muy grandes. Me levanto de la cama intentando no despertarlo. No soy la clase de persona que camina desnuda con comodidad y menos en una casa ajena, pero aprovecho que él duerme profundamente y corro al baño. Me encuentro con un espectáculo que sé que no debería sorprenderme, pero lo hace: El lugar está inmaculado. Parece un baño de revista, no un lugar que usa un hombre soltero. Las toallas, el jabón, el cepillo de dientes… todo en su lugar. En su cepillo no hay ni un solo cabello, como si lo acabara de traer de la tienda. Estéfano exprime la pasta de dientes desde el borde hacia la boquilla y va doblando el extremo vacío, yo exprimo la pasta de dientes de donde la tomo de modo que parece una barra de plastilina usada. –Alguien tiene TOC –murmuro para mí misma. Escucho que su celular suena en la habitación y la voz ronca de Estéfano cuando contesta. Genial, ahora tendré que volver a la habitación y me verá caminar en mi traje de cumpleaños –Sí, todo bien…me he encargado de eso…el cargamento llegó sin problemas, puedes quedar tranquilo…Sí, ella está aquí… Vuelvo a la cama y me cubro con las sábanas, él no me mira, su vista está fija hacía la pared, así que al menos me ahorré esa vergüenza. Termina la llamada y él se gira para verme. –Era mi padre, ¿cierto? –le pregunto. –No, era el mío ¿Llevas mucho despierta? Me hubieras avisado. –¿Tú padre? –pregunto con sorpresa. –Sí, a veces hablo con él, así pasa cuando somos hijos, de vez en cuando tus padres te llaman –se burla. –Eso lo sé –farfullo y pongo los ojos en blanco–, pero dijiste ella está aquí. Pensé que te referías a mí… –No te ofendas, eres muy bella y me encantas, pero no todo gira alrededor tuyo –su tono me parece a la defensiva. Reflexiono un momento, tiene razón, además no tengo derecho a preguntarle de qué hablaban, eso sería entrometido. Me acurruco a su lado y dejo pasar el tema. –¿Qué quieres hacer hoy? –me pregunta después de un rato. Me encojo de hombros. –No lo sé, ¿hay otros lugares secretos en esta ciudad que solo conozcan los Corvino a los que me puedas llevar? –Tal vez –contesta Estéfano con una sonrisa–. Hay una exposición de Joan Miró en el Museo de Arte Moderno, tengo la intención de ir antes de que la quiten, pero no he encontrado el tiempo. ¿Te interesa? El surrealismo me repele, sinceramente el arte moderno en general me parece el resultado de mucho LCD, pero no voy a desechar su propuesta cuando yo no tengo otra mejor. –Bien, pero primero necesito ir a casa a cambiarme, después soy toda tuya. –Ay, Olivia, haz sido toda mía desde la primera vez que te vi –murmura con arrogancia. Niego con la cabeza, pero no puedo evitar reírme. Estéfano me lleva de vuelta a mi casa. Parezco desquiciada en mi habitación buscando el conjunto adecuado. Estéfano me espera en el piso de abajo y, a pesar de que hago mi mejor esfuerzo, sigo sin estar lista y ya llevo cuarenta minutos. Por fin logro darme gusto, pantalones de mezclilla ceñidos y una blusa violeta que acentúa mi talle. Bajo con calma, como si todo este tiempo hubiera guardado la compostura. Estéfano no parece fastidiado por la espera, abre la puerta para que salgamos sin quejarse. ***** Llevamos casi tres horas en el museo, siento que voy a convertirme en una de estas horrorosas pinturas que llaman arte, pero no puedo quejarme puesto que él no lo hizo cuando yo me tardé en arreglarme. Al menos no ha soltado mi mano en ningún momento; mira cada cuadro con detenimiento, pero sin apartarse de mí. ¿Cuánto museo falta? Parece una mala broma que no acaba. –¿Todo bien? –susurra Estéfano en mi oído. –Sí, ¿por qué lo preguntas? –respondo sorprendida. –Pareces un poco aburrida. –¿Yo? Para nada, ¿por qué? ¿Ya te aburriste tú? –No. –Pues yo tampoco –respondo como indignada por su insinuación. –Esta fue la última sala. ¿Tienes hambre? Las palabras de Estéfano son como un grito de gloria. –Un poco –respondo fingiendo calma. Nos dirigimos a la salida, siento que estoy cruzando la meta del maratón de la ciudad. Si no estuviera Estéfano, levantaría mis brazos en señal de celebración. El sol lastima mis ojos al salir. Inhalo profundo, extrañé el aire fresco. –Así que… odias la comida francesa y el arte moderno – dice Estéfano mientras caminamos. –¿Por qué crees eso? –aparento no tener idea de qué habla. –¡Vamos! No intentes engañarme –dice girándose para verme de frente. Siento cómo mis piernas flaquean ante su mirada inquisitiva. –De acuerdo, tal vez no es el arte que máaaas me gusta, pero eso no quiere decir que lo odie. Estéfano pone los ojos en blanco. –Simplemente no lo soportas. Sonrío en señal de disculpa. Fui descubierta. –¿Por qué no dijiste algo cuando te propuse venir? – pregunta. Me encojo de hombros porque no quiero decirle la verdad, que soy incapaz de negarme a un deseo suyo y que carezco de voluntad propia cuando él me miras. Estéfano me jala hacía sí y me besa. –Decide a dónde iremos ahora, temo sugerir otro fiasco. –¡No fueron fiascos! –exclamo en un tomo más chillón del que me habría gustado. –De cualquier modo, por favor, decide qué haremos. –Bueno, sígueme. Hay un lugar de hamburguesas delicioso a dos cuadras. Caminamos sin soltarnos de la mano, él quiere saber qué tipo de arte sí me gusta. Mientras pienso en mi respuesta casi somos arrollados por un ciclista que quería adelantar un alto. –Idiota… –farfulla Estéfano mientras el ciclista se aleja vociferando maldiciones. –No todos somos tan malos –defiendo a mi gente de dos ruedas. –Moderaré mi aversión a los ciclistas solo por que tú eres una de ellos. Supongo que es lo menos que puedo hacer después de tenerte horas en el museo. –¡Olivia! Reconocería esa voz en cualquier lugar: Miranda. Mi amiga se acerca a nosotros en su bicicleta, cuando llega mi lado se baja y se hace a un lado para no bloquear el carril de los ciclistas. –Hola, Mir, ¿a dónde te diriges? –le pregunto contenta de encontrarla. –Vengo del nuevo estudio de Yoga que abrió al otro lado del parque, ya sabes, el que tiene lista de espera. Pues resulta que la espera fue en vano, en resumen: ¡Un bodrio! Desde que llegué, noté que la entrada estaba sucia y un olor a desagüe bastante sospechoso… Eso no fue lo peor, el instructor para nada tenía buen cuerpo, parecía uno de esos veganos que no comen más que pasto y están en los huesos. Además era un igualado, me quería corregir mis posturas como si yo no supiera lo que hago... por favor, sería mejor instructora yo, al menos más agradable a la vista... He hecho Yoga desde los 16, sé lo que hago, no necesito que un mequetrefe me diga que mi guerrero necesita... –Oye, pausa. Pregunté por educación –la interrumpo. Sé que cuando Miranda dice “en resumen”, quiere decir que va a hablar a detalle hasta que se ponga el sol. Cualquier otro día la habría escuchado encantada, pero hoy tengo otros planes. Miranda me mira con cara de pocos amigos hasta que nota la presencia de Estéfano detrás de mí. –Oh, ya veo… no hay tiempo para la amiga quejumbrosa… Hola, qué tal. Estéfano la saluda con un movimiento de mano. –No quise decir eso... siempre tengo tiempo para ti, Mir – digo para suavizar mi interrupción. –Basta, sé cuando la hago de mal tercio así que me voy. De todas formas tengo mucho que hacer. Miranda sube en su bicicleta y comienza a pedalear. –¡Adiós, Intruso Guapo! –grita mientras se aleja. La voy a matar, en verdad lo haré, iré a su casa mientras duerme y la sofocaré con la almohada. –¿Cómo me llamó? –pregunta Estéfano. Se me escapa una risa nerviosa. –Miranda está loca, inventa cosas –digo con las mejillas ardiendo de vergüenza. –Entiendo lo de guapo, pero ¿intruso? –dice petulante. –Es una larga historia y ni siquiera es interesante… –De acuerdo, entonces explícame ¿por qué no te ha devuelto tu bicicleta si no la usa? –¿Qué? –Tu bicicleta, dijiste que se la habías prestado y tu padre mencionó que era rosa con amarillo, tus colores favoritos desde niña, pero Miranda está usando una bicicleta roja. A menos de que la haya mandado a pintar, asumo que no es la tuya, ¿o sí? –dice con los ojos entrecerrados. –Vaya, qué buena memoria tienes –exclamo con una sonrisa incómoda. –Lo sé. –Pues… –mi mente trabaja a toda maquina buscando alguna explicación coherente, pero no se me ocurre nada. –Ya intentaste mentir varias veces sin éxito esta tarde, tal vez podrías concederme la verdad una vez. Cruza los brazos frente a su pecho y me mira con detenimiento. –Bueno, siendo honesta, no te mentí a ti, le mentí a mi papá y tú casualmente estabas cerca. Miranda nunca tuvo mi bicicleta –me sincero. Ya sabe parte de la historia, no es tan difícil revelar el resto–. La verdad es que un día la encontré destrozada. Tomando en cuenta mi popularidad en internet, no es tan difícil adivinar el motivo. –¿Por qué no me lo dijiste? –pregunta molesto, y su enojo crece con cada palabra– ¿Alguien daña tu propiedad y tú te quedas callada? ¿Pretendes soportar todo lo que te hagan sin mover un dedo? –¡No lo entiendes! ¿Qué podía hacer? Si le decía a mi papá quién sabe cómo iba a reaccionar, todo esto comenzó por el mal temperamento de mi papá, decirle solo iba a complicar más las cosas... –Al menos pudiste decírmelo a mí. Solo puedo ayudarte si sé lo que sucede. Por favor, prométeme que si pasa cualquier otra cosa me lo contarás de inmediato. Es la única manera en la que puedo protegerte. –¿Protegerme? –pregunto cansada. El día iba muy bien hasta ahora, ¿por qué debemos arruinarlo hablando de temas desagradables? –Sí, Olivia, yo puedo protegerte y lo haré, pero tienes que prometerme que serás honesta conmigo sobre lo que te sucede. Por favor, confía en mí porque yo haré lo que sea para mantenerte a salvo –Estéfano me toma por los hombros y me mira fijamente. Asiento intimidad por su mirada profunda. –Lo prometo –respondo en un susurro. –Necesito que lo digas en serio, Olivia. Ya me cansé de esto, tengo que saber exactamente lo que te sucede y tú lo vuelves muy difícil. No me obligues a contratar gente para que te siga. Estoy casi segura de que está bromeando, pero su expresión no lo muestra, así que dudo en si reírme o no. –¿Vas a contratar a alguien para que me siga? ¿Sabes lo ridículo que suenas? –pregunto conteniendo la risa. –No quiero hacerlo, pero de algún modo debo asegurarme de que estés a salvo. No tolero la idea de que mi futura esposa esté en peligro. Ah, ahora sí que estoy segura de que está bromeando. De nuevo con su tonta broma de casarnos. No tengo humor para aguantar esos comentarios hoy, no me dan risa, ni le encuentro lo divertido. Tengo que ponerle fin de una buena vez. –¡Basta con eso! –exclamo exasperada–. Yo soy quien ya se cansó, no entiendo esa broma rara que haces sobre casarnos, pero es realmente irritante. –Ya te dije mil veces que no es broma –dice inclinando la cabeza hacía el costado, al parecer tan irritado como yo. –Bien, según tu no es broma, pues demuéstralo. La siguiente vez que menciones algo acerca de matrimonio, quiero ver el anillo de compromiso. Sino, sabré que estabas mintiendo todo este tiempo –digo con una sonrisa engreída, eso seguro que no lo vio venir. Espero ver que se pone nervioso, pero no lo hace; al contrario, sonríe con arrogancia. –De acuerdo, es un trato –responde tranquilo. La garganta se me cierra, no esperaba que lo tomara tan bien. ***** Miranda está ansiosa por escuchar las novedades de mi vida amorosa y yo de la suya, así que quedamos de vernos el lunes en un café después del trabajo. Ya no estoy molesta con ella por haberle gritado Intruso Guapo a Estéfano, aun así le reclamo en cuanto la veo en tono de juego. Ella se bota de risa, su intención había sido avergonzarme desde un principio y lo logró. Pareciera que llevamos semanas sin vernos, la conversación y las risas no se agotan. –Hola, chicas –saluda Laura quien aparece a un lado de nuestra mesa. Trae los ojos enrojecidos y se mueve con desgana. Ambas la miramos con sorpresa, hace semanas que no me dirige la palabra por lo que Erick le contó de mí y ahora llega a mi mesa a saludar sin necesidad de hacerlo; solo puedo asumir que lo que la preocupa es más grande que los rumores que circulan sobre mi familia “mafiosa”. –Hola… ¿qué te pasó? –pregunta Miranda y le indica que se siente a nuestra mesa. Laura toma asiento sin dudarlo. –Perdón que las interrumpa, salí a dar una vuelta porque no soportaba estar en casa y las vi… –No te apures –digo en un tono preocupado. –Tuve una terrible pelea con Erick, lo peor del caso es que ni siquiera es mi problema, pero no pude evitar molestarme. –¿Qué hizo? Tranquila –Miranda coloca su mano sobre la espalda de Laura, parece que ella va a soltarse a llorar de nuevo. –No fue él sino su padre, hace una semana la policía les dijo que encontraron un envase sospechoso y restos de gasolina en los escombros de la casa… –¡O sea que sí fue provocado! –exclama Miranda con sorpresa. –Sí, pero hoy su padre tuvo una reunión con el jefe de la policía y decidió detener la investigación. Lo declararon un problema eléctrico. –¿Se puede hacer eso? –pregunto confundida. –¡Qué tontería! ¿Por qué no querría atrapar a los culpables? –pregunta Miranda. –¡Es lo mismo que yo opino! Es tan obvio que no fue un accidente. Le dije a Erick que hacer eso era como solapar a quien incendió su casa, pero él me dijo que no me metiera, que su padre tiene buenos motivos para no seguir indagando. ¡Imaginen eso! Me da tanto coraje que dejen este crimen impune, parece que olvidan lo que le pasó a la abuela…–Laura rompe en lágrimas. –Tranquila, sus motivos tendrán –digo intentando calmarla. Parece que un tren golpea a Laura. El cambio en su mirada me da escalofríos, es como si apenas reconociera que yo también estoy ahí. Recobra la compostura, limpia sus lágrimas con el dorso de su mano y se endereza en el asiento. –O tal vez, alguien los amenazó –sugiere y me mira de reojo. –¿El jefe de la policía? –pregunta Miranda desconcertada. –No lo sé… si algo hemos aprendido últimamente es que estamos rodeados de gente peligrosa… No quiero ser paranoica, pero creo que se refiere a mí. ¿En qué parte de su diminuto cerebro tener un padre celoso y quemar casas es equivalente? –¡Mira qué tarde es!, debo correr, mañana quiero asistir a una clase de pilates a las 7 de la mañana y necesito ir bien descansada– Miranda también lo entendió como una alusión a mí, esta es su forma “amable” de mandar a Laura a volar–. Quedemos pronto para ir a cenar o lo que sea. Liv, ¿nos vamos? Miranda se pone de pie de un brinco. Laura apenas y puede musitar un “adiós” cuando nosotras ya estamos saliendo del café. –¿Estuvo mal lo que hice? –me pregunta en cuanto ponemos un pie fuera. –No lo imaginé, ¿cierto? Laura se refería a mí. –Creo que más bien se refería a tu padre el rey de la mafia –dice Miranda antes de botarse de risa. Me río con ella, no porque lo encuentre gracioso, sino porque no sé de qué otra forma lidiar con este tema. Lejos de mi hija Las siguientes dos semanas paso cada minuto libre que tengo con Estéfano. Él va a recogerme todos los días después del trabajo y los fines de semana no nos separamos por nada del mundo. No he visto a Miranda o a mis padres, pero la estoy pasando tan bien que ni siquiera me importa. Entre más lo conozco más me gusta. Da miedo cuánto lo he llegado a querer en tan poco tiempo, hace unas semanas no sabía de su existencia, pero ahora no puedo imaginar mi vida sin él. –Pensé en un juego divertido para esta noche –dice Estéfano mientras subimos las escaleras del pórtico de mi casa. Es sábado por la noche y mi padre marcó en la mañana para pedirnos que regresáramos a cenar esta noche. Al parecer no ha aprendido lo desagradable que puede ser mi mamá cuando está molesta y quiere hacer pasar a Estéfano por más situaciones incómodas. –¿Qué clase de juego? –le pregunto curiosa. –Cada vez que tu mamá me mire de mal modo, tomamos un shot –propone en broma. –No creo que sea capaz de aguantar beber esas cantidades de alcohol –respondo riendo. –Ese es el punto, el primero en perder el conocimiento, pierde. Al entrar percibo el olor a lasaña que emana de la cocina. –Espero que sepa tan bien como huele –me gana a decir Estéfano. –¡Ah, con que tú eres el famoso Estéfano! La voz chillona de Roxana me comprime el estómago. Olvidé por completo que es fin de mes y que estaría aquí. Roxana baja las escaleras con paso lento, parece que quiere imitar el andar de una estrella de cine; claro que lo que ella cree que se ve cautivador solo la hace parecer que tiene problemas de cadera. –Y tú la famosa prima –responde Estéfano en un tono como si ya estuviera aburrido de su presencia. –Roxana. Mucho gusto. Pero qué guapo eres –exclama ella. Ni siquiera hace el intento de disimular que se lo come con la mirada. Tengo ganas de plantarme entre los dos y empujarla. Aunque no concibo que Estéfano se pueda fijar en alguien como Roxana, eso no evita que sienta una punzada de celos por la forma en la que ella lo mira. –Gracias, supongo –responde Estéfano incómodo. –¿Dónde está mi mamá? –le pregunto para recordarle que estoy aquí. Roxana me mira de reojo, como si mi presencia en la escena fuera una intrusión. –Subió a recostarse hace rato, dijo que tenía jaqueca. Imagina eso, con el tiempo encima para planear la reunión anual, tu mamá con jaqueca y tú de paseo con el novio. Si yo no estuviera, la fiesta no tendría lugar –se queja. –Mi mamá se hizo cargo del evento durante años antes de que tú llegaras a la familia y siempre fue un éxito –digo con una mueca de desagrado. –Eso crees tú, pero ahora la familia cuenta con una buena anfitriona de verdad. Roxana se da la media vuelta sin esperar a que responda. Es obvio que está sacando el trasero en un intento por parecer atractiva. Entra al comedor, pero nosotros no la seguimos. –Qué insoportable –musito cuando está fuera del alcance de mis palabras– ¿Puedes creer que piense que es mejor anfitriona? –No te ofendas, pero un babuino con una navaja sería un mejor anfitrión que tú mamá. Hablo por experiencia propia. –No encuentro gracioso tu chiste –digo, intentando parecer molesta por su comentario. –No era un chiste –responde y ninguno de los dos puede contener la risa. En ese momento mi padre sale de su oficina seguido por Rubén. –Olivia, me alegra que estés en casa. Rubén, ¿recuerdas a Estéfano Corvino? –¿Cómo olvidarlo? Rubén mira a Estéfano con cara de pocos amigos. Se estrechan la mano con frialdad, pareciera como si Rubén lo quisiera retar a un duelo; en cambio, Estéfano lo mira con indiferencia, como si le hubieran traído a la mascota de la familia y fuera a olvidar su existencia en el momento en que se dé la media vuelta. –Bien, vamos a comer –mi padre nos indica que pasemos al comedor. Los tres lo seguimos y mi mamá se nos une cuando apenas estamos tomando asiento. –¿Cómo sigue la jaqueca, Doris? –pregunta Roxana cuando la ve entrar. –Mejor, gracias –contesta con sequedad y de paso le dedica una mirada hostil a Estéfano. –Primer shot –susurra Estéfano en mi oído y a penas soy capaz de contener la risa. Entre mi mamá y mi primo se encargan de que el ambiente se sienta pesado; ignoro el motivo, pero Rubén también mira a Estéfano con odio recalcitrante. Me sorprende su actitud, pues mi primo normalmente es amigable y bonachón. Esta va a ser una velada larga para Estéfano. –Buenas noches –saluda Estéfano a mi mamá como si no hubiera notado su mala leche. –Buenas noches. Eres muy amable en dejarme ver a mi propia hija –responde mi mamá. –¿Por qué querría estar Olivia aquí? ¿Para verte la cara agria que tienes? –le reprocha mi padre. –Oigan, hoy no –intervengo. Roxana no puede ocultar que esto la divierte enormemente. –Lo lamento, su hija es tan encantadora que la idea de estar lejos de ella es insoportable –contesta Estéfano. Me hundo en mi asiento como si fuera a derretirme. Estoy segura de que me sonrojé como tomate. –Qué lindo –masculla Roxana con envidia antes de mirarme con cara de asco como pensando “¿En serio te refieres a ella?”. –¿Qué tal el trabajo, Liv? –pregunta Rubén fingiendo haber recuperado su buen humor, aunque su mirada sombría lo delata. –Bien, he aprendido mucho… –Sabes que eres rica, ¿verdad? No tienes que trabajar, con tantas cosas para ocupar el tiempo y tú en una oficina, ¿no tienes amigas para salir? En mi mente acabo de golpear a Roxana con el plato, pero en la realidad solo la miro incrédula, como el resto de la mesa. –Oye, déjala ser –le dice Rubén. –Si querías trabajar, ¿por qué no entraste al negocio de tu papá? Quiero decir, es bastante raro que un negocio de flores tan grande esté dirigido exclusivamente por hombres. Probablemente puedan beneficiarse del punto de vista femenino –Roxana opina. –¡Es suficiente! ¡Nadie pidió tu opinión! –grita mi papá de pronto. Rubén fulmina a su esposa con la mirada y Estéfano aclara su garganta claramente incómodo. Yo solo miro la escena sorprendida. Sé que Roxana es una metiche, pero esta vez debo admitir que tiene razón porque con frecuencia me he preguntado lo mismo. Mi papá jamás emplea mujeres, supongo que es un sesgo sexista de su parte debido a su edad, pero soy su única hija y heredera, ¡podría hacer una excepción conmigo! En algún punto debería darse cuenta de que incluirme en el negocio familiar es lo más sensato. Mi hermano comenzó a trabajar con él desde los quince años y le iba bien, yo soy mucho más responsable y sensata de lo que Nico nunca fue, podría desempeñar un buen papel también. Nunca he entendido por qué no me ha pedido ser parte de las florerías. –Hablemos de otra cosa, es un tema aburrido de cualquier modo –opina Estéfano. –Si encuentras aburrido tu trabajo, tal vez deberías dedicarte a otra cosa, lejos de mi hija de preferencia –dice mi mamá. –No podría estar más de acuerdo –la apoya Rubén. Mi padre golpea su puño contra la mesa, por suerte, a pesar de su fuerza, ningún vaso se vuelca. –¡Basta ya! –grita con las venas de la frente saltadas. Rubén se encoge como perrito regañado, pero mi mamá lo mira desafiante. –Creo que me malinterpretaron. Hablar sobre trabajo me aburre, pero hacerlo es otra cosa. Estoy seguro, Rubén, de que has escuchado acerca de lo bueno que soy en lo que hago... ¡qué digo escuchado! Has tenido el privilegio de verlo en persona, ahora que lo pienso –responde Estéfano en tono arrogante. Rubén lo mira con odio, pero guarda silencio. Parece que mi padre va a intervenir, pero se lo piensa mejor y empieza a comer. Estéfano toma mi mano y me guiña un ojo. –¿El privilegio de ver qué? –pregunta Roxana al ver que su marido no contesta. Esta vez ni siquiera intenta ser discreto, Rubén pone su brazo sobre el de ella y le hace una seña para que se calle. Ojalá hiciera eso siempre y no solo cuando hay visitas. –Mejor cuéntenos cómo va la planeación de la fiesta –pide mi padre entre dientes. Son las palabras mágicas, Roxana toma el micrófono y no lo suelta. Parece incluso haber olvidado que Estéfano está ahí, todo es yo yo yo. El resto de la cena transcurre en relativa cordialidad. Principalmente escuchamos historias de Roxana; por primera vez, me siento agradecida por su forma de ser parlanchina ya que evita que mi mamá y Rubén hagan más comentarios hostiles. Negocios y familia –Espero verte mañana para el desayuno, Estéfano –se despide Roxana con coquetería, mientras yo lo acompaño a la puerta. Rubén la mira molesto, no sé qué tiene en contra de Estéfano, pero es claro que la idea de volverlo a ver mañana le desagrada. –Claro, claro –interviene mi padre–. Si no has tenido suficiente de este circo, deberías venir mañana. –Será un placer –les responde Estéfano y nos encaminamos hacia la entrada principal. –Estoy de acuerdo con lo del circo, no te culparía si prefieres saltarte el desayuno familiar mañana –le comento una vez que estamos solos. –¿Y perderme el placer de enfurecer a tu primito? ¡Jamás! –Estéfano no parece afectado por la antipatía de mi mamá y de Rubén, al contrario, le divierte. –No entiendo qué le sucede, él normalmente es amigable. Estéfano cruza los brazos y toma asiento en la escalera. Yo imito sus movimientos y me siento a su lado. –Yo sí –dice mientras se acerca a mi oído con complicidad, como si fuera a revelarme un secreto–. Rubén está muerto de miedo. Sin tu hermano, él era el claro sucesor de tu padre en el negocio, pero por desgracia, es un inepto. –¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? –le pregunto con la frente arrugada. Rubén lleva años trabajando en el negocio de mi papá, ¿cómo puede ser que sea un inepto? –Créeme, los rumores entre competidores no paran. –De acuerdo, te creo, pero eso no explica por qué parece tan disgustado contigo. –Claro que sí. Para su mala suerte, lo que dije en la cena es verdad, soy muy bueno en lo que hago y Rubén lo sabe. Así que él piensa que con esta nueva alianza, su papel en el negocio está en juego. Si alguien merece quedar a la cabeza del negocio soy yo: estoy más preparado y soy más talentoso. La cereza del pastel es que estoy saliendo contigo, así que tú papá ya no se va a oponer a que yo me quede con todo; a fin de cuentas, lo que sea bueno para mí lo será para ti y el bienestar de su hija pesa mucho más que el de su sobrino. En resumen, las ambiciones de Rubén acaban de ser truncadas y está haciendo una rabieta. Siento como la lasaña regresa de mi estómago a mi garganta. Me aferro con ambas manos al escalón para no vomitar. Si tuviera fuerza me alejaría de él y entraría corriendo a la casa, pero me quedó con los ojos como platos mirándolo de frente. –¿Qué pasa? –pregunta al notar el cambio en mi semblante. Pone su mano en mi espalda, preocupado. Sentir su tacto me ayuda a romper el nudo en mi garganta. –Esa es la razón por la que estás saliendo conmigo, ¡esto es una mera transacción de negocios para ti! –afirmo indignada. Estéfano suelta una carcajada que retumba en la calle, ya silenciosa. Tarda un rato en dejar de reír, cuando lo logra, me envuelve en sus brazos. –Qué tonterías dices. Yo te explicaba cómo ve tu primo las cosas, no quiere decir que sean verdad. Lo miro con aprehensión. Quiero quitarme, pero solo me sigo aferrando al escalón con ambas manos, como si fuera a salir disparada al cielo. –Mira, Olivia, no te voy a mentir, que tú y yo estemos juntos facilita los negocios. ¿Por qué crees que Víctor ha actuado tan tranquilo cuando antes estaba dispuesto a volarle los sesos a cualquier tipo que se te acercara? Nuestra relación les conviene a todos, pero eso no significa que no esté loco por ti. Jamas te utilizaría de esa manera solo para obtener una ganancia económica, mis sentimientos por ti son reales, te dije que quedé prensado de ti desde la primera vez que te vi. Eres perfecta y te amo. Mi cerebro se tarda en procesar lo último que dijo. Trago saliva. En medio segundo olvido de qué estábamos hablando. Mi corazón aporrea contra mi pecho de felicidad. Me ama. Es demasiado bueno para ser verdad. Se han hecho infinidad de películas que llevan a este momento y por fin me pasó a mí. _¿Lo dices de verdad? –pregunto atónita. –Por supuesto, jamás bromearía con algo así –contesta Estéfano. –Yo también te amo –logro decir después de que pasa la conmoción. –Lo sé, es difícil conocerme y no amarme –bromea y lo encuentro aún más encantador que hace medio minuto. Presiono mi cabeza contra su pecho sintiendo que vuelo de la felicidad, ya no me interesan los negocios o las alianzas favorables. Nada me importa que no seamos exclusivamente él y yo, el mundo puede arder. Muchas opiniones A la mañana siguiente, bajo con pereza los escalones hacía la planta inferior. Me dirijo a la cocina por un vaso de agua, pero escucho una acalorada discusión en la oficina de mi papá y me desvío para saber de qué se trata. Quedo a unos pasos de la puerta, lo suficientemente cerca para poder escuchar, pero también para poder alejarme sin ser vista en caso de que salgan súbitamente. –¡¿Cómo puedes estar tranquilo después de lo que hicieron?! Reconozco la voz de Rubén reclamando. –¡Cállate ya! No pedí tu opinión, yo sé lo que hago – responde mi papá furioso. –Pues no parece, los hombres saben que ya no tienes el control y dudan de que puedas recuperarlo... Se escucha como un cristal se estrella contra la pared. Posiblemente mi papá arrojó un vaso o algún adorno de su escritorio. El ruido hace que me sobresalte. Miro en todas direcciones para ver si mi mamá o Roxana escucharon, pero la única actividad de la casa proviene de la oficina. –¡¿Crees que me interesa la opinión de esas basuras o la tuya?! A mí nadie me va a cuestionar, primero los mato – grita mi padre. Casi puedo verlo gesticular en tono amenazante. –Por favor, tío Víctor, ¿qué no entiendes que yo estoy de tu lado? Quiero ayudarte, pero me es imposible entender tus acciones. Tampoco concibo que aceptes de tan buena gana que ese tipo esté cerca de Olivia –dice Rubén con voz gangosa. Me acerco un poco más a la puerta en cuanto escucho mi nombre. Así que todo este alboroto es por los celos y la inseguridad de Rubén. Qué patético. –No te metas, yo sé lo que hago con mi hija –responde mi padre más tranquilo. –Es mi prima y su bienestar me interesa –declara él firme. –Entonces deja de meterte en donde nadie te llama. Tú has tu trabajo y déjame tomar las decisiones a mí. Olivia está más segura a lado de Estéfano, fue un golpe de suerte que se fijara en ella. Tú y Doris son unos cabezas duras que no pueden ver con claridad, sus emociones los tienen cegados. No se dan cuenta de que esta es la única manera de garantizar que no lastimen a Olivia. Déjame decidir lo que es mejor para ella –explica mi papá aún enojado. Me acerco aún más a la puerta, ¿a qué se refieren? ¿Quién podría lastimarme? –Ojalá fuera tan sencillo, no solo son los negocios, ahora también debo compartir mi mesa con ese canalla… Pongo los ojos en blanco. El hecho de que Estéfano sea mejor que Rubén no es justificación para que le diga canalla. –MI mesa, Rubén. Estás compartiendo MI mesa, no lo olvides –señala mi papá. Escucho cómo mi papá se levanta de su asiento y se encamina hacia la salida. Me alejo de puntitas y me meto a la cocina justo antes de que abra la puerta. Me sirvo un vaso con agua mientras pienso en la conversación que acabo de escuchar. Poco después, Rubén entra la cocina y me sonríe con desgana. –Buenos días, Liv, ¿aún no se levanta Roxana? –No la he visto –respondo secamente, no olvidaré tan fácil que llamó canalla a mi novio. –¿Qué te parece si me ayudas a preparar el desayuno? –me propone, mientras busca en los gabinetes los utensilios necesarios. Asiento y saco los ingredientes del refrigerador. Comenzamos a trabajar en un silencio que dura pocos minutos. –Oye y cuéntame, ¿es seria la cosa entre tú y Estéfano? – me pregunta con la mirada clavada en el sartén delante de él. –Supongo que no cenaría con mi familia si esto fuera una aventura –respondo sin dejar de batir los huevos–, ¿por qué le tienes tan mala fe? Rubén se queda quieto un momento y luego gira sus ojos despacio en mi dirección. –Ojalá pudiéramos hablar sinceramente tú y yo. Hay tanto que debo decirte... sé que entenderías la situación porque eres una chica lista; por desgracia, no puedo –dice con pesar. –No entiendo a qué te refieres. Rubén, soy yo, si tienes algo que decirme, dilo –le pido con seriedad. Rubén baja la mirada y luego se voltea a seguir cocinando. Pongo los ojos en blanco, exasperada por su aire misterioso. De repente, Rubén toma mi mano y me jala hacía él. La rapidez de sus movimientos me deja perpleja. –Tu mamá es muy infeliz, todos lo saben. Deja de intentar acabar como ella –me advierte con severidad. –¿Qué? –pregunto confundida. Quiero preguntarle por qué piensa que voy a acabar como ella, pero en ese momento Roxana entra seguida de mi mamá y Rubén regresa frente al sartén de un brinco. –Querido, eso se quema. Ya sabes que odio las partes quemadas –se queja Roxana. –Lo siento, haré otro para ti. Liv y yo nos distrajimos platicando –responde Rubén con alegría, como si la pelea con mi papá y lo que me acaba de decir jamás hubieran ocurrido. –¿Sobre su trabajo? –pregunta Roxana y finge un bostezo. –Exactamente, sobre eso –intervengo yo sonriendo. Escucho que suena el timbre de la puerta y salgo disparada de la cocina. Al abrir encuentro a Estéfano parado en el pórtico viéndose especialmente guapo. Me aviento a sus brazos, su voz diciendo “te amo” resuena en mi cabeza. –Temía que alguien más me recibiera –dice mientras me abraza. –Buenos días –se escucha la voz de mi papá detrás de nosotros. –Buenos días, Víctor, ¿sucede algo? –pregunta Estéfano al ver la expresión turbada de mi papá. –Ya entenderás cuando tengas familia propia –refunfuña mi papá mientras camina con paso cansino al comedor. Estéfano me interroga con la mirada y yo me encojo de hombros. Estoy segura de que la actitud de mi papá se debe a la discusión con Rubén, pero no quiero contarle a Estéfano lo que Rubén dijo y empeorar la mala voluntad que hay entre ellos. Seguimos a mi papá al comedor, en donde ya está reunida el resto de la familia. –Buenos días, Estéfano, qué gusto verte de nuevo –saluda Roxana con voz sensual. –Buenos días a todos. A mí también me da gusto volver a verlos –dice Estéfano con una sonrisa resplandeciente. Mi mamá y Rubén ponen mala cara, pero saludan también. Estéfano se ve fresco y con buen ánimo, sé que lo hace para irritar más a Rubén y funciona. –Todo huele delicioso, mi Rubén es un gran cocinero – presume Roxana. –No puedo llevarme todo el crédito, Liv me ayudó – responde él con modestia. –¡Quién lo diría! Eso significa que ya estás lista para casarte, Olivia –Roxana mira a Estéfano y le guiña un ojo. Sé que lo dijo como una broma, pero no puedo evitar irritarme. Finalmente había logrado que Estéfano dejara su ridícula broma sobre casarnos y ahora ella saca el tema a relucir. –Me da gusto escuchar eso –exclama Estéfano al tiempo que toma mi mano entre la suya. Resoplo. No de nuevo. Le dedico una mirada de advertencia: te dije que tuvieras un anillo listo o guardaras silencio. Estéfano me guiña el ojo, suelta mi mano y la mete al bolsillo de su chaqueta. Mi corazón salta a mi garganta. Por un segundo creo que va a sacar un anillo de compromiso, pero cuando su mano sale solo trae su celular. El aire vuelve a mis pulmones. No es que no esté loca por él, porque lo estoy y seguramente le diría que sí, si me lo pide; pero aún es muy pronto y, de todas las formas en las que me podría pedir matrimonio, desayunando enfrente de mi familia no es mi opción favorita. –¡Qué absurdo! Olivia es muy joven para casarse – interviene mi mamá con tono molesto. –Pero tú a su edad ya estabas casada, ¡creo que ya hasta tenías a tu primer hijo! –opina Roxana. –Eso no significa que Olivia deba hacer exactamente lo mismo que hizo su mamá –dice Rubén mirándome fijamente, me está recordando de su advertencia de hace rato. No tengo idea de a qué se refiere o por qué cree que estoy siguiendo los pasos de mi mamá. –Olivia va a hacer lo que más le convenga, todos se pueden guardar sus opiniones –dice mi papá en tono seco. Enfrentando al bravucón Poco después del mediodía, Estéfano y yo salimos al centro comercial para desintoxicarnos de mi familia. Me despido de Rubén y de Roxana, feliz con la certeza de que cuando regrese ellos ya estarán de camino a su casa. Rubén se despide de Estéfano con un apretón de manos que más parece una advertencia. Él lo toma con humor y olvidamos su existencia en cuanto salimos de la casa. Planeamos entrar al cine, pero camino a comprar los boletos nos encontramos con Miranda quien está esperando a Joaquín que quedó atrapado en un almuerzo familiar. Decidimos esperar con ella, lo cual es perfecto porque Estéfano y Miranda aún no han tenido la oportunidad de conocerse bien y para mí es muy importante que sean amigos. Tomamos asiento en una mesa en la zona de comida. La plática es amena aunque Miranda no deja de analizar cada movimiento y frase de Estéfano. Conozco la mirada que tiene cuando quiere determinar con qué clase de chico está tratando; en ese sentido, tiene bastante experiencia pues la lista de patanes con lo que ha lidiado es extensa. Me da un poco de nervios saber su opinión, en verdad quiero que se lleven bien. Mi mamá y mi primo ya odian a Estéfano, así que necesito que mi mejor amiga lo acepte. El celular de Estéfano comienza a sonar, mira la pantalla y se pone de pie. –Voy a tomar la llamada, traten de no hablar mal de mí en mi ausencia –bromea Estéfano antes de alejarse de la mesa, dándonos la oportunidad perfecta para que Miranda me comparta su impresión. –¡Es un sueño! –dice Miranda en cuanto Estéfano se pierde de nuestro campo de visión. –Lo sé –respondo emocionada y enormemente aliviada. –Yo no noté nada de lo que mencionaste acerca de que a veces es posesivo. Dijiste que hablaba mucho sobre matrimonio y cosas así, pero yo encontré su plática bastante normal –opina como si yo hubiera alucinado. –Es difícil de explicar, pasa días comportándose de lo más normal y a veces de la nada menciona cosas como “cuando seas mi esposa” tal... –¡Miren nada más! Escoria humana paseando como si nada. Me giro para encarar a quien dijo eso. Se me encoge el corazón al reconocer al hermano de Samuel, Martín. ¿Es que esto nunca se va a acabar? –Déjanos en paz –le responde Miranda poniéndose de pie de un brinco para encararlo. Quisiera imitarla, pero mi cuerpo se vuelve de plomo, soy incapaz de levantarme así que me quedo encogida en mi asiento. –Tú no te metas. Este no es tu asunto –le advierte Martín a mi amiga. –¿Por qué no, Martín? Tú estás defendiendo a tu hermanito, ¿cierto? Pues yo defiendo a mi amiga y debo decirte que ya estoy harta de que la ataquen –replica Miranda sin dejarse intimidar. –Deberías elegir mejor a tus amistades, ¿cómo puedes relacionarte con estos criminales? –pregunta Martín antes de dedicarme una mirada cargada de desprecio. –Su padre perdió la cabeza un minuto, eso no lo hace un criminal. Ya supéralo, en verdad. Estoy infinitamente agradecida de que Miranda esté aquí. Yo no hubiera tenido la fuerza para defenderme, probablemente ahorita estaría corriendo hacia la salida. –¿Supéralo? ¿Perdiste la cabeza? Eso te hace cómplice de sus crímenes –exclama Martín enojado. Miranda bosteza a modo de burla. –Qué patético te ves de niño llorón. Aunque sea lo único interesante que les haya pasado en su vida, van a tener que dejarlo ir, ya pasó mucho tiempo. Francamente, se ve mal que hagan tanto drama por eso. –¿Y qué hay de Erik? ¿Él también debe superar que asesinaron a su abuela? –pregunta Martín con aparente indignación. –¡Yo no tuve nada que ver con eso! –las palabras se escapan con furia de mi garganta. Ahora sí que me levanto a defenderme. ¿Cómo puede sugerir algo tan terrible? Mi familia es un circo, pero no somos asesinos. Esto ya se salió de toda proporción. Primero Laura y ahora Martín, ¿de dónde sacaron que mi familia está relacionada con el incendio? –¡Ja! A mí no me engañan, yo sé que tu demente padre mandó a quemar su casa porque Erik te corrió de su fiesta. Esa fue su manera de mafioso para advertirnos que no le faltemos al respeto a su hija –Martin habla con tanto convencimiento que asusta. –¿Sabes lo ridículo que eso suena? Además, mi papá no tiene la menor idea de lo que sucedió en esa fiesta. Tu teoría no tiene pies ni cabeza –respondo irritada. –Entonces, ¿por qué la policía le advirtió a su familia que dejaran la investigación por la paz porque estaban tratando con gente peligrosa? ¿Por qué la detención de tu padre no fue más que un engaño momentáneo? Tú y tu asquerosa familia criminal podrán tener a la policía comprada, pero quedamos personas que no vamos a descansar hasta que se haga justicia –me advierte Martin con odio en la mirada. –Estás alucinando –musito un poco menos segura de mi misma. –Voy a hacerlos pagar por lo que han hecho, en especial a ti. Esto es solo el comienzo –me amenaza Martín. Doy un paso atrás amedrentada. Mi espalda topa con algo sólido, me giro y encuentro a Estéfano de pie detrás de mí. Ni siquiera me ve, sus ojos están fijos en Martín. Veo que sus manos están cerradas en forma de puño y sus músculos contraídos. –¿Se te perdió algo? –le pregunta Estéfano a Martín en tono amenazante. –¿Tú quién eres? Lárgate de aquí. Este no es tu asunto –le responde Martín, pero su ferocidad disminuye ante la presencia de Estéfano. –Te equivocas, es mi asunto en el momento en que le diriges la palabra a ella. ¿Te crees muy valiente amedrentando mujeres? ¿Por qué no te metes conmigo, basura? Estéfano me rodea y se coloca delante de mí. Ya no veo a Martín, pero puedo imaginar lo intimidado que se siente. Estéfano tiene ese efecto en la gente cuando se lo propone. Miranda sonríe con admiración, pero yo solo me siento apesadumbrada por la escena. Volteo a los lados para ver si alguien nos está observando, no quiero montar un espectáculo en pleno centro comercial. –Oye… Martín comienza a hablar, pero se detiene en seco. Me asomo sobre el hombro de Estéfano y veo que es porque él lo tiene agarrado por el cuello de la camisa. –Escúchame bien, yo me voy a encargar de que pagues por el mal rato que le hiciste pasar a mi novia, y no soy la clase de persona que satisface su venganza rápidamente, ¿entiendes? Vas a recordar este momento y lo vas a lamentar a menos de que te disculpes inmediatamente y no vuelvas a acercarte a ella jamás. Es tu decisión. Estéfano suelta a Martín, quien se aclara la garganta ofuscado antes de responder. –¡Vete al carajo! Ni tú ni nadie me van a intimidar – responde Martin aunque en sus ojos puedo adivinar que sí está amedrentado. –Es tú decisión –dice Estéfano tranquilamente. Martin se aleja de nosotros queriendo fingir valentía, pero cada pocos pasos voltea para comprobar si Estéfano lo está siguiendo o no, lo cual delata que le tiene miedo. Nosotros tres nos quedamos fijos en nuestro lugar mirando cómo se aleja. –¡Eso fue increíble! –exclama Miranda–. Tan valiente que se le veía contra nosotras y bastaron unas palabras tuyas para mostrara lo gallina que es. Estéfano le sonríe y se gira para encararme. –¿Estás bien? –me pregunta. Asiento con desgana. Quiero irme a casa y esconderme del mundo, estoy harta del acoso y las acusaciones en mi contra. –Liv, no dejes que ese idiota te haga sentir mal. Todo lo que dijo son patrañas –dice Miranda. –Escuché que mencionó algo de un incendio, ¿qué fue lo que dijo? –pregunta Estéfano con interés. –Está culpando al papá de Olivia por lo que le sucedió a un conocido nuestro, su casa se incendió y por algún motivo que se me escapa, él piensan que el papá de Liv tuvo algo que ver. Martin y otros están seguros de que Liv viene de una familia de mafiosos –explica Miranda resoplando para recalcar lo absurdo del rumor. Los labios de Estéfano se convierten en una delgada línea llena de tensión. –¿Mucha gente piensa eso? –pregunta aprensivo. –Sí, pero ya no importa, ahora que pusiste al pesado de Martín en su lugar, podremos olvidar el asunto de una vez por todas–sugiere Miranda– ¡Miren! Es Joaquín. Miranda corre en dirección a su novio entusiasmada. Estéfano me toma de los hombros con cara de preocupación. –¿Segura que estás bien? Te ves triste. –Estoy bien, gracias por defenderme –murmuro con la mirada clavada al suelo. Estéfano toma mi barbilla y me obliga a verlo a los ojos. –No tienes nada que agradecer. Te dije que te protegería y lo voy a hacer, ese imbécil no volverá a meterse contigo, lo prometo. Le sonrío sin convicción. Sé que su intención es buena, pero no hay mucho que pueda hacer para evitarme más episodios amargos. Miranda nos presenta a Joaquín. Volvemos a tomar asiento en la mesa para platicar un rato más; no sé si es mi paranoia o Joaquín se siente incómodo con nosotros, apenas nos mira y las pocas veces que habla se dirige solo a Miranda. Sé que Joaquín ha escuchado los rumores sobre mí y estoy segura de que esa es la razón por la que me trata con frialdad. Si la relación de Miranda con Joaquín prospera puede poner en riesgo nuestra amistad, asumo que él no está encantado con que su novia sea amiga de la hija de un “mafioso”. Estéfano parece indiferente al recelo de Joaquín; es lo que más me gusta sobre él: nada socava su confianza. Pero yo, por el contrario, me desanimo aún más. Estaba tan preocupada de que Miranda y Estéfano se llevaran bien que se me olvidó que también era importante que yo me entendiera con su nuevo novio. Responsabilidades no deseadas Hace semanas que no veo a Miranda. Nos hemos enviado mensajes de texto, pero por diferentes razones no ha sido posible encontrarnos en persona o incluso hablar por teléfono. Nunca antes habíamos tenido este problema y sé que tiene algo (o todo) que ver con el hecho de que ella en realidad no quiere verme. Una vez que nos veamos cara a cara tendremos que hablar del hecho de que no le agrado a Joaquín y de que probablemente él le ha aconsejado alejarse de mí. Miranda se encuentra en la incómoda posición de tener que elegir entre los dos; sé que al final va a elegirme a mí, pero llevaba tanto tiempo detrás de Joaquín que la decisión debe de ser difícil y la está postergando. Por mi parte, he decidido darle el tiempo que necesita para procesar la situación. Aunque eso no significa que no la extraño mucho. Esta semana ha sido especialmente difícil no contar con mi amiga. La reunión anual de los Ricci es este fin de semana y Roxana llegó desde el lunes para “ayudarnos” con los últimos detalles, lo cual es razón suficiente para volverme loca, pero aunado a eso tengo tres semanas de retraso en mi periodo y demasiado miedo para hacerme una prueba de embarazo. No entiendo cómo sería posible haber quedado embarazada puesto que me he tomado los anticonceptivos sin falta, pero mi periodo no llega y con cada día que pasa me pongo más ansiosa. Sería más fácil ir a la farmacia, comprar una prueba y dejarme de especulaciones, pero no estoy lista para saberlo con seguridad. Si resulta que estoy embarazada tendré que enfrentarlo y tomar desiciones para las que no me siento lista. ¿Qué pasará si Estéfano resulta la clase de patán que abandona a su novia embarazada? ¿Qué tal que mi papá me corre de casa? Tengo que estar preparada para afrontar cualquier escenario que se me presente y, ya que no tengo idea de cómo lo haré, prefiero seguir en la ignorancia. Estéfano tuvo que viajar al norte del país hace unos días por un asunto de trabajo y no regresará hasta el fin de semana, justo a tiempo para la reunión anual. Al menos eso ha ayudado pues no tengo que preocuparme porque note que algo me tiene inquieta. Tengo un rato libre en el trabajo y tecleo en el buscador de internet ‘síntomas de embarazo’, pero me arrepiento antes de presionar enter. No quiero saber, eso solo me haría sentir más preocupada de lo que ya estoy. Tania, la asistente de contabilidad, se acerca a mí escritorio y comienza a contarme de su gato enfermo, no escucho ni una palabra de lo que dice, en mi mente solo hay espacio para bebés y responsabilidades no deseadas. Solo tengo 20 años, ¿qué voy a hacer? Llega la hora de la salida y camino apáticamente hacia la salida. Al bajar del elevador veo a Roxana a través de las puertas de cristal de edificio. Hago mi mejor intento por no hacer una mueca de desagrado. –Qué tardada eres –dice Roxana en cuanto pongo un pie fuera del edificio. –Salgo a la misma hora todos los días, ¿qué haces aquí? – pregunto con un fastidio que no puedo ocultar. –Doris pensó que sería buena idea si me acompañas a comprar los ingredientes para la tarta de manzana que planeo preparar el fin de semana. No creas que no puedo hacerlo sola, pero ella insistió en que fuéramos juntas –me explica. No necesito saber más, entiendo que la intención de mamá fue sacarla de la casa y quitársela de encima un rato. –Suena bien, tal vez podríamos ir a cenar después, escuché de un restaurante griego al que me encantaría ir –propongo para comprarle un poco más de tiempo de paz a mi mamá. –Cómo sea, pero si vamos a ser solo nosotras dos vas a tener que ser menos aburrida de lo que eres normalmente. Finjo una sonrisa que, estoy segura, resulta muy falsa y me encamino con ella a la camioneta en donde Iván nos está esperando. Hacemos tres paradas en tiendas distintas y en ninguna Roxana encuentra lo que busca. Es solo una tarta de manzana, ¿qué tan difícil puede ser? Ella dice que la receta de su mamá es diferente y que necesita los ingredientes precisos. Me encojo de hombros en cada tienda, las tonterías de Roxana me tienen sin cuidado, tengo cosas más importantes en qué pensar. He pasado al baño de cada tienda, con la ilusión de que mi periodo haya llegado sin que me diera cuenta, pero no he tenido suerte. Finalmente, Roxana encuentra lo que está buscando en la cuarta tienda a la que vamos y actúa como si fuera un gran logro. Salimos de la tienda cargando las bolsas de comida y esperamos a Iván, quien tuvo que estacionarse lejos porque no encontró lugar fuera de la tienda de comestibles. –¿Estás segura de que quieres ir a cenar? Podemos volver a casa, no tengo problema –me dice Roxana mientras esperamos. –Sí, ¿por qué no querría ir? –le pregunto de forma distraída. –Porque tienes diarrea inclemente –suelta a la mitad de la calle, donde los transeúntes cercanos la han escuchado. –¡Claro que no! –respondo sonrojada– ¿por qué dices eso? –Tal vez porque has usado el baño en cada establecimiento al que vamos, si quieres podemos detenernos en una farmacia de camino a casa… –No estoy enferma, gracias –respondo con sequedad, solo puedo culparme a mí misma por la conclusión de Roxana. Claro que parece extraño que una persona vaya al baño tantas veces en menos de una hora. –Entonces, ¿es normal que vayas cada quince minutos? Deberías ver a un médico –me sugiere con cara de asco. –Creí que había llegado mi periodo, ¿de acuerdo? –explico exasperada. –¡Qué humor! Vaya con lo hormonal que estás seguro que pronto llega tu periodo, digo, a menos que estés embarazada –Roxana se ríe como si hubiera dicho algo hilarante. Yo la miro con aprensión–. Imagínate si eso pasara, Víctor se muere de un infarto… Es broma, quita la cara larga, Olivia. Me muerdo el labio inferior y entierro mi cara entre las manos, mi respiración se agita. He intentado mantenerme tranquila las últimas tres semanas, pero escuchar a alguien más decir que estoy embarazada me hace llegar al límite. La realidad de mi situación me abruma. –Olivia, no me digas que estás embarazada– los ojos de Roxana se iluminan, no necesariamente de felicidad por mí, sino con triunfo por saber que metí la pata–. No lo puedo creer, Víctor se va a morir… ¿qué te dijo Estéfano? ¿Cuánto tiempo tienes? Verla regocijarse me da fuerzas, inhalo profundamente y recobro la compostura. –Nadie sabe, ¿de acuerdo? Tengo tres semanas de retraso, es lo único que sé. Roxana, no puedes decir ni una palabra de esto a nadie –le advierto. Roxana resopla, parece desilusionada. –Unas semanas de atraso, ¿eso es todo? ¡Qué boba eres! Haces drama por nada, Olivia, pareces colegiala. Tres semanas de retraso no significan que estás embarazada. Puede haber otra explicación. Tal vez es que ganaste peso, lo cual se te nota, o el estrés del trabajo... pueden haber muchas razones para que te atrases. Yo he tenido miles de retrasos en mi vida, es completamente normal –dice con despreocupación. –A mí jamás me había pasado. –Si tienes duda solo hazte una prueba de embarazo, pero deja de angustiarte sin motivo–me sugiere. Antes de que pueda responder, Iván llega por nosotras. Baja para ayudarnos a meter las compras en la cajuela. Digiero las palabras de Roxana y con cada minuto que pasa me siento mejor, soy una tonta por preocuparme en vano.
No tocamos el tema el resto de la noche y, por primera vez
en tres semanas, yo puedo descartar mi miedo y disfrutar, si es que eso es posible con Roxana, del momento. Una conversación extraña Mi despertador parece sonar más fuerte de lo común. Cuando miró la hora me doy cuenta de que es porque lleva media hora sonando. Me levanto de un brinco. Anoche, al regresar de la cena con Roxana, me fui directo a la cama y caí rendida. Estar preocupada me tenía agotada, ni siquiera había notado cuánto hasta que la deducción de Roxana me hizo sentir más tranquila y pude dormir sin estarle dando vueltas al asunto del embarazo. Aunque claro, aún no he descartado la posibilidad del todo, pero al menos ahora sé que es solo una de muchas explicaciones. Me pongo el primer vestido que encuentro en el armario y recojo mi cabello en una cola de caballo alta. No hay tiempo de maquillarme, solo mojo mi cara con agua fría para terminar de despertar. Bajo las escaleras de dos en dos gritando el nombre de Iván. Vamos a tener que pasarnos algunos semáforos si voy a llegar a tiempo al trabajo. Iván no está en el pasillo, donde normalmente me espera todas las mañanas. Grito su nombre más fuerte. Tal vez está en la cocina bebiendo café, corro a buscarlo, pero no está ahí. Regreso al pasillo y sigo gritando su nombre, ¿dónde se pudo haber metido? –Iván fue al aeropuerto a recoger a tu tío Gustavo – escucho a mi padre desde la sala, en donde está mirando la tablet que le regalé la Navidad pasada con desagrado– ¿Qué necesitas? Había olvidado que ya es viernes y que nuestros parientes llegarán durante el transcurso del día para la reunión anual. –Necesito llegar al trabajo –miro la hora con impaciencia, jamás llegaré a tiempo en metro, saco mi celular para pedir un Uber–. Debo apurarme. –Yo te llevo –dice mientras se pone de pie y toma las llaves de su auto. Lo miro incrédula, no recuerdo la última vez que mi padre me llevó a alguna parte, lo que sí recuerdo es que es el conductor más lento que conozco. Es amable de su parte ofrecerse a llevarme al trabajo, pero justo en este momento necesito a alguien que conduzca rápido. –Gracias, pero no quiero molestarte, seguro tienes cosas que hacer. Además, el tío Gus va a llegar en cualquier momento, deberías estar aquí para recibirlo. –No es molestia, tú madre puede encargarse de mi hermano unos minutos en lo que regreso. Vamos, no querrás llegar tarde. Sin esperar mi respuesta, mi padre se encamina a la cochera. Lo sigo renuente, no se me ocurre qué excusa poner así que solo me queda aceptar su ofrecimiento. Antes de llegar a la esquina de nuestra calle me arrepiento de no haber puesto mayor oposición, vamos lentos como tortugas, ¡jamás voy a llegar a la oficina! Sé que su intención es buena, así que miro hacia la ventana para no perder los estribos. –¿A qué hora llega Estéfano? –me pregunta. ¡Genial! Este viaje en auto estará complementado de charla trivial, justo lo que quería un viernes a las 8:45 am sin haber tomado una gota de café. –Me parece que al medio día –respondo cortante. –Te trata bien, ¿cierto? –pregunta con duda en la voz. –Sí –contesto al momento. ¿Qué clase de pregunta es esa? Creí que Estéfano le agradaba, ¿por qué de pronto siente la necesidad de cuestionar su comportamiento? –Quiero decir… –mi papá parece buscar las palabras o el valor, jamás lo había visto actuar tan inseguro, ¿por qué parece nervioso?–... jamás te ha hecho daño, ¿o sí? ¿Te ha agredido físicamente o te ha amenazado? Lo miro perpleja, ¿en verdad cree que Estéfano podría hacerme daño? Y si es así, ¿por qué no ha hecho algo al respecto? Estoy ante el hombre que encañonó a un muchacho por besarme y ahora pregunta con miedo si mi actual novio es un golpeador, ¡no tiene sentido! Tal vez mi mamá le metió esa idea en la cabeza, pero es ilógico que se quede tan tranquilo creyendo que Estéfano me ha lastimado cuando conozco bien sus arrebatos de furia. –Claro que no, jamás me ha puesto un dedo encima –le contesto al instante. –Si lo hiciera, ¿me lo dirías? –no ha despegado los ojos del camino, así que no ha visto mi mirada de incredulidad. Medito un momento su pregunta, ¿lo haría? En el supuesto de que Estéfano fuera esa clase de hombre, ¿se lo diría a mi familia? Probablemente no, mis padres, más que un bote salvavidas, han sido un iceberg contra el que sigo chocando. Estoy segura de que solo harían peor el problema. –Por supuesto, papá –contesto porque sé que eso es lo que desea escuchar y además, porque no hay ninguna posibilidad de que Estéfano me hiciera daño cuando una de sus mayores preocupaciones siempre es protegerme y que esté segura. La idea de que se convierta en un novio abusivo es ridícula. –Bien –dice mi padre más relajado–. Me alegra que te trate bien. Detiene el auto frente al enorme edificio de cristal de corporativo. Le agradezco con prisa y salgo corriendo. Voy 20 minutos tarde. David me recibe con un mal gesto y un montón de contratos de proveedores que debo revisar y mandar al departamento de legal, el papeleo es un desastre y es mi trabajo ponerlo en orden antes de enviarlo. Mientras trabajo comienzo a sentir nauseas, posiblemente mi azúcar bajó pues no he desayunado. Después de entregar los contratos me escabullo a la cafetería que se encuentra en el piso 12 y compro un jugo de naranja y un panqué. Me como el panqué en el elevador y me bebo el jugo antes de regresar a mi escritorio. Ya no siento hambre, pero aún tengo el estómago revuelto. Intento seguir trabajando a pesar de mi malestar, pero al medio día me siento tan mal que debo correr al baño. –Olivia, ¿estás bien? –pregunta Tania tocando la puerta del baño. Es obvio que no me encuentro bien y estoy segura de que me puede escuchar mientras vomito mi panqué de desayuno. Me da vergüenza, pero no lo puedo evitar. –No –contesto en cuanto soy capaz de hablar. –¿Qué sucede? ¿Necesitas algo? –pregunta consternada. –Creo que comí algo en mal estado. Anoche fui a cenar a un nuevo restaurante griego, supongo que algunos ingredientes no estaban muy frescos– le explico mientras me tambaleo fuera del baño–. Estaré bien, solo necesito unos minutos para que se calme mi estómago. Camino al lavabo y salpico mi cara con agua fría. Mi frente está perlada en sudor por la nausea y por el esfuerzo de vomitar. Respiro profundo un par de veces para que pase el malestar. –Te ves muy pálida, si te sientes tan mal deberías irte a casa. Estoy segura que el Lic. Torres lo entenderá –dice Tania mientras me pasa una toalla de papel. –No lo sé... hoy no está del mejor humor y yo llegué muy tarde esta mañana... no quiero molestarlo más... aunque, realmente sí me siento muy enferma– digo en voz sufrida, de hecho ya me estoy sintiendo mejor, pero salir del trabajo suena como una buena idea, podría ir a casa y ayudar a mi mamá durante el arribo de todos nuestros parientes. Me miro en el espejo, Tania tiene razón, sí me veo muy pálida. Probablemente el hecho de que no estoy maquillada tiene algo que ver con mi mal aspecto, pero Tania no sabe eso. Realmente parezco enferma y eso, en estos momentos, me conviene. Le agradezco a Tania y regreso a mi lugar. Después de unos minutos entro a la oficina de David con una expresión compungida en el rostro para informarle que me encuentro enferma. David cae en la trampa y sugiere que me vaya a casa de una vez. Debo hacer un esfuerzo grande por no sonreír mientras camino hacia la salida. Pido un Uber para regresar a casa, Ivan seguro sigue ocupado y no tengo deseos de tener otra plática incómoda con mi papá. La reunión de los Ricci Escucho el bullicio dentro de la casa desde afuera. Se escucha la música y las risas de mi familia, las luces de todos los pisos están encendidas y se ve gente yendo y viniendo por las ventanas. Algunos llegaron en avión, pero lo que viven manejaron hasta acá así que hay varios coches estacionados afuera de la casa; entre ellos encuentro el BMW azul y sonrió de oreja a oreja. Entro lo más rápido posible. Soy recibida por una oleada de besos y abrazos de gente cuyo nombre confundo con frecuencia. Algunos son cercanos como Rubén o la abuela Mónica, pero hay quienes ni siquiera estoy segura de cuál es nuestro parentesco. Entre todo el mar de gente, no encuentro a Estéfano. –¡Cómo has crecido, Liv! –exclama la abuela mientras pellizca mis mejillas como cada año. –Gracias, abuela –respondo con una sonrisa educada, aunque llevo años sin crecer un solo centímetro. –Revisa que todos usen portavasos –me pide mi mamá, discretamente. Doy una ronda por las estancias mientras hago lo que me pidió y aprovecho para buscar a Estéfano. Paso por la sala, la cocina, la biblioteca y el cuarto de televisión, pero en Estéfano no esta en ninguno de esos lugares. Encuentro a Rubén y a mi tío Gustavo parados afuera de la oficina de mi padre con cara de pocos amigos. Quieren aparentar que no están escuchando la conversación que está tomando lugar adentro, pero después de años de ver a mi mamá hacerlo, reconozco a kilómetros cuando alguien está husmeando. Me pregunto si Estéfano está ahí dentro. Pretendo que voy recogiendo vasos vacíos mientras me acerco a ellos. –Esa rata cree que puede llegar y tomar el mando. ¿Quién se cree que es? Primero muerto antes que dejar que eso suceda... piensa que nos puede intimidar y tomar nuestros negocios, pero yo no se lo permitiré... Mi tío Gus deja de hablar en cuanto Rubén le da un golpe en el pecho al notar que me acerco. –Hola, tío Gus. Hola, Rubén. ¿Cómo están? –los saludo como si no hubiera notado su comportamiento sospechoso. –Hola, Olivia, me da gusto verte –dice Rubén con una sonrisa cálida, mientras mi tío Gus me ve con desprecio– ¡Todo se ve de maravilla! Hicieron un gran trabajo organizando este evento. –Gracias, Rox fue de gran ayuda –miento porque decir que fue una pesadilla sería maleducado. –Espero que no les haya dado muchos problemas esta semana. –Para nada, ha sido muy divertido tenerla aquí –miento de nuevo. –Así que… escuché que tienes un novio, Olivia –dice Gustavo sin quitar la mala cara. –Sí, ¿ya lo conociste, tío? Me encantaría presentártelo, pero no lo encuentro –respondo confundida. ¿Por qué me está viendo con ojos de pistola? Acabo de llegar hace unos minutos y no he visto a mi tío en meses, ¿qué pude haber hecho que lo tiene tan molesto? –Oh, créeme que conozco bien a esa rata. ¿Acaba de llamar rata a Estéfano? –Tío, por favor. Son órdenes de Víctor –musita Rubén suplicante. Gustavo da un manotazo al aire, como si quisiera decir que lo que sea que ordenó mi padre le es indiferente. Frunzo el ceño, así que mi tío se va a unir al mismo club que Rubén y mi mamá de detractores de Estéfano ¡genial! –¿Qué fue lo que ordenó, Rubén? –pregunto molesta. Rubén sonríe con nerviosismo y Gustavo se cruza de brazos como preguntando “¿Cómo saldrás de esta?” –Que no te avergonzáramos, Liv –responde sin dejar de sonreír–. Ya sabes, no quería que nos mostráramos sobre protectores ahora que tienes novio. A veces es difícil dejarte de ver como una niña pequeña. Gustavo suelta un bufido, va a replicar y Rubén lo fulmina con la mirada. No me creo ni por un momento lo que acaba de decir, pero, antes de que pueda responder, la puerta de la oficina se abre y Estéfano aparece entre los tres. Lo que sea que me tenía molesta desaparece al ver la sonrisa de Estéfano. Pasa entre Rubén y Gustavo como si no estuvieran ahí y me toma entre sus brazos. –¿Me extrañaste, muñeca? –me pregunta con una sonrisa deslumbrante. Escuchar su voz me estremece. –Todos los días –respondo antes de darle un beso mucho más apasionado de lo que debería dado que mis familiares están a unos pasos de nosotros. –¿Qué hacen aquí como buitres? –escucho que pregunta mi padre al salir de la oficina. Rompo el beso y me despego un poco de Estéfano, pero él me sujeta contra él con más fuerza. –Oh, no, muñeca, no te vas a alejar de mí –susurra a mi oído. –Necesito hablar contigo, hermano –dice Gustavo en tono áspero. –Ahora no, más tarde. Hay una fiesta en mi casa y me la estoy perdiendo. La risa estridente de Roxana llega desde la sala y Rubén sale disparado en su dirección como si fuera un canto de sirena. Pasa de largo junto a nosotros sin mirarnos. Mi padre camina con paso lento en la misma dirección seguido por su hermano, quien alza la cara y saca el pecho al encontrarse con Estéfano como si fuera un duelo de pavor reales. Siento pena ajena por mi tío y más al ver la cara de desconcierto de Estéfano. –Por favor, dime que también tienes familiares que te avergüenzan y que no solo es mi caso –pido en cuanto nos quedamos solos. Estéfano me acerca más a su pecho. –Sí, pero me temo que este fin de semana será solo de tus familiares vergonzosos –bromea. –¿Qué tal el viaje? –le pregunto mientras entrelazo su mano en la mía. Estéfano pone los ojos en blanco. –Desastroso, tu primito es más incompetente de lo que creía. Sabía que la logística no iba bien allá, pero no imaginé a qué punto. No existe un control real, cada quien actúa por impulso. La gente que trabaja para él es descuidada y es cuestión de tiempo para que causen problemas. Rubén prefiere rodearse de gente poco capaz como él, gente que no le represente una amenaza en lugar de buscar talento. Rubén es la mediocridad hecha hombre y tu padre puso todas sus esperanzas en él. Con razón la operación se les vino abajo… –¿Qué? –pregunto sorprendida. ¿Qué significa eso? ¿Mi padre está quebrado o algo así? Estéfano parece recordar con quién está hablando y me dirige una sonrisa reconfortante. –En sentido figurado, claro. No te preocupes, para eso estoy aquí, para poner orden –me asegura–. Cambiemos de tema. –No puedes decir algo así y esperar que cambiemos de tema como si nada –reclamo–, quiero saber a qué te refieres con que todo se vino abajo. –Fue una expresión tonta. Perdón, no debo hablar de esto contigo. Mejor cuéntame acerca de tu semana. Me zafo de sus brazos, molesta, y me planto frente a él. Si Rubén nos llevó a la quiebra y ahora soy pobre, tengo derecho a saberlo. Escucho la risa boba de Roxana acercándose, pero no voy a dejar que nadie me haga quitar el dedo del renglón. –No, esto es serio y quiero hablarlo ahora. –Ay, Olivia, te dije que te esperaras a hacerte la prueba antes de empezar con el drama –dice Roxana a nuestras espaldas–. Pero qué más da, ¡felicidades futuro papá! Los niños siempre son una bendición, al menos eso dicen. Se acerca y le planta un beso en la mejilla a Estéfano. Él se queda petrificado en su lugar con los ojos clavados en mí. Siento que las piernas me flaquean. –Olivia, se acabó el aderezo para la botana –me informa, inadvertida de lo que acaba de hacer. –Hay más en la alacena –respondo con la boca seca. –Gracias –Roxana se encamina a la cocina con despreocupación. No estoy lista para saber –¿Qué fue lo que dijo? –pregunta Estéfano estupefacto. No sé si está sorprendido, furioso o le va a dar un infarto. Lo único que sé con seguridad es que no está contento. Hasta ahora tenía la esperanza de que, en caso de estar embarazada, él me daría su apoyo, pero ver su expresión me hace caer en cuenta de que no será así. Tal vez odia a los niños y la idea de ser padre le repugna, tal vez encuentra la responsabilidad de un hijo abrumadora o tal vez simplemente no quiere atarse el resto de su vida a mí. Comienzo a entrar en pánico ante su reacción. Si en verdad estoy embarazada voy a tener que afrontar eso sola y no estoy segura de poseer esa clase de fuerza. ¡Ni siquiera me gusta ir al cine sola! –Me llamó “futuro papá.” Olivia, ¿estás embarazada? – pregunta Estéfano ante mi falta de respuesta. Me quedo callada. Él da un paso hacia mí e inclina la cabeza antes de repetir su pregunta. –Olivia, ¿estás embarazada? –No lo sé –respondo de manera casi inaudible. –Pues Roxana parece saberlo, ¿por qué carajos me tengo que enterar por su boca? –parece que está haciendo un esfuerzo sobrehumano por no gritar. Su rostro está enrojecido de coraje– ¡Di algo! –Tal vez lo estoy –respondo en voz baja. No estaba mentalmente preparada para hablar de este tema con Estéfano ahorita y mucho menos para verlo reaccionar así. Él se endereza y pasa sus manos detrás de su nuca como si estuviera fastidiado. Mi aprehensión se convierte poco a poco en enojo, ¿qué forma es esta de reaccionar a la noticia? –¿Qué quieres decir con tal vez? Siento una corriente eléctrica atravesar mi cuerpo, es como una inyección de energía que me hace reaccionar. –Exactamente eso, quiero decir que tal vez estoy embarazada o tal vez no. Pero lo que sea que suceda conmigo, no pienso estar aguantando esa actitud tuya. No te necesito, Estéfano –me doy la media vuelta y camino hacia las escaleras. No entiendo qué me acaba de ocurrirme. ¿Le dije a Estéfano que no lo necesito? ¿Estoy segura de eso? Quiero decir, especialmente ahora que al parecer mi familia está en la quiebra por culpa de Rubén, tal vez no debería actuar tan altanera. Es muy tarde para hacerme para atrás, tampoco estoy dispuesta a quedarme en actitud de cachorro necesitado, esperando a que él se digne a apoyarme. Sé que mi orgullo no nos va a alimentar ni a mí ni a mi bebé, pero si Estéfano no va a ser parte de la vida de nuestro hijo, al menos voy a conservar mi orgullo. Antes de subir el primer escalón, Estéfano me toma del brazo y me obliga a encararlo. No me di cuenta de que me estaba siguiendo. –¿Qué te sucede, a dónde vas? –me pregunta desconcertado. –Quiero estar sola. No puedo ni verte en este momento –le dijo en tono enojado. –Perdón, ¿TÚ estás molesta conmigo? –pregunta, incrédulo. –Eres un patán, ¿lo sabías? ¡Por supuesto que estoy molesta contigo! –le grito enojada. Muevo el brazo para que me suelte, pero él solo aprieta más su agarre. –Tú sospechas que tendremos un hijo y en lugar de decírmelo esperas a que reciba la noticia de una de las personas más irritantes con las que me he topado en mi vida. Explícame ¿cómo acabé siendo el malo de esta historia? –Liv, te estaba buscando, Doris quiere tomarnos una foto con la abuela –dice mi prima Karen de pie detrás de nosotros, si notó la incómoda escena decidió ignorarlo–. Hola, soy Karen. Estéfano traga saliva, por la mirada que le dedica sé que quiere decirle que se largue, pero no lo hace. –Hola, mucho gusto, Estéfano. –Bienvenido al nido de locos que llamamos familia –le responde Karen. –Karen, ¿puedes darnos un segundo? Dile a la abuela que voy enseguida –le pido de la manera más amable que me es posible. Karen y yo somos de la misma edad, sin embargo, somos polos opuestos. Ella es amante de la naturaleza y la libertad, su cabello parece paja por haberle aplicado demasiados tintes de mala calidad que han ido desde el rosa hasta el azul, pasando por el naranja. Tiene perforaciones en los labios y habla de bandas que en mi vida he escuchado. Encuentra la moda y las fiestas frívolas y asiste a manifestaciones en contra del gobierno; yo lo más cercana que he estado a una manifestación fue una ocasión en que Ivan dio un giro en una calle equivocada camino al centro comercial. –Tómate tu tiempo, la abuela me llamó tres veces Elsa en la última hora, ni siquiera hay una Elsa en la familia– se aleja de nosotros con paso lento –. Por cierto, felicidades por el bebé. Suelto un chillido agudo. –¡¿Roxana te lo dijo?! –le pregunto boquiabierta. –No –responde Karen con expresión divertida–. Perdón por entrometerme, pero están hablando del tema a la mitad del pasillo en un tono bastante alto… Me llevo ambas manos a la boca. Estéfano pone su mano en mi espalda. –Tranquila, creo que nadie más escuchó y de mi boca nadie lo va a saber –asegura Karen antes de irse. –Es mejor que hablemos en otra parte –dice Estéfano. –Olvídalo, no hay nada de qué hablar, es obvio que no quieres ser parte de esto. Solo vete –le digo y reanudo la marcha escaleras arriba. Estéfano me sigue de cerca y detiene la puerta de mi habitación cuando intento cerrarla en sus narices. Empuja la puerta y entra detrás de mí con cara de pocos amigos. Cruzo los brazos sobre mi pecho y permanezco inmóvil. –¿Cuál es tu problema? –grita enojado– ¿Por qué estás huyendo de mí? –Porque es obvio que la noticia te hizo infeliz... te enojaste tanto con la idea de que tengamos un hijo... yo no te quiero cerca con esa actitud negativa –le reprocho. –¿Perdiste la cabeza? No estoy enojado por que estés embarazada. ¡Estoy enojado porque le tuve que escuchar de Roxana! Eso fue lo que me molestó, por supuesto que no me enoja que tú...–la voz de Estéfano se entrecorta y señala hacía mi viente. Después da una zancada hacía mí, me toma de los hombros para pegarme a él y envolverme en sus brazos– ¿Cómo puedes pensar si quiera por un momento que no me haría feliz la noticia? ¿Enloqueciste? Eres la persona más importante en mi vida, Olivia, te amo. Trago saliva, tal vez actué irracionalmente. Cierro los ojos aliviada, inspiro su colonia y me hundo en su pecho. –Lo siento, posiblemente sí enloquecí un poco, las últimas semanas han sido muy estresantes –le confieso. –¿Semanas? ¿Hace cuánto que sabes esto? –pregunta, de nuevo irritado. –Técnicamente, no lo sé con seguridad, solo sé que mi periodo se atrasó. Ayer estaba perdiendo la cabeza y Roxana lo notó, de algún modo dedujo lo que me sucedía y terminé confesándole todo. Fue un momento de flaqueza. Aunque su recomendación fue buena, ella me sugirió hacerme una prueba de embarazo antes de hablar contigo, lo cual iba a hacer hasta que ella misma decidió soltar la sopa allá abajo –le explico. Estéfano suspira, parece decepcionado. –Así que no es seguro... me quieres decir que, ¿acabamos de pasar por todo este drama gratuitamente? –Un poco, sí – contesto con una sonrisa de disculpa. –Oh, Olivia. Bien, esto es lo que haremos: iré a la farmacia en seguida a comprar una prueba de embarazo, la tomarás y dependiendo del resultado empezamos a hacer planes, ¿te parece? –¿Podemos posponerlo para mañana? Toda mi familia está en casa y debería estar con ellos, no aquí preocupándome por un posible embarazo. Una vez que sepa la verdad, no seré capaz de pensar en otra cosa y no he visto a mis familiares en meses, al menos puedo dedicarles una noche. Si estoy embarazada, seguiré embarazada mañana, puedo hacerme la prueba entonces y disfrutar de la reunión hoy. Sé que posponer saber la verdad no es la actitud más madura que puedo tener en este momento, pero necesito un poco de tiempo para prepararme para lo que sea que va a suceder. –Por supuesto, tienes razón. Una noche no cambia nada y deberías disfrutar de la reunión. Vamos abajo con todos y dejemos de pensar en este asunto por hoy. Ya habrá mucho tiempo para hacer planes luego –dice Estéfano antes de besarme con ternura en la frente. Bajamos las escaleras para integrarnos al evento. Aún faltan varios familiares por llegar, pero mi casa ya parece atestada. Esta noche no tenemos una cena como tal, sino un convivio con distintos platillos para picar y mucho alcohol. Cada quién encuentra un lugar en la casa para platicar con otros y si alguien queda fuera o no sabe integrarse a un grupo es su problema. Mi mamá está vuelta loca, no soporta la idea de que alguien deje manchas de líquidos en los muebles por no usar portavasos o que los niños rompan algo de valor; jamás he entendido por qué acepta organizar este evento si la desgasta tanto. Mi papá, por otro lado, goza de lo lindo estas reuniones rodeado de parientes que buscan su aprobación. Desde que tengo memoria mi papá es la cabeza de nuestra familia, el gran patriarca al que los demás acuden cuando tienen un problema, parte de eso se debe, claro, a que tiene más dinero que el resto de la familia junta y que más de la mitad de nuestros parientes (hombres) trabajan de alguna u otra forma para él. Tal vez estoy alucinando, sin embargo, este año lo noto distinto, parece no pasarla tan bien como otras veces. El único motivo que se me ocurre es que este es el primer año que Nico no está aquí. Ojalá mis padres fueran más abiertos y pudiéramos hablar del tema. Ser sinceros sobre cuánto extrañamos a mi hermano. –¿En qué piensas? –pregunta Estéfano. –En mi hermano, es la primera reunión de este tipo que hacemos desde... que murió –le respondo ya que nos acomodamos. –¿Dónde habrá conseguido tu mamá estas copas? – pregunta analizando la suya a contraluz–. He buscado copas así por meses. Otra vez cambiando el tema de Nico, sé que lo hace para evitarme la tristeza, pero a veces resulta irritante. Encontramos un lugar disponible en la sala y tomamos asiento. Ambos pretendemos no notar las miradas hostiles que nos rodean. No solo es Rubén o el tío Gustavo que miran mal a Estéfano, al parecer todos los hombres de esta familia tomaron un voto para aborrecer a mi novio sin razón aparente. –Yo las pedí por internet, si quieres te muestro la página – contesto intentando desviar nuestra atención del odio que nos rodea. En ese momento, uno de mis primos más pequeños pasa corriendo frente a nosotros y se tropieza. No logra meter las manos a tiempo y pega en el suelo con la cara. El llanto histérico es precedido por el chorro de sangre. Estéfano se pone de pie y alza al niño, toma una servilleta y la presiona contra la herida. Mi tío Patricio, padre del niño herido, llega casi de inmediato y le arrebata al niño de las manos. –Yo me encargo –dice de manera grosera. Sale en dirección al baño con su hijo en brazos. Me enojo mucho, Estéfano solo quería ayudar y ni siquiera por eso pueden dejar de portarse como unos cretinos. –Lo siento, eso fue muy descortés de su parte –le digo cuando vuelve a sentarse a mi lado. –No te fijes, probablemente ni se dio cuenta, solo estaba preocupado por su hijo. Yo hubiera hecho exactamente lo mismo si se tratara de nuestro hijo –responde quitándole importancia al asunto. Lo doy un ligero golpe en el pecho, quedamos en no hablar del tema por hoy. Ingenua Bajo las escaleras en pijama, normalmente no hago eso cuando hay visitas o intrusos, pero es tan temprano que dudo que alguien ya haya despertado. Las risas y el bullicio continuaron hasta la madrugada, horas después de que yo me retiré a dormir, así que con toda seguridad faltan horas para que la familia despierte. Entro a la cocina y abro la puerta del refrigerador, tengo hambre, pero no sé de qué tengo antojo. Juego con las posibilidades en mi mente, podría verme espléndida conmigo misma y hacerme un omelette, el problema sería que si alguien despierta mientras cocino tendría que cocinar para esa persona también y si en ese momento despierta alguien más, lo mismo y así hasta que acabe por cocinarle a toda la casa. En definitiva, es un no. Me conformaré con un café y pan con mermelada. Mientras relleno la cafetera con agua capto movimiento en el patio trasero por el rabillo del ojo. Hay alguien ahí afuera. Puedo distinguir dos cabezas, me pongo de puntitas y veo a mi papá y al tío Gustavo platicando mientras mi papá le da profundas caladas a un cigarro. Me sorprende verlo fumar, la última vez que lo vi hacerlo fue en el funeral de Nico. Algo lo ha de tener muy estresado. Ellos no han notado mi presencia, aun así, hablan en voz baja y no puedo escucharlos. Por sus gestos, deduzco que Gustavo sigue molesto y mi papá no hace más que mirar al suelo, asentir y dar otra calada a su cigarro. –Buenos días, –me saluda Roxana– ¿a quién espiamos? Desvío la mirada del patio y vuelvo a lo que estaba haciendo. –A nadie –contesto apresurada. –Vaya, no sabía que Víctor fumaba. Azoto el cajón de los cubiertos al cerrarlo para que ellos sepan que estamos aquí. Una cosa es que yo me entrometa en conversaciones privadas y otra muy distinta que Roxana lo haga. Mi táctica funciona, ambos entran al poco tiempo. –Buenos días –saluda mi papá. –¿Qué tienen planeado para hoy, Roxana? –pregunta Gustavo, quiere disimular, pero veo que le molesta mi presencia aunque aún no logro entender su enojo conmigo. –Doris pensó que sería buena idea llevar a los niños al zoológico, al parecer hay una nueva sección en el acuario… –Los zoológicos son cárceles para animales –protesta Karen al entrar. Roxana pone los ojos en blanco, Karen no la ve pues camina directo a la cafetera. Mi padre me sonríe. –¿Irás con ellos, Liv? –me pregunta. –¿A la cárcel de animales? ¡Jamás participaría en algo así! –respondo con fingido espanto. La risa de mi padre sale con él hacia su oficina, Gustavo lo sigue y en la cocina solo quedamos las tres mujeres más distintas sobre la tierra. –No sería una mala idea que te acostumbraras a convivir con niños, Olivia –me dice Roxana. Karen me mira mientras da un sorbo a su taza de café. –Eres una entrometida, ¿lo sabías? Anoche me causaste un tremendo problema con tu bocota –le reclamo. –¿Yo? –pregunta espantada. –Me dijiste que esperara a estar segura para decirle a Estéfano y llegas y se lo sueltas de la nada… –Creí que se lo habías dicho tú, ¿yo cómo voy a saber de qué hablaban? –exclama Roxana como si fue cualquier cosa. –¡Exacto! Primero escucha antes de meterte en una plática ajena. –Lamento haberme entrometido también –se disculpa Karen. –No te apures –le respondo. –¡Ah! Si ella lo hace está bien, pero a mí me quieres hacer sentir culpable, ¡eres una hipócrita! –Bájale a tu volumen, hay gente dormida –dice Karen. –Es distinto. Karen es distinta –digo entre dientes. –¿Qué significa eso? –pregunta Roxana con expresión ofendida. –Que ella no disfruta de la tragedia ajena. Lo suyo fue un error. Tú, por el contrario, eres malintencionada y metiche, a nadie engañas queriendo jugar el papel de buena –la acuso. Karen mira para todos lados, parece que está buscando una escapatoria de la incómoda situación. Roxana me mira perpleja, sino la conociera tan bien diría que está dolida en realidad. Le toma unos instantes reponerse. –Vaya, es bueno saber lo que piensas. Roxana sale hecha una bala de la cocina. Karen y yo nos miramos en silencio, ella se encoge de hombros y se sirve otra taza de café. A mí ya se me quitó el hambre, después de mi explosión inadvertida tengo el estómago revuelto. –¿Sabes por qué tu papá está molesto conmigo? –le pregunto a Karen tomando asiento en la mesa de la cocina. Tal vez ella sepa cuál es el problema del tío Gus. –Ni idea, creo que tiene que ver algo con tu novio, pero ya sabes que mi papá nunca me cuenta nada –contesta Karen encogiéndose de hombros. –Sí, entiendo a qué te refieres –digo antes de resoplar. Salgo de la cocina y subo las escaleras a mi habitación lo más rápido posible. Me acuesto sobre la cama. Es imposible hacer esto sin el apoyo de Miranda, extraño demasiado a mi amiga. Tomo mi celular y le escribo un mensaje. OLIVIA 09:23 “Hola: Necesito hablar contigo. URGE”. Cierro los ojos y espero escuchar el tono de respuesta. Cuando los vuelvo a abrir, son las 12:40, me quedé dormida sin darme cuenta. Reviso el teléfono, Miranda no ha respondido. Siento una punzada, tal vez eligió a Joaquín sobre mí. Me pongo de pie y voy al baño, me meto a la ducha, quiero que el agua se lleve mis problemas. Al salir, me pongo un vestido amarillo corto y seco mi cabello con una toalla. Al menos la casa no estará tan llena, con suerte la mitad de la gente se ha ido al zoológico. Bajo las escaleras para comprobar que efectivamente, la excursión ya está en curso. Me asomo al cuarto de televisión, Karen y la abuela miran algún documental sin importancia y yo aprovecho que no me vieron para seguirme de largo hacia la cocina. Ahora sí que tengo mucha hambre. Al entrar encuentro que mi tío Gustavo está sentado solo en el desayunado. Veo por su expresión que su humor no ha mejorado en absoluto. Voy a darme la media vuelta, no tengo ganas de seguir aguantando sus miradas cargadas de enojo. –Olivia, ¿cuántos años tienes? –me pregunta Gustavo con hostilidad antes de que pueda salir. –20, los mismos que tu hija Karen –le respondo con la misma dureza. –Entonces, ¿no crees que es hora de que te responsabilices por tus actos? –me pregunta con desprecio. –En verdad, tío, no tengo la menor idea de a qué te refieres o qué fue lo que hice que te disgusta tanto... –¡Tienes que saberlo! Me rehuso a pensar que puede existir una chica tan tonta. Lo miro sorprendida, quisiera tener la presteza mental para contestarle algo que lo deje callado, pero solo soy capaz de mirarlo. –Yo... –las ideas se me escapan. –¿Cómo puedes estar con esa rata? Sin importar lo que piense tu padre, tú al menos deberías mostrarle más respeto a la memoria de tu hermano. –¿Qué tiene que ver Nico con Estéfano? Cualquiera que sea tu problema con mi novio, por favor deja a mi hermano fuera –intento no alzar la voz, pero no puedo. La mención de Nico es un detonante para mí. –Deja de actuar como si te importara Nicolás. Si le hubieras tenido el menor cariño cuando estaba con vida no te estarías revolcando con su asesino –suelta mientras me mira con asco. Sus palabras se sienten como un golpe al pecho. De manera involuntaria comienzo a temblar, ¿cómo alguien puede ser tan ruin para inventar una mentira de ese tamaño? Niego con la cabeza, incrédula de que mi tío sea capaz de esto. –Estas loco, Nico fue asesinado en un asalto. De verdad esto es demasiado, la única razón por la que no corro a contarle a papá es porque la sola mención de mi hermano le duele y no quiero lastimarlo con tus inventos –ahora soy yo la que habla con asco. –Deja de fingir que ignoras lo que sucedió. No puedes ser tan ingenua. A tu hermano lo mataron para amedrentar a tu padre y que cediera su parte del mercado, todos lo sabemos. Román Corvino no se anda con juegos cuando quiere algo y llevaba mucho tiempo codiciando el poder que Victor tiene. –¡Perdiste la cabeza! –exclamo antes de salir disparada de la cocina hacia mi habitación. Al llegar azoto la puerta, por más absurdas que las encuentro, las palabras de Gustavo siguen dando vueltas en mi mente. Es imposible controlar los temblores de mi cuerpo. Me recargo contra la pared. Román Corvino, ¿ese es el nombre del padre de Estéfano? No recuerdo si lo mencionó alguna vez. Sacudo la cabeza, no debo dejar que mi tío me contamine con sus locuras. ¿En qué planeta un hombre mata al hijo de otro por quedarse con unas florerías? Es simplemente ridículo. Mi celular suena. Es un mensaje de Miranda. MIRANDA 2:30 “Hola, perdón por no contestar antes, ¿cuál es la urgencia?” Resoplo con amargura, ¡vaya amiga! No le contesto, en este momento no tengo cabeza para lidiar con mi amiga cuando mi tío está acusando a mi novio de asesinato. Mientras esté contigo Alguien toca a mi puerta. Si es mi tío Gustavo voy a gritar tan fuerte que incluso los vecinos me van a escuchar. Abro de mala gana, pero es Estéfano quien está recargado en el marco de la puerta con una bolsa de papel en la mano. –Hola, muñeca, ¿te interrumpo? –pregunta al tiempo que entra a mi habitación. –No, ¿cómo entraste? –digo de manera casi inaudible. –Karen me dejó pasar y dijo que seguías en tu habitación. ¿Sucede algo? Pareces alterada. Niego energéticamente. –No, para nada. Solo algo estresada –decido no mencionar las tonterías de Gustavo, repetirlo es como darle poder a las palabras. –Te entiendo, anoche di muchas vueltas en la cama antes de poderme dormir... –¿Por qué? –pregunto con temor a que Gustavo le haya dicho algo anoche antes de que se fuera. Estéfano me mira perplejo y señala en dirección a mi vientre. Ah, claro, tenemos otros problemas ademas de un tío loco. Suspiro con cansancio. –¿Que no estábamos hablando sobre eso? Sino entonces, ¿qué te tiene estresada? –¡Eso! ¿Qué más? Lo siento, traigo la cabeza en las nubes – exclamo con voz aguda. –Pues te sugiero que bajes y pongas los pies en la tierra – Estéfano se sienta sobre mi cama y me tiende la bolsa de papel. –¿Y esto? –pregunto mientras la tomo. Me asomo dentro de la bolsa. Una prueba de embarazo. –¿Estás lista para saber? –me pregunta Estéfano con una sonrisa alentadora. Asiento. Tomo la bolsa y me dirijo al baño. Abro el paquete, leo las instrucciones varias veces aunque lo que tengo que hacer es bastante sencillo. Hago la prueba, la vuelvo a cerrar y salgo con ella en la mano. Tres minutos y sabremos la verdad. Me siento junto a Estéfano sobre la cama. Él toma mi mano y me besa el dorso. –¿Te casarías conmigo? –pregunta de la nada. –¿Qué? –lo miro fijamente. ¿Está bromeando? –Dime, Olivia, ¿te quieres casar conmigo? Bajo la mirada hacia la prueba, pero el toma mi barbilla y me hace mirarlo a los ojos. –No, contéstame antes de ver el resultado, ¿quieres ser mi esposa? –vuelve a preguntar. Mi corazón se acelera aún más. –¿Es en serio? Pero... Pero llevamos solo unos meses de conocernos, pero todavía no acabo la universidad, pero soy muy joven para casarme... hay millones de razones para no casarme, pero amo a Estéfano millones de veces más. No hay nadie en este mundo con quien prefiera estar. Estéfano lo es todo para mí. –Sí me quiero casar contigo –digo sin poder ocultar mi sonrisa. Estéfano me besa. Rodeo su cuello con mis brazos ¡Nos vamos a casar! Mi cuerpo vuelve a temblar, pero ahora de emoción. Estéfano se separa y saca una cajita del bolsillo de su pantalón. Es un anillo. Un anillo de compromiso plateado, con un enorme diamante engarzado. Estéfano toma mi mano y me pone el anillo. Mis ojos se empiezan a llenar de lagrimas, lagrimas de felicidad. –¿Cuándo compraste esto? –pregunto aún sonriendo. –¿Qué crees que hice toda la mañana? Me vuelve a besar. Jamás creí que fuera posible sentirse tan feliz. –Esto es una locura –digo entre besos. –Es exactamente lo que tiene que ser –me responde y me rodea con sus brazos–¿Lista para saber? Vuelvo a tomar la prueba y asiento. Es positiva. Inhalo aire profundamente. Estos han sido los 5 minutos más trepidantes de mi vida y todo sin salir de mi habitación. Después de un rato escuchamos mucho ruido en la planta baja, seguramente la familia ha regresado del zoológico. No tengo deseos de bajar, pero sería grosero no hacerlo, además aún tengo mucha hambre. Estéfano también así que decidimos unirnos al resto de la familia. Antes de salir del cuarto, me quito el ostentoso anillo de compromiso. –¿Qué crees que estás haciendo? –pregunta Estéfano molesto. –No quiero que nadie lo vea antes de que le de la noticia a mis padres –le explico. –Pues vamos a decirles de una vez –sugiere. –No, necesito hablar con ellos en privado. Ahorita hay demasiadas personas en casa y eso los tiene ocupados. Mañana todos se habrán ido y entonces les daré la noticia. No estoy segura de cómo vayan a reaccionar mis padres, pero estoy segura de que mi mamá no lo va a tomar bien y no deseo hacer una escena enfrente de todos mis parientes. –Cómo tu desees, muñeca –contesta Estéfano, aunque puedo adivinar por su expresión que no está contento de que me quite el anillo. Bajamos las escaleras algo renuentes. La familia ya regresó del zoológico. Los niños corren, llevan unos globos en forma de animales, un león, un elefante y un hipopótamo. Los adultos platican en la sala y en el comedor, nadie nos presta mucha atención mas que para dedicarnos miradas de desaprobación. Karen alza la vista cuando entramos a la estancia. La miro y le hago un gesto afirmativo, ella sonríe con complicidad, no necesitamos decir más. Temo la hora de la cena, tener a la familia sentada en la misma mesa con Estéfano parece una receta para el desastre. Parte de mí desea que él decida irse a su apartamento. “Mejor nos vemos el lunes” serían las palabras mágicas para dejar de sentirme mal por toda la mala leche que le tienen mis parientes. Pero no se despega de mí ni un instante. Parece feliz a pesar de la hostilidad de mi familia. Está más atento de lo normal y sus ojos rara vez se posan sobre alguien que no sea yo. Nos topamos con Rubén cuando este regresa del bar que está al fondo de la estancia. –Supongo que te quedarás para cenar –le dice a Estéfano sin ocultar que, como yo, preferiría que se fuera. –Sí, por supuesto –contesta mi padre que está sentado cerca de donde nos encontramos. Estéfano se encoge de hombros de forma juguetona, como diciendo “ya te contestó tu jefe”. Se pone de pie y se dirige al bar para servirse un trago, no lo juzgo, si pudiera yo también bebería para hacer la velada más amena. –Esto apesta –me dice al regresar–. Deberíamos estar celebrando nuestro compromiso, no aquí. –Lo sé, en verdad entiendo si quieres irte. Esto debe ser aún más incómodo para ti que para mí. Estéfano pasa su brazo por encima de mi hombro. –Donde tú estés quiero estar yo. Me sonrojo. Recargo mi cabeza en su pecho y disfruto el aroma de su loción. Es perfecto, somos perfectos. –Donde estés tú, también quiero estar yo –le digo en voz baja. Tal vez mi padre habló con la familia o ya se cansaron de tirar sus malas vibras, en todo caso, la cena transcurre en relativa calma. Nadie nos dirige la palabra, es como si no estuviéramos ahí, pero yo lo agradezco. Prefiero que ignoren a Estéfano a que lo ataquen, así que es un avance. –¿Te quedas a dormir conmigo esta noche? –me pregunta de forma discreta cuando vamos por el postre. Lo miro dudosa. Mi padre ama estas reuniones familiares, le va a caer muy mal que me vaya, por más que apruebe a Estéfano. –No lo sé... no quiero problemas con... –dirijo mis ojos hacia mis padres. –Vamos, ni cuenta se darán. Tienen a tanta gente en casa que difícilmente verán que falta una persona. –Esa persona es su hija, obvio que se van a dar cuenta. –Prometo regresarte temprano. Además, ¿qué pueden hacer? ¿Prohibir que nos casemos? ¿No te van a dar permiso de dar a luz? Anda, vamos. Le sonrío con complicidad. Tiene razón. –Está bien. Salimos de la casa mientras la familia está haciendo sobremesa, cada grupo está absorto en sus pláticas. Mi mamá ya se subió a recostar y mi padre platica con Gustavo y otros mientras beben vodka. Estéfano tenía razón, nadie se percata de que nos vamos. –¿Qué clase de boda te gustaría tener? –me pregunta al poner en marcha el coche. –No lo sé, nunca lo había pensado... una muy lujosa, supongo. Estéfano se echa a reír. –¿Qué significa eso? –pregunta entre risas. –No estoy segura... –Oh, vamos, todas las chicas sueñan en cómo será su boda. Pienso en eso un momento. Yo no. No es que no planeara casarme, pero siempre asumí que sería algo que me pasaría más adelante así que nunca le dediqué mucho tiempo. –Supongo que quiero una boda de buen gusto –digo mientras intento visualizar lo que quiero–, posiblemente pequeña. En especial porque no tengo amigos que invitar. –Sí, esa buena idea. Planear una boda pequeña va a ser mucho más sencillo, sobre todo tomando en cuenta que el tiempo no está de nuestra parte. Caigo en cuenta de que tiene razón. No me puedo dar el lujo de un compromiso largo, especialmente si no quiero parecer un balón blanco el día de la ceremonia. Una vez en el apartamento, Estéfano cae rendido casi inmediatamente. Yo no logro conciliar el sueño, sigo pensando en el futuro que me depara, todos los cambios que tendré que vivir en los próximos meses y lo emocionante que será. Estoy feliz. Miro alrededor preguntándome si esta será mi habitación de ahora en adelante o si nos mudaremos a otro lugar. Sería lindo vivir en una casa con un jardín donde nuestro hijo o hija pueda jugar. Sonrío pensando en eso. En realidad no me importa la casa, ni el jardín siempre y cuando esté con Estéfano. ¡Sorpresa! La suerte está de nuestro lado, la familia ignora por completo que anoche me escapé y cuando regreso están tan ocupados haciendo maletas y preparando su salida que apenas y notan mi presencia. Me despido de todos con abrazos y besos desde el pórtico y poco después del medio día la casa está vacía de nuevo. Solo quedamos mis padres, Estéfano y yo, y el momento de hablar con ellos llega. Temo su reacción, pero es inevitable informarlos. Al menos Estéfano está aquí y me hace sentir fuerte. Les pedí a mis padres que bajaran al comedor porque tenía algo que contarles. Eso fue hace diez minutos y aún no bajan, juego de manera ansiosa con el mantel de la mesa mientras los espero. Estéfano me mira divertido, como si mi nerviosismo fuera cosa de risa. Ojalá pudiera tener su calma. –¿Qué tal que le informamos a tu familia primero? –le digo en un intento infantil de ganar algo de tiempo. –Ya lo saben, hablé con mi padre cuando estaba buscando el anillo, lamento decirte que los únicos que faltan por saber son Doris y Victor –contesta Estéfano. –¡¿Qué?! ¿Y qué te dijo? No me habías contado eso –me toma por sorpresa la ligereza con la que habla. Sé que la familia de Estéfano es menos asfixiante que la mía, pero de cualquier manera es difícil imaginar que les haga muy felices que Estéfano vaya a casarse con una completa desconocida. –No mucho, le hace gracia que estemos juntos. Pasó años de su vida considerando a tu padre un enemigo a muerte, deseando destruirlo y ahora van a ser familia política. Lo toma con ironía. Eso es todo –responde Estéfano como si la opinión de su padre fuera irrelevante–. Mi tía Agata y mi nonna, mi abuela, están encantadas. Supongo que nonna está aliviada de que tu familia también venga de Italia, ella temía que me casara con una chica “extranjera”. Ellas dos ya están planeando lo que van a usar el día de la boda y mi tía no ha dejado de enviarme sugerencias para la fiesta desde ayer. Le sonrío, ojalá mis padres fueran tan fáciles como eso, pero estoy segura de que decirles se va a poner feo, especialmente por mí mamá y su aversión a Estéfano. De pronto, el recuerdo de otra persona que también odia Estéfano me viene a la mente y me causa escalofríos. –¿Cuál es el nombre de tu padre? –le pregunto con un poco de miedo. –Román, ¿Por qué? Tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no mostrar mi desconcierto. Román Corvino, el nombre que mi tío Gus mencionó... pero solo porque sepa el nombre del padre de Estéfano, no significa que tiene razón sobre lo demás. Lo idea de que un florista mate al hijo de otro es absurda. –Solo por curiosidad –respondo con una sonrisa débil. –¿Alguien te habló de mi padre? –pregunta Estéfano a la defensiva. –¿Qué? No, ¿a qué te refieres? ¿Hablarme de qué? – pregunto fingiendo que no tengo la menor idea de a qué se refiere, pero no me está encantando el hecho de que parezca temer que alguien me “hable” de su padre. ¿Qué podrían decirme? Pensé que ya no tendríamos secretos entre nosotros. No lo sé, tu familia me detesta... tal vez alguien puede querer inventar algo sobre mí o mi padre para alejarnos – responde. Niego con la cabeza mientras le sonrío a pesar de que eso es exactamente lo que sucedió ayer. –No, solo quería saber el nombre de mi futuro suegro, eso es todo. No tiene caso decirle a Estéfano las tonterías que el tío Gus inventó, solo se enojaría o se sentiría mal. Escucho los pasos de mis padres bajando las escaleras. Llegó el momento. Ambos entran con cara de preocupación, es fácil adivinar que pasaron los últimos minutos queriendo deducir qué iba a decirles. Si su cara es alguna indicación, cualquier conclusión a la que llegaron les parece terrible. –Bien, ya estamos aquí, ¿qué querían decirnos? –pregunta mi padre mientras ambos toman asiento al otro lado de la mesa. Al verlos frente a mí, mi mente se queda en blanco. Olvido las palabras que había planeado y solo los miro con expresión ausente. Creo que Estéfano intuye que algo va mal conmigo, porque después de esperar unos cuantos instantes para que yo hable como habíamos quedado, toma la palabra. –Los llamamos porque queremos felicitarlos –dice con esa confianza avasalladora que lo caracteriza–. Van a ser abuelos. ¡Sorpresa! El poco aire que aún conservaba me abandona. Sé los soltó así nada más. Sé que la impresión arrasó a mis padres. Perdieron el poco color que normalmente tienen, la casa se les vino encima y se nota. –¿Y qué piensan hacer? –pregunta mi padre intentando guardar la compostura. Estéfano toma mi mano izquierda y les enseña el enorme anillo en mi dedo. Mi padre inhala aire como para diez personas y luego entra en un estado de neutralidad. Su expresión ya no dice nada, su mirada está fija en nosotros, pero está ausente. Mi mamá por otra parte, parece enferma, sus labios están apretados en una fina línea y su mirada es de rencor. Aparto la vista de ella, se acaba de enterar de que va a ser abuela, ¿cómo no puede saber lo mucho que me lastima que nos mire así? Al menos al padre de Estéfano le hizo gracia, ¿sería tan complicado que intentara parecer feliz por mí? –Ya estarás satisfecho, ¿no? Esto era lo que estabas deseando –escupe en dirección a mi padre y luego sale disparada del comedor. Estéfano sonríe al verla salir, me da la impresión de que disfruta verla retorcerse de coraje. Me gustaría pedirle que deje de sonreír de ese modo socarrón, pero es mi único aliado en la casa y no quiero que haya disgustos entre nosotros ahora. Se escucha perfectamente como mi mamá azota la puerta al llegar a su recama. Eso es porque nosotros seguimos en completo silencio. El golpe de la puerta hace que mi padre vuelva en sí, se pone de pie y carraspea la garganta varias veces. –Bien pues... planear una boda es una tarea monumental, les deseo suerte –musita antes de salir cabizbajo hacia su oficina. Estéfano asiente sin quitar su sonrisa de satisfacción. Yo en cambio me siento del tamaño de una pulga. Reaccionaron como si les hubiera dicho que tengo una enfermedad terminal, ni una felicitación, ni buenos deseos, nada. Estéfano pasa su brazo sobre mis hombros, me pongo de pie de un brinco y le indico con mi gesto que me disculpe un momento. Salgo del comedor para seguir a mi padre y entro a su oficina detrás de él. –¿Una boda es una tarea monumental? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? – pregunto antes de que pueda tomar asiento. Me mira con desconcierto y niega con la cabeza. –No, eso no es todo lo que tengo que decir. –¿Entonces? ¿Estás enojado, decepcionado, furioso? ¡Di algo! –debo hacer un esfuerzo tremendo para no gritar tan alto como quiero, puesto que no deseo que Estéfano nos escuche en el comedor. Mi padre da unos pasos hacia mí y me abraza con fuerza. Su gesto me toma por sorpresa, él no es la clase de hombre que demuestra afecto físico seguido. –Estoy aliviado –dice sin soltarme–. Esto es lo más inteligente que has hecho en tu vida. Lo que parecía un gesto cariñoso ahora se siente como una bofetada. Doy un paso atrás y rompo su abrazo ¿Embarazarme y comprometerme es lo más inteligente que he hecho en mi vida? Una generación entera de mujeres feministas se revuelcan en sus tumbas. –Todo irá bien, hija. Manténlo contento y haz todo lo que él te diga. Ahora estás más segura que nunca y todo irá bien –mi padre sigue hablando sin percatarse de lo atónita que estoy. Me siento asqueada por sus palabras. Sé que mi papá es un hombre anticuado, pero esto es demasiado incluso para él. ¿Manténlo contento? ¿Haz todo lo que él te diga? Al parecer me perdí la parte en la que viajamos en el tiempo a 1800. Asiento con una mezcla de disgusto y lástima y salgo de la oficina. No tiene caso discutir con él, claramente se encuentra muy perturbado. Estéfano me está esperando afuera. –¿Está todo bien? –pregunta mientras me estudia con la mirada. –Sí... –es inútil contarle lo que me dijo mi padre, ni siquiera tengo ganas de repetírmelo a mí misma–. Creo que dentro de su impresión, sí se alegró un poco por nosotros. –Fantástico –dice y no puedo descifrar si es sincero o sarcástico–, ¿qué hay de tu mamá? Miro hacia el techo. –Carezco de las energías necesarias para lidiar con ella, lo que sienta ahora es su problema, no el mío –contesto convencida. Estos últimos días han sido una montaña rusa emocional, solo quiero relajarme un rato y no pensar en las excentricidades de mi familia. –Suena bien. Ahora, ¿qué te parece si llevo a mi hermosa prometida a una cita romántica? Es hora de que celebremos nuestro compromiso –sugiere con una sonrisa juguetona. Le sonrío agradecida por tenerlo en mi vida. Tal vez, algún día pensaré en la reacción de mis padres a la noticia y me causará risa, pero hoy no es ese día. Nunca es tarde para nada Regreso a la oficina diferente a como la dejé el viernes. Ahora voy a casarme y a tener un hijo, ¿cómo puedes cambiar tanto en un fin de semana? Guardo el anillo en mi bolsa, los últimos tres días han sido agotadores y lo último que deseo es ser interrogada por mis compañeras de trabajo acerca de mi compromiso. El padre de Miranda me llama a su oficina. Hago un repaso rápido de la semana anterior, ¿hice algo mal? ¿Dejé algún pendiente? Me es difícil recordar si quiera qué hice el viernes. ¡Ahora recuerdo! Fingí que me encontraba enferma para salir temprano a casa. Seguro que dejé un montón de asuntos sin concluir. Camino a paso lento para alargar lo más posible el recorrido de pocos metros que hay entre mi escritorio y su oficina. Entro como niño regañado esperando una reprimenda. –Buenos días, Olivia. Pasa por favor, toma asiento –dice David amablemente. –Buenos días –tomo asiento frente a su escritorio, me siento aliviada al comprobar no parece estar molesto. –Olivia, tengo noticias –comienza después de darle un sorbo a su café–. Judith, la asistente que estabas reemplazando, va a regresar a laborar con nosotros la próxima semana. Yo sé que se te explicó que este trabajo era solo temporal, pero tú desempeño aquí ha sido bueno, aprendes rápido y resuelves los problemas que se te presentan. No te puedo ofrecer el puesto de mi asistente puesto que Judith lleva años conmigo y siento que sería injusto, pero eres una persona capaz que vale la pena conservar. Hablé con recursos humanos y, si te interesa, podemos buscar otra vacante aquí dentro de la empresa para acomodarte. Claro, siempre y cuando a ti te interese quedarte. Ayer era la chica cuya mejor logro había sido embarazarse y comprometerse, pero ahora soy esta mujer capaz que vale la pena conservar en su empresa. Mi corazón se llena de orgullo. –Me siento muy halagada. No tiene idea –responde encantada. –Entiendo que tu plan es volver a la universidad el siguiente semestre, pero podríamos acomodarnos para que puedas hacer ambas actividades. Podrías trabajar medio tiempo con nosotros –sugiere. De pronto caigo en cuenta de que es improbable que regrese a la universidad el semestre entrante, ¡voy a estar dando a luz! No había considerado eso, pero este bebé va a alterar los planes que tenía y posiblemente muchas otras cosas más. Mi cara debe reflejar mi desconcierto porque David vuelve a hablar. –No tienes que tomar una decisión en este momento. Tómate algunos días para pensarlo y después me avisas qué fue lo que decidiste, ¿de acuerdo? Asiento energéticamente. Necesito tiempo para pensar en mi futuro. Le agradezco a David y regreso a mi escritorio. Paso el resto del día pensando en lo que voy a hacer y sintiéndome inmensamente orgullosa por las palabras amables de mi jefe. A las cinco de la tarde, Estéfano está esperándome afuera del corporativo. Corro a sus brazos. Solo el verlo me llena de alegría. –Estás de muy buen humor el día de hoy, supongo que todos fueron especialmente amables contigo después de que les compartiste las noticias –comenta mientras entramos a su coche. –No, en realidad no le conté a nadie, pero sí sucedió algo más que me puso de buen ánimo. Le relato a Estéfano la propuesta de David y lo orgullosa que me hizo sentir. Claro que él no entiende del todo porque me hizo sentir tan bien pues ignora lo que mi papá de dijo ayer, aún así, sonríe con empatía mientras me escucha. Mi relato dura todo el recorrido hasta el apartamento de Estéfano, ni siquiera me di cuenta que veníamos para acá pues estaba demasiado absorta en mi narración. Una vez que termino, antes de que nos bajemos en el estacionamiento de su edificio, Estéfano toma mi mano y le da un apretón cariñoso. –Eso es genial, muñeca, pero lo que no entiendo es, ¿por qué no le dijiste que no de una vez? –me pregunta confundido. –Porque no estoy segura de que le quiero decir que no. Aún no tomo una decisión definitiva –respondo con obviedad. –Olivia, creo que fui perfectamente claro contigo sobre este asunto –dice mientras su mirada se oscurece–. Yo acepté que trabajaras por un rato, pero no después de que nos casemos. Ser mi esposa es un trabajo de tiempo completo. Ya te había explicado esto antes. Mi quijada se cae. Espero unos instantes para ver si empieza a reírse o da alguna indicación de que está bromeando, pero en lugar de eso su expresión se endurece con cada segundo que pasa. –Pensé que estabas bromeando –musito finalmente. –¿Me estaba riendo cuando te lo dije? –me pregunta altivo. Niego con la cabeza. De pronto siento la boca seca, la forma en la que me mira es muy intimidante. –Estéfano, solo porque esperas algo de mí, no significa que lo vas a obtener. Esta decisión es mía. Yo no te pertenezco –digo con una confianza que por dentro no siento. –Sí, Olivia, y entre más rápido te hagas a la idea, más sencillas van a ser nuestras vidas. Siento una opresión en el pecho. Este hombre junto a mí es un completo extraño. ¿Qué pasó con el Estéfano al que estoy acostumbrada? A mi mente llegan las palabras de mi papá “manténlo contento”, “haz todo lo que él te diga”, caigo en cuenta que más que consejos de un hombre anticuando eran advertencias. Siento un escalofrío en todo el cuerpo. –¿Te das cuenta de lo ridículo que suenas en este momento? –pregunto indignada. –Yo sé lo que quiero y fui bastante honesto contigo desde un principio. Te dije lo que esperaba de ti antes de que algo ocurriera y tú decidiste involucrarte conmigo de todas formas, yo asumí que era porque aceptabas mis términos. Lamento informarte que ahora ya es tarde para que te eches para atrás de esta relación –me explica como si fuera la cosa más simple del mundo. Estoy anonadada. Me toma unos segundos procesar sus palabras y luego, tan rápido como un rayo, me bajo del coche y me alejo de ahí caminando. Nunca es muy tarde para nada. Escucho como Estéfano se baja de su auto y luego sus pisadas mientras me persigue. No voy corriendo ya que estoy usando tacones altos, así que él me da alcance bastante rápido. Ni siquiera logro salir del estacionamiento. Estéfano me toma del brazo y me obliga a detenerme. –¿A dónde crees que vas? –pregunta enojado. –Básicamente, a cualquier lugar que no sea aquí. Me estoy echando para atrás de esta relación –le respondo tranquilamente. –No juegues conmigo, muñeca –me advierte. –No estoy jugando, me voy y tú puedes disfrutar tu tiempo solo porque yo no voy a ser parte de está realidad torcida que tienes planeada para nosotros. Estéfano no tiene la menor idea, pero mi corazón se está partiendo en miles de pedazos. Lo estoy perdiendo y duele, pero no pienso ceder. –Esto no es gracioso –musita enojado. –Estoy de acuerdo, no encuentro graciosa la forma en la que actúas y no me parece apropiada. No eres mi dueño. Ya tuve que aguantar a un padre controlador toda mi vida, no voy a aguantar a un esposo igual –respondo con firmeza. Intento alejarme, pero Estéfano aprieta su agarre sobre mi brazo. –De acuerdo, hablemos de esto. Lleguemos a un acuerdo – dice en un tono conciliador. –¿Qué clase de acuerdo? –pregunto con fingida indiferencia. –¿Qué te parece te esperas hasta después de que nazca el bebé para tomar una decisión? Y luego de que eso suceda, decides si quieres regresar a la universidad o volver al trabajo o lo que prefieras y yo me comprometo a respetarlo –propone. ¿Acabo de obligar a Estéfano Corvino a ceder? Me tengo que esforzar por no sonreír de forma engreída. Actúo como si estuviera considerando su oferta a pesar de que me parece aceptable. Después de unos minutos de dejarlo a la expectativa, asiento. –De acuerdo, suena bien –admito. Estéfano pasa su brazo sobre mi hombro para atraerme hacia él. –No vuelvas a dejarme –susurra en mi oído. –No me vuelvas a provocar –contesto mientras recargo mi cabeza sobre su pecho. Estéfano sonríe y sacude la cabeza. La tensión entre nosotros desaparece tan rápido como se produjo. Caminamos hacia el elevador. –Hablando de decisiones, ¿cuándo vas a traer tus cosas para acá? Abro los ojos como platos, no había pensado en eso, pero supongo que lo más lógico es que nos mudemos juntos de una vez, aunque la sola idea de empacar me llena de pereza. –En algún momento –respondo vagamente. –Vaya, cualquiera creería que estarías contando los segundos para salir de esa casa –dice mientras se quita el saco. Me encojo de hombros, sí yo también creí que me comerían las ansias. –Síndrome de Estocolmo, supongo –bromeo mientras me siento en la cama. –O... ¿prefieres que yo me mude contigo?... Digo, no me mal entiendas, la casa de tus padres es muy linda, pero algo me dice que estaremos más cómodos aquí –bromea. –No, es solo que las cosas están pasando muy rápido, necesito tiempo para empacar. –Bien, tómate tu tiempo –dice antes de besarme. Abre los ojos Le explico a David la razón por la que no puedo aceptar su amable propuesta, está desilusionado, pero se muestra comprensivo conmigo. Desafortunadamente, esto significa que esta es mi última semana en Tropic Motors. Judith, la asistente original, va a regresar el lunes entrante. Mis siguientes días en la oficina tienen un sabor especial. Siento una mezcla entre nostalgia y alegría en todo lo que hago, ya me voy, no voy a volver. Como de cualquier manera no planeo seguir en contacto con nadie de aquí les revelo mi embarazo. Las preguntas son incesantes y sé que también lo son los cuchicheos a mis espaldas, pero nada de eso me afecta. La semana siguiente nadie recordará mi nombre y yo pronto también olvidaré el de todos. El último día al entregar mi pase siento algo de pesar, pero no lo suficiente como para aceptar la propuesta de Nancy para salir a celebrar mi último día. No me apetece ir a un bar atestado a ver cómo otros beben a mi salud. Prefiero pasar la noche con Estéfano. En realidad prefiero estar con Estéfano a cualquier otro plan. Estéfano me recoge a la salida, como lo ha hecho todos los días de esta semana, se ha mostrado especialmente atento conmigo después de nuestra última pelea. –Y dime, ¿cómo va la planeación de nuestra boda? –me pregunta Estéfano mientras cenamos. Hago una mueca y me encojo de hombros. ¿Cómo podría saberlo? –¿Aún no tienes nada planeado? –me pregunta con sorpresa al ver mi reacción–. Pensé que habíamos acordado en casarnos lo antes posible. –¿Planear es mi responsabilidad? –replico. –Pues... usualmente son las mujeres las que aman planear sus bodas... asumí que te estarías encargando de ello –me explica con duda en la voz. –Yo asumí que me ayudarías. –Claro, te ayudaré en lo que quieras. Pero necesitamos comenzar con la planeación para que haya algo en que ayudar. –Buscaré una wedding planner la próxima semana –le digo–. De hecho, hay otra cosa con la que me puedes ayudar. Quiero que me acompañes al médico, quiero saber si todo esta bien con el bebé. Estéfano besa el dorso de mi mano y me sonríe de forma reconfortante. –Tú di el día y la hora que yo voy a estar ahí –me responde. ***** Para la siguiente semana, yo ya tengo varias candidatas para wedding planner, todas suenan geniales y honestamente no tengo la menor idea de cómo elegir a una. Este asunto de planear una boda está resultando bastante estresante desde un inicio. Al menos todo va bien con el bebé, tengo 10 semanas de embarazo y, de acuerdo con el médico, todo se ve normal. Es viernes por la tarde, Estéfano tuvo que trabajar tarde hoy así que yo lo espero en casa mientras googleo salones de eventos. Me gustaría que estuviera aquí ayudándome pues nada de lo que veo en internet me convence; tal vez los lugares mejoren una vez que los visites en persona, pero lo que veo en las fotos me desanima. Además no solo es el lugar, hay miles de aspectos en los que no había pensado: la ceremonia, la fiesta, las invitaciones, la comida, el pastel, la primer canción, mi vestido... me urge una wedding planner que decida todo esto por nosotros. En estos momentos extraño más que nunca a Miranda, aún no le cuento sobre la boda, el bebé ni nada, no hemos hablado en semanas y cada vez temo más que Joaquín la haya convencido de alejarse de mí. Alguien llama a mi puerta. –Olivia, tu amiga Miranda está aquí –dice mi papá a través de la puerta. Me pongo de pie de un brinco ¿Qué posibilidades hay de que esté pensando en ella justo en el momento en que llega a visitarme? Después de semanas de silencio absoluto llega cuando yo más la necesito. Bajo los escalones de dos en dos, no puedo esperar para verla y contarle todo lo que me ha sucedido. Mi entusiasmo baja en cuanto veo su expresión, la conozco lo suficientemente bien como para saber que algo anda muy mal. –Hola, Liv –saluda sin entusiasmo. –Hola, Mir –respondo con los ánimos desinflados. –¿Damos un paseo? –me propone mirando sobre mi hombro, me giro y encuentro a mi papá de pie detrás de mí. –Claro –respondo. Miranda se adelanta a salir y comienza a caminar a prisa calle abajo. Apenas y puedo mantenerle el ritmo. –Oye más lento, ¿qué te sucede? –digo en cuanto le doy alcance. –Me tuve que enterar de que estás embarazada por mi padre... ¿qué clase de amiga hace eso? –Miranda se detiene en seco para encararme. Así que eso es lo que la tiene molesta. Lo entiendo, pero ella tampoco es totalmente inocente en esto. –Lo siento, Mir, de verdad. Pero debes comprenderme, todo esto ha sido muy repentino, he pasado por todos los estados emocionales y para ser sincera, tú te alejaste de mí por un chico... no sabía qué estaba pasando entre nosotras y tenía demasiado con qué lidiar... –¡¿Qué?! Yo no me alejé por un chico... Olivia esto es peor de lo que imaginamos... Guarda silencio y mira sus espaldas en dirección a mi casa. –Ven, vamos a caminar un poco más. No deja ni que responda y de nuevo se pone en marcha frenética. Aminora la velocidad una vez que damos vuelta en la esquina, pero sigue andando. –¿Me puedes explicar que bicho te picó? –le pregunto y la tomo del brazo–. Oye detente y habla conmigo. Una vez que estamos cara a cara me doy cuenta de que Miranda está a punto de soltarse a llorar. –Lo siento, ¿de acuerdo? En verdad siento haber actuado como una mala amiga... Ay, Liv... no sé si estoy haciendo lo correcto. –No sé ni que estás haciendo, ¿por que no empiezas mejor por explicarte? –lo que sea que le sucede es grave y quiero ayudarla. No me importan las últimas semanas, ella es mi amiga y voy a estar ahí cuando me necesite. Miranda se recarga sobre la jardinera de una casa y se enjuaga las lágrimas que se la han escapado. –No iba a decir nada, creí que era mejor mantenerme alejada y fuera de peligro, ¿sabes? Sé que fue egoísta, pero sabía que tú ibas a estar bien... y luego mi padre me contó que estás esperando un hijo y entonces, no sé, algo me movió. Supe que al menos te tenía que decir lo que sé y entonces ya tu podrías tomar una decisión o lo que sea... Estoy confundida, pero no quiero decirle que parece una loca y herir sus sentimientos. –De acuerdo, te escucho, dime lo que quieres decirme – digo en el tono más tranquilo que puedo. –Martín Molina desapareció. –Martín... ¿Martín en hermano de Samuel? ¿Cómo que desapareció? –Días después de nuestro encuentro en el centro comercial se desvaneció de la faz de la tierra. Nadie sabe dónde está, sus padres fueron a la policía, pero sienten que les están dando largas y que realmente no lo están buscando. –Eso es terrible, no puedo creerlo –exclamo impactada. –¿No? Yo sí ¿Acaso no lo ves? Erick te corre de su fiesta y días después se incendia su casa, Martín te agrede verbalmente en el centro comercial y pum, por arte de magia desaparece... ¿qué te dice eso? –Que cosas malas le suceden a la gente mala –bromeo comenzando a temer que Miranda esté considerando como ciertos los rumores de que mi papá es un mafioso. –¡Olivia esto es serio! –grita Miranda sin importarle que los transeúntes nos volteen a ver. –¿Qué quieres que te diga? Lo que les pasó es terrible, pero yo no tuve nada que ver con lo que les sucedió a ambos – contesto encogiéndome de hombros. –Yo sé que tú personalmente no, pero en algún momento debes caer en cuenta de los focos rojos a tu alrededor. Amiga tienes que abrir los ojos a la verdad que está enfrente de tus narices. –Miranda, esto es ridículo, me conoces a mí y a mi familia desde hace años. Haz estado en mi casa cientos de veces, no puedo creer que ahora le des crédito a los rumores sobre mi familia. –Yo creo ni que tú conoces a tu familia. Olivia, date cuenta ¿Por qué tu padre nunca te ha pedido unirte a su negocio? Se supone que tiene florerías, ¿no? ¿En verdad crees que esa línea de negocio es inapropiada para una mujer? Y, ¿qué hay de los intrusos?, ¿por qué todos escuchan a tu padre y lo obedecen como perros entrenados? Esos hombres van y vienen con sus trajes y sus modos misteriosos actuando como si fueran dueños del mundo; perdón, pero floristas no son. La policía le dijo a Samuel que no se metiera con tu padre, esa misma policía no quiso investigar el incendió de casa de Erick porque involucraba “gente peligrosa” y ahora se rehusa a buscar a Martín... son demasiados focos rojos... Olivia es imposible que no te llame la atención... ¡No puedes estar tan ciega! –Miranda, ¡estás alucinando! Ya te dije que mi papá no tiene la menor idea sobre lo que sucedió en casa de Erick y mucho menos sabe de nuestro encuentro con Martín. Aunque estas fantasías tuyas fueran reales, él no tendría ningún motivo para hacerles daño –le explico con una sonrisa. –Sí, pero alguien más sí lo sabía... un intruso que trabaja para tú papá... Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. De pronto siento mucho frío. La sonrisa se desvanece de mi rostro, no quiero ser arrastrada en esta ridícula paranoía, pero las palabras de mi tío Gus no dejan de sonar en mi mente. –Así que, ¿crees que Estéfano es parte de esta historia ficticia de mafia? –le pregunto fingiendo burla, pero algo dentro de mi se está quebrando. Miranda me mira decepcionada. –Lo último que quiero es lastimarte, pero creo que tú y tu bebé merecen algo mejor. Deberías alejarte de este mundo de incendios y desapariciones misteriosas. Debes huir mientras puedas. –Lo que debo hacer es regresar a casa... parece que empezará a llover en cualquier momento –musito insegura. Doy unos pasos para atrás antes de dar la media vuelta y emprender el camino de regreso a mi casa. Miranda no intenta detenerme. Voy temblando todo el camino. Las palabras de mi amiga retumban en mi cabeza, quisiera ponerlas en el mismo baúl en el que puse las de Gustavo, pero el baúl está atestado; ya no le caben más cosas que ignorar. Mi papá está en la puerta de la casa revisando el correo. No quiero verlo, siento que voy a derrumbarme en cualquier momento y necesito estar sola cuando eso pase. –Olivia, creí que estarías fuera el resto de la tarde, ustedes normalmente se toman su tiempo para platicar y pasar el rato –dice de forma distraída mientras abre una carta. Hago mi mayor esfuerzo por controlar mi respiración. Desaparece, por favor, desaparece, necesito estar sola. –No... no estoy de ánimos... Mi padre alza la vista y frunce el ceño. Antes de que pueda preguntarme qué me sucede, paso por su costado y me dirijo directo a mi habitación. La verdad salió a la luz Cierro la puerta y me deslizo contra ella hasta el suelo. No es solo la posibilidad de que mi padre sea un criminal, es que si él lo es, significa que Estéfano también es un mafioso y no puedo soportar la idea. Mi tío Gustavo dijo que a mi hermano lo asesinaron para quedarse con una parte del mercado... los floristas no matan a los hijos de sus competidores floristas... los mafiosos sí. De pronto, las paredes de mi cuarto parecen demasiado pequeñas y me asfixio. Me pongo en pie y salgo disparada, sé exactamente lo que voy a hacer. Toco la puerta de la habitación de mi mamá, quisiera aporrearla, pero me contengo para no llamar la atención en el piso de abajo. No me espero a que conteste, me paso y ya. Mi mamá está sentada en su sillón favorito haciendo bordado, su pasatiempo favorito. La casa está llena de sus creaciones, los baños, los cuartos, los pasillos, bordados por todas partes. –¿Qué necesitas, Olivia? –pregunta como si la hubiera interrumpido mientras curaba niños con cáncer. –¿Quién mató a Nico? –pregunto. No hay razón para rodeos, ni para suavizar mi tono de voz. Mi mamá baja el bordado hasta su regazo y me mira con sorpresa. –Olivia, ¿qué clase de pregunta... –¿Quién mató a Nico? –repito mientras las lágrimas se agolpan en mi ojos. Es tristeza, pero también mucha rabia. –Olivia, basta. –¡¿Quién mató a Nico?! De golpe, la expresión de mi mamá cambia, su sorpresa es remplazada por una mirada cargada de veneno. –¿Por qué no le preguntas a Estéfano? Él ha de saber mejor que yo. Al menos su padre seguro que sí sabe quién fue. Me voy de espaldas contra el tocador de mi mamá, me aferro a la orilla para no caer al suelo. Sacudo la cabeza, esto no puede estar pasando. –Entonces es verdad... ellos mataron a Nico... –musito casi sin aliento. –¿Los Corvino, nuestros enemigos de toda la vida? Sí – responde con una sonrisa perversa. –¿Por qué no me dijiste?... Estéfano, mi padre... ¿qué es lo que hacen en realidad? –Nada bueno, te aseguro, pero eso no es importante en este momento. Olivia, déjate de dramas y piensa muy bien en cómo vas a reaccionar a continuación. Tú vida y la nuestra ahora dependen de ti –dice mientras se acerca lentamente hacia donde estoy. –¿De qué estás hablando? –pregunto confundida. La miro como si fuera una completa extraña. No soy capaz de procesar sus palabras. Mi padre entra a la habitación hecho una furia. –¿Qué son esos gritos? Estéfano está abajo, vino a visitarte y ustedes aquí montando una escena. ¿Alguien me puede explicar qué está pasando aquí? –nos dice con su tono amenazador que ya conozco bien, pero que ahora tiene un matiz diferente. –La verdad salió a la luz, te dije que tu pequeña hija crecería un día y se daría cuenta de quién eres en realidad – le responde mi mamá con amargura. Mi padre me mira consternado, como si yo fuera una tormenta a la que hay que contener. –¿A qué dedicas, papá? Porque es obvio que no eres un florista... eres una mafioso... y también Estéfano... –hablo más para mí misma que para ellos, como si decirlo en voz alta me pudiera ayudar a digerir la cruda realidad. –Oliva, guarda la calma –me dice mi papá–. Respira profundamente. No hagas nada precipitado. –Son unos monstruos –les digo sin poder contener mi llanto–. Los dos son unos monstruos. ¡Sabían quién era él y no me advirtieron! –Nadie te obligó a nada, Olivia. Tú solita te lanzaste a los brazos de ese hombre y ahora es tu responsabilidad mantener esta familia a salvo –me advierte mi mamá. Cierro los ojos con fuerza. No sé si necesito recostarme o correr o golpear algo, hay demasiadas emociones arremolinándose dentro de mí, rabia, decepción, miedo. –Hija, necesito que te tranquilices y que actúes con la cabeza fría. Baja y dile a Estéfano que tienes ganas de quedarte en cama, después de que se vaya nosotros podemos hablar con calma y yo contestaré tus preguntas – mi padre me habla como si quisiera apaciguar a una bestia salvaje– Por favor, no hagas nada impulsivo. Vamos a hablar, pero primero dile de forma muy amable a Estéfano que se vaya. Lo último que necesitamos es que se enoje. Respiro profundamente varias veces, incrédula ante lo que está sucediendo. Entro al baño de mi mamá y me enjuago la cara. Mis padres me miran en absoluto silencio. Salgo de la habitación y bajo las escaleras en automático. Estéfano está esperando por mí en la sala, absorto en su teléfono. Quisiera agarrar un jarrón y quebrárselo en la cabeza. Me sigo de largo hacia la puerta principal, él se percata de mi presencia y me sigue hasta la entrada. –Oye, muñeca, espera, ¿a dónde vas? Va a tomarme del brazo, pero lo empujo con violencia. –No me toques –le digo con ira– ¡No vuelvas a tocarme en tu vida! –¿Qué te sucede? –me pregunta atónito. Me siento furiosa, ¿cómo pude estar tan ciega? ¡Qué estúpida fui! –Tú mataste a Nico, ¿no es cierto? Por eso no te gusta hablar de él. Creí que era por consideración a mí, pero no, es porque te sientes culpable –le reclamo iracunda, cada palabra la lanzo con todo mi desprecio. –Oye, no sé qué te dijeron, pero eso es mentira. Quiere sonar tranquilo, pero su rostro está pálido de la impresión, es evidente que lo agarré desprevenido y se queda sin palabras mientras sé que busca la manera de retomar el control de la situación. –Desaparece de mi vida ¡No quiero volver a verte nunca! – le grito antes de girarme. Corre Salgo de la casa y azoto la puerta. Sé que no va a tomar mucho tiempo antes de que reaccione o de que mis padres bajen e intenten hacerme volver adentro así que me hecho a correr al máximo que dan mis piernas. Corro como una loca, cruzo la calle sin fijarme si vienen coches, solo escucho las bocinas sonar a mi paso. Ya ha comenzado a llover, pero eso juega a mi favor pues casi no hay gente transitando las banquetas. Cuando llego al parque, mis pulmones ya no pueden más. Me desplomo sobre una banca y pienso en lo que acabo de hacer. Es titiritando de frío y de miedo. Puedo ver mi aliento blanco escapando de mi boca, estoy gimiendo del esfuerzo. No puedo quedarme mucho tiempo aquí, estoy empapada y ya es tarde. No tengo dinero, ni celular. Solo hay un lugar en el mundo en el que quiero estar y espero que ella aún tenga ganas de recibirme. Me pongo de pie y comienzo a caminar a prisa hacia el apartamento de Miranda. Está a solo unas cuadras. Mis piernas ya no dan más para correr, incluso el paso que llevo es difícil de mantener. Estoy agotada, ha sido demasiado para una sola tarde. Llego a donde Miranda y toco el timbre; espero que esté sola. Es una suerte que no viva con sus padres. –¡Liv, estás empapada! –exclama Miranda tan pronto como abre la puerta y se hace a un lado para dejarme pasar–, ¿qué te sucedió? –Tenías razón, ¡sobre todo! –contesto mientras intento contener los espasmos que siento. –Ven, vamos a ponerte ropa seca. Sigo a Miranda hacia el cuarto de baño donde me tiende una toalla. Luego sale disparada y regresa con una pijama seca. Me quito la ropa mojada y la dejo en la ducha. Pongo la toalla sobre mis hombros pues mi cabello aún gotea. –Tenías razón, Mir, mi papá es un mafioso y Estéfano no es cualquier intruso, es la competencia –le digo más recuperada. Miranda me mira confundida. –¿Competencia de quién? –De nosotros. Estéfano mató a mi hermano. –¡¿Qué?! Oye, espera Liv... no entiendo, ¿por qué tu padre lo tiene trabajando con él? No tiene sentido. Pasamos a su sala y me desplomo sobre un sillón. –Es muy confuso. No sé exactamente lo que sucedió. Solo tengo fragmentos de cosas que me dijeron y conversaciones que escuché... hasta donde entiendo, mi papá y el de Estéfano son de mafias rivales. Ellos mataron a Nico para que mi padre les cediera su negocio o algo así. Por eso llegó Estéfano con nosotros, no estaba trabajando para mí papá, estaba apoderándose de su mafia. –Ay, no, Olivia. Esto no puede ser cierto... pero, ¿por qué tú padre les daría su “negocio” después de asesinar a Nicolás? Al contrario, buscaría vengarse. –No lo sé, tal vez lo de Nico fue solo una muestra de lo que podían hacernos a todos... amedrentaron a mi padre mostrándole que podían quitarle a su familia –mi boca se llena de bilis, estuve en plan romántico con alguien que en cualquier momento podía sacar la pistola y borrarme del planeta. –¿Crees que por eso Estéfano empezó a salir contigo? ¿Para tenerte vigilada? O, ¿solo lo hizo porque podía y porque sabía que eso iba a enfurecer a tu padre? –Tal vez... no lo sé. No me quedé a que me explicaran, salí de ahí en cuanto me enteré. –¿Confrontaste a tus padres? –pregunta Miranda intrigada. –Y a Estéfano. –Liv, tenemos que hacer algo. Puedes estar en peligro... tenemos que ir con la policía y avisarles... –¿Avisarles qué, Miranda? Tú misma lo dijiste esta tarde. A la policía la tienen comprada, no hicieron nada por Martín, ni por Erick, ¿por qué sería distinto conmigo? –Lo siento, Liv, tienes razón. Es solo que no se me ocurre qué más hacer. –Lo sé, a mí tampoco, por eso vine aquí, fue el único lugar seguro en el que pude pensar... sé que te estoy involucrando en algo terrible, si quieres que me vaya... –No, Liv. No puedes irte así. Juntas podemos pensar en algo, ¿de acuerdo? Miranda sonríe, pero es obvio que está aterrada. No la culpo, Martín desapareció, Erick perdió su casa, la siguiente víctima puede ser ella por el simple motivo de querer ayudarme. –Tengo que irme, Mir. Debo huir antes de que me encuentren. –Pero, ¿a dónde irías? –A cualquier lugar, voy a tener que empezar de cero, cambiarme el nombre, no lo sé... –¿Y qué hay de...? –señala mi vientre. Ni siquiera me había acordado de eso. Siento como si de repente me pusieran un bulto de cemento extra en la espalda. Esto va a ser el doble de difícil con un bebé. –Aún estás a tiempo, siempre puedes... ya sabes... ir a la clínica... –sugiere Miranda. En cuanto la escucho sugerirlo el peso del costal desaparece de mis hombros. –No, no quiero hacer eso –digo convencida y levemente reanimada–. Voy a encontrar la manera, al menos de este modo no voy a estar sola a donde sea que vaya. Miranda me sonríe. –Bien, me parece genial. Creo que puedo ayudarte a que te alejes lo más posible de aquí. Tengo dinero ahorrado, quiero que lo tomes y huyas lejos de tu familia. –Oh, Miranda, no puedo aceptar tu dinero –le digo apenada. –¡Claro que sí! Soy tu mejor amiga, ¿no? ¿Para que son las mejores amigas sino para sacarse de apuros? Y, Liv, tú estás en un apuro tremendo. Me sienta mal quitarle sus ahorros, pero no tengo nada y lo necesito. La abrazo infinitamente agradecida. –Muchas gracias. Debería irme de una vez... –¡No digas tonterías! Se está cayendo el cielo y ya es tarde. Vamos a dormir. Mañana a primera hora retiro todo mi dinero de la cuenta y luego te llevaré al aeropuerto o a la central de camiones o a donde quieras ir, ¿sí? Ahora estás cansada y ya es tarde, es mejor hacerlo mañana. Tiene razón. En cuanto acepto, Miranda comienza a trazar planes para mi futuro, a dónde ir y a qué me puedo dedicar. La escucho sin prestarle atención, estoy agotada, además, si empiezo a pensar detenidamente en lo que haré mañana probablemente me eche para atrás. Miranda habla hasta que se queda dormida a media frase, yo me quedo despierta un buen rato después de que ella comienza a roncar. Me aferro a la almohada y comienzo a llorar, todo mi mundo se vino abajo en una tarde. Siento el corazón destrozado y a la vez lleno de rabia, ¿puede alguien morir de pena? Sin opción No sé qué hora es cuando despierto. Por instinto busco mi celular para revisar, pero recuerdo que anoche salí de casa sin nada. Me levanto y busco a Miranda por el apartamento, pero no la encuentro. He de haber dormido de más pues mi ropa ya está seca y doblada en la mesita del comedor. Probablemente Miranda salió al cajero por el dinero que me prometió anoche. Para hacer tiempo en lo que regresa, me meto a la ducha. Mientras lavo mi cabello pienso en lo que este día me depara, en las desiciones importantes que debo tomar en las siguientes horas y en lo fuerte que debo de ser para afrontarlo. Hace menos de 24 horas estaba buscando lugares para mi boda y ahora mi vida se convirtió en una versión de Durmiendo con el enemigo/ El padrino, todo en una tarde. Eso es suficiente para mandar a cualquiera a terapia por un buen tiempo, pero yo probablemente no pueda costear a un psicoanalista en el futuro próximo. Salgo y me visto, encuentro el cepillo de Miranda en su tocador y comienzo a desenredar mi cabello. Escucho que la puerta principal se abre. Salgo de la habitación para encontrarme con mi amiga, pero no viene sola. Mi papá y Estéfano están en la sala con ella. El estomago se me contrae de la impresión. –Liv, lo siento mucho... –dice Miranda con los ojos rojos, parece que ha llorado y su expresión está completamente desencajada. Probablemente yo me vea igual de desencajada. Me petrifico, ¿por qué los trajo? –Olivia, agarra tus cosas y vámonos –ordena mi papá. Miro a Miranda buscando una explicación. –Muñeca, ya escuchaste, vamos. Ahora. Estéfano se acerca a mí y pone su mano en mi espalda como para dirigirme a la salida. Doy un paso de costado para alejarme de él. –Contigo no voy a ir a ninguna parte –respondo sin creerme lo que ha hecho Miranda. –Liv, de verdad lo siento, pero tenía miedo de que lastimaran a mi familia –se justifica Miranda a toda prisa y con la voz entrecortada. –¿Cómo pudiste? –le recrimino aún estupefacta. –¡Deja de hacer esto difícil y vámonos! –grita mi padre e intenta tomarme del brazo para jalarme, pero Estéfano lo detiene y en su lugar pasa su brazo por mi espalda y me toma por el hombro de modo que no puedo zafarme. –Olivia, podemos hacer esto por las buenas o por las malas, pero vas a venir con nosotros de cualquier modo así que te recomiendo que vengas por propia voluntad –me dice Estéfano al oído casi en un susurro que hace que me estremezca. Mi cuerpo está tan tenso que Estéfano no puede moverme sin usar fuerza. No lo hace. Se queda esperando a que decida caminar por mí misma. Miro a mi alrededor, estoy atrapada, este era al único lugar del mundo al que podía ir, mi única escapatoria. Miranda me traicionó y ahora no tengo a donde ir, siento como se me cierra el mundo, no tengo más opciones. Clavo la vista en el suelo sintiéndome derrotada y comienzo a caminar. –Liv... Miranda va a decir algo, la miro con ojos como pistolas porque no quiero escucharla. Creí que era mi amiga, la única que me quedaba y ahora me doy cuenta de que estoy sola. –Si te vuelves a acercar a ella te vas a arrepentir –la amenaza mi papá antes de cerrar la puerta. Entro al elevador cercada por los dos y salgo a la calle en automático. Estéfano aún tiene su brazo alrededor mío, quiero empujarlo para que me suelte, pero no lo hago, sigo caminando hacia el coche. Iván nos espera recargado en la puerta del copiloto de la camioneta negra de mi papá, mirando a los transeúntes pasar. Al vernos, abre la puerta del asiento trasero. Primero entra mi padre, luego yo y después Estéfano a modo que quedo sentada entre ambos. La camioneta arranca. –¡Lo que hiciste fue desconsiderado e imprudente, Olivia! – comienza a gritar mi papá. Estéfano mira hacia la ventana y yo mantengo los ojos clavados en mi regazo. Siento que me asfixio entre ambos. –¿Qué clase de comportamiento ridículo es este, Olivia? Estás esperando un hijo ¡compórtate! –sigue gritando furioso mi papá. Tomo aire para responderle, pero Estéfano me gana la palabra. –No te preocupes, Víctor, no volverá a suceder. Yo me encargo de eso –responde tranquilo sin dejar de mirar hacia la calle. ¿Encargarse cómo? Tengo miedo de lo que va a pasar conmigo, si Estéfano fue capaz de matar a Nico, ¿qué me hará a mí? El coche se detiene delante de mi casa. Primero sale Estéfano y me ofrece su mano para bajar, no la tomo, soy perfectamente capaz de bajar por mi misma. Entramos a la casa, mi mamá está con alguien en el comedor platicando en voz baja. Es un hombre desconocido de pelo grasoso que lleva lentes, no tiene pinta de intruso. Mi mamá se disculpa y camina hacía nosotros. –Felicidades, misión cumplida. Ya la encontraron –le dice a mi papá y a Estéfano en su tono de voz habitual de resentimiento y amargura–, ¿quieren que se cambie antes de empezar o así está bien? –¿Empezar qué? –pregunto rodeada por los tres. –Sí, claro. Olivia sube a cambiarte esa ropa, no te tardes – ordena mi papá, pero yo no me muevo. –¿Empezar qué? –repito. –Vamos a casarnos –me informa Estéfano a mis espaldas–. El juez accedió a una boda exprés, así que no lo tengamos esperando, sube y haz lo que se te dice. Anda, muñeca. Pone la palma de su mano contra mi espalda para darme un leve impulso hacia las escaleras. Me quedo plantada en mi lugar. –¡Deben estar bromeando! –exclamo antes de soltar una risa nerviosa. –Olivia, ve a cambiarte en este mismo momento antes de que te lleve yo a rastras. Ya he tenido suficiente con este espectáculo –dice mi papá furioso, pero en un tono contenido que no llega hasta el comedor donde se encuentra el juez. –No, han perdido la cabeza, yo no me voy a casar –logro decir una vez que la risa acaba. –Muñeca, sé que esto no es lo ideal, esta boda no es la que esperábamos... Me giro para encarar a Estéfano. –¡Sí! ¡Eres tan perceptivo, Estéfano! Esa es la razón por la que estoy molesta, ¡por qué esta no es la boda de mis sueños! –respondo sarcástica. Estéfano pone los ojos en blanco y vislumbro un atisbo de su sonrisa socarrona. Voy a patearlo en la entre pierna, si se atreve a reírse prometo que voy a patearlo en la entrepierna. –Olivia, es suficiente. ¡Sube ahora! –es mi mamá quien lo dice. Estoy rodeada, estoy sola... siento que estoy a punto de derrumbarme, pero no quiero hacerlo enfrente de ellos. Pasó a un costado de mi mamá y subo las escaleras de mala gana. Entro a mi habitación al tiempo que se me escapan las primeras lágrimas. Me recargo en la puerta y siento el empujón, alguien quiere entrar. Son mis padres. Mi mamá entra y toma un vestido azul que ya estaba sobre mi cama. –Toma, elegí esto de entre tu ropa dado que tú no estabas. Ve a cambiarte –me tiende el vestido con cara de pocos amigos. Niego con la cabeza. –Olivia, no es momento para ponerse tiquismiquis con la ropa, cámbiate que nos están esperando –dice mi padre exasperado. –¡No! Están locos, yo no voy a bajar, ni voy a casarme con ese mafioso, ¿cómo pueden hacerle esto a su única hija? Mi mamá me toma de los hombros. Sus manos aprietan con fuerza sobre mi piel. –Nosotros no te hicimos nada, tú decidiste meterte con ese tipo, esta fue tu iniciativa y de nadie más –me dice en forma de reclamo. Me zafo de su agarre. –Pudieron haberme advertido quién era, lo que había hecho... cualquier cosa menos quedarse impávidos –les reclamo. –Déjate de dramas, Olivia. Estéfano y ese bebé que esperas son la única oportunidad que tenemos de no aparecer muertos en un basurero, sin dientes ni dedos para que la policía no pueda identificarnos –dice mi padre mientras frota sus sienes–. Sé que no eres una persona brillante, pero al menos deberías poder distinguir algo tan básico como: muerto malo, vivo bueno. Miro a mi mamá con desasosiego, ¿de qué habla? Aprieto la boca para no llorar más. Mi mamá me mira con los brazos cruzados sobre su pecho, luego los estira y se golpea los costados como diciendo “me rindo”. –De acuerdo, parece que no has entendido nada, así que voy a tener que explicarte con manzanitas: después de que la gente de Román asesinara a Nicolás, amenazaron a tu padre con que harían lo mismo con nosotras si no entregaba su operación y sus clientes a los Corvino; Román tomó el poder y a todos los hombres de tu padre, incluso Iván trabaja ahora para ellos. Estéfano vino a hacer efectivo ese poder y a cerciorarse de que el resto de nuestra familia, aquellos que no pudieron dominar, estuvieran tranquilos. Estéfano le aseguró a tu padre que si cooperaba con él estaríamos a salvo, pero nosotros estábamos seguros de que tenía órdenes de su padre de asesinarnos. Estábamos contra la pared, los Corvino le advirtieron que si intentaba escondernos nos matarían a las dos... entonces Estéfano se fijó en ti. Al principio creímos que era solo para molestar a tu padre, demostrarle quién mandaba y que podía hacer lo que quisiera con nosotros, pero después se dio cuenta de que Estéfano parecía sincero y de que tal vez ese podría a ser nuestro boleto de salvación. Si Estéfano estaba contento contigo, eso haría que contuviera a Román y lograra perdonarnos la vida. Así que sí, tu padre permitió que la mafia Corvino se quedara a su propia hija para salvar su pellejo– esto último lo dijo viendo a mi padre con profundo rencor. Mi papá bajó la mirada, como asqueado de si mismo. Me quedo helada, ahí estaba toda la verdad. –No, esto no puede estar pasando... –balbuceó incrédula. –Olivia, necesito que te calmes y que actúes como un adulto. Ahora la vida de tu familia está en tus manos –dice mi papá con firmeza. –Se deshicieron de Rubén... saben que fue él quien te reveló la verdadera identidad de Estéfano y lo hicieron pagar, no dudarán en deshacerse de nosotros también –me informa mi mamá. El aire se me escapa de los pulmones. –¿Qué? Pero Rubén no me dijo nada, fue Gustavo quien... –Eso ya no importa. Ellos creen que fue Rubén y actuaron. La mafia Corvino no se andan con rodeos. Olivia, tienes que ser más inteligente y dejar de ponernos en riesgo. Estéfano te quiere, va a hacerse cargo de ti y del niño y no podemos darnos el lujo de desperdiciar esta oportunidad –dice mi papá. Necesito sentarme, esto es demasiado para procesar. Estéfano siempre tuvo recelos de Rubén, dijo que lo encontraba incompetente... quién sabe qué habrán hecho con él. Quién sabe qué harán con nosotros... estoy anonadada, pero sobre todo aterrorizada. –Ahora que parece que entiendes lo que sucede, necesitamos que te cambies y que bajes con la mejor sonrisa. Estéfano está esperando allá abajo y no podemos demorarnos más –me indica mi padre. Mi mamá me tiende nuevamente el vestido. Lo tomo sintiéndome impotente. Entro al cuarto de baño y me cambio. Mis manos tiemblan mientras me visto. Me miro al espejo, me veo derrotada, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo puedo casarme con ese hombre con lo que sé? Me mojo las manos y las llevo a mi cuello. Con cada minuto que pasa mi situación parece empeorar. Salgo mirando al piso. Mis padres me indican que los siga a la planta baja y eso hago. No tengo opción. Acepto Estéfano está sentado en el comedor con el juez, ambos charlan con tranquilidad. Al vernos se ponen de pie. –¿Listos? Empecemos –dice el juez, quien aparentemente no nota lo extraño de la situación, ni mi expresión de cautiva o el nerviosismo de mis padres. El juez saca unos documentos de su portafolio, los pone sobre la mesa y me indica que me acerque. Camino lentamente hasta colocarme enfrente del juez a lado de Estéfano. No levanto la vista del suelo. Estéfano intenta tomarme de la mano, pero yo la aparto con violencia. Él resopla como si mi reacción fuera absurda. –Olivia Ricci, ¿aceptas a este hombre en matrimonio? –me pregunta el juez directamente. No respondo. Mi corazón comienza a latir con fuerza y mis palmas se llenan de sudor. El silencio en la estancia es tan incómodo que duele. Mi mamá me pellizca en el brazo para forzarme a contestar. –Sí, acepto –respondo entre dientes. Las palabras saben amargas al salir de mi boca. –Estéfano Corvino, ¿aceptas a esta mujer en matrimonio? –le pregunta el juez a Estéfano. –Felicidades, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia –declara el juez. Estéfano se inclina en mi dirección e intenta besarme. Giro la cabeza bruscamente así que solo logra besar mi mejilla. Vuelve a resoplar y pone los ojos en blanco. –Muchas gracias por su tiempo –le agradece Estéfano y le tiene un enorme fajo de billetes. ¡Claro! Ahora entiendo todo, sobornaron al juez para casarnos a pesar de que claramente este es un matrimonio forzado. Seguro así resuelven todos sus problemas, sobornando gente. Estéfano acompaña al juez a la puerta principal. Habla con él con naturalidad a pesar de lo que está pasando, ¿con qué clase de monstruo me casé? –Bueno, pues ya está –dice mi mamá antes de salir del comedor. Escucho como sube las escaleras. No puedo creer que vaya a volver a su habitación como si nada. Mi papá se queda conmigo, pero mira en todas direcciones excepto en la mía. Estéfano regresa después de unos minutos y me mira como si no comprendiera mi expresión de derrota. –¿Estás lista? –me pregunta. –¿Lista para qué? –pregunto de vuelta mientras lo miro confundida, ¿qué más esperan de mí? –Para ir a mi apartamento... quiero decir, nuestro apartamento. Lo miro sin moverme. –Sí, supongo que deberían irse de una vez –dice mi papá antes de salir hacia su oficina. No doy crédito a lo cobardes que son mis padres. Pusieron toda la responsabilidad en mis hombros y ahora se dan la media vuelta para dejarme lidiar sola con este desastre. Me quedo en mi lugar sintiéndome indefensa. –¿Quieres subir a hacer tu maleta o prefieres irte así y compramos todo nuevo? –me pregunta tan casual como si estuviéramos discutiendo qué almorzar. Me encojo de hombros. Estéfano se sienta sobre la silla más próxima a mí y recarga los codos sobre sus piernas sin dejar de verme, yo me quedo de pie, pero no me alejo. Tengo mucho miedo, mató a Rubén, mató a Martín, mató a Nico... es un completo desconocido, el Estéfano que creí que amaba no existe y no sé como actuar con esta nueva persona que tengo enfrente. –Muñeca, sé que la situación pinta muy mal, pero te prometo que en unos días te vas a sentir mejor. Sigo siendo la misma persona que hace una semana... –Sí, la misma persona que mató a mi hermano –replico sin poder contenerme. Estéfano se endereza en su asiento. –Te equivocas. Yo no tuve nada que ver con eso, yo no lo hice, ni di la orden, ni tomé la decisión. Si eso es lo que tienes en contra mía, lamento informarte que estás enfadada en vano. –Lo hizo tu... grupo, ¿no? –replico en voz baja, él no me contesta, solo me mira –¿Y Rubén? ¿Tampoco fuiste tú? –Rubén quiso jugar al listo, intentó traicionarnos y acudió con las autoridades, pensó que así evitaría que los Corvino tomáramos control de todo... era necesario lidiar con él –la tranquilidad con la que habla me hace estremecerme. –Nunca te agradó. Y si crees que él me dijo lo de Nico... –No fue él. El que te dijo fue Gustavo. Lo miro sorprendida. Él no se inmuta, sigue manteniendo su expresión de absoluta confianza en sí mismo. –Tengo ojos y oídos en todas partes –me dice a modo de explicación–. Ahora, ¿qué dices si nos vamos? Se pone de pie de un brinco. No logro decir que sí. Solo subo a mi habitación a paso lento y tomó una maleta pequeña. La abro y la coloco sobre mi cama, me quedo contemplando la maleta vacía sin saber qué meter en ella. Tomo una pijama, ropa interior y mi cepillo de dientes, ¿qué más se lleva uno a casa de su captor? Tomo algo de ropa, ni siquiera me fijo en si las prendas combinan o si van con el clima. Mi estómago está revuelto. Tal vez sean nauseas de embarazo, pero lo más probable es que sean nauseas de me acabo de casar un un mafioso y mis padres me pusieron en bandeja de plata para que él me tomara. Estéfano me espera sin decir palabra en el marco de la puerta, no parece impaciente. Cierro la maleta y él se me adelanta para tomarla. –¿Lista? Asiento con desgana. Salimos de la casa y ahí está Iván esperando con las llaves del BMW. Se las tiende a Estéfano y le da una palmada en la espalda. Recuerdo lo que dijo mi mamá, incluso Iván trabaja ahora para él. Me subo al coche y giro la cabeza hacia la ventanilla. Miro mi casa, no deseo poner pie en ella nunca más. Por fuera parece una casa cualquiera, pero dentro se albergan a los seres más viles sobre la tierra, gente dispuesta a sacrificar a su propia hija con tal de salvarse. El coche se pone en marcha y sé que estoy viendo la casa por última vez, no pienso volver. –¿Tienes hambre? –me pregunta Estéfano e intenta tomar mi mano. La retiro bruscamente y niego con la cabeza. Siento un poco de hambre, pero mi malestar es aún más fuerte. Llegamos al apartamento y la familiaridad que siento con el lugar me hace sentir más enferma. Pienso en la última vez que estuve aquí, hicimos el amor varias veces, platicamos hasta quedarnos dormidos... fui tan tonta pensando que estaba viviendo una historia de amor increíble. –Iván va a estar aquí ahora, si quieres ir a algún lugar dile y él te lleva. Si quieres cualquier cosa, él tiene dinero, solo tienes que decirle. Él se va a encargar de cuidarte –me indica Estéfano mientras mete mi pequeña maleta rosa en su habitación. –No necesito que nadie me cuide –respondo irritada. –Creo que ya demostraste que eso es mentira. Por lo pronto, eres demasiado inmadura... –¡No lo soy! –grito furiosa. –¿Ah, no? ¿Cómo llamas a escaparte con mi hijo no nato? ¿Tienes idea de lo asustado que estaba? –me pregunta también de molesto. –¿Estabas asustado? ¡Pobre de ti! –exclamo sarcástica. Estéfano respira profundamente para tranquilizarse. –No deseo pelear. Ha sido un día largo. Deberías descansar, muñeca. Tal vez cuando despiertes te sientas mejor. Estéfano sale de la habitación. Comienzo a caminar en círculos como leon enjaulado. Quiero romper todo lo que tengo alrededor, los espejos, las lámparas, incendiar la cama y la ropa de Estéfano, pero en vez de hacer eso, comienzo a llorar. Me siento furiosa, triste y asustada, todo al mismo tiempo y no sé cómo lidiar con tantas emociones. Después de algunas horas de no hacer nada, pero sentir todo, abro mi maleta, saco la pijama, me la pongo y me recuesto sobre la cama. A pesar de la conmoción por la que he pasado y lo inquieta que me siento, mis ojos comienzan a cerrarse casi de inmediato. Estoy agotada. Mi nueva vida Han pasado dos semanas desde que me obligaron a casarme, no he salido del apartamento de Estéfano desde ese día. Paso mis días recostada en cama y durmiendo. A penas y he probado bocado, no siento hambre, lo único que siento es el vacío de mi soledad y el peso de mi desilusión. Estéfano intentó hablar conmigo los primeros días, intentó enmendar las cosas entre nosotros y explicarme su versión de los hechos esperando que yo lo comprendiera, pero como lo único que obtuve de mí fueron miradas hostiles, se dio por vencido. Ahora me está dando mi espacio, dejando que yo (según sus palabras) “procese” la situación por mí misma. Él piensa que con tiempo veré las cosas desde otra perspectiva, ignora que el tiempo solo me está haciendo detestarlo más. No me interesa su versión de los hechos, me mintió, me dijo que nuestros padres eran rivales de negocios, no que su padre-jefe de la mafia se estaba apoderando de la mafia del mío valiéndose de amenazar nuestras vidas. Estéfano y yo nunca estuvimos saliendo realmente, yo era un rehén sin saberlo. La mafia Corvino asesinó a mi hermano y a mi primo Rubén y probablemente a mucha otra gente. Estéfano no solo tiene un aspecto de chico malo, ES un chico malo. No hay otra perspectiva para eso. Estos días, lo que más le preocupa a Estéfano es mi falta de apetito. Ha intentado muchas cosas para incitarme a comer; el otro día trajo una pizza de ese lugar secreto al que me llevó una vez y antes intentó persuadirme con un panini de mi restaurante favorito, pero yo a penas y toqué la comida. Mis desilusión no me permite comer. Hasta Iván a intentado que coma algo, hace unos días me trajo una hamburguesa con queso de un lugar de comida rápida que me encanta, pero yo solo negué con la cabeza y le cerré la puerta del cuarto en las narices; sé que Iván solo intentaba tener una atención conmigo y que lo conozco desde que era una niña, pero él ahora trabaja para Estéfano y eso significa que ya no me agrada. El miércoles pasado, Estéfano me trajo un arreglo con mis flores favoritas, orquídeas amarillas, en lo que pretendía, fuera un gesto romántico para reconciliarnos. Tiré las flores por el balcón. Estoy casada con un monstruo, mi única amiga y mi propia familia me traicionaron; no necesito flores, necesito mejores personas en mi vida. Estéfano pasa casi todo el día afuera del apartamento, probablemente está muy ocupado tomando el control de los negocios de mi papá, construyendo para sí mismo un enorme imperio de la mafia. Me alegra que no pase mucho tiempo en el apartamento, tan solo de verlo recuerdo lo ingenua que fui y me siento furiosa. Aunque el hecho de que Estéfano no esté aquí no significa que estoy sola en el apartamento, Olga, la señora de la limpieza, e Iván siempre están afuera de mi habitación esperando a que salga, observando todos mis movimientos para después informárselos a Estéfano. Ellos son la razón por la que jamás salgo de la habitación, básicamente soy una prisionera. Alguien llama a la puerta. –Señorita Ri... Señora Corvino –llama Iván a la puerta de la habitación. Oírlo llamarme por mi nombre de casada hace que entierre con más fuerza la cabeza en la almohada–. Señora Corvino, su madre está aquí, vino a visitarla. Me incorporo con desgana, ¿qué hace ella aquí? Salgo y la veo sentada en uno de los sillones de piel, está estudiando el lugar, lo armonioso e inmaculado del apartamento. Me he acostumbrado tanto que dejado de notar lo extraño que es que parezca inhabitado. –¿Qué haces aquí? –pregunto con hostilidad. Mi mamá me mira de arriba abajo probablemente sorprendida por mi aspecto físico. –Hace tiempo que no sabemos de ti, quería cerciorarme de que estuvieras bien –me dice con más amabilidad de la que acostumbra. Alzo las manos al aire, ¿estoy bien? Hace rato que pasó el medio día y yo sigo en pijama, mi cabello es una maraña que no he cepillado en días, he perdido mucho peso por no comer y no recuerdo cuándo fue la última vez que tomé un baño. No, claramente no estoy bien. –Sigo viva, como puedes ver, así que puedes irte tranquila –digo y me doy la media vuelta. –Olivia, espera. Siéntate –exclama y me indica que la acompañe en la sala. Iván está de pie en el comedor, observándonos. Sé que Olga ha de tener el oído pegado en la puerta de la cocina, atenta a todo lo que ocurre entre nosotras. Me siento como pieza en un museo, mi vida está en exhibición para que ellos la miren y la reporten a su jefe. –¿Qué quieres? –le pregunto sin acercarme. –Estar contigo... la casa se siente sola sin ti –dice con una sonrisa poco natural. –Dudo mucho que hayas notado mi ausencia. No haces más que estar en tu habitación. Primero me empezaría a extrañar la cocinera antes que tú y eso ya es mucho decir – respondo con un tono hostil. –Olivia, no digas eso, ¡claro que he notado tu ausencia! Eres mi única hija... –¡Exacto! –pierdo la poca paciencia que me queda, ya no me importa quién esté escuchando–, soy tu única hija y, sin embargo, no moviste un dedo para ayudarme. Tú sabías perfectamente quién era Estéfano, sabías lo que su familia le hizo a Nico y aún así no me lo advertiste. Viste que me enamoré de él y te quedaste callada. Te limitaste a hacer malas caras y comentarios mordaces en lugar de hablar conmigo directamente. Te encerraste en tu habitación, como siempre haces, a enfrascarte en tu odio contra papá en lugar de ayudar a tu hija. –No puedo creer que me juzgues con tanta dureza. ¿Por qué te enoja tanto cuando tú, al parecer, estás haciendo exactamente lo mismo? –me pregunta con una expresión arrogante. –¿Qué? –musito estupefacta. Su pregunta es como un golpe al estómago. –Eso es justo lo que estás haciendo, ¿o no? Pasas todo el día en tu habitación pensando en cuánto odias a tu esposo... creo que podrías ser un poco más comprensiva conmigo ahora que estás viviendo lo mismo que yo y te comportas de la misma manera. –Te equivocas, yo no soy nada como tú –exclamo molesta. Mi mamá pone los ojos en blanco y se levanta. –¡Claro que lo eres! Después de too, eres mi hija. Pero claramente no podemos tener una conversación madura todavía. A veces es difícil creer lo infantil que eres. Bien, cuando decidas crecer estaré en casa esperando tu llamada –dice antes de salir del apartamento. Ivan entra a la cocina, claramente incómodo por la escena que acaba de presenciar. Yo me quedo helada en mi lugar. No, nunca seré como ella. No puedo permitir que eso ocurra. ¿Realmente estoy actuando como mi mamá? Comienzo a reflexionar en las últimas dos semanas y me siento asqueada con mi comportamiento. Me aterroriza la idea de acabar como ella. Tengo que hacer algo. Corro de vuelta a la habitación. Busco mi maleta. Aún sigue en el piso donde Estéfano la dejó cuando llegué, todas mis pertenencias están ahí adentro. Aún no he desempacado. La abro y saco un cambio de ropa limpia. Luego me meto a la ducha, el agua caliente sobre mi cuerpo me vitaliza, uso la esponja para tallar todo mi cuerpo con tanta fuerza que mi piel se enrojece, pero no me importa, me urge limpiar estas últimas dos semanas, el fantasma del comportamiento de mi mamá. Una vez que acabo, me envuelvo en una toalla blanca y salgo de la ducha. Limpio el vapor del espejo con mi mano y me miro en él. La chica que me mira de regreso no está bien. Tengo enormes bolsas bajo los ojos de tanto llorar, mi piel se ve grisácea y mis ojos no tienen brillo. Estoy deprimida y se nota. El espejo se vuelve a empañar. Hay mucho vapor y el aire me falta. Estiro el brazo para abrir la pequeña ventila que esta sobre el retrete, pero antes de que pueda alcanzarla todo se vuelve negro. No quiero ser como ella Abro los ojos y lo primero que siento es un dolor agudo en mi frente. Tengo la visión borrosa y me cuenta unos segundos lograr enfocar bien, me siento algo mareada. Una vez que puedo ver con claridad me doy cuenta que ya no estoy en el baño. Esta es una habitación de hospital, estoy rodeada de paredes blancas e instrumentos médicos, tengo una intravenosa conectada a mi mano. Miro a mi alrededor y encuentro a Estéfano en la esquina de la habitación hablando con un doctor. Parece preocupado. ¿Qué fue lo que me sucedió? Intento ponerme de pie, pero el dolor en mi cabeza empeora. Emito un gemido de dolor y ambos hombres se giran para verme. –No se levante aún, señora Corvino –exclama el doctor mientras se acerca a mí–. Se golpeó la cabeza bastante fuerte contra el lavabo de su baño. Es mejor que permanezca recostada por ahora. Yo soy el doctor Solís y usted se encuentra en el Hospital de la Gracia. Me puede decir, ¿qué día es hoy? El doctor me alumbra los ojos con una pequeña luz amarilla para examinarme. Pienso en su pregunta, no tengo la menor idea de qué día es, pero eso es porque pasé las últimas dos semanas viviendo como una ermitaña, no por el golpe a mi cabeza. –¿Me puede decir su nombre? –el doctor intenta con una pregunta diferente ante mi falta de respuesta. –Olivia Ricci –contesto con voz rasposa. –Corvino –me corrige Estéfano detrás del doctor. Luego se coloca al lado de mi cama y me toma de la mano. Lo hace en un gesto tierno, pero su expresión está lejos de ser cariñosa, se ve realmente preocupado. –Ah, claro –musito. –Fue una suerte que su esposo la encontrara a tiempo. Este tipo de golpes a la cabeza son serios. ¿Me puede decir lo último que recuerda? –me pregunta el doctor Solís. –Estaba saliendo de darme una ducha, había demasiado vapor en el cuarto, quise abrir una ventana... luego todo se oscureció –respondo. –Sí, debió haber sufrido una baja en su presión lo que provocó que se desmayara. Estará bien en un par de días, el hematoma en su frente desaparecerá y también los dolores de cabeza. Lo que más me preocupa es lo que ocasionó este incidente –dice el doctor. –¿El vapor? –pregunto confundida. ¿Pretende que desde ahora solo use agua fría? Estéfano resopla enojado, tiene la mirada clavada hacia otra parte, pero sigue sosteniendo mi mano entre la suya. –No, señora Corvino, el vapor de agua fue un detonante, pero no fue la causa de su desmayo. Me preocupa la debilidad general de su cuerpo, parece estar desnutrida... entiendo que muchas mujeres se rehusan a subir de peso durante sus embarazos, pero debe entender que está poniendo en riesgo su vida y la de su hijo al no ingerir suficientes nutrientes. Señora Corvino, si continua de esta manera, podría perder el embarazo –el doctor pronuncia cada palabra lentamente como para hacerme entenderla severidad de la situación. Mi mamá tenía razón, estoy actuando justo como ella. Me encerré en mi habitación porque estaba enojada con mi esposo y descuidé a mi propio hijo, justo como ella hizo conmigo. No puedo creer lo egoísta que he sido. –¿Mi bebé esta bien? –pregunta temiendo escuchar la respuesta. ¿Y si ya le ocasioné algún daño permanente? Nunca podría perdonarme. –Sí, el ultrasonido muestra que todo está en orden, pero debe comenzar a alimentarse mejor de inmediato. Es importante que ingiera las suficientes calorías al día para que su hijo crezca saludable. Le puedo traer algunos folletos sobre nutrición durante el embarazo para que los lea –dice en tono amable, pero firme. Asiento avergonzada pues seguramente el doctor debe pensar que son una madre terrible, pero también me siento aliviada de que el bebé esté bien. Por instinto, me llevo la mano al vientre y como Estéfano tiene tomada mi mano lo llevo conmigo también. Su expresión consternada se tranquiliza en cuanto siente el pequeño bulto en mi vientre. –Bien. Traeré los papeles para darla de alta para que puede ir a casa a descansar –dice el doctor antes de salir de la habitación. –No puedes seguir con esto, Olivia –dice Estéfano de nuevo con expresión consternada, aunque su tono es gentil–. Entiendo, realmente entiendo que estés molesta conmigo y con tus padres, pero debes buscar una manera menos destructiva da estar enojada. –Lo siento –musito, en realidad no me estoy disculpando con Estéfano, sino con mi babé y me prometo a mi misma jamás ser la clase de mamá que la mía fue. –No puedes imaginar lo asustado que me sentí al encontrarte tirada el el piso del baño.. creí que estabas... – la voz de Estéfano se quiebra, comienza a respirar profundamente y le toma unos instantes poder hablar de nuevo–. Sé que no me crees, pero te amo y jamás me perdonaría si algo te sucediera. –Estoy bien –susurro–. Estamos bien. Presiono más su mano en mi vientre. El celular de Estéfano comienza a sonar. Lo saca del bolsillo de su pantalón y mira la pantalla. –Son tus padres. Están muy preocupados por ti –me dice antes de contestar–. ¿Hola? Sí... sí, ya recobró la consciencia... el bebé está bien, ambos están bien... ya la van a dar de alta, pero pueden visitarla en el apartamento... Tomo el brazo de Estéfano para llamar su atención y niego con la cabeza con énfasis. El movimiento me provoca dolor, pero no mi importa. No quiero ver a mis padres. Estéfano me mira y duda un instante. –¿Sabes qué, Victor? Olivia se siente agotada, probablemente pase durmiendo el resto del día. Será mejor que pospongamos su visita para otro día –explica Estéfano–. De acuerdo, los mantendré informados, adiós. Suspiro, aliviada. –En algún momento vas a tener que hablar con ellos –me dice Estéfano mientras guarda su celular. Yo me encojo de hombros–. Son tus padres. Tu papá solo intentaba protegerte. Siento un nudo en mi garganta. ¿Su idea de protegerme era obligarme a contraer matrimonio con el hijo de su enemigo? Mi papá pensaba que Estéfano tenía ordenes para deshacerse de nosotros y aún así pensó que era buena idea que yo me casara con él solo por si acaso eso lo hacía cambiar de parecer. Literalmente me aventó a los brazos de mi verdugo. –Tenías ordenes de matarnos, ¿no es así? Una vez que tomaras control completo del negocio de mi papá debías deshacerte de nosotros, ¿cierto? –le pregunto sin mirarlo. –Sí, esas eran las ordenes –responde con honestidad–, pero yo no tenía ninguna intención de obedecerlas. Ya te lo dije, desde la primera vez que te vi... –¿Quieres decir que estoy viva solo porque te parecí guapa? –lo interrumpo irritada. –No, estás viva porque preferiría perderlo todo antes de causarte algún daño. Mi padre quería que nos deshiciéramos de todos los Ricci y yo no iba a permitir que eso sucediera... no lo permitiré. –Así que, ¿tu papá está de acuerdo con esto? ¿Mágicamente aceptó permitir que mi familia se mantuviera con vida en el nombre del amor? –pregunto incrédula. –No, aceptó permitir que tu familia se mantuviera con vida cuando se enteró que esperabas a su nieto –dice Estéfano con una leve sonrisa–. Mi papá es un hombre malvado, pero jamás le haría daño a su propia sangre. Abro los ojos como platos, ¿cómo pude ser tan ciega? –¡Me embarazaste a propósito! Esos anticonceptivos que me diste... –Eran falsos. Debes entender que era la única manera de asegurar que mi padre no te hiciera daño y funcionó –me explica sin el menor atisbo de arrepentimiento. –Eres un pedazo de... El doctor entra a la habitación antes de que pueda terminar la frase. Estoy lívida de rabia y a penas soy capaz de contenerme mientras el doctor me da el alta y las instrucciones finales junto con los folletos sobre nutrición. Permanezco en absoluto silencio durante el camino a casa, Estéfano intenta tomarme de la mano, pero yo la quito bruscamente. Al llegar al apartamento, encuentro que Olga ha preparado una gran cena para nosotros. Estoy tan enojada que no tengo hambre, pero me prometí a mi misma ser una mejor mamá y eso implica dejar de saltarme comidas solo porque me siento molesta con mi esposo. Cenamos sin decir ni una palabra. Supongo que Estéfano esta “dándome mi espacio” de nuevo, aunque se ve aliviado de verme comer. Yo evito si quiera cruzar mi mirada con la suya. Él solo sigue dándome más razones para odiarlo. Lo peor que me ha pasado en la vida El doctor tenía razón, el moretón en mi frente desaparece en unos días. Ha pasado una semana desde el incidente y ya me siento como nuevo. Ahora que ya no tengo que estar en reposo, finalmente estoy lista para dejar de ser una mujer triste y cabizbaja, y el primer paso para lograrlo es cuidar mejor de mí misma. He estado comiendo mucho mejor esta semana, pero también necesito hacer ejercicio y salir del apartamento de vez en cuando. Este confinamiento auto-impuesto claramente está dañando mi salud mentar y física. Encuentro en línea un estudio que da clases de yoga prenatal y me inscribo para asistir. Ejercitarme y ver caras nuevas es justo lo que necesito. El día de la clase le pido a Iván que me lleve al estudio, parece aliviado de que por fin vayamos a salir a algún lado, vigilarme debe ser el trabajo más aburrido del mundo puesto que no hago nada en todo el día. Bajamos al estacionamiento del edificio e Iván se encamina hacía una camioneta Mercedes GLS SUV que jamás había visto antes, abre la puerta del pasajero para mí. Al subir lo primero que noto es el olor de auto nuevo. –¿De quién es este automóvil? –le pregunto a Iván mientras maneja. –Suyo, el señor Corvino lo compró para usted cuando se casaron, ha estado esperándola en el estacionamiento todos estos días –me explica con una sonrisa. –Me pudiste haber dicho, Ivan –le reclamo en tono de broma. –El señor Corvino quería que fuera una sorpresa –me responde. –Apuesto a que estabas ansioso por manejarla –le digo mientras me asomo por la ventana. –Sí, lo estaba, es un vehículo lindo. Me alegra que por fin haya decidido salir del apartamento –dice Ivan sonriendo de oreja a oreja. –A mí también me alegra, Iván –contesto en voz baja. Llego al estudio de yoga con bastante tiempo de anticipación. La instructora es una mujer mayor llamada Glenda que es incapaz de ocultar su sorpresa cuando le digo mi edad. Desafortunadamente, la mayoría de las mujeres de la clase reaccionan igual que Glenda y sienten la necesitad de recalcar lo “joven que soy para ser mamá”. Después de una hora de aguantar sus comentarios y observaciones sobre mi edad me siento bastante irritada. Sí, lo entiendo, soy demasiado joven para estar esperando un hijo, la mayoría de las chicas de mi edad están asistiendo a fiestas y a conciertos, pero ¿qué esperan que les diga? Esta es mi realidad ahora, no puedo hacer nada al respecto. Cuando la clase concluye, me quedo con una mezcla entre bienestar por haber hecho ejercicio e irritación por todos los comentarios imprudentes. Al menos mis músculos se sienten mucho mejor, después de semanas de estar recostada en cama, mi cuerpo está agradeciendo los estiramientos que hice. En lugar de regresar al apartamento, le pido a Iván que me lleve al centro comercial. Estéfano dijo que Iván tenía dinero para todo lo que yo quisiera y hoy pienso comprobar si eso es cierto. Ahora que ya estoy comiendo mejor, he ganado algo de peso y mi vientre de embarazo se ha vuelto ligeramente más notorio, ya que toda mi ropa es muy ajustada, necesito nueva ropa que sea más holgada. Recorro numerosas tiendas, una vez que compro toda la ropa que quiero decido que necesito otras cosas también: cremas corporales, mascarillas, lociones, maquillaje, perfumes e incluso un nuevo corte de cabello y una manicura. Me toma toda la tarde, pero cuando acabo me siento mucho mejor, es como si hubiera experimentado la sesión de terapia más cara de la historia. La cajuela de la camioneta está a reventar. Al regresar al apartamento le toma a Iván varios viajes subir todas mis compras. Pongo música y luego esparzo todas las bolsas por la sala. Olga tiene cara de que va a infartarse. Es la primera vez que se ve tal caos en el hogar del señor Corvino. Le sonrió con descaro; qué crees, Olga, la señora Corvino es bastante desordenada. Me siento en el suelo y recargo la espalda en los pies de un sillón. Sacó cada uno de los artículos que compré, miro la ropa, leo las etiquetas, pruebo las cremas, roció los perfumes, los dejo en la mesita del centro y abro otra bolsa. Estéfano regresa cuando yo sigo en la tarea de revisar mis compras. Se para en seco al ver la escena y mira hacia Iván quien se encoge de hombros como diciendo “usted lo ordenó”. Olga sale de la cocina con cara de triunfo. Está segura de que Estéfano perderá los estribos por el desorden en su normalmente impecable propiedad. Le gusta el orden, le gusta la forma en la que es imposible saber si el apartamento está habitado o es una locación para una sesión fotográfica. Sin embargo, no dice nada, arroja su saco sobre el respaldo del sillón, luego se tira sobre este, saca su celular del bolsillo y comienza a revisarlo despreocupadamente. Lo ignoro por completo, al igual que lo he hecho los últimos días. A no ser que él me dirija la palabra yo no le hablo y, cuando lo hace, normalmente solo le respondo en monosílabos. –Tus padres siguen preguntando cuándo pueden venir a verte –dice de forma distraída sin alzar la vista de la pantalla de su celular–. Me estoy quedando sin excusas y ellos se están impacientando, muñeca; así que lo más seguro es que tu madre llegue sin anunciarse como lo hizo la última vez. –¿Cómo sabes que hizo eso? –pregunto con sorpresa, yo nunca le mencioné la visita de mi mamá. Estéfano señala hacia la cocina. ¡Claro! Olga e Iván le informan cada uno de mis movimientos. –No me gusta que me espíen, es muy molesto –declaro irritada. –Y a mí no me gusta que te escapes. Enséñame que puedo confiar en ti y te prometo que la vigilancia se acaba –dice mientras deja su celular a un lado. –¡No es justo! ¡Yo no te tengo por qué enseñar nada! –grito impaciente. Estéfano se pone de pie de un brinco. –Por favor, no empieces con lo que es justo y no. He hecho todo para protegerte aún así me tratas como si fuera tu peor enemigo. Postergué la toma de los negocios de tu padre solo por ti, para darte tiempo de que te enamoraras y confiaras en mí. Discutí con mi padre por salvar a tu familia solo para complacerte... él ahora cree que soy débil, incluso me amenazó con sacarme de su mafia, pero a mí no me importó perder todo si eso significaba poderte tener a mi lado... y tú actúas como si yo fuera lo peor que te ha pasado en la vida –se queja amargamente. –¡Eres un criminal! Tú y tu padre son un par de sucios criminales –grito furiosa. –¡También tu padre lo es! Y también lo era tu hermano y tu tío Gustavo. Todos los hombres que alguna vez te han importado han estado involucrados en la mafia –señala Estéfano. –Eso no significa que esté bien. ¿Cómo puedes vivir contigo mismo? Rompes la ley y solo.. ¿para qué? ¿Para obtener dinero manchado de sangre? –pregunto asqueada. –Por favor, Olivia, no actúes como si fueras moralmente superior. Todo lo que alguna vez haz tenido viene de ese “dinero manchado de sangre” que tanto pretendes despreciar. –¡Pero yo no lo sabía! –me defiendo. –¿Y esto? –pregunta señalando el montón de bolsas de compras regado por la sala– ¿Te dio amnesia temporal mientras comprabas estas cosas? O, ¿de dónde crees que salió el dinero que pagó por todo esto? No seas hipócrita, muñeca. –Yo no quiero nada de esto, ni siquiera quiero estar aquí – respondo enojada. Estéfano pone los ojos en blanco, como si se sintiera exasperado conmigo. Me pongo de pie y camino hacia la habitación, antes de azotar la puerta me giro para verlo. –Eres lo peor que me ha pasado en la vida –declaro con desprecio. Dos caminos Al despertar encuentro que mis compras ya están en la habitación. No escuché ni cuándo ni quién las metió, pero dado que están ordenas de grandes a chicas es fácil adivinar que fue Estéfano quien lo hizo. Escucho ruido en el vestidor, me levanto para ver de quién se trata y me sorprende encontrar a Estéfano arreglándose. Normalmente sale desde muy temprano para el gimnasio y después va directo al trabajo, al apartamento usualmente regresa hasta la noche. –¿Qué haces aquí? –pregunto. –Aquí vivo –me responde indiferente mientras se pone una camisa blanca. Intento no quedarme mirando sus brazos marcados, desearía poder hacer algo para dejar de encontrarlo tan atractivo, pero a pesar de todo lo que ha ocurrido, aún siento cierta debilidad por la forma en la que luce su pecho lleno de tatuajes. –Lo sé, pero normalmente te has ido para esta hora – explico intentando mirar para otra parte. –Pensé que sería lindo desayunar con mi adorable esposa –dice mientras me guiña un ojo. Tu adorable esposa no te soporta. Pongo los ojos en blanco, no le respondo. Salgo del vestidor y voy directo al comedor. Olga ha preparado un gran desayuno, hay frutasa, avena y huevos. ¿Quién va a comer todo esto? –No estaba seguro de qué te apetecía, así que le pedí a Olga que preparara un montón de platillos –Estéfano me informa de pie detrás de mí. Tomo asiento y comienzo a comer un plato de avena en silencio. –Todo lo que compraste ayer está muy lindo, pero me temo que olvidaste comprar un traje de baño –me dice con calma. –¿Un traje de baño? ¿Por qué necesitaría un0? Ya es diciembre –le respondo con el ceño fruncido. –Sí, pero vamos a pasar las festividades en Brasil, para ellos es verano así que vas a necesitar un traje de baño – me explica. –¿Qué? –pregunto sobresaltada. No tengo ganas de ir de vacaciones con este hombre– ¿Vamos a ir a Brasil? ¿Por qué no me informaste? –Eso es lo que estoy haciendo ahora. Ya que no le hablas a tus padres, asumí que no querías pasar las festividades con ellos y mi tía Agata está ansiosa por conocerte. Pensé que sería la oportunidad perfecta –me explica. Me remuevo incómoda en mi asiento. Estas no serán unas simples vacaciones, voy a conocer al clan Corvino, los enemigos de mi familia. ¿Viven en Brasil? Solo recuerdo que Estéfano mencionó que su padre vivía fuera del país, pero nunca especificó dónde. –¿Tu papá va a tolerar a una Ricci en su casa para Navidad? Seguramente me detesta –es todo lo que se me ocurre decir. Estéfano hace un gesto con la mano como quitándole importancia al asunto. –No te odia. Es un viejo gruñón, pero no debes preocuparte por nada, eres la futura madre de su nieto. Él te va a aceptar... en algún momento. Llevo las manos a mi vientre. –No estoy segura de que pueda subir a un avión en este estado –digo intentando encontrar una excusa para cancelar el viaje. –Sí puedes. Hablé con tu médico ayer, él dice que todo está en orden y que no hay problema de que viajes –responde con una sonrisa socarrona–. Es tiempo de que conozcas a tu familia política, no hay manera de evitarlo. –Cómo sea –respondo con una mueca de desagrado. –También le pregunté al doctor acerca de otra cosa... espera aquí –Estéfano se levanta de su asiento y se dirige al cuarto que usa como oficina. Regresa trayendo una bicicleta rosa con amarillo. Es incluso más hermosa que la que tenía antes, tiene una linda canasta blanca al frente y en el manubrio tiene flores pintadas a mano–. De acuerdo con el médico, es seguro andar en bicicleta hasta el segundo trimestre. Sonrío, no quiero parecer entusiasmada, pero lo estoy. Me levanto para ver la bicicleta de cerca. –Es hermosa –digo en voz baja. –Me alegra que te guste –dice Estéfano satisfecho. Doy un paso hacia atrás y frunzo el ceño. Odio que crea que ha hecho algo bien conmigo. Estéfano nota mi cambio de humor. Coloca la bicicleta en medio de la sala. –Tal vez puedas salir a dar una vuelta al rato. Debo rime, ten un buen día– me dice. Estéfano se dirige a la habitación para tomar su cartera y su celular, después sale del apartamento. Me siento en la sala frente a mi nueva bicicleta. Mientras la observo pienso en el viaje que haremos. No tengo deseos de ir, pero parte de mí siente curiosidad por conocer cara a cara al culpable de todas mis desgracias. Román Corvino es el hombre que ordenó el asesinato de Nico, él fue quien envió a Estéfano a apoderarse de la mafia de los Ricci y él es la razón por la que tengo que ser protegida. Es ridículo que un hombre al que nunca he visto haya tenido tanta influencia sobre mi vida. Quiero conocerlo, pero a la vez temo hacerlo. De pronto me invade una sensación de soledad profunda, mis ojos se llenan de lágrimas. Olga sale de la cocina y se dirige al comedor para levantar los platos sucios. Limpió mis lágrimas discretamente. No me gusta mostrar mi debilidad ante ella, claramente le desagrado y además le cuenta todo a Estéfano. Me levanto y voy a la habitación para cambiarme de ropa. Me pongo una sudadera, unos leggins negros y unos tenis. Es hora de sacar mi nueva bicicleta a pasear. Iván me ayuda a subir la bicicleta al elevador. La llevamos a un parque que se ubica a tres cuadras del apartamento. Al principio, Iván intenta llevarme el paso corriendo junto a la bicicleta, pero después de unos cuantos metros es obvio que es muy difícil para él, además de que yo voy más rápido a propósito para dejarlo atrás. Después de divertirme un rato con el pobre Iván, me detengo completamente. –Te propongo algo, Iván –digo cuando me da alcance, su rostro está enrojecido y está jalando aire a bocanadas. El hecho que de viste de traje y zapatos de vestir no le ayuda en nada–. Ve a sentarte sobre esa banca y dame un respiro. Daré unas cuantas vueltas y regresaré aquí por ti, lo prometo. –Me temo que eso no será posible, señora Corvino. El señor Corvino insiste en que permanezca a su lado en todo momento –me responde casi sin aliento. –¿Y? Nadie va a decirle. Será justo como antes, cuando vivía con mis padres, tú jamás me acompañaste a andar en bicicleta y siempre estuve a salvo. Este será nuestro pequeño secreto... o puedes seguir intentando llevarme el paso. Tú decide. Iván parece exhausto. Se gira hacia la banca más cercana y hace una mueca. –De acuerdo, pero debe volver aquí o ambos nos meteremos en muchos problemas –dice inseguro. –Lo prometo. Comienzo a pedalear lo más fuerte que puedo lejos de Iván. Siento como si me hubiera quitado un peso de encima, por primera vez en semanas me siento libre. El frío decembrino golpea mi rostro y me hace sentir revitalizada. De pronto llego a una bifurcación. Si tomo el camino a mi izquierda daré la vuelta al parque y regresaré con Iván y si tomo el de la derecha saldré del parque hacia una avenida principal. Me quedo a la mitad mirando ambos caminos. ¿Debería intentar escapar de nuevo? Realmente quiero ir a la derecha, alejarme de todo y no dar marcha atrás, pero no tengo a dónde ir, ni amigos, ni dinero... Estéfano está mal gastando su dinero en Iván, no necesito alguien que me vigile pues de todas formas soy una prisionera. Voy a la izquierda y regreso con Iván, desde lejos noto su alivio cuando me ve acercándome. Seguro temió que huiría y, por un instante, tuvo razón. Regresamos al apartamento. Me siento mucho mejor después de andar en bicicleta, como si hubiera retrocedido en el tiempo y, por un rato, fuera la antigua yo, la Olivia con problemas normales, la que no era hija de un mafioso ni la esposa de uno. La sensación de bienestar me dura poco. En la noche me es imposible dormir. No dejo de pensar en el viaje que haremos para conocer a la familia Corvino. Estéfano aún no ha regresado así que puedo dar vueltas en la cama sin preocuparme de despertarlo. Llega pasada la media noche. Intenta ser silencioso porque cree que estoy dormida. Con mucho cuidado se mete a la cama intentando no molestarme. –Gracias por la bicicleta –digo en voz baja. Estoy dándole la espalda, así que no tiene la menor idea de que he estado despierta todo este tiempo. –Me alegra que te gustara, muñeca –responde. –¿Cuándo nos vamos? –pregunto aún en voz baja. –En tres semanas... Olivia, no debes preocuparte por nada. Jamás te expondría a una situación que no fuera segura para ti o para nuestro bebé. Sé que debes pensar que mi padre es un monstruo y, en muchos sentidos, lo es, pero jamás te haría daño. Te lo prometo –dice y luego coloca su mano sobre mi brazo y acaricia mi piel con las puntas de sus dedos. Parte de mi siente el impulso de apartarme, pero otra parte está disfrutando tener contacto humano después de tantos días. Comienzo a adormilarme después de un rato. Una píldora al día Un traje de baño no es todo lo que necesito para nuestro viaje, también debo comprar un vestido para usar en Navidad y otro para Año Nuevo. Definitivamente no esperaba que mis primeras vacaciones con Estéfano fueran así, embarazada y prácticamente viajando como un rehén, pero para ser honesta, mi matrimonio con Estéfano no es nada como lo imaginé. La tarea de encontrar dos vestidos lindos que me hagan sentir hermosa y confiada con mi vientre abultado resulta ser bastante difícil. Ya me encuentro lo suficientemente nerviosa por conocer al clan Corvino, así que al menos quiero sentirme bien con la forma en la que luzco, es solo que no puedo encontrar los atuendos adecuados. También pesa el hecho de que la mayoría de la ropa en las tiendas en este momento es demasiado abrigada, nos encontramos en diciembre por lo que el frío ya está aquí, así que no hay muchas opciones de ropa veraniega y fresca que es lo que yo necesito para el viaje. He recorrido ocho tiendas diferentes en lo que va de la tarde y no he comprado una sola cosa (excepto por un bikini rojo con el cual planeo asolearme todo el día cuando esté en Brasil). Entro a la última tienda de maternidad que conozco, pero no tengo suerte. La vendedora me comenta que posiblemente tenga algo en la trastienda de la temporada de primavera-verano que me podría gustar. Iván está más que aburrido, sale de la tienda a fumar un cigarro para matar tiempo en lo que yo espero que la vendedora encuentre los vestidos para mí. Mientras la espero miró la ropa de forma distraída. Escucho que alguien entra a la tienda, pero no me giro para ver de quién se trata, lo último que quiero es ver a una futura mamá radiante de felicidad que no esté esperando el hijo de un criminal ni haya sido traicionada por su familia. Ultimamente encuentro irritante la felicidad de otros. –¡Por fin te encontré! –es la voz de mi mamá. Me giro sorprendida. –¿Qué haces aquí? –le pregunto molesta, ya tengo suficiente estrés como para todavía aguantar la presencia de mi mamá. –Fui a tu apartamento y la tal Olga me dijo que habías salido de compras. Pensé en las tiendas que te gustan y recorrí varias hasta que di contigo –me explica con una sonrisa. –¿Y para qué me quieres ver? –pregunto con cara de pocos amigos. Iván entra en ese momento a la tienda y se acerca para poner atención a nuestra plática. Por fin encontró algo para distraerse del aburrimiento, además de que debe poner atención para entregar su reporte completo. –Pensé que sería divertido ayudarte. Encontrar ropa que se vea bien durante el embarazo es difícil y supongo que quieres dar una buena impresión a tu familia política. Tu padre me contó que pasarán las fiestas con los Corvino – mi mamá sonríe con cariño y sé que algo va mal, ella nunca hace eso. La miro renuente, ¿qué pretende con este show? –Puedo hacerlo sola –contesto de mal modo. –Vamos, Olivia, será un momento agradable entre madre e hija antes de que tengas a tus propios hijos. Mi madre intenta darme una palmada cariñosa en el hombro, pero yo doy un paso atrás para evitar su contacto. –¿Desde cuándo te interesan los madre e hija? –pregunto con el ceño fruncido. La vendedora sale de la trastienda con algunas opciones. No quiero armar una escena enfrente de una desconocida, así que dejo de discutir con mi mamá, tomo los vestidos y me dirijo al vestidor. Voy a cerrar la puerta cuando siento que mi mamá la empuja para entrar tras de mí. –¿Qué haces? –le pregunto enojada, no voy a tolerar esta invasión. Mi mamá cierra la puerta de golpe y me indica con un gesto que guarde silencio. Su sonrisa cariñosa se ha transformado, su rostro está completamente serio y sus ojos están llenos de determinación. Saca un frasco pequeño de su bolso y lo pone entre mis manos. –Una píldora al día en su bebida –susurra en mi oído–. Él ya tiene problemas del corazón, unos pocos días de esto hará que vuelva a fallar. Esperemos que definitivamente. Miro el frasco que ahora está en mis manos y se lo intento regresar. Ella niega con la cabeza. ¿Realmente pretende que asesine a mi esposo? ¿Quién cree que soy? Además, Estéfano no tiene problemas del corazón, él está fuerte como un caballo. –¿Qué es esto? ¿Te volviste loca? Pone su dedo índice en mi boca para que guarde silencio y con la mano que tiene libre señala hacia la puerta. Claro, Iván seguramente está del otro lado intentando escuchar lo que pasa aquí adentro, cualquier ruido mayor a un susurro va a llegar a sus oídos. –Escúchame. Colocas una píldora diario en lo que sea que esté bebiendo. Tendrá otro infarto en cuestión de días. Es simple. No podemos perder esta oportunidad, ninguno de nosotros ha estado tan cerca de Román –susurra. Mi mente empieza a girar desorbitada. Está hablando de Román, ¡claro! ¿Cómo pude ser tan ingenua? Ella no tienen ningún interés en librarme de mi matrimonio con un mafioso, ella en lo único que está pensando es en su propia seguridad. Si Román muere, Estéfano ya no tendrá que protegernos de nadie porque la amenaza habrá desaparecido. Mi mamá probablemente piensa que sin Román será más sencillo para mi papá retomar el poder y deshacerse de Estéfano. Pero eso solo sucedería si Román no se entera antes de nuestro plan para asesinarlo, porque entonces ambas moriríamos con toda seguridad, con o sin la protección de Estéfano; o más bien los tres, porque estoy segura de que mi papá es parte de este plan. No me voy a arriesgar a despertar la ira de Román Corvino, además, me rehuso a ser parte de sus juegos y convertirme en una criminal. –Perdiste la cabeza, yo no soy una asesina, ni de Román ni de nadie –susurro de regreso–, ¿sabes lo que pasará con nosotras si alguien me descubre? Mi mamá desabrocha uno de los vestidos y me indica que me lo ponga. Me quito la ropa y me pruebo el vestido sin dejar de negar con la cabeza. No, no voy a hacerlo, es una locura. –¡Oh, cariño, se te ve fantástico! –exclama mi mamá sin siquiera ver cómo me queda. Después se acerca más a mí y baja la voz–. La gente con problemas de corazón tiene infartos, no tendría porqué ser sospechoso y, si lo es, nadie va a sospechar de una jovencita amedrentada con varios meses de embarazo. –No, yo no voy a ser como el resto de ustedes... –Olivia, no tenemos tiempo. Debes hacerlo. –¿Para qué? Si muere Román, Estéfano quedará a cargo. Nuestra situación va a seguir siendo la misma –es difícil susurrar cuando estoy tan enojada. –Por supuesto que no, Estéfano no es como su padre. Él no tiene ningún deseo de asesinarnos. Nuestras vidas estarán a salvo y probablemente Estéfano le regresará a tu papá lo que nos pertenece. Suspiro indignada. Claro, todo esto se trata de que recuperen su sucio negocio. Mi mamá toma el segundo vestido, es color vino. Me lo tiende y yo me quito el primero. –¿Qué te hace estar tan segura de que Estéfano hará eso? –Por que tú lo convencerás –dice mi madre con una sonrisa malévola–. Para eso tienes que comportarte como una esposa amorosa, debes ser más inteligente que él, hacerle pensar que lo has perdonado y que lo amas incondicionalmente, una vez que lo tengas en la palma de tu mano, Estéfano hará lo que tu le digas, incluyendo devolverle el negocio a tu padre. Doy un paso hacia atrás y mi espalda choca con el espejo del vestidor. Me siento furiosa. –No voy a seguir tus consejos matrimoniales. Tú siempre has sido una pesadilla con papá. –Sí, pero la vida de mis padres nunca dependió de que yo fuera amable con Victor. La nuestra sí depende de ti, Olivia, no lo olvides –me advierte con expresión seria–. Si no haces esto por nosotros, al menos hazlo por tu hermano. Román Corvino fue el hombre que lo mandó matar, ¿que eso no te importa? Me desarma. Vengar la muerte de Nico. Eso es algo que sí me gustaría. Miro el frasco que aún está en mis manos ¿Qué clase de píldoras son? Mi corazón se acelera. –Yo... –me quedo sin palabras. –Una píldora al día, no lo olvides –susurra a mi oido. Mi mamá sale del vestidor y le pregunta a la vendedora si se encuentra la modista pues al vestido le sobran unos centímetros de largo. Me giro al espejo y me doy cuenta que, fuera del largo, encontré el vestido indicado. Me cambio de ropa y meto el frasco en mi bolso. Tomo un par de respiraciones profundas antes de salir del vestidor. Solo por Nico De vuelta en el departamento me siento demasiado inquieta. Camino de la sala al comedor y de regreso una y otra vez. Estoy mordiendo mis uñas, no puedo evitarlo. Escondí el frasco entre mis maquillajes, pero aún no estoy segura de qué quiero hacer. Esa es la razón por la que estoy tan inquieta, la presencia de ese frasco en el apartamento me tiene al borde. Iba a arrojar las píldoras por el retrete, pero las palabras de mi mamá no dejaban de sonar en mi cabeza “hazlo por tu hermano”. Esa parte realmente logró afectarme y ahora me siento confundida. No quiero volverme una criminal como el resto de ellos, pero tampoco quiero quedarme de brazos cruzados mientras la vida pasa a mi alrededor. ¿Seré capaz de envenenar a un hombre? Incluso alguien tan vil como Román Corvino sigue siendo una persona. Me gustaría ser lo suficientemente valiente como para vengar a mi hermano y no sentirme culpable al respecto, pero no sé si soy esa clase de persona. Cada vez que cierro los ojos me imagino a Iván o a Olga encontrando el frasco entre mis cosas y entregándoselo a Estéfano. ¿Qué haría él? ¿Sería capaz de matarme o esperaría que naciera nuestro bebé? Solo pensarlo hace que se me acelere el corazón. Necesito aire fresco. Salgo al balcón y respiro profundamente el aire frío de la noche. Me recargo sobre la baranda mientras pienso en la situación. Hace algunas horas mi mayor problema era encontrar un vestido adecuado y ahora estoy considerando un asesinato. Supongo que la manzana no cae lejos del árbol, vengo de una familia de criminales, en algún momento iba a convertirme también en una. Pienso en Nico, si esto fuera al revés, él no habría dudado ni un segundo en vengarme. Lo haré, solo por Nico. –¿Esté es tu truco para no ir al viaje? ¿Que te dé pulmonía? –pregunta Estéfano al salir al balcón. Luego coloca su saco sobre mis hombros para calentarme. –No podía dormir –contesto. Estéfano me toma de la mano y me lleva adentro. Luego abre una de las sillas del comedor y me indica que me siente. –¿Qué te preocupa? –pregunta al tomar asiento en otra silla. Si supieras lo que me preocupa... –Nada –respondo evasiva. Entonces me doy cuenta de que mi mamá tiene la razón, debo ser menos sospechosa; si actúo nerviosa y como si tuviera algo que esconder será más fácil que me descubran. Si Estéfano recuerda que me vio alterada los días previos al infarto de su padre va a ser muy fácil que ate los cabos sueltos. Debo ser más inteligente. –¿Tiene que ver con que viste a tu mamá hoy? –pregunta. El corazón se me dispara. Voy a negar haberla visto, pero me contengo. Eso sería sospechoso. Detesto a Iván y a su reporte diario. Debo calmarme, Iván no escuchó la conversación susurrada en el probador, solo sabe que mi mamá llegó para ayudarme a elegir un vestido y eso fue lo que le dijo a Estéfano. –Sí, algo así –admito. –¿Quieres que le ordene a Iván que no le permita acercarse más a ti? Ella siempre te altera. No necesitas esa clase de estrés durante tu embarazo –dice con el ceño fruncido. –No, está vez fue diferente... me puso a pensar –digo mientras por dentro me repito “sé inteligente, Olivia, sé inteligente”. –¿Pensando en qué? –Estéfano pregunta mientras juguetea con su anillo de casado. –Me dijo que estoy actuando justo como ella y tiene razón... ser como mi mamá es lo último que quería en este mundo y ahora ¡soy ella! No quiero serlo. Me rehuso a pasar el resto de mi vida encerrada en mi habitación, amargada y odiando a mi esposo... no quiero traer un bebé a una familia como la que yo tuve. Yo crecí en un ambiente tóxico, no quiero lo mismo para mi bebé. Quiero que seamos una familia normal –las palabras suenan honestas porque, en su mayoría, lo son–. Quisiera saber cómo arreglar la situación entre nosotros, pero no sé por dónde empezar. Las últimas semanas han sido muy difíciles. Sé por su expresión que lo agarré desprevenido, está buscando qué decir, pero la respuesta tarda en llegar. –Lo sé, muñeca –Estéfano toma mi mano y la besa–. Créeme, lo sé y quisiera encontrar la cura mágica para este lio... no la tengo, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea para recuperarte. Yo sé que te mentí en muchas cosas, pero siempre fui honesto acerca de mis sentimientos. Te amo más que nada y quiero que seas feliz. Exhalo lentamente, no puedo dejarme llevar por sus dulces palabras, es un rufián, su amor no significa nada. Tengo que tener muy claro que solo estoy fingiendo para disipar las dudas que Estéfano pueda tener en el futuro, pero es difícil no caer en el encanto de esos hermosos ojos azules, debo tener en mente siempre que esto es solo una actuación mía y que él es un criminal. –Necesito un poco de tiempo para procesar todo lo que ha ocurrido. Debes entender lo difícil que esto ha sido para mí, un día estaba viendo salones para nuestra boda y al siguiente me entero de que eres un mafioso involucrado en la muerte de mi hermano. Estéfano resopla. –Olivia, ¡yo no lo hice! –exclama–. No sé cuantas veces debo repetirlo para que me creas, yo no tuve nada que ver con la muerte de tu hermano. Ni siquiera tenía idea de que mi padre planeaba hacer eso, me enteré del plan hasta que ya había pasado. ¿En qué planeta crees que me parecería bien matar al hijo de nuestro oponente? Eso significaba que matarme a mí era justo y no, no soy suicida. –¿Qué hay de Rubén? ¿Tampoco tuviste nada que ver con su muerte? ¿Voy a pasar el resto de mi vida temiendo por quién será el siguiente asesinado? –Ya te expliqué lo que sucedió con Rubén y nadie será el siguiente. Te lo prometo, tu familia está a salvo, tienes mi palabra. Asiento sin estar convencida, solo el tiempo dirá si está siendo honesto. Al menos espero que esté siendo más honesto que yo en este momento. –Quisiera creerte –musito. –Por favor, Olivia, dame una oportunidad de demostrarte que estoy siendo sincero; no tienes idea de lo mucho que te amo... lo único que quiero es que seas feliz –dice en un tono sincero–. Por favor, perdóname, dame otra oportunidad. –De acuerdo, pero hay algo más que quiero. Ya estoy harta de que Iván y Olga me espíen en todas partes. Tienen que parar –declaro firmemente. Estéfano se recarga en su asiento, está considerando mi petición. –Bien, Iván seguirá siendo tu chofer, pero dejaré de preguntarle a él a Olga sobre tu día –dice después de un rato–. Con una condición: debes ser tú quien me cuente cómo te ha ido. Ya no quiero más silencio entre nosotros. –De acuerdo –digo con una sonrisa. No puedo creer lo fácil que fue. Nos ponemos de pie y de forma inesperada, Estéfano me besa. Mi primer impulso es empujarlo, pero en el momento en el que siento sus labios sobre los míos pierdo toda la fuera de voluntad. Comienza como un beso suave, pero rápidamente se vuelve apasionado. Mentiría si dijera que no he extrañado besarlo. Me repito a mi misma que solo estoy fingiendo, pero realmente lo estoy disfrutando. Estéfano pasa sus manos alrededor de mi cintura o al menos lo que queda de ella. Comenzamos a caminar lentamente hacia la habitación. Mi mente quiere que me detenga, pero mi cuerpo no está dispuesto a obedecer. Me da un poco de vergüenza quitarme la ropa con todos los cambios que ha sufrido mi cuerpo, pero Estéfano no parece notarlo, él sigue repitiendo lo hermosa que soy y lo mucho que me ha extrañado. Yo también lo he extrañado. Ojalá pudiera decir que hacer el amor con él es repulsivo y que solo estoy fingiendo que me gusta para engañarlo, pero esa no es la verdad, estoy disfrutando cada instante de lo que hacemos. Creí que la parte de mí que estaba loca por Estéfano había muerto el día que descubrí la verdad sobre él, pero no es así. Solo me tomó un beso para despertar todos los sentimientos que tengo por él y ahora me encuentro felizmente entre sus brazos. Aunque algo ha cambiado. Una vez que todo acaba, me siento culpable. Recargo mi cabeza sobre su pecho mientras la felicidad me abandona y la culpa me arremete. Él es un criminal, ¿cómo puedo ser tan débil? Debo intentar ser más fuerte la próxima vez. ——— Los días previos al viaje nuestra relación cambia radicalmente. Ya no somos dos extraños viviendo juntos sin dirigirse la palabra. Casi se podría decir que, en apariencia, somos un matrimonio normal. Hacemos cosas juntos, salimos en citas y platicamos por horas. Iván y Olga dejan de espirarme, por primera vez siento que puedo respirar en el apartamento. En nuestra última visita al médico nos enteramos que tendremos un niño. Estéfano está encantado y yo también. Aunque constantemente debo de recordarme que toda nuestra alegría es una mentira, un acto para manipular a Estéfano y que no sospeche del plan que tengo para deshacerme de su padre. El aeropuerto Nuestro vuelo a Río de Janeiro sale en una hora. Voy hecha un manojo de nervios, tengo las palmas de las manos tan sudorosas que la maleta se me resbala. Vamos en dirección a la sala de abordaje, pero antes debemos pasar por la seguridad del aeropuerto, lo que significa pasar por el detector de metales y poner nuestras maletas en la banda para que las revisen por el escáner. Estéfano se está sacando el celular del bolsillo para ponerlo en la bandeja, después saca su laptop y hace lo mismo. Doy un paso para atrás. Van a ver el frasco en la pantalla, van a abrir la maleta, se van a dar cuenta de que esas píldoras no son ibuprofeno. Es como si traficara droga, ¿en qué estaba pensando? Ni siquiera sé qué clase de píldoras son, mi madre no lo especificó y a mí no se me ocurrió preguntar. La gente en la fila detrás de mí me mira con impaciencia. Estéfano ya se ha quitado el reloj y todo lo demás. Se voltea y me ve con el ceño fruncido. –¿Qué te pasa? Vamos –dice con hostilidad y hace un gesto con la mano para indicarme que avance. Por alguna razón que ignoro, Estéfano se ha portado hosco desde que salimos del apartamento; algo lo está molestando, pero desconozco la causa, no me he tomado la molestia de preguntarle pues estoy demasiado absorta en mi misión como para preocuparme por lo que él está sintiendo. Toma mi maleta y la sube a la banda. La veo alejarse, así como el resto de mi vida en libertad. Voy a ser una de esas mamás que dan a luz en prisión. Ya no hay marcha atrás. Había intentado fingir normalidad hasta este momento, pero ahora es imposible, mi cara refleja la angustia que siento. Estéfano se vuelve hacia mí de nuevo. –Vamos, Olivia, ¿qué te sucede? Estás atrasando la fila. Si me hecho a correr ahora, ¿llegaré muy lejos? Si no me alcanza Estéfano, seguro que uno de los perros de los guardias de seguridad sí. Mi respiración es pesada. Me quedo paralizada en la fila. Miro de reojo a la banda. Mi maleta ya está pasando por el escáner. –¿Hay algún problema? Avancen, por favor –nos dice un guardia del aeropuerto. –Olivia... –¿Crees que sea seguro? –pregunto nerviosa. –¿Que sea seguro qué? –Señor, señorita, por favor avancen –nos dice el empleado en un tono menos amable. –El detector... para el bebé –miento de forma tímida. Estéfano cierra las ojos y sonríe. Entre harto y divertido. Se gira al guardia. –¿Es seguro para las embarazadas pasar por ahí? –le pregunta en voz alta. –Sí, señor, por favor sigan –responde y nos hace un gesto con la mano. –¿Ves? Es seguro, vamos. Comienzo a caminar. La maleta ya está del otro lado sin suscitar sospechas. Somos libres de seguir con nuestro viaje. Por un momento me siento tan aliviada que quisiera hacer un baile de victoria. –Muñeca, la próxima vez que tengas una duda, dímela; no te quedes pasmada haciendo una escena. –Lo siento. Estéfano me besa en la frente con cariño; a pesar del gesto, sigue irritado. No conmigo, pero se nota que algo lo tiene inquieto. –¿Te da miedo volar? –le pregunto cuando llegamos a la sala de espera. –¡¿Qué?! Claro que no, ¿por qué lo preguntas? –exclama elevando sus cejas. –Pareces ansioso. Estéfano suspira. El empleado de la aerolínea nos anuncia que nuestro avión está listo para el abordaje. –Sí, supongo que lo estoy... mi padre y yo no tenemos la mejor relación en este momento, me siento un poco inquieto por tener que verlo –me explica mientras abordamos. –Así que... si tú te sientes inquieto de ver a tu propia familia, ¿cómo debo sentirme yo? –le pregunto asustada. Estéfano me sonríe. –No debes preocuparte, mi tía y mi abuela van a amarte y mi abuelo no sabrá ni quién eres, pero será amable. Noto que omite mencionar a su padre, pero honestamente no me interesa si le agrado a Román o no, probablemente es mejor no crear tener una buena relación con la persona a la que planeas asesinar de todos modos. Una vez en el aire me quedo dormida. Anoche no pude dormir pensando en las píldoras y lo que planeo hacer con ellas; así que tan pronto como el movimiento del avión comienza arrullarme caigo en un sueño profundo. –Muñeca, ya vamos a aterrizar –Estéfano me sacude suavemente del hombro para despertarme. Quiero seguir durmiendo. Dormir para no enfrentarme a lo que debo hacer. Enderezo el respaldo de mi asiento de mala gana. Una vez que bajamos del avión Estéfano se dirige directo al estacionamiento. –¿Va a venir alguien por nosotros? –le pregunto mientras intento seguirle el paso. No es solo que estoy cargando a otro ser humano y a mi bolso de mano, es que también mis piernas son mucho más cortas que las suyas y él va a prisa. –No, yo conduciré –me contesta sin percatarse de lo difícil que es para mí seguirlo. Me detengo en seco, necesito un segundo. Me quito el suéter y lo meto a la fuerza a mi bolso, no me importa que se arrugue. Estéfano tarda unos metros en darse cuenta de que no lo sigo más y da la media vuelta hasta donde estoy. –¿Qué pasa? –pregunta impaciente. –La renta de autos es para allá –digo señalando una publicidad de Hertz. Estéfano suelta un mohín de burla. –Gracias, pero no necesito tu guía, solo que me sigas. Cruzo los brazos al frente, lo cual es muy difícil con mi barriga y el bolso que ahora está más abultado por el suéter. –Entonces vas a tener que aminorar el paso o llevarme en uno de esos carritos para equipaje. Estéfano toma mi bolso y lo pone sobre una de las maletas. Luego da la vuelta y sigue caminando, esta vez lo hace más despacio para que yo pueda seguirlo. Salimos de la terminal y siento el calor como un peso extra, como si la gravedad fuera más fuerte en este lugar. Lo sigo hasta el estacionamiento del aeropuerto que está a unos pocos metros, pero yo ya voy sudando. Nos adentramos en las filas de autos hasta que se detiene junto a un jeep rojo, se agacha sobre la llanta y saca las llaves. Mete las maletas a la cajuela y luego me abre la puerta del copiloto. –¿De quién es este auto? –le pregunto antes de subirme. –Mío –contesta cortante. Mueve el brazo para indicarme que suba. –¿Cuánto tiempo lleva aquí estacionado? Estéfano hace una mueca, definitivamente está al borde. –Desde la mañana –contesta entre dientes. –Pero, ¿quién lo dejó aquí? –pregunto con el ceño fruncido. –Olivia, por favor, estoy cansado y aún falta mucho camino. Mi padre vive a 50 minutos de Río de Janeiro –me explica Estéfano impaciente. –Pero, ¿cómo sabías que lo iban a dejar aquí? ¿Alguna vez has conducido en Brasil? Realmente no me interesa, creo que estoy comprando tiempo para no enfrentarme a lo que sigue. Siento pánico de conocer al clan Corvino, en especial al jefe de todos. –¡Olivia, basta! –explota– ¿Podemos movernos de aquí o tienes más preguntas? Hay poca gente en el estacionamiento, pero quienes están nos miran de reojo. Debe ser una escena bastante escandalosa, un hombre gritándole a su mujer embarazada en pleno estacionamiento. Es cuestión de segundos para que alguien saque el móvil y nos grabe, no voy a darles el gusto de hacer eso con mi privacidad de nuevo. Me meto al coche aunque lo que realmente quiero es correr de regreso a la terminal. –No me gusta que grites –le digo en cuanto ambos estamos dentro del automóvil. –Entonces deja de provocarme –responde de mal modo y enciende el motor. –Solo te hice una pregunta. No es razón para que te pongas así conmigo. –No son solo las preguntas, estás comportándote muy rara. En este momento lo último que necesito es otro de tus arrebatos de niña mimada, ¿de acuerdo? Aún seguimos en el estacionamiento, vamos marchando lentamente a la salida así que jalo la manija de la puerta y salgo disparada. Jamás me había bajado de un coche en marcha así que pierdo un poco el equilibrio al principio, pero logro incorporarme al poner el brazo sobre el auto que ahora ha hecho un alto total. Estéfano abre su puerta y sale de tras de mí en medio segundo. Corro hacia una de las columnas. No sé bien a dónde voy. Estéfano me alcanza antes de que llegue muy lejos. La gente vuelve a mirarnos y me arrepiento de haber salido impulsivamente del auto. –¿Qué estás haciendo? –me pregunta al tiempo que me toma por el brazo. Su agarre me está lastimado y eso me da fuerzas para vencer la vergüenza social. –Estoy tendiendo un arrebato de niña mimada –respondo mirándolo a los ojos. –Olivia, sube al auto en este momento... –me ordena con hostilidad. –Me estás lastimando –le respondo con la misma hostilidad. –Sube al auto en este momento. Es la última vez que lo repito. –¿O qué? ¿Ya notaste toda la gente que nos está observando? Si me arrastras al jeep, ¿cuánto tiempo crees que le tome a alguien llamarle a la policía? Estéfano no afloja su agarre, pero su expresión cambia, sonríe burlón, me mira como si fuera estúpida. –¿Qué te hace pensar que la policía de aquí es diferente a la de casa? Se me cierra la garganta. Claro que también tienen a la policía de aquí comprada, si este es territorio de Román Corvino. Se me olvida que estoy indefensa, a merced del clan Corvino. Necesito recordar la razón por la que estoy aquí: para vengar a Nico, y dejarme de discusiones sin sentido. Me quedo callada, ¿qué puedo decir? Camino de regreso al coche. Estéfano azota la puerta una vez que estoy adentro y yo me hundo en el asiento. La amenaza de Estéfano fue como un balde de agua fría. Salimos del aeropuerto y entramos a la ciudad, Rio es una ciudad colorida, la gente parece alegre y llena de vida, nada como yo me siento en este momento. Miro hacia la ventana para no afrontarlo, él pone el aire acondicionado dentro del automóvil lo cual hace que mi incomodidad baje, pero el sentimiento de estar sola y vulnerable sigue latente. Estoy sola. Toco mi vientre y sé que no estaré sola por mucho tiempo. ¿Podré hacer que mi bebé sea diferente? No un Corvino, ni un Ricci, solo una persona decente. Alguien que no esté envuelto en el mundo criminal. ¿Querrá Estéfano que su hijo sea como él? ¿Podré detenerlo si eso es lo que quiere? La idea de que mi bebé acabe como Nico o como Estéfano, me aterra. Estéfano sale de camino y detiene la camioneta en el acotamiento. Estéfano limpia mis lágrimas con las yemas de sus dedos y me besa., no me había percatado de que estaba llorando. –Lamento haber sido cruel contigo, no fue mi intención. Perdí la cabeza un momento, me siento muy estresado y me desquité contigo, estuvo mal. De verdad lo siento, ¿me perdonas? Asiento sin mirarlo. ¿Tengo otra opción más que decir que sí? Estéfano me toma de la barbilla. –Olivia, lo digo en serio. Metí la pata... –Meter la pata es decir una imprudencia, no amenazar a tu esposa embarazada –le reclamo. –Tienes razón, no tengo excusas y te prometo que no volverá a ocurrir. Lo siento. Por favor, no me mires así, no soy tu enemigo. Tiene razón, el verdadero enemigo nos está esperando a 50 minutos de Río de Janeiro, prometí fingir con Estéfano y eso es lo que debo de hacer, fingir sin hacerme ilusiones, pretender que todo está bien aunque no lo sienta. Mi batalla real es con Román, ahora solo debo mantener a Estéfano fuera de mi camino. –Está bien, ambos estamos cansados –digo con una leve sonrisa. Los Corvino Estéfano continua conduciendo hasta que dejamos atrás Río de Janeiro, el sol se pone mientras salimos y la noche nos encuentra en una calle de doble sentido rodeada por lo que asumo es la selva; los árboles son cada vez más grandes e imponentes, los troncos son enormes y el forraje es de un verde intenso que jamás había visto. De pronto, Estéfano da un giro a la izquierda sacándonos del camino pavimentado hacia uno de tierra; el terreno está lleno de baches, pero el jeep puede pasar sin mayor dificultad. Me parece distinguir entre las plantas y los enormes árboles tropicales luces rojas, tal vez de cámaras o sensores de movimiento, pero solo las veo un momento y luego desaparecen, puede que me esté imaginando cosas. –¿Estás seguro de que conoces el camino? –le pregunto inquieta. –Por supuesto –me responde confiado. Temo que esté mintiendo, no tenemos GPS ni ningún modo de comprobar que vamos en la dirección correcta. ¿Por qué su familia vive a la mitad de la nada? Conforme pasa el tiempo me siento más y más ansiosa. Si me meto en problemas o alguno de los Corvino intenta dañarme no tendré manera de huir, estaré rodeada por la naturaleza; al menos en la ciudad puedo correr e intentar esconderme, pedirle ayuda a un extraño, pero aquí no tendré esa oportunidad. Más adelante, distingo un alambrado que va desde el camino de tierra y se adentra en la selva, unos metros después de pasar el alambrado nos topamos con un muro de concreto de al menos cinco metros de alto con el mismo alambrado en su parte superior. Hacemos un alto total frente a un enorme portón que bloquea el camino. El portón se abre lentamente, al otro lado nos esperan hombres armados hasta los dientes dispersados por un hermoso jardín, los hombres tienen cara de pocos amigos, pero no nos prestan mucha atención, es obvio que saben quién viene manejando el jeep. El camino vuelve a estar pavimentado y nos lleva directo a una mansión gótica blanca de enormes ventanales y techo gris. Estéfano se detiene en la entrada principal y un muchacho moreno de poca estatura sale a recibirnos. Estéfano sale del auto y le entrega las llaves, luego camina hacia mi lado, abre mí puerta y me tiende la mano. –Nando, sube las maletas a mi habitación ¿Dónde está mi padre? –En su oficina, jefe, está con Lucas, nos dijo que no lo interrumpiéramos –responde el muchacho. –Mierda –musita Estéfano por lo bajo mientras me guía dentro de la casa. Entramos a un gran salón principal con techos abovedados al que cruza un puente central que conecta con la majestuosa escalera a nuestra izquierda. Por arriba del puente se ve un candelabro gótico elevado y detrás una vidriera enorme que da al jardín posterior y a una alberca. En el piso de abajo hay portales arqueados que te llevan al resto de las estancias y del piso superior se asoman balcones estilo Julieta. Al centro hay una sala gris y al fondo junto a la vidriera hay un piano dorado, del lado opuesto hay una chimenea tan alta que llega hasta los balcones internos del piso superior. No entiendo por qué alguien tendría una chimenea en un lugar con un clima tan agobiantemente caluroso o un piano dorado en cualquier situación. Jamás había visto un lugar tan opulento como este. Creí que nuestros padres se dedicaban al mismo negocio, ¿dónde está mi mansión en medio de la selva? Ahora me queda claro que el padre de Estéfano juega en otra liga, supongo que esa es la razón por la que nos tiene dominados. –Resulta demasiado a primera vista, ¿no? –dice Estéfano mientras yo observo el lugar. –No puedo esperar por ver el resto del lugar –digo con las cejas arqueadas. Estéfano sonríe de tal forma que sus ojos se hacen dos medias lunas. –Yo me encargo –dice sin dejar de sonreír. –¡Fanito! ¡Ya llegaron, qué alegría! –grita una mujer regordeta desde el puente elevado y corre escaleras abajo a nuestro encuentro. Tiene el cabello rizado y rubio como Estéfano, pero es de baja estatura y extremidades gruesas. Sus ojos cafés son pequeños y redondos, su rostro se ve rojizo a pesar de que se nota que lleva varias capas de maquillaje encima. Supongo que es la tía de Estéfano. –¿Fanito? ¿en serio? –le pregunto en voz baja antes de que la mujer llegue a nosotros. –No te burles –responde juguetón, pero es evidente que está apenado. –¡Fanito! Hace tanto que no vienes, mi niño. La mujer llega finalmente a nosotros y envuelve a Estéfano en sus brazos regordetes. Estéfano le da unas palmaditas en la espalda, ansioso por que lo suelte. Me recuerda a un adolescente cuya mamá grita afuera del colegio que lo ama en frente de sus compañeros de clase. La mujer no se da por aludida y continúa abrazándolo hasta que sus ojitos redondos se posan en mí. –¡Mírate nada más! Qué hermosa eres –la mujer prácticamente salta de Estéfano hacia mí y ahora soy yo la que está atrapada entre sus brazos– ¡Y mira esa pancita! Qué belleza... qué alegría. La mujer me toma de los hombros y me mira de arriba abajo con una sonrisa maternal. Parece que va a llorar de alegría. Vuelve a abrazarme. –Tía Agata, por favor, Olivia no está acostumbrada a recibir tanto afecto –dice Estéfano intentando salvarme de su efusiva tía. –Pues se puede ir acostumbrando. No puedo evitar la emoción que siento por los nuevos miembros de nuestra familia –dice de forma entusiasta y me abraza por tercera vez–. Has traído mucha alegría a esta casa, Olivia. Me siento abrumada por la emoción. Estéfano tiene razón, no estoy acostumbrada a recibir tanto afecto, mis padres siempre han sido fríos y distantes, jamás fueron amorosos o cálidos conmigo, ni siquiera cuando era una niña. Agata es la primera persona, además de Estéfano, que reacciona con tanto entusiasmo a mi embarazo. Es una completa extraña y, sin embargo, siente más dicha por mí de lo que mi propia familia sintió. Yo vine preparada para enfrentar a mis enemigos, la monstruosa familia Corvino, no esperaba recibir cariño de ellos. –Tía, acaba de llegar, no la asfixies –dice Estéfano a nuestra espalda. Estéfano está confundiendo mi expresión perpleja con incomodidad. La mujer me suelta y yo doy un paso atrás. Logro sonreírle educadamente, pero no decirle lo mucho que agradezco sus palabras. –Tienes razón, Fanito. Lo siento, querida, me deje llevar por la emoción. No fue mi intención incomodarte –dice Agata mientras da unas palmadas cariñosas en mis hombros–. Lamento tanto haberme perdido su boda, pero tenemos un regalo para ti. Aguanto las ganas de resoplar, ¿cuál boda? –No debieron molestarse –exclama Estéfano. –No te apures, cariño, no es nada, además, no es para ti, es para tu adorable esposa. Vengan, tu nonna quiere verte y darle el regalo a Olivia personalmente –Agata dice con entusiasmo. Agata toma mi mano y me lleva por la casa mientras Estéfano nos sigue de cerca. Pasamos por la sala, una biblioteca y después entramos a un cuarto de televisión. Una pareja mayor está viendo televisión sentados sobre dos sillones de cuero. –¡Nonna! ¿Cómo estás? –pregunta Estéfano cuando entramos al cuarto. La mujer se gira para vernos y sonríe. Parece frágil, está muy delgada y pequeña, su cabello esponjado y sus enormes gafas hacen que su cabeza se vea aún más pequeña. La abuela abraza a su nieto con entusiasmo, aunque no con tanta fuerza como Agata. Después Estéfano va a saludar a su abuelo, quien lo mira confundido. Recuerdo que Estéfano mencionó que tenía demencia así que supongo que esa es la razón. –¡Nonna, nonno, esta es mi esposa Olivia! –exclama Estéfano en voz alta, es posible que a sus abuelos se les dificulte escuchar–. Olivia, está es mi abuela Julia Corvino y mi abuelo Carlo Corvino. –Buenas noches, es un placer conocerlos –los saludo con una sonrisa educada. El abuelo me mira y luego su atención regresa al televisor. La abuela me dedica una amplia sonrisa. –Eres muy hermosa, ahora entiendo por qué mi nieto está tan enamorado de ti –dice la abuela. –Gracias, señora Corvino –respondo sonrojada. –Llámame nonna Julia –dice al tiempo que toma mi mano. –Tenemos un presente para ella, ¿cierto, mamma? –le recuerda Agata. Nonna Julia se pone de pie y camina lentamente hacia el librero que se encuentra al fondo de la habitación. Toma una pequeña cajita negra entre sus manos huesudas. Estéfano estira el cuello para ver qué trae entre manos. Yo espero pacientemente a que la abuela regrese y me entregue la pequeña caja negra. La abro con curiosidad y encuentro un collar con un dije grabado con la frase: L’amore vince tutto. El amor lo vence todo. –Era mío, mi esposo me lo obsequió el día de nuestra boda. A Estéfano le gustaba mucho cuando era niño y me hizo prometerme que se lo daría a su esposa un día. Así que ahora es tuyo –me explica nonna Julia. Siento un nudo en mi garganta. Realmente no estaba preparada para que fueran tan amables. ¿Por qué se portan tan bien conmigo? ¿Que no saben que soy la hija de su enemigo? –Es bellísimo, muchas gracias –apenas logro hablar, estoy muy conmovida. –Nonna, no puedo creer que lo recordaras, eso fue hace siglos –exclama Estéfano. Agata me ayuda a ponerme el collar. Ambas mujeres charlan sobre lo bien que me queda y me hacen muchos otros cumplidos. Después de un rato, Agata sugiere que vayamos a nuestra habitación para cambiarnos para la cena. Mi pulso se acelera, el momento de conocer a Román se acerca. Una familia cálida Estéfano abre una puerta y me indica que entre. Su habitación, al igual que el resto de la casa, es muy diferente al estilo sobrio y monocromático de su apartamento en la ciudad. Las paredes son beige, la colcha es azul marino, las cortinas grises y hay un sillón rojo junto al armario de puertas cafés. En las paredes no hay cuadros, pósters ni fotografías, probablemente esta no fue su habitación de infancia sino solo un lugar asignado en una de las muchas casas que seguro tiene su padre. Nuestras maletas ya están al pie de la cama. –Voy a meterme a la ducha para quitarme el calor de encima, ¿quieres acompañarme? –me pregunta Estéfano con una sonrisa pícara. –No, gracias –respondo mientras me quito los zapatos y me echo sobre la cama–, necesito acostarme un segundo. –De acuerdo, cómo gustes –dice Estéfano y se mete al baño que está en paralelo a la ventana de lado derecho. Me recuesto sobre la cómoda cama y cierro los ojos exhausta. Jamás imaginé que la familia de Estéfano fuera tan amable conmigo, definitivamente me agarraron desprevenida. Siempre asumí que él venía de una familia distante y fría como la mía, no tenía idea de que tuviera parientes tan amorosos y cálidos. Sé que aún no conozco a su padre y que jamás veré a su mamá y a su hermana en persona, así que no puedo asegurar que todos los Corvino son así, pero el amor de esa tía y esa abuela debieron ser compensación suficiente aún si los padres no fueron cariñosos. Yo nunca tuve una tía así, comparada con la calidez de Agata, mi familia es un témpano de hielo. Intento recordar las pocas veces que Estéfano mencionó a su familia para saber por qué tenía yo esta impresión errónea. Escucho la llave del agua abrirse, es momento de hacer mis cavilaciones a un lado, me pongo de pie de un brinco. Abro mi maleta y saco el pequeño frasco de Advil. Miro hacia la puerta del baño y luego a la de entrada de la habitación. Siento cómo se acelera mi pulso, como si estuviera robándome algo. Evaluó los posibles lugares en donde puedo esconder el frasco. A cada lugar le encuentro un pero; y si la mucama limpia ahí, y si Estéfano abre tal cajón... finalmente meto el frasco debajo del colchón, aún no estoy convencida de que ese sea el mejor escondite, pero Estéfano ya cerró la llave del agua, así que debo volver a acostarme como si nada. Miro hacia arriba y encuentro un pequeño ducto de ventilación sobre el armario, si logro abrir la rejilla será el escondite perfecto. Arrastro una silla de madera con mucho cuidado de no hacer ruido y la coloco debajo del ducto de ventilación. Subo a la silla y estiro mis brazos para alcanzar la rejilla. Por suerte, los tornillos están un poco sueltos así que solo debo girarlos un poco para zafar la rejilla. El ruido del agua se detiene, Estéfano saldrá en cualquier momento. Coloco el frasco dentro del pequeño ducto y vuelvo a atornillar la rejilla lo más rápido que puedo. Bajo de la silla y la arrastro de vuelta a su lugar antes de brincar sobre la cama. Intento contener mi respiración agitada, pero cuando Estéfano sale, es lo primero que nota. –¿Qué sucede? –pregunta al verme nerviosa. –Nada, solo ha sido un día largo –respondo intentando parecer calmada. –Lamento si mi tía fue demasiado para soportar –se disculpa mientras seca su cabello con una toalla. –No, todos fueron grandiosos, no estaba esperando que fueran tan amables conmigo –le confieso. Estéfano se sienta sobre la cama a mi lado. –Por supuesto que lo fueron, saben lo importante que eres para mí –me responde con una sonrisa. Poco después llega una chica vestida de mucama para avisarnos que la cena se va a servir pronto. Bajamos las escaleras tomados de la mano. Al entrar al enorme comedor, cuya mesa de mármol sirve hasta 20 comensales, encuentro con alivio que los únicos sentados a la mesa son los abuelos y la tía, no hay rastro de Román y me alegro. Tomo asiento junto a Estéfano. Él debió de interrogar a su tía con la mirada puesto que ella dice de la nada: –Ya sabes que le gusta llegar después de que todos estemos a la mesa. Así que Román sí nos acompañará a cenar. Mi corazón se acelera, debo controlar este odio que siento en contra del hombre que arruinó mi vida. Debo fingir, ser amable, ser la niña boba que todos creen que soy. No debo levantar sospechas. Esta noche dejé las píldoras en la recamara, primero debo de conocerlo, observarlo, saber qué es lo que toma y si deja sus bebidas desatendidas en algún momento. Esta noche será de reconocimiento, aunque eso no significa que no me sienta inquieta. Agata nos empieza a hacer la plática, nos pregunta cómo ha ido el vuelo y si hubo retrasos. Plática de relleno. Yo le contesto intentando no parecer distraída, pero mis ojos viajan cada tanto hacia la entrada. –Y díganme, ¿han pensado en algún nombre para el bebé? –nos pregunta la abuela. –Pues no, nonna, aún no –contesta Estéfano. –Oh, no se hagan los interesantes, complazcan a esta anciana. Al menos deben tener algunas opciones que les agraden, díganme –replica la abuela. –Aún no tenemos opciones, nonna –responde él. Estéfano y yo nos miramos brevemente, la realidad es que no hemos hablado de ello. De hecho, yo he evitado hablar de nuestro futuro, mi matrimonio no es como los otros, no quiero hacer planes a futuro puesto que no sé lo que sucederá con nosotros. En este momento, estoy pretendiendo que todo va bien entre nosotros solo para acercarme a su padre y llevar a cabo mi venganza sin suscitar sospechas, pero no sé que sucederá después. ¿Qué pasará si Estéfano se entera de lo que hice? ¿Seguirá queriéndome? Ni siquiera estoy segura de quererlo yo a él, es decir, me siento invariablemente atraída hacia él, pero aún lo resiento mucho y la atracción física no es suficiente. –¿Ya comenzaron a decorar la habitación del bebé? – pregunta la abuela. –No, aún no –responde Estéfano un poco irritado con las preguntas. –Oh, no me digan eso ¡El tiempo se les viene encima! Les recomiendo no dejar todo al último porque en unas semanas vas a estar más grande y más cansada, Olivia. ¡Deben aprovechar cada minuto para prepararse! –exclama Agata. –¿Y tú qué sabes de eso? Jamás tuviste hijos, deja de dar opiniones no solicitadas –dice una voz grave de hombre a la cabeza de la mesa. Creo que sé de quién se trata. Román La voz hace que me sobresalte. El resto de mesa guarda silencio. Volteo y encuentro a un hombre delgado tomando asiento. Es alto, probablemente tan alto como Estéfano y de complexión similar. Su nariz y sus ojos son más pequeños, pero la forma de la cara es similar, aunque es más viejo y tiene muchas arrugas en el rostro. Lleva el pelo corto, casi al ras. Es fácil adivinar que este es Román Corvino, hay algo en él, tal vez ese aire de autosuficiencia similar a la de su hijo, pero multiplicada por mil. Pasa sus malévolos ojos sobre la mesa, mirándonos a todos con desprecio. Ni siquiera dice “buenas noches”, solo se sienta a la cabeza de la mesa mientras examina el lugar con la mirada. Román posa sus ojos brevemente sobre mí, pero no dice nada, me recorre con la mirada como evaluando mercancía y luego pasa a lo siguiente. Ni un hola, ni un nada. La tía parece disgustada con su rudeza, pero guarda silencio. –Hoy tuve una plática interesante con Lucas, tenía mucho que decir sobre lo que pasa en la ciudad... me parece que me debes algunas explicaciones... –dice Román al tiempo que hace una seña con la mano. Una chica se acerca apresurada sosteniendo un vaso con un líquido marrón, tal vez whisky o algún otro licor. Sale del comedor igual de apresurada. Estéfano se endereza en su asiento, tampoco él recibió un hola. Lo miro de reojo, en apariencia está tranquilo, sin embargo, debajo de la mesa, tamborilea su pierna izquierda de forma ansiosa. Nadie mas que yo, que estoy a su lado, puede notarlo, para los demás Estéfano está sereno. –Sí, claro, platicamos en tu oficina después de la cena –le contesta de forma casual. La chica regresa cargando una cacerola, la coloca en la mesa y la destapa. Dentro hay un guisado, algo con carne y patatas. Huele bien. Atrás de ella entra una señora cargando otro recipiente con espárragos. Comenzamos a comer en silencio. Román bebe más a prisa de lo que come, le acaban de servir su tercer bebida. –¿Cuándo será el baby shower? –pregunta Agata, rompiendo el largo silencio. Le sonrió incómoda, sé que está intentado ser amable, pero me acaba de recordar que no puedo tener un baby shower, no tengo amigos y, después de lo que hicieron mis padres, prácticamente tampoco familia. No puedo tener un baby shower sin invitados. –No lo sé –respondo tímidamente. –¿Pero cómo es esto posible? ¡Se les viene el tiempo encima! Bueno no te preocupes, normalmente lo organiza la mamá de la embarazada, supongo que tu mamá ya tendrá algo planeado y no te ha dicho... –Lo dudo seriamente, su mamá es una perra. Sus padres prácticamente prostituyeron a su propia hija para salvarse a sí mismos –Román exclama con una sonrisa burlona. –¡Román! ¿Qué está mal contigo? –grita Agata indignada. –¡Padre! –Estéfano lo fulmina con la mirada. Mi sangre se congela. No por su observación hiriente, sino porque es verdad y no me he acostumbrado al hecho de que mis padres son personas tan viles. –No lo escuches, niña, es un borracho cruel –dice nonna Julia mirando a su hijo con desaprobación. Le sonrío de forma forzada, lo único que quiero es ponerme de pie y correr a mi habitación a esconderme a llorar, pero no voy a desmoronarme enfrente de Román, sin importar cuánto me duelas sus palabras. Estéfano toma mi mano y la aprieta cariñosamente, parece avergonzado por lo que dijo su padre. Román gesticula al aire, restándole importancia al enojo de sus parientes. Agata comienza a hablar nerviosamente sobre el árbol de Navidad que compró, habla de los ornamentos a detalle y sé que lo hace para que pasemos el momento incómodo que provocó su hermano, pero voy a necesitar más que una charla trivial para que se me olvide que Román Corvino es un hombre sin corazón. ***** –Olivia, lamento tanto lo que sucedió –se disculpa Estéfano en cuanto estamos solos en nuestra habitación–. No le prestes atención, se pasó de la raya. –Como sea... no debes sentirte mal, tú soportaste muchas groserías de mi mamá, supongo que es mi turno de soportar a tu padre hostil –le respondo desanimada. –Oh, no, muñeca. Tú no tienes que soportar nada. Yo hablaré con mi padre y le pondré un alto, no te preocupes. No permitiré que esto suceda de nuevo –me promete Estéfano. Me encojo de hombros. Quisiera decir que las palabras de Román no me afectaron, pero lo hicieron. Estéfano me envuelve en sus brazos, recargo mi cabeza sobre su pecho y cierro los ojos. Me siento un poco mejor cuando me abraza aunque no debería. Estéfano es el hijo de Román y la manzana nunca cae lejos del árbol; si Román es malvado, también lo debe ser su hijo y debo meterme eso en la cabeza. Mis ojos van discretamente hacia el ducto de ventilación, ¿a quién le importan las palabras hirientes de Román? Pronto él va a pagar, por Nico, por mi familia y por sus palabras.