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Creo que Samuel va a besarme, sería lo justo, esta es

nuestra segunda cita. Desde la primera vez que lo vi


corriendo por el campus me pareció lindo, tiene una sonrisa
dulce y su mirada es sincera, es de esas que te inspiran
confianza; da la impresión de ser un buen muchacho. Tal
vez muchacho no es la palabra correcta porque ya tiene 23
años, tres más que yo, así que ya es un hombre. Mi corazón
aporrea mi pecho y mis manos se sienten húmedas por el
sudor. Damos vuelta en mi calle, cuando detenga el auto
llegará el momento definitivo. Si me besa, significa que le
gusto tanto como él a mí; si no, voy a convertirme en una
monja... de acuerdo, tal vez no, pero sí voy a estar bastante
decepcionada.
Samuel baja la velocidad del coche y mis latidos se
aceleran en proporción. ¿Qué me pasa? Tampoco es la
gran cosa, con ese cabello rojizo que parece de paja y la
barba de leñador, tiene aspecto de hipster de Starbucks y
ese normalmente no es mi estilo, pero me escucha cuando
hablo y me hace reír a carcajadas. No se le puede poner
precio a algo así, realmente escucha lo que le digo y no
solo busca quitarme del camino como lo hace mi familia.
–Bueno, llegamos –dice Sam con voz tímida.
–Sí, aquí vivo –respondo intentando parecer relajada.
Desvió la mirada, debo calmarme, no quiero que mi
respiración me delate. Veo por la ventana mi casa color
ladrillo, la más grande de la cuadra en una de las mejores
colonias de la ciudad. Hay luces encendidas en cada uno
de los cuatro pisos, mi mamá debe de haber perdido algo y
seguro está corriendo de arriba abajo por las escaleras
alfombradas dando gritos y culpando a alguna de las
señoras del servicio por el extravío. O tal vez mi papá tiene
visitas, no es raro que traiga gente a la casa. Conocemos
de vista a la mayoría de los hombres que lo visitan, son
gente que trabaja con él en las numerosas florerías que
tiene por toda la ciudad. Nunca hablamos con ellos, pero
por fuerza de costumbre se vuelven conocidos de vista de
tanto que están ahí. Mi mamá los apoda “los intrusos”,
porque llegan y se van sin avisar con su aire misterioso,
siempre visten de traje y la mayoría nunca quita cara de
pocos amigos. Mi papá odia que hablemos con ellos, nos
ha prohibido explícitamente tener cualquier contacto con
los intrusos. No tengo la menor idea de por qué, pero así es
y le hemos seguido la corriente para llevar la fiesta en paz.
De cualquier modo, por la razón que sea, mi casa ahorita
está activa y eso no es bueno para mí. Le dije a mis padres
que saldría con Miranda, mi mejor amiga desde la
secundaria, si me ven llegar con alguien más van a
molestarse. Tal vez es mejor decirle a Samuel que se vaya,
pero no quiero despedirme todavía y él baja del coche para
abrirme la puerta. Quiero detenerlo, pero ¿cómo le explico
la situación sin quedar como una perdedora? Tengo 20
años y aun así tengo prohibido salir en citas. No es que mis
padres sean religiosos ultra conservadores o algo por el
estilo; es más un tema de control, simplemente les gusta
tenerme vigilada y dentro de los confines que ellos
aprueban. Siempre fueron así y la situación empeoró
bastante cuando mi hermano Nicolás fue asesinado hace
un año; eso los hizo quererme controlar todavía mucho
más de lo que ya lo hacían, hasta el punto de que la
situación se ha vuelto insoportable.
Samuel abre mi puerta y yo salgo de un brinco. Camino por
delante con prisa para llevarlo hasta la parte del pórtico de
entrada que sé que no puede verse desde ninguna ventana
en el interior. Él parece desconcertado, pero me sigue.
–Me divertí mucho, gracias por todo –le digo con prisa.
–Yo también, en verdad eres simpática cuando te relajas,
Olivia –contesta.
–¿Cuándo me relajo? –pregunto con el ceño fruncido.
–Sí, es que la primera vez que salimos parecías muy tensa,
mirabas para todos lados… como si alguien nos estuviera
vigilando, pero eso ha cambiado esta vez –me explica.
¿Cómo explicarle que temía encontrarme a algún conocido
que pudiera delatarme con mi papá? Sin embargo, esta
noche me olvidé por completo de eso, solo me dediqué a
disfrutar de la compañía sin pensar en las consecuencias.
–Tal vez porque me siento muy cómoda a tu lado –le
contesto con voz coqueta.
–Me alegra, yo también me siento muy cómodo contigo.
En mi interior doy saltos de felicidad, pero mantengo una
apariencia serena.
Sam se inclina, va a besarme, lo sé. Inhalo profundo y cierro
los ojos. Estoy lista para nuestro primer beso. Yo también
le gusto ¡Qué alegría! Siento sus labios rozar los míos, pero
súbitamente se aleja.
–¡¿Quién te crees, pedazo de pacotilla?!
Abro los ojos de golpe y encuentro a Samuel de rodillas
sobre el suelo, mi papá lo tiene agarrado del cabello con
una mano y en la otra sostiene una pistola. ¡¿Por qué tiene
una pistola?!
–¡Oiga! ¡¿Qué le pasa?! –grita Samuel.
–¡Papá, por favor, suéltalo! –le pido mortificada.
–¿Crees que puedes venir a mi casa y pasarte de listo con
mi hija? –pregunta sin hacerme caso.
Mi papá arroja a Samuel con fuerza, este cae de bruces
contra el pavimento. Antes de que Sam pueda incorporarse,
mi papá lo patea por el costado y vuelve a tomarlo del
cabello. Un grupo de intrusos salen de le casa, por un
momento me siento aliviada pensando que van a detener a
mi papá, pero no hacen nada, se limitan a observar la
escena con expresión de desinterés en sus rostros.
–Tranquilo señor... –balbucea Samuel confundido, su nariz
comienza a sangrar por el golpe contra el pavimento.
–Papá, no es lo tú crees. Por favor, déjalo ir –le suplico con
voz temblorosa.
–Entra a la casa, Olivia –me ordena.
Mi papá toma la pistola y la mete en la boca de Samuel a la
fuerza. Siento el estómago en la garganta, ¡lo va a matar!
Voy a abalanzarme sobre ellos, pero alguien me toma por
los hombros y me detiene en mi lugar, es uno de los
intrusos.
–Mejor no te metas, muñeca –me susurra al oído con
calma, como si la escena fuera de lo más normal.
Temo tanto por la seguridad de Sam que dejo pasar el
hecho de que este extraño me acaba de llamar muñeca.
Muy inapropiado viniendo de alguien que trabaja para mi
papá, pero no es una prioridad en este momento.
–Escúchame bien, si te vuelvo a encontrar por aquí o si se
te ocurre comunicarte con mi hija o siquiera pensar en ella
de nuevo, desearás no haber nacido, ¿entiendes? –
amenaza mi papá.
Samuel no deja de temblar aterrorizado, pero logra asentir.
Mi papá lo suelta y Sam cae de boca contra el pavimento
otra vez. No doy crédito a lo que acaba de suceder. Bajo la
mirada con ganas de morirme, no puedo creer que mi papá
haya hecho esto.
Samuel se pone de pie, se tambalea con paso inseguro
unos cuantos metros y sube a su coche. Debido al temblor
de sus manos, le toma varios intentos poner el vehículo en
marcha. Mi papá no le quita la vista de encima; los intrusos
asomados desde el pórtico, tampoco. Mi mamá nos mira
desde una de las ventanas, sin hacer nada.
El intruso que me sostiene afloja su agarre, me alejo de él y
entro a mi casa corriendo. Los demás se abren a mi paso.
Me quedo congelada en el vestíbulo, sin poder creer lo que
sucedió.
–Olivia, ve a tu cuarto. Ya hablará tu mamá contigo –dice
mi papá a mis espaldas.
Asiento y subo las escaleras en silencio, estoy demasiado
desconcertada para siquiera discutir con él. Escucho como
los intrusos regresan al comedor, platican entre sí con
naturalidad, como si no acabaran de ver a un hombre
desquiciado amenazar de muerte a un chico indefenso. No
entiendo qué les pasa, acaban de ver cómo su jefe
amenazó a un inocente con una pistola, ¿por qué no están
sorprendidos?
Llego a mi cuarto y me desplomo sobre el suelo. Me echo a
llorar sin poder digerir lo que acaba de suceder. Mi mamá
entra al cuarto y me toma del brazo para que me levante.
–No seas dramática, Olivia, levántate del suelo –me dice en
tono de fastidio.
–¿Viste lo que sucedió? Fue horrible –le digo entre
lágrimas.
–Sí, pobre muchacho, se veía aterrado –comenta mi mamá
como si estuviera hablando del clima–. Ya sabes cómo es
Víctor, le gusta demostrar quién manda.
–¿Ya sabes cómo es Víctor? ¿De qué hablas? ¡Lo
encañonó! Eso no es demostrar quién manda, ¡eso es un
delito! Jamás lo había visto hacer algo así –exclamo sin
poder contener mi enojo.
–Lo sé, Víctor normalmente se abstiene de hacer cosas de
ese estilo en casa –comenta mi mamá conteniendo un
bostezo.
Abro los ojos como platos. No entiendo a qué se refiere con
“en casa”, ¿significa que acostumbra a hacer cosas así
cuando no está aquí? ¡Es absurdo! Mi papá siempre ha sido
un hombre de poca paciencia, pero jamás había
amenazado a una persona desarmada e inocente.
–¿Qué quieres decir? –le pregunto confundida.
–Olvídalo, tu padre está bajo mucho estrés y se desquitó
con la primera persona que pudo. Solo esperemos que tu
amiguito sea lo suficientemente listo como para no
denunciarlo.
No había pensado en esa posibilidad, pero Samuel estaría
en todo su derecho de acudir a la policía. ¡Podría estar
levantando la denuncia en este momento! Me preocupa la
posibilidad de que mi papá vaya a la cárcel, a pesar de ser
un hombre fuerte y sano, tiene 65 años. No lo parece, pero
ya es viejo y la cárcel sería demasiado para él. Todo el
enojo en contra mi papá se esfuma, me siento mortificada
ante la idea de verlo en la cárcel. Tomo mi celular, si por
algún milagro Samuel contesta mi llamada, le diré que mi
papá es senil, que no es responsable por sus acciones.
Tomará otro milagro para que me crea, mi papá está lejos
de parecer un anciano indefenso cuya mente ya no está
lucida.
–¿Qué haces? –pregunta mi mamá al verme marcar.
–Le pediré a Samuel que no vaya con la policía…
Ella me quita el celular de las manos.
–No seas boba, Víctor fue muy claro al respecto, no quiere
que se vuelvan a comunicar. Deja de buscar más
problemas –me advierte.
–No puedo quedarme de brazos cruzados, si meten a papá
a la cárcel…
Mi mamá suelta una carcajada seca.
–No seas absurda, quien debe preocuparse si hay una
denuncia es tu amigo. Víctor tiene demasiados conocidos
poderosos, no pisaría la cárcel ni un día.
Me siento al borde la cama, confundida. Sé que mi papá
tiene bastante dinero, jamás está desocupado y mucha
gente lo respeta, es un hombre importante dentro de los
negocios, pero no hasta el punto de poder burlar a las
autoridades.
–Lo mejor será que nos olvidemos de este desafortunado
incidente. Con un poco de suerte aquí se acaba todo –dice
mi mamá con ese tono de voz que conozco tan bien. El que
significa “fin del asunto” y no podemos volver a tocar el
tema, una vez que mi mamá lo utiliza no hay vuelta atrás,
estamos obligadas a seguir adelante como si nada hubiera
sucedido. Samuel, como tantos otros temas, está ahora
bajo tierra. Asiento con pesar y mi mamá me dedica una de
sus sonrisas fingidas que tanto odio antes de salir de mi
habitación.
Me recuesto sobre la cama sintiéndome abatida. Me es
imposible conciliar el sueño, el tema puede estar bajo tierra,
pero las imágenes están nítidas en mi cabeza. Pasan las
horas mientras lloro y doy vueltas en la cama temiendo lo
que Samuel piensa de mí, lo que les dirá a sus amigos. Sus
ojos llenos de temor me duelen, pero más me duele mi
situación. Puede que por fuera parezca una persona
normal, pero en realidad estoy aprisionada por mis
circunstancias. Hace un año dejé la universidad para estar
más tiempo con mis padres, la familia pasó por un
momento muy duro al morir mi hermano Nicolás y yo creí
que era mi deber de hija estar con ellos y apoyarlos. Paso
casi todo el día en casa, a pesar de que mis padres me
ignoran el 90% del tiempo que estoy aquí. Solo puedo salir
de casa si voy con nuestro chofer Iván o en compañía de
Miranda, la única amiga que mis padres aprueban. Cero
citas, cero amigos, cero escuela, siempre vigilada, pero ni
eso parece complacerlos… parece que nada de lo que hago
está bien ante sus ojos. Temo nunca darles gusto. Muchas
veces he pensado en irme y quitarles ese poder que tienen
sobre mí; vivir sin guiarme por sus opiniones, pero no
puedo. Son mis padres y jamás podría darles la espalda, no
soy esa clase de persona ingrata que abandona a su
familia. En resumen, estoy atrapada.
El Intruso Guapo
Me levanto de la cama en cuanto veo los primeros rayos de
sol asomarse por la ventana. Ya no soportó estar acostada.
Mi cara y mis ojos están hinchados de tanto llorar anoche,
no planeo salir de casa así que me da lo mismo. Mi
teléfono vibra, posiblemente sea Miranda para preguntarme
cómo me fue en la cita de anoche. ¡Si supiera!
NÚMERO DESCONOCIDO: Eres una perra
asquerosa.
Me sobresalto. ¿Quién escribió esto? Leo el mensaje varias
veces anonadada. Después de un rato, concluyo que se
trata de un error, posiblemente alguien se equivocó de
número de teléfono. Ni siquiera vale la pena que conteste.
Veo películas y pierdo el tiempo toda la mañana, mi amiga
Miranda me escribe y le pido que venga a verme, ni por
error deseo salir a la calle, pero ya no me apetece estar
sola. Miranda llega en poco tiempo, no se toma muy
enserio la universidad así que, como yo, tampoco tiene
mucho que hacer. Le cuento lo sucedido, ella era la única
persona que sabía que iba a salir con Sam anoche. Me
escucha anonadada.
–Pero tu papá es un viejo, ¿de dónde sacó la energía para
hacer eso? –pregunta con sorpresa.
Me molesta que hable así de mi papá, pero, dado lo que
ocurrió, lo dejo pasar.
–Al parecer no lo es tanto. Hubieras visto la cara de Sam
cuando lo encañonó, jamás podré olvidar sus ojos. Me
siento tan culpable.
–¿Culpable? Pero si no lo hiciste tú. ¿Ya hablaste con Sam?
¿Qué te dijo de todo esto? –me pregunta Miranda.
–¿Estás loca? ¡No! Jamás hablaré con él de nuevo, además,
dudo que él quiera saber de mí y yo no quiero ponerlo en
riego.
–Genial, otro galán perfectamente aceptable que se te va…
–dice con hartazgo.
Miranda conoce bien todos mis romances frustrados por
las prohibiciones de mis padres y, a pesar de que lo intenta,
no logra entender por qué no puedo ir en contra de lo que
ellos quieren.
–En verdad era simpático –digo con pesar.
–Al menos deberías preguntarle cómo se encuentra o
intentar calmar las aguas, puede que presente cargos
contra tu papá y pues, digo, sí se pasó, pero sería horrible
que viniera la policía por él.
–Mi mamá cree que no debemos preocuparnos por eso,
dice que mi papá tiene muchos contactos que lo ayudarán.
–¿Contactos? Tu papá es florista. No te ofendas, yo sé que
tiene florerías por toda la ciudad y que tienen mucho dinero,
pero no me suena a que alguien gane esa clase de
influencia vendiendo flores.
–Eso dice ella, tal vez conoce a alguien del gobierno por la
importación de flores exóticas o ha recibido pedidos de
gente importante. Yo qué sé –contesto encogiéndome de
hombros.
–Mmm puede ser, tal vez se ganó la estima de algún
cliente, le mandó flores a la esposa de un político infiel y
calmó una tormenta.
–Supongo que sí. Ya sabes que a mí nunca me dicen
mucho sobre los negocios de la familia.
Miranda hace cara de desagrado.
–¿Para qué quieres saber? Suena aburridísimo.
Pasamos el resto del día perdiendo el tiempo viendo
televisión y hablando de conocidos. En la noche, Miranda
me insiste para que salgamos de fiesta. Temo que mis
padres se molesten si salgo, no he hablado con mi papá en
todo el día y no sé si esté enojado conmigo por haber
salido en una cita a sus espaldas. Tomo aire y bajo las
escaleras para avisarle que saldré.
Mi papá está en el comedor rodeado de intrusos. Entro y al
instante todos guardan silencio. Mi papá no alza la mirada,
está concentrado leyendo unos documentos.
–¿Qué no piensas salir a que te dé el aire? Te vas a
convertir en otro mueble de esta casa como tu mamá –dice
sin alzar la mirada.
–Sí, justo saldré en un rato –digo con alivio.
–Bien. Que Iván las lleve a donde vayan –dice antes de
hacer un ademán para darme a entender que me retire.
Asiento y subo las escaleras a prisa.
Nos toma casi dos horas arreglarnos, nos probamos
diferentes vestidos y nos tomamos fotos con cada uno.
Miranda se considera a sí misma una maquillista
semiprofesional después de tantos tutoriales de YouTube
que ha visto así que dejo mi arreglo en sus manos. Entre
risa y risa el mal trago del día anterior va quedando atrás.
Miranda decide usar una minifalda blanca con un top rojo y
yo me pongo un vestido corto color azul.
Una vez que estamos listas, bajamos las escaleras con
cuidado, un paso en falso con estos tacones y son dos
pisos de caída.
–El chofer lleva rato esperándolas –dice una voz profunda
desde el pasillo mientras bajamos las escaleras.
Reconozco la voz al instante, es el mismo intruso que me
impidió ayudar a Sam anoche. Me giro para fulminarlo con
la mirada... ¡Qué guapo es! El intruso me mira de regreso
con sus profundos ojos azules y de pronto me siento
intimidada. Hay cierta arrogancia en el modo en el que se
para, como si esta fuera su casa y yo estuviera aquí de
visita. Es el intruso más guapo que he visto en mi casa. Por
lo general, los intrusos tienen mala pinta, aunque quieran
ocultar sus tatuajes e intenten hacerse pasar por hombres
de negocios. Tal vez es mi imaginación, pero hasta el traje
de este intruso se ve diferente, más caro... soy buena
detectando cuando la ropa es costosa. El intruso pasa su
mano sobre su sedoso cabello rubio y, por un momento, me
imagino qué se sentiría pasar mis manos por esa hermosa
cabellera.
Me giro súbitamente y paso de largo de dónde él está,
pretendiendo que su aspecto físico no me afectó.
–Lo sé –digo con fingida indiferencia.
–Diviértete, muñeca.
Él me mira de arriba a abajo con descaro ¿Quién se cree
este tipo? Soy la hija de su jefe, debería al menos fingir
discreción si va a mirarme de esa forma.
–¡Qué hombre tan guapo! –exclama Miranda en cuanto
subimos a la camioneta–¿Qué hacías perdiendo el tiempo
con Samuel cuando tienes a ese bombón en tu casa?
Iván, el chofer, nos mira por el retrovisor aguantándose la
risa.
–No sé de qué hablas –le contesto fingiendo demencia.
–Oh, por favor, no me digas que no lo habías visto.
Puedo sentir como me sube el color, sonrío porque no
puedo fingir.
–Claro que sí lo había notado –contesto bajando la voz
para que Iván no me escuche.
–¿Por qué no me habías contado? ¿Cuánto llevas
ocultando esta preciada información?
Pongo los ojos en blanco.
–A penas lo vi anoche por primera vez.
–Pero, ¿cómo se llama?, ¿a qué se dedica? –insiste.
–No lo sé... Bien sabes que nunca hablo con los intrusos
que mi papá trae a la casa. Ha de dedicarse al comercio de
flores, como los demás.
–Pues ahora tienes la misión de averiguar todo lo que
puedas sobre el Intruso Guapo. En verdad que no sé dónde
tienes la cabeza, Liv.
–No está tan guapo –me defiendo– Está aceptable, pero su
nariz es muy grande y es demasiado alto. Además, no me
encantan los hombres de cabello rizado.
–Está mucho más que aceptable y lo sabes. Su nariz hace
juego con sus ojos grandes y por lo de la altura… siempre
puedes usar tacones más altos; además, no creo
que Intruso Guapo se oponga a agacharse para darte un
beso.
–¿Intruso Guapo? ¿Ese es su nombre ahora? –pregunto
poniendo los ojos en blanco.
–Lo será hasta que averigües su nombre, preferentemente
durante su primera cita –dice Miranda guiñándome un ojo.
Suelto la carcajada. Me sonrojo nada más de pensarlo, pero
descarto la idea al instante y cambio de tema. No imagino
la tormenta que se desataría en mi casa si yo saliera con
Intruso Guapo. Mi papá y su pistola aparecerían en escena
seguramente, y si no, al menos él perdería su trabajo... no
vale la pena arriesgarse.
Nueva Realidad
Al llegar a la fiesta, inmediatamente reconozco al hermano
de Samuel, Martín, entre la gente. Me siento mortificada,
pero prefiero no decirle a Miranda. Ella no tiene idea de que
él está aquí y sigue como si nada. Yo finjo ignorar que
Martín está hablando de mí con sus amigos; todos en su
grupo me miran con recelo, como si yo hubiera mandado a
golpear a Samuel. Quiero huir, sus miradas insistentes me
intimidan. Tienen todo el derecho a odiarme, pero yo
también tengo el derecho de rehuir su odio.
–¡Hola! –nos saluda Laura, una ex compañera de la
carrera– ¿Cómo están? Se ven súper lindas.
–Gracias, tú también –contesta Miranda y comienza a
hacerle la plática.
Yo asiento, pero no escucho lo que dicen, mi mente solo
puede pensar en los ríos de odio que fluyen en mi dirección.
No me había pasado por la mente que me encontraría a
algún conocido de Samuel y mucho menos a su hermano.
–Olivia, ¿vienes sola? –escucho que Laura dice mi nombre
–¿Perdón? –pregunto distraída.
–Escuché que tú y Samuel han estado saliendo. Me alegro
por ustedes. No es mi tipo, pero parece simpático.
Siento un hoyo en el estómago. Por un momento no sé qué
decir, olvido mi propio idioma y no puedo hilar una
respuesta coherente. Miranda me ve sin saber cómo
ayudarme.
–No, para nada –contestó casi en un chillido–, quién sabe
de dónde salió ese rumor.
–Alguien lo inventó, pero es solo un chisme sin
fundamentos –interviene Miranda.
–Oh, lo siento, creí que era verdad. Lástima, harían una
bonita pareja –dice Laura.
Su comentario me duele, yo también creo que haríamos
una bonita pareja, pero eso jamás sucederá.
–Ni creas, Olivia trae detrás a un galán de verdad, Samuel
no le llega ni a los talones –interviene Miranda.
–Ah, ¿sí? ¿Quién es? –pregunta Laura.
–¡Un tipo divino! Está para morirse, guapo, alto, buen gusto
para vestir... lo tiene todo –exclama Miranda.
La miro con ojos de súplica para que pare, pero ella me
ignora.
–Vaya, pues suena bien, y... ¿dónde está este hombre de
ensueño? –pregunta Laura incrédula.
–No pudo venir, tenía planes, pero está para morirse. Es
algo mayor que nosotras, pero es sexi de veras.
–No es para tanto –intervengo esperando que Miranda se
calle de una vez por todas.
–Vámonos antes de que papi nos encañone –dice Martín,
quien viene caminando hacía mí con dos amigos.
Los tres me miran con desprecio, como si yo fuera una
criatura desagradable a la vista. Miranda entiende la
alusión y se dispone a contestar, pero yo la detengo
tomándola del brazo.
–Solo ignóralos –le susurro.
Ella me mira con ojos de asesina como diciendo “¿en
verdad no harás nada?”, pero yo no deseo hacer el
problema más grande.
–¿Te vas a quedar callada? –me pregunta sorprendida.
–Prefiero no hacer una escena –le respondo como si no
me importara, aunque en realidad tengo ganas de salir
corriendo de aquí de lo incómoda que estoy.
–Eso fue lo que pensé, no eres tan valiente cuando tu papi
no está aquí para ayudarte –dice Martín claramente
enojado.
–¡Piérdete! Puede que su papá no esté aquí para
defenderla, pero yo sí y te estás metiendo con las chicas
equivocadas –le responde Miranda desafiante.
–Mi hermano tuvo que recibir puntadas en la frente
después de lo que su psicópata padre le hizo –dice Martín
entre dientes.
–Lamento mucho lo que sucedió, me siento terrible con
Sam. Por favor, dile que lo siento... –le pido mortificada.
–Tus disculpan no significan nada. Me voy a encargar de
que pagues por lo que le hicieron a mi hermano...
–¿Por qué no te largas de una vez? Déjanos en paz –me
defiende Miranda.
Mi amiga da un paso adelante para ponerse entre Martín y
yo. Levanta la cara en actitud desafiante para demostrarle
que no se siente intimidada. Me siento muy agradecida de
tener una amiga como ella. Martín da otro paso para
adelante, como si estuviera listo para un enfrentamiento
físico. Por un momento temo que vaya a agredir a Miranda,
pero uno de sus amigos lo toma del hombro para
detenerlo.
–Tranquilo, no vayas a cometer una imprudencia. Mejor
vámonos –le susurra.
Martín acepta de mala gana y se alejan de nosotras, no sin
antes fulminarnos con sus miradas.
–¿Qué fue todo eso? ¿Me perdí de algo? –pregunta Laura.
–¡No! De nada –contesto con más énfasis del que
ameritaba.
Erick, el novio de Laura, y dueño de la casa en donde
estamos, se acerca con cara de pocos amigos.
–Tal vez es mejor que te vayas, Olivia, no te quiero en mi
casa –me dice de mal modo.
–¿Qué te pasa? No le hables así a mi amiga –reclama
Laura, indignada.
–Ella sabe por qué lo digo. Olivia, no quiero gente como tú
en mi casa. Vete –me ordena con el ceño fruncido.
Quiero que me trague la tierra y, por la expresión en el
rostro de Miranda, sé que ella quiere lo mismo.
–Tranquilo, Erick, esto es un mal entendido –justifica mi
amiga.
–No lo es, para mí todo está muy claro: vete en este
momento o te saco arrastrando de mi casa –me amenaza.
La gente que está a nuestro alrededor voltea para ver qué
está sucediendo. La mayoría son antiguos compañeros de
la escuela, pero nadie dice nada en mi defensa. Solo se
limitan a murmurar entre ellos. Jamás me he sentido más
humillada en mi vida.
–¡Esto es absurdo! Conoces a Olivia, sabes cómo es –
exclama Miranda, molesta.
–¿Qué está pasando? ¿De qué hablan? –pregunta Laura
tratando de entender lo que sucede.
Erick me toma del brazo y comienza a llevarme hacia la
puerta de salida, su agarre me está lastimando.
–¡Sí, saquen a esa perra! –grita alguien entre la gente.
–Está bien, me voy, no tienes que hacer esto –digo con
ganas de desaparecer.
Erick me suelta. Al girarme, veo que Miranda está justo
detrás de nosotros.
–¿Qué te pasa, Erick? –pregunta Miranda cada vez más
molesta.
–Que quiero que Olivia se largue de mi casa en este
momento, eso me pasa –contesta Erick furioso.
Miranda va a reclamar, pero le hago una seña para que
guarde silencio.
–Está bien, ya me voy –digo sintiéndome diminuta.
–Voy contigo –ofrece Miranda, pero sé que lo que
realmente desea es quedarse, en la fiesta está un chico que
le encanta y sé que tenía muchas ganas de estar con él.
–No, quédate. No tiene caso que tú te vayas. Yo estaré
bien, lo prometo.
Miranda hace puchero, intenta fingir que le pesa quedarse,
pero no lo logra. Por dentro está aliviada de poder
quedarse, la conozco bien.
–De acuerdo, si no te molesta, me quedo –dice con una
sonrisa de alivio.
–Olivia, no vuelvas a acercarte a mi casa, no eres
bienvenida aquí –me advierte Erick mientras salgo.
Muchos pares de ojos me siguen a la salida. Hace mucho
frío afuera, pero casi no lo siento, la humillación me da
calor. Hago mi mejor esfuerzo para contener mis lágrimas,
no quiero soltarme a llorar a media calle, pero es difícil
contenerme dado que acabo de perder a todo mi círculo
social. Ni siquiera los culpo, es entendible que tengan
miedo después de lo que sucedió ayer. Nunca volveré a
salir en una cita, dudo mucho que haya algún valiente que
se atreva a invitarme a salir ahora que el rumor sobre lo que
hizo mi padre se ha esparcido.
Miro alrededor en busca de Ivan, pero en su lugar encuentro
a alguien más.
–¿Te vas tan pronto? –me pregunta el Intruso Guapo.
Está recargado sobre un BMW M8 Coupé azul mientras
fuma un cigarrillo.
–¿Qué haces aquí? –pregunto sorprendida.
–Ivan tenía otras cosas que hacer, así que me ofrecí para
cubrirlo –responde.
¿De qué está hablando? En todos los años que Ivan a
trabajado para nosotros jamás se ha ausentado a la mitad
del trabajo por ningún motivo. Yo sé que él sería incapaz de
hacer esto, el Intruso Guapo claramente está mintiendo.
–¿Qué cosas? –pregunto con suspicacia.
Genial, después de lo que acaba de suceder lo único que
quiero es irme a casa, no tengo ganas de lidiar con este
extraño pretensioso.
–¿Quieres que te lleve a tu casa o no? Aunque es un poco
temprano si me lo preguntas –dice haciendo una mueca.
–No te estoy preguntando tu opinión. Quiero irme a casa,
me duele la cabeza –miento.
–Entonces vámonos –me dice y en ese momento abre la
puerta del lado del pasajero para mí.
Me subo al auto renuente. Lo primero que noto es el olor a
nuevo. Me encanta el aroma de los autos nuevos. El Intruso
Guapo rodea el auto y se sube en el asiento del conductor.
–¿Te divertiste? –me pregunta mientras nos ponemos en
marcha.
–Sí –miento.
–No parece que te hayas divertido, de hecho te ves
alterada.
–Ivan normalmente guarda silencio durante los recorridos,
deberías hacer lo mismo –le respondo groseramente.
El Intruso Guapo suelta una carcajada sin dejar que mi
rudeza lo haga sentir mal. Sé que no es su culpa que me
hayan corrido de la fiesta, pero me es inevitable sentirme
irritada. Lo miro de reojo, Miranda tiene razón, es
guapísimo. Por alguna extraña razón, eso me irrita aún
más.
Cuando llegamos a mi casa, él se baja del coche y abre la
puerta para mí. Caminamos hacía el pórtico en silencio. Ya
me siento un poco mejor, así que me giro para agradecerle
y en ese momento siento sus labios sobre los míos. Su
beso es dulce y suave, me toma unos segundos reaccionar
y empujarlo lejos.
–¿Qué crees que estás haciendo? –le pregunto
estupefacta.
–Me dijiste que guardara silencio, pero no mencionaste
nada de besarte –me dice guiñándome un ojo.
–¡No vuelvas a hacer eso! –le grito enojada.
Lo vuelvo a empujar y me doy la media vuelta para entrar a
la casa. ¿Quién se cree que es este tipo?
Acoso en línea
Despierto sin haber logrado sacudirme el mal sabor que me
dejó lo ocurrido en la fiesta de anoche. No puedo creer que
haya sido sacada a la fuerza de una fiesta. ¡Qué humillante!
Reviso mi celular y me sorprende la cantidad de mensajes
que tengo sin leer. Uno es de Miranda preguntando si llegué
bien a casa, otro es de Laura preguntando si lo que le contó
Erick es verdad, otros son de conocidos preguntando lo
mismo que Laura y luego hay muchos de teléfonos que no
conozco y al leerlos siento que se me hiela la sangre. Los
mensajes son horribles, hay de todo: insultos, amenazas,
injurias, burlas... ¿Cómo obtuvieron mi teléfono? Borro
todos los mensajes sin leerlos y conforme lo hago, me
llegan más notificaciones de mensajes nuevos. Samuel tal
vez no fue con la policía, pero se aseguró de que todos
supieran la “clase de personas” que somos yo y mi familia.
Al cabo de un rato, apago mi celular para dejar de recibir
mensajes. Abro la laptop para escribirle a Miranda, pero mi
correo y mis redes sociales están igual de llenas de odio
que mi teléfono. Me siento como una de esas personas que
son captadas en video maltratando a un perro y la
muchedumbre de las redes se les va encima. Apago la
laptop y la escondo dentro de mi armario, como si eso
pudiera evitar que le lleguen más mensajes. ¿Cómo sucedió
esto? Esas personas que me escriben ni siquiera me
conocen, pero ya me dedican los peores insultos.
Me quedo en cama hasta que el hambre es más fuerte que
yo y me levanto para bajar por comida. Me asomo al
pasillo. La casa está en silencio, no escucho a mi mamá, ni
a las señoras del servicio, ni las voces de los intrusos en el
comedor. Es un alivio poder estar sola. Justo ahora no
quiero ver a nadie. Bajo las escaleras, entro a la cocina y
encojo la nariz, huele a cigarro, tal vez mi mamá ha estado
fumando a escondidas de nuevo... al menos podría tener la
decencia de abrir la ventana. Tomo la caja de cereal, lo
sirvo con desgana. No tengo deseos de comer, solo quiero
que pare el hambre para poder volverme a recostar sobre
mi miseria.
–¿Cómo va el dolor de cabeza? –escucho una voz detrás
de mí.
Me giro para encarar a mi acompañante. Es el Intruso
Guapo, está fumando sentado en la cabecera de la mesa de
la cocina. Las plantas de mi mamá me bloquearon la vista y
por eso no noté que estaba aquí cuando entré. Mi corazón
comienza a latir a toda velocidad, parte por el susto y parte
por la pena de estar en pijama delante de él.
–Qué te importa –contesto con rudeza, aun molesta por el
beso de anoche.
–Siéntate –me ordena señalando la silla frente a él.
El plan es regresar a mi habitación, pero mi cuerpo tiene
vida propia, lleva mi plato de cereal a la mesa y toma
asiento en donde él me indicó.¿Por qué hice eso? ¿Por qué
no me fui a mi habitación como tenía planeado? Ya es muy
tarde, ahora sería extraño pararme e irme.
–¿Cómo está tu novio? Seguro que lloró mucho de camino
a su casa esa noche –dice con mofa.
–No es mi novio y lo que le sucedió no fue gracioso. Le
tuvieron que poner puntos después de lo que le hizo mi
papá –le contesto con el ceño fruncido.
–Va a estar bien, es solo un bebé llorón.
–No, lo que pasó estuvo muy mal y te recuerdo que tú me
impediste ayudarlo –le reclamo.
–Sí, supongo que fue el morbo de ver qué tan lejos llegaría
Víctor –dice con indiferencia y le da otra calada a su
cigarro.
Miranda tiene razón, sí es muy guapo. Su nariz no parece
tan grande ahora, tal vez son sus ojos azules los que
ayudan a desviar la atención. Su cabello claro tiene
destellos dorados por el sol que entra desde la ventana; el
cabello rizado no lo hace verse desaliñado como a la
mayoría, al contrario, se ve elegante, tal vez es su traje gris
oscuro o el porte con el que lo lleva. Él se ve tan apuesto y
soy penosamente consciente de que mi pijama morada
dice “belieber” sobre mi pecho, espero que no sepa lo que
eso significa o va creer que soy retrasada. Envidio la
seguridad con la que él se maneja, parece que él vive aquí y
yo soy la visita que está invadiendo su espacio personal.
–¿Morbo? Qué cosa más horrible, se trataba del bienestar
de una persona –digo ignorando mi propia vergüenza.
–Por favor, como si al mundo le hiciera tanta falta otro
hipster con barba de leñador... entra a cualquier restaurante
vegano y te vas a encontrar diez de esos.
Muy a mí pesar se me escapa la risa. Me siento fatal y
pongo mi mano sobre mi boca para contenerme.
–Ese no es el punto –digo recuperando la seriedad.
–No, el punto es que eres demasiado bonita como para
desperdiciar tu tiempo con un perdedor como él.
Siento cómo se sonrojan mi mejillas. Cree que soy bonita.
Me ordeno mantener la calma, no puedo permitirme sentir
nada por este hombre arrogante, por más guapo que sea.
Trabaja para mi papá, fijarme en él solo me va a traer
problemas. Debo mantenerme fría y distante.
–Tú no eres quien decide eso –declaro con voz firme.
–Eso crees tú –musita él indiferente.
Arrugo la frente, ¿qué significa eso? Voy a preguntarle, pero
en ese momento escucho que se abre la puerta principal
seguida de la voz de mi papá dando instrucciones a
alguien.
–Mañana quiero que estés presente cuando lleguen y las
recibas. Si algo sale mal será tu culpa –dice mi papá con
severidad.
–Nada saldrá mal, Víctor –responde un intruso.
–Bueno, han vuelto –dice el Intruso Guapo y se pone de
pie– Será mejor que vaya con ellos.
Antes de salir de la cocina me dedica una sonrisa
avasalladora. Pretendo ignorarlo mientras como mi cereal.
Una vez que termino, subo a mi habitación y vuelvo a
recostarme. Por insensatez, reviso la laptop y veo que el
número de correos ha crecido. Los vuelvo a borrar. Prendo
mi celular y también borro los mensajes nuevos. No hay fin.
Facebook... Instagram... no me doy a basto para borrar y
bloquear gente. Termino por cancelar mis redes, al menos
hasta que pase la tormenta es mejor mantenerme en el
anonimato. Apago el celular y lo meto al cajón de mi buró.
Una forma de distraerte
Miranda llega de visita unos días más tarde. No tengo
ganas de verla, no por ella, es solo que no quiero hablar de
la fiesta, ni explicarle por qué desaparecí del plano
cibernético. Pero nada de lo que pasó es su culpa así que la
hago pasar a mi habitación y le sonrió como si me diera
gusto tenerla ahí.
Ya sabe del acoso que he estado sufriendo en línea, al
parecer la historía de lo que mi papá hizo se difundió entre
todos nuestros conocidos, así que ya ha visto varias
publicaciones en redes al respecto. Miranda cree que todo
el asunto se olvidará en unas cuantas semanas y tiene una
propuesta para distraerme mientras eso sucede.
–La asistente de mi papá tuvo un accidente, un conductor
ebrio la atropelló anoche y se dio a la fuga. Se ha roto
ambos fémures y va a estar en reposo durante algún
tiempo.
–¡Qué tragedia! –exclamo con espanto y por un momento
me siento afortunada, mis problemas parecen pequeños a
comparación de eso.
–Para ella, para ti no tanto –responde Miranda.
–No entiendo.
–Mi papá necesita una asistente de inmediato y quién
mejor que tú –confiesa como si fuera la solución obvia.
–Es broma, ¿no? ¿Cómo voy a ser su asistente? Yo no sé
nada de automóviles –argumento, ni siquiera tengo claro
qué hace el papá de Miranda, sé que es director de una
empresa automotriz, pero los detalles se me escapan–
¿Por qué no la sustituyes tú?
–Oh, eso es lo que él quería, pero ya sabes que no me
entiendo con mi papá. Seríamos como perros y gatos.
Además, no necesitas saber nada de automóviles para
contestar el teléfono y sacar copias. Anda, no tienes planes
para regresar a la escuela pronto, te queda de lujo la
distracción y a mí me quitas el engorro de pasar tiempo
padre e hija. Anda. Empiezas el lunes.
–La idea de dejar la escuela un rato era para poder estar
con mis papás… –le recuerdo.
–Liv, basta –Miranda deja de sonreír y se endereza, como
si fuera a pronunciar un discurso ante el Congreso–.
Entiendo a la perfección que lo que le sucedió a tu hermano
fue una tragedia y sabes que tienes todo mi apoyo en lo
que decidas, pero sé sincera, estás en tu casa, pero nunca
con tus padres ¿De qué les sirve tenerte aquí encerrada en
tu habitación? Llevas meses así y no es sano. Después de
lo que pasó con Samuel es obvio que no vas a querer
regresar a la escuela pronto, pero necesitas hacer algo para
distraerte. Esto solo va a durar unas semanas... a lo mucho
un par de meses, tiempo perfecto para que se calmen las
aguas y tú te inscribas el semestre que viene.
Miranda tiene razón. Dejar la escuela no ha servido de
nada, el dolor de todos sigue ahí y yo solo me he atrasado
en mis estudios. Tal vez ganar un poco de experiencia
laboral no es tan mala idea.
–Debo hablar con mis padres.
–Por favor, Olivia, ¿en qué planeta es normal pedirles
permiso a tus padres para trabajar a tus 20 años?
–No es pedirles permiso... después de lo de Nico se
pusieron todavía más raros y tal vez no les encante la idea
de que pase tantas horas al día fuera de casa, ese fue el
principal problema con la escuela, ¿recuerdas?
–Sí te entiendo, pero no puedes vivir encerrada en casa por
siempre para que ellos se sientan tranquilos.
–Realmente no lo entiendes –le digo.
Lo considero un momento y entre más le doy vueltas, más
me agrada la idea: Salir de casa, ver gente diferente que
nada sabe de lo sucedido con Samuel y olvidarme de todo
un rato.
–Liv, no te voy a mentir, esto de tu padre ha sido realmente
malo para tu reputación, la gente está diciendo las cosas
más locas... necesitas un cambio de aires. Esta es la
oportunidad perfecta.
–Espera, ¿a qué te refieres? ¿qué están diciendo de mí?
–No debes darle importancia... es un rumor loco de que tu
papá es un jefe de la mafia... ¡es ridículo! El problema es
que hay gente que lo está creyendo...
–¡¿Qué?! ¡Eso es terrible! –chillo indignada–. Mi papá
perdió la cabeza un minuto, eso no lo hace un mafioso.
Siento un hoyo en el estómago. Es absurdo, mi papá puede
tener un mal temperamento, pero es un hombre honesto.
Desafortunadamente, no es la primera vez que escucho
esta acusación ridícula; en el funeral de mi hermano, un
primo tuvo la audacia de decir que Nico había sido
asesinado por los negocios turbios de mi papá. Mi tío Gus
sacó a ese primo a patadas del funeral y no lo hemos
vuelto a ver desde entonces. Nunca le conté a Miranda
sobre ese incidente, parecía una bobería en ese momento, y
ahora tampoco le diré nada. Solo porque otra gente esté
repitiendo esa absurda teoría no la hace verdad.
–Ya te dije que en unos días nadie lo va a recordar, solo
creo que sería bueno que te distrajeras mientras esto se
olvida –dice Miranda.
–Sí, tal vez sea lo mejor –contesto.
–Ve ahora mismo a hablar con tu padre que el mío necesita
una respuesta de inmediato.
Miranda me empuja fuera de la habitación y se echa sobre
mi cama a revisar su celular. La miro desde afuera con
recelo, para ella todo es fácil.
Bajo las escaleras sintiendo que tengo 10 años. Esto no
debería ser tan complicado, soy un adulto, si quiero
trabajar, lo hago, punto. Pero mi vida no funciona así, yo no
tomo decisiones sin considerar lo que piensan mis padres.
Odio que así sea, pero es la realidad.
Mi padre está en su oficina, lo escucho hablar por teléfono.
Me paro frente a la puerta y repaso mentalmente lo que
quiero decir, las palabras exactas para que no pueda poner
peros. Mi padre me debe esto, después de todo, mi
situación de paria social es principalmente su culpa.
Voy a tocar la puerta, pero me la pienso mejor y doy la
media vuelta para regresar cobardemente a mi habitación.
Al girar, mi hombro choca con un objeto sólido.
–Cuidado –me dice el Intruso Guapo.
–Lo siento –respondo avergonzada.
–¿Quieres hablar con tu padre? –me pregunta mientras me
toma por los lados para asegurarse de que no vaya a perder
el equilibrio.
–No, digo… sí, bueno parece ocupado, puedo regresar
después.
–No está tan ocupado, pero si prefieres, puedes hablar
conmigo –me dice con una discreta sonrisa en los labios.
Luego toma un mechón de mi cabello y lo acomoda detrás
de mi oido con un movimiento suave. Sus dedos rozan mi
mejilla y el contacto me hace estremecer.
Trago saliva dolorosamente consciente de lo cerca que
estamos uno del otro. A esta distancia puedo oler su loción,
es fresca y hace que mis piernas tiemblen de deseo. Me
pregunto qué se sentirá estar entre sus brazos...
Sacudo la cabeza. ¡¿Qué está mal conmigo?! ¿Por qué
estoy oliendo a este extraño?
–No necesito intermediarios. Gracias –respondo dando un
paso hacia atrás.
–Tal vez puedo ayudarte –ofrece el Intruso Guapo dando
un paso adelante que acorta la distancia entre nosotros.
–No puedes –me hago un lado para esquivarlo y me
encamino a las escaleras, pero él me toma del brazo y me
detiene.
–Aún no he terminado de hablar contigo –dice jalándome
hacía él.
Intento zafarme, pero él cierra más su mano sobre mi
brazo.
–¡Suéltame en este momento! –le ordeno.
–Te dejo ir cuando me digas qué es lo que necesitas –
responde con calma, como si no estuviera reteniendo a la
hija de su jefe contra su voluntad.
–No tengo nada que decirte. Es un asunto privado que no te
concierne –le respondo.
Parece divertido. Su mirada me pone los nervios de punta.
Quiero irme, pero aún me tiene agarrada y no da señales de
querer soltarme pronto. No entiendo qué gana con
presionarme. Muevo los brazos para que me suelte.
–Todo lo que tenga que ver contigo me concierne, muñeca
–me dice con una sonrisa pícara.
–Deja de llamarme muñeca, mi nombre es Olivia –le
respondo irritada.
–Lo sé, pero me recuerdas a una muñeca con esos
hermosos y enormes ojos tuyos y tu piel de porcelana –me
explica sin dejar de sonreír.
Mi pulso se acelera y siento que mis mejillas están
ardiendo. Espero que no lo note. Es tan absurdo, el Intruso
Guapo me dice que tengo ojos hermosos y me quedo sin
palabras. Nos miramos en silencio. Él también tiene ojos
hermosos, aunque los suyos no son dulces como los de
una muñeca, sino feroces como si fuera un depredador
listo para atacar.
–Por favor, suéltame –le pido finalmente.
Él hace lo que le digo.
–Ven, háblame de este asunto privado.
Pone su mano en mi espalda y me guía a la cocina. Entra
después de mí. La cena ya se está preparando, el olor a
estofado inunda la habitación. Hago una mueca, odio el
estofado. La cocinera lo sabe y no le importa. A veces creo
que lo prepara seguido solo para molestarme. No nos
caemos bien, lleva diez años trabajando aquí y nunca nos
hemos caído bien. Ella cree que soy quisquillosa con la
comida y a mí su cara sudorosa se me hace la manera más
efectiva de arruinarme el apetito.
–Déjenos solos –ordena el Intruso Guapo a la cocinera y a
su asistente.
La cocinera nos mira desairada. Se queda quieta en su
lugar para que nos quede claro que no va a moverse, esta
es SU cocina y no obedece órdenes de nadie.
El Intruso Guapo se gira hacia la asistente con
exasperación.
–¿Es sorda? –le pregunta refiriéndose a la cocinera.
Me cuesta trabajo contener la risa.
–No lo soy –contesta la aludida.
–Entonces, ¿qué esperas para salir? Te di una orden –
declara el Intruso Guapo con un tono de voz firme que no
deja espacio para retos. Esta es la cocina del intruso ahora.
La cocinera duda unos segundos antes de hacerle la señal
a su asistente para que salgan. Nunca había visto que
alguien pudiera amedrentarla así y lo sumo a la lista de
cosas que encuentro fascinantes acerca del Intruso
Guapo.
Ya solos, tomamos asiento en la mesa de la cocina, en los
mismos lugares que ayer.
–Comienza a hablar –me indica tranquilamente.
Resoplo resignada. Contarle es una pérdida de tiempo, pero
por alguna razón no quiero negarme.
–Atropellaron a la asistente del padre de Miranda, mi
amiga, y necesita a alguien que la sustituya. Pensaron en
mí, Miranda cree que es una buena idea y la verdad tengo
ganas de hacerlo. Es solo que…
–No crees que a tu padre le encante la idea de que su hija
trabaje de secretaria –concluye por mí.
–Asistente –lo corrijo.
–Claro –dice con indiferencia –¿Necesitas dinero para un
algo que te avergüenza pedir?
–¿Qué? No, claro que no. No es por dinero… es algo que
quiero hacer, no lo entenderías. Es muy tarde para que me
inscriba a la escuela y me pareció una buena oportunidad
para ganar experiencia laboral –le explico.
El Intruso Guapo arruga su frente, como si mi explicación
no tuviera sentido. Golpetea sus dedos contra la mesa
rítmicamente. Está distraído y ya no me mira. Después de
un rato, dice:
–Bueno, no vas a necesitar mucha experiencia laboral para
ser mi esposa, pero supongo que sí es algo que realmente
quieres hacer, no veo por qué no, al menos hasta que nos
casemos. Yo me encargo de tu padre, tú despreocúpate de
eso –contesta el Intruso Guapo con una expresión seria.
Lo miro esperando a que se ría o dé alguna muestra de que
está bromeado, pero su expresión seria no cambia.
Después de un rato, se me escapa una risa nerviosa.
–¿Qué acabas de decir? –pregunto incrédula, dándole una
oportunidad de aclarar su extraño comentario.
–Que me parece bien que trabajes, por ahora.
–Por ahora... ¿mientras nos casamos? –le pregunto con las
cejas enarcadas.
–Sí, exacto –me responde aún sin reírse.
–¿Estás ebrio? ¿Te golpeaste la cabeza al nacer? –le
pregunto mirando a mi alrededor esperando encontrar una
cámara oculta o algo que indique que esto es una broma.
–No y no –responde encogiéndose de hombros.
–Vaya... pues... mucha suerte en tu vida –digo antes de
levantarme de mi asiento.
Comienzo a caminar lentamente fuera de la cocina, aún
espero que me grite “¡Hey! Espera, estaba bromeando”,
pero eso no sucede.
Subo a mi habitación y le cuento a Miranda mi extraña
plática con el intruso. Ella está tan confundida como yo. En
ese momento alguien llama a la puerta, es mi mamá.
–Liv, no me dijiste que conseguiste un trabajo, ¿cuándo
sucedió esto? –me pregunta con las manos recargadas
sobre sus caderas.
Miranda y yo la miramos estupefactas.
–¿Era un secreto? –vuelve a preguntar mi mamá y luego
comienza a parlotear de forma incesante–. En verdad me
siento un poco dolida de que no me hayas contado sobre
esto, parece muy repentino. Pero Víctor dice que es lo
mejor y me alegro por ti. Tal vez sí te forzamos a pasar
mucho tiempo en la casa. Personalmente preferiría que
regresaras a estudiar, pero supongo que trabajar también
está bien. ¿Cuándo empiezas?
La miro boquiabierta ¿Cómo es que sabe de esto? Y, ¿mi
padre está de acuerdo?
–El lunes, señora Ricci –responde Miranda por mí.
–Vaya, qué pronto. ¿Ya sabes qué te vas a poner?
–De hecho, estábamos justo hablando de eso y concluimos
que necesitamos ir de compras, señora Ricci –vuelve a
contestar Miranda en mi lugar.
–Claro, pues... diviértanse chicas –dice mi mamá antes de
salir.
–¿Crees que haya sido el Intruso Guapo? –le pregunto en
cuanto estamos solas.
–Pues, ¿quién más? ¡Esto es genial! Digo, supongo que eso
significa que vas a tenerte que casar con él en
agradecimiento, pero... –bromea Miranda antes de soltar
una carcajada–. Olvídalo, Liv, ¡qué importa! El punto es que
podrás hacer lo que quieres.
Asiento algo renuente. No entiendo cómo es que el Intruso
Guapo logró esto, pero supongo que Miranda tiene razón, lo
importante es que obtuve lo que quería.
Le pedimos a Iván que nos lleve al centro comercial y
pasamos la tarde mirando tiendas y probándonos ropa. Una
vez que hemos comprado más de lo que podemos cargar,
hacemos una parada en un café.
–Te has perdido de un montón de cosas estando
desconectada –me dice Miranda antes de darle un sorbo a
su latte.
–En verdad extraño mi celular, apenas y lo he prendido
desde esa noche –le confieso.
Miranda me muestra los eventos más relevantes de los
últimos días, los cuales capturó en su carrete para poder
enseñármelos más tarde. La estoy pasando tan bien que
casi no me percato de que la gente en la mesa de junto
está hablando de mí. Casi, pero una de las mujeres me mira
con demasiada insistencia para no notarlo. Ellos me ven de
arriba a abajo y murmuran. Veo que uno de ellos me toma
una foto con su teléfono con mucha discreción. No sé
quiénes son, solo sé que la tormenta aún no ha pasado.
Samuel debe tener más amigos de lo que imaginé.
Me levanto y le digo a Miranda, quien no se ha dado cuenta
de lo que sucede, que deseo irme porque tengo dolor de
cabeza. Ella acepta de buena gana y caminamos a la salida
con nuestras bolsas llenas de ropa nueva.
La orquídea amarilla
Esta mañana de domingo se siente diferente a las demás,
es el día previo a que inicie mi nuevo trabajo y eso me tiene
muy emocionada. Salgo a andar en bicicleta por el parque
que está frente a mi casa como acostumbro a hacer todos
los domingos. Andar en mi bicicleta rosa con amarillo es mi
parte favorita del fin de semana, es de los pocos momentos
en lo que salgo de casa sin que mis padres insistan en que
Ivan me acompañe. Aquí me siento realmente libre.
Después de dar varias vueltas, me detengo frente a mi lugar
favorito de smoothies llamado Dextomanía que está al otro
lado del parque. Hacer una parada aquí también es parte de
mi rutina de los domingos, amo los smoothies de plátano
con fresa que preparan en este lugar.
El estacionamiento de bicicletas frente al restaurante ya
está lleno, así que busco lugar detrás del local, en donde
mucha gente estaciona sus bicicletas cuando no hay lugar
enfrente. Ya hay varias bicicletas encadenadas a la tubería
del agua, coloco la mía junto a una bicicleta naranja con
gris y doy la vuelta para entrar al lugar.
La fila es enorme. Leo el pizarrón con las especialidades, a
pesar de que sé perfectamente lo que voy a pedir. Cuando
finalmente tengo mi smoothie, salgo a sentarme en una
banca cercana para ver a la gente pasar. Hay mucha gente
paseando a sus perros, corriendo y también muchas
familias pasando su domingo juntos. Los veo con un poco
de envidia, mis padres jamás se dieron el tiempo de
llevarnos al parque a mi hermano y a mí cuando éramos
pequeños. Mi papá siempre estaba trabajando y mi mamá
siempre estaba alegando sufrir dolores de cabeza y
tomando píldoras para dormir. Me hago una promesa a mí
misma: si alguna vez tengo hijos, seré la clase de mamá
que los lleve al parque a jugar.
Una vez que acabo mi smoothie regreso a recoger mi
bicicleta y, al dar la vuelta al local, me paralizo, ¡Está
arruinada! El asiento está roto, alguien arrancó el manubrio
y destrozó ambas llantas con un cuchillo, además de que
escribió la palabra “perra” con pintura negra en un costado.
Sé que es personal porque las bicicletas de junto están en
perfectas condiciones. El acoso en línea ya se volvió real.
Doy unos pasos para atrás e intento contener las lágrimas.
¿Qué está mal con la gente?
De pronto, me siento extremadamente vulnerable, así que
me echo a correr de regreso a casa tan rápido como puedo.
Dejo lo que solía ser mi bicicleta atrás, odiaría tener que
cargar las piezas por el parque y que la gente se pregunte
qué fue lo que hice para merecer eso a mi paso. Se me
escapan algunas lágrimas, así que las limpio con un
movimiento rápido y sigo corriendo tan rápido como me lo
permiten mis piernas. Ya lloraré cuando esté sola, pero no
aquí afuera en donde quien sea que me hizo esto puede
verme y regocijarse con mi tristeza.
No me detengo hasta llegar al pórtico de mi casa y aún ahí
no me siento totalmente segura. Miro constantemente
sobre mi hombro para ver si alguien me siguió a casa, pero
solo veo gente normal caminando sin prestarme atención.
Respiro profundamente antes de entrar, debo estar
tranquila antes de ver a mis padres, no quiero contarles
nada de lo que está sucediendo y que hagan el problema
más grande. Entro discretamente, escucho a mi mamá en
la cocina y de pronto mi padre grita desde el comedor:
–¿Ya podemos desayunar? Tengo hambre.
–Debemos esperar a que regrese Olivia –le contesta mi
mamá con tono de fastidio.
Ahora que sé dónde están exactamente ambos, subo a mi
habitación lo más rápido posible. Me deslizo contra la
puerta una vez que estoy sola. Sigo bastante alterada por lo
que sucedió. Me toma unos minutos sacar fuerzas para
levantarme y bajar a desayunar con mis padres como si
nada hubiera ocurrido. A pesar de que logro fingir que no
me pasa nada, por dentro no dejo de preguntarme cuánto
más van a durar las represalias por lo que le pasó a Sam.
******
Al día siguiente no necesito ni despertador, estoy muy
entusiasmada. Ivan me lleva al lujoso edificio de cristal en
el que se encuentra Tropic Motors, la empresa en la que
voy a trabajar. Entro a la recepción, explico quién soy y qué
hago aquí, las recepcionistas, muy amables, me indican que
debo ir al piso 15. Subo en un elevador atestado, veo las
caras de todos, ahora son como los intrusos, completos
desconocidos, pero sé que con el tiempo conoceré los
nombres de todos. Miranda me pidió estar atenta por si
había algún prospecto guapo, pero no veo ningún posible
candidato. Al llegar al piso 15 varios descienden con prisa,
todos parecen saber exactamente lo que hacen y a donde
van, todos menos yo. Me acerco a una segunda recepción
al fondo y vuelvo a explicar quién soy y qué hago aquí. La
recepcionista me lleva hasta mi escritorio.
–Bienvenida a Tropic Motos, Olivia –me dice con una
sonrisa–, en un momento traeré tu tarjeta de identificación.
Mi nombre es Nancy, si necesitas cualquier cosa mi
extensión es la 2145.
Le agradezco y tomo asiento en mi lugar. La oficina del
padre de Miranda, David Torres, se encuentra a mis
espaldas. La puerta de cristal biselado está cerrada. Mi
computadora ya está encendida, veo que ya tengo una
cuenta de correo y varias tareas asignadas, me sorprende
la eficiencia con la que se maneja este lugar.
La mañana transcurre de prisa entre una tarea y otra, solo vi
al padre de Miranda un par de veces, es amable; de hecho,
todos son amables. Dos asistentes de otra área me invitan
a almorzar con ellas. Son simpáticas, me llevan solo
algunos años y entraron a trabajar aquí cuando tenían mi
edad. Me dan muchos consejos sobre cómo adaptarme al
ritmo de trabajo y me dan más detalles sobre la anterior
ocupante de mi puesto. Me siento contenta de estar con
gente que no sabe nada de mí, ni del incidente con Sam, es
como empezar de cero en una nueva vida. Al regresar a mi
escritorio, encuentro una orquídea amarilla con una nota
pegada. Me sonrojo, no tanto por creer que tengo un
admirador secreto, lo cual dudo porque solo llevo unas
horas aquí, sino por la latente posibilidad de que el
mensajero se haya equivocado y haya puesto la orquídea
en mi lugar por error. Tan solo pensar en la escena de tener
que aclararlo me da vergüenza. Abro la nota sintiendo que
estoy violando la privacidad de alguien.
“Espero que estés disfrutando tu primer día,
muñeca. Estéfano.”
¡Vaya! La orquídea sí es para mí. Así que el nombre
del Intruso Guapo es Estéfano... es bueno saberlo. Arrugo la
frente y resoplo sintiendo cómo empiezo a sonrojarme.
¿Cómo supo que las orquídeas son mi flor favorita?
Pongo la flor a un lado y durante el resto del día sonrío cada
vez que la veo. Tal vez tiene un sentido del humor extraño,
con esa broma de que nos vamos a casar, pero la orquídea
fue un detalle lindo de su parte. Comienzo a pensar en
formas para agradecerle, pero inmediatamente desisto.
Debo alejarme de él. Por más guapo que sea y lo mucho
que me atrae, trabaja para mí papá y me puedo meter en
serios problemas. Mi papá ni siquiera tolera que hable con
los intrusos, si me enredo con uno de ellos va a perder la
cabeza. Lo que le hizo a Sam va a ser nada comparado con
lo que le hará a Estéfano si salgo con él. Es demasiado
arriesgado.
Huir de él
Terminó mi primera semana de trabajo. Ya es viernes y,
para mi sorpresa, he sido una empleada altamente
eficiente. Casi no he cometido errores y me he divertido
mucho, aún los días lentos son entretenidos porque
Miranda me hace compañía por teléfono.
No he visto a Estéfano en toda la semana, no sé si ha
estado en mi casa o no, parte de mí se siente
decepcionada, pero sé que es lo mejor. Debo mantenerme
lo más alejada posible de él. Aun si constantemente estoy
esperando encontrármelo.
Como aún no confío en tener encendido mi teléfono, le
escribo a Miranda desde el correo de la oficina para saber
si tiene planes. Me responde una hora después diciendo
que quiere que vayamos a un bar que se inauguró hace
algunas semanas. La idea de tomar shots y coquetear con
extraños suena excelente. Sobre todo porque solo iremos
nosotras dos, ni Laura, ni Erick, ni Samuel ni nadie que me
tenga miedo, odio o ambas.
*****
El bar está atestado, nos colocamos cerca de la barra y
Miranda pretende usar sus encantos para llamar la
atención del bartender para que nos sirva de beber. No es
que mi amiga no sea muy guapa, es que la cantidad de
gente es excesiva y no logra conseguirnos ni una cerveza.
Tengo calor y la música no es de lo mejor, aún así me
conforta ver que no conozco a nadie a mi alrededor y que
ellos no me conocen a mí.
–Creo que es sordo, literal me hace cero caso –se queja
Miranda entre empujones.
–Seguro sí, intenta más tarde –le sugiero.
–¿Intentar qué?
Reconocer su voz lanza un escalofrío por mi espalda. Me
giro para encarar al Intruso Guapo que está casi pegado a
mí. Miranda lo ve y sonríe.
–Conseguir algo de tomar, el bartender es un grosero y no
se digna ni a mirarme –le explica haciendo puchero.
–Vengan a mí mesa, tengo mi propio mesero –nos invita.
–¿Conseguiste mesa y mesero personal? Qué injusto, a
nosotras hasta ID nos pidieron al entrar, ¿cómo le hiciste? –
pregunta Miranda ofendida de que alguien reciba mejor
trato que ella.
–¿Quieren o no? –pregunta él con impaciencia.
–¡Sí! –responde Miranda con entusiasmo, lista para ser VIP
como le encanta.
–¿Me estás siguiendo? –le pregunto sorprendida.
Estéfano se ríe.
–¿Es tu bar? ¿Como por qué sabría que ibas a estar aquí? –
se burla.
–Liv, ¿qué importa? Tiene mesa, vamos –interviene
Miranda fulminándome con la mirada.
–No –respondo firme.
Estoy molesta, molesta de lo mucho que me atrae a pesar
de que es tan arrogante, pero sobre todo, molesta de que
por más que me guste no puedo estar con él.
–¿Prefieres quedarte aquí a que te ignoren y te empujen? –
me pregunta incrédulo.
–Sí, gracias –le respondo de forma brusca.
–¿Es real? Liv, vamos –insiste Miranda y yo niego con la
cabeza.
–Ni siquiera sabemos con quién está –le digo y le lanzo
una Mirada de pistola para que deje de insistir.
Si me quedo cerca de Estéfano no puedo estar segura de
no caer presa de sus encantos, debo guardar la distancia.
–Estoy con el dueño del bar, vengan. Les prometo que se
van a divertir –nos dice.
Miranda alza las cejas entusiasmada, me suplica con la
mirada que vayamos. Lo siento, Mir, estoy decidida.
–Creí que te habías perdido –dice un hombre y le pone la
mano sobre el hombro a Estéfano de forma amistosa.
–Me encontré a alguien y me distraje –responde Estéfano
señalándonos.
–Hola, mucho gusto, soy Diego –nos saluda y nos recorre
el cuerpo con mirada lujuriosa.
Probablemente es el dueño del bar. Es más bajo que
Estéfano y le saca varios kilos; aun así, tiene facciones
lindas y veo como a Miranda le brillan los ojos. ¡Genial!
Ahora sí será imposible convencerla de irnos.
–Hola, soy Miranda –saluda a Diego con voz sensual.
Diego sonríe complacido. Miranda es realmente bella.
–Voy al baño –digo y me escabullo entre la gente.
Ellos tres se quedan conversando. En lugar de ir al baño,
salgo a la terraza de fumadores, si al Intruso Guapo se le
ocurre seguirme, no va a encontrarme. Me recargo contra
una pared y repaso mentalmente lo que acaba de suceder.
Qué suerte la mía de encontrármelo aquí.
–¿Ya viste quién es? –dice un fumador totalmente ebrio en
un grupo cerca de donde estoy.
Los miro al mismo tiempo que ellos a mí. Los chicos del
grupo sonríen burlones. Me pongo derecha y camino de
regreso hacia la entrada del bar.
–Oye, no te vayas, eres la chica del padre loco que golpeo a
su novio, ¿cierto? ¿Nos va a amenazar? –me grita el mismo
tipo.
Hay una pareja peleándose en la entrada y un guardia de
seguridad queriendo contenerlos. No puedo rodearlos para
entrar al bar, miro sobre mi hombro y veo que el fumador
ebrio está caminando hacia mí. A un costado de la puerta,
termina la barandilla que rodea la terraza y uno puede salir
a la calle dando un pequeño brinco. Dado que no puedo
entrar y cada vez más gente voltea a mirarme mientras el
ebrio sigue dirigiéndose a mí, me escabullo y salgo a la
calle.
–¿A dónde vas? –pregunta él y sale detrás de mí.
–¡Déjame en paz! –le grito mientras me alejo a prisa.
Camino un poco más rápido para dejar atrás a la gente, mis
pies me están matando con estos tacones, pero no quiero
dejar que ese chico ebrio se me acerque. Doy vuelta en una
calle y me detengo en seco al ver que es un callejón sin
salida. Voy a regresar a la calle principal que está mejor
iluminada, pero el chico ebrio ya está aquí y me bloquea el
paso.
–Oye, ¿por qué te vas? Creo que el asustado debería ser yo,
¿no? –balbucea y se acerca más a mí–. Lo que hizo tu
padre fue terrible y tú no hiciste nada para ayudar a tu
novio.
–Déjame pasar –lo empujo, pero no logro alejarlo mucho.
Está ebrio, pero es robusto.
–Vamos, solo quiero hablar... y tal vez enseñarte una
lección, perra.
El chico me avienta contra la pared y pone sus brazos a mis
costados para impedir que me mueva. Apesta a alcohol y a
cigarro. Su cercanía me hace sentir asco, pero
principalmente me siento aterrorizada. Fue una estupidez
salirme del bar, le hubiera pedido ayuda al guardia de
seguridad.
–Déjame ir –le pido casi sin voz.
Lo empujo de nuevo, pero él ni se inmuta. El chico ebrio se
pega más a mí y me toma por la cintura. Sus manos me
estrujan, me está haciendo daño. La garganta se me cierra.
Sobre su hombro veo a Estéfano que viene corriendo, lo
toma por la espalda y lo tira al suelo. En ese momento me
regresa el aire a los pulmones. A pesar de que ambos son
casi del mismo tamaño, para Estéfano es fácil dominarlo
pues el otro es básicamente puro alcohol. Estéfano se
agacha en dónde está el ebrio y le planta dos puñetazos en
la cara, al instante empieza a emanar sangre a borbotones
de su boca. Me quedo pegada a la pared. Mis ojos se llenan
de lágrimas de alivio de que alguien me haya ayudado. El
ebrio pierde el conocimiento y Estéfano se incorpora para
voltear a verme.
–¿Estás bien? ¿Te lastimó? –me pregunta preocupado.
Niego con la cabeza y me limpio las lágrimas. Estéfano se
quita el saco y me lo pone encima de los hombros. No me
había dado cuenta del frío que hace y yo llevo un vestido
diminuto. Él me rodea con sus brazos y yo hundo la cabeza
en su pecho. A diferencia del tipo inconsciente a nuestras
espaldas, Estéfano huele muy bien. Su mano izquierda
recorre mi espalda de arriba abajo para confortarme. Ya
pasó el susto, mi respiración se normaliza y dejo de llorar.
–¿Quieres que te lleve a tu casa? –me pregunta en cuanto
me separo de su cuerpo.
–Sí, pero Miranda...
–Tranquila, está bastante entretenida, ni va a notar que te
fuiste.
Sonrío porque sé que es verdad. Sé cómo es ella cuando
está frente a un posible galán. Caminamos de regreso al
bar y él le hace una seña al valet parking. Esperamos unos
minutos hasta que llega con el BMW azul. Estéfano abre la
puerta del copiloto para mí, luego da la vuelta y toma
asiento en el lugar del conductor. Pone el auto en marcha.
–Olivia, ¿qué hacías sola en la calle? –me pregunta en
cuanto avanzamos.
Hago una mueca, cómo explicarle que estaba huyendo de
él porque no puedo resistir el magnetismo que tiene sobre
mí.
–Necesitaba aire –miento.
–La próxima vez que necesites aire me avisas y te
acompaño, ¿de acuerdo?
Estéfano pone su mano sobre mi pierna. Dado que mi falda
es corta, su mano está en contacto directo con mi muslo.
Parte de mí piensa que esto es terriblemente inapropiado y
otra parte de mí desea que suba la mano un poco más.
Siento mi pulso acelerarse, pretendo revisar mis cutículas
para distraerme del súbito calor que siento en todo el
cuerpo.
–¿Cómo lo hiciste? –pregunto haciendo un esfuerzo
sobrehumano para no abalanzarme sobre él y besarlo.
–Estaba bastante borracho, así que fue sencillo –contesta
encogiéndose de hombros.
–No, quiero decir, ¿cómo convenciste a mi papá de que
aceptar el trabajo era una buena idea? Estaba segura de
que tendría mil objeciones y tú lo convenciste en minutos.
Dime cómo lo lograste.
Estéfano sonríe de modo socarrón.
–Puedo ser muy persuasivo cuando me lo propongo.
–Eso es obvio, mi papá es el hombre más necio que
conozco, debió haber sido difícil convencerlo –señalo.
–No lo fue. Además, era algo que tú querías así que no iba
a desistir hasta obtenerlo –me dice aún sonriendo.
Llegamos a la casa. El coche se detiene y Estéfano sale
para abrirme la puerta. Me ofrece la mano y yo se la tomo,
tiene unos dedos lindos, largos y delgados sin ser
flacuchos o siniestros. Voy a quitarme el saco, pero me
detiene.
–Quédatelo.
–Pero ya voy a entrar a mi casa, tú todavía tienes que
regresar a la tuya y hace frío.
–No importa, quédatelo, así no tendrás excusa para
ignorarme mañana.
Sonrío y desvío la mirada. Me doy la media vuelta para
entrar, pero me detengo.
–Gracias por... ayudarme –le digo en el marco de la puerta.
–Cuando quieras, muñeca.
Una farsa
Cuando despierto me doy cuenta de que me dormí con el
saco puesto. Aún huele a la loción de Estéfano, pero está
arrugado. Me lo quito y lo cuelgo en un gancho, aunque ya
es muy tarde, el daño está hecho. Tendré que mandarlo a la
tintorería antes de devolverlo. Por curiosidad, meto la mano
en los bolsillos. Encuentro un encendedor y una tarjeta de
presentación: “Diego Alfaro – La Terraza Aqua”, el dueño
del bar que visitamos ayer. A mi mente regresa el episodio
con el borracho agresivo, siento escalofríos solo de pensar
qué habría pasado si Estéfano no hubiera llegado a tiempo.
Me quito el vestido y me meto a la cama de nuevo. Pienso
en lo que sucedió después de que me ayudó, pienso en su
mano sobre mi muslo y me estremezco. ¿Qué está mal
conmigo? Debo dejar de pensar en Estéfano.
Alguien llama a mi puerta. Es mi mamá.
–Olivia, tu amiga Miranda te llama –me dice tendiéndome
el teléfono de la casa, tiene su mano sobre la bocina para
que Mir no nos escuche– ¿Por qué te llama a la casa?
¿Dónde está tu celular?
–Se le acabó la pila, a penas lo estoy cargando –miento
mientras tomo el teléfono.
–¿Cómo estás, Liv ? –pregunta Miranda en voz baja en
cuanto contesto.
–Bien, ¿vas a contarme cómo te fue con el tal Diego
anoche? –pregunto adivinando el motivo de su llamada.
–No... Creo que no te has enterado... ay, Liv, es que eso de
no tener celular es nefasto...
–¿No me he enterado de qué? –pregunto sentándome
sobre la cama.
–Tu...ay... pues es que vi un post que decía que...
–Mir, en serio tengo cosas que hacer, por favor, dime de
una buena vez –le pido impaciente.
–Hay gente en línea que está pidiendo que encarcelen a tu
papá por lo que hizo... son bastantes.
–¡¿Qué?! –pregunto anonadada.
–Liv, tal vez deberías prepararte para lo peor...
–Sí, gracias por avisarme... hablamos luego –cuelgo el
teléfono sintiéndome angustiada.
¿Qué voy a hacer si la policía mete a mi papá a la cárcel? Yo
sé que se pasó con lo que le hizo a Sam, pero odiaría verlo
tras las rejas. Comienzo a dar círculos por la habitación, no
puedo quedarme quieta. Después de un rato decido salir a
correr. Tal vez eso me ayude con mi ansiedad.
Doy unas cuantas vueltas por el parque y comienzo a
sentirme mejor. Sé que no puedo evitar que la policía haga
su trabajo, pero al menos el agotamiento me impide estar
tan alterada. Camino de regreso a mi casa sin prisa. A dos
cuadras de llegar, me encuentro a Miranda de frente.
–Liv, ¿cómo estás? Lo que necesites estoy aquí para ti –me
dice dándome un fuerte abrazo.
–Hazte para allá, estoy muy sudada –digo dando un paso
hacia atrás– ¿Qué te pasa? ¿Por qué te ves tan
preocupada?
–¿Acaso no sabes? La policía detuvo a tu papá por lo de
Samuel hace rato –me dice con voz chillona–. Vi la noticia
en internet. Iba de camino a tu casa para ver si te puedo
ayudar a en algo.
–¡¿Qué?! –pregunto helada.
–Al parecer se sintieron presionados por la petición en
línea que se hizo viral... Paso hace unos minutos... acabo
de verlo y pensé que tal vez necesitarías mi apoyo.
–Me tengo que ir –digo antes de echarme a correr hacia mi
casa.
Ya estoy bastante cansada por el ejercicio de hace rato,
pero eso no me impide correr echa una bala y llegar a mi
casa en menos de un minuto. Estoy tan alterada que me
cuesta trabajo meter la llave en la cerradura. Por fin abro la
puerta y lo primero con lo que me topo es con mi padre
dandole instrucciones a unos intrusos. Me quedo
petrificada...
–Hola, Olivia –saluda mi padre con indiferencia.
Los intrusos me miran por un instante y luego siguen a mi
padre al comedor. Todos se van excepto Estéfano, quien
me observa con curiosidad.
–¿Estás bien? Parece que viste un fantasma –me dice y se
lleva la mano a los bolsillos.
–Es que... Miranda dijo... Creí que... –acomodo mis ideas
antes de seguir balbuceando como idiota–. Miranda leyó
que habían detenido a mi papá...
–Ah, eso –parece divertido con mi confusión–. No debes
preocuparte, todo está en orden.
–Pero, ¿qué sucedido? ¿Lo detuvieron y lo dejaron ir?
–No exactamente. Tu amiguito el llorón hizo un drama en
redes sociales y la policía estaba siendo cuestionada por
no hacer algo al respecto. Así que decidimos que lo mejor
era usar a un señuelo.
–¿Un señuelo? –pregunto confundida.
–Sí, ya sabes, un actor se hizo pasar por tu padre para
hacer la finta de que se ha hecho justicia y demás
tonterías.
–¡Pero eso es ilegal! Si la policía se da cuenta de que
detuvieron a un actor va a ser mucho peor. ¿En qué estaban
pensando?
Estéfano suelta una carcajada.
–¿La policía? Pero si fue idea de ellos. En serio, créeme
cuando te digo que no debes preocuparte por eso. El
problema ha quedado atrás.
Lo miro incrédula.
–¿Por qué la policía haría algo así? Si alguien se entera...
–Nadie se va a enterar. Como todo escándalo, nadie lo va a
recordar en unos días. Ahora que la gente sin nada mejor
que hacer piensa que tu padre está detenido van a pasar la
página. La policía sabe mejor que nadie cómo fingir una
detención...
–¿Crees que hacen ese tipo de cosas seguido? –pregunto
escandalizada.
La sonrisa condescendiente que me dedica me enfurece.
–La justicia solo aplica para quien no puede pagar sus
culpas en efectivo. Siempre ha sido así –me explica
jocoso.
–Qué idea más horrible –exclamo cruzándome de brazos.
–¿Preferirías ver a tu padre detenido?
Me quedo sin palabras. Tiene razón, ¿qué clase de hija
aboga porque detengan a su propio padre? Tal vez debería
simplemente alegrarme por él. En ese momento alguien
llama a la puerta.
–Debe ser Miranda. Estaba muy preocupada por mí –
musito antes de girarme para abrir la puerta.
Estéfano me toma del brazo y me detiene.
–Muñeca, ni una palabra de lo que te acabo de decir, ¿de
acuerdo? –dice y sus ojos se oscurecen amenazantes.
Asiento un poco intimidada. Estéfano me suelta y regresa
con el resto de los intrusos. Abro la puerta y encuentro a
Miranda con cara de preocupación.
–Perdón por dejarte a media calle, tenía que venir a casa a
ver qué había sucedido –me disculpo.
–Lo entiendo, Liv, lo que necesites...
–Todo está en orden, Mir. Mi papá ya está en casa. Mamá
pagó su fianza –miento.
–¿Tan rápido? Vaya, esas son buenas noticias –exclama
Miranda con gusto.
–Sí, solo no lo menciones a nadie. Prefiero que la gente
crea que mi papá sigue detenido –le pido.
Miranda se queda un rato más conmigo antes de irse. Tiene
una reunión a la cual asistir. Por educación me invita,
aunque ambas sabemos que sería un desastre que fuera.
Ahí van a estar todos mis antiguos amigos que ahora me
desparecían, sería una tontería ir a exponerme a su
rechazo. Esta soy yo ahora, la chica sin vida social.
Subo a mi habitación resignada, tomo un largo baño, me
pongo la pijama y me quedo mirando películas el resto de
la tarde. Al ponerse el sol, mi estómago comienza a rugir.
No he comido nada en todo el día. Me asomo por el pasillo
y no escucho ruidos. Supongo que mi mamá estará en su
habitación con otra de sus jaquecas y que mi papá salió
con los intrusos. Estoy sola, bien.
Bajo a la cocina y agarro todas las galletas que puedo llevar
en las manos decida a atrincherarme en mi habitación el
resto de la noche. Empujo la puerta de la cocina con la
espalda y alguien me ayuda a abrirla por completo.
–¿Esa es tú idea de una cena balanceada? –me pregunta
Estéfano.
–No voy a recibir consejos de salud de alguien que fuma –
contesto a la defensiva.
Me molesta encontrarlo en situaciones en la que estoy con
la guardia baja, en pijama o atascándome de galletas. Estoy
cansada de no poder andar con libertad en mi propia casa.
Lejos de ofenderse, Estéfano ríe con mi respuesta. Mi mal
humor se disipa al instante, recuerdo lo que hizo por mí en
el bar y la orquídea que me envío. No debería ser tan
grosera con él.
Estéfano toma una galleta de mi mano y se la come sin
pedirla.
–Te estás comiendo mi cena –le reprocho.
Me mira fijamente, como si pudiera atravesarme con la
mirada, sus ojos son intensos y yo paso saliva, aunque
intento mirarlo sin delatar ninguna emoción.
–No, tu cena te está esperando en mi apartamento –dice
antes de tomar otra galleta.
Lo miro sorprendida. ¡El descaro de este hombre! Lo peor
es que me encantaría salir con él, pero no puedo.
–Gracias, me quedo con mis galletas –respondo con
fingida indiferencia.
–Creo que estás confundida, no te pregunté si querías ir. Te
estoy diciendo lo que va a pasar.
Lo miro fijamente, indecisa entre si reír o decirle a dónde se
puede ir.
–No sé quién te crees que eres, pero a mí no me vas a dar
ordenes –le contesto con firmeza
Estéfano me sonríe de forma condescendiente.
–Ya trabajaremos en eso cuando estemos casados –dice
tranquilamente.
–¿Otra vez con esa broma? –pregunto irritada–. Deja de
hablar de casarnos, ni siquiera nos conocemos.
–Y nunca nos vamos a conocer si te rehusas a pasar
tiempo conmigo –dice presionando ligeramente mi espalda
hacia las escaleras–. Es solo una cena y te prometo que la
pasarás bien. Ve a cambiarte. Te espero en la entrada.
Me hago a un lado para romper el contacto entre nosotros.
–Lo siento, no puedo –respondo de forma cortante. Siento
pena por lo que voy a decir a continuación, pero es mejor
dejarlo claro de una vez y dejarnos de juegos–. No voy a
salir contigo, ni hoy ni nunca. Estás desperdiciando tu
tiempo conmigo, Estéfano. Ríndete de una vez.
Estéfano enarca las cejas con sorpresa.
–¿Puedo preguntar por qué? –inquiere divertido. No se lo
está tomando en serio.
–Sabes perfectamente porqué –respondo con expresión
seria para que sepa que no estoy bromeando–. Tú estabas
ahí la noche en que mi padre atacó a Sam. Ya sabes lo que
es capaz de hacer. Por tu seguridad, es mejor que te alejes
de mí.
Estéfano se suelta a reír. Lo miro fijamente con mala cara,
no le veo lo gracioso. Le toma unos minutos
recomponerse.
–Lo siento, no te enojes. No me estoy riendo de ti, solo me
parece lindo que te preocupes por mí. Si esa es tu objeción,
puedes estar tranquila. No soy estúpido. Víctor sabe que
saldremos, está de acuerdo con eso.
–¿Qué? –pregunto escéptica–. Claro que no, mi papá
jamás aceptaría que yo saliera con nadie, en especial con
un intrus...
–¿Con un qué? –pregunta con los ojos entrecerrados.
–Nada. Solo sé que es imposible.
–No lo es, te dije que puedo ser muy persuasivo.
Lo miro confundida, ¿quién es este hombre y cómo logra
que mi testarudo padre haga siempre su voluntad?
–Si ya no tienes más objeciones, ve a cambiarte. Aquí te
espero –dice Estéfano exhortándome a subir las escaleras.
Subo las escaleras sin poner más resistencia y al llegar a
mi habitación tiro las galletas que me quedan en la mano.
Lo primero que pienso es en llamar a Miranda, pero no hay
tiempo. Busco en mi armario algo que ponerme, pero nada
me parece adecuado. No quiero exagerar, pero mucho
menos quiero parecer desaliñada. Él siempre se ve
elegante con sus trajes, debo verme bien, pero de forma
despreocupada. Elijo un vestido corto color vino e intento
que mi maquillaje sea muy natural. No hay tiempo de
hacerle algo a mi cabello, se quedará suelto y lacio como
siempre. Por estar distraída me aplico desodorante tres
veces, lo cual a fin de cuentas no me parece tan desatinado
puesto que no dejo de sudar por los nervios.
El intruso del que debo preocuparme
Al salir de mi habitación me repito a mí misma que debo
mantenerme tranquila, pero en el momento en el que veo a
Estéfano esperándome al pie de la escalera sé que no hay
manera de que eso suceda. En cuanto estoy cerca, él me
ofrece su mano y al tomarla el contacto con su piel manda
una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. Es ridículo que
me atraiga tanto alguien que apenas conozco.
Al salir de la casa, Estéfano me rodea con un brazo y me
mantiene cerca de él mientras nos dirigimos a su coche. El
frío de la noche me despabila y caigo en cuenta de que no
sé a dónde voy. Él dijo algo de su apartamento, pero no sé
dónde queda. Tal vez vive en una zona horrible de la ciudad
en una pocilga con 10 compañeros de cuarto. No sé nada
de él. Nos detenemos frente al BMW azul y Estéfano abre la
puerta del copiloto.
–Entra –me dice.
El calor del auto me reconforta, pero sigo sintiendo que es
una mala idea, debería regresar a mi casa y comer galletas
como quería. El auto arranca y veo como mi casa se queda
atrás. Siento un nudo en el estómago.
–¿Qué te sucede? –me pregunta sin quitar la vista del
camino.
¿Cómo sabe que me sucede algo?
–Me acabo de dar cuenta de que estoy en el coche de un
extraño y no tengo idea de a dónde vamos –respondo con
sinceridad.
Sonríe, sus dientes están bien alineados y su dentadura es
blanca a pesar de que es un fumador.
–¿Tienes miedo de mí? –pregunta viendo al frente.
–No... sí... es decir, no sé nada de ti además de que
trabajas para mi papá. Pero bien podrías ser un violador, un
asesino o un secuestrador de cachorros, ¡todo es posible!
Estéfano se echa a reír.
–Tranquila. Nunca he secuestrado a un cachorro.
Me río de forma nerviosa.
–Bien porque ahí es donde pinto mi raya –le respondo de
forma juguetona, pero sintiéndome inquieta. Sé que está
bromeando, pero hubiera sido bueno escucharlo decir que
tampoco es un violador o un asesino.
Me asomo por la ventana, el hecho de que pasamos por
lugares que conozco me hace sentir más tranquila. Nos
dirigimos al norte de la ciudad. Baja la velocidad en uno de
los barrios más nuevos, famoso por su vida nocturna y
viviendas sobrevaloradas. Nos detenemos frente a la
cochera de un edificio angosto de arquitectura moderna.
Estéfano saca un control de la guantera y la puerta se abre
lentamente. Siento como si entrara a la boca del león, da
miedo, pero es emocionante. El estacionamiento está casi
vacío. Es normal en esta clase de edificios, cada
apartamento cuenta con varios lugares de
estacionamiento, pero solo con un ocupante.
El auto se detiene, el motor deja de hacer ruido y Estéfano
sale para abrir mi puerta. Me ofrece la mano, pero salgo
sola. Caminamos hasta el elevador. Siento un hormigueo
en todo el cuerpo mientras subimos. El elevador abre en
una estancia con muebles oscuros y paredes blancas. Al
fondo hay un ventanal que da a un balcón. Este es su
apartamento. A pesar de que las luces de la ciudad entran
por la delgada cortina beige casi transparente, el cuarto
está muy oscuro para mi gusto. Entramos y al mismo
tiempo una puerta a nuestra derecha se abre, la luz blanca
que sale de ahí me recuerda a un hospital, una mujer joven
de cabello oscuro sale con una bandeja.
–Buenas noches –nos saluda, pero no espera a que
contestemos.
La mujer lleva la bandeja al comedor que se encuentra al
lado opuesto de la estancia, sobre cuya mesa de mármol ya
están dispuestos los platos, servilletas, copas y cubiertos.
Las sillas son de piel negra que hace juego con la base de
la mesa, con el bar que está a lado y con la sala que está
cerca del ventanal.
–Gracias, Olga, ya puedes retirarte. No necesitaremos de
tus servicios –dice Estéfano una vez que ella acomoda los
últimos detalles de la mesa.
Olga me dedica una mirada de pocos amigos antes de
regresar a la cocina. Cierra la puerta privándonos de la luz
blanca. Estéfano se acerca a un interruptor y enciende la
lámpara que está sobre la sala, la iluminación es amarilla y
tenue, aún insuficiente para mi gusto.
–¿Quieres algo de tomar? –me pregunta y se encamina
hacia el bar.
Niego con la cabeza mientras repaso la estancia con los
ojos. Tiene mal gusto en arte, los escasos cuadros son
agresivos y oscuros. El negro ha de ser su color favorito, lo
cual encuentro deprimente. Por lo demás, el apartamento
está inmaculado, parece que nadie vive aquí. Lo que más
me sorprende es lo costoso que se ve el lugar, ¿de dónde
saca para pagar estos muebles? Jamás imaginé que los
intrusos fueran ricos, ¿qué es lo que hacen que vale tanto
su trabajo? Las interrogantes que había suprimido durante
años de pronto aporrean mi cabeza en un momento en el
que debería estar alerta. Ahora solo hay un intruso por el
que debo preocuparme y es el que me está ofreciendo una
copa de vino
La cena
–Anda, toma algo, tal vez se te suelta la lengua. No te tenía
por alguien callada –me dice Estéfano tendiéndome una
copa de vino.
La tomo y doy un sorbo. El sabor es bueno, dulce.
–¿Llevas mucho viviendo aquí? –pregunto y doy otro sorbo.
–No –responde mientras sirve una copa para él.
–¿Dónde vivías antes?
–En otro lugar.
Siento que se está burlando de mí. Quedo en espera de que
siga, pero se lleva la copa a los labios y no elabora más en
el tema.
–Cuando era niña vivía en Sicilia, pero nos mudamos para
acá cuando mi padre comenzó con lo de las flores –le
cuento para ver si así me dice más sobre él.
–Lo sé –es su única respuesta.
Resopló sonoramente, si quiere jugar al misterio allá él.
Estéfano me abre una de las sillas del comedor y tomo
asiento. Nos sobra mucho espacio, en la mesa caben casi
diez comensales y solo somos dos.
–¿Qué tal te ha sentado trabajar? –me pregunta mientras
sirve un gran plato de pasta.
–Es mucho –le digo cuando lo pone frente a mí.
–No tienes que comerlo todo –dice y sirve otro plato igual.
Después rodea la mesa y toma asiento en una de las
cabeceras, a mi lado.
–Cuéntame sobre tu trabajo –me pide.
–Primero dime tú, ¿qué es este poder de persuasión que
tienes sobre mi papá?
Estéfano suelta una risa seca y fija su mirada en su plato.
–Ese secreto morirá conmigo –me dice guiándome un ojo–
. Come.
Miro el plato que no he tocado y tomo mi tenedor. Me llevo
el primer bocado a la boca, la comida está deliciosa.
–¿Mejor que las galletas? –me pregunta.
–No lo sé porque te las comiste todas.
Estéfano vuelve a reír. Me gusta su risa, sus enormes ojos
forman una media luna cuando ríe y así ya no parece tan
peligroso. Tomo otro sorbo de vino, esta vez uno grande.
–Es mejor que lo que hace nuestra cocinera, si sirve de algo
–continuo.
–Sí, definitivamente Olga cocina mejor.
–Aunque tampoco parece amigable –digo con una mueca.
–No lo es, es lo que más me agrada de ella. No soportaría
tener a alguien aquí que no dejara de parlotear en lugar de
hacer su trabajo. Olga es perfecta, no se mete en lo que no
le importa, ni me molesta cuando estoy aquí.
–Lo cual es casi nunca. Siempre estás en mi casa –
observo, doy otro sorbo y mi copa queda vacía.
–Sí, ¿qué te puedo decir? El trabajo es demandante –dice
mientras me sirve más vino.
La interrogante regresa, entre las cosas que no sé de
Estéfano está su función en el negocio de mi padre.
–¿Qué es lo que haces exactamente? –pregunto con
curiosidad.
–No hay mucho que saber, es un trabajo aburrido –
contesta evasivo.
–¿No te gusta tu trabajo? ¿A qué te dedicabas antes? ¿Qué
preferirías hacer? ¿Cómo es que acabaste trabajando en
esto? –temo que mis preguntas hagan parecer la cena
como un interrogatorio, pero no puedo evitarlo, quiero saber
más de él y el vino me está envalentonando.
Estéfano parece incómodo con mis preguntas.
–Es solo un trabajo, paga las cuentas –dice mirando hacia
otra parte.
–¿Estás molesto? –pregunto temiendo haber arruinado la
cena.
–No para nada –me dice con una media sonrisa–. Es solo
que creí que querías saber de mí, pero yo soy más que mi
trabajo.
–Bien, entonces háblame de ti ¿cuántos años tienes?
¿Tienes hermanos?
–Tengo 29 años, no tengo hermanos –responde cortante.
–¿Y...? –pregunto esperando que siga hablando un poco
más de él.
Su teléfono comienza a sonar. No contesta, solo mira la
pantalla.
–Espera aquí –me indica.
Se levanta y camina hacia una puerta que está al otro lado
de la sala. Supongo que es su habitación. No lo escucho
contestar una vez que cierra la puerta. Continúo comiendo
y vacío mi copa de vino. Después de un rato me aburro de
estar sola. Me levanto para comprobar si la puerta que da
al balcón está abierta. Pongo mi mano sobre el cristal y
este se desliza fácilmente. Salgo al frío nocturno. No me
fijé en qué piso estamos, pero es bastante alto. La
barandilla me llega hasta el pecho, me recargo y contemplo
el movimiento de abajo. Muchos automóviles pasan por la
calle, escucho sus motores y de vez en cuando algún
claxon. La gente se ve pequeña desde aquí, camina
apurada para llegar al calor de sus destinos, sus risas
suben hasta el balcón. Es tarde, pero la actividad no para; a
esta hora mi calle está desierta, ahí solo hay casas de
gente mayor y sus familias. Escucho los pasos de Estéfano
acercarse, pero no me muevo. Es más agradable estar aquí
afuera. Él me rodea por la espalda y pega su nariz a mi
cabello. La cercanía de su cuerpo hace que me estremezca.
Mi corazón late desbocado. Me ofrece mi copa de vino, de
nuevo llena. La tomo y me quedo ahí, sintiendo su pecho
subir y bajar conforme respira. Le doy un trago a mi copa.
–¿Tienes frío? –me pregunta.
–No, estoy bien. Aunque aún me falta el postre... digo, es lo
menos que puedes hacer después de comerte mis
galletas.
Lo siento sonreír a mis espaldas.
–Entonces ven –me dice y toma mi mano para llevarme de
nuevo adentro.
Entramos al apartamento y nos dirigimos a la cocina. La luz
blanca me ciega un momento, la diferencia entre la
iluminación de la estancia y la cocina es excesiva. La
cocina es amplia y moderna; el refrigerador, el microondas
y demás electrodomésticos son todos del mismo tono
metálico. El lugar está tan impecable como el resto del
apartamento, excepto por el olor de que algo se horneó
recientemente.
–Te gusta que todo haga juego –comento y tomo asiento
frente a la barra del desayunador.
–¿Por qué lo dices? –me pregunta distraído mientras saca
del horno una tarta de manzana.
Con que de ahí viene ese olor tan delicioso.
–Los muebles, son todos de madera oscura y aquí todo es
metálico.
Estéfano mira a su alrededor, como si no lo hubiera notado.
Deja la tarta sobre el desayunador y vuelve a mirar su
cocina.
–Sí… supongo que me gusta la armonía –concluye.
Parece haber desconocido su propia extravagancia hasta
este momento. Me rio con despreocupación.
–Espera –me dice y se acerca a mí. Vuelve a tomar mi
mano y la jala para que me ponga de pie. Quedamos uno
frente al otro, tan cerca que puedo sentir su respiración–.
Sé que me dijiste que no te volviera a besar, pero no puedo
evitarlo.
Despacio, se inclina sobre mí y me besa. Un montón de
sensaciones me invaden al mismo tiempo, el sabor a vino
de sus labios, el olor de su loción y sus brazos que me
rodean por la espalda. Mi pulso se acelera. Pongo mis
manos sobre sus hombros, la tela de su saco es suave. Me
acerca más hacia él y yo aprieto mis manos. Después de lo
que parece una deliciosa eternidad, nos separamos. No sé
quién se alejó primero, si yo o él, solo sé que estoy
completamente sonrojada, pero no puedo contenerme.
Necesito retomar el control, si es que alguna vez lo tuve.
–Ya es tarde, es mejor que me lleves a casa.
Lo último que deseo es irme, pero necesito espacio para
pensar con claridad. No estaba preparada para este
momento, creí que pasaría la noche de sábado mirando
televisión, no en una cena que terminaría en romance.
–No lo es. No pongas excusas para evadirme –su
franqueza me desarma.
–No es eso, es solo que…
Él se acerca y vuelve a besarme. Toma mi cabeza con una
mano y la otra la coloca sobre mi espalda baja para
acercarme a su cuerpo. Dejó de buscar una excusa y me
dejo llevar entre sus caricias, que cada vez son más
inapropiadas. No me importa, estoy harta de poner
resistencia; me gusta, me gusta mucho.
Ningún problema
Escucho que alguien teclea a gran velocidad junto a mí, es
parte de mi sueño. No quiero abrir los ojos. Estoy cansada y
siento el cuerpo pesado. Aprieto la almohada, ojalá se
detuviera ese sonido. Tac, tac, tac… ¿quién escribe tan
rápido? Pienso en la oficina, ahí el sonido de decenas de
teclados nunca para, pero no lo encuentro tan molesto
como este único teclado. Suelto un quejido y me remuevo
en la cama. Siento como si me teclearan en el cerebro.
Abro los ojos con pesar y me sobresalto. ¡No estoy en mi
habitación! Me incorporo de un brinco.
–Buenos días –saluda Estéfano sin apartar su vista del
monitor de su laptop.
Aprovecho su falta de interés hacia mí para cubrirme con la
sábana. No puedo creer que pasé la noche aquí.
–Debo irme ahora –exclamo y busco mi vestido a lado de
la cama, pero no está aquí sino a unos cuantos metros
sobre una silla, cerca de la puerta. Mi ropa interior también
está ahí.
Lo miro con duda, no quiero levantarme. Ya sin el vino
fluyendo en mi sangre me da vergüenza caminar desnuda
hasta allá. Pero no puedo perder ni un segundo. Solo de
pensar en el lío que se armará cuando llegue a casa me
mortifico. Mi padre va a perder la cabeza cuando se de
cuenta de que no regresé a dormir a casa. ¿En qué estaba
pensando? ¿En qué estaba pensando Estéfano? Estuvo
presente en el incidente con Samuel, ¿cómo no entendió el
mensaje? Tomo valor y voy a levantarme, pero Estéfano me
toma del brazo y me regresa a la cama.
–¿De qué hablas? –pregunta.
Ha dejado su laptop sobre el buró y ya tiene movilidad
completa. Me rodea hasta pegarme contra su cuerpo.
Intento zafarme, pero es muy fuerte y yo siento que mis
miembros son de hule.
–Basta, tengo que irme –le digo al ver que mis intentos por
quitármelo son inútiles.
–Tranquila, todo está bien –dice despreocupado.
Su mano recorre mi espalda con suavidad. En verdad no
comprende la gravedad de la situación.
–¿Estás loco? ¿Sabes el problema que tendré al llegar a
casa? Mis padres han de estar vueltos locos, yo jamás
duermo fuera sin avisar.
–Ellos saben dónde estás. No vas a tener ningún problema.
–Es que no entiendes…
Estéfano pone los ojos en blanco.
–La que no entiende eres tú. Yo hablé con tu padre hace
rato, todo va bien. Nadie está vuelto loco, nadie te está
buscando. Así que acuéstate y relájate –me explica con
una sonrisa seductora.
–Pero…
–Pero nada. Por favor, muñeca, deja de alterar mi mañana.
Es obvio que está mintiendo. No hay manera en la que mis
padres no hayan perdido la cabeza sabiendo que pasé la
noche con uno de los intrusos. Me bajo de la cama y jalo la
sábana lo más fuerte posible, dejando el cuerpo de
Estéfano expuesto. Está usando ropa interior, pero nada
más. Involuntariamente me estremezco al contemplarlo, los
recuerdos de anoche me inundan de repente. Su cuerpo
perfecto sobre mí, sus brazos musculosos rodeándome, su
pecho cubierto de tatuajes y su estómago perfectamente
marcado... me pierdo un instante admirándolo hasta que la
realidad me llama. Debo regresar a casa AHORA.
El teléfono de Estéfano comienza a sonar. Revisa en la
pantalla quién es y me lo muestra: “Víctor Ricci”. Mi
estómago sube hasta mi garganta, este pobre no sabe lo
que le espera. Mi papá le va a decir hasta de lo que se va a
morir. Estéfano aprieta el botón para contestar y lleva el
aparato a su oído sin decir palabra. Guardo silencio para
poder escuchar la voz de mi papá.
–Enciende la televisión. No podemos tolerar este tipo de
fallas. Quiero a los responsables y quiero a mi hija de vuelta
para la hora de la cena.
Me quedo boquiabierta. Estéfano decía la verdad, en mi
casa saben dónde estoy y no se ha desatado una tormenta.
Estéfano cuelga sin decir una palabra. Toma el control de la
televisión y la enciende. Está el noticiero del fin de semana
con ese presentador mediocre que poca gente soporta.
–Un cargamento de armas fue decomisado anoche, se cree
que iba rumbo a Sudamérica… –dice el presentador con voz
monótona.
–¿Ves? Te dije que no había razones para alterarte –dice
Estéfano mientras mira el noticiero.
–…aún no han habido detenidos, pero se sospecha que esto
es parte de las actividades de la mafia siciliana que opera
en nuestro país desde hace algunos años...
–¿Cómo lo logras? –pregunto, sorprendida–. Primero el
trabajo, luego esto. Tienes el poder de manipular a las
personas a tu antojo.
Estéfano ni se inmuta.
–No tengo ningún poder. Solo la inteligencia para razonar
con la gente –explica y apaga el televisor.
Se gira sobre su costado para que sepa que tendré su
atención, por el momento.
–Me tienes que enseñar a hacer eso.
–Solo si prometes no volver a dudar de lo que te digo.
Estéfano se acerca a mí y pasa su brazo derecho por
detrás. Otra vez estoy atrapada. Besa mi frente y baja beso
a beso por mi nariz hasta llegar a mi boca. Intenta quitarme
la sábana, pero yo me aferro a esta.
–¿Qué pasa? –me pregunta.
Me avergüenza decirlo. Va a parecer tonto que ayer haya
estado tan dispuesta y hoy tenga reparos morales.
Estéfano besa mi mejilla.
–Me duele un poco la cabeza –confieso.
Me sonríe. Gira y abre el cajón de su buró. Saca unas
aspirinas y me las entrega. Se levanta de la cama y sale de
la habitación. Aprovecho que está fuera y voy por mi
vestido. Lo tomo de la silla y lo paso por arriba de mi
cabeza, pero Estéfano lo detiene al llegar a mis hombros.
–Espera, yo todavía no acabo –dice y me saca de nuevo el
vestido.
¿Qué quiso decir? No importa, estoy parada frente él
completamente desnuda y eso es lo único en lo que puedo
pensar. Mi vestido cae al suelo; Estéfano me tiende el vaso
de agua y señala hacia su cama. Me doy la media vuelta y
camino, obediente. Entro a la cama y tomo dos aspirinas
del frasco, espero que hagan efecto rápido. Me siento peor
que cuando desperté.
–Duerme un rato más, cuando despiertes te sentirás mejor
–dice y toma de nuevo su laptop.
–Tu pareces muy fresco –le digo mientras me acomodo
dentro de las sábanas.
–Eso es porque a mí no se me pasaron las copas anoche.
Me muerdo el labio inferior, avergonzada. Tal vez sí tomé
de más anoche, supongo que fueron los nervios.
–¿Por qué quería mi padre que vieras las noticias?
–Creo que lo que quería que viera ya había pasado –
contesta distraido.
Asiento antes de acomodar la cabeza sobre la almohada.
Estéfano comienza a teclear. Cierro los ojos y escucho el
tac, tac, tac de las teclas, pero ya no me molesta. Caigo
profundamente dormida arrullada por el tecleo.
Al despertar, Estéfano ya no está a mi lado. Escucho correr
el agua de la ducha. Aprovecho para levantar mi vestido del
suelo. Me visto y me siento más cómoda en automático.
Bebo el resto del agua del vaso para las aspirinas, aún
tengo el estómago revuelto, pero sin duda estoy mejor que
hace rato. Salgo de la habitación, creo que tengo un cepillo
pequeño en mi bolso, el cual sigue colgado en una de las
sillas del comedor. Por suerte, ahí está el cepillo. Lo paso
por mi cabello para lograr un aspecto al menos pasable.
–Temía que hubieras huido –dice Estéfano, mientras seca
su cabello con una toalla.
Está vestido de pies a cabeza. Es la primera vez que lo veo
en ropa casual, cambió el traje por una polo negra y
pantalones de mezclilla. Se ve bien. Con mangas cortas
puedo ver los tatuajes de sus brazos. Normalmente no me
encantan los hombres con tatuajes, pero en él se ven bien.
–No, aquí sigo –respondo y vuelvo a meter el cepillo a mi
bolso.
–¿Cómo te sientes? ¿Tienes hambre?
Aunque ya me siento mejor, mi estómago no podría tolerar
comida en este momento. Niego con la cabeza. Él se
acerca a mí y me planta un beso. Mi pulso se acelera.
Luego toma mi mano y la besa con suavidad, sin quitarme
la vista de encima. Me sonrojo como una tonta. De pronto
tira de mi mano para pegarme contra su cuerpo y me
levanta por la cadera. Sin pensarlo, enredo mis piernas en
su cintura y él me besa, o tal vez yo lo beso a él, es
irrelevante. No soy yo la que actúa así, es mi cuerpo que se
desconecta de mi cerebro cuando estoy cerca de él.
Estéfano comienza a caminar despacio de regreso a la
habitación. Una vez dentro, me arroja sobre su cama y cae
sobre mí. Mi vestido vuelve a terminar en el suelo. Me quita
la ropa interior, no tiene prisa, y recorre mi vientre de arriba
abajo con la punta de su nariz. Siento un cosquilleo por
todo mi cuerpo. Ya no hay espacio en mi cabeza para
preocupaciones, solo para lo que él me hace sentir. No es
sino hasta que termino que recuerdo que existe algo
llamado anticonceptivos. Mi pulso se acelera de nuevo,
pero está vez por razones diferentes. Estoy recargada
sobre su pecho y él acaricia mi espalda con las yemas de
sus dedos. No quiero romper el momento sacando a relucir
el tema, pero ya no puedo pensar en otra cosa. Odio ser la
clase de persona que no puede cometer un error sin darse
cuenta al instante. En este caso, dos. Me remuevo,
incómoda.
–¿Qué sucede? –pregunta Estéfano con voz adormilada.
–No usamos protección –digo preocupada.
–No te preocupes, si te embarazas, adelantamos la boda –
dice con los ojos cerrados como dormitando.
Golpeo su vientre medio en juego, medio en serio.
–¿Otra vez con eso? –pregunto en tono de hartazgo.
–Tranquila... ¿Te sentirías mejor si compramos una de esas
píldoras del día siguiente? –pregunta con los ojos
abiertos.
–Sí –contesto en automático.
–Bien, eso haremos, ahora creo que es tiempo de que te
regrese a tu casa –dice antes de levantarse.
Se incorpora y nuestros cuerpos se separan, siento frío en
donde su cuerpo estaba pegado al mío. No quiero irme,
pero se está haciendo tarde y no quiero tentar mi suerte
llegando tarde para la cena. Busco mi ropa en el suelo y me
visto de prisa, él hace lo mismo. Tomo mi bolso del
comedor y estoy lista para irme. Mientras esperamos el
elevador, él pasa su brazo izquierdo por mi hombro y pega
su nariz a mi cabello. Recargo mi cabeza sobre su pecho,
guardamos silencio durante el recorrido a mi casa. Yo estoy
pensando en lo que será de mí cuando llegue y él quién
sabe.
Un hombre listo
Estéfano aparca el coche, reviso el reloj del auto: son las 7
pm en punto. Me acompaña hasta la puerta y me planta un
beso apasionado que, me parece, no dura tanto como me
hubiera gustado.
–Disfruta la cena familia –me dice antes de caminar de
regreso hacia su coche.
Lo había olvidado. Hoy es el último fin de semana del mes.
Mi primo Rubén nos visita con su insoportable esposa al
término de cada mes para reportarle a mi padre cómo van
los negocios en el norte del país en donde él maneja las
sucursales. No importa la infinidad de opciones, entre
correo electrónico, teléfono convencional, llamadas por
Skype, Zoom y demás, mi padre insiste en recibir los
reportes en persona, como si alguien pudiera robar sus
secretos en el camino (ya parece que el comercio de las
flores produce información tan valiosa). A consecuencia de
esto, Rubén y su esposa pasan el último fin de semana del
mes en casa, y mi mamá y yo debemos sonreír como si
fuera un placer tenerlos de visita. Antes, cuando era solo
Rubén, sí que nos gustaba tenerlo en casa, mi primo es una
persona bastante simpática y amable, pero su nueva
esposa es otro cuento. Básicamente es la mujer más
insufrible en la tierra y, desde que se casaron, las visitas de
Rubén se han vuelto una tortura.
De haber recordado que estarían aquí no habría tenido
tanta prisa por volver a casa. Ya es tarde, no tengo mucha
opción ahora. Abro la puerta con cuidado para no hacer un
alboroto. Justo en ese momento, escucho el motor del
BMW arrancar. Entro y cierro la puerta despacio. Escucho la
voz mi padre en su oficina, también escucho a Rubén y a un
intruso platicando. Lo que no escucho es la voz de mi
mamá. Me quito los zapatos y subo a toda prisa por las
escaleras. Llego a la seguridad de mi habitación sin ser
detectada. Me tiro sobre la cama con alivio. Hundo mi
cabeza sobre la almohada. Después de un rato escucho a
mi mamá en el pasillo.
–Roxana, la cena ya está lista –le dice a la esposa de
Rubén y luego la escucho bajar por las escaleras.
Me pongo de pie de un brinco y me cambio de ropa. Unos
pantalones de mezclilla y una sudadera, hace mucho que
dejé de arreglarme para cenar con mi primo, aunque eso
enfada a mis padres. Recojo mi cabello en una coleta de
caballo y bajo, no sin ciertos reparos.
Entro al comedor. Mi padre ya está a la cabecera de la
mesa hablando con Rubén, que está sentado a su
izquierda.
–Olivia, se va a enfriar la cena, siéntate –me indica mi
padre con indiferencia.
Vaya, realmente no está nada molesto porque pasé la
noche con un intruso. Mi mamá entra por la puerta que
conecta a la cocina cargando una canasta de pan recién
horneado. Ni siquiera me saluda, pasa de largo y me mira
con ojos como pistolas. Al parecer ella sí está enojada,
aunque no entiendo bien por qué. Roxana llega con esa
cara de pocos amigos que conozco bien. Ella odia venir
tanto como nosotras odiamos que venga. Toma asiento a
mi lado.
–¿Dónde estabas, Olivia? No te vi al llegar –me dice Roxana
en tono de reclamo.
Me quedo callada sin saber qué contestar. Sé que mi padre
sabe que estuve con Estéfano, pero después de años de
tener prohibido salir en citas, es extraño hablarlo
abiertamente en una cena familiar.
–Estaba con un amigo de la familia –escucho la voz de mi
padre que responde.
Lo miro atónita. Estéfano es un intruso, ¿cuándo se hizo
amigo de la familia? Rubén parece interesado.
–¿Qué amigo? ¿Lo conozco? –pregunta como a la
defensiva.
–Sabes quién es –responde mi padre y le hace la seña de
que no quiere más preguntas–. Olivia, Estéfano es un tipo
valioso, trátalo bien, no juegues con él.
Tengo que pellizcarme el brazo porque no puedo creer lo
que acabo de escuchar. ¿Me acaba de decir que no juegue
con Estéfano? ¿El hombre que casi le dispara a un chico
por besarme ahora me dice que trate bien a un intruso?
–¿Estéfano? ¡¿Estéfano Corvino?! –pregunta Rubén
estupefacto.
¿Lo conoce? Mi padre le vuelve a hacer una seña a Rubén
para que no haga preguntas. En ese momento mi mamá se
levanta de la mesa y sale disparada fuera del comedor,
claramente furiosa. Todos la miramos irse sin entender qué
le sucede.
–¿Olivia por fin tiene novio? –pregunta Roxana con malicia.
–Silencio, Rox –responde Rubén de mal modo.
Roxana parece ofendida por el tono duro de mi primo.
Comenzamos a comer en silencio, la tensión de todos es
palpable, aunque no logro entender de dónde salió.
–Tal vez, pueden aprovechar este fin de semana para
planear la fiesta, dos meses se van volando –opina Rubén
para disipar la tensión.
Se refiere a la “Reunión anual de los Ricci”, una fiesta que
da mi padre para toda la familia, es una tradición desde que
tengo memoria. A pesar de que mi mamá había llevado
perfectamente la planeación sola, a Rubén se le ocurrió
entrometer a su mujer al casarse, lo cual nos resulta
irritante pues, además de necia, tiene mal gusto.
–Sí, eso es justo lo que deben hacer –secunda mi padre.
Es hasta que escucho su voz que caigo en cuenta de lo que
está pasando. Rubén habló de la reunión como si fuera un
hecho y mi padre le siguió la corriente. Estaba segura de se
cancelaría este año también; el año pasado nadie estaba de
ánimos para fiestas después de la muerte de Nico y pensé
que nos tomaría mucho tiempo reanudar la tradición. Pero
mi padre se ve tranquilo y dispuesto. Si él ya está de
ánimos, no le llevaré la contraria. Me parece sano que
intentemos volver a la normalidad.
En cuanto acaba la cena, subo a la habitación de mi mamá
para preguntarle qué es lo que la tiene tan molesta, pero
ella ya está dormida. Probablemente tomó una de esas
píldoras para dormir que le encantan.
Rubén y Roxana se van poco después, con mi papá en su
oficina y mi mamá noqueada, soy la única que sale a
despedirlos. Veo su coche alejarse desde el marco de la
entrada principal y cuando dan vuelta en la esquina, noto
que el BMW de Estéfano viene acercándose desde esa
misma dirección. Mi primer impulso es entrar a la casa, no
estoy usando nada de maquillaje y mi ropa es muy común,
pero es muy tarde para esconderme, él ya se está
estacionando. ¿Por qué regresó? Sale del auto y camina
hacia mí cargando una bolsa de papel café en la mano
derecha.
–No esperaba volverte a ver tan pronto –confieso con una
sonrisa tímida.
Él me envuelve en sus brazos y me besa
apasionadamente.
–Te extrañaba –me dice una vez que nos separamos –, y
también te traje esto.
Me tiende la bolsa de papel.
–¿Qué es esto? –pregunto con una mueca. ¿En verdad su
primer regalo para mí viene en una bolsa de papel?
–Lo que querías –responde.
Abro la bolsa y encuentro una píldora del día siguiente, una
caja de píldoras anticonceptivas para todo un mes y una
barra de chocolate.
–Vaya... gracias –digo con sorpresa. Estaba planeando ir a
la farmacia yo misma mañana antes de ir al trabajo,
supongo que me ahorró el viaje. Tomo la barra de
chocolate– ¿Y esto?
–Oh, lo siento, eso era para mí. A menos de que lo quieras,
entonces puedes quedártelo –me dice con una sonrisa.
Le entrego la barra.
–Qué curioso, esa era la marca de chocolate favorita de mi
hermano Nico.
La mirada de Estéfano se oscurece, deja de sonreír y aclara
su garganta notoriamente incómodo.
–¿Qué tal estuvo la cena? –pregunta intentando cambiar el
tema.
Lo miro confundida, ¿por qué reaccionó tan mal a la
mención de mi hermano? Voy a recriminarle, pero me
arrepiento. Tal vez cree que es un tema muy sensible para
mí y, en parte, tiene razón. Apenas ayer fue nuestra primera
cita, será mejor limitarnos a temas menos tristes, además,
hay algo más que quiero saber.
–La cena estuvo extraña, mi papá te llamó un “amigo de la
familia”.
–Es un hombre listo, sabe que soy el mejor candidato para
su hija –responde petulante.
Pongo mis ojos en blanco. ¡Qué creído!
–Hablo en serio, ¿por qué mi papá te considera un amigo
de la familia? Nunca escuché que dijera eso de nadie con
quien trabaja, excepto los que realmente son familia como
Rubén o mi tío Gus. ¿Qué hiciste para ganártelo?
–Soy muy encantador –dice encogiéndose de hombros.
Resoplo antes de enarcar las cejas.
–De acuerdo, entonces al menos dime de qué te encargas
tú en el negocio –le pido con los brazos cruzados.
Estéfano se inclina hacía mí y mira sobre su hombro como
si fuera a revelarme un secreto importante.
–Estoy encargado de cuidar de la hija guapa –bromea.
Suspiro, solo está jugando conmigo, no quiere compartir
información sobre él.
–¿Por qué actúas tan misterioso? Dijiste que querías que
nos conociéramos y jamás lo vamos a lograr así –me
quejo.
–La única cosa que debes saber sobre mí es cuánto me
importas –Estéfano me toma por la cintura, me jala hacia él
y me besa.
Mi mente se nubla, de pronto los detalles sobre su trabajo
parecen muy irrelevantes. A mí también me importa él.
Estéfano regresa a su apartamento después de un rato y yo
corro adentro de la casa para tomar el teléfono. Tengo que
hablar con Miranda en este momento.
–¡Liv, me alegra que llamaras! Tengo un millón de cosas
que contarte –dice Miranda en cuanto escucha mi voz –.
Joaquín, el chico que me gusta, ¡me invitó a salir! Anoche
se armó de valor y por fin lo hizo. ¡Estoy tan contenta!
Miranda habla incesante durante un buen rato, ni siquiera
logro decir ni una palabra, ella está demasiado
entusiasmada para dejarme hablar. Una vez que termina de
darme todos los detalles sobre Joaquín, por fin puedo
contarle lo que sucedió con Estéfano.
–¡Me alegro por ti, Liv! El Intruso Guapo es todo un galán –
dice en cuanto termino–. Me siento mucho mejor ahora, me
sentía culpable por salir sin ti ayer. Pensé que estarías sola
en casa, me da gusto saber que estabas con el Intruso
Guapo.
–¿Alguien me mencionó ayer? –pregunto porque,
aparentemente, soy masoquista.
–Pues... –sé por el tono de Miranda que no me va a gustar
lo que va a decir–. Son unos tontos, no vale la pena que te
molestes en pensar en ellos... aún siguen con esa teoría de
que tu papá es un mafioso... de algún modo se enteraron
de que tu papá nunca pisó la cárcel, yo no se los dije, lo
prometo... y ahora están usando eso como prueba de que
efectivamente es un mafioso que tiene a la policía
comprada.
–Genial, la trama se complica –digo con hartazgo. ¿Cuándo
se va a olvidar todo esto?
–Oye no te sientas mal, al menos tienes al Intruso Guapo
para distraerte –me dice con picardía.
Sonrío de oreja a oreja. Así es.
Para protegerte
En cuanto llego a la oficina, el padre de Miranda me recibe
con una expresión consternada. Pronto le harán una
auditoría y necesita de mi ayuda para poner los papeles de
la división en orden. El día transcurre tan rápido que la hora
de comida llega y pasa sin que me dé cuenta. Nancy me
regala un paquete de nueces que guarda en su escritorio
para estos casos y yo vuelvo a enterrarme en documentos
que parecen no tener fin.
–En verdad agradezco tu esfuerzo, Olivia. Avanzamos
bastante el día de hoy –dice el padre de Miranda–. Ve a
casa antes de que se haga más noche. Por hoy ha sido
suficiente.
Son las 8:30 pm, ha pasado un rato desde que se metió el
sol y la demás gente se fue a casa hace tiempo, es extraño
ver la oficina a oscuras y sin vida, sin el ruido de tacones
contra el suelo y el tecleo constante de los trabajadores.
Me pregunto vagamente si aquí se pagan bien las horas
extra mientras apago la computadora y camino
cansinamente hacia el elevador. Espero hasta que las
puertas cierran y estoy sola para estirarme, me duelen la
espalda y el cuello. Me despido del vigilante nocturno, a
quien es la primera vez que veo, y sigo mi camino a la
salida. En cuanto salgo a la calle caigo en cuenta de que
olvidé marcarle a Iván para que pasara por mí. En verdad no
quiero regresar a la oficina para usar el teléfono, prefiero
encaminarme a la estación del metro. Estacionado al otro
lado de la calle noto que hay un BMW M8 Coupé azul, paso
de largo, debe ser solo una coincidencia. Siento una mano
sobre mi hombro, doy un brinco, aterrorizada.
–Tranquila, soy yo –dice Estéfano.
–¿Qué haces aquí? –mi pregunta no refleja el gusto que
siento de verlo.
–Vengo a llevarte a tu casa. Se hizo tarde y no llegabas –
me explica.
Me parece menos seguro que otras veces, se ve ansioso y
menos en control.
–Había mucho que hacer en el trabajo, pero no debías
molestarte, yo puedo volver a mi casa sin problemas.
Él hace una mueca de desconfianza.
–¿En verdad tenías mucho que hacer o me estás evitando?
–pregunta entrecerrando los ojos.
–No, claro que no. ¿Por qué te estaría evitando?
Estéfano parece caer en cuenta de su propia paranoia.
Intenta recobrar su aire de autosuficiencia, pero ya es muy
tarde, su fachada ha sido descubierta.
–Tu teléfono está apagado, no lo has usado en todo el día
–farfulla queriendo sonar despreocupado.
–No tenía batería –miento.
Su boca se comprime en una mueca, es obvio que se está
reprochando a sí mismo no haber pensado en esa
posibilidad.
–Deberías tener un cargador en tu escritorio... Ven, te llevo
a tu casa –dice y me señala su auto.
Nos encaminamos y siento que he hecho esto mil veces
antes. El interior de su auto ya se volvió un lugar familiar a
pesar de haber estado dentro sólo un par de veces.
–No sabía que te gustaba tanto hacer el trabajo de Iván –
bromeo.
–No me provoques, niña –intenta sonar amenazador, pero
sé que está jugando.
******
La auditoría se ha vuelto una pesadilla, una vez más debo
de quedarme tarde en la oficina. Todos los demás se han
ido hace horas, solo quedamos David Torres y yo.
Ordenamos comida china, que no me encanta, pero al
menos es mejor que trabajar con el estómago vacío.
A las ocho de la noche arrastro mis pies exhaustos por el
lobby principal. Esta vesz, Estéfano está parado en la
entrada del edificio.
–No necesitas hacer esto, de verdad, tengo chofer –
bromeo al verlo.
–Tu celular está apagado otra vez, ¿qué carajos te sucede?
Él no está bromeando, está furioso. No creí que pudiera ser
más intimidante, pero puede.
–Ha estado apagado desde hace días y así se va a quedar
–intento ocultar que su tono de voz y su expresión me
hirieron, digo la verdad como si no me importara su
opinión.
–¿Se puede saber por qué? –pregunta de mal modo.
Niego con la cabeza. Estéfano me toma por la espalda
para hacerme caminar hacia su coche. Prácticamente
azota la puerta al cerrarla. Espero que arranque, pero no lo
hace, simplemente mira al frente con expresión de enojo.
Después de un rato, gira para verme a los ojos.
–Dijiste que no me estabas evitando, entonces ¿por qué
apagas el celular? –su enojo ha disminuido, pero no
mucho. Creerse despechado no le sienta bien.
–No tiene nada que ver contigo. No eres el centro del
mundo –respondo cruzándome de brazos.
–¿Nada que ver conmigo? Por favor, no me quieras ver la
cara. Sé sincera, ¿qué te dijeron?
–¿Qué me dijeron? ¿De qué hablas? –me encojo de
hombros– ¿Quién me dijo qué?
–No me mientas, Olivia –me advierte–. Cuéntame lo que te
dijeron de mí, lo que sea que te hayan dicho... puedo
aclararlo.
Me vuelvo a encoger de hombros, no tengo la menor idea
de a qué se refiere. Después de un rato resoplo resignada,
voy a tener que explicarle.
–No estoy mintiendo, ni nadie me dijo nada sobre ti. Me da
un poco de vergüenza confesarlo, pero... estoy vetada de
las redes sociales y de la comunicación digital.
Estéfano frunce el ceño. Al parecer no era la aclaración que
esperaba.
–¿A qué te refieres? –pregunta confundido.
–¿Recuerdas que había gente que estaba pidiendo que
detuvieran a mi papá?
Estéfano asiente con la frente arrugada, no comprende por
qué saco a colación ese tema.
–Pues no solo están en contra de mi papá, desde ese día
he estado recibiendo mensajes de odio y amenazas. La
gente cree que yo y mi familia somos un peligro y me dejan
saber lo que piensan a diario. No puedo encender mi
teléfono porque no dejo de recibir notificaciones de
mensajes que expresan cuánto me detesta la gente. Borré
todas mis redes, pero de algún modo hay gente que
también tiene mi correo y mi número de celular, así que
prefiero estar incomunicada a estar leyendo lo que esa
gente piensa de mí a diario.
Estéfano se recarga en su asiento, parece aliviado.
Supongo que le alegra saber que no es él razón por la que
estoy desconectada. Aun así, mantiene una actitud seria.
–¿Alguien te ha lastimado físicamente? –pregunta
mirándome atento.
–No, la única vez que se puso peligroso llegaste tú.
–¿Te refieres al ebrio del callejón? –me pregunta. Asiento
con la boca contraída. El cuerpo de Estéfano vuelve a
tensarse, sus manos aprietan el volante con fuerza hasta
que sus nudillos se tornan blancos– ¿Por qué no me
mencionaste algo de esto antes?
–¿Para qué? –pregunto encogiéndome de hombros.
–¡Para que pueda protegerte! –grita furioso.
–¿Protegerme de qué, Estéfano? ¿Vas a cancelar el acceso
a internet de toda esa gente? No puedes hacer nada para
protegerme. Me ayudaste cuando lo necesité y, a menos de
que sepas cómo evitar que la gente me corra de sus
fiestas, no puedes hacer mucho más por mí –le explico
irritada.
–¿Alguien te corrió de una fiesta?
–Olvídalo, no quiero hablar al respecto...
–Fue ese día que te recogí, ¿cierto? Por eso te veías tan
alterada. ¿Cómo se llama el idiota que se atrevió a correrte?
–me pregunta enojado.
–Erick Sierra... no es nadie importante. En verdad no quiero
hablar del tema, Estéfano.
–Erick Sierra –repite en voz baja.
–¿Podemos irnos ya? –pregunto impaciente.
–Aún no. Debes prometerme que me dirás todo lo que te
suceda. Si alguien te lastima, si alguien te agrede, debes
decirme de inmediato para que pueda protegerte.
–De acuerdo, lo prometo –respondo sin estar convencida
de que Estéfano sea capaz de protegerme del lío que creó
mi papá–. Ahora es tú turno.
Estéfano me mira confundido.
–¿Mi turno?
–Sí, ¿qué te preocupa que me digan de ti? ¿Hay algún
horrible secreto que deba saber? –pregunto entrecerrando
los ojos.
Estéfano se aclara la garganta.
–¡Claro que no! Olvida lo que dije, no sé ni por qué pensé
eso –responde antes de echarse a reír.
Más noche, en mi habitación, saco la laptop de mi armario y
la enciendo. Abro mi correo, hay cientos de mensajes sin
leer. Solo con leer el asunto de los mensajes se me hiela la
sangre. Lo peor es que hay algunos que fueron enviados
hoy. La cosa aún no se enfría, ni parece cerca de hacerlo.
No tiene caso probar con el celular, sé que será lo mismo.
Apago la laptop decepcionada.
Despierto con la laptop aún entre las manos. Ni siquiera
recuerdo cuando empecé a quedarme dormida. Me
apresuro porque sé que en el trabajo aún queda mucho por
hacer. A penas es miércoles y ya me urge un descanso.
*****
Por suerte, logro avanzar bastante en el transcurso de la
mañana y puedo salir a comer con las otras asistentes.
–Creo que tenemos una conocida en común, Laura Galindo.
Vi fotos de ustedes juntas en un campamento y te reconocí
al instante. Era mi vecina –me dice Nancy.
Se me encoge el corazón, creí que este sería un espacio
seguro, lejos de la gente que cree que mi familia es un
peligro social, pero era mucho pedir. Imposible en este
mundo tan conectado. Adiós refugio.
–Ah, sí. ¿Siguen en contacto? –pregunto a la defensiva–
¿Hablan seguido? ¿Son muy cercanas?
–No realmente. Es decir, la sigo en redes, pero... no somos
cercanas –Nancy no oculta la sorpresa ante mi tono, solo le
falta alzar las manos.
Emito un sonoro suspiro de alivio. Nancy y Tania, una
asistente de contabilidad, se miran con complicidad, como
diciendo "qué rara".
–Laura y yo solíamos jugar de niñas, tiene tiempo que no la
veo en persona. Tal vez podríamos organizar algo las tres
juntas –sugiere Nancy.
–¡No! –grito más fuerte de lo que debía.
Ambas asistentes de miran como si hubiera perdido la
cabeza.
–¿Tienes algún problema con Laura? –me pregunta Nancy
desconcertada por mi grito.
–Por supuesto que no... es solo que... No creo tener tiempo
–digo con una sonrisa incómoda.
Tania cambia de tema fingiendo que mi comportamiento
no fue extraño, pero sé que les dejé una muy mala
impresión a ambas.
Regresamos a la oficina y vuelvo a enterrarme en mi
trabajo. Después de mucho esfuerzo, hoy logro salir a
tiempo. Voy caminando entusiasmada hacia la salida hasta
que encuentro que es Iván el que me está esperando
afuera. Intento ocultar mi decepción, ya me había
acostumbrado a que Estéfano viniera por mí, pero supongo
que tiene otras cosas que hacer. Le dedico una débil
sonrisa a Iván y me subo a la camioneta.
Un circo
Lo primero que hago al llegar a casa es fijarme en los
coches que están estacionados enfrente. Sonrió de oreja a
oreja en cuanto veo en BMW azul. Entro a la casa a prisa
para buscar a Estéfano, pero no debo buscar lejos, él está
esperándome en el pasillo.
–Me alegra que no hayas trabajado hasta tarde hoy –me
dice a modo de saludo.
–A mí también –le respondo con una sonrisa.
Estéfano saca una envoltura de plástico de la bolsa de su
pantalón y me la tiende.
–Toma.
Me le quedo viendo con el ceño fruncido, ¿qué no había
flores en la tienda?
–Es un chip con un nuevo número –me explica –. Así
podrás usar tu teléfono sin temor a tus acosadores.
Le vuelvo a sonreír y tomo la envoltura.
–Gracias.
–No fue nada, no entiendo por qué no lo hiciste tú antes –
replica.
Me encojo de hombros. Supongo que estar incomunicada
era más dramático.
En ese momento sale mi papá de su oficina.
–Ah, Olivia. Ya llegaste. Tu mamá me estaba diciendo que
siente que no te ha visto últimamente. ¿No es muy pesado
ese trabajo o sí? –me pregunta.
–Ha sido culpa mía, Víctor, yo la entretengo cuando sale de
trabajar, lo siento –dice Estéfano antes de que yo pueda
responder.
Mi papá asiente.
–Bien, pues aprovechando que ya está aquí, cenemos
todos juntos. Ven Estéfano, tengo que tratar algo contigo
antes de la cena.
Mi papá se da la media vuelta y Estéfano lo sigue hacia su
oficina. Veo cómo se alejan con incredulidad. ¿Vamos a
cenar los cuatro juntos? Jamás un intruso ha cenado con
nosotros. ¿Qué clase de encanto tiene Estéfano que mi
padre lo acepta de tan buena gana?
Subo a mi habitación y me cambio la ropa de trabajo por
unos pantalones de mezclilla. Me aplico un poco de rubor
para refrescar mi aspecto.
–Así que ese tipo va a cenar con nosotros –dice mi mamá
quien me observa desde el marco de la puerta con sus
eternos ojos tristes.
Estoy demasiado animada como para que venga con su
pesimismo ahora.
–¿No te agrada? –le pregunto, distraída mientras cepillo mi
cabello.
–Ninguno de ellos me agrada. No me gusta mezclar su
mundo y el nuestro, creí que tu padre lo entendía –me
responde con desagrado.
–Su trabajo es parte de su vida, no podemos hacerlo a un
lado siempre. Además, es solo una cena –le comento
quitándole importancia.
Tal vez mis padres se llevarían mejor si compartieran más
cosas juntos, ambos pasan casi todos los días en la misma
casa, pero apenas y se dirigen la palabra. Mi mamá se da la
vuelta cada vez que hay intrusos presentes como si fueran
la plaga, y mi papá está rodeado de intrusos desde que
amanece. Es imposible que lleven un buen matrimonio de
esa manera.
–¿Solo una cena?... ¡Sí claro! –farfulla mi mamá poniendo
los ojos en blanco.
La miro sin comprender a qué se refiere. Mi mamá se da la
media vuelta. Yo la sigo al primer piso hasta el comedor. La
mesa ya está servida y puedo oler el horrible estofado de
res de María.
–¿Otra vez? –le pregunto en cuanto la veo entrar con la
bandeja.
–A tu padre le gusta –me responde de mal modo.
–Gracias, María –dice mi mamá y toma su asiento.
Yo hago lo mismo. Mi mamá está absorta mirando su vaso
de agua como si fuera algo interesante. A veces me gusta
pensar que no siempre fue así y que su eterna tristeza
empezó tras la muerte de Nico, pero mi mamá siempre fue
la misma persona distante y cabizbaja.
Mi papá entra seguido de Estéfano y ambos toman asiento.
–Buenas noches –saluda Estéfano, pero mi mamá no le
responde. Solo lo mira con cara de pocos amigos.
Comenzamos a comer en un incómodo silencio.
–¿Me pasas la sal? –le pido a mi mamá.
La toma y la deja frente a mí sin siquiera mirarme. Sus ojos
están clavados en Estéfano. ¿Qué le sucede?
Estéfano toma mi mano por debajo de la mesa.
Instantáneamente me siento mejor. De pronto, la voz de mi
mamá llena el comedor.
–Dime, Estéfano, ¿planeas quedarte mucho tiempo en la
ciudad? –pregunta en un tono de voz cargado de hostilidad.
Mi padre da un sorbo a su copa sin dar señal de haber
escuchado la pregunta. Estéfano la encara y le dedica una
sonrisa socarrona, como diciendo “¡Ah! Ahí está”.
–El que sea necesario –responde con confianza.
Otra de sus vagas respuestas.
–¿Y cuánto es lo necesario? –pregunta mi mamá con
amargura– ¿Cuánto tiempo vamos a tener que soportar tu
presencia en esta casa?
–¡Mamá! –exclamo sorprendida de su rudeza.
–Creo que es mejor para tu familia que yo esté por aquí.
Deberías saberlo bien –responde Estéfano en un tono
amenazante.
No me gusta nada esto, no me gusta la actitud de mi mamá
y tampoco la manera en la que Estéfano está contestando.
Ahora mi papá la mira directamente a ella, pero no sé si es
porque quiere que se calle o porque está sorprendido.
Estéfano no deja de sonreír de forma arrogante.
–¿Lo mejor? Nada que venga de ustedes puede ser bueno
–replica mi mamá indignada.
–Guarda silencio ¿Qué sabes tú de lo que nos conviene? –
interviene mi papá.
–¿Nos conviene o te conviene a ti? No finjas que alguna vez
piensas en otras personas, o que a él o a su padre le
importamos un rábano –recrimina mi mamá.
Siento que me perdí una parte de esta conversación. ¿El
padre de quién? ¿De Estéfano? ¿Lo conocen? ¿Qué es lo
que nos conviene? Súbitamente, mamá se pone de pie de
un brinco y mi papá la imita.
–¡¿Cómo te atreves?! ¡No puedes cerrar la boca ni una vez
en tu vida! –le grita mi papá furioso.
Estéfano mira pelear a mis padres con una sonrisa en los
labios, no parece ofendido por lo que dijo mi mamá. Yo
estoy mortificada, ¿por qué debían pelearse justo hoy? ¿No
podían ignorarse como cualquier otro día? Mis padres salen
del comedor dando alaridos, sus voces aminoran conforme
suben las escaleras. Permanezco sentada apretando mi
taza con ambas manos, deseando que me trague la tierra.
–A tu familia le gusta llevar las cenas familiares al
siguiente nivel, ¿no? –se mofa Estéfano.
–¿Qué acaba de pasar? –le pregunto confundida.
–Creo que tu mamá tuvo una crisis nerviosa –responde él.
–Deja de bromear –le ordeno molesta–. Algo está pasando
entre ustedes de lo que yo no tengo la menor idea y quiero
saber qué es.
–No sé qué esperas que te diga, es la primera vez que
hablo con tu mamá en mi vida –responde Estéfano y se
pone de pie–. Ya es tarde y mañana debes ir a trabajar.
Acompáñame a la puerta.
Lo sigo hasta la entrada con los brazos cruzados.
–¿En verdad no me vas a decir? –insisto cuando ya está en
el umbral.
Él se acerca a mí y me rodea con sus brazos antes de
plantarme un beso dulce en la punta de la nariz.
–Lo único importante en la cena fue lo hermosa que te
veías –dice con una sonrisa deslumbrante.
Estéfano se separa de mí y sale dejándome llena de dudas.
De camino a mi habitación puedo escuchar a mis padres
discutiendo al otro lado del pasillo.
–¡¿Cómo puedes estar tan tranquilo con lo que está
sucediendo?!...¡¿Es que no tienes límites?!
Azoto la puerta de mi cuarto. No sé qué fue lo que sucedió,
pero fue desagradable.
Me tiro a la cama y cubro mi cabeza con la almohada. Esta
casa es un circo.
Jugando al misterio
En lugar de almorzar con Nancy y Tania, busco el Starbucks
más cercano y pido un café cargado. No pude dormir en
toda la noche pensando en el errático comportamiento de
mis padres y las extrañas respuestas de Estéfano. Llamo a
Miranda para charlar un rato, a esta hora seguro que no
está ocupada.
–¿Sí? ¿Quién es? –pregunta ella pues no reconoce mi
nuevo número de teléfono.
–Hola, soy yo, Olivia.
–¡Liv! Qué bien que me marcas, por fin te hiciste de un
nuevo número. Te dije que lo hicieras desde el día uno –
exclama contenta.
–No exactamente, Estéfano lo compró por mí –le explico.
–Vaya, ¿cómo va todo con el Intruso Guapo?
Hago una pausa, es difícil explicar por qué me atrae alguien
tan complicado y misterioso. Me armo de valor y le cuento
lo que sucedió en la cena.
–No puedo creer que tus padres hayan peleado frente a
una visita –dice en cuanto acabo –. Lamento informártelo,
Liv, pero tus padres son bastante tóxicos. Ya te han
ahuyentado a infinidad de pretendientes, luego estuvo el
problemón en el que te metieron por lo de Samuel y ahora
quién sabe si el Intruso Guapo no se espante después de
anoche…
–No creo, eso fue lo más extraño. Él parecía saber
perfectamente lo que pasaba. Tal vez escuché mal, pero
incluso mencionaron al padre de Estéfano. Es como si
hubiera una historia detrás de la cual yo no estoy enterada.
–Pues preguntarle a tus padres va a ser una pérdida de
tiempo, jamás dicen nada. Tal vez deberías preguntarle a
Estéfano cuál es la relación entre ellos –me sugiere.
–Lo hice, pero no me quiso explicar. Fingió que no tenía
idea de por qué mi mamá actuó así, pero algo me dice que
está mintiendo.
Miranda suelta un resoplido de inconformidad.
–Eso no está bien. Me temo que tendrás que darle un
ultimátum: Si no te habla claro, tendrás que cortar toda
relación con él.
Me parece un poco extremo, sobre todo porque las
posibilidades de que la obstinación de Estéfano pueda más
que la mía son altas y realmente no quiero dejar de verlo.
Aun así, le hago pensar que estoy de acuerdo.
Al llegar a casa, no hay señales de Estéfano. Recuerdo las
palabras de Miranda y entro en pánico. Tal vez lo ahuyentó
la pelea, tal vez no quiere estar cerca de una familia tan
conflictiva. Mi papá me llama a su oficina, mientras entro
los intrusos salen para darnos privacidad, ninguno es
Estéfano.
–Olivia, ¿qué te contó tu mamá sobre lo que pasó anoche?
–pregunta mi papá en cuanto me ve.
–Nada –respondo.
Su pregunta es absurda, en esta casa nadie tiene la
delicadeza de explicarme nada.
–¿Está segura? –me mira detenidamente como si quisiera
determinar si estoy diciendo la verdad.
–¿Por qué te sorprende? ¿Cuándo me han dado
explicaciones alguno de los dos? –respondo de mal modo.
Mi padre se frota la frente, cada día se ve más viejo y
cansado.
–De acuerdo, te creo. Por favor, no dejes que tu mamá te
meta ideas en la cabeza. Está trastornada y no piensa con
claridad.
–¿Ideas sobre qué? –le pregunto confundida.
–Solo no la escuches, está loca –responde mi papá entre
dientes.
Salgo sin despedirme. Odio que hable mal de mamá, pero
tampoco puedo justificarla después del arrebato de
anoche. En definitiva, no hay a cuál irle.
Le escribo a Miranda más tarde para saber si quiere quedar
mañana por la noche, pero ella ya tiene planes con Joaquín.
Enciendo el televisor, pero no le presto mucha atención al
programa que aparece. Me llega un mensaje, tal vez
Miranda cambió de opinión. Lo abro, pero es un número
desconocido.
NÚMERO DESCONOCIDO 22:15 “¿Me extrañas?”
Estoy segura de que es Estéfano. Es la única persona que
podría tener este número, aun así le contesto:
OLIVIA 22:16 “¿Quién eres?”
NÚMERO DESCONOCIDO 22:19 “¿Qué tal la cena
familiar? Seguro otra velada encantadora”.
No aprecio su sarcasmo, me molesta que se burlen de mi
familia, pero considerando el espectáculo que dieron mis
padres anoche, decido pasárselo.
OLIVIA 22:28 “¿Dónde estás?”
ESTEFANO 22:29 “Ocupado”.
Pongo los ojos en blanco ante su respuesta evasiva. No le
contesto. Si se quiere hacer el interesante que no me
moleste. Vuelvo mi atención al televisor, aunque mis ojos
se desvían cada poco a la pantalla del celular. Me duermo
casi a la media noche, pero no recibo más mensajes.
*****
Las oficinas tienen un aire diferente los viernes, es un
optimismo palpable, el saber que mañana será día de
descanso le da ánimos a la gente. Todos andan de mejor
humor. Bueno, todos excepto el papá de Miranda. Al
parecer la auditoría no fue bien y ahora está metido en
problemas. Por suerte, no fue culpa mía así que no puede
enojarse conmigo. A las tres de la tarde decide irse a casa,
el estrés lo está matando y necesita distraerse. Aprovecho
que me quedo sola y sin pendientes para perder el tiempo
en internet, pero me aburro pronto. Miro a mi alrededor, a
ver si hay alguien con quien pueda platicar y matar unos
minutos con algún chisme de oficinistas; de pronto siento
mi teléfono vibrar dentro de mi bolso.
ESTEFANO 16:20 “Anoche me dejaste hablando
solo.”
OLIVIA 16:26 “No estabas diciendo nada
interesante”.
Me arrepiento de enviarlo al segundo. Tal vez no debería
ser tan cortante, ya es suficiente que él sea tan misterioso
como para que todavía yo ponga más trabas en nuestra
relación. Quiero que sea sincero conmigo, no perderlo.
Temo que no responda más, pero en lugar de escribir entra
su llamada.
–¡Vaya! La frialdad viene de familia, primero tu mamá y
luego tú –dice en tono de broma en cuanto contesto.
–Eso no es gracioso –ya no sé si seguir en el papel de
enojada o retractarme.
–¿Se puede saber por qué la hostilidad? –pregunta sin
perder el buen humor.
–No soy hostil –busco las palabras para darme a
entender–. Es solo que encuentro irritante que actúes tan
misterioso. Me gustaría que de vez en cuando soltaras
respuestas más elaboradas. Cada vez que te pregunto algo
sobre ti te comportas evasivo. La única vez que me
contaste algo personal ¡fue tu edad!
–¡No es verdad! También te dije que no tenía hermanos –
responde con tono de fingida indignación, aun a través del
teléfono puedo adivinar que está sonriendo.
–No me parece gracioso –digo en tono molesto.
Estéfano suspira. Por un momento no dice nada, solo
escucho su respiración al otro lado de la línea.
–¿Qué te parece si paso hoy por ti cuando salgas? Si vas a
quejarte de mí, prefiero escucharlo mirando tus bonitos
ojos –me propone.
Me sonrojo como tonta.
–¿Qué dices? –pregunta ante mi silencio.
–De acuerdo –contesto con una sonrisa que él no puede ve
Pregunta lo que quieras
Estéfano me espera al otro lado de las puertas de cristal del
edificio. Le dedico una tímida sonrisa en cuanto salgo y él
me toma de la mano para caminar a su auto.
–¿Sigues molesta conmigo? –me pregunta al subir.
–No estoy molesta, me siento... frustrada –respondo–. Mis
padres me guardan secretos todo el tiempo, hay tanto
sobre ellos que ignoro... en muchos sentidos es como si
estuviera viviendo con extraños. Odio eso. No quiero que
las cosas sean igual contigo.
Estéfano no responde, mantiene su vista al frente mientras
conduce. Yo tampoco digo nada más, solo escucho el ruido
del motor y lo miro conducir. Cada vez que lo veo me
parece más guapo. Conduce unas cuantas cuadras más
hasta un restaurante francés llamado “La Casserole”.
–Llegamos –me indica.
Conozco el lugar sólo de nombre, sé que es muy popular y
bastante caro. El valet parking abre mi puerta y yo
desciendo dudosa. No me gusta la comida francesa, pero
me apena confesarle que soy más una persona de
hamburguesas y papas fritas. No quiero que piense que soy
ordinaria.
–¿Qué pasa? –pregunta al llegar a mi lado y ver que sigo
parada junto al auto.
–Me hubiera gustado no venir en ropa de oficina –
respondo incómoda.
Eso también es cierto, llevo un vestido azul sencillo, mi
maquillaje hace horas que perdió vitalidad y de por sí lo uso
muy natural para ir al trabajo. Me siento simplona.
–Podrías venir en pijama y seguirás siendo la más guapa
del lugar –me susurra al oído.
Estéfano me toma de la espalda y me conduce dentro del
restaurante. No sé si lo dice en serio o solo fue para que no
protestara, pero sonrío de oreja a oreja. Al entrar me doy
cuenta de que él ya tenía reservación para nosotros. Nos
pasan a la mesa al momento. Una vez que estamos
sentados, Estéfano toma mi mano entre la suya, pero mira
hacia las otras mesas, como si estuviera haciendo un
reconocimiento de los otros comensales.
–¿Por qué estamos cenando tan temprano? –pregunto
para captar su atención.
–Tengo que trabajar en un rato, pero sonabas tan molesta
que preferí hacerme un pequeño espacio para que
platiquemos –responde volteando a verme.
El mesero llega con nuestros menús y la lista de
especiales. Nada suena apetecible, pero le sonrío
amablemente mientras lo escucho. Una vez que toma
nuestra orden quedamos solos. Me dispongo a atacar, pero
Estéfano me gana la palabra.
–Ahora sí, ¿qué es lo que quieres saber de mí? –me
pregunta en cuanto se va el mesero.
Me desarma, no esperaba que estuviera tan dispuesto a oír
mis preguntas.
–¿Vas a contestar en serio? –pregunto escéptica.
–Pregunta y averígualo –responde con calma.
Tuerzo la boca, por un momento todas las interrogantes
que tenía desaparecen. Mi mente está en blanco.
–¿Qué tienes que hacer más al rato? –es lo único que se
me ocurre preguntar.
–Trabajar –contesta cortante. Voy a reclamarle, pero
enseguida sonríe y sé que está bromeando–. Va a llegar un
cargamento esta noche, es bastante importante así que tu
padre quiere que vaya personalmente a supervisar que todo
esté en orden.
–Ya ves, ¿no fue tan difícil ser sincero o sí? –pregunto
alzando la cara.
–No, pero no quiero aburrirte con detalles sobre el trabajo,
prefiero que hablemos de otra cosa –dice mientras se
encoge de hombros.
–De acuerdo, dime, ¿qué se traen tú y mi mamá? –pregunto
recordando el asunto que tanto me ha irritado
últimamente.
Estéfano se recarga en el respaldo de la silla, de pronto
parece muy incómodo, sus ojos vuelven a recorrer las
mesas a nuestro alrededor. Me da la sensación de que está
evitando mirarme. Golpetea sus dedos contra la mesa con
nerviosismo. Después de unos minutos, respira
profundamente y vuelve a enfocarse en mí.
–¿Qué te dijo ella sobre mí? –me pregunta ansioso.
–Nada, mi mamá casi nunca habla conmigo –le respondo
con una mueca.
–Ya veo –noto que sus hombros se relajan.
Tal vez temía que mi mamá me dijera algo malo sobre él,
pero ¿qué? ¿De dónde se conocen que ella tendría algo que
contarme? Fue casi lo mismo que me preguntó hace unos
días “¿Qué te han dicho de mí?” ¿Qué le preocupa tanto que
yo me entere?
–¿Me vas a explicar tú por qué conoces a mi mamá? Y,
¿por qué dijo esas cosas? –me enderezo en mi asiento
para hacer notar que quiero una respuesta en serio.
–¿Si lo hago dejarás de estar brava conmigo? –pregunta en
tono juguetón.
Asiento energéticamente.
–Bien. Primero, no conozco a tu mamá. ¡Vaya!, ahora sí que
la conozco, pero me refiero a que no antes de la adorable
cena que tuvimos los cuatro. Hasta ese día lo único que
nos habíamos dicho era un “Buenos días” o “Buenas
noches” cuando me la llegaba a topar por tu casa.
–Pero ella sabía tu nombre y…
–Todo lo que ella sepa de mí debió escucharlo de tu padre.
Te prometo que yo jamás hablé con ella en persona. Tu
mamá y yo somos dos completos extraños –me
interrumpe.
–Eso no tiene sentido, ella parecía conocerte bien.
–Será porque le preguntó a tu padre por mí –responde él
como si fuera obvio.
–Lo dudo, mi mamá jamás se ha interesado en los… –corto
la frase a la mitad, estuve apunto de decir intrusos–...
hombres que trabajan con mi papá.
–Sí, pero tal vez quiso saber con quién pasó la noche su
hija.
El mesero llega con las entradas y corta nuestra
conversación. Me quedo en silencio pensando en la
respuesta de Estéfano, ahora resulta obvio que mi mamá
quisiera saber quién es el sujeto con el que mi padre parece
tan de acuerdo que salga su hija, pero eso no explica qué
de él le causa aversión. Si mi padre supiera algo malo de
Estéfano no se quedaría tan campante, ni me permitiría
verlo, y mi padre es la única persona que le pudo dar
información a ella sobre Estéfano. Una vez que el mesero
se retira, puedo continuar hablando.
–Sí, puede ser, pero... ella mencionó a tu padre, estoy casi
segura de que lo hizo. Algo te ha de conocer si hasta a tu
padre conoce –es el último pedazo de información que no
encaja.
Estéfano deja la cuchara en el plato y vuelve a
enderezarse.
–No creo que lo conozca en persona. De nombre, seguro.
Otra vez, tuvo que ser por medio de tu padre que escuchó
sobre él. El mío hace años que no pisa este país –me
aclara.
–¿Nuestros padres se conocen? ¿Es la razón por la que
estás aquí? –le pregunto con la frente arrugada.
Estéfano asiente con aire de aburrimiento.
–Llevan décadas de conocerse, comparten la misma...
rama de negocio. Durante mucho tiempo fueron
competencia, hace unos meses decidieron unir fuerzas y
ampliar su mercado. Les costó trabajo, pero entendieron
que juntos eran más fuertes. Esa es la razón por la que
estoy aquí. Como te dije, mi padre vive fuera y no tiene
intención de volver. Yo vine para representar sus intereses
en esta fusión.
Me recargo satisfecha en el respaldo de la silla. Ahora sé
toda la verdad, Estéfano no es un intruso cualquiera, es un
socio de negocios. No había razón para ocultarme esto.
–¿Estás feliz? Ahora, si te sigues preguntando por qué tu
mamá tiene una mala opinión de mí o de mi padre, supongo
que no es fácil odiar a alguien que fue un rival de negocios
durante años y de pronto tenerlo metido en tu casa todo el
día. Además, honestamente, mi padre no acostumbra a
jugar limpio, así que tu mamá puede no tener las mejores
referencias sobre él.
Asiento, su explicación tiene sentido. Sonrío con alivio
porque se acabaron los misterios.
–¿Alguna otra pregunta? ¿Quieres saber mi tipo de sangre?
¿Mis hobbies? ¿Te muestro mi carnet de conducir?
Suelto una carcajada que hace que las mesas de al lado
miren en nuestra dirección. Estéfano besa mi mano y luego
la aprieta contra su mejilla. Mi corazón golpea con fuerza
contra mi pecho, las mariposas que se supone vuelan en mi
estómago ya salieron a dar la vuelta por el resto de mi
cuerpo.
Después de la cena, regreso a casa. Ahora puedo
descansar tranquila, por fin sé toda la verdad. No puedo
esperar para contarle a Miranda lo bien que salieron las
cosas.
No te guíes por las apariencias
Me levanto temprano y llego al salón de CrossFit a las
nueve en punto. Miranda ya está ahí, estoy segura de que
querrá contarme todos los detalles de su cita de anoche y
yo también, pero al verla noto que su expresión es sombría.
Tal vez no le fue bien.
–¿Te enteraste de lo que pasó? –me pregunta consternada.
–No, ¿de qué hablas? ¿Joaquín te hizo algo?
–Oh, Liv, fue una tragedia. La casa de Erick se incendió, al
parecer fue un incendio provocado, o al menos eso es lo
que la policía cree –me explica con pesar.
–¡Qué cosa más terrible! –exclamo boquiabierta–, pero,
¿ellos están bien?
–Por suerte él y sus padres estaban fuera cuando sucedió.
Pero su abuela estaba en la casa, ¿recuerdas que no podía
moverse más que en silla de ruedas?…ella… no pudo salir a
tiempo–dice Miranda y sus ojos se llenan de lágrimas.
–Qué horror –me cubro la cara con ambas manos. No
imagino lo mal que se han de sentir.
–Es inconcebible que alguien haya podido hacer algo así.
Era una mujer de 84 años…
–Espero que atrapen a los culpables. ¿Quién querría
dañarlos? Los padres de Erick son las personas más
agradables que conozco –digo porque es verdad,
independientemente de la forma tan grosera en la que me
trató Erick en su fiesta, reconozco que su familia es muy
agradable y que de ninguna manera merecían vivir una
tragedia así.
–No lo sé, ellos siempre han sido buenas personas. No
tiene sentido.
–Tal vez fue un accidente. Un problema con el cableado
eléctrico… a veces los seguros prefieren pensar que es
provocado para no pagar a póliza –opino pues es
demasiado duro pensar que existe gente tan mala en esta
ciudad.
–Puede ser… no había pensado en eso. Pero sin importar
cómo fue, ellos están destrozados.
Ya no hablamos de nuestras citas. Parece demasiado vano
después de lo sucedido.
Al regresar a casa encuentro a Estéfano estacionado
enfrente esperándome. Sale de su coche en cuanto me ve
llegar.
–¿Trabajando en fin de semana? Qué comprometido –lo
saludo.
–No, tampoco es para tanto. Vine porque no podía
aguantar las ganas de verte.
Me quiere abrazar, pero estoy demasiado consciente lo
mucho que sudé haciendo ejercicio y me aparto.
–Creí que habíamos quedado bien anoche –me dice
extrañado.
–Sí, es solo que debería ir a la ducha ya –explico.
Él parece a penas notar que traigo ropa deportiva.
–De acuerdo, ¿qué te parece si te espero aquí y después te
llevo a almorzar? –me propone.
Asiento entusiasmada. Me dirijo hacia la puerta principal y
veo que él no me sigue.
–¿No vas a pasar? –le pregunto.
–Prefiero esperar a fuera, no quiero tener otro encuentro
cara a cara con tu mamá.
Me encojo de hombros y entro, no puedo culparlo por
querer evadir los malos modos de mamá. En cuanto cierro
la puerta, subo a toda velocidad a mi cuarto. En menos de
veinte minutos ya estoy lista. Me pongo una falda azul, una
blusa blanca y tacones altos. Mi cabello sigue húmedo,
pero no quiero desperdiciar tiempo que puedo estar con
Estéfano en secarlo. Él sigue en la entrada, esperando.
–¿Ahora ya puedo abrazarte? –pregunta en cuanto me ve
salir.
–Sí –le respondo con una sonrisa.
Estéfano me envuelve entre sus brazos y me besa con
ahínco. Su beso me hace pensar en la noche que pasamos
juntos y me estremezco.
–Vamos –me dice y abre la puerta del copiloto para mí.
Me subo al auto sin preguntar a dónde vamos. Estéfano me
lleva a un pequeño restaurante japonés cuya existencia
desconocía hasta ahora. La atención es excelente y la
comida deliciosa. Nuestra mesa da a un ventanal desde
donde podemos observar a los peatones pasar disfrutando
de su sábado.
–¿En qué piensas? –le pregunto a Estéfano que está muy
concentrado viendo a la gente.
–En el aspecto físico de la gente, la mayoría de las
personas no presta atención a su apariencia y es lo primero
que todos ven. Mira a la gente que pasa, la mayoría van
desarreglados.
Mi ojos siguen la dirección hacía donde él está observando.
Afuera hay gente de todo tipo caminando y ocupándose de
sus asuntos.
–Tal vez algunos salieron con prisa, no siempre uno tiene
tiempo de arreglarse –opino restándole importancia a su
observación.
Estéfano me mira y se ríe.
–Tiene gracia que tú lo digas, muñeca, cuando siempre te
esmeras en verte perfecta.
–Claro que no, hace rato me viste cubierta en sudor y
despeinada. Estaba hecha un desastre –contesto.
–Claro que no –dice Estéfano frunciendo el ceño–, te veías
perfecta. Siempre te ves hermosa. Justo como una
muñeca.
–Tal vez tú opinión sobre mí es un poco sesgada –
respondo sintiendo cómo mis mejillas se sonrojan. Este
hombre está tan cautivado por mí como yo por él.
–Es la verdad. Eres la mujer más hermosa que he visto en
mi vida, lo pensé desde la primera vez que te vi –me
confiesa.
–¿Pensaste que me veía hermosa gritándole a mi papá que
soltara a Sam? –pregunto incrédula.
–No, muñeca, esa fue la primera vez que tú me viste, pero
no fue la primera vez que yo te vi a ti. Eso fue unos días
antes, creo que fue un martes en la mañana, ibas bajando
por las escaleras de tu casa en un vestido rosa ligero, te
veías tan hermosa y a la vez tan triste... al verte me invadió
la necesidad de protegerte. Me dije a mí mismo que era
absurdo, pero fui incapaz de dejar de pensar en ti después
de eso.
Trago saliva. Parte de mí se siente halagada, pero mentiría
sino dijera que me dolió que pensara que me veía triste. La
idea de convertirme en una mujer perpetuamente triste
como mi mamá me aterra. Sé que he tenido un año difícil
con la muerte de Nico y con dejar la escuela, pero nunca en
la vida quisiera acabar como una persona entristecida que
deambula por su casa con mala cara y es adicta a las
píldoras para dormir. Tengo que hacer todo lo posible por
evitar ese futuro. En silencio, me prometo a mí misma ser
más alegre, independientemente de lo que esté sucediendo
a mi alrededor.
–¿Dije algo malo? Pareces molesta –dice Estéfano con
preocupación.
–No, para nada. Es solo que no tenía idea de que te sentías
de esa forma –respondo con una sonrisa fingida. No más
caras tristes para mí.
Después del almuerzo, Estéfano me lleva de regreso a
casa. Preferiría pasar la tarde con él, pero él no lo sugiere
así que yo tampoco digo nada. Camina conmigo a la puerta
principal, me da un beso de despedida y me abraza. Rodeo
su cintura con mis manos hasta que siento un objeto duro y
metálico al llegar a su espalda. Doy un paso hacia atrás
sobresaltada.
–¡Traes un arma! –exclamo sorprendida.
–Sí –contesta él como si fuera la cosa más natural del
mundo.
–¿Por qué portas una pistola para almorzar? –le pregunto
perpleja.
–Siempre la traigo conmigo –responde entrecerrando los
ojos, como si no entendiera mi sorpresa.
–¿Eres uno de esos entusiastas de las armas? –pregunto
con miedo, realmente odio las armas, sobre todo después
del asesinato de Nico y lo que mi papá le hizo a Sam.
–No, soy un entusiasta de la seguridad –responde
encogiéndose de hombros– ¿Hay algún problema?
–No... quiero decir... no me encanta la idea de estar cerca
de armas –le explico–. ¿Qué pasaría si lastimas a alguien
por accidente? Nunca se sabe con esas cosas.
–No te preocupes, sé manejar armas a la perfección. Es
totalmente seguro, no tienes nada que temer a mi lado. Ya
te dije que siempre te voy a proteger.
Le dedico una media sonrisa. ¿Qué necesidad hay de ir
armado a comer sushi? No quiero discutir, así que ya no
digo nada más. Me despido y entro a casa. Supongo que
cada quien tiene sus excentricidades.
Flores para todo
El domingo en la mañana la casa está en completo silencio.
Mi papá ha salido con los intrusos y mi mamá está
encerrada en su habitación, la escucho caminar, pero llega
el medio día y ella no sale ni siquiera a comer algo. No
hemos hablado desde la cena con Estéfano, puede que
esté molesta conmigo, pero es difícil saberlo con seguridad
pues no me ha dicho ni media palabra. Le marco a Miranda
para matar la soledad.
–Hola, Liv–su voz no suena animada.
–Hola, ¿quieres hacer algo? –le pregunto.
–Me gustaría, pero hoy es el funeral de la abuela de Erick.
Ya sabes que no me gustan los funerales, pero creo que es
importante –responde tristona.
–Sí, lo entiendo.
–¿Quieres venir conmigo?
Quisiera, solo vi a la abuela de Erick un par de veces, pero
recuerdo que era una anciana dulce y cariñosa.
–Me gustaría, pero no sé si sea bienvenida, Mir –respondo.
La última vez que vi a Erick me advirtió que no me quería
cerca, esta tragedia no cambia eso y no quiero ir al funeral
solo a montar una escena.
–Tienes razón. Puedes arriesgarte a pasar un mal trago,
sobre todo ahorita que Erick está dolido.
Cuelgo el teléfono con una sensación de desazón, recordar
lo que están viviendo Erick y su familia me hace recordar
cuando nosotros perdimos a Nico. Solo de pensar en esos
días me estremezco.
Bajo a la cocina por algo de comer. Me sirvo un vaso de
leche y galletas para mirar televisión. Escucho que se abre
la puerta principal. Mi papá debe estar de regreso. Salgo al
pasillo para saludarlo y veo que viene seguido de Estéfano.
–¿Dónde está tu mamá? –pregunta malhumorado.
–Arriba en su habitación –contesto.
–Dile que prepare la cena para esta noche. Estéfano va a
acompañarnos.
Con esas palabras se sigue directo a su oficina. Estéfano
se planta frente a mí y me roba una galleta.
–Debes ser masoquista para aceptar pasar otra cena con
nosotros –le digo en tono de broma.
–Un poco sí –me contesta antes de plantarme un beso
rápido y encaminarse a la oficina de mi papá.
Subo las escaleras hasta la habitación de mamá, llamo a la
puerta, creo que está dormida porque tarda varios minutos
en abrirme. Finalmente sale con cara de pocos amigos.
–Papá dice que Estéfano va a cenar con nosotros –le
informo con la esperanza de que no se ponga de peor
humor–. María hoy tiene día libre, ¿quieres que te ayude a
preparar la cena?
Mi mamá resopla, pero no articula ni media palabra. Me
cierra la puerta prácticamente en la nariz. Regreso a mi
cuarto, molesta. Qué actitud tan infantil, entiendo que
alguien no te de buena espina, pero no hay razón para
desquitarse con tu propia hija. Temo que está va a ser otra
velada incómoda para todos.
Las horas hasta la cena parecen minutos; típico que
cuando deseas que algo no suceda, llega más rápido.
Escucho a mi mamá en la cocina y bajo para ayudarla. Al
menos la comida estará decente ya que no la preparó
María. Una vez que todo está listo, acomodamos la mesa
juntas sin dirigirnos la palabra. Pongo los vasos y los
cubiertos, pero daría lo mismo que fueran flotando, mi
mamá no da indicios de reconocer mi presencia. La puerta
de la oficina se abre y escucho los pasos de ellos
acercarse.
–Olivia, quien juega con fuego se acaba quemado –me
susurra mi mamá al oído un segundo antes de que entren
papá y Estéfano al comedor.
Me quedo estupefacta, ¿de qué está hablando? ¿No podía
decir algo en la última hora o en las últimas nueve horas
que lleva encerrada en su habitación? Y cuando por fin se
digna a hablar, dice la frase más irrelevante que hay.
–¡Salmón! Qué bien –exclama mi padre antes de sentarse.
Comenzamos a cenar en silencio. Mi mamá no deja de
fulminar a Estéfano con la mirada. Su odio se puede sentir
en el aire.
–¿Cómo dijiste que se llamaba ese restaurante al que
fueron? –pregunta mi papá.
–La Casserole, es en verdad delicioso –contesta Estéfano.
Me sobresalto. ¿Le contó a mi padre de nuestra cita? ¡Yo no
le cuento a mis padres sobre mis citas!
–A Olivia no le gusta la comida francesa –se escucha la
voz de mi mamá como si fuera una espada cortando el aire.
La miro con ojos suplicantes, si va a hacer este tipo de
comentarios, prefiero que siga callada. Estéfano me mira
con incredulidad.
–Hubiera sido amable de tu parte decirme –me dice en
tono juguetón.
–Tampoco es que la encuentre incomible –explico.
–Por suerte mi hija no es una mujer obstinada, está abierta
a probar cosas nuevas cuando se da la ocasión. Muy al
contrario de su mamá…
Oh, por favor, no se peleen de nuevo. Enfrente de Estéfano
no.
–¿Obstinada yo? Ay, ahora resulta…
–¡Cambio de tema! –interrumpo, alguien tiene que poner un
alto.
Mi papá asiente, se ve demasiado cansado para pelear, mi
mamá pone los ojos en blanco, pero acepta mi sugerencia.
–Bien, Olivia, dime ¿por qué no fuiste al funeral de la abuela
de Erick? Llevas casi cuatro años de conocerlo, es una falta
de respeto y consideración de tu parte–me reclama mamá.
Estéfano me mira de reojo, tal vez recuerde quién es Erick y
entonces entenderá por qué no fui.
–Ya sabes que los funerales me dan mala espina, mamá –
miento. Sé que suena estúpido, pero es mejor que la razón
real.
–Me parece que podrías haber hecho el intento, sobretodo
tomando en cuenta las circunstancias trágicas –opina mi
mamá.
–¿Qué le sucedió? –pregunta mi papá antes de llevarse un
bocado de salmón a la boca.
–Su casa se quemó y la señora quedo atrapada dentro –le
explica.
–Cosas malas le suceden a la gente desagradable –musita
Estéfano con indiferencia.
Lo miro sorprendida, sí recuerda a Erick. Aun así, no es
razón para desearle mal.
–¡Era una anciana! –exclama mi mamá indignada.
–No hablo de la abuela, fue terrible que le pasara eso. Me
refería al nieto. Puede que usted no se entere de mucho,
pero el tal Erick no ha sido la mejor persona con su hija –
musita Estéfano.
–¡¿Qué te hizo, Olivia?! –mi papá se pone en pie de un salto,
su cara está enrojecida de enojo– ¡¿Intentó propasarse?!
–¡No! Nada de eso, tranquilo. Fue una bobería. Chismes
que corren por ahí, no tiene la menor importancia, papá –le
digo en tono sereno para que se calme.
–No permitiré que alguien lastime a mi hija –amenaza al
viento mientras vuelve a sentarse.
–No se preocupe, nadie le hará daño mientras yo esté aquí
–le promete Estéfano.
–Llevamos años sin ti y lo hemos llevado bastante bien. No
te necesitamos –arremete mi mamá.
Le hago una mueca de desagrado. Estéfano parece tomarlo
con buen humor porque le sonríe, aunque sospecho que lo
hace para hacerla enojar más.
–Bueno, pero aquí estoy para ayudar –responde en un tono
tan amable que raya en lo caricaturesco.
–¿Ayudar? Ya nos has “ayudado” bastante... –la amargura
en la voz de mi mamá es inexplicable.
–Al menos deberíamos mandarle a la familia un arreglo de
flores con nuestras condolencias –propone mi papá como
queriendo cambiar el tema.
–Sí, eso sería lindo –afirmo.
–¡Siempre flores para todo! –exclama mi mamá con
hartazgo.
–Tu marido es florista –le recuerdo con obviedad.
–Mañana mismo yo me encargo de enviar el arreglo –
propone Estéfano.
–Gracias, maravilloso Estéfano, ¿qué haríamos sin tu gran
ayuda? –se mofa mi mamá.
–¿Podemos hablar de otra cosa? –pido incómoda.
–Me parece bien. Hija, ¿por qué tu bicicleta no está en el
patio? El otro día salí y noté que no estaba, ¿qué le sucedió?
–pregunta mi papá antes de dar otro bocado de salmón.
–¿Te gusta andar en bicicleta? No tenía idea –me pregunta
Estéfano.
–Sí, le encanta salir a andar en ella los domingos. Es una
bicicleta bastante linda, rosa con amarillo, sus colores
favoritos desde niña –le explica mi papá–. Te la podría
mostrar, pero por alguna extraña razón no está en casa.
–Se la presté a Miranda, robaron la suya hace unos días y
me pidió si podía usar la mía mientas compra una nueva –
respondo.
Ni siquiera me cuesta trabajo mentir. La respuesta fluyó
como si fuera un hecho.
Por obvias razones no hacemos sobremesa. Acompaño a
Estéfano a la salida, agradecida de que la incómoda velada
con mis padres haya terminado.
*****
Aún no me acostumbro a las ajetreadas mañanas
laborales, toda la gente yendo y viniendo con prisa, mis
compañeros platican entre colegas sobre su fin de semana,
se ríen y lamentan que sea lunes; me siento como un pez
fuera del agua. Nancy se acerca a mi lugar, aprovecha que
el padre de Miranda aun no llega para sentarse a la orilla
del escritorio. Sería mejor que no lo hiciera, su falda es
demasiado corta y a esta altura puedo ver que es la clase
de mujer que no depila sus muslos superiores.
–Oye, Olivia, qué horrible lo que le pasó al novio de Laura.
Una verdadera tragedia –me comenta mientras bebe su
americano.
¿Acaso Erick es el único tema disponible?
–Sí, terrible –contesto con desgana, mis ojos no se
despegan de la pantalla, reviso mi bandeja de entrada con
la esperanza de que crea que estoy ocupada y se vaya–.
Creí que no se hablaban entre ustedes.
–Lo vi en Facebook, Laura publicó las fotos de la casa
pidiéndole a la gente que si alguien tenía información sobre
los culpables contactara a la policía –me explica.
Ahora Nancy tiene toda mi atención.
–¿Entonces están convencidos de que fue un incendio
provocado? –le pregunto intrigada.
–Eso parece, ¿por qué? ¿Sabes algo más? –sus ojos están
deseosos de más chisme.
–No, de hecho no sé nada, solo que se me hace extraño
que alguien haya querido hacerles daño. Su familia no
parece la clase de personas que se meten en problemas –
respondo encogiéndome de hombros.
–Caras vemos…
–Son gente decente –la corto de mal modo.
Me molesta cuando extraños sacan las peores
conclusiones sobre personas de las que no saben nada. Tal
vez porque estoy viviendo en carne propia las
consecuencias de que la gente juzgue a los demás a la
ligera.
–Si tú lo dices, te creo –responde Nancy con una ceja
enarcada, sé que me encuentra extraña. Después busca un
tema más neutral de conversación– ¿Crees que tu jefe se
aparezca pronto?
–Lo dudo, ha de seguir lamentándose dejar todo de último
momento –respondo con una sonrisa amable, es más
sencillo si nos limitamos a hablar de asuntos de oficina.
–Qué suerte tienes, así tendrás más tiempo libre. Ojalá mi
jefa faltara alguna vez. Estoy segura de que si pudiera venir
el día de Navidad, lo haría –se burla–. Eso me recuerda que
me pidió unas copias hace veinte minutos. Debo correr.
Nancy baja con un brinco coqueto de mi escritorio y se
dirige al cuarto de papelería. Saco mi celular del cajón. Dos
mensajes nuevos.
MIRANDA 10:15 “¡Hola! Perdón por no marcarte anoche, fui
a cenar con Joaquín después del funeral y volví a casa muy
tarde”.
ESTEFANO 11:00 “¿Qué tal el lunes, muñeca?”
Me sonrojo. Escribo una respuesta rápida para Miranda y
voy directo a escribir a Estéfano.
OLIVIA 11:45 “Sin muchas novedades, ¿qué tal te va a ti?”

Contesta de inmediato.
ESTEFANO 11:46 “Es difícil concentrarme, no dejo de
pensar el ti”.
Sonrío de oreja a oreja.
OLIVIA 11:47 “Yo tampoco he dejado de pensar en ti
ESTEFANO 11:49 “No hagas planes este fin de semana, te
quiero solo para mí”.
Vuelvo a guardar el celular. La sonrisa boba no me
abandona el resto del día.
Un momento de honestidad
Llega el viernes y casi no he visto a Estéfano, el trabajo
debe ser duro porque apenas ha estado en casa. Creo que
ha tenido que ir a recibir los cargamentos, supongo que es
parte de supervisar que la fusión de los negocios de su
papá y el mío vaya bien. Me ha escrito todos los días, pero
nunca me da muchos detalles de lo que hace.
Le marco a Iván para que pase por mí, pero me dice que el
“señor Estéfano” le ha dicho que él me recogerá. Me inunda
una cálida sensación de alegría. Paso al tocador para
retocarme el maquillaje y verme lo más guapa posible.
Llevo el cabello en una coleta, lo suelto y me paso los
dedos para aplacarlo. Salgo disparada hacia la entrada
principal y él ya está fuera esperando.
–Este es el mejor momento de mi semana, hasta ahora –
dice y me envuelve en un abrazo.
Yo también pienso lo mismo. Inhalo su colonia como si
pudiera absorberlo de un respiro. Hace unas semanas no
sabía de su existencia y ahora no imagino estar sin él.
Subimos al auto y él comienza a conducir.
–Después del fracaso de la comida francesa, espero que la
italiana sea más de tu gusto –es su forma de decirme que
iremos a cenar.
Ni siquiera presto atención al camino, estoy demasiado
contenta de verlo para que me importe. Le voy contando
sobre mi semana mientras él conduce y me escucha en
silencio. De pronto, detiene el auto en una calle que me
resulta desconocida. No hay mucho movimiento, dos
transeúntes de aspecto sospechoso caminan a unos
cuantos metros de nosotros en la acera mal iluminada.
Miro alrededor, pero no veo ningún restaurante. Todos los
locales están cerrados... y, por su aspecto, parece que
llevan cerrados bastante tiempo. Esta calle parece el lugar
perfecto para que te asalten.
–¿Qué hacemos aquí? –le pregunto inquieta. Tal vez sería
mejor ir a una calle con una mejor iluminación y más gente.
Ni siquiera necesito mucha gente, me conformaría con
cuatro o cinco personas de aspecto respetable.
–Vamos a cenar la pizza más deliciosa que hayas probado
en tu vida –me informa mientas me toma de la mano.
Estéfano camina conmigo hacia el costado de un edificio
de apartamentos viejo, me lleva hasta una puerta de
madera verde y toca. Un hombre gordo de aspecto
grasiento se asoma. Nos mira con cara de pocos amigos
un instante y luego abre la puerta de par en par para
dejarnos entrar. Estoy renuente a entrar, pero Estéfano
presiona ligeramente mi espalda para animarme. Bajamos
por unas angostas escaleras que nos llevan a un diminuto e
intimo restaurante. Al fondo hay un horno de leña junto a un
bar de caoba en el que un hombre de cabello canoso está
sirviendo un martini. Solo hay cinco mesas, tres de ellas ya
están ocupadas por otras parejas. Una mujer mayor nos
sonríe y señala a una de las mesas para que nos sentemos.
Cuando tomamos asiento, la mujer trae una canasta de pan
y dos menús de papel. Antes de que pueda ver el menú,
Estéfano ordena para los dos. Me molesta un poco, pero sé
que es la clase de hombre al que le gusta sentirse en
control y si pequeñeces así lo hacen feliz puedo dejarlo
pasar ocasionalmente. Solo espero que haya ordenado algo
bueno porque muero de hambre.
–¿Cómo supiste de la existencia de este lugar? –le
pregunto.
–Era el lugar favorito de mi madre, decía que era lo más
cercano a la comida en Italia. Solía traernos todo el tiempo
cuando éramos pequeños –responde de forma distraída.
–¿Éramos? –pregunto con curiosidad. Habría asumido que
estaba hablando de él y su padre, pero dijo “cuando éramos
pequeños”, así que se debe de estar refiriendo a alguien
más.
–Sí. Yo y mi hermana –contesta despreocupado.
–¡¿Qué?! ¡Dijiste que no tenías hermanos! –le reclamo
indignada.
No puedo creer que lo atrapé en una mentira tan grande.
¿Qué más me ha ocultado? ¿Por qué mentiría sobre algo
tan bobo como tener una hermana? Es ridículo, si no se le
hubiera escapado la verdad en este momento, de cualquier
forma me hubiera enterado a la larga.
Estéfano me mira fijamente con expresión confundida,
como si no entendiera por qué estoy molesta.
–Dije que no tenía hermanos ahora, no que nunca los haya
tenido –responde como si fuera obvio.
Mi corazón se comprime. Perdió a su hermana, así como yo
perdí al mío, sabe exactamente lo que se siente pasar por
eso. Me lleno de culpabilidad por creerlo un mentiroso.
–Siento mucho tu pérdida. Que se muera un hermano es
una cosa terrible, yo la pasé muy mal después de lo de
Nico, lloré durante meses –digo intentando ser empática,
pero por la expresión de Estéfano, no lo estoy
consiguiendo.
–Sí... Rebecca no está muerta, es solo que ya no es mi
hermana –me explica con cara de aburrido.
Yo, por el contrario, estoy más interesada.
–No te entiendo, ¿qué le sucedió a ella? –pregunto
confundida. No quiero ser entrometida, pero no puedo
evitar sentirme intrigada.
–Sinceramente no lo sé. Huyó de casa después de que mi
mamá se suicidó y no he escuchado de ella desde
entonces. No tengo idea de dónde está o a qué se dedica.
Tengo la sospecha de que mi tía Agata está en contacto
con ella, pero es solo una corazonada y no me podría
importar menos. Ella se fue, le dio la espalda a la familia;
por lo que a mí concierne, ya no es mi hermana –me cuenta
despreocupado, como si estuviera comentando sobre el
clima.
Lo miro perpleja. Hay tanto que desenvolver de esas pocas
oraciones. ¡Con razón siempre está renuente a contarme de
su vida!
–Así que... tu mamá... cómo... cuándo... –balbuceo
insegura sobre cómo abordar el tema–. ¿Cuántos años
tenías cuando murió tu mamá?
–16. Se colgó en su recámara, si eso es lo que ibas a
preguntar a continuación –responde tranquilo.
–Lo siento mucho... por tu hermana también –musito en
voz baja.
–Como sea, fue hace mucho –Estéfano arruga su nariz,
como si mis condolencias estuvieran fuera de lugar.
–Así que tú y tu papá se quedaron solos, debió haber sido
difícil –comento sin poder creer que está actuando como si
esto no fuera la gran cosa.
–No realmente. Supongo a mí papá le dolió perder a su
esposa y a su hija, pero nunca hablamos al respecto. Mi
papá no es alguien que exprese mucho sus sentimientos.
Acerca de Rebecca, él siempre creyó que se trataba de un
impulso juvenil y que en algún momento regresaría a casa,
pero nunca lo hizo. Rebecca lo culpaba por la depresión de
mi mamá y nunca quiso hablar con él de nuevo.
–¿Alguna vez intentaron buscarla?
–Sí, mi papá contrató a un detective privado, estoy seguro
que la encontró, pero decidió respetar su espacio. La única
persona que creo que habla con Rebecca es mi tía Agata,
como ya te dije. Ellas siempre fueron cercanas –me explica
mientras juega nerviosamente con su tenedor. Entre más
profundizamos en el tema, más difícil le es demostrar
indiferencia.
–¿Alguna vez se lo preguntaste directamente a tu tía?
–¿Para qué? Rebecca ya no es mi familia, ella se fue
cuando las cosas se pusieron difíciles. La verdadera familia
no hace eso –dice con voz irritada, entiendo que es tiempo
de cambiar de tema.
–¿De qué parte de Italia es tu familia? –pregunto para
aligerar el ambiente.
–Sicilia.
–¡Nosotros también! –exclamo con sorpresa.
–Lo sé, ahí fue donde comenzó la rivalidad de nuestros
padres... mucho antes de que tú o yo naciéramos. Y
después ambos se trasladaron para acá y su odio perduró.
–Una vez mencionaste que tu papá vivía en el extranjero,
¿regresó a Sicilia? –le pregunto.
–No –responde cortante.
Espero a que elabore más en su respuesta, pero no lo hace.
–Esa tía Agata, ¿es hermana de tu mamá o tu papá? –
pregunto intentando continuar la conversación.
–Agata es la hermana menor de mi papá, vive con él y
cuida de mis abuelos. Mi abuelo tiene demencia, así que es
bastante trabajo, pero ella tiene mucha paciencia. Es una
mujer muy amable –la expresión de Estéfano se aligera
conforme habla de su tía.
Después de está plática, creo que entiendo por qué
Estéfano evitaba hablar sobre mi hermano. Posiblemente le
recordaba las pérdidas que él también ha sufrido. Lo
entiendo, nunca es fácil hablar de esta clase de temas, pero
me alegra que se haya sincerado conmigo. Siento que
ahora lo conozco un poco más.
Al terminar la cena, Estéfano me lleva de vuelta a su
apartamento. Subimos por el ascensor y siento la
expectativa en todo mi cuerpo.
–¿Quieres algo de beber? –me pregunta mientras se quita
el saco y lo acomoda sobre un sillón.
Niego con la cabeza. Estéfano me toma de la mano para
llevarme a su habitación.
–He pensado en esto toda la semana –me susurra al odio
mientras sus manos recorren mi espalda.
Yo también he pensado en este momento con frecuencia.
El museo y la verdad
Despierto antes que Estéfano. Aún me tiene envuelta entre
sus brazos. Me remuevo ligeramente para cambiar de
posición, mis piernas están entumidas. Lo contemplo
mientras duerme, siento una calidez interior por tenerlo a
mi lado. Me quedo así unos treinta minutos hasta que las
ganas de ir al baño son muy grandes. Me levanto de la
cama intentando no despertarlo. No soy la clase de
persona que camina desnuda con comodidad y menos en
una casa ajena, pero aprovecho que él duerme
profundamente y corro al baño.
Me encuentro con un espectáculo que sé que no debería
sorprenderme, pero lo hace: El lugar está inmaculado.
Parece un baño de revista, no un lugar que usa un hombre
soltero. Las toallas, el jabón, el cepillo de dientes… todo en
su lugar. En su cepillo no hay ni un solo cabello, como si lo
acabara de traer de la tienda. Estéfano exprime la pasta de
dientes desde el borde hacia la boquilla y va doblando el
extremo vacío, yo exprimo la pasta de dientes de donde la
tomo de modo que parece una barra de plastilina usada.
–Alguien tiene TOC –murmuro para mí misma.
Escucho que su celular suena en la habitación y la voz
ronca de Estéfano cuando contesta. Genial, ahora tendré
que volver a la habitación y me verá caminar en mi traje de
cumpleaños
–Sí, todo bien…me he encargado de eso…el cargamento
llegó sin problemas, puedes quedar tranquilo…Sí, ella está
aquí…
Vuelvo a la cama y me cubro con las sábanas, él no me
mira, su vista está fija hacía la pared, así que al menos me
ahorré esa vergüenza. Termina la llamada y él se gira para
verme.
–Era mi padre, ¿cierto? –le pregunto.
–No, era el mío ¿Llevas mucho despierta? Me hubieras
avisado.
–¿Tú padre? –pregunto con sorpresa.
–Sí, a veces hablo con él, así pasa cuando somos hijos, de
vez en cuando tus padres te llaman –se burla.
–Eso lo sé –farfullo y pongo los ojos en blanco–, pero
dijiste ella está aquí. Pensé que te referías a mí…
–No te ofendas, eres muy bella y me encantas, pero no
todo gira alrededor tuyo –su tono me parece a la defensiva.
Reflexiono un momento, tiene razón, además no tengo
derecho a preguntarle de qué hablaban, eso sería
entrometido. Me acurruco a su lado y dejo pasar el tema.
–¿Qué quieres hacer hoy? –me pregunta después de un
rato.
Me encojo de hombros.
–No lo sé, ¿hay otros lugares secretos en esta ciudad que
solo conozcan los Corvino a los que me puedas llevar?
–Tal vez –contesta Estéfano con una sonrisa–. Hay una
exposición de Joan Miró en el Museo de Arte Moderno,
tengo la intención de ir antes de que la quiten, pero no he
encontrado el tiempo. ¿Te interesa?
El surrealismo me repele, sinceramente el arte moderno en
general me parece el resultado de mucho LCD, pero no voy
a desechar su propuesta cuando yo no tengo otra mejor.
–Bien, pero primero necesito ir a casa a cambiarme,
después soy toda tuya.
–Ay, Olivia, haz sido toda mía desde la primera vez que te vi
–murmura con arrogancia.
Niego con la cabeza, pero no puedo evitar reírme.
Estéfano me lleva de vuelta a mi casa. Parezco desquiciada
en mi habitación buscando el conjunto adecuado. Estéfano
me espera en el piso de abajo y, a pesar de que hago mi
mejor esfuerzo, sigo sin estar lista y ya llevo cuarenta
minutos. 
Por fin logro darme gusto, pantalones de
mezclilla ceñidos y una blusa violeta que acentúa mi talle.
Bajo con calma, como si todo este tiempo hubiera
guardado la compostura. Estéfano no parece fastidiado por
la espera, abre la puerta para que salgamos sin quejarse.
*****
Llevamos casi tres horas en el museo, siento que voy a
convertirme en una de estas horrorosas pinturas que
llaman arte, pero no puedo quejarme puesto que él no lo
hizo cuando yo me tardé en arreglarme. Al menos no ha
soltado mi mano en ningún momento; mira cada cuadro
con detenimiento, pero sin apartarse de mí. ¿Cuánto museo
falta? Parece una mala broma que no acaba.
–¿Todo bien? –susurra Estéfano en mi oído.
–Sí, ¿por qué lo preguntas? –respondo sorprendida.
–Pareces un poco aburrida.
–¿Yo? Para nada, ¿por qué? ¿Ya te aburriste tú?
–No.
–Pues yo tampoco –respondo como indignada por su
insinuación.
–Esta fue la última sala. ¿Tienes hambre?
Las palabras de Estéfano son como un grito de gloria.
–Un poco –respondo fingiendo calma.
Nos dirigimos a la salida, siento que estoy cruzando la
meta del maratón de la ciudad. Si no estuviera Estéfano,
levantaría mis brazos en señal de celebración. El sol
lastima mis ojos al salir. Inhalo profundo, extrañé el aire
fresco.
–Así que… odias la comida francesa y el arte moderno –
dice Estéfano mientras caminamos.
–¿Por qué crees eso? –aparento no tener idea de qué
habla.
–¡Vamos! No intentes engañarme –dice girándose para
verme de frente.
Siento cómo mis piernas flaquean ante su mirada
inquisitiva.
–De acuerdo, tal vez no es el arte que máaaas me gusta,
pero eso no quiere decir que lo odie.
Estéfano pone los ojos en blanco.
–Simplemente no lo soportas.
Sonrío en señal de disculpa. Fui descubierta.
–¿Por qué no dijiste algo cuando te propuse venir? –
pregunta.
Me encojo de hombros porque no quiero decirle la verdad,
que soy incapaz de negarme a un deseo suyo y que carezco
de voluntad propia cuando él me miras. Estéfano me jala
hacía sí y me besa.
–Decide a dónde iremos ahora, temo sugerir otro fiasco.
–¡No fueron fiascos! –exclamo en un tomo más chillón del
que me habría gustado.
–De cualquier modo, por favor, decide qué haremos.
–Bueno, sígueme. Hay un lugar de hamburguesas delicioso
a dos cuadras.
Caminamos sin soltarnos de la mano, él quiere saber qué
tipo de arte sí me gusta. Mientras pienso en mi respuesta
casi somos arrollados por un ciclista que quería adelantar
un alto.
–Idiota… –farfulla Estéfano mientras el ciclista se aleja
vociferando maldiciones.
–No todos somos tan malos –defiendo a mi gente de dos
ruedas.
–Moderaré mi aversión a los ciclistas solo por que tú eres
una de ellos. Supongo que es lo menos que puedo hacer
después de tenerte horas en el museo.
–¡Olivia!
Reconocería esa voz en cualquier lugar: Miranda. Mi amiga
se acerca a nosotros en su bicicleta, cuando llega mi lado
se baja y se hace a un lado para no bloquear el carril de los
ciclistas.
–Hola, Mir, ¿a dónde te diriges? –le pregunto contenta de
encontrarla.
–Vengo del nuevo estudio de Yoga que abrió al otro lado
del parque, ya sabes, el que tiene lista de espera. Pues
resulta que la espera fue en vano, en resumen: ¡Un bodrio!
Desde que llegué, noté que la entrada estaba sucia y un olor
a desagüe bastante sospechoso… Eso no fue lo peor, el
instructor para nada tenía buen cuerpo, parecía uno de esos
veganos que no comen más que pasto y están en los
huesos. Además era un igualado, me quería corregir mis
posturas como si yo no supiera lo que hago... por favor,
sería mejor instructora yo, al menos más agradable a la
vista... He hecho Yoga desde los 16, sé lo que hago, no
necesito que un mequetrefe me diga que mi guerrero
necesita...
–Oye, pausa. Pregunté por educación –la interrumpo.
Sé que cuando Miranda dice “en resumen”, quiere decir que
va a hablar a detalle hasta que se ponga el sol. Cualquier
otro día la habría escuchado encantada, pero hoy tengo
otros planes. Miranda me mira con cara de pocos amigos
hasta que nota la presencia de Estéfano detrás de mí.
–Oh, ya veo… no hay tiempo para la amiga quejumbrosa…
Hola, qué tal.
Estéfano la saluda con un movimiento de mano.
–No quise decir eso... siempre tengo tiempo para ti, Mir –
digo para suavizar mi interrupción.
–Basta, sé cuando la hago de mal tercio así que me voy. De
todas formas tengo mucho que hacer.
Miranda sube en su bicicleta y comienza a pedalear.
–¡Adiós, Intruso Guapo! –grita mientras se aleja.
La voy a matar, en verdad lo haré, iré a su casa mientras
duerme y la sofocaré con la almohada.
–¿Cómo me llamó? –pregunta Estéfano.
Se me escapa una risa nerviosa.
–Miranda está loca, inventa cosas –digo con las mejillas
ardiendo de vergüenza.
–Entiendo lo de guapo, pero ¿intruso? –dice petulante.
–Es una larga historia y ni siquiera es interesante…
–De acuerdo, entonces explícame ¿por qué no te ha
devuelto tu bicicleta si no la usa?
–¿Qué?
–Tu bicicleta, dijiste que se la habías prestado y tu padre
mencionó que era rosa con amarillo, tus colores favoritos
desde niña, pero Miranda está usando una bicicleta roja. A
menos de que la haya mandado a pintar, asumo que no es
la tuya, ¿o sí? –dice con los ojos entrecerrados.
–Vaya, qué buena memoria tienes –exclamo con una
sonrisa incómoda.
–Lo sé.
–Pues… –mi mente trabaja a toda maquina buscando
alguna explicación coherente, pero no se me ocurre nada.
–Ya intentaste mentir varias veces sin éxito esta tarde, tal
vez podrías concederme la verdad una vez.
Cruza los brazos frente a su pecho y me mira con
detenimiento.
–Bueno, siendo honesta, no te mentí a ti, le mentí a mi papá
y tú casualmente estabas cerca. Miranda nunca tuvo mi
bicicleta –me sincero. Ya sabe parte de la historia, no es
tan difícil revelar el resto–. La verdad es que un día la
encontré destrozada. Tomando en cuenta mi popularidad
en internet, no es tan difícil adivinar el motivo.
–¿Por qué no me lo dijiste? –pregunta molesto, y su enojo
crece con cada palabra– ¿Alguien daña tu propiedad y tú te
quedas callada? ¿Pretendes soportar todo lo que te hagan
sin mover un dedo?
–¡No lo entiendes! ¿Qué podía hacer? Si le decía a mi papá
quién sabe cómo iba a reaccionar, todo esto comenzó por
el mal temperamento de mi papá, decirle solo iba a
complicar más las cosas...
–Al menos pudiste decírmelo a mí. Solo puedo ayudarte si
sé lo que sucede. Por favor, prométeme que si pasa
cualquier otra cosa me lo contarás de inmediato. Es la
única manera en la que puedo protegerte.
–¿Protegerme? –pregunto cansada. El día iba muy bien
hasta ahora, ¿por qué debemos arruinarlo hablando de
temas desagradables?
–Sí, Olivia, yo puedo protegerte y lo haré, pero tienes que
prometerme que serás honesta conmigo sobre lo que te
sucede. Por favor, confía en mí porque yo haré lo que sea
para mantenerte a salvo –Estéfano me toma por los
hombros y me mira fijamente.
Asiento intimidad por su mirada profunda.
–Lo prometo –respondo en un susurro.
–Necesito que lo digas en serio, Olivia. Ya me cansé de
esto, tengo que saber exactamente lo que te sucede y tú lo
vuelves muy difícil. No me obligues a contratar gente para
que te siga.
Estoy casi segura de que está bromeando, pero su
expresión no lo muestra, así que dudo en si reírme o no.
–¿Vas a contratar a alguien para que me siga? ¿Sabes lo
ridículo que suenas? –pregunto conteniendo la risa.
–No quiero hacerlo, pero de algún modo debo asegurarme
de que estés a salvo. No tolero la idea de que mi futura
esposa esté en peligro.
Ah, ahora sí que estoy segura de que está bromeando. De
nuevo con su tonta broma de casarnos. No tengo humor
para aguantar esos comentarios hoy, no me dan risa, ni le
encuentro lo divertido. Tengo que ponerle fin de una buena
vez.
–¡Basta con eso! –exclamo exasperada–. Yo soy quien ya
se cansó, no entiendo esa broma rara que haces sobre
casarnos, pero es realmente irritante.
–Ya te dije mil veces que no es broma –dice inclinando la
cabeza hacía el costado, al parecer tan irritado como yo.
–Bien, según tu no es broma, pues demuéstralo. La
siguiente vez que menciones algo acerca de matrimonio,
quiero ver el anillo de compromiso. Sino, sabré que estabas
mintiendo todo este tiempo –digo con una sonrisa
engreída, eso seguro que no lo vio venir.
Espero ver que se pone nervioso, pero no lo hace; al
contrario, sonríe con arrogancia.
–De acuerdo, es un trato –responde tranquilo.
La garganta se me cierra, no esperaba que lo tomara tan
bien.
*****
Miranda está ansiosa por escuchar las novedades de mi
vida amorosa y yo de la suya, así que quedamos de vernos
el lunes en un café después del trabajo. Ya no estoy
molesta con ella por haberle gritado Intruso Guapo a
Estéfano, aun así le reclamo en cuanto la veo en tono de
juego. Ella se bota de risa, su intención había sido
avergonzarme desde un principio y lo logró. Pareciera que
llevamos semanas sin vernos, la conversación y las risas
no se agotan.
–Hola, chicas –saluda Laura quien aparece a un lado de
nuestra mesa. Trae los ojos enrojecidos y se mueve con
desgana.
Ambas la miramos con sorpresa, hace semanas que no me
dirige la palabra por lo que Erick le contó de mí y ahora
llega a mi mesa a saludar sin necesidad de hacerlo; solo
puedo asumir que lo que la preocupa es más grande que
los rumores que circulan sobre mi familia “mafiosa”.
–Hola… ¿qué te pasó? –pregunta Miranda y le indica que se
siente a nuestra mesa.
Laura toma asiento sin dudarlo.
–Perdón que las interrumpa, salí a dar una vuelta porque no
soportaba estar en casa y las vi…
–No te apures –digo en un tono preocupado.
–Tuve una terrible pelea con Erick, lo peor del caso es que
ni siquiera es mi problema, pero no pude evitar molestarme.
–¿Qué hizo? Tranquila –Miranda coloca su mano sobre la
espalda de Laura, parece que ella va a soltarse a llorar de
nuevo.
–No fue él sino su padre, hace una semana la policía les
dijo que encontraron un envase sospechoso y restos de
gasolina en los escombros de la casa…
–¡O sea que sí fue provocado! –exclama Miranda con
sorpresa.
–Sí, pero hoy su padre tuvo una reunión con el jefe de la
policía y decidió detener la investigación. Lo declararon un
problema eléctrico.
–¿Se puede hacer eso? –pregunto confundida.
–¡Qué tontería! ¿Por qué no querría atrapar a los culpables?
–pregunta Miranda.
–¡Es lo mismo que yo opino! Es tan obvio que no fue un
accidente. Le dije a Erick que hacer eso era como solapar a
quien incendió su casa, pero él me dijo que no me metiera,
que su padre tiene buenos motivos para no seguir
indagando. ¡Imaginen eso! Me da tanto coraje que dejen
este crimen impune, parece que olvidan lo que le pasó a la
abuela…–Laura rompe en lágrimas.
–Tranquila, sus motivos tendrán –digo intentando
calmarla.
Parece que un tren golpea a Laura. El cambio en su mirada
me da escalofríos, es como si apenas reconociera que yo
también estoy ahí. Recobra la compostura, limpia sus
lágrimas con el dorso de su mano y se endereza en el
asiento.
–O tal vez, alguien los amenazó –sugiere y me mira de
reojo.
–¿El jefe de la policía? –pregunta Miranda desconcertada.
–No lo sé… si algo hemos aprendido últimamente es que
estamos rodeados de gente peligrosa…
No quiero ser paranoica, pero creo que se refiere a mí. ¿En
qué parte de su diminuto cerebro tener un padre celoso y
quemar casas es equivalente?
–¡Mira qué tarde es!, debo correr, mañana quiero asistir a
una clase de pilates a las 7 de la mañana y necesito ir bien
descansada– Miranda también lo entendió como una
alusión a mí, esta es su forma “amable” de mandar a Laura
a volar–. Quedemos pronto para ir a cenar o lo que sea. Liv,
¿nos vamos?
Miranda se pone de pie de un brinco. Laura apenas y puede
musitar un “adiós” cuando nosotras ya estamos saliendo
del café.
–¿Estuvo mal lo que hice? –me pregunta en cuanto
ponemos un pie fuera.
–No lo imaginé, ¿cierto? Laura se refería a mí.
–Creo que más bien se refería a tu padre el rey de la mafia
–dice Miranda antes de botarse de risa.
Me río con ella, no porque lo encuentre gracioso, sino
porque no sé de qué otra forma lidiar con este tema.
Lejos de mi hija
Las siguientes dos semanas paso cada minuto libre que
tengo con Estéfano. Él va a recogerme todos los días
después del trabajo y los fines de semana no nos
separamos por nada del mundo. No he visto a Miranda o a
mis padres, pero la estoy pasando tan bien que ni siquiera
me importa. Entre más lo conozco más me gusta. Da
miedo cuánto lo he llegado a querer en tan poco tiempo,
hace unas semanas no sabía de su existencia, pero ahora
no puedo imaginar mi vida sin él.
–Pensé en un juego divertido para esta noche –dice
Estéfano mientras subimos las escaleras del pórtico de mi
casa.
Es sábado por la noche y mi padre marcó en la mañana
para pedirnos que regresáramos a cenar esta noche. Al
parecer no ha aprendido lo desagradable que puede ser mi
mamá cuando está molesta y quiere hacer pasar a
Estéfano por más situaciones incómodas.
–¿Qué clase de juego? –le pregunto curiosa.
–Cada vez que tu mamá me mire de mal modo, tomamos
un shot –propone en broma.
–No creo que sea capaz de aguantar beber esas
cantidades de alcohol –respondo riendo.
–Ese es el punto, el primero en perder el conocimiento,
pierde.
Al entrar percibo el olor a lasaña que emana de la cocina.
–Espero que sepa tan bien como huele –me gana a decir
Estéfano.
–¡Ah, con que tú eres el famoso Estéfano!
La voz chillona de Roxana me comprime el estómago.
Olvidé por completo que es fin de mes y que estaría aquí.
Roxana baja las escaleras con paso lento, parece que
quiere imitar el andar de una estrella de cine; claro que lo
que ella cree que se ve cautivador solo la hace parecer que
tiene problemas de cadera.
–Y tú la famosa prima –responde Estéfano en un tono
como si ya estuviera aburrido de su presencia.
–Roxana. Mucho gusto. Pero qué guapo eres –exclama
ella.
Ni siquiera hace el intento de disimular que se lo come con
la mirada. Tengo ganas de plantarme entre los dos y
empujarla. Aunque no concibo que Estéfano se pueda fijar
en alguien como Roxana, eso no evita que sienta una
punzada de celos por la forma en la que ella lo mira.
–Gracias, supongo –responde Estéfano incómodo.
–¿Dónde está mi mamá? –le pregunto para recordarle que
estoy aquí.
Roxana me mira de reojo, como si mi presencia en la
escena fuera una intrusión.
–Subió a recostarse hace rato, dijo que tenía jaqueca.
Imagina eso, con el tiempo encima para planear la reunión
anual, tu mamá con jaqueca y tú de paseo con el novio. Si
yo no estuviera, la fiesta no tendría lugar –se queja.
–Mi mamá se hizo cargo del evento durante años antes de
que tú llegaras a la familia y siempre fue un éxito –digo con
una mueca de desagrado.
–Eso crees tú, pero ahora la familia cuenta con una buena
anfitriona de verdad.
Roxana se da la media vuelta sin esperar a que responda.
Es obvio que está sacando el trasero en un intento por
parecer atractiva. Entra al comedor, pero nosotros no la
seguimos.
–Qué insoportable –musito cuando está fuera del alcance
de mis palabras– ¿Puedes creer que piense que es mejor
anfitriona?
–No te ofendas, pero un babuino con una navaja sería un
mejor anfitrión que tú mamá. Hablo por experiencia propia.
–No encuentro gracioso tu chiste –digo, intentando parecer
molesta por su comentario.
–No era un chiste –responde y ninguno de los dos puede
contener la risa.
En ese momento mi padre sale de su oficina seguido por
Rubén.
–Olivia, me alegra que estés en casa. Rubén, ¿recuerdas a
Estéfano Corvino?
–¿Cómo olvidarlo?
Rubén mira a Estéfano con cara de pocos amigos. Se
estrechan la mano con frialdad, pareciera como si Rubén lo
quisiera retar a un duelo; en cambio, Estéfano lo mira con
indiferencia, como si le hubieran traído a la mascota de la
familia y fuera a olvidar su existencia en el momento en que
se dé la media vuelta.
–Bien, vamos a comer –mi padre nos indica que pasemos
al comedor.
Los tres lo seguimos y mi mamá se nos une cuando apenas
estamos tomando asiento.
–¿Cómo sigue la jaqueca, Doris? –pregunta Roxana cuando
la ve entrar.
–Mejor, gracias –contesta con sequedad y de paso le
dedica una mirada hostil a Estéfano.
–Primer shot –susurra Estéfano en mi oído y a penas soy
capaz de contener la risa.
Entre mi mamá y mi primo se encargan de que el ambiente
se sienta pesado; ignoro el motivo, pero Rubén también
mira a Estéfano con odio recalcitrante. Me sorprende su
actitud, pues mi primo normalmente es amigable y
bonachón. Esta va a ser una velada larga para Estéfano.
–Buenas noches –saluda Estéfano a mi mamá como si no
hubiera notado su mala leche.
–Buenas noches. Eres muy amable en dejarme ver a mi
propia hija –responde mi mamá.
–¿Por qué querría estar Olivia aquí? ¿Para verte la cara
agria que tienes? –le reprocha mi padre.
–Oigan, hoy no –intervengo.
Roxana no puede ocultar que esto la divierte enormemente.
–Lo lamento, su hija es tan encantadora que la idea de
estar lejos de ella es insoportable –contesta Estéfano.
Me hundo en mi asiento como si fuera a derretirme. Estoy
segura de que me sonrojé como tomate.
–Qué lindo –masculla Roxana con envidia antes de
mirarme con cara de asco como pensando “¿En serio te
refieres a ella?”.
–¿Qué tal el trabajo, Liv? –pregunta Rubén fingiendo haber
recuperado su buen humor, aunque su mirada sombría lo
delata.
–Bien, he aprendido mucho…
–Sabes que eres rica, ¿verdad? No tienes que trabajar, con
tantas cosas para ocupar el tiempo y tú en una oficina, ¿no
tienes amigas para salir?
En mi mente acabo de golpear a Roxana con el plato, pero
en la realidad solo la miro incrédula, como el resto de la
mesa.
–Oye, déjala ser –le dice Rubén.
–Si querías trabajar, ¿por qué no entraste al negocio de tu
papá? Quiero decir, es bastante raro que un negocio de
flores tan grande esté dirigido exclusivamente por
hombres. Probablemente puedan beneficiarse del punto de
vista femenino –Roxana opina.
–¡Es suficiente! ¡Nadie pidió tu opinión! –grita mi papá de
pronto.
Rubén fulmina a su esposa con la mirada y Estéfano aclara
su garganta claramente incómodo. Yo solo miro la escena
sorprendida. Sé que Roxana es una metiche, pero esta vez
debo admitir que tiene razón porque con frecuencia me he
preguntado lo mismo. Mi papá jamás emplea mujeres,
supongo que es un sesgo sexista de su parte debido a su
edad, pero soy su única hija y heredera, ¡podría hacer una
excepción conmigo! En algún punto debería darse cuenta
de que incluirme en el negocio familiar es lo más sensato.
Mi hermano comenzó a trabajar con él desde los quince
años y le iba bien, yo soy mucho más responsable y
sensata de lo que Nico nunca fue, podría desempeñar un
buen papel también. Nunca he entendido por qué no me ha
pedido ser parte de las florerías.
–Hablemos de otra cosa, es un tema aburrido de cualquier
modo –opina Estéfano.
–Si encuentras aburrido tu trabajo, tal vez deberías
dedicarte a otra cosa, lejos de mi hija de preferencia –dice
mi mamá.
–No podría estar más de acuerdo –la apoya Rubén.
Mi padre golpea su puño contra la mesa, por suerte, a pesar
de su fuerza, ningún vaso se vuelca.
–¡Basta ya! –grita con las venas de la frente saltadas.
Rubén se encoge como perrito regañado, pero mi mamá lo
mira desafiante.
–Creo que me malinterpretaron. Hablar sobre trabajo me
aburre, pero hacerlo es otra cosa. Estoy seguro, Rubén, de
que has escuchado acerca de lo bueno que soy en lo que
hago... ¡qué digo escuchado! Has tenido el privilegio de
verlo en persona, ahora que lo pienso –responde Estéfano
en tono arrogante.
Rubén lo mira con odio, pero guarda silencio. Parece que mi
padre va a intervenir, pero se lo piensa mejor y empieza a
comer. Estéfano toma mi mano y me guiña un ojo.
–¿El privilegio de ver qué? –pregunta Roxana al ver que su
marido no contesta.
Esta vez ni siquiera intenta ser discreto, Rubén pone su
brazo sobre el de ella y le hace una seña para que se calle.
Ojalá hiciera eso siempre y no solo cuando hay visitas.
–Mejor cuéntenos cómo va la planeación de la fiesta –pide
mi padre entre dientes.
Son las palabras mágicas, Roxana toma el micrófono y no
lo suelta. Parece incluso haber olvidado que Estéfano está
ahí, todo es yo yo yo. El resto de la cena transcurre en
relativa cordialidad. Principalmente escuchamos historias
de Roxana; por primera vez, me siento agradecida por su
forma de ser parlanchina ya que evita que mi mamá y
Rubén hagan más comentarios hostiles.
Negocios y familia
–Espero verte mañana para el desayuno, Estéfano –se
despide Roxana con coquetería, mientras yo lo acompaño a
la puerta.
Rubén la mira molesto, no sé qué tiene en contra de
Estéfano, pero es claro que la idea de volverlo a ver mañana
le desagrada.
–Claro, claro –interviene mi padre–. Si no has tenido
suficiente de este circo, deberías venir mañana.
–Será un placer –les responde Estéfano y nos
encaminamos hacia la entrada principal.
–Estoy de acuerdo con lo del circo, no te culparía si
prefieres saltarte el desayuno familiar mañana –le comento
una vez que estamos solos.
–¿Y perderme el placer de enfurecer a tu primito? ¡Jamás!
–Estéfano no parece afectado por la antipatía de mi mamá
y de Rubén, al contrario, le divierte.
–No entiendo qué le sucede, él normalmente es amigable.
Estéfano cruza los brazos y toma asiento en la escalera. Yo
imito sus movimientos y me siento a su lado.
–Yo sí –dice mientras se acerca a mi oído con complicidad,
como si fuera a revelarme un secreto–. Rubén está muerto
de miedo. Sin tu hermano, él era el claro sucesor de tu
padre en el negocio, pero por desgracia, es un inepto.
–¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? –le pregunto con
la frente arrugada. Rubén lleva años trabajando en el
negocio de mi papá, ¿cómo puede ser que sea un inepto?
–Créeme, los rumores entre competidores no paran.
–De acuerdo, te creo, pero eso no explica por qué parece
tan disgustado contigo.
–Claro que sí. Para su mala suerte, lo que dije en la cena es
verdad, soy muy bueno en lo que hago y Rubén lo sabe. Así
que él piensa que con esta nueva alianza, su papel en el
negocio está en juego. Si alguien merece quedar a la
cabeza del negocio soy yo: estoy más preparado y soy más
talentoso. La cereza del pastel es que estoy saliendo
contigo, así que tú papá ya no se va a oponer a que yo me
quede con todo; a fin de cuentas, lo que sea bueno para mí
lo será para ti y el bienestar de su hija pesa mucho más que
el de su sobrino. En resumen, las ambiciones de Rubén
acaban de ser truncadas y está haciendo una rabieta.
Siento como la lasaña regresa de mi estómago a mi
garganta. Me aferro con ambas manos al escalón para no
vomitar. Si tuviera fuerza me alejaría de él y entraría
corriendo a la casa, pero me quedó con los ojos como
platos mirándolo de frente.
–¿Qué pasa? –pregunta al notar el cambio en mi
semblante. Pone su mano en mi espalda, preocupado.
Sentir su tacto me ayuda a romper el nudo en mi garganta.
–Esa es la razón por la que estás saliendo conmigo, ¡esto
es una mera transacción de negocios para ti! –afirmo
indignada.
Estéfano suelta una carcajada que retumba en la calle, ya
silenciosa. Tarda un rato en dejar de reír, cuando lo logra,
me envuelve en sus brazos.
–Qué tonterías dices. Yo te explicaba cómo ve tu primo las
cosas, no quiere decir que sean verdad.
Lo miro con aprehensión. Quiero quitarme, pero solo me
sigo aferrando al escalón con ambas manos, como si fuera
a salir disparada al cielo.
–Mira, Olivia, no te voy a mentir, que tú y yo estemos juntos
facilita los negocios. ¿Por qué crees que Víctor ha actuado
tan tranquilo cuando antes estaba dispuesto a volarle los
sesos a cualquier tipo que se te acercara? Nuestra relación
les conviene a todos, pero eso no significa que no esté loco
por ti. Jamas te utilizaría de esa manera solo para obtener
una ganancia económica, mis sentimientos por ti son
reales, te dije que quedé prensado de ti desde la primera
vez que te vi. Eres perfecta y te amo.
Mi cerebro se tarda en procesar lo último que dijo. Trago
saliva. En medio segundo olvido de qué estábamos
hablando. Mi corazón aporrea contra mi pecho de felicidad.
Me ama. Es demasiado bueno para ser verdad. Se han
hecho infinidad de películas que llevan a este momento y
por fin me pasó a mí.
_¿Lo dices de verdad? –pregunto atónita.
–Por supuesto, jamás bromearía con algo así –contesta
Estéfano.
–Yo también te amo –logro decir después de que pasa la
conmoción.
–Lo sé, es difícil conocerme y no amarme –bromea y lo
encuentro aún más encantador que hace medio minuto.
Presiono mi cabeza contra su pecho sintiendo que vuelo de
la felicidad, ya no me interesan los negocios o las alianzas
favorables. Nada me importa que no seamos
exclusivamente él y yo, el mundo puede arder.
Muchas opiniones
A la mañana siguiente, bajo con pereza los escalones hacía
la planta inferior. Me dirijo a la cocina por un vaso de agua,
pero escucho una acalorada discusión en la oficina de mi
papá y me desvío para saber de qué se trata. Quedo a unos
pasos de la puerta, lo suficientemente cerca para poder
escuchar, pero también para poder alejarme sin ser vista en
caso de que salgan súbitamente.
–¡¿Cómo puedes estar tranquilo después de lo que
hicieron?!
Reconozco la voz de Rubén reclamando.
–¡Cállate ya! No pedí tu opinión, yo sé lo que hago –
responde mi papá furioso.
–Pues no parece, los hombres saben que ya no tienes el
control y dudan de que puedas recuperarlo...
Se escucha como un cristal se estrella contra la pared.
Posiblemente mi papá arrojó un vaso o algún adorno de su
escritorio. El ruido hace que me sobresalte. Miro en todas
direcciones para ver si mi mamá o Roxana escucharon,
pero la única actividad de la casa proviene de la oficina.
–¡¿Crees que me interesa la opinión de esas basuras o la
tuya?! A mí nadie me va a cuestionar, primero los mato –
grita mi padre. Casi puedo verlo gesticular en tono
amenazante.
–Por favor, tío Víctor, ¿qué no entiendes que yo estoy de tu
lado? Quiero ayudarte, pero me es imposible entender tus
acciones. Tampoco concibo que aceptes de tan buena
gana que ese tipo esté cerca de Olivia –dice Rubén con voz
gangosa.
Me acerco un poco más a la puerta en cuanto escucho mi
nombre. Así que todo este alboroto es por los celos y la
inseguridad de Rubén. Qué patético.
–No te metas, yo sé lo que hago con mi hija –responde mi
padre más tranquilo.
–Es mi prima y su bienestar me interesa –declara él firme.
–Entonces deja de meterte en donde nadie te llama. Tú has
tu trabajo y déjame tomar las decisiones a mí. Olivia está
más segura a lado de Estéfano, fue un golpe de suerte que
se fijara en ella. Tú y Doris son unos cabezas duras que no
pueden ver con claridad, sus emociones los tienen
cegados. No se dan cuenta de que esta es la única manera
de garantizar que no lastimen a Olivia. Déjame decidir lo
que es mejor para ella –explica mi papá aún enojado.
Me acerco aún más a la puerta, ¿a qué se refieren? ¿Quién
podría lastimarme?
–Ojalá fuera tan sencillo, no solo son los negocios, ahora
también debo compartir mi mesa con ese canalla…
Pongo los ojos en blanco. El hecho de que Estéfano sea
mejor que Rubén no es justificación para que le diga
canalla.
–MI mesa, Rubén. Estás compartiendo MI mesa, no lo
olvides –señala mi papá.
Escucho cómo mi papá se levanta de su asiento y se
encamina hacia la salida. Me alejo de puntitas y me meto a
la cocina justo antes de que abra la puerta. Me sirvo un
vaso con agua mientras pienso en la conversación que
acabo de escuchar. Poco después, Rubén entra la cocina y
me sonríe con desgana.
–Buenos días, Liv, ¿aún no se levanta Roxana?
–No la he visto –respondo secamente, no olvidaré tan fácil
que llamó canalla a mi novio.
–¿Qué te parece si me ayudas a preparar el desayuno? –me
propone, mientras busca en los gabinetes los utensilios
necesarios.
Asiento y saco los ingredientes del refrigerador.
Comenzamos a trabajar en un silencio que dura pocos
minutos.
–Oye y cuéntame, ¿es seria la cosa entre tú y Estéfano? –
me pregunta con la mirada clavada en el sartén delante de
él.
–Supongo que no cenaría con mi familia si esto fuera una
aventura –respondo sin dejar de batir los huevos–, ¿por
qué le tienes tan mala fe?
Rubén se queda quieto un momento y luego gira sus ojos
despacio en mi dirección.
–Ojalá pudiéramos hablar sinceramente tú y yo. Hay tanto
que debo decirte... sé que entenderías la situación porque
eres una chica lista; por desgracia, no puedo –dice con
pesar.
–No entiendo a qué te refieres. Rubén, soy yo, si tienes algo
que decirme, dilo –le pido con seriedad.
Rubén baja la mirada y luego se voltea a seguir cocinando.
Pongo los ojos en blanco, exasperada por su aire
misterioso. De repente, Rubén toma mi mano y me jala
hacía él. La rapidez de sus movimientos me deja perpleja.
–Tu mamá es muy infeliz, todos lo saben. Deja de intentar
acabar como ella –me advierte con severidad.
–¿Qué? –pregunto confundida.
Quiero preguntarle por qué piensa que voy a acabar como
ella, pero en ese momento Roxana entra seguida de mi
mamá y Rubén regresa frente al sartén de un brinco.
–Querido, eso se quema. Ya sabes que odio las partes
quemadas –se queja Roxana.
–Lo siento, haré otro para ti. Liv y yo nos distrajimos
platicando –responde Rubén con alegría, como si la pelea
con mi papá y lo que me acaba de decir jamás hubieran
ocurrido.
–¿Sobre su trabajo? –pregunta Roxana y finge un bostezo.
–Exactamente, sobre eso –intervengo yo sonriendo.
Escucho que suena el timbre de la puerta y salgo disparada
de la cocina. Al abrir encuentro a Estéfano parado en el
pórtico viéndose especialmente guapo. Me aviento a sus
brazos, su voz diciendo “te amo” resuena en mi cabeza.
–Temía que alguien más me recibiera –dice mientras me
abraza.
–Buenos días –se escucha la voz de mi papá detrás de
nosotros.
–Buenos días, Víctor, ¿sucede algo? –pregunta Estéfano al
ver la expresión turbada de mi papá.
–Ya entenderás cuando tengas familia propia –refunfuña
mi papá mientras camina con paso cansino al comedor.
Estéfano me interroga con la mirada y yo me encojo de
hombros. Estoy segura de que la actitud de mi papá se
debe a la discusión con Rubén, pero no quiero contarle a
Estéfano lo que Rubén dijo y empeorar la mala voluntad que
hay entre ellos. Seguimos a mi papá al comedor, en donde
ya está reunida el resto de la familia.
–Buenos días, Estéfano, qué gusto verte de nuevo –saluda
Roxana con voz sensual.
–Buenos días a todos. A mí también me da gusto volver a
verlos –dice Estéfano con una sonrisa resplandeciente.
Mi mamá y Rubén ponen mala cara, pero saludan también.
Estéfano se ve fresco y con buen ánimo, sé que lo hace
para irritar más a Rubén y funciona.
–Todo huele delicioso, mi Rubén es un gran cocinero –
presume Roxana.
–No puedo llevarme todo el crédito, Liv me ayudó –
responde él con modestia.
–¡Quién lo diría! Eso significa que ya estás lista para
casarte, Olivia –Roxana mira a Estéfano y le guiña un ojo.
Sé que lo dijo como una broma, pero no puedo evitar
irritarme. Finalmente había logrado que Estéfano dejara su
ridícula broma sobre casarnos y ahora ella saca el tema a
relucir.
–Me da gusto escuchar eso –exclama Estéfano al tiempo
que toma mi mano entre la suya.
Resoplo. No de nuevo. Le dedico una mirada de
advertencia: te dije que tuvieras un anillo listo o guardaras
silencio. Estéfano me guiña el ojo, suelta mi mano y la mete
al bolsillo de su chaqueta. Mi corazón salta a mi garganta.
Por un segundo creo que va a sacar un anillo de
compromiso, pero cuando su mano sale solo trae su
celular. El aire vuelve a mis pulmones. No es que no esté
loca por él, porque lo estoy y seguramente le diría que sí, si
me lo pide; pero aún es muy pronto y, de todas las formas
en las que me podría pedir matrimonio, desayunando
enfrente de mi familia no es mi opción favorita.
–¡Qué absurdo! Olivia es muy joven para casarse –
interviene mi mamá con tono molesto.
–Pero tú a su edad ya estabas casada, ¡creo que ya hasta
tenías a tu primer hijo! –opina Roxana.
–Eso no significa que Olivia deba hacer exactamente lo
mismo que hizo su mamá –dice Rubén mirándome
fijamente, me está recordando de su advertencia de hace
rato. No tengo idea de a qué se refiere o por qué cree que
estoy siguiendo los pasos de mi mamá.
–Olivia va a hacer lo que más le convenga, todos se pueden
guardar sus opiniones –dice mi papá en tono seco.
Enfrentando al bravucón
Poco después del mediodía, Estéfano y yo salimos al
centro comercial para desintoxicarnos de mi familia. Me
despido de Rubén y de Roxana, feliz con la certeza de que
cuando regrese ellos ya estarán de camino a su casa.
Rubén se despide de Estéfano con un apretón de manos
que más parece una advertencia. Él lo toma con humor y
olvidamos su existencia en cuanto salimos de la casa.
Planeamos entrar al cine, pero camino a comprar los
boletos nos encontramos con Miranda quien está
esperando a Joaquín que quedó atrapado en un almuerzo
familiar. Decidimos esperar con ella, lo cual es perfecto
porque Estéfano y Miranda aún no han tenido la
oportunidad de conocerse bien y para mí es muy
importante que sean amigos. Tomamos asiento en una
mesa en la zona de comida. La plática es amena aunque
Miranda no deja de analizar cada movimiento y frase de
Estéfano. Conozco la mirada que tiene cuando quiere
determinar con qué clase de chico está tratando; en ese
sentido, tiene bastante experiencia pues la lista de patanes
con lo que ha lidiado es extensa. Me da un poco de nervios
saber su opinión, en verdad quiero que se lleven bien. Mi
mamá y mi primo ya odian a Estéfano, así que necesito que
mi mejor amiga lo acepte. El celular de Estéfano comienza
a sonar, mira la pantalla y se pone de pie.
–Voy a tomar la llamada, traten de no hablar mal de mí en
mi ausencia –bromea Estéfano antes de alejarse de la
mesa, dándonos la oportunidad perfecta para que Miranda
me comparta su impresión.
–¡Es un sueño! –dice Miranda en cuanto Estéfano se pierde
de nuestro campo de visión.
–Lo sé –respondo emocionada y enormemente aliviada.
–Yo no noté nada de lo que mencionaste acerca de que a
veces es posesivo. Dijiste que hablaba mucho sobre
matrimonio y cosas así, pero yo encontré su plática
bastante normal –opina como si yo hubiera alucinado.
–Es difícil de explicar, pasa días comportándose de lo más
normal y a veces de la nada menciona cosas como “cuando
seas mi esposa” tal...
–¡Miren nada más! Escoria humana paseando como si
nada.
Me giro para encarar a quien dijo eso. Se me encoge el
corazón al reconocer al hermano de Samuel, Martín. ¿Es
que esto nunca se va a acabar?
–Déjanos en paz –le responde Miranda poniéndose de pie
de un brinco para encararlo.
Quisiera imitarla, pero mi cuerpo se vuelve de plomo, soy
incapaz de levantarme así que me quedo encogida en mi
asiento.
–Tú no te metas. Este no es tu asunto –le advierte Martín a
mi amiga.
–¿Por qué no, Martín? Tú estás defendiendo a tu hermanito,
¿cierto? Pues yo defiendo a mi amiga y debo decirte que ya
estoy harta de que la ataquen –replica Miranda sin dejarse
intimidar.
–Deberías elegir mejor a tus amistades, ¿cómo puedes
relacionarte con estos criminales? –pregunta Martín antes
de dedicarme una mirada cargada de desprecio.
–Su padre perdió la cabeza un minuto, eso no lo hace un
criminal. Ya supéralo, en verdad.
Estoy infinitamente agradecida de que Miranda esté aquí.
Yo no hubiera tenido la fuerza para defenderme,
probablemente ahorita estaría corriendo hacia la salida.
–¿Supéralo? ¿Perdiste la cabeza? Eso te hace cómplice de
sus crímenes –exclama Martín enojado.
Miranda bosteza a modo de burla.
–Qué patético te ves de niño llorón. Aunque sea lo único
interesante que les haya pasado en su vida, van a tener que
dejarlo ir, ya pasó mucho tiempo. Francamente, se ve mal
que hagan tanto drama por eso.
–¿Y qué hay de Erik? ¿Él también debe superar que
asesinaron a su abuela? –pregunta Martín con aparente
indignación.
–¡Yo no tuve nada que ver con eso! –las palabras se
escapan con furia de mi garganta.
Ahora sí que me levanto a defenderme. ¿Cómo puede
sugerir algo tan terrible? Mi familia es un circo, pero no
somos asesinos. Esto ya se salió de toda proporción.
Primero Laura y ahora Martín, ¿de dónde sacaron que mi
familia está relacionada con el incendio?
–¡Ja! A mí no me engañan, yo sé que tu demente padre
mandó a quemar su casa porque Erik te corrió de su fiesta.
Esa fue su manera de mafioso para advertirnos que no le
faltemos al respeto a su hija –Martin habla con tanto
convencimiento que asusta.
–¿Sabes lo ridículo que eso suena? Además, mi papá no
tiene la menor idea de lo que sucedió en esa fiesta. Tu
teoría no tiene pies ni cabeza –respondo irritada.
–Entonces, ¿por qué la policía le advirtió a su familia que
dejaran la investigación por la paz porque estaban tratando
con gente peligrosa? ¿Por qué la detención de tu padre no
fue más que un engaño momentáneo? Tú y tu asquerosa
familia criminal podrán tener a la policía comprada, pero
quedamos personas que no vamos a descansar hasta que
se haga justicia –me advierte Martin con odio en la mirada.
–Estás alucinando –musito un poco menos segura de mi
misma.
–Voy a hacerlos pagar por lo que han hecho, en especial a
ti. Esto es solo el comienzo –me amenaza Martín.
Doy un paso atrás amedrentada. Mi espalda topa con algo
sólido, me giro y encuentro a Estéfano de pie detrás de mí.
Ni siquiera me ve, sus ojos están fijos en Martín. Veo que
sus manos están cerradas en forma de puño y sus
músculos contraídos.
–¿Se te perdió algo? –le pregunta Estéfano a Martín en
tono amenazante.
–¿Tú quién eres? Lárgate de aquí. Este no es tu asunto –le
responde Martín, pero su ferocidad disminuye ante la
presencia de Estéfano.
–Te equivocas, es mi asunto en el momento en que le
diriges la palabra a ella. ¿Te crees muy valiente
amedrentando mujeres? ¿Por qué no te metes conmigo,
basura?
Estéfano me rodea y se coloca delante de mí. Ya no veo a
Martín, pero puedo imaginar lo intimidado que se siente.
Estéfano tiene ese efecto en la gente cuando se lo propone.
Miranda sonríe con admiración, pero yo solo me siento
apesadumbrada por la escena. Volteo a los lados para ver
si alguien nos está observando, no quiero montar un
espectáculo en pleno centro comercial.
–Oye…
Martín comienza a hablar, pero se detiene en seco. Me
asomo sobre el hombro de Estéfano y veo que es porque él
lo tiene agarrado por el cuello de la camisa.
–Escúchame bien, yo me voy a encargar de que pagues por
el mal rato que le hiciste pasar a mi novia, y no soy la clase
de persona que satisface su venganza rápidamente,
¿entiendes? Vas a recordar este momento y lo vas a
lamentar a menos de que te disculpes inmediatamente y no
vuelvas a acercarte a ella jamás. Es tu decisión.
Estéfano suelta a Martín, quien se aclara la garganta
ofuscado antes de responder.
–¡Vete al carajo! Ni tú ni nadie me van a intimidar –
responde Martin aunque en sus ojos puedo adivinar que sí
está amedrentado.
–Es tú decisión –dice Estéfano tranquilamente.
Martin se aleja de nosotros queriendo fingir valentía, pero
cada pocos pasos voltea para comprobar si Estéfano lo
está siguiendo o no, lo cual delata que le tiene
miedo. Nosotros tres nos quedamos fijos en nuestro lugar
mirando cómo se aleja.
–¡Eso fue increíble! –exclama Miranda–. Tan valiente que
se le veía contra nosotras y bastaron unas palabras tuyas
para mostrara lo gallina que es.
Estéfano le sonríe y se gira para encararme.
–¿Estás bien? –me pregunta.
Asiento con desgana. Quiero irme a casa y esconderme del
mundo, estoy harta del acoso y las acusaciones en mi
contra.
–Liv, no dejes que ese idiota te haga sentir mal. Todo lo que
dijo son patrañas –dice Miranda.
–Escuché que mencionó algo de un incendio, ¿qué fue lo
que dijo? –pregunta Estéfano con interés.
–Está culpando al papá de Olivia por lo que le sucedió a un
conocido nuestro, su casa se incendió y por algún motivo
que se me escapa, él piensan que el papá de Liv tuvo algo
que ver. Martin y otros están seguros de que Liv viene de
una familia de mafiosos –explica Miranda resoplando para
recalcar lo absurdo del rumor.
Los labios de Estéfano se convierten en una delgada línea
llena de tensión.
–¿Mucha gente piensa eso? –pregunta aprensivo.
–Sí, pero ya no importa, ahora que pusiste al pesado de
Martín en su lugar, podremos olvidar el asunto de una vez
por todas–sugiere Miranda– ¡Miren! Es Joaquín.
Miranda corre en dirección a su novio entusiasmada.
Estéfano me toma de los hombros con cara de
preocupación.
–¿Segura que estás bien? Te ves triste.
–Estoy bien, gracias por defenderme –murmuro con la
mirada clavada al suelo.
Estéfano toma mi barbilla y me obliga a verlo a los ojos.
–No tienes nada que agradecer. Te dije que te protegería y
lo voy a hacer, ese imbécil no volverá a meterse contigo, lo
prometo.
Le sonrío sin convicción. Sé que su intención es buena,
pero no hay mucho que pueda hacer para evitarme más
episodios amargos.
Miranda nos presenta a Joaquín. Volvemos a tomar asiento
en la mesa para platicar un rato más; no sé si es mi
paranoia o Joaquín se siente incómodo con nosotros,
apenas nos mira y las pocas veces que habla se dirige solo
a Miranda. Sé que Joaquín ha escuchado los rumores
sobre mí y estoy segura de que esa es la razón por la que
me trata con frialdad. Si la relación de Miranda con Joaquín
prospera puede poner en riesgo nuestra amistad, asumo
que él no está encantado con que su novia sea amiga de la
hija de un “mafioso”. Estéfano parece indiferente al recelo
de Joaquín; es lo que más me gusta sobre él: nada socava
su confianza. Pero yo, por el contrario, me desanimo aún
más. Estaba tan preocupada de que Miranda y Estéfano se
llevaran bien que se me olvidó que también era importante
que yo me entendiera con su nuevo novio.
Responsabilidades no deseadas
Hace semanas que no veo a Miranda. Nos hemos enviado
mensajes de texto, pero por diferentes razones no ha sido
posible encontrarnos en persona o incluso hablar por
teléfono. Nunca antes habíamos tenido este problema y sé
que tiene algo (o todo) que ver con el hecho de que ella en
realidad no quiere verme. Una vez que nos veamos cara a
cara tendremos que hablar del hecho de que no le agrado a
Joaquín y de que probablemente él le ha aconsejado
alejarse de mí. Miranda se encuentra en la incómoda
posición de tener que elegir entre los dos; sé que al final va
a elegirme a mí, pero llevaba tanto tiempo detrás de
Joaquín que la decisión debe de ser difícil y la está
postergando. Por mi parte, he decidido darle el tiempo que
necesita para procesar la situación. Aunque eso no
significa que no la extraño mucho.
Esta semana ha sido especialmente difícil no contar con mi
amiga. La reunión anual de los Ricci es este fin de semana
y Roxana llegó desde el lunes para “ayudarnos” con los
últimos detalles, lo cual es razón suficiente para volverme
loca, pero aunado a eso tengo tres semanas de retraso en
mi periodo y demasiado miedo para hacerme una prueba
de embarazo. No entiendo cómo sería posible haber
quedado embarazada puesto que me he tomado los
anticonceptivos sin falta, pero mi periodo no llega y con
cada día que pasa me pongo más ansiosa. Sería más fácil
ir a la farmacia, comprar una prueba y dejarme de
especulaciones, pero no estoy lista para saberlo con
seguridad. Si resulta que estoy embarazada tendré que
enfrentarlo y tomar desiciones para las que no me siento
lista. ¿Qué pasará si Estéfano resulta la clase de patán que
abandona a su novia embarazada? ¿Qué tal que mi papá
me corre de casa? Tengo que estar preparada para afrontar
cualquier escenario que se me presente y, ya que no tengo
idea de cómo lo haré, prefiero seguir en la ignorancia.
Estéfano tuvo que viajar al norte del país hace unos días
por un asunto de trabajo y no regresará hasta el fin de
semana, justo a tiempo para la reunión anual. Al menos eso
ha ayudado pues no tengo que preocuparme porque note
que algo me tiene inquieta.
Tengo un rato libre en el trabajo y tecleo en el buscador de
internet ‘síntomas de embarazo’, pero me arrepiento antes
de presionar enter. No quiero saber, eso solo me haría
sentir más preocupada de lo que ya estoy. Tania, la
asistente de contabilidad, se acerca a mí escritorio y
comienza a contarme de su gato enfermo, no escucho ni
una palabra de lo que dice, en mi mente solo hay espacio
para bebés y responsabilidades no deseadas. Solo tengo
20 años, ¿qué voy a hacer?
Llega la hora de la salida y camino apáticamente hacia la
salida. Al bajar del elevador veo a Roxana a través de las
puertas de cristal de edificio. Hago mi mejor intento por no
hacer una mueca de desagrado.
–Qué tardada eres –dice Roxana en cuanto pongo un pie
fuera del edificio.
–Salgo a la misma hora todos los días, ¿qué haces aquí? –
pregunto con un fastidio que no puedo ocultar.
–Doris pensó que sería buena idea si me acompañas a
comprar los ingredientes para la tarta de manzana que
planeo preparar el fin de semana. No creas que no puedo
hacerlo sola, pero ella insistió en que fuéramos juntas –me
explica.
No necesito saber más, entiendo que la intención de mamá
fue sacarla de la casa y quitársela de encima un rato.
–Suena bien, tal vez podríamos ir a cenar después, escuché
de un restaurante griego al que me encantaría ir –propongo
para comprarle un poco más de tiempo de paz a mi mamá.
–Cómo sea, pero si vamos a ser solo nosotras dos vas a
tener que ser menos aburrida de lo que eres normalmente.
Finjo una sonrisa que, estoy segura, resulta muy falsa y me
encamino con ella a la camioneta en donde Iván nos está
esperando. Hacemos tres paradas en tiendas distintas y en
ninguna Roxana encuentra lo que busca. Es solo una tarta
de manzana, ¿qué tan difícil puede ser? Ella dice que la
receta de su mamá es diferente y que necesita los
ingredientes precisos. Me encojo de hombros en cada
tienda, las tonterías de Roxana me tienen sin cuidado,
tengo cosas más importantes en qué pensar. He pasado al
baño de cada tienda, con la ilusión de que mi periodo haya
llegado sin que me diera cuenta, pero no he tenido suerte.
Finalmente, Roxana encuentra lo que está buscando en la
cuarta tienda a la que vamos y actúa como si fuera un gran
logro. Salimos de la tienda cargando las bolsas de comida
y esperamos a Iván, quien tuvo que estacionarse lejos
porque no encontró lugar fuera de la tienda de
comestibles.
–¿Estás segura de que quieres ir a cenar? Podemos volver
a casa, no tengo problema –me dice Roxana mientras
esperamos.
–Sí, ¿por qué no querría ir? –le pregunto de forma
distraída.
–Porque tienes diarrea inclemente –suelta a la mitad de la
calle, donde los transeúntes cercanos la han escuchado.
–¡Claro que no! –respondo sonrojada– ¿por qué dices eso?
–Tal vez porque has usado el baño en cada
establecimiento al que vamos, si quieres podemos
detenernos en una farmacia de camino a casa…
–No estoy enferma, gracias –respondo con sequedad, solo
puedo culparme a mí misma por la conclusión de Roxana.
Claro que parece extraño que una persona vaya al baño
tantas veces en menos de una hora.
–Entonces, ¿es normal que vayas cada quince minutos?
Deberías ver a un médico –me sugiere con cara de asco.
–Creí que había llegado mi periodo, ¿de acuerdo? –explico
exasperada.
–¡Qué humor! Vaya con lo hormonal que estás seguro que
pronto llega tu periodo, digo, a menos que estés
embarazada –Roxana se ríe como si hubiera dicho algo
hilarante. Yo la miro con aprensión–. Imagínate si eso
pasara, Víctor se muere de un infarto… Es broma, quita la
cara larga, Olivia.
Me muerdo el labio inferior y entierro mi cara entre las
manos, mi respiración se agita. He intentado mantenerme
tranquila las últimas tres semanas, pero escuchar a alguien
más decir que estoy embarazada me hace llegar al límite.
La realidad de mi situación me abruma.
–Olivia, no me digas que estás embarazada– los ojos de
Roxana se iluminan, no necesariamente de felicidad por mí,
sino con triunfo por saber que metí la pata–. No lo puedo
creer, Víctor se va a morir… ¿qué te dijo Estéfano? ¿Cuánto
tiempo tienes?
Verla regocijarse me da fuerzas, inhalo profundamente y
recobro la compostura.
–Nadie sabe, ¿de acuerdo? Tengo tres semanas de retraso,
es lo único que sé. Roxana, no puedes decir ni una palabra
de esto a nadie –le advierto.
Roxana resopla, parece desilusionada.
–Unas semanas de atraso, ¿eso es todo? ¡Qué boba eres!
Haces drama por nada, Olivia, pareces colegiala. Tres
semanas de retraso no significan que estás embarazada.
Puede haber otra explicación. Tal vez es que ganaste peso,
lo cual se te nota, o el estrés del trabajo... pueden haber
muchas razones para que te atrases. Yo he tenido miles de
retrasos en mi vida, es completamente normal –dice con
despreocupación.
–A mí jamás me había pasado.
–Si tienes duda solo hazte una prueba de embarazo, pero
deja de angustiarte sin motivo–me sugiere.
Antes de que pueda responder, Iván llega por nosotras.
Baja para ayudarnos a meter las compras en la cajuela.
Digiero las palabras de Roxana y con cada minuto que pasa
me siento mejor, soy una tonta por preocuparme en vano.

No tocamos el tema el resto de la noche y, por primera vez


en tres semanas, yo puedo descartar mi miedo y disfrutar,
si es que eso es posible con Roxana, del momento.
Una conversación extraña
Mi despertador parece sonar más fuerte de lo común.
Cuando miró la hora me doy cuenta de que es porque lleva
media hora sonando. Me levanto de un brinco. Anoche, al
regresar de la cena con Roxana, me fui directo a la cama y
caí rendida. Estar preocupada me tenía agotada, ni siquiera
había notado cuánto hasta que la deducción de Roxana me
hizo sentir más tranquila y pude dormir sin estarle dando
vueltas al asunto del embarazo. Aunque claro, aún no he
descartado la posibilidad del todo, pero al menos ahora sé
que es solo una de muchas explicaciones. Me pongo el
primer vestido que encuentro en el armario y recojo mi
cabello en una cola de caballo alta. No hay tiempo de
maquillarme, solo mojo mi cara con agua fría para terminar
de despertar.
Bajo las escaleras de dos en dos gritando el nombre de
Iván. Vamos a tener que pasarnos algunos semáforos si
voy a llegar a tiempo al trabajo. Iván no está en el pasillo,
donde normalmente me espera todas las mañanas. Grito
su nombre más fuerte. Tal vez está en la cocina bebiendo
café, corro a buscarlo, pero no está ahí. Regreso al pasillo y
sigo gritando su nombre, ¿dónde se pudo haber metido?
–Iván fue al aeropuerto a recoger a tu tío Gustavo –
escucho a mi padre desde la sala, en donde está mirando
la tablet que le regalé la Navidad pasada con desagrado–
¿Qué necesitas?
Había olvidado que ya es viernes y que nuestros parientes
llegarán durante el transcurso del día para la reunión anual.
–Necesito llegar al trabajo –miro la hora con impaciencia,
jamás llegaré a tiempo en metro, saco mi celular para pedir
un Uber–. Debo apurarme.
–Yo te llevo –dice mientras se pone de pie y toma las llaves
de su auto.
Lo miro incrédula, no recuerdo la última vez que mi padre
me llevó a alguna parte, lo que sí recuerdo es que es el
conductor más lento que conozco. Es amable de su parte
ofrecerse a llevarme al trabajo, pero justo en este momento
necesito a alguien que conduzca rápido.
–Gracias, pero no quiero molestarte, seguro tienes cosas
que hacer. Además, el tío Gus va a llegar en cualquier
momento, deberías estar aquí para recibirlo.
–No es molestia, tú madre puede encargarse de mi
hermano unos minutos en lo que regreso. Vamos, no
querrás llegar tarde.
Sin esperar mi respuesta, mi padre se encamina a la
cochera. Lo sigo renuente, no se me ocurre qué excusa
poner así que solo me queda aceptar su ofrecimiento.
Antes de llegar a la esquina de nuestra calle me arrepiento
de no haber puesto mayor oposición, vamos lentos como
tortugas, ¡jamás voy a llegar a la oficina! Sé que su
intención es buena, así que miro hacia la ventana para no
perder los estribos.
–¿A qué hora llega Estéfano? –me pregunta.
¡Genial! Este viaje en auto estará complementado de charla
trivial, justo lo que quería un viernes a las 8:45 am sin haber
tomado una gota de café.
–Me parece que al medio día –respondo cortante.
–Te trata bien, ¿cierto? –pregunta con duda en la voz.
–Sí –contesto al momento. ¿Qué clase de pregunta es esa?
Creí que Estéfano le agradaba, ¿por qué de pronto siente la
necesidad de cuestionar su comportamiento?
–Quiero decir… –mi papá parece buscar las palabras o el
valor, jamás lo había visto actuar tan inseguro, ¿por qué
parece nervioso?–... jamás te ha hecho daño, ¿o sí? ¿Te ha
agredido físicamente o te ha amenazado?
Lo miro perpleja, ¿en verdad cree que Estéfano podría
hacerme daño? Y si es así, ¿por qué no ha hecho algo al
respecto? Estoy ante el hombre que encañonó a un
muchacho por besarme y ahora pregunta con miedo si mi
actual novio es un golpeador, ¡no tiene sentido! Tal vez mi
mamá le metió esa idea en la cabeza, pero es ilógico que
se quede tan tranquilo creyendo que Estéfano me ha
lastimado cuando conozco bien sus arrebatos de furia.
–Claro que no, jamás me ha puesto un dedo encima –le
contesto al instante.
–Si lo hiciera, ¿me lo dirías? –no ha despegado los ojos del
camino, así que no ha visto mi mirada de incredulidad.
Medito un momento su pregunta, ¿lo haría? En el supuesto
de que Estéfano fuera esa clase de hombre, ¿se lo diría a
mi familia? Probablemente no, mis padres, más que un bote
salvavidas, han sido un iceberg contra el que sigo
chocando. Estoy segura de que solo harían peor el
problema.
–Por supuesto, papá –contesto porque sé que eso es lo
que desea escuchar y además, porque no hay ninguna
posibilidad de que Estéfano me hiciera daño cuando una de
sus mayores preocupaciones siempre es protegerme y que
esté segura. La idea de que se convierta en un novio
abusivo es ridícula.
–Bien –dice mi padre más relajado–. Me alegra que te trate
bien.
Detiene el auto frente al enorme edificio de cristal de
corporativo. Le agradezco con prisa y salgo corriendo. Voy
20 minutos tarde.
David me recibe con un mal gesto y un montón de
contratos de proveedores que debo revisar y mandar al
departamento de legal, el papeleo es un desastre y es mi
trabajo ponerlo en orden antes de enviarlo. Mientras trabajo
comienzo a sentir nauseas, posiblemente mi azúcar bajó
pues no he desayunado. Después de entregar los contratos
me escabullo a la cafetería que se encuentra en el piso 12 y
compro un jugo de naranja y un panqué. Me como el
panqué en el elevador y me bebo el jugo antes de regresar a
mi escritorio. Ya no siento hambre, pero aún tengo el
estómago revuelto. Intento seguir trabajando a pesar de mi
malestar, pero al medio día me siento tan mal que debo
correr al baño.
–Olivia, ¿estás bien? –pregunta Tania tocando la puerta del
baño.
Es obvio que no me encuentro bien y estoy segura de que
me puede escuchar mientras vomito mi panqué de
desayuno. Me da vergüenza, pero no lo puedo evitar.
–No –contesto en cuanto soy capaz de hablar.
–¿Qué sucede? ¿Necesitas algo? –pregunta consternada.
–Creo que comí algo en mal estado. Anoche fui a cenar a
un nuevo restaurante griego, supongo que algunos
ingredientes no estaban muy frescos– le explico mientras
me tambaleo fuera del baño–. Estaré bien, solo necesito
unos minutos para que se calme mi estómago.
Camino al lavabo y salpico mi cara con agua fría. Mi frente
está perlada en sudor por la nausea y por el esfuerzo de
vomitar. Respiro profundo un par de veces para que pase el
malestar.
–Te ves muy pálida, si te sientes tan mal deberías irte a
casa. Estoy segura que el Lic. Torres lo entenderá –dice
Tania mientras me pasa una toalla de papel.
–No lo sé... hoy no está del mejor humor y yo llegué muy
tarde esta mañana... no quiero molestarlo más... aunque,
realmente sí me siento muy enferma– digo en voz sufrida,
de hecho ya me estoy sintiendo mejor, pero salir del trabajo
suena como una buena idea, podría ir a casa y ayudar a mi
mamá durante el arribo de todos nuestros parientes.
Me miro en el espejo, Tania tiene razón, sí me veo muy
pálida. Probablemente el hecho de que no estoy maquillada
tiene algo que ver con mi mal aspecto, pero Tania no sabe
eso. Realmente parezco enferma y eso, en estos
momentos, me conviene. Le agradezco a Tania y regreso a
mi lugar. Después de unos minutos entro a la oficina de
David con una expresión compungida en el rostro para
informarle que me encuentro enferma. David cae en la
trampa y sugiere que me vaya a casa de una vez. Debo
hacer un esfuerzo grande por no sonreír mientras camino
hacia la salida.
Pido un Uber para regresar a casa, Ivan seguro sigue
ocupado y no tengo deseos de tener otra plática incómoda
con mi papá.
La reunión de los Ricci
Escucho el bullicio dentro de la casa desde afuera. Se
escucha la música y las risas de mi familia, las luces de
todos los pisos están encendidas y se ve gente yendo y
viniendo por las ventanas. Algunos llegaron en avión, pero
lo que viven manejaron hasta acá así que hay varios coches
estacionados afuera de la casa; entre ellos encuentro
el BMW azul y sonrió de oreja a oreja. Entro lo más rápido
posible. Soy recibida por una oleada de besos y abrazos de
gente cuyo nombre confundo con frecuencia. Algunos son
cercanos como Rubén o la abuela Mónica, pero hay
quienes ni siquiera estoy segura de cuál es nuestro
parentesco. Entre todo el mar de gente, no encuentro a
Estéfano.
–¡Cómo has crecido, Liv! –exclama la abuela mientras
pellizca mis mejillas como cada año.
–Gracias, abuela –respondo con una sonrisa educada,
aunque llevo años sin crecer un solo centímetro.
–Revisa que todos usen portavasos –me pide mi mamá,
discretamente.
Doy una ronda por las estancias mientras hago lo que me
pidió y aprovecho para buscar a Estéfano. Paso por la sala,
la cocina, la biblioteca y el cuarto de televisión, pero en
Estéfano no esta en ninguno de esos lugares. Encuentro a
Rubén y a mi tío Gustavo parados afuera de la oficina de mi
padre con cara de pocos amigos. Quieren aparentar que no
están escuchando la conversación que está tomando lugar
adentro, pero después de años de ver a mi mamá hacerlo,
reconozco a kilómetros cuando alguien está husmeando.
Me pregunto si Estéfano está ahí dentro. Pretendo que voy
recogiendo vasos vacíos mientras me acerco a ellos.
–Esa rata cree que puede llegar y tomar el mando. ¿Quién
se cree que es? Primero muerto antes que dejar que eso
suceda... piensa que nos puede intimidar y tomar nuestros
negocios, pero yo no se lo permitiré...
Mi tío Gus deja de hablar en cuanto Rubén le da un golpe en
el pecho al notar que me acerco.
–Hola, tío Gus. Hola, Rubén. ¿Cómo están? –los saludo
como si no hubiera notado su comportamiento
sospechoso.
–Hola, Olivia, me da gusto verte –dice Rubén con una
sonrisa cálida, mientras mi tío Gus me ve con desprecio–
¡Todo se ve de maravilla! Hicieron un gran trabajo
organizando este evento.
–Gracias, Rox fue de gran ayuda –miento porque decir que
fue una pesadilla sería maleducado.
–Espero que no les haya dado muchos problemas esta
semana.
–Para nada, ha sido muy divertido tenerla aquí –miento de
nuevo.
–Así que… escuché que tienes un novio, Olivia –dice
Gustavo sin quitar la mala cara.
–Sí, ¿ya lo conociste, tío? Me encantaría presentártelo, pero
no lo encuentro –respondo confundida. ¿Por qué me está
viendo con ojos de pistola? Acabo de llegar hace unos
minutos y no he visto a mi tío en meses, ¿qué pude haber
hecho que lo tiene tan molesto?
–Oh, créeme que conozco bien a esa rata.
¿Acaba de llamar rata a Estéfano?
–Tío, por favor. Son órdenes de Víctor –musita Rubén
suplicante.
Gustavo da un manotazo al aire, como si quisiera decir que
lo que sea que ordenó mi padre le es indiferente. Frunzo el
ceño, así que mi tío se va a unir al mismo club que Rubén y
mi mamá de detractores de Estéfano ¡genial!
–¿Qué fue lo que ordenó, Rubén? –pregunto molesta.
Rubén sonríe con nerviosismo y Gustavo se cruza de
brazos como preguntando “¿Cómo saldrás de esta?”
–Que no te avergonzáramos, Liv –responde sin dejar de
sonreír–. Ya sabes, no quería que nos mostráramos sobre
protectores ahora que tienes novio. A veces es difícil
dejarte de ver como una niña pequeña.
Gustavo suelta un bufido, va a replicar y Rubén lo fulmina
con la mirada. No me creo ni por un momento lo que acaba
de decir, pero, antes de que pueda responder, la puerta de
la oficina se abre y Estéfano aparece entre los tres.
Lo que sea que me tenía molesta desaparece al ver la
sonrisa de Estéfano. Pasa entre Rubén y Gustavo como si
no estuvieran ahí y me toma entre sus brazos.
–¿Me extrañaste, muñeca? –me pregunta con una sonrisa
deslumbrante.
Escuchar su voz me estremece.
–Todos los días –respondo antes de darle un beso mucho
más apasionado de lo que debería dado que mis familiares
están a unos pasos de nosotros.
–¿Qué hacen aquí como buitres? –escucho que pregunta
mi padre al salir de la oficina.
Rompo el beso y me despego un poco de Estéfano, pero él
me sujeta contra él con más fuerza.
–Oh, no, muñeca, no te vas a alejar de mí –susurra a mi
oído.
–Necesito hablar contigo, hermano –dice Gustavo en tono
áspero.
–Ahora no, más tarde. Hay una fiesta en mi casa y me la
estoy perdiendo.
La risa estridente de Roxana llega desde la sala y Rubén
sale disparado en su dirección como si fuera un canto de
sirena. Pasa de largo junto a nosotros sin mirarnos. Mi
padre camina con paso lento en la misma dirección
seguido por su hermano, quien alza la cara y saca el pecho
al encontrarse con Estéfano como si fuera un duelo de
pavor reales. Siento pena ajena por mi tío y más al ver la
cara de desconcierto de Estéfano.
–Por favor, dime que también tienes familiares que te
avergüenzan y que no solo es mi caso –pido en cuanto nos
quedamos solos.
Estéfano me acerca más a su pecho.
–Sí, pero me temo que este fin de semana será solo de tus
familiares vergonzosos –bromea.
–¿Qué tal el viaje? –le pregunto mientras entrelazo su
mano en la mía.
Estéfano pone los ojos en blanco.
–Desastroso, tu primito es más incompetente de lo que
creía. Sabía que la logística no iba bien allá, pero no
imaginé a qué punto. No existe un control real, cada quien
actúa por impulso. La gente que trabaja para él es
descuidada y es cuestión de tiempo para que causen
problemas. Rubén prefiere rodearse de gente poco capaz
como él, gente que no le represente una amenaza en lugar
de buscar talento. Rubén es la mediocridad hecha hombre y
tu padre puso todas sus esperanzas en él. Con razón la
operación se les vino abajo…
–¿Qué? –pregunto sorprendida.
¿Qué significa eso? ¿Mi padre está quebrado o algo así?
Estéfano parece recordar con quién está hablando y me
dirige una sonrisa reconfortante.
–En sentido figurado, claro. No te preocupes, para eso
estoy aquí, para poner orden –me asegura–. Cambiemos
de tema.
–No puedes decir algo así y esperar que cambiemos de
tema como si nada –reclamo–, quiero saber a qué te
refieres con que todo se vino abajo.
–Fue una expresión tonta. Perdón, no debo hablar de esto
contigo. Mejor cuéntame acerca de tu semana.
Me zafo de sus brazos, molesta, y me planto frente a él. Si
Rubén nos llevó a la quiebra y ahora soy pobre, tengo
derecho a saberlo. Escucho la risa boba de Roxana
acercándose, pero no voy a dejar que nadie me haga quitar
el dedo del renglón.
–No, esto es serio y quiero hablarlo ahora.
–Ay, Olivia, te dije que te esperaras a hacerte la prueba
antes de empezar con el drama –dice Roxana a nuestras
espaldas–. Pero qué más da, ¡felicidades futuro papá! Los
niños siempre son una bendición, al menos eso dicen.
Se acerca y le planta un beso en la mejilla a Estéfano. Él se
queda petrificado en su lugar con los ojos clavados en mí.
Siento que las piernas me flaquean.
–Olivia, se acabó el aderezo para la botana –me informa,
inadvertida de lo que acaba de hacer.
–Hay más en la alacena –respondo con la boca seca.
–Gracias –Roxana se encamina a la cocina con
despreocupación.
No estoy lista para saber
–¿Qué fue lo que dijo? –pregunta Estéfano estupefacto.
No sé si está sorprendido, furioso o le va a dar un infarto.
Lo único que sé con seguridad es que no está contento.
Hasta ahora tenía la esperanza de que, en caso de estar
embarazada, él me daría su apoyo, pero ver su expresión
me hace caer en cuenta de que no será así. Tal vez odia a
los niños y la idea de ser padre le repugna, tal vez
encuentra la responsabilidad de un hijo abrumadora o tal
vez simplemente no quiere atarse el resto de su vida a mí.
Comienzo a entrar en pánico ante su reacción. Si en verdad
estoy embarazada voy a tener que afrontar eso sola y no
estoy segura de poseer esa clase de fuerza. ¡Ni siquiera me
gusta ir al cine sola!
–Me llamó “futuro papá.” Olivia, ¿estás embarazada? –
pregunta Estéfano ante mi falta de respuesta.
Me quedo callada. Él da un paso hacia mí e inclina la
cabeza antes de repetir su pregunta.
–Olivia, ¿estás embarazada?
–No lo sé –respondo de manera casi inaudible.
–Pues Roxana parece saberlo, ¿por qué carajos me tengo
que enterar por su boca? –parece que está haciendo un
esfuerzo sobrehumano por no gritar. Su rostro está
enrojecido de coraje– ¡Di algo!
–Tal vez lo estoy –respondo en voz baja.
No estaba mentalmente preparada para hablar de este
tema con Estéfano ahorita y mucho menos para verlo
reaccionar así. Él se endereza y pasa sus manos detrás de
su nuca como si estuviera fastidiado. Mi aprehensión se
convierte poco a poco en enojo, ¿qué forma es esta de
reaccionar a la noticia?
–¿Qué quieres decir con tal vez?
Siento una corriente eléctrica atravesar mi cuerpo, es como
una inyección de energía que me hace reaccionar.
–Exactamente eso, quiero decir que tal vez estoy
embarazada o tal vez no. Pero lo que sea que suceda
conmigo, no pienso estar aguantando esa actitud tuya. No
te necesito, Estéfano –me doy la media vuelta y camino
hacia las escaleras.
No entiendo qué me acaba de ocurrirme. ¿Le dije a
Estéfano que no lo necesito? ¿Estoy segura de eso? Quiero
decir, especialmente ahora que al parecer mi familia está
en la quiebra por culpa de Rubén, tal vez no debería actuar
tan altanera. Es muy tarde para hacerme para atrás,
tampoco estoy dispuesta a quedarme en actitud de
cachorro necesitado, esperando a que él se digne a
apoyarme. Sé que mi orgullo no nos va a alimentar ni a mí
ni a mi bebé, pero si Estéfano no va a ser parte de la vida de
nuestro hijo, al menos voy a conservar mi orgullo.
Antes de subir el primer escalón, Estéfano me toma del
brazo y me obliga a encararlo. No me di cuenta de que me
estaba siguiendo.
–¿Qué te sucede, a dónde vas? –me pregunta
desconcertado.
–Quiero estar sola. No puedo ni verte en este momento –le
dijo en tono enojado.
–Perdón, ¿TÚ estás molesta conmigo? –pregunta,
incrédulo.
–Eres un patán, ¿lo sabías? ¡Por supuesto que estoy
molesta contigo! –le grito enojada.
Muevo el brazo para que me suelte, pero él solo aprieta
más su agarre.
–Tú sospechas que tendremos un hijo y en lugar de
decírmelo esperas a que reciba la noticia de una de las
personas más irritantes con las que me he topado en mi
vida. Explícame ¿cómo acabé siendo el malo de esta
historia?
–Liv, te estaba buscando, Doris quiere tomarnos una foto
con la abuela –dice mi prima Karen de pie detrás de
nosotros, si notó la incómoda escena decidió ignorarlo–.
Hola, soy Karen.
Estéfano traga saliva, por la mirada que le dedica sé que
quiere decirle que se largue, pero no lo hace.
–Hola, mucho gusto, Estéfano.
–Bienvenido al nido de locos que llamamos familia –le
responde Karen.
–Karen, ¿puedes darnos un segundo? Dile a la abuela que
voy enseguida –le pido de la manera más amable que me
es posible.
Karen y yo somos de la misma edad, sin embargo, somos
polos opuestos. Ella es amante de la naturaleza y la
libertad, su cabello parece paja por haberle aplicado
demasiados tintes de mala calidad que han ido desde el
rosa hasta el azul, pasando por el naranja. Tiene
perforaciones en los labios y habla de bandas que en mi
vida he escuchado. Encuentra la moda y las fiestas frívolas
y asiste a manifestaciones en contra del gobierno; yo lo
más cercana que he estado a una manifestación fue una
ocasión en que Ivan dio un giro en una calle equivocada
camino al centro comercial.
–Tómate tu tiempo, la abuela me llamó tres veces Elsa en
la última hora, ni siquiera hay una Elsa en la familia– se
aleja de nosotros con paso lento –. Por cierto, felicidades
por el bebé.
Suelto un chillido agudo.
–¡¿Roxana te lo dijo?! –le pregunto boquiabierta.
–No –responde Karen con expresión divertida–. Perdón por
entrometerme, pero están hablando del tema a la mitad del
pasillo en un tono bastante alto…
Me llevo ambas manos a la boca. Estéfano pone su mano
en mi espalda.
–Tranquila, creo que nadie más escuchó y de mi boca
nadie lo va a saber –asegura Karen antes de irse.
–Es mejor que hablemos en otra parte –dice Estéfano.
–Olvídalo, no hay nada de qué hablar, es obvio que no
quieres ser parte de esto. Solo vete –le digo y reanudo la
marcha escaleras arriba.
Estéfano me sigue de cerca y detiene la puerta de mi
habitación cuando intento cerrarla en sus narices. Empuja
la puerta y entra detrás de mí con cara de pocos amigos.
Cruzo los brazos sobre mi pecho y permanezco inmóvil.
–¿Cuál es tu problema? –grita enojado– ¿Por qué estás
huyendo de mí?
–Porque es obvio que la noticia te hizo infeliz... te enojaste
tanto con la idea de que tengamos un hijo... yo no te quiero
cerca con esa actitud negativa –le reprocho.
–¿Perdiste la cabeza? No estoy enojado por que estés
embarazada. ¡Estoy enojado porque le tuve que escuchar
de Roxana! Eso fue lo que me molestó, por supuesto que no
me enoja que tú...–la voz de Estéfano se entrecorta y
señala hacía mi viente. Después da una zancada hacía mí,
me toma de los hombros para pegarme a él y envolverme
en sus brazos– ¿Cómo puedes pensar si quiera por un
momento que no me haría feliz la noticia?
¿Enloqueciste? Eres la persona más importante en mi vida,
Olivia, te amo.
Trago saliva, tal vez actué irracionalmente. Cierro los ojos
aliviada, inspiro su colonia y me hundo en su pecho.
–Lo siento, posiblemente sí enloquecí un poco, las últimas
semanas han sido muy estresantes –le confieso.
–¿Semanas? ¿Hace cuánto que sabes esto? –pregunta, de
nuevo irritado.
–Técnicamente, no lo sé con seguridad, solo sé que mi
periodo se atrasó. Ayer estaba perdiendo la cabeza y
Roxana lo notó, de algún modo dedujo lo que me sucedía y
terminé confesándole todo. Fue un momento de flaqueza.
Aunque su recomendación fue buena, ella me sugirió
hacerme una prueba de embarazo antes de hablar contigo,
lo cual iba a hacer hasta que ella misma decidió soltar la
sopa allá abajo –le explico.
Estéfano suspira, parece decepcionado.
–Así que no es seguro... me quieres decir que, ¿acabamos
de pasar por todo este drama gratuitamente?
–Un poco, sí – contesto con una sonrisa de disculpa.
–Oh, Olivia. Bien, esto es lo que haremos: iré a la farmacia
en seguida a comprar una prueba de embarazo, la tomarás
y dependiendo del resultado empezamos a hacer planes,
¿te parece?
–¿Podemos posponerlo para mañana? Toda mi familia está
en casa y debería estar con ellos, no aquí preocupándome
por un posible embarazo. Una vez que sepa la verdad, no
seré capaz de pensar en otra cosa y no he visto a mis
familiares en meses, al menos puedo dedicarles una noche.
Si estoy embarazada, seguiré embarazada mañana, puedo
hacerme la prueba entonces y disfrutar de la reunión hoy.
Sé que posponer saber la verdad no es la actitud más
madura que puedo tener en este momento, pero necesito
un poco de tiempo para prepararme para lo que sea que va
a suceder.
–Por supuesto, tienes razón. Una noche no cambia nada y
deberías disfrutar de la reunión. Vamos abajo con todos y
dejemos de pensar en este asunto por hoy. Ya habrá
mucho tiempo para hacer planes luego –dice Estéfano
antes de besarme con ternura en la frente.
Bajamos las escaleras para integrarnos al evento. Aún
faltan varios familiares por llegar, pero mi casa ya parece
atestada. Esta noche no tenemos una cena como tal, sino
un convivio con distintos platillos para picar y mucho
alcohol. Cada quién encuentra un lugar en la casa para
platicar con otros y si alguien queda fuera o no sabe
integrarse a un grupo es su problema. Mi mamá está vuelta
loca, no soporta la idea de que alguien deje manchas de
líquidos en los muebles por no usar portavasos o que los
niños rompan algo de valor; jamás he entendido por qué
acepta organizar este evento si la desgasta tanto. Mi papá,
por otro lado, goza de lo lindo estas reuniones rodeado de
parientes que buscan su aprobación. Desde que tengo
memoria mi papá es la cabeza de nuestra familia, el gran
patriarca al que los demás acuden cuando tienen un
problema, parte de eso se debe, claro, a que tiene más
dinero que el resto de la familia junta y que más de la mitad
de nuestros parientes (hombres) trabajan de alguna u otra
forma para él. Tal vez estoy alucinando, sin embargo, este
año lo noto distinto, parece no pasarla tan bien como otras
veces. El único motivo que se me ocurre es que este es el
primer año que Nico no está aquí. Ojalá mis padres fueran
más abiertos y pudiéramos hablar del tema. Ser sinceros
sobre cuánto extrañamos a mi hermano.
–¿En qué piensas? –pregunta Estéfano.
–En mi hermano, es la primera reunión de este tipo que
hacemos desde... que murió –le respondo ya que nos
acomodamos.
–¿Dónde habrá conseguido tu mamá estas copas? –
pregunta analizando la suya a contraluz–. He buscado
copas así por meses.
Otra vez cambiando el tema de Nico, sé que lo hace para
evitarme la tristeza, pero a veces resulta irritante.
Encontramos un lugar disponible en la sala y tomamos
asiento. Ambos pretendemos no notar las miradas hostiles
que nos rodean. No solo es Rubén o el tío Gustavo que
miran mal a Estéfano, al parecer todos los hombres de esta
familia tomaron un voto para aborrecer a mi novio sin razón
aparente.
–Yo las pedí por internet, si quieres te muestro la página –
contesto intentando desviar nuestra atención del odio que
nos rodea.
En ese momento, uno de mis primos más pequeños pasa
corriendo frente a nosotros y se tropieza. No logra meter
las manos a tiempo y pega en el suelo con la cara. El llanto
histérico es precedido por el chorro de sangre. Estéfano se
pone de pie y alza al niño, toma una servilleta y la presiona
contra la herida. Mi tío Patricio, padre del niño herido, llega
casi de inmediato y le arrebata al niño de las manos.
–Yo me encargo –dice de manera grosera. Sale en
dirección al baño con su hijo en brazos.
Me enojo mucho, Estéfano solo quería ayudar y ni siquiera
por eso pueden dejar de portarse como unos cretinos.
–Lo siento, eso fue muy descortés de su parte –le digo
cuando vuelve a sentarse a mi lado.
–No te fijes, probablemente ni se dio cuenta, solo estaba
preocupado por su hijo. Yo hubiera hecho exactamente lo
mismo si se tratara de nuestro hijo –responde quitándole
importancia al asunto.
Lo doy un ligero golpe en el pecho, quedamos en no hablar
del tema por hoy.
Ingenua
Bajo las escaleras en pijama, normalmente no hago eso
cuando hay visitas o intrusos, pero es tan temprano que
dudo que alguien ya haya despertado. Las risas y el bullicio
continuaron hasta la madrugada, horas después de que yo
me retiré a dormir, así que con toda seguridad faltan horas
para que la familia despierte. Entro a la cocina y abro la
puerta del refrigerador, tengo hambre, pero no sé de qué
tengo antojo. Juego con las posibilidades en mi mente,
podría verme espléndida conmigo misma y hacerme un
omelette, el problema sería que si alguien despierta
mientras cocino tendría que cocinar para esa persona
también y si en ese momento despierta alguien más, lo
mismo y así hasta que acabe por cocinarle a toda la casa.
En definitiva, es un no. Me conformaré con un café y pan
con mermelada. Mientras relleno la cafetera con agua
capto movimiento en el patio trasero por el rabillo del ojo.
Hay alguien ahí afuera. Puedo distinguir dos cabezas, me
pongo de puntitas y veo a mi papá y al tío Gustavo
platicando mientras mi papá le da profundas caladas a un
cigarro. Me sorprende verlo fumar, la última vez que lo vi
hacerlo fue en el funeral de Nico. Algo lo ha de tener muy
estresado. Ellos no han notado mi presencia, aun así,
hablan en voz baja y no puedo escucharlos. Por sus gestos,
deduzco que Gustavo sigue molesto y mi papá no hace
más que mirar al suelo, asentir y dar otra calada a su
cigarro.
–Buenos días, –me saluda Roxana– ¿a quién espiamos?
Desvío la mirada del patio y vuelvo a lo que estaba
haciendo.
–A nadie –contesto apresurada.
–Vaya, no sabía que Víctor fumaba.
Azoto el cajón de los cubiertos al cerrarlo para que ellos
sepan que estamos aquí. Una cosa es que yo me entrometa
en conversaciones privadas y otra muy distinta que Roxana
lo haga. Mi táctica funciona, ambos entran al poco tiempo.
–Buenos días –saluda mi papá.
–¿Qué tienen planeado para hoy, Roxana? –pregunta
Gustavo, quiere disimular, pero veo que le molesta mi
presencia aunque aún no logro entender su enojo conmigo.
–Doris pensó que sería buena idea llevar a los niños al
zoológico, al parecer hay una nueva sección en el acuario…
–Los zoológicos son cárceles para animales –protesta
Karen al entrar.
Roxana pone los ojos en blanco, Karen no la ve pues
camina directo a la cafetera. Mi padre me sonríe.
–¿Irás con ellos, Liv? –me pregunta.
–¿A la cárcel de animales? ¡Jamás participaría en algo así!
–respondo con fingido espanto.
La risa de mi padre sale con él hacia su oficina, Gustavo lo
sigue y en la cocina solo quedamos las tres mujeres más
distintas sobre la tierra.
–No sería una mala idea que te acostumbraras a convivir
con niños, Olivia –me dice Roxana.
Karen me mira mientras da un sorbo a su taza de café.
–Eres una entrometida, ¿lo sabías? Anoche me causaste un
tremendo problema con tu bocota –le reclamo.
–¿Yo? –pregunta espantada.
–Me dijiste que esperara a estar segura para decirle a
Estéfano y llegas y se lo sueltas de la nada…
–Creí que se lo habías dicho tú, ¿yo cómo voy a saber de
qué hablaban? –exclama Roxana como si fue cualquier
cosa.
–¡Exacto! Primero escucha antes de meterte en una plática
ajena.
–Lamento haberme entrometido también –se disculpa
Karen.
–No te apures –le respondo.
–¡Ah! Si ella lo hace está bien, pero a mí me quieres hacer
sentir culpable, ¡eres una hipócrita!
–Bájale a tu volumen, hay gente dormida –dice Karen.
–Es distinto. Karen es distinta –digo entre dientes.
–¿Qué significa eso? –pregunta Roxana con expresión
ofendida.
–Que ella no disfruta de la tragedia ajena. Lo suyo fue un
error. Tú, por el contrario, eres malintencionada y metiche, a
nadie engañas queriendo jugar el papel de buena –la
acuso.
Karen mira para todos lados, parece que está buscando
una escapatoria de la incómoda situación. Roxana me mira
perpleja, sino la conociera tan bien diría que está dolida en
realidad. Le toma unos instantes reponerse.
–Vaya, es bueno saber lo que piensas.
Roxana sale hecha una bala de la cocina. Karen y yo nos
miramos en silencio, ella se encoge de hombros y se sirve
otra taza de café. A mí ya se me quitó el hambre, después
de mi explosión inadvertida tengo el estómago revuelto.
–¿Sabes por qué tu papá está molesto conmigo? –le
pregunto a Karen tomando asiento en la mesa de la cocina.
Tal vez ella sepa cuál es el problema del tío Gus.
–Ni idea, creo que tiene que ver algo con tu novio, pero ya
sabes que mi papá nunca me cuenta nada –contesta Karen
encogiéndose de hombros.
–Sí, entiendo a qué te refieres –digo antes de resoplar.
Salgo de la cocina y subo las escaleras a mi habitación lo
más rápido posible. Me acuesto sobre la cama. Es
imposible hacer esto sin el apoyo de Miranda, extraño
demasiado a mi amiga. Tomo mi celular y le escribo un
mensaje.
OLIVIA 09:23 “Hola: Necesito hablar contigo.
URGE”.
Cierro los ojos y espero escuchar el tono de respuesta.
Cuando los vuelvo a abrir, son las 12:40, me quedé dormida
sin darme cuenta. Reviso el teléfono, Miranda no ha
respondido. Siento una punzada, tal vez eligió a Joaquín
sobre mí.
Me pongo de pie y voy al baño, me meto a la ducha, quiero
que el agua se lleve mis problemas. Al salir, me pongo un
vestido amarillo corto y seco mi cabello con una toalla. Al
menos la casa no estará tan llena, con suerte la mitad de la
gente se ha ido al zoológico. Bajo las escaleras para
comprobar que efectivamente, la excursión ya está en
curso. Me asomo al cuarto de televisión, Karen y la abuela
miran algún documental sin importancia y yo aprovecho
que no me vieron para seguirme de largo hacia la cocina.
Ahora sí que tengo mucha hambre. Al entrar encuentro que
mi tío Gustavo está sentado solo en el desayunado. Veo
por su expresión que su humor no ha mejorado en
absoluto. Voy a darme la media vuelta, no tengo ganas de
seguir aguantando sus miradas cargadas de enojo.
–Olivia, ¿cuántos años tienes? –me pregunta Gustavo con
hostilidad antes de que pueda salir.
–20, los mismos que tu hija Karen –le respondo con la
misma dureza.
–Entonces, ¿no crees que es hora de que te responsabilices
por tus actos? –me pregunta con desprecio.
–En verdad, tío, no tengo la menor idea de a qué te refieres
o qué fue lo que hice que te disgusta tanto...
–¡Tienes que saberlo! Me rehuso a pensar que puede existir
una chica tan tonta.
Lo miro sorprendida, quisiera tener la presteza mental para
contestarle algo que lo deje callado, pero solo soy capaz de
mirarlo.
–Yo... –las ideas se me escapan.
–¿Cómo puedes estar con esa rata? Sin importar lo que
piense tu padre, tú al menos deberías mostrarle más
respeto a la memoria de tu hermano.
–¿Qué tiene que ver Nico con Estéfano? Cualquiera que sea
tu problema con mi novio, por favor deja a mi hermano
fuera –intento no alzar la voz, pero no puedo. La mención
de Nico es un detonante para mí.
–Deja de actuar como si te importara Nicolás. Si le
hubieras tenido el menor cariño cuando estaba con vida no
te estarías revolcando con su asesino –suelta mientras me
mira con asco.
Sus palabras se sienten como un golpe al pecho. De
manera involuntaria comienzo a temblar, ¿cómo alguien
puede ser tan ruin para inventar una mentira de ese
tamaño? Niego con la cabeza, incrédula de que mi tío sea
capaz de esto.
–Estas loco, Nico fue asesinado en un asalto. De verdad
esto es demasiado, la única razón por la que no corro a
contarle a papá es porque la sola mención de mi hermano
le duele y no quiero lastimarlo con tus inventos –ahora soy
yo la que habla con asco.
–Deja de fingir que ignoras lo que sucedió. No puedes ser
tan ingenua. A tu hermano lo mataron para amedrentar a tu
padre y que cediera su parte del mercado, todos lo
sabemos. Román Corvino no se anda con juegos cuando
quiere algo y llevaba mucho tiempo codiciando el poder
que Victor tiene.
–¡Perdiste la cabeza! –exclamo antes de salir disparada de
la cocina hacia mi habitación.
Al llegar azoto la puerta, por más absurdas que las
encuentro, las palabras de Gustavo siguen dando vueltas
en mi mente. Es imposible controlar los temblores de mi
cuerpo. Me recargo contra la pared. Román Corvino, ¿ese
es el nombre del padre de Estéfano? No recuerdo si lo
mencionó alguna vez. Sacudo la cabeza, no debo dejar que
mi tío me contamine con sus locuras. ¿En qué planeta un
hombre mata al hijo de otro por quedarse con unas
florerías? Es simplemente ridículo.
Mi celular suena. Es un mensaje de Miranda.
MIRANDA 2:30 “Hola, perdón por no contestar
antes, ¿cuál es la urgencia?”
Resoplo con amargura, ¡vaya amiga! No le contesto, en este
momento no tengo cabeza para lidiar con mi amiga cuando
mi tío está acusando a mi novio de asesinato.
Mientras esté contigo
Alguien toca a mi puerta. Si es mi tío Gustavo voy a gritar
tan fuerte que incluso los vecinos me van a escuchar. Abro
de mala gana, pero es Estéfano quien está recargado en el
marco de la puerta con una bolsa de papel en la mano.
–Hola, muñeca, ¿te interrumpo? –pregunta al tiempo que
entra a mi habitación.
–No, ¿cómo entraste? –digo de manera casi inaudible.
–Karen me dejó pasar y dijo que seguías en tu habitación.
¿Sucede algo? Pareces alterada.
Niego energéticamente.
–No, para nada. Solo algo estresada –decido no mencionar
las tonterías de Gustavo, repetirlo es como darle poder a
las palabras.
–Te entiendo, anoche di muchas vueltas en la cama antes
de poderme dormir...
–¿Por qué? –pregunto con temor a que Gustavo le haya
dicho algo anoche antes de que se fuera.
Estéfano me mira perplejo y señala en dirección a mi
vientre. Ah, claro, tenemos otros problemas ademas de un
tío loco. Suspiro con cansancio.
–¿Que no estábamos hablando sobre eso? Sino entonces,
¿qué te tiene estresada?
–¡Eso! ¿Qué más? Lo siento, traigo la cabeza en las nubes –
exclamo con voz aguda.
–Pues te sugiero que bajes y pongas los pies en la tierra –
Estéfano se sienta sobre mi cama y me tiende la bolsa de
papel.
–¿Y esto? –pregunto mientras la tomo. Me asomo dentro
de la bolsa. Una prueba de embarazo.
–¿Estás lista para saber? –me pregunta Estéfano con una
sonrisa alentadora.
Asiento. Tomo la bolsa y me dirijo al baño. Abro el paquete,
leo las instrucciones varias veces aunque lo que tengo que
hacer es bastante sencillo. Hago la prueba, la vuelvo a
cerrar y salgo con ella en la mano. Tres minutos y
sabremos la verdad. Me siento junto a Estéfano sobre la
cama. Él toma mi mano y me besa el dorso.
–¿Te casarías conmigo? –pregunta de la nada.
–¿Qué? –lo miro fijamente. ¿Está bromeando?
–Dime, Olivia, ¿te quieres casar conmigo?
Bajo la mirada hacia la prueba, pero el toma mi barbilla y
me hace mirarlo a los ojos.
–No, contéstame antes de ver el resultado, ¿quieres ser mi
esposa? –vuelve a preguntar.
Mi corazón se acelera aún más.
–¿Es en serio? Pero...
Pero llevamos solo unos meses de conocernos, pero
todavía no acabo la universidad, pero soy muy joven para
casarme... hay millones de razones para no casarme, pero
amo a Estéfano millones de veces más. No hay nadie en
este mundo con quien prefiera estar. Estéfano lo es todo
para mí.
–Sí me quiero casar contigo –digo sin poder ocultar mi
sonrisa.
Estéfano me besa. Rodeo su cuello con mis brazos ¡Nos
vamos a casar! Mi cuerpo vuelve a temblar, pero ahora de
emoción. Estéfano se separa y saca una cajita del bolsillo
de su pantalón. Es un anillo. Un anillo de compromiso
plateado, con un enorme diamante engarzado. Estéfano
toma mi mano y me pone el anillo. Mis ojos se empiezan a
llenar de lagrimas, lagrimas de felicidad.
–¿Cuándo compraste esto? –pregunto aún sonriendo.
–¿Qué crees que hice toda la mañana?
Me vuelve a besar. Jamás creí que fuera posible sentirse
tan feliz.
–Esto es una locura –digo entre besos.
–Es exactamente lo que tiene que ser –me responde y me
rodea con sus brazos–¿Lista para saber?
Vuelvo a tomar la prueba y asiento. Es positiva. Inhalo aire
profundamente. Estos han sido los 5 minutos más
trepidantes de mi vida y todo sin salir de mi habitación.
Después de un rato escuchamos mucho ruido en la planta
baja, seguramente la familia ha regresado del zoológico.
No tengo deseos de bajar, pero sería grosero no hacerlo,
además aún tengo mucha hambre. Estéfano también así
que decidimos unirnos al resto de la familia. Antes de salir
del cuarto, me quito el ostentoso anillo de compromiso.
–¿Qué crees que estás haciendo? –pregunta Estéfano
molesto.
–No quiero que nadie lo vea antes de que le de la noticia a
mis padres –le explico.
–Pues vamos a decirles de una vez –sugiere.
–No, necesito hablar con ellos en privado. Ahorita hay
demasiadas personas en casa y eso los tiene ocupados.
Mañana todos se habrán ido y entonces les daré la noticia.
No estoy segura de cómo vayan a reaccionar mis padres,
pero estoy segura de que mi mamá no lo va a tomar bien y
no deseo hacer una escena enfrente de todos mis
parientes.
–Cómo tu desees, muñeca –contesta Estéfano, aunque
puedo adivinar por su expresión que no está contento de
que me quite el anillo.
Bajamos las escaleras algo renuentes. La familia ya
regresó del zoológico. Los niños corren, llevan unos globos
en forma de animales, un león, un elefante y un
hipopótamo. Los adultos platican en la sala y en el
comedor, nadie nos presta mucha atención mas que para
dedicarnos miradas de desaprobación. Karen alza la vista
cuando entramos a la estancia. La miro y le hago un gesto
afirmativo, ella sonríe con complicidad, no necesitamos
decir más.
Temo la hora de la cena, tener a la familia sentada en la
misma mesa con Estéfano parece una receta para el
desastre. Parte de mí desea que él decida irse a su
apartamento. “Mejor nos vemos el lunes” serían las
palabras mágicas para dejar de sentirme mal por toda la
mala leche que le tienen mis parientes. Pero no se despega
de mí ni un instante. Parece feliz a pesar de la hostilidad de
mi familia. Está más atento de lo normal y sus ojos rara vez
se posan sobre alguien que no sea yo. Nos topamos con
Rubén cuando este regresa del bar que está al fondo de la
estancia.
–Supongo que te quedarás para cenar –le dice a Estéfano
sin ocultar que, como yo, preferiría que se fuera.
–Sí, por supuesto –contesta mi padre que está sentado
cerca de donde nos encontramos.
Estéfano se encoge de hombros de forma juguetona, como
diciendo “ya te contestó tu jefe”. Se pone de pie y se dirige
al bar para servirse un trago, no lo juzgo, si pudiera yo
también bebería para hacer la velada más amena.
–Esto apesta –me dice al regresar–. Deberíamos estar
celebrando nuestro compromiso, no aquí.
–Lo sé, en verdad entiendo si quieres irte. Esto debe ser
aún más incómodo para ti que para mí.
Estéfano pasa su brazo por encima de mi hombro.
–Donde tú estés quiero estar yo.
Me sonrojo. Recargo mi cabeza en su pecho y disfruto el
aroma de su loción. Es perfecto, somos perfectos.
–Donde estés tú, también quiero estar yo –le digo en voz
baja.
Tal vez mi padre habló con la familia o ya se cansaron de
tirar sus malas vibras, en todo caso, la cena transcurre en
relativa calma. Nadie nos dirige la palabra, es como si no
estuviéramos ahí, pero yo lo agradezco. Prefiero que
ignoren a Estéfano a que lo ataquen, así que es un avance.
–¿Te quedas a dormir conmigo esta noche? –me pregunta
de forma discreta cuando vamos por el postre.
Lo miro dudosa. Mi padre ama estas reuniones familiares,
le va a caer muy mal que me vaya, por más que apruebe a
Estéfano.
–No lo sé... no quiero problemas con... –dirijo mis ojos
hacia mis padres.
–Vamos, ni cuenta se darán. Tienen a tanta gente en casa
que difícilmente verán que falta una persona.
–Esa persona es su hija, obvio que se van a dar cuenta.
–Prometo regresarte temprano. Además, ¿qué pueden
hacer? ¿Prohibir que nos casemos? ¿No te van a dar
permiso de dar a luz? Anda, vamos.
Le sonrío con complicidad. Tiene razón.
–Está bien.
Salimos de la casa mientras la familia está haciendo
sobremesa, cada grupo está absorto en sus pláticas. Mi
mamá ya se subió a recostar y mi padre platica con
Gustavo y otros mientras beben vodka. Estéfano tenía
razón, nadie se percata de que nos vamos.
–¿Qué clase de boda te gustaría tener? –me pregunta al
poner en marcha el coche.
–No lo sé, nunca lo había pensado... una muy lujosa,
supongo.
Estéfano se echa a reír.
–¿Qué significa eso? –pregunta entre risas.
–No estoy segura...
–Oh, vamos, todas las chicas sueñan en cómo será su
boda.
Pienso en eso un momento. Yo no. No es que no planeara
casarme, pero siempre asumí que sería algo que me
pasaría más adelante así que nunca le dediqué mucho
tiempo.
–Supongo que quiero una boda de buen gusto –digo
mientras intento visualizar lo que quiero–, posiblemente
pequeña.
En especial porque no tengo amigos que invitar.
–Sí, esa buena idea. Planear una boda pequeña va a ser
mucho más sencillo, sobre todo tomando en cuenta que el
tiempo no está de nuestra parte.
Caigo en cuenta de que tiene razón. No me puedo dar el
lujo de un compromiso largo, especialmente si no quiero
parecer un balón blanco el día de la ceremonia.
Una vez en el apartamento, Estéfano cae rendido casi
inmediatamente. Yo no logro conciliar el sueño, sigo
pensando en el futuro que me depara, todos los cambios
que tendré que vivir en los próximos meses y lo
emocionante que será. Estoy feliz. Miro alrededor
preguntándome si esta será mi habitación de ahora en
adelante o si nos mudaremos a otro lugar. Sería lindo vivir
en una casa con un jardín donde nuestro hijo o hija pueda
jugar. Sonrío pensando en eso. En realidad no me importa
la casa, ni el jardín siempre y cuando esté con Estéfano.
¡Sorpresa!
La suerte está de nuestro lado, la familia ignora por
completo que anoche me escapé y cuando regreso están
tan ocupados haciendo maletas y preparando su salida que
apenas y notan mi presencia. Me despido de todos con
abrazos y besos desde el pórtico y poco después del medio
día la casa está vacía de nuevo. Solo quedamos mis
padres, Estéfano y yo, y el momento de hablar con ellos
llega. Temo su reacción, pero es inevitable informarlos. Al
menos Estéfano está aquí y me hace sentir fuerte.
Les pedí a mis padres que bajaran al comedor porque tenía
algo que contarles. Eso fue hace diez minutos y aún no
bajan, juego de manera ansiosa con el mantel de la mesa
mientras los espero. Estéfano me mira divertido, como si
mi nerviosismo fuera cosa de risa. Ojalá pudiera tener su
calma.
–¿Qué tal que le informamos a tu familia primero? –le digo
en un intento infantil de ganar algo de tiempo.
–Ya lo saben, hablé con mi padre cuando estaba buscando
el anillo, lamento decirte que los únicos que faltan por
saber son Doris y Victor –contesta Estéfano.
–¡¿Qué?! ¿Y qué te dijo? No me habías contado eso –me
toma por sorpresa la ligereza con la que habla. Sé que la
familia de Estéfano es menos asfixiante que la mía, pero de
cualquier manera es difícil imaginar que les haga muy
felices que Estéfano vaya a casarse con una completa
desconocida.
–No mucho, le hace gracia que estemos juntos. Pasó años
de su vida considerando a tu padre un enemigo a muerte,
deseando destruirlo y ahora van a ser familia política. Lo
toma con ironía. Eso es todo –responde Estéfano como si
la opinión de su padre fuera irrelevante–. Mi tía Agata y
mi nonna, mi abuela, están encantadas. Supongo
que nonna está aliviada de que tu familia también venga de
Italia, ella temía que me casara con una chica “extranjera”.
Ellas dos ya están planeando lo que van a usar el día de la
boda y mi tía no ha dejado de enviarme sugerencias para la
fiesta desde ayer.
Le sonrío, ojalá mis padres fueran tan fáciles como eso,
pero estoy segura de que decirles se va a poner feo,
especialmente por mí mamá y su aversión a Estéfano. De
pronto, el recuerdo de otra persona que también odia
Estéfano me viene a la mente y me causa escalofríos.
–¿Cuál es el nombre de tu padre? –le pregunto con un poco
de miedo.
–Román, ¿Por qué?
Tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no mostrar mi
desconcierto. Román Corvino, el nombre que mi tío Gus
mencionó... pero solo porque sepa el nombre del padre de
Estéfano, no significa que tiene razón sobre lo demás. Lo
idea de que un florista mate al hijo de otro es absurda.
–Solo por curiosidad –respondo con una sonrisa débil.
–¿Alguien te habló de mi padre? –pregunta Estéfano a la
defensiva.
–¿Qué? No, ¿a qué te refieres? ¿Hablarme de qué? –
pregunto fingiendo que no tengo la menor idea de a qué se
refiere, pero no me está encantando el hecho de que
parezca temer que alguien me “hable” de su padre. ¿Qué
podrían decirme? Pensé que ya no tendríamos secretos
entre nosotros.
No lo sé, tu familia me detesta... tal vez alguien puede
querer inventar algo sobre mí o mi padre para alejarnos –
responde.
Niego con la cabeza mientras le sonrío a pesar de que eso
es exactamente lo que sucedió ayer.
–No, solo quería saber el nombre de mi futuro suegro, eso
es todo.
No tiene caso decirle a Estéfano las tonterías que el tío Gus
inventó, solo se enojaría o se sentiría mal.
Escucho los pasos de mis padres bajando las escaleras.
Llegó el momento. Ambos entran con cara de
preocupación, es fácil adivinar que pasaron los últimos
minutos queriendo deducir qué iba a decirles. Si su cara es
alguna indicación, cualquier conclusión a la que llegaron les
parece terrible.
–Bien, ya estamos aquí, ¿qué querían decirnos? –pregunta
mi padre mientras ambos toman asiento al otro lado de la
mesa.
Al verlos frente a mí, mi mente se queda en blanco. Olvido
las palabras que había planeado y solo los miro con
expresión ausente. Creo que Estéfano intuye que algo va
mal conmigo, porque después de esperar unos cuantos
instantes para que yo hable como habíamos quedado, toma
la palabra.
–Los llamamos porque queremos felicitarlos –dice con esa
confianza avasalladora que lo caracteriza–. Van a ser
abuelos. ¡Sorpresa!
El poco aire que aún conservaba me abandona. Sé los soltó
así nada más. Sé que la impresión arrasó a mis padres.
Perdieron el poco color que normalmente tienen, la casa se
les vino encima y se nota.
–¿Y qué piensan hacer? –pregunta mi padre intentando
guardar la compostura.
Estéfano toma mi mano izquierda y les enseña el enorme
anillo en mi dedo.
Mi padre inhala aire como para diez personas y luego entra
en un estado de neutralidad. Su expresión ya no dice nada,
su mirada está fija en nosotros, pero está ausente. Mi
mamá por otra parte, parece enferma, sus labios están
apretados en una fina línea y su mirada es de rencor.
Aparto la vista de ella, se acaba de enterar de que va a ser
abuela, ¿cómo no puede saber lo mucho que me lastima
que nos mire así? Al menos al padre de Estéfano le hizo
gracia, ¿sería tan complicado que intentara parecer feliz por
mí?
–Ya estarás satisfecho, ¿no? Esto era lo que estabas
deseando –escupe en dirección a mi padre y luego sale
disparada del comedor.
Estéfano sonríe al verla salir, me da la impresión de que
disfruta verla retorcerse de coraje. Me gustaría pedirle que
deje de sonreír de ese modo socarrón, pero es mi único
aliado en la casa y no quiero que haya disgustos entre
nosotros ahora. Se escucha perfectamente como mi mamá
azota la puerta al llegar a su recama. Eso es porque
nosotros seguimos en completo silencio. El golpe de la
puerta hace que mi padre vuelva en sí, se pone de pie y
carraspea la garganta varias veces.
–Bien pues... planear una boda es una tarea monumental,
les deseo suerte –musita antes de salir cabizbajo hacia su
oficina.
Estéfano asiente sin quitar su sonrisa de satisfacción. Yo
en cambio me siento del tamaño de una pulga.
Reaccionaron como si les hubiera dicho que tengo una
enfermedad terminal, ni una felicitación, ni buenos deseos,
nada. Estéfano pasa su brazo sobre mis hombros, me
pongo de pie de un brinco y le indico con mi gesto que me
disculpe un momento. Salgo del comedor para seguir a mi
padre y entro a su oficina detrás de él.
–¿Una boda es una tarea monumental? ¿Eso es todo lo que
tienes que decir? – pregunto antes de que pueda tomar
asiento.
Me mira con desconcierto y niega con la cabeza.
–No, eso no es todo lo que tengo que decir.
–¿Entonces? ¿Estás enojado, decepcionado, furioso? ¡Di
algo! –debo hacer un esfuerzo tremendo para no gritar tan
alto como quiero, puesto que no deseo que Estéfano nos
escuche en el comedor.
Mi padre da unos pasos hacia mí y me abraza con fuerza.
Su gesto me toma por sorpresa, él no es la clase de hombre
que demuestra afecto físico seguido.
–Estoy aliviado –dice sin soltarme–. Esto es lo más
inteligente que has hecho en tu vida.
Lo que parecía un gesto cariñoso ahora se siente como una
bofetada. Doy un paso atrás y rompo su abrazo
¿Embarazarme y comprometerme es lo más inteligente que
he hecho en mi vida? Una generación entera de mujeres
feministas se revuelcan en sus tumbas.
–Todo irá bien, hija. Manténlo contento y haz todo lo que él
te diga. Ahora estás más segura que nunca y todo irá bien
–mi padre sigue hablando sin percatarse de lo atónita que
estoy.
Me siento asqueada por sus palabras. Sé que mi papá es
un hombre anticuado, pero esto es demasiado incluso para
él. ¿Manténlo contento? ¿Haz todo lo que él te diga? Al
parecer me perdí la parte en la que viajamos en el tiempo a
1800. Asiento con una mezcla de disgusto y lástima y salgo
de la oficina. No tiene caso discutir con él, claramente se
encuentra muy perturbado. Estéfano me está esperando
afuera.
–¿Está todo bien? –pregunta mientras me estudia con la
mirada.
–Sí... –es inútil contarle lo que me dijo mi padre, ni siquiera
tengo ganas de repetírmelo a mí misma–. Creo que dentro
de su impresión, sí se alegró un poco por nosotros.
–Fantástico –dice y no puedo descifrar si es sincero o
sarcástico–, ¿qué hay de tu mamá?
Miro hacia el techo.
–Carezco de las energías necesarias para lidiar con ella, lo
que sienta ahora es su problema, no el mío –contesto
convencida. Estos últimos días han sido una montaña rusa
emocional, solo quiero relajarme un rato y no pensar en las
excentricidades de mi familia.
–Suena bien. Ahora, ¿qué te parece si llevo a mi hermosa
prometida a una cita romántica? Es hora de que
celebremos nuestro compromiso –sugiere con una sonrisa
juguetona.
Le sonrío agradecida por tenerlo en mi vida. Tal vez, algún
día pensaré en la reacción de mis padres a la noticia y me
causará risa, pero hoy no es ese día.
Nunca es tarde para nada
Regreso a la oficina diferente a como la dejé el viernes.
Ahora voy a casarme y a tener un hijo, ¿cómo puedes
cambiar tanto en un fin de semana? Guardo el anillo en mi
bolsa, los últimos tres días han sido agotadores y lo último
que deseo es ser interrogada por mis compañeras de
trabajo acerca de mi compromiso. El padre de Miranda me
llama a su oficina. Hago un repaso rápido de la semana
anterior, ¿hice algo mal? ¿Dejé algún pendiente? Me es
difícil recordar si quiera qué hice el viernes. ¡Ahora
recuerdo! Fingí que me encontraba enferma para salir
temprano a casa. Seguro que dejé un montón de asuntos
sin concluir. Camino a paso lento para alargar lo más
posible el recorrido de pocos metros que hay entre mi
escritorio y su oficina. Entro como niño regañado
esperando una reprimenda.
–Buenos días, Olivia. Pasa por favor, toma asiento –dice
David amablemente.
–Buenos días –tomo asiento frente a su escritorio, me
siento aliviada al comprobar no parece estar molesto.
–Olivia, tengo noticias –comienza después de darle un
sorbo a su café–. Judith, la asistente que estabas
reemplazando, va a regresar a laborar con nosotros la
próxima semana. Yo sé que se te explicó que este trabajo
era solo temporal, pero tú desempeño aquí ha sido bueno,
aprendes rápido y resuelves los problemas que se te
presentan. No te puedo ofrecer el puesto de mi asistente
puesto que Judith lleva años conmigo y siento que sería
injusto, pero eres una persona capaz que vale la pena
conservar. Hablé con recursos humanos y, si te interesa,
podemos buscar otra vacante aquí dentro de la empresa
para acomodarte. Claro, siempre y cuando a ti te interese
quedarte.
Ayer era la chica cuya mejor logro había sido embarazarse
y comprometerse, pero ahora soy esta mujer capaz que
vale la pena conservar en su empresa. Mi corazón se llena
de orgullo.
–Me siento muy halagada. No tiene idea –responde
encantada.
–Entiendo que tu plan es volver a la universidad el siguiente
semestre, pero podríamos acomodarnos para que puedas
hacer ambas actividades. Podrías trabajar medio tiempo
con nosotros –sugiere.
De pronto caigo en cuenta de que es improbable que
regrese a la universidad el semestre entrante, ¡voy a estar
dando a luz! No había considerado eso, pero este bebé va a
alterar los planes que tenía y posiblemente muchas otras
cosas más. Mi cara debe reflejar mi desconcierto porque
David vuelve a hablar.
–No tienes que tomar una decisión en este momento.
Tómate algunos días para pensarlo y después me avisas
qué fue lo que decidiste, ¿de acuerdo?
Asiento energéticamente. Necesito tiempo para pensar en
mi futuro. Le agradezco a David y regreso a mi escritorio.
Paso el resto del día pensando en lo que voy a hacer
y sintiéndome inmensamente orgullosa por las palabras
amables de mi jefe.
A las cinco de la tarde, Estéfano está esperándome afuera
del corporativo. Corro a sus brazos. Solo el verlo me llena
de alegría.
–Estás de muy buen humor el día de hoy, supongo que
todos fueron especialmente amables contigo después de
que les compartiste las noticias –comenta mientras
entramos a su coche.
–No, en realidad no le conté a nadie, pero sí sucedió algo
más que me puso de buen ánimo.
Le relato a Estéfano la propuesta de David y lo orgullosa
que me hizo sentir. Claro que él no entiende del todo
porque me hizo sentir tan bien pues ignora lo que mi papá
de dijo ayer, aún así, sonríe con empatía mientras me
escucha. Mi relato dura todo el recorrido hasta el
apartamento de Estéfano, ni siquiera me di cuenta que
veníamos para acá pues estaba demasiado absorta en mi
narración. Una vez que termino, antes de que nos bajemos
en el estacionamiento de su edificio, Estéfano toma mi
mano y le da un apretón cariñoso.
–Eso es genial, muñeca, pero lo que no entiendo es, ¿por
qué no le dijiste que no de una vez? –me pregunta
confundido.
–Porque no estoy segura de que le quiero decir que no. Aún
no tomo una decisión definitiva –respondo con obviedad.
–Olivia, creo que fui perfectamente claro contigo sobre este
asunto –dice mientras su mirada se oscurece–. Yo acepté
que trabajaras por un rato, pero no después de que nos
casemos. Ser mi esposa es un trabajo de tiempo completo.
Ya te había explicado esto antes.
Mi quijada se cae. Espero unos instantes para ver si
empieza a reírse o da alguna indicación de que está
bromeando, pero en lugar de eso su expresión se endurece
con cada segundo que pasa.
–Pensé que estabas bromeando –musito finalmente.
–¿Me estaba riendo cuando te lo dije? –me pregunta altivo.
Niego con la cabeza. De pronto siento la boca seca, la
forma en la que me mira es muy intimidante.
–Estéfano, solo porque esperas algo de mí, no significa que
lo vas a obtener. Esta decisión es mía. Yo no te pertenezco
–digo con una confianza que por dentro no siento.
–Sí, Olivia, y entre más rápido te hagas a la idea, más
sencillas van a ser nuestras vidas.
Siento una opresión en el pecho. Este hombre junto a mí es
un completo extraño. ¿Qué pasó con el Estéfano al que
estoy acostumbrada? A mi mente llegan las palabras de mi
papá “manténlo contento”, “haz todo lo que él te diga”,
caigo en cuenta que más que consejos de un hombre
anticuando eran advertencias. Siento un escalofrío en todo
el cuerpo.
–¿Te das cuenta de lo ridículo que suenas en este
momento? –pregunto indignada.
–Yo sé lo que quiero y fui bastante honesto contigo desde
un principio. Te dije lo que esperaba de ti antes de que algo
ocurriera y tú decidiste involucrarte conmigo de todas
formas, yo asumí que era porque aceptabas mis términos.
Lamento informarte que ahora ya es tarde para que te
eches para atrás de esta relación –me explica como si
fuera la cosa más simple del mundo.
Estoy anonadada. Me toma unos segundos procesar sus
palabras y luego, tan rápido como un rayo, me bajo del
coche y me alejo de ahí caminando. Nunca es muy tarde
para nada.
Escucho como Estéfano se baja de su auto y luego sus
pisadas mientras me persigue. No voy corriendo ya que
estoy usando tacones altos, así que él me da alcance
bastante rápido. Ni siquiera logro salir del estacionamiento.
Estéfano me toma del brazo y me obliga a detenerme.
–¿A dónde crees que vas? –pregunta enojado.
–Básicamente, a cualquier lugar que no sea aquí. Me estoy
echando para atrás de esta relación –le respondo
tranquilamente.
–No juegues conmigo, muñeca –me advierte.
–No estoy jugando, me voy y tú puedes disfrutar tu tiempo
solo porque yo no voy a ser parte de está realidad torcida
que tienes planeada para nosotros.
Estéfano no tiene la menor idea, pero mi corazón se está
partiendo en miles de pedazos. Lo estoy perdiendo y duele,
pero no pienso ceder.
–Esto no es gracioso –musita enojado.
–Estoy de acuerdo, no encuentro graciosa la forma en la
que actúas y no me parece apropiada. No eres mi dueño.
Ya tuve que aguantar a un padre controlador toda mi vida,
no voy a aguantar a un esposo igual –respondo con
firmeza.
Intento alejarme, pero Estéfano aprieta su agarre sobre mi
brazo.
–De acuerdo, hablemos de esto. Lleguemos a un acuerdo –
dice en un tono conciliador.
–¿Qué clase de acuerdo? –pregunto con fingida
indiferencia.
–¿Qué te parece te esperas hasta después de que nazca el
bebé para tomar una decisión? Y luego de que eso suceda,
decides si quieres regresar a la universidad o volver al
trabajo o lo que prefieras y yo me comprometo a respetarlo
–propone.
¿Acabo de obligar a Estéfano Corvino a ceder? Me tengo
que esforzar por no sonreír de forma engreída. Actúo como
si estuviera considerando su oferta a pesar de que me
parece aceptable. Después de unos minutos de dejarlo a la
expectativa, asiento.
–De acuerdo, suena bien –admito.
Estéfano pasa su brazo sobre mi hombro para atraerme
hacia él.
–No vuelvas a dejarme –susurra en mi oído.
–No me vuelvas a provocar –contesto mientras recargo mi
cabeza sobre su pecho.
Estéfano sonríe y sacude la cabeza. La tensión entre
nosotros desaparece tan rápido como se produjo.
Caminamos hacia el elevador.
–Hablando de decisiones, ¿cuándo vas a traer tus cosas
para acá?
Abro los ojos como platos, no había pensado en eso, pero
supongo que lo más lógico es que nos mudemos juntos de
una vez, aunque la sola idea de empacar me llena de
pereza.
–En algún momento –respondo vagamente.
–Vaya, cualquiera creería que estarías contando los
segundos para salir de esa casa –dice mientras se quita el
saco.
Me encojo de hombros, sí yo también creí que me comerían
las ansias.
–Síndrome de Estocolmo, supongo –bromeo mientras me
siento en la cama.
–O... ¿prefieres que yo me mude contigo?... Digo, no me
mal entiendas, la casa de tus padres es muy linda, pero
algo me dice que estaremos más cómodos aquí –bromea.
–No, es solo que las cosas están pasando muy rápido,
necesito tiempo para empacar.
–Bien, tómate tu tiempo –dice antes de besarme.
Abre los ojos
Le explico a David la razón por la que no puedo aceptar su
amable propuesta, está desilusionado, pero se muestra
comprensivo conmigo. Desafortunadamente, esto significa
que esta es mi última semana en Tropic Motors. Judith, la
asistente original, va a regresar el lunes entrante.
Mis siguientes días en la oficina tienen un sabor especial.
Siento una mezcla entre nostalgia y alegría en todo lo que
hago, ya me voy, no voy a volver. Como de cualquier
manera no planeo seguir en contacto con nadie de aquí les
revelo mi embarazo. Las preguntas son incesantes y sé que
también lo son los cuchicheos a mis espaldas, pero nada
de eso me afecta. La semana siguiente nadie recordará mi
nombre y yo pronto también olvidaré el de todos. El último
día al entregar mi pase siento algo de pesar, pero no lo
suficiente como para aceptar la propuesta de Nancy para
salir a celebrar mi último día. No me apetece ir a un bar
atestado a ver cómo otros beben a mi salud. Prefiero pasar
la noche con Estéfano. En realidad prefiero estar con
Estéfano a cualquier otro plan.
Estéfano me recoge a la salida, como lo ha hecho todos los
días de esta semana, se ha mostrado especialmente atento
conmigo después de nuestra última pelea.
–Y dime, ¿cómo va la planeación de nuestra boda? –me
pregunta Estéfano mientras cenamos.
Hago una mueca y me encojo de hombros. ¿Cómo podría
saberlo?
–¿Aún no tienes nada planeado? –me pregunta con
sorpresa al ver mi reacción–. Pensé que habíamos
acordado en casarnos lo antes posible.
–¿Planear es mi responsabilidad? –replico.
–Pues... usualmente son las mujeres las que aman planear
sus bodas... asumí que te estarías encargando de ello –me
explica con duda en la voz.
–Yo asumí que me ayudarías.
–Claro, te ayudaré en lo que quieras. Pero necesitamos
comenzar con la planeación para que haya algo en que
ayudar.
–Buscaré una wedding planner la próxima semana –le
digo–. De hecho, hay otra cosa con la que me puedes
ayudar. Quiero que me acompañes al médico, quiero saber
si todo esta bien con el bebé.
Estéfano besa el dorso de mi mano y me sonríe de forma
reconfortante.
–Tú di el día y la hora que yo voy a estar ahí –me
responde.
*****
Para la siguiente semana, yo ya tengo varias candidatas
para wedding planner, todas suenan geniales y
honestamente no tengo la menor idea de cómo elegir a
una. Este asunto de planear una boda está resultando
bastante estresante desde un inicio. Al menos todo va bien
con el bebé, tengo 10 semanas de embarazo y, de acuerdo
con el médico, todo se ve normal.
Es viernes por la tarde, Estéfano tuvo que trabajar tarde hoy
así que yo lo espero en casa mientras googleo salones de
eventos. Me gustaría que estuviera aquí ayudándome pues
nada de lo que veo en internet me convence; tal vez los
lugares mejoren una vez que los visites en persona, pero lo
que veo en las fotos me desanima. Además no solo es el
lugar, hay miles de aspectos en los que no había pensado:
la ceremonia, la fiesta, las invitaciones, la comida, el pastel,
la primer canción, mi vestido... me urge una wedding
planner que decida todo esto por nosotros. En estos
momentos extraño más que nunca a Miranda, aún no le
cuento sobre la boda, el bebé ni nada, no hemos hablado en
semanas y cada vez temo más que Joaquín la haya
convencido de alejarse de mí.
Alguien llama a mi puerta.
–Olivia, tu amiga Miranda está aquí –dice mi papá a través
de la puerta.
Me pongo de pie de un brinco ¿Qué posibilidades hay de
que esté pensando en ella justo en el momento en que llega
a visitarme? Después de semanas de silencio absoluto
llega cuando yo más la necesito. Bajo los escalones de dos
en dos, no puedo esperar para verla y contarle todo lo que
me ha sucedido. Mi entusiasmo baja en cuanto veo su
expresión, la conozco lo suficientemente bien como para
saber que algo anda muy mal.
–Hola, Liv –saluda sin entusiasmo.
–Hola, Mir –respondo con los ánimos desinflados.
–¿Damos un paseo? –me propone mirando sobre mi
hombro, me giro y encuentro a mi papá de pie detrás de mí.
–Claro –respondo.
Miranda se adelanta a salir y comienza a caminar a prisa
calle abajo. Apenas y puedo mantenerle el ritmo.
–Oye más lento, ¿qué te sucede? –digo en cuanto le doy
alcance.
–Me tuve que enterar de que estás embarazada por mi
padre... ¿qué clase de amiga hace eso? –Miranda se
detiene en seco para encararme.
Así que eso es lo que la tiene molesta. Lo entiendo, pero
ella tampoco es totalmente inocente en esto.
–Lo siento, Mir, de verdad. Pero debes comprenderme, todo
esto ha sido muy repentino, he pasado por todos los
estados emocionales y para ser sincera, tú te alejaste de mí
por un chico... no sabía qué estaba pasando entre nosotras
y tenía demasiado con qué lidiar...
–¡¿Qué?! Yo no me alejé por un chico... Olivia esto es peor
de lo que imaginamos...
Guarda silencio y mira sus espaldas en dirección a mi casa.
–Ven, vamos a caminar un poco más.
No deja ni que responda y de nuevo se pone en marcha
frenética. Aminora la velocidad una vez que damos vuelta
en la esquina, pero sigue andando.
–¿Me puedes explicar que bicho te picó? –le pregunto y la
tomo del brazo–. Oye detente y habla conmigo.
Una vez que estamos cara a cara me doy cuenta de que
Miranda está a punto de soltarse a llorar.
–Lo siento, ¿de acuerdo? En verdad siento haber actuado
como una mala amiga... Ay, Liv... no sé si estoy haciendo lo
correcto.
–No sé ni que estás haciendo, ¿por que no empiezas mejor
por explicarte? –lo que sea que le sucede es grave y quiero
ayudarla. No me importan las últimas semanas, ella es mi
amiga y voy a estar ahí cuando me necesite.
Miranda se recarga sobre la jardinera de una casa y se
enjuaga las lágrimas que se la han escapado.
–No iba a decir nada, creí que era mejor mantenerme
alejada y fuera de peligro, ¿sabes? Sé que fue egoísta, pero
sabía que tú ibas a estar bien... y luego mi padre me contó
que estás esperando un hijo y entonces, no sé, algo me
movió. Supe que al menos te tenía que decir lo que sé y
entonces ya tu podrías tomar una decisión o lo que sea...
Estoy confundida, pero no quiero decirle que parece una
loca y herir sus sentimientos.
–De acuerdo, te escucho, dime lo que quieres decirme –
digo en el tono más tranquilo que puedo.
–Martín Molina desapareció.
–Martín... ¿Martín en hermano de Samuel? ¿Cómo que
desapareció?
–Días después de nuestro encuentro en el centro comercial
se desvaneció de la faz de la tierra. Nadie sabe dónde está,
sus padres fueron a la policía, pero sienten que les están
dando largas y que realmente no lo están buscando.
–Eso es terrible, no puedo creerlo –exclamo impactada.
–¿No? Yo sí ¿Acaso no lo ves? Erick te corre de su fiesta y
días después se incendia su casa, Martín te agrede
verbalmente en el centro comercial y pum, por arte de
magia desaparece... ¿qué te dice eso?
–Que cosas malas le suceden a la gente mala –bromeo
comenzando a temer que Miranda esté considerando como
ciertos los rumores de que mi papá es un mafioso.
–¡Olivia esto es serio! –grita Miranda sin importarle que los
transeúntes nos volteen a ver.
–¿Qué quieres que te diga? Lo que les pasó es terrible, pero
yo no tuve nada que ver con lo que les sucedió a ambos –
contesto encogiéndome de hombros.
–Yo sé que tú personalmente no, pero en algún momento
debes caer en cuenta de los focos rojos a tu alrededor.
Amiga tienes que abrir los ojos a la verdad que está
enfrente de tus narices.
–Miranda, esto es ridículo, me conoces a mí y a mi familia
desde hace años. Haz estado en mi casa cientos de veces,
no puedo creer que ahora le des crédito a los rumores
sobre mi familia.
–Yo creo ni que tú conoces a tu familia. Olivia, date cuenta
¿Por qué tu padre nunca te ha pedido unirte a su negocio?
Se supone que tiene florerías, ¿no? ¿En verdad crees que
esa línea de negocio es inapropiada para una mujer? Y,
¿qué hay de los intrusos?, ¿por qué todos escuchan a tu
padre y lo obedecen como perros entrenados? Esos
hombres van y vienen con sus trajes y sus modos
misteriosos actuando como si fueran dueños del mundo;
perdón, pero floristas no son. La policía le dijo a Samuel
que no se metiera con tu padre, esa misma policía no quiso
investigar el incendió de casa de Erick porque involucraba
“gente peligrosa” y ahora se rehusa a buscar a Martín... son
demasiados focos rojos... Olivia es imposible que no te
llame la atención... ¡No puedes estar tan ciega!
–Miranda, ¡estás alucinando! Ya te dije que mi papá no
tiene la menor idea sobre lo que sucedió en casa de Erick y
mucho menos sabe de nuestro encuentro con Martín.
Aunque estas fantasías tuyas fueran reales, él no tendría
ningún motivo para hacerles daño –le explico con una
sonrisa.
–Sí, pero alguien más sí lo sabía... un intruso que trabaja
para tú papá...
Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. De pronto siento
mucho frío. La sonrisa se desvanece de mi rostro, no quiero
ser arrastrada en esta ridícula paranoía, pero las palabras
de mi tío Gus no dejan de sonar en mi mente.
–Así que, ¿crees que Estéfano es parte de esta historia
ficticia de mafia? –le pregunto fingiendo burla, pero algo
dentro de mi se está quebrando.
Miranda me mira decepcionada.
–Lo último que quiero es lastimarte, pero creo que tú y tu
bebé merecen algo mejor. Deberías alejarte de este mundo
de incendios y desapariciones misteriosas. Debes huir
mientras puedas.
–Lo que debo hacer es regresar a casa... parece que
empezará a llover en cualquier momento –musito
insegura.
Doy unos pasos para atrás antes de dar la media vuelta y
emprender el camino de regreso a mi casa. Miranda no
intenta detenerme. Voy temblando todo el camino. Las
palabras de mi amiga retumban en mi cabeza, quisiera
ponerlas en el mismo baúl en el que puse las de Gustavo,
pero el baúl está atestado; ya no le caben más cosas que
ignorar. Mi papá está en la puerta de la casa revisando el
correo. No quiero verlo, siento que voy a derrumbarme en
cualquier momento y necesito estar sola cuando eso pase.
–Olivia, creí que estarías fuera el resto de la tarde, ustedes
normalmente se toman su tiempo para platicar y pasar el
rato –dice de forma distraída mientras abre una carta.
Hago mi mayor esfuerzo por controlar mi respiración.
Desaparece, por favor, desaparece, necesito estar sola.
–No... no estoy de ánimos...
Mi padre alza la vista y frunce el ceño. Antes de que pueda
preguntarme qué me sucede, paso por su costado y me
dirijo directo a mi habitación.
La verdad salió a la luz
Cierro la puerta y me deslizo contra ella hasta el suelo. No
es solo la posibilidad de que mi padre sea un criminal, es
que si él lo es, significa que Estéfano también es un
mafioso y no puedo soportar la idea. Mi tío Gustavo dijo
que a mi hermano lo asesinaron para quedarse con una
parte del mercado... los floristas no matan a los hijos de
sus competidores floristas... los mafiosos sí. De pronto, las
paredes de mi cuarto parecen demasiado pequeñas y me
asfixio. Me pongo en pie y salgo disparada, sé exactamente
lo que voy a hacer. Toco la puerta de la habitación de mi
mamá, quisiera aporrearla, pero me contengo para no
llamar la atención en el piso de abajo. No me espero a que
conteste, me paso y ya. Mi mamá está sentada en su sillón
favorito haciendo bordado, su pasatiempo favorito. La casa
está llena de sus creaciones, los baños, los cuartos, los
pasillos, bordados por todas partes.
–¿Qué necesitas, Olivia? –pregunta como si la hubiera
interrumpido mientras curaba niños con cáncer.
–¿Quién mató a Nico? –pregunto.
No hay razón para rodeos, ni para suavizar mi tono de voz.
Mi mamá baja el bordado hasta su regazo y me mira con
sorpresa.
–Olivia, ¿qué clase de pregunta...
–¿Quién mató a Nico? –repito mientras las lágrimas se
agolpan en mi ojos. Es tristeza, pero también mucha rabia.
–Olivia, basta.
–¡¿Quién mató a Nico?!
De golpe, la expresión de mi mamá cambia, su sorpresa es
remplazada por una mirada cargada de veneno.
–¿Por qué no le preguntas a Estéfano? Él ha de saber mejor
que yo. Al menos su padre seguro que sí sabe quién fue.
Me voy de espaldas contra el tocador de mi mamá, me
aferro a la orilla para no caer al suelo. Sacudo la cabeza,
esto no puede estar pasando.
–Entonces es verdad... ellos mataron a Nico... –musito casi
sin aliento.
–¿Los Corvino, nuestros enemigos de toda la vida? Sí –
responde con una sonrisa perversa.
–¿Por qué no me dijiste?... Estéfano, mi padre... ¿qué es lo
que hacen en realidad?
–Nada bueno, te aseguro, pero eso no es importante en
este momento. Olivia, déjate de dramas y piensa muy bien
en cómo vas a reaccionar a continuación. Tú vida y la
nuestra ahora dependen de ti –dice mientras se acerca
lentamente hacia donde estoy.
–¿De qué estás hablando? –pregunto confundida.
La miro como si fuera una completa extraña. No soy capaz
de procesar sus palabras. Mi padre entra a la habitación
hecho una furia.
–¿Qué son esos gritos? Estéfano está abajo, vino a visitarte
y ustedes aquí montando una escena. ¿Alguien me puede
explicar qué está pasando aquí? –nos dice con su tono
amenazador que ya conozco bien, pero que ahora tiene un
matiz diferente.
–La verdad salió a la luz, te dije que tu pequeña hija
crecería un día y se daría cuenta de quién eres en realidad –
le responde mi mamá con amargura.
Mi padre me mira consternado, como si yo fuera una
tormenta a la que hay que contener.
–¿A qué dedicas, papá? Porque es obvio que no eres un
florista... eres una mafioso... y también Estéfano... –hablo
más para mí misma que para ellos, como si decirlo en voz
alta me pudiera ayudar a digerir la cruda realidad.
–Oliva, guarda la calma –me dice mi papá–. Respira
profundamente. No hagas nada precipitado.
–Son unos monstruos –les digo sin poder contener mi
llanto–. Los dos son unos monstruos. ¡Sabían quién era él y
no me advirtieron!
–Nadie te obligó a nada, Olivia. Tú solita te lanzaste a los
brazos de ese hombre y ahora es tu responsabilidad
mantener esta familia a salvo –me advierte mi mamá.
Cierro los ojos con fuerza. No sé si necesito recostarme o
correr o golpear algo, hay demasiadas emociones
arremolinándose dentro de mí, rabia, decepción, miedo.
–Hija, necesito que te tranquilices y que actúes con la
cabeza fría. Baja y dile a Estéfano que tienes ganas de
quedarte en cama, después de que se vaya nosotros
podemos hablar con calma y yo contestaré tus preguntas –
mi padre me habla como si quisiera apaciguar a una bestia
salvaje– Por favor, no hagas nada impulsivo. Vamos a
hablar, pero primero dile de forma muy amable a Estéfano
que se vaya. Lo último que necesitamos es que se enoje.
Respiro profundamente varias veces, incrédula ante lo que
está sucediendo. Entro al baño de mi mamá y me enjuago
la cara. Mis padres me miran en absoluto silencio. Salgo de
la habitación y bajo las escaleras en automático. Estéfano
está esperando por mí en la sala, absorto en su teléfono.
Quisiera agarrar un jarrón y quebrárselo en la cabeza. Me
sigo de largo hacia la puerta principal, él se percata de mi
presencia y me sigue hasta la entrada.
–Oye, muñeca, espera, ¿a dónde vas?
Va a tomarme del brazo, pero lo empujo con violencia.
–No me toques –le digo con ira– ¡No vuelvas a tocarme en
tu vida!
–¿Qué te sucede? –me pregunta atónito.
Me siento furiosa, ¿cómo pude estar tan ciega? ¡Qué
estúpida fui!
–Tú mataste a Nico, ¿no es cierto? Por eso no te gusta
hablar de él. Creí que era por consideración a mí, pero no,
es porque te sientes culpable –le reclamo iracunda, cada
palabra la lanzo con todo mi desprecio.
–Oye, no sé qué te dijeron, pero eso es mentira.
Quiere sonar tranquilo, pero su rostro está pálido de la
impresión, es evidente que lo agarré desprevenido y se
queda sin palabras mientras sé que busca la manera de
retomar el control de la situación.
–Desaparece de mi vida ¡No quiero volver a verte nunca! –
le grito antes de girarme.
Corre
Salgo de la casa y azoto la puerta. Sé que no va a tomar
mucho tiempo antes de que reaccione o de que mis padres
bajen e intenten hacerme volver adentro así que me hecho
a correr al máximo que dan mis piernas. Corro como una
loca, cruzo la calle sin fijarme si vienen coches, solo
escucho las bocinas sonar a mi paso. Ya ha comenzado a
llover, pero eso juega a mi favor pues casi no hay gente
transitando las banquetas. Cuando llego al parque, mis
pulmones ya no pueden más. Me desplomo sobre una
banca y pienso en lo que acabo de hacer. Es titiritando de
frío y de miedo. Puedo ver mi aliento blanco escapando de
mi boca, estoy gimiendo del esfuerzo. No puedo quedarme
mucho tiempo aquí, estoy empapada y ya es tarde. No
tengo dinero, ni celular. Solo hay un lugar en el mundo en el
que quiero estar y espero que ella aún tenga ganas de
recibirme. Me pongo de pie y comienzo a caminar a prisa
hacia el apartamento de Miranda. Está a solo unas cuadras.
Mis piernas ya no dan más para correr, incluso el paso que
llevo es difícil de mantener. Estoy agotada, ha sido
demasiado para una sola tarde. Llego a donde Miranda y
toco el timbre; espero que esté sola. Es una suerte que no
viva con sus padres.
–¡Liv, estás empapada! –exclama Miranda tan pronto como
abre la puerta y se hace a un lado para dejarme pasar–,
¿qué te sucedió?
–Tenías razón, ¡sobre todo! –contesto mientras intento
contener los espasmos que siento.
–Ven, vamos a ponerte ropa seca.
Sigo a Miranda hacia el cuarto de baño donde me tiende
una toalla. Luego sale disparada y regresa con una pijama
seca. Me quito la ropa mojada y la dejo en la ducha. Pongo
la toalla sobre mis hombros pues mi cabello aún gotea.
–Tenías razón, Mir, mi papá es un mafioso y Estéfano no es
cualquier intruso, es la competencia –le digo más
recuperada.
Miranda me mira confundida.
–¿Competencia de quién?
–De nosotros. Estéfano mató a mi hermano.
–¡¿Qué?! Oye, espera Liv... no entiendo, ¿por qué tu padre lo
tiene trabajando con él? No tiene sentido.
Pasamos a su sala y me desplomo sobre un sillón.
–Es muy confuso. No sé exactamente lo que sucedió. Solo
tengo fragmentos de cosas que me dijeron y
conversaciones que escuché... hasta donde entiendo, mi
papá y el de Estéfano son de mafias rivales. Ellos mataron
a Nico para que mi padre les cediera su negocio o algo así.
Por eso llegó Estéfano con nosotros, no estaba trabajando
para mí papá, estaba apoderándose de su mafia.
–Ay, no, Olivia. Esto no puede ser cierto... pero, ¿por qué tú
padre les daría su “negocio” después de asesinar a
Nicolás? Al contrario, buscaría vengarse.
–No lo sé, tal vez lo de Nico fue solo una muestra de lo que
podían hacernos a todos... amedrentaron a mi padre
mostrándole que podían quitarle a su familia –mi boca se
llena de bilis, estuve en plan romántico con alguien que en
cualquier momento podía sacar la pistola y borrarme del
planeta.
–¿Crees que por eso Estéfano empezó a salir contigo?
¿Para tenerte vigilada? O, ¿solo lo hizo porque podía y
porque sabía que eso iba a enfurecer a tu padre?
–Tal vez... no lo sé. No me quedé a que me explicaran, salí
de ahí en cuanto me enteré.
–¿Confrontaste a tus padres? –pregunta Miranda intrigada.
–Y a Estéfano.
–Liv, tenemos que hacer algo. Puedes estar en peligro...
tenemos que ir con la policía y avisarles...
–¿Avisarles qué, Miranda? Tú misma lo dijiste esta tarde. A
la policía la tienen comprada, no hicieron nada por Martín,
ni por Erick, ¿por qué sería distinto conmigo?
–Lo siento, Liv, tienes razón. Es solo que no se me ocurre
qué más hacer.
–Lo sé, a mí tampoco, por eso vine aquí, fue el único lugar
seguro en el que pude pensar... sé que te estoy
involucrando en algo terrible, si quieres que me vaya...
–No, Liv. No puedes irte así. Juntas podemos pensar en
algo, ¿de acuerdo?
Miranda sonríe, pero es obvio que está aterrada. No la
culpo, Martín desapareció, Erick perdió su casa, la siguiente
víctima puede ser ella por el simple motivo de querer
ayudarme.
–Tengo que irme, Mir. Debo huir antes de que me
encuentren.
–Pero, ¿a dónde irías?
–A cualquier lugar, voy a tener que empezar de cero,
cambiarme el nombre, no lo sé...
–¿Y qué hay de...? –señala mi vientre.
Ni siquiera me había acordado de eso. Siento como si de
repente me pusieran un bulto de cemento extra en la
espalda. Esto va a ser el doble de difícil con un bebé.
–Aún estás a tiempo, siempre puedes... ya sabes... ir a la
clínica... –sugiere Miranda.
En cuanto la escucho sugerirlo el peso del costal
desaparece de mis hombros.
–No, no quiero hacer eso –digo convencida y levemente
reanimada–. Voy a encontrar la manera, al menos de este
modo no voy a estar sola a donde sea que vaya.
Miranda me sonríe.
–Bien, me parece genial. Creo que puedo ayudarte a que te
alejes lo más posible de aquí. Tengo dinero ahorrado,
quiero que lo tomes y huyas lejos de tu familia.
–Oh, Miranda, no puedo aceptar tu dinero –le digo
apenada.
–¡Claro que sí! Soy tu mejor amiga, ¿no? ¿Para que son las
mejores amigas sino para sacarse de apuros? Y, Liv, tú
estás en un apuro tremendo.
Me sienta mal quitarle sus ahorros, pero no tengo nada y lo
necesito. La abrazo infinitamente agradecida.
–Muchas gracias. Debería irme de una vez...
–¡No digas tonterías! Se está cayendo el cielo y ya es tarde.
Vamos a dormir. Mañana a primera hora retiro todo mi
dinero de la cuenta y luego te llevaré al aeropuerto o a la
central de camiones o a donde quieras ir, ¿sí? Ahora estás
cansada y ya es tarde, es mejor hacerlo mañana.
Tiene razón. En cuanto acepto, Miranda comienza a trazar
planes para mi futuro, a dónde ir y a qué me puedo dedicar.
La escucho sin prestarle atención, estoy agotada, además,
si empiezo a pensar detenidamente en lo que haré mañana
probablemente me eche para atrás. Miranda habla hasta
que se queda dormida a media frase, yo me quedo
despierta un buen rato después de que ella comienza a
roncar. Me aferro a la almohada y comienzo a llorar, todo
mi mundo se vino abajo en una tarde. Siento el corazón
destrozado y a la vez lleno de rabia, ¿puede alguien morir
de pena?
Sin opción
No sé qué hora es cuando despierto. Por instinto busco mi
celular para revisar, pero recuerdo que anoche salí de casa
sin nada. Me levanto y busco a Miranda por el apartamento,
pero no la encuentro. He de haber dormido de más pues mi
ropa ya está seca y doblada en la mesita del comedor.
Probablemente Miranda salió al cajero por el dinero que me
prometió anoche. Para hacer tiempo en lo que regresa, me
meto a la ducha. Mientras lavo mi cabello pienso en lo que
este día me depara, en las desiciones importantes que
debo tomar en las siguientes horas y en lo fuerte que debo
de ser para afrontarlo. Hace menos de 24 horas estaba
buscando lugares para mi boda y ahora mi vida se convirtió
en una versión de Durmiendo con el enemigo/ El padrino,
todo en una tarde. Eso es suficiente para mandar a
cualquiera a terapia por un buen tiempo, pero yo
probablemente no pueda costear a un psicoanalista en el
futuro próximo. Salgo y me visto, encuentro el cepillo de
Miranda en su tocador y comienzo a desenredar mi cabello.
Escucho que la puerta principal se abre. Salgo de la
habitación para encontrarme con mi amiga, pero no viene
sola. Mi papá y Estéfano están en la sala con ella. El
estomago se me contrae de la impresión.
–Liv, lo siento mucho... –dice Miranda con los ojos rojos,
parece que ha llorado y su expresión está completamente
desencajada.
Probablemente yo me vea igual de desencajada. Me
petrifico, ¿por qué los trajo?
–Olivia, agarra tus cosas y vámonos –ordena mi papá.
Miro a Miranda buscando una explicación.
–Muñeca, ya escuchaste, vamos. Ahora.
Estéfano se acerca a mí y pone su mano en mi espalda
como para dirigirme a la salida. Doy un paso de costado
para alejarme de él.
–Contigo no voy a ir a ninguna parte –respondo sin
creerme lo que ha hecho Miranda.
–Liv, de verdad lo siento, pero tenía miedo de que
lastimaran a mi familia –se justifica Miranda a toda prisa y
con la voz entrecortada.
–¿Cómo pudiste? –le recrimino aún estupefacta.
–¡Deja de hacer esto difícil y vámonos! –grita mi padre e
intenta tomarme del brazo para jalarme, pero Estéfano lo
detiene y en su lugar pasa su brazo por mi espalda y me
toma por el hombro de modo que no puedo zafarme.
–Olivia, podemos hacer esto por las buenas o por las
malas, pero vas a venir con nosotros de cualquier modo así
que te recomiendo que vengas por propia voluntad –me
dice Estéfano al oído casi en un susurro que hace que me
estremezca.
Mi cuerpo está tan tenso que Estéfano no puede moverme
sin usar fuerza. No lo hace. Se queda esperando a que
decida caminar por mí misma. Miro a mi alrededor, estoy
atrapada, este era al único lugar del mundo al que podía ir,
mi única escapatoria. Miranda me traicionó y ahora no
tengo a donde ir, siento como se me cierra el mundo, no
tengo más opciones. Clavo la vista en el suelo sintiéndome
derrotada y comienzo a caminar.
–Liv...
Miranda va a decir algo, la miro con ojos como pistolas
porque no quiero escucharla. Creí que era mi amiga, la
única que me quedaba y ahora me doy cuenta de que estoy
sola.
–Si te vuelves a acercar a ella te vas a arrepentir –la
amenaza mi papá antes de cerrar la puerta.
Entro al elevador cercada por los dos y salgo a la calle en
automático. Estéfano aún tiene su brazo alrededor mío,
quiero empujarlo para que me suelte, pero no lo hago, sigo
caminando hacia el coche. Iván nos espera recargado en la
puerta del copiloto de la camioneta negra de mi papá,
mirando a los transeúntes pasar. Al vernos, abre la puerta
del asiento trasero. Primero entra mi padre, luego yo y
después Estéfano a modo que quedo sentada entre ambos.
La camioneta arranca.
–¡Lo que hiciste fue desconsiderado e imprudente, Olivia! –
comienza a gritar mi papá.
Estéfano mira hacia la ventana y yo mantengo los ojos
clavados en mi regazo. Siento que me asfixio entre ambos.
–¿Qué clase de comportamiento ridículo es este, Olivia?
Estás esperando un hijo ¡compórtate! –sigue gritando
furioso mi papá.
Tomo aire para responderle, pero Estéfano me gana la
palabra.
–No te preocupes, Víctor, no volverá a suceder. Yo me
encargo de eso –responde tranquilo sin dejar de mirar
hacia la calle.
¿Encargarse cómo? Tengo miedo de lo que va a pasar
conmigo, si Estéfano fue capaz de matar a Nico, ¿qué me
hará a mí? El coche se detiene delante de mi casa. Primero
sale Estéfano y me ofrece su mano para bajar, no la tomo,
soy perfectamente capaz de bajar por mi misma. Entramos
a la casa, mi mamá está con alguien en el comedor
platicando en voz baja. Es un hombre desconocido de pelo
grasoso que lleva lentes, no tiene pinta de intruso. Mi
mamá se disculpa y camina hacía nosotros.
–Felicidades, misión cumplida. Ya la encontraron –le dice a
mi papá y a Estéfano en su tono de voz habitual de
resentimiento y amargura–, ¿quieren que se cambie antes
de empezar o así está bien?
–¿Empezar qué? –pregunto rodeada por los tres.
–Sí, claro. Olivia sube a cambiarte esa ropa, no te tardes –
ordena mi papá, pero yo no me muevo.
–¿Empezar qué? –repito.
–Vamos a casarnos –me informa Estéfano a mis
espaldas–. El juez accedió a una boda exprés, así que no lo
tengamos esperando, sube y haz lo que se te dice. Anda,
muñeca.
Pone la palma de su mano contra mi espalda para darme
un leve impulso hacia las escaleras. Me quedo plantada en
mi lugar.
–¡Deben estar bromeando! –exclamo antes de soltar una
risa nerviosa.
–Olivia, ve a cambiarte en este mismo momento antes de
que te lleve yo a rastras. Ya he tenido suficiente con este
espectáculo –dice mi papá furioso, pero en un tono
contenido que no llega hasta el comedor donde se
encuentra el juez.
–No, han perdido la cabeza, yo no me voy a casar –logro
decir una vez que la risa acaba.
–Muñeca, sé que esto no es lo ideal, esta boda no es la que
esperábamos...
Me giro para encarar a Estéfano.
–¡Sí! ¡Eres tan perceptivo, Estéfano! Esa es la razón por la
que estoy molesta, ¡por qué esta no es la boda de mis
sueños! –respondo sarcástica.
Estéfano pone los ojos en blanco y vislumbro un atisbo de
su sonrisa socarrona. Voy a patearlo en la entre pierna, si
se atreve a reírse prometo que voy a patearlo en la
entrepierna.
–Olivia, es suficiente. ¡Sube ahora! –es mi mamá quien lo
dice.
Estoy rodeada, estoy sola... siento que estoy a punto de
derrumbarme, pero no quiero hacerlo enfrente de ellos.
Pasó a un costado de mi mamá y subo las escaleras de
mala gana. Entro a mi habitación al tiempo que se me
escapan las primeras lágrimas. Me recargo en la puerta y
siento el empujón, alguien quiere entrar. Son mis padres. Mi
mamá entra y toma un vestido azul que ya estaba sobre mi
cama.
–Toma, elegí esto de entre tu ropa dado que tú no estabas.
Ve a cambiarte –me tiende el vestido con cara de pocos
amigos.
Niego con la cabeza.
–Olivia, no es momento para ponerse tiquismiquis con la
ropa, cámbiate que nos están esperando –dice mi padre
exasperado.
–¡No! Están locos, yo no voy a bajar, ni voy a casarme con
ese mafioso, ¿cómo pueden hacerle esto a su única hija?
Mi mamá me toma de los hombros. Sus manos aprietan
con fuerza sobre mi piel.
–Nosotros no te hicimos nada, tú decidiste meterte con ese
tipo, esta fue tu iniciativa y de nadie más –me dice en
forma de reclamo.
Me zafo de su agarre.
–Pudieron haberme advertido quién era, lo que había
hecho... cualquier cosa menos quedarse impávidos –les
reclamo.
–Déjate de dramas, Olivia. Estéfano y ese bebé que esperas
son la única oportunidad que tenemos de no aparecer
muertos en un basurero, sin dientes ni dedos para que la
policía no pueda identificarnos –dice mi padre mientras
frota sus sienes–. Sé que no eres una persona brillante,
pero al menos deberías poder distinguir algo tan básico
como: muerto malo, vivo bueno.
Miro a mi mamá con desasosiego, ¿de qué habla? Aprieto
la boca para no llorar más. Mi mamá me mira con los
brazos cruzados sobre su pecho, luego los estira y se
golpea los costados como diciendo “me rindo”.
–De acuerdo, parece que no has entendido nada, así que
voy a tener que explicarte con manzanitas: después de que
la gente de Román asesinara a Nicolás, amenazaron a tu
padre con que harían lo mismo con nosotras si no
entregaba su operación y sus clientes a los Corvino; Román
tomó el poder y a todos los hombres de tu padre, incluso
Iván trabaja ahora para ellos. Estéfano vino a hacer efectivo
ese poder y a cerciorarse de que el resto de nuestra familia,
aquellos que no pudieron dominar, estuvieran tranquilos.
Estéfano le aseguró a tu padre que si cooperaba con él
estaríamos a salvo, pero nosotros estábamos seguros de
que tenía órdenes de su padre de asesinarnos. Estábamos
contra la pared, los Corvino le advirtieron que si intentaba
escondernos nos matarían a las dos... entonces Estéfano
se fijó en ti. Al principio creímos que era solo para molestar
a tu padre, demostrarle quién mandaba y que podía hacer lo
que quisiera con nosotros, pero después se dio cuenta de
que Estéfano parecía sincero y de que tal vez ese podría a
ser nuestro boleto de salvación. Si Estéfano estaba
contento contigo, eso haría que contuviera a Román y
lograra perdonarnos la vida. Así que sí, tu padre permitió
que la mafia Corvino se quedara a su propia hija para salvar
su pellejo– esto último lo dijo viendo a mi padre con
profundo rencor.
Mi papá bajó la mirada, como asqueado de si mismo. Me
quedo helada, ahí estaba toda la verdad.
–No, esto no puede estar pasando... –balbuceó incrédula.
–Olivia, necesito que te calmes y que actúes como un
adulto. Ahora la vida de tu familia está en tus manos –dice
mi papá con firmeza.
–Se deshicieron de Rubén... saben que fue él quien te
reveló la verdadera identidad de Estéfano y lo hicieron
pagar, no dudarán en deshacerse de nosotros también –me
informa mi mamá.
El aire se me escapa de los pulmones.
–¿Qué? Pero Rubén no me dijo nada, fue Gustavo quien...
–Eso ya no importa. Ellos creen que fue Rubén y actuaron.
La mafia Corvino no se andan con rodeos. Olivia, tienes que
ser más inteligente y dejar de ponernos en riesgo. Estéfano
te quiere, va a hacerse cargo de ti y del niño y no podemos
darnos el lujo de desperdiciar esta oportunidad –dice mi
papá.
Necesito sentarme, esto es demasiado para procesar.
Estéfano siempre tuvo recelos de Rubén, dijo que lo
encontraba incompetente... quién sabe qué habrán hecho
con él. Quién sabe qué harán con nosotros... estoy
anonadada, pero sobre todo aterrorizada.
–Ahora que parece que entiendes lo que sucede,
necesitamos que te cambies y que bajes con la mejor
sonrisa. Estéfano está esperando allá abajo y no podemos
demorarnos más –me indica mi padre.
Mi mamá me tiende nuevamente el vestido. Lo tomo
sintiéndome impotente. Entro al cuarto de baño y me
cambio. Mis manos tiemblan mientras me visto. Me miro al
espejo, me veo derrotada, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo puedo
casarme con ese hombre con lo que sé? Me mojo las
manos y las llevo a mi cuello. Con cada minuto que pasa mi
situación parece empeorar. Salgo mirando al piso. Mis
padres me indican que los siga a la planta baja y eso hago.
No tengo opción.
Acepto
Estéfano está sentado en el comedor con el juez, ambos
charlan con tranquilidad. Al vernos se ponen de pie.
–¿Listos? Empecemos –dice el juez, quien aparentemente
no nota lo extraño de la situación, ni mi expresión de
cautiva o el nerviosismo de mis padres.
El juez saca unos documentos de su portafolio, los pone
sobre la mesa y me indica que me acerque. Camino
lentamente hasta colocarme enfrente del juez a lado de
Estéfano. No levanto la vista del suelo. Estéfano intenta
tomarme de la mano, pero yo la aparto con violencia. Él
resopla como si mi reacción fuera absurda.
–Olivia Ricci, ¿aceptas a este hombre en matrimonio? –me
pregunta el juez directamente.
No respondo. Mi corazón comienza a latir con fuerza y mis
palmas se llenan de sudor. El silencio en la estancia es tan
incómodo que duele. Mi mamá me pellizca en el brazo para
forzarme a contestar.
–Sí, acepto –respondo entre dientes. Las palabras saben
amargas al salir de mi boca.
–Estéfano Corvino, ¿aceptas a esta mujer en matrimonio?
–le pregunta el juez a Estéfano.
–Felicidades, los declaro marido y mujer. Puede besar a la
novia –declara el juez.
Estéfano se inclina en mi dirección e intenta besarme. Giro
la cabeza bruscamente así que solo logra besar mi mejilla.
Vuelve a resoplar y pone los ojos en blanco.
–Muchas gracias por su tiempo –le agradece Estéfano y le
tiene un enorme fajo de billetes.
¡Claro! Ahora entiendo todo, sobornaron al juez para
casarnos a pesar de que claramente este es un matrimonio
forzado. Seguro así resuelven todos sus problemas,
sobornando gente.
Estéfano acompaña al juez a la puerta principal. Habla con
él con naturalidad a pesar de lo que está pasando, ¿con qué
clase de monstruo me casé?
–Bueno, pues ya está –dice mi mamá antes de salir del
comedor.
Escucho como sube las escaleras. No puedo creer que
vaya a volver a su habitación como si nada. Mi papá se
queda conmigo, pero mira en todas direcciones excepto en
la mía. Estéfano regresa después de unos minutos y me
mira como si no comprendiera mi expresión de derrota.
–¿Estás lista? –me pregunta.
–¿Lista para qué? –pregunto de vuelta mientras lo miro
confundida, ¿qué más esperan de mí?
–Para ir a mi apartamento... quiero decir, nuestro
apartamento.
Lo miro sin moverme.
–Sí, supongo que deberían irse de una vez –dice mi papá
antes de salir hacia su oficina.
No doy crédito a lo cobardes que son mis padres. Pusieron
toda la responsabilidad en mis hombros y ahora se dan la
media vuelta para dejarme lidiar sola con este desastre. Me
quedo en mi lugar sintiéndome indefensa.
–¿Quieres subir a hacer tu maleta o prefieres irte así y
compramos todo nuevo? –me pregunta tan casual como si
estuviéramos discutiendo qué almorzar.
Me encojo de hombros. Estéfano se sienta sobre la silla
más próxima a mí y recarga los codos sobre sus piernas
sin dejar de verme, yo me quedo de pie, pero no me alejo.
Tengo mucho miedo, mató a Rubén, mató a Martín, mató a
Nico... es un completo desconocido, el Estéfano que creí
que amaba no existe y no sé como actuar con esta nueva
persona que tengo enfrente.
–Muñeca, sé que la situación pinta muy mal, pero te
prometo que en unos días te vas a sentir mejor. Sigo siendo
la misma persona que hace una semana...
–Sí, la misma persona que mató a mi hermano –replico sin
poder contenerme.
Estéfano se endereza en su asiento.
–Te equivocas. Yo no tuve nada que ver con eso, yo no lo
hice, ni di la orden, ni tomé la decisión. Si eso es lo que
tienes en contra mía, lamento informarte que estás
enfadada en vano.
–Lo hizo tu... grupo, ¿no? –replico en voz baja, él no me
contesta, solo me mira –¿Y Rubén? ¿Tampoco fuiste tú?
–Rubén quiso jugar al listo, intentó traicionarnos y acudió
con las autoridades, pensó que así evitaría que los Corvino
tomáramos control de todo... era necesario lidiar con él –la
tranquilidad con la que habla me hace estremecerme.
–Nunca te agradó. Y si crees que él me dijo lo de Nico...
–No fue él. El que te dijo fue Gustavo.
Lo miro sorprendida. Él no se inmuta, sigue manteniendo su
expresión de absoluta confianza en sí mismo.
–Tengo ojos y oídos en todas partes –me dice a modo de
explicación–. Ahora, ¿qué dices si nos vamos?
Se pone de pie de un brinco. No logro decir que sí. Solo
subo a mi habitación a paso lento y tomó una maleta
pequeña. La abro y la coloco sobre mi cama, me quedo
contemplando la maleta vacía sin saber qué meter en ella.
Tomo una pijama, ropa interior y mi cepillo de dientes, ¿qué
más se lleva uno a casa de su captor? Tomo algo de ropa,
ni siquiera me fijo en si las prendas combinan o si van con
el clima. Mi estómago está revuelto. Tal vez sean nauseas
de embarazo, pero lo más probable es que sean nauseas
de me acabo de casar un un mafioso y mis padres me
pusieron en bandeja de plata para que él me tomara.
Estéfano me espera sin decir palabra en el marco de la
puerta, no parece impaciente. Cierro la maleta y él se me
adelanta para tomarla.
–¿Lista?
Asiento con desgana. Salimos de la casa y ahí está Iván
esperando con las llaves del BMW. Se las tiende a Estéfano
y le da una palmada en la espalda. Recuerdo lo que dijo mi
mamá, incluso Iván trabaja ahora para él. Me subo al coche
y giro la cabeza hacia la ventanilla. Miro mi casa, no deseo
poner pie en ella nunca más. Por fuera parece una casa
cualquiera, pero dentro se albergan a los seres más viles
sobre la tierra, gente dispuesta a sacrificar a su propia hija
con tal de salvarse. El coche se pone en marcha y sé que
estoy viendo la casa por última vez, no pienso volver.
–¿Tienes hambre? –me pregunta Estéfano e intenta tomar
mi mano.
La retiro bruscamente y niego con la cabeza. Siento un
poco de hambre, pero mi malestar es aún más fuerte.
Llegamos al apartamento y la familiaridad que siento con el
lugar me hace sentir más enferma. Pienso en la última vez
que estuve aquí, hicimos el amor varias veces, platicamos
hasta quedarnos dormidos... fui tan tonta pensando que
estaba viviendo una historia de amor increíble.
–Iván va a estar aquí ahora, si quieres ir a algún lugar dile y
él te lleva. Si quieres cualquier cosa, él tiene dinero, solo
tienes que decirle. Él se va a encargar de cuidarte –me
indica Estéfano mientras mete mi pequeña maleta rosa en
su habitación.
–No necesito que nadie me cuide –respondo irritada.
–Creo que ya demostraste que eso es mentira. Por lo
pronto, eres demasiado inmadura...
–¡No lo soy! –grito furiosa.
–¿Ah, no? ¿Cómo llamas a escaparte con mi hijo no nato?
¿Tienes idea de lo asustado que estaba? –me pregunta
también de molesto.
–¿Estabas asustado? ¡Pobre de ti! –exclamo sarcástica.
Estéfano respira profundamente para tranquilizarse.
–No deseo pelear. Ha sido un día largo. Deberías
descansar, muñeca. Tal vez cuando despiertes te sientas
mejor.
Estéfano sale de la habitación. Comienzo a caminar en
círculos como leon enjaulado. Quiero romper todo lo que
tengo alrededor, los espejos, las lámparas, incendiar la
cama y la ropa de Estéfano, pero en vez de hacer eso,
comienzo a llorar. Me siento furiosa, triste y asustada, todo
al mismo tiempo y no sé cómo lidiar con tantas
emociones.
Después de algunas horas de no hacer nada, pero sentir
todo, abro mi maleta, saco la pijama, me la pongo y me
recuesto sobre la cama. A pesar de la conmoción por la
que he pasado y lo inquieta que me siento, mis ojos
comienzan a cerrarse casi de inmediato. Estoy agotada.
Mi nueva vida
Han pasado dos semanas desde que me obligaron a
casarme, no he salido del apartamento de Estéfano desde
ese día. Paso mis días recostada en cama y durmiendo. A
penas y he probado bocado, no siento hambre, lo único que
siento es el vacío de mi soledad y el peso de mi desilusión.
Estéfano intentó hablar conmigo los primeros días, intentó
enmendar las cosas entre nosotros y explicarme su versión
de los hechos esperando que yo lo comprendiera, pero
como lo único que obtuve de mí fueron miradas hostiles, se
dio por vencido. Ahora me está dando mi espacio, dejando
que yo (según sus palabras) “procese” la situación por mí
misma. Él piensa que con tiempo veré las cosas desde otra
perspectiva, ignora que el tiempo solo me está haciendo
detestarlo más. No me interesa su versión de los hechos,
me mintió, me dijo que nuestros padres eran rivales de
negocios, no que su padre-jefe de la mafia se estaba
apoderando de la mafia del mío valiéndose de amenazar
nuestras vidas. Estéfano y yo nunca estuvimos saliendo
realmente, yo era un rehén sin saberlo. La mafia Corvino
asesinó a mi hermano y a mi primo Rubén y probablemente
a mucha otra gente. Estéfano no solo tiene un aspecto de
chico malo, ES un chico malo. No hay otra perspectiva para
eso.
Estos días, lo que más le preocupa a Estéfano es mi falta
de apetito. Ha intentado muchas cosas para incitarme a
comer; el otro día trajo una pizza de ese lugar secreto al
que me llevó una vez y antes intentó persuadirme con un
panini de mi restaurante favorito, pero yo a penas y toqué la
comida. Mis desilusión no me permite comer. Hasta Iván a
intentado que coma algo, hace unos días me trajo una
hamburguesa con queso de un lugar de comida rápida que
me encanta, pero yo solo negué con la cabeza y le cerré la
puerta del cuarto en las narices; sé que Iván solo intentaba
tener una atención conmigo y que lo conozco desde que
era una niña, pero él ahora trabaja para Estéfano y eso
significa que ya no me agrada.
El miércoles pasado, Estéfano me trajo un arreglo con mis
flores favoritas, orquídeas amarillas, en lo que pretendía,
fuera un gesto romántico para reconciliarnos. Tiré las flores
por el balcón. Estoy casada con un monstruo, mi única
amiga y mi propia familia me traicionaron; no necesito
flores, necesito mejores personas en mi vida.
Estéfano pasa casi todo el día afuera del apartamento,
probablemente está muy ocupado tomando el control de
los negocios de mi papá, construyendo para sí mismo un
enorme imperio de la mafia. Me alegra que no pase mucho
tiempo en el apartamento, tan solo de verlo recuerdo lo
ingenua que fui y me siento furiosa. Aunque el hecho de
que Estéfano no esté aquí no significa que estoy sola en el
apartamento, Olga, la señora de la limpieza, e Iván siempre
están afuera de mi habitación esperando a que salga,
observando todos mis movimientos para después
informárselos a Estéfano. Ellos son la razón por la que
jamás salgo de la habitación, básicamente soy una
prisionera.
Alguien llama a la puerta.
–Señorita Ri... Señora Corvino –llama Iván a la puerta de la
habitación. Oírlo llamarme por mi nombre de casada hace
que entierre con más fuerza la cabeza en la almohada–.
Señora Corvino, su madre está aquí, vino a visitarla.
Me incorporo con desgana, ¿qué hace ella aquí? Salgo y la
veo sentada en uno de los sillones de piel, está estudiando
el lugar, lo armonioso e inmaculado del apartamento. Me
he acostumbrado tanto que dejado de notar lo extraño que
es que parezca inhabitado.
–¿Qué haces aquí? –pregunto con hostilidad.
Mi mamá me mira de arriba abajo probablemente
sorprendida por mi aspecto físico.
–Hace tiempo que no sabemos de ti, quería cerciorarme de
que estuvieras bien –me dice con más amabilidad de la que
acostumbra.
Alzo las manos al aire, ¿estoy bien? Hace rato que pasó el
medio día y yo sigo en pijama, mi cabello es una maraña
que no he cepillado en días, he perdido mucho peso por no
comer y no recuerdo cuándo fue la última vez que tomé un
baño. No, claramente no estoy bien.
–Sigo viva, como puedes ver, así que puedes irte tranquila
–digo y me doy la media vuelta.
–Olivia, espera. Siéntate –exclama y me indica que la
acompañe en la sala.
Iván está de pie en el comedor, observándonos. Sé que
Olga ha de tener el oído pegado en la puerta de la cocina,
atenta a todo lo que ocurre entre nosotras. Me siento como
pieza en un museo, mi vida está en exhibición para que
ellos la miren y la reporten a su jefe.
–¿Qué quieres? –le pregunto sin acercarme.
–Estar contigo... la casa se siente sola sin ti –dice con una
sonrisa poco natural.
–Dudo mucho que hayas notado mi ausencia. No haces
más que estar en tu habitación. Primero me empezaría a
extrañar la cocinera antes que tú y eso ya es mucho decir –
respondo con un tono hostil.
–Olivia, no digas eso, ¡claro que he notado tu
ausencia! Eres mi única hija...
–¡Exacto! –pierdo la poca paciencia que me queda, ya no
me importa quién esté escuchando–, soy tu única hija y, sin
embargo, no moviste un dedo para ayudarme. Tú sabías
perfectamente quién era Estéfano, sabías lo que su familia
le hizo a Nico y aún así no me lo advertiste. Viste que me
enamoré de él y te quedaste callada. Te limitaste a hacer
malas caras y comentarios mordaces en lugar de hablar
conmigo directamente. Te encerraste en tu habitación,
como siempre haces, a enfrascarte en tu odio contra papá
en lugar de ayudar a tu hija.
–No puedo creer que me juzgues con tanta dureza. ¿Por
qué te enoja tanto cuando tú, al parecer, estás haciendo
exactamente lo mismo? –me pregunta con una expresión
arrogante.
–¿Qué? –musito estupefacta. Su pregunta es como un
golpe al estómago.
–Eso es justo lo que estás haciendo, ¿o no? Pasas todo el
día en tu habitación pensando en cuánto odias a tu
esposo... creo que podrías ser un poco más comprensiva
conmigo ahora que estás viviendo lo mismo que yo y te
comportas de la misma manera.
–Te equivocas, yo no soy nada como tú –exclamo
molesta.
Mi mamá pone los ojos en blanco y se levanta.
–¡Claro que lo eres! Después de too, eres mi hija. Pero
claramente no podemos tener una conversación madura
todavía. A veces es difícil creer lo infantil que eres. Bien,
cuando decidas crecer estaré en casa esperando tu
llamada –dice antes de salir del apartamento.
Ivan entra a la cocina, claramente incómodo por la escena
que acaba de presenciar. Yo me quedo helada en mi lugar.
No, nunca seré como ella. No puedo permitir que eso
ocurra. ¿Realmente estoy actuando como mi mamá?
Comienzo a reflexionar en las últimas dos semanas y me
siento asqueada con mi comportamiento. Me aterroriza la
idea de acabar como ella. Tengo que hacer algo.
Corro de vuelta a la habitación. Busco mi maleta. Aún sigue
en el piso donde Estéfano la dejó cuando llegué, todas mis
pertenencias están ahí adentro. Aún no he desempacado.
La abro y saco un cambio de ropa limpia. Luego me meto a
la ducha, el agua caliente sobre mi cuerpo me vitaliza, uso
la esponja para tallar todo mi cuerpo con tanta fuerza que
mi piel se enrojece, pero no me importa, me urge limpiar
estas últimas dos semanas, el fantasma del
comportamiento de mi mamá.
Una vez que acabo, me envuelvo en una toalla blanca y
salgo de la ducha. Limpio el vapor del espejo con mi mano
y me miro en él. La chica que me mira de regreso no está
bien. Tengo enormes bolsas bajo los ojos de tanto llorar, mi
piel se ve grisácea y mis ojos no tienen brillo. Estoy
deprimida y se nota. El espejo se vuelve a empañar. Hay
mucho vapor y el aire me falta. Estiro el brazo para abrir la
pequeña ventila que esta sobre el retrete, pero antes de que
pueda alcanzarla todo se vuelve negro.
No quiero ser como ella
Abro los ojos y lo primero que siento es un dolor agudo en
mi frente. Tengo la visión borrosa y me cuenta unos
segundos lograr enfocar bien, me siento algo mareada. Una
vez que puedo ver con claridad me doy cuenta que ya no
estoy en el baño. Esta es una habitación de hospital, estoy
rodeada de paredes blancas e instrumentos médicos, tengo
una intravenosa conectada a mi mano. Miro a mi alrededor
y encuentro a Estéfano en la esquina de la habitación
hablando con un doctor. Parece preocupado. ¿Qué fue lo
que me sucedió?
Intento ponerme de pie, pero el dolor en mi cabeza
empeora. Emito un gemido de dolor y ambos hombres se
giran para verme.
–No se levante aún, señora Corvino –exclama el doctor
mientras se acerca a mí–. Se golpeó la cabeza bastante
fuerte contra el lavabo de su baño. Es mejor que
permanezca recostada por ahora. Yo soy el doctor Solís y
usted se encuentra en el Hospital de la Gracia. Me puede
decir, ¿qué día es hoy?
El doctor me alumbra los ojos con una pequeña luz amarilla
para examinarme. Pienso en su pregunta, no tengo la
menor idea de qué día es, pero eso es porque pasé las
últimas dos semanas viviendo como una ermitaña, no por
el golpe a mi cabeza.
–¿Me puede decir su nombre? –el doctor intenta con una
pregunta diferente ante mi falta de respuesta.
–Olivia Ricci –contesto con voz rasposa.
–Corvino –me corrige Estéfano detrás del doctor. Luego se
coloca al lado de mi cama y me toma de la mano. Lo hace
en un gesto tierno, pero su expresión está lejos de ser
cariñosa, se ve realmente preocupado.
–Ah, claro –musito.
–Fue una suerte que su esposo la encontrara a tiempo.
Este tipo de golpes a la cabeza son serios. ¿Me puede decir
lo último que recuerda? –me pregunta el doctor Solís.
–Estaba saliendo de darme una ducha, había demasiado
vapor en el cuarto, quise abrir una ventana... luego todo se
oscureció –respondo.
–Sí, debió haber sufrido una baja en su presión lo que
provocó que se desmayara. Estará bien en un par de días, el
hematoma en su frente desaparecerá y también los dolores
de cabeza. Lo que más me preocupa es lo que ocasionó
este incidente –dice el doctor.
–¿El vapor? –pregunto confundida. ¿Pretende que desde
ahora solo use agua fría?
Estéfano resopla enojado, tiene la mirada clavada hacia
otra parte, pero sigue sosteniendo mi mano entre la suya.
–No, señora Corvino, el vapor de agua fue un detonante,
pero no fue la causa de su desmayo. Me preocupa la
debilidad general de su cuerpo, parece estar desnutrida...
entiendo que muchas mujeres se rehusan a subir de peso
durante sus embarazos, pero debe entender que está
poniendo en riesgo su vida y la de su hijo al no ingerir
suficientes nutrientes. Señora Corvino, si continua de esta
manera, podría perder el embarazo –el doctor pronuncia
cada palabra lentamente como para hacerme entenderla
severidad de la situación.
Mi mamá tenía razón, estoy actuando justo como ella. Me
encerré en mi habitación porque estaba enojada con mi
esposo y descuidé a mi propio hijo, justo como ella hizo
conmigo. No puedo creer lo egoísta que he sido.
–¿Mi bebé esta bien? –pregunta temiendo escuchar la
respuesta. ¿Y si ya le ocasioné algún daño permanente?
Nunca podría perdonarme.
–Sí, el ultrasonido muestra que todo está en orden, pero
debe comenzar a alimentarse mejor de inmediato. Es
importante que ingiera las suficientes calorías al día para
que su hijo crezca saludable. Le puedo traer algunos
folletos sobre nutrición durante el embarazo para que los
lea –dice en tono amable, pero firme.
Asiento avergonzada pues seguramente el doctor debe
pensar que son una madre terrible, pero también me siento
aliviada de que el bebé esté bien. Por instinto, me llevo la
mano al vientre y como Estéfano tiene tomada mi mano lo
llevo conmigo también. Su expresión consternada se
tranquiliza en cuanto siente el pequeño bulto en mi vientre.
–Bien. Traeré los papeles para darla de alta para que puede
ir a casa a descansar –dice el doctor antes de salir de la
habitación.
–No puedes seguir con esto, Olivia –dice Estéfano de
nuevo con expresión consternada, aunque su tono es
gentil–. Entiendo, realmente entiendo que estés molesta
conmigo y con tus padres, pero debes buscar una manera
menos destructiva da estar enojada.
–Lo siento –musito, en realidad no me estoy disculpando
con Estéfano, sino con mi babé y me prometo a mi misma
jamás ser la clase de mamá que la mía fue.
–No puedes imaginar lo asustado que me sentí al
encontrarte tirada el el piso del baño.. creí que estabas... –
la voz de Estéfano se quiebra, comienza a respirar
profundamente y le toma unos instantes poder hablar de
nuevo–. Sé que no me crees, pero te amo y jamás me
perdonaría si algo te sucediera.
–Estoy bien –susurro–. Estamos bien.
Presiono más su mano en mi vientre.
El celular de Estéfano comienza a sonar. Lo saca del
bolsillo de su pantalón y mira la pantalla.
–Son tus padres. Están muy preocupados por ti –me dice
antes de contestar–. ¿Hola? Sí... sí, ya recobró la
consciencia... el bebé está bien, ambos están bien... ya la
van a dar de alta, pero pueden visitarla en el apartamento...
Tomo el brazo de Estéfano para llamar su atención y niego
con la cabeza con énfasis. El movimiento me provoca
dolor, pero no mi importa. No quiero ver a mis padres.
Estéfano me mira y duda un instante.
–¿Sabes qué, Victor? Olivia se siente agotada,
probablemente pase durmiendo el resto del día. Será mejor
que pospongamos su visita para otro día –explica
Estéfano–. De acuerdo, los mantendré informados, adiós.
Suspiro, aliviada.
–En algún momento vas a tener que hablar con ellos –me
dice Estéfano mientras guarda su celular. Yo me encojo de
hombros–. Son tus padres. Tu papá solo intentaba
protegerte.
Siento un nudo en mi garganta. ¿Su idea de protegerme era
obligarme a contraer matrimonio con el hijo de su
enemigo? Mi papá pensaba que Estéfano tenía ordenes
para deshacerse de nosotros y aún así pensó que era
buena idea que yo me casara con él solo por si acaso eso
lo hacía cambiar de parecer. Literalmente me aventó a los
brazos de mi verdugo.
–Tenías ordenes de matarnos, ¿no es así? Una vez que
tomaras control completo del negocio de mi papá debías
deshacerte de nosotros, ¿cierto? –le pregunto sin mirarlo.
–Sí, esas eran las ordenes –responde con honestidad–,
pero yo no tenía ninguna intención de obedecerlas. Ya te lo
dije, desde la primera vez que te vi...
–¿Quieres decir que estoy viva solo porque te parecí
guapa? –lo interrumpo irritada.
–No, estás viva porque preferiría perderlo todo antes de
causarte algún daño. Mi padre quería que nos
deshiciéramos de todos los Ricci y yo no iba a permitir que
eso sucediera... no lo permitiré.
–Así que, ¿tu papá está de acuerdo con esto?
¿Mágicamente aceptó permitir que mi familia se
mantuviera con vida en el nombre del amor? –pregunto
incrédula.
–No, aceptó permitir que tu familia se mantuviera con vida
cuando se enteró que esperabas a su nieto –dice Estéfano
con una leve sonrisa–. Mi papá es un hombre malvado,
pero jamás le haría daño a su propia sangre.
Abro los ojos como platos, ¿cómo pude ser tan ciega?
–¡Me embarazaste a propósito! Esos anticonceptivos que
me diste...
–Eran falsos. Debes entender que era la única manera de
asegurar que mi padre no te hiciera daño y funcionó –me
explica sin el menor atisbo de arrepentimiento.
–Eres un pedazo de...
El doctor entra a la habitación antes de que pueda terminar
la frase. Estoy lívida de rabia y a penas soy capaz de
contenerme mientras el doctor me da el alta y las
instrucciones finales junto con los folletos sobre nutrición.
Permanezco en absoluto silencio durante el camino a casa,
Estéfano intenta tomarme de la mano, pero yo la quito
bruscamente.
Al llegar al apartamento, encuentro que Olga ha preparado
una gran cena para nosotros. Estoy tan enojada que no
tengo hambre, pero me prometí a mi misma ser una mejor
mamá y eso implica dejar de saltarme comidas solo porque
me siento molesta con mi esposo.
Cenamos sin decir ni una palabra. Supongo que Estéfano
esta “dándome mi espacio” de nuevo, aunque se ve aliviado
de verme comer. Yo evito si quiera cruzar mi mirada con la
suya. Él solo sigue dándome más razones para odiarlo.
Lo peor que me ha pasado en la vida
El doctor tenía razón, el moretón en mi frente desaparece
en unos días. Ha pasado una semana desde el incidente y
ya me siento como nuevo. Ahora que ya no tengo que estar
en reposo, finalmente estoy lista para dejar de ser una
mujer triste y cabizbaja, y el primer paso para lograrlo es
cuidar mejor de mí misma. He estado comiendo mucho
mejor esta semana, pero también necesito hacer ejercicio y
salir del apartamento de vez en cuando. Este confinamiento
auto-impuesto claramente está dañando mi salud mentar y
física. Encuentro en línea un estudio que da clases de yoga
prenatal y me inscribo para asistir. Ejercitarme y ver caras
nuevas es justo lo que necesito.
El día de la clase le pido a Iván que me lleve al estudio,
parece aliviado de que por fin vayamos a salir a algún lado,
vigilarme debe ser el trabajo más aburrido del
mundo puesto que no hago nada en todo el día.
Bajamos al estacionamiento del edificio e Iván se encamina
hacía una camioneta Mercedes GLS SUV que jamás había
visto antes, abre la puerta del pasajero para mí. Al subir lo
primero que noto es el olor de auto nuevo.
–¿De quién es este automóvil? –le pregunto a Iván
mientras maneja.
–Suyo, el señor Corvino lo compró para usted cuando se
casaron, ha estado esperándola en el estacionamiento
todos estos días –me explica con una sonrisa.
–Me pudiste haber dicho, Ivan –le reclamo en tono de
broma.
–El señor Corvino quería que fuera una sorpresa –me
responde.
–Apuesto a que estabas ansioso por manejarla –le digo
mientras me asomo por la ventana.
–Sí, lo estaba, es un vehículo lindo. Me alegra que por fin
haya decidido salir del apartamento –dice Ivan sonriendo
de oreja a oreja.
–A mí también me alegra, Iván –contesto en voz baja.
Llego al estudio de yoga con bastante tiempo de
anticipación. La instructora es una mujer mayor llamada
Glenda que es incapaz de ocultar su sorpresa cuando le
digo mi edad. Desafortunadamente, la mayoría de las
mujeres de la clase reaccionan igual que Glenda y sienten
la necesitad de recalcar lo “joven que soy para ser mamá”.
Después de una hora de aguantar sus comentarios y
observaciones sobre mi edad me siento bastante irritada.
Sí, lo entiendo, soy demasiado joven para estar esperando
un hijo, la mayoría de las chicas de mi edad están
asistiendo a fiestas y a conciertos, pero ¿qué esperan que
les diga? Esta es mi realidad ahora, no puedo hacer nada al
respecto.
Cuando la clase concluye, me quedo con una mezcla entre
bienestar por haber hecho ejercicio e irritación por todos
los comentarios imprudentes. Al menos mis músculos se
sienten mucho mejor, después de semanas de estar
recostada en cama, mi cuerpo está agradeciendo los
estiramientos que hice.
En lugar de regresar al apartamento, le pido a Iván que me
lleve al centro comercial. Estéfano dijo que Iván tenía
dinero para todo lo que yo quisiera y hoy pienso comprobar
si eso es cierto. Ahora que ya estoy comiendo mejor, he
ganado algo de peso y mi vientre de embarazo se ha vuelto
ligeramente más notorio, ya que toda mi ropa es muy
ajustada, necesito nueva ropa que sea más holgada.
Recorro numerosas tiendas, una vez que compro toda la
ropa que quiero decido que necesito otras cosas también:
cremas corporales, mascarillas, lociones, maquillaje,
perfumes e incluso un nuevo corte de cabello y una
manicura. Me toma toda la tarde, pero cuando acabo me
siento mucho mejor, es como si hubiera experimentado la
sesión de terapia más cara de la historia.
La cajuela de la camioneta está a reventar. Al regresar al
apartamento le toma a Iván varios viajes subir todas mis
compras.
Pongo música y luego esparzo todas las bolsas por la sala.
Olga tiene cara de que va a infartarse. Es la primera vez que
se ve tal caos en el hogar del señor Corvino. Le sonrió con
descaro; qué crees, Olga, la señora Corvino es bastante
desordenada. Me siento en el suelo y recargo la espalda en
los pies de un sillón. Sacó cada uno de los artículos que
compré, miro la ropa, leo las etiquetas, pruebo las cremas,
roció los perfumes, los dejo en la mesita del centro y abro
otra bolsa.
Estéfano regresa cuando yo sigo en la tarea de revisar mis
compras. Se para en seco al ver la escena y mira hacia Iván
quien se encoge de hombros como diciendo “usted lo
ordenó”. Olga sale de la cocina con cara de triunfo. Está
segura de que Estéfano perderá los estribos por el
desorden en su normalmente impecable propiedad. Le
gusta el orden, le gusta la forma en la que es imposible
saber si el apartamento está habitado o es una locación
para una sesión fotográfica. Sin embargo, no dice nada,
arroja su saco sobre el respaldo del sillón, luego se tira
sobre este, saca su celular del bolsillo y comienza a
revisarlo despreocupadamente. Lo ignoro por completo, al
igual que lo he hecho los últimos días. A no ser que él me
dirija la palabra yo no le hablo y, cuando lo hace,
normalmente solo le respondo en monosílabos.
–Tus padres siguen preguntando cuándo pueden venir a
verte –dice de forma distraída sin alzar la vista de la
pantalla de su celular–. Me estoy quedando sin excusas y
ellos se están impacientando, muñeca; así que lo más
seguro es que tu madre llegue sin anunciarse como lo hizo
la última vez.
–¿Cómo sabes que hizo eso? –pregunto con sorpresa, yo
nunca le mencioné la visita de mi mamá.
Estéfano señala hacia la cocina. ¡Claro! Olga e Iván le
informan cada uno de mis movimientos.
–No me gusta que me espíen, es muy molesto –declaro
irritada.
–Y a mí no me gusta que te escapes. Enséñame que puedo
confiar en ti y te prometo que la vigilancia se acaba –dice
mientras deja su celular a un lado.
–¡No es justo! ¡Yo no te tengo por qué enseñar nada! –grito
impaciente.
Estéfano se pone de pie de un brinco.
–Por favor, no empieces con lo que es justo y no. He hecho
todo para protegerte aún así me tratas como si fuera tu
peor enemigo. Postergué la toma de los negocios de tu
padre solo por ti, para darte tiempo de que te enamoraras y
confiaras en mí. Discutí con mi padre por salvar a tu familia
solo para complacerte... él ahora cree que soy débil, incluso
me amenazó con sacarme de su mafia, pero a mí no me
importó perder todo si eso significaba poderte tener a mi
lado... y tú actúas como si yo fuera lo peor que te ha
pasado en la vida –se queja amargamente.
–¡Eres un criminal! Tú y tu padre son un par de sucios
criminales –grito furiosa.
–¡También tu padre lo es! Y también lo era tu hermano y tu
tío Gustavo. Todos los hombres que alguna vez te han
importado han estado involucrados en la mafia –señala
Estéfano.
–Eso no significa que esté bien. ¿Cómo puedes vivir
contigo mismo? Rompes la ley y solo.. ¿para qué? ¿Para
obtener dinero manchado de sangre? –pregunto asqueada.
–Por favor, Olivia, no actúes como si fueras moralmente
superior. Todo lo que alguna vez haz tenido viene de ese
“dinero manchado de sangre” que tanto pretendes
despreciar.
–¡Pero yo no lo sabía! –me defiendo.
–¿Y esto? –pregunta señalando el montón de bolsas de
compras regado por la sala– ¿Te dio amnesia temporal
mientras comprabas estas cosas? O, ¿de dónde crees que
salió el dinero que pagó por todo esto? No seas hipócrita,
muñeca.
–Yo no quiero nada de esto, ni siquiera quiero estar aquí –
respondo enojada.
Estéfano pone los ojos en blanco, como si se sintiera
exasperado conmigo. Me pongo de pie y camino hacia la
habitación, antes de azotar la puerta me giro para verlo.
–Eres lo peor que me ha pasado en la vida –declaro con
desprecio.
Dos caminos
Al despertar encuentro que mis compras ya están en la
habitación. No escuché ni cuándo ni quién las metió, pero
dado que están ordenas de grandes a chicas es fácil
adivinar que fue Estéfano quien lo hizo.
Escucho ruido en el vestidor, me levanto para ver de quién
se trata y me sorprende encontrar a Estéfano arreglándose.
Normalmente sale desde muy temprano para el gimnasio y
después va directo al trabajo, al apartamento usualmente
regresa hasta la noche.
–¿Qué haces aquí? –pregunto.
–Aquí vivo –me responde indiferente mientras se pone una
camisa blanca.
Intento no quedarme mirando sus brazos marcados,
desearía poder hacer algo para dejar de encontrarlo tan
atractivo, pero a pesar de todo lo que ha ocurrido, aún
siento cierta debilidad por la forma en la que luce su pecho
lleno de tatuajes.
–Lo sé, pero normalmente te has ido para esta hora –
explico intentando mirar para otra parte.
–Pensé que sería lindo desayunar con mi adorable esposa
–dice mientras me guiña un ojo.
Tu adorable esposa no te soporta. Pongo los ojos en
blanco, no le respondo. Salgo del vestidor y voy directo al
comedor. Olga ha preparado un gran desayuno, hay frutasa,
avena y huevos. ¿Quién va a comer todo esto?
–No estaba seguro de qué te apetecía, así que le pedí a
Olga que preparara un montón de platillos –Estéfano me
informa de pie detrás de mí.
Tomo asiento y comienzo a comer un plato de avena en
silencio.
–Todo lo que compraste ayer está muy lindo, pero me temo
que olvidaste comprar un traje de baño –me dice con
calma.
–¿Un traje de baño? ¿Por qué necesitaría un0? Ya es
diciembre –le respondo con el ceño fruncido.
–Sí, pero vamos a pasar las festividades en Brasil, para
ellos es verano así que vas a necesitar un traje de baño –
me explica.
–¿Qué? –pregunto sobresaltada. No tengo ganas de ir de
vacaciones con este hombre– ¿Vamos a ir a Brasil? ¿Por
qué no me informaste?
–Eso es lo que estoy haciendo ahora. Ya que no le hablas a
tus padres, asumí que no querías pasar las festividades con
ellos y mi tía Agata está ansiosa por conocerte. Pensé que
sería la oportunidad perfecta –me explica.
Me remuevo incómoda en mi asiento. Estas no serán unas
simples vacaciones, voy a conocer al clan Corvino, los
enemigos de mi familia. ¿Viven en Brasil? Solo recuerdo
que Estéfano mencionó que su padre vivía fuera del país,
pero nunca especificó dónde.
–¿Tu papá va a tolerar a una Ricci en su casa para
Navidad? Seguramente me detesta –es todo lo que se me
ocurre decir.
Estéfano hace un gesto con la mano como quitándole
importancia al asunto.
–No te odia. Es un viejo gruñón, pero no debes preocuparte
por nada, eres la futura madre de su nieto. Él te va a
aceptar... en algún momento.
Llevo las manos a mi vientre.
–No estoy segura de que pueda subir a un avión en este
estado –digo intentando encontrar una excusa para
cancelar el viaje.
–Sí puedes. Hablé con tu médico ayer, él dice que todo está
en orden y que no hay problema de que viajes –responde
con una sonrisa socarrona–. Es tiempo de que conozcas a
tu familia política, no hay manera de evitarlo.
–Cómo sea –respondo con una mueca de desagrado.
–También le pregunté al doctor acerca de otra cosa...
espera aquí –Estéfano se levanta de su asiento y se dirige
al cuarto que usa como oficina. Regresa trayendo una
bicicleta rosa con amarillo. Es incluso más hermosa que la
que tenía antes, tiene una linda canasta blanca al frente y
en el manubrio tiene flores pintadas a mano–. De acuerdo
con el médico, es seguro andar en bicicleta hasta el
segundo trimestre.
Sonrío, no quiero parecer entusiasmada, pero lo estoy. Me
levanto para ver la bicicleta de cerca.
–Es hermosa –digo en voz baja.
–Me alegra que te guste –dice Estéfano satisfecho.
Doy un paso hacia atrás y frunzo el ceño. Odio que crea que
ha hecho algo bien conmigo. Estéfano nota mi cambio de
humor. Coloca la bicicleta en medio de la sala.
–Tal vez puedas salir a dar una vuelta al rato. Debo rime,
ten un buen día– me dice.
Estéfano se dirige a la habitación para tomar su cartera y
su celular, después sale del apartamento.
Me siento en la sala frente a mi nueva bicicleta. Mientras la
observo pienso en el viaje que haremos. No tengo deseos
de ir, pero parte de mí siente curiosidad por conocer cara a
cara al culpable de todas mis desgracias. Román Corvino
es el hombre que ordenó el asesinato de Nico, él fue quien
envió a Estéfano a apoderarse de la mafia de los Ricci y él
es la razón por la que tengo que ser protegida. Es ridículo
que un hombre al que nunca he visto haya tenido tanta
influencia sobre mi vida. Quiero conocerlo, pero a la vez
temo hacerlo. De pronto me invade una sensación de
soledad profunda, mis ojos se llenan de lágrimas. Olga sale
de la cocina y se dirige al comedor para levantar los platos
sucios. Limpió mis lágrimas discretamente. No me gusta
mostrar mi debilidad ante ella, claramente le desagrado y
además le cuenta todo a Estéfano.
Me levanto y voy a la habitación para cambiarme de ropa.
Me pongo una sudadera, unos leggins negros y unos tenis.
Es hora de sacar mi nueva bicicleta a pasear.
Iván me ayuda a subir la bicicleta al elevador. La llevamos a
un parque que se ubica a tres cuadras del apartamento. Al
principio, Iván intenta llevarme el paso corriendo junto a la
bicicleta, pero después de unos cuantos metros es obvio
que es muy difícil para él, además de que yo voy más
rápido a propósito para dejarlo atrás. Después de
divertirme un rato con el pobre Iván, me detengo
completamente.
–Te propongo algo, Iván –digo cuando me da alcance, su
rostro está enrojecido y está jalando aire a bocanadas. El
hecho que de viste de traje y zapatos de vestir no le ayuda
en nada–. Ve a sentarte sobre esa banca y dame un
respiro. Daré unas cuantas vueltas y regresaré aquí por ti, lo
prometo.
–Me temo que eso no será posible, señora Corvino. El
señor Corvino insiste en que permanezca a su lado en todo
momento –me responde casi sin aliento.
–¿Y? Nadie va a decirle. Será justo como antes, cuando
vivía con mis padres, tú jamás me acompañaste a andar en
bicicleta y siempre estuve a salvo. Este será nuestro
pequeño secreto... o puedes seguir intentando llevarme el
paso. Tú decide.
Iván parece exhausto. Se gira hacia la banca más cercana y
hace una mueca.
–De acuerdo, pero debe volver aquí o ambos nos
meteremos en muchos problemas –dice inseguro.
–Lo prometo.
Comienzo a pedalear lo más fuerte que puedo lejos de Iván.
Siento como si me hubiera quitado un peso de encima, por
primera vez en semanas me siento libre. El frío decembrino
golpea mi rostro y me hace sentir revitalizada. De pronto
llego a una bifurcación. Si tomo el camino a mi izquierda
daré la vuelta al parque y regresaré con Iván y si tomo el de
la derecha saldré del parque hacia una avenida principal.
Me quedo a la mitad mirando ambos caminos. ¿Debería
intentar escapar de nuevo? Realmente quiero ir a la
derecha, alejarme de todo y no dar marcha atrás, pero no
tengo a dónde ir, ni amigos, ni dinero... Estéfano está mal
gastando su dinero en Iván, no necesito alguien que me
vigile pues de todas formas soy una prisionera. Voy a la
izquierda y regreso con Iván, desde lejos noto su alivio
cuando me ve acercándome. Seguro temió que huiría y, por
un instante, tuvo razón.
Regresamos al apartamento. Me siento mucho mejor
después de andar en bicicleta, como si hubiera retrocedido
en el tiempo y, por un rato, fuera la antigua yo, la Olivia con
problemas normales, la que no era hija de un mafioso ni la
esposa de uno.
La sensación de bienestar me dura poco. En la noche me
es imposible dormir. No dejo de pensar en el viaje que
haremos para conocer a la familia Corvino. Estéfano aún no
ha regresado así que puedo dar vueltas en la cama sin
preocuparme de despertarlo. Llega pasada la media noche.
Intenta ser silencioso porque cree que estoy dormida. Con
mucho cuidado se mete a la cama intentando no
molestarme.
–Gracias por la bicicleta –digo en voz baja. Estoy dándole
la espalda, así que no tiene la menor idea de que he estado
despierta todo este tiempo.
–Me alegra que te gustara, muñeca –responde.
–¿Cuándo nos vamos? –pregunto aún en voz baja.
–En tres semanas... Olivia, no debes preocuparte por nada.
Jamás te expondría a una situación que no fuera segura
para ti o para nuestro bebé. Sé que debes pensar que mi
padre es un monstruo y, en muchos sentidos, lo es, pero
jamás te haría daño. Te lo prometo –dice y luego coloca su
mano sobre mi brazo y acaricia mi piel con las puntas de
sus dedos.
Parte de mi siente el impulso de apartarme, pero otra parte
está disfrutando tener contacto humano después de tantos
días. Comienzo a adormilarme después de un rato.
Una píldora al día
Un traje de baño no es todo lo que necesito para nuestro
viaje, también debo comprar un vestido para usar en
Navidad y otro para Año Nuevo. Definitivamente no
esperaba que mis primeras vacaciones con Estéfano
fueran así, embarazada y prácticamente viajando como un
rehén, pero para ser honesta, mi matrimonio con Estéfano
no es nada como lo imaginé.
La tarea de encontrar dos vestidos lindos que me hagan
sentir hermosa y confiada con mi vientre abultado resulta
ser bastante difícil. Ya me encuentro lo suficientemente
nerviosa por conocer al clan Corvino, así que al menos
quiero sentirme bien con la forma en la que luzco, es solo
que no puedo encontrar los atuendos adecuados. También
pesa el hecho de que la mayoría de la ropa en las tiendas
en este momento es demasiado abrigada, nos
encontramos en diciembre por lo que el frío ya está aquí,
así que no hay muchas opciones de ropa veraniega y fresca
que es lo que yo necesito para el viaje.
He recorrido ocho tiendas diferentes en lo que va de la
tarde y no he comprado una sola cosa (excepto por un
bikini rojo con el cual planeo asolearme todo el día cuando
esté en Brasil). Entro a la última tienda de maternidad que
conozco, pero no tengo suerte. La vendedora me comenta
que posiblemente tenga algo en la trastienda de la
temporada de primavera-verano que me podría gustar. Iván
está más que aburrido, sale de la tienda a fumar un cigarro
para matar tiempo en lo que yo espero que la vendedora
encuentre los vestidos para mí. Mientras la espero miró la
ropa de forma distraída. Escucho que alguien entra a la
tienda, pero no me giro para ver de quién se trata, lo último
que quiero es ver a una futura mamá radiante de felicidad
que no esté esperando el hijo de un criminal ni haya sido
traicionada por su familia. Ultimamente encuentro irritante
la felicidad de otros.
–¡Por fin te encontré! –es la voz de mi mamá.
Me giro sorprendida.
–¿Qué haces aquí? –le pregunto molesta, ya tengo
suficiente estrés como para todavía aguantar la presencia
de mi mamá.
–Fui a tu apartamento y la tal Olga me dijo que habías
salido de compras. Pensé en las tiendas que te gustan y
recorrí varias hasta que di contigo –me explica con una
sonrisa.
–¿Y para qué me quieres ver? –pregunto con cara de pocos
amigos.
Iván entra en ese momento a la tienda y se acerca para
poner atención a nuestra plática. Por fin encontró algo para
distraerse del aburrimiento, además de que debe poner
atención para entregar su reporte completo.
–Pensé que sería divertido ayudarte. Encontrar ropa que se
vea bien durante el embarazo es difícil y supongo que
quieres dar una buena impresión a tu familia política. Tu
padre me contó que pasarán las fiestas con los Corvino –
mi mamá sonríe con cariño y sé que algo va mal, ella nunca
hace eso.
La miro renuente, ¿qué pretende con este show?
–Puedo hacerlo sola –contesto de mal modo.
–Vamos, Olivia, será un momento agradable entre madre e
hija antes de que tengas a tus propios hijos.
Mi madre intenta darme una palmada cariñosa en el
hombro, pero yo doy un paso atrás para evitar su contacto.
–¿Desde cuándo te interesan los madre e hija? –pregunto
con el ceño fruncido.
La vendedora sale de la trastienda con algunas opciones.
No quiero armar una escena enfrente de una desconocida,
así que dejo de discutir con mi mamá, tomo los vestidos y
me dirijo al vestidor. Voy a cerrar la puerta cuando siento
que mi mamá la empuja para entrar tras de mí.
–¿Qué haces? –le pregunto enojada, no voy a tolerar esta
invasión.
Mi mamá cierra la puerta de golpe y me indica con un gesto
que guarde silencio. Su sonrisa cariñosa se ha
transformado, su rostro está completamente serio y sus
ojos están llenos de determinación. Saca un frasco
pequeño de su bolso y lo pone entre mis manos.
–Una píldora al día en su bebida –susurra en mi oído–. Él
ya tiene problemas del corazón, unos pocos días de esto
hará que vuelva a fallar. Esperemos que definitivamente.
Miro el frasco que ahora está en mis manos y se lo intento
regresar. Ella niega con la cabeza. ¿Realmente pretende
que asesine a mi esposo? ¿Quién cree que soy? Además,
Estéfano no tiene problemas del corazón, él está fuerte
como un caballo.
–¿Qué es esto? ¿Te volviste loca?
Pone su dedo índice en mi boca para que guarde silencio y
con la mano que tiene libre señala hacia la puerta. Claro,
Iván seguramente está del otro lado intentando escuchar lo
que pasa aquí adentro, cualquier ruido mayor a un susurro
va a llegar a sus oídos.
–Escúchame. Colocas una píldora diario en lo que sea que
esté bebiendo. Tendrá otro infarto en cuestión de días. Es
simple. No podemos perder esta oportunidad, ninguno de
nosotros ha estado tan cerca de Román –susurra.
Mi mente empieza a girar desorbitada. Está hablando de
Román, ¡claro! ¿Cómo pude ser tan ingenua? Ella no tienen
ningún interés en librarme de mi matrimonio con un
mafioso, ella en lo único que está pensando es en su propia
seguridad. Si Román muere, Estéfano ya no tendrá que
protegernos de nadie porque la amenaza habrá
desaparecido. Mi mamá probablemente piensa que sin
Román será más sencillo para mi papá retomar el poder y
deshacerse de Estéfano. Pero eso solo sucedería si Román
no se entera antes de nuestro plan para asesinarlo, porque
entonces ambas moriríamos con toda seguridad, con o sin
la protección de Estéfano; o más bien los tres, porque estoy
segura de que mi papá es parte de este plan. No me voy a
arriesgar a despertar la ira de Román Corvino, además, me
rehuso a ser parte de sus juegos y convertirme en una
criminal.
–Perdiste la cabeza, yo no soy una asesina, ni de Román ni
de nadie –susurro de regreso–, ¿sabes lo que pasará con
nosotras si alguien me descubre?
Mi mamá desabrocha uno de los vestidos y me indica que
me lo ponga. Me quito la ropa y me pruebo el vestido sin
dejar de negar con la cabeza. No, no voy a hacerlo, es una
locura.
–¡Oh, cariño, se te ve fantástico! –exclama mi mamá sin
siquiera ver cómo me queda. Después se acerca más a mí
y baja la voz–. La gente con problemas de corazón tiene
infartos, no tendría porqué ser sospechoso y, si lo es, nadie
va a sospechar de una jovencita amedrentada con varios
meses de embarazo.
–No, yo no voy a ser como el resto de ustedes...
–Olivia, no tenemos tiempo. Debes hacerlo.
–¿Para qué? Si muere Román, Estéfano quedará a cargo.
Nuestra situación va a seguir siendo la misma –es difícil
susurrar cuando estoy tan enojada.
–Por supuesto que no, Estéfano no es como su padre. Él no
tiene ningún deseo de asesinarnos. Nuestras vidas estarán
a salvo y probablemente Estéfano le regresará a tu papá lo
que nos pertenece.
Suspiro indignada. Claro, todo esto se trata de que
recuperen su sucio negocio. Mi mamá toma el segundo
vestido, es color vino. Me lo tiende y yo me quito el primero.
–¿Qué te hace estar tan segura de que Estéfano hará eso?
–Por que tú lo convencerás –dice mi madre con una
sonrisa malévola–. Para eso tienes que comportarte como
una esposa amorosa, debes ser más inteligente que él,
hacerle pensar que lo has perdonado y que lo amas
incondicionalmente, una vez que lo tengas en la palma de
tu mano, Estéfano hará lo que tu le digas, incluyendo
devolverle el negocio a tu padre.
Doy un paso hacia atrás y mi espalda choca con el espejo
del vestidor. Me siento furiosa.
–No voy a seguir tus consejos matrimoniales. Tú siempre
has sido una pesadilla con papá.
–Sí, pero la vida de mis padres nunca dependió de que yo
fuera amable con Victor. La nuestra sí depende de ti, Olivia,
no lo olvides –me advierte con expresión seria–. Si no
haces esto por nosotros, al menos hazlo por tu hermano.
Román Corvino fue el hombre que lo mandó matar, ¿que
eso no te importa?
Me desarma. Vengar la muerte de Nico. Eso es algo que sí
me gustaría. Miro el frasco que aún está en mis manos
¿Qué clase de píldoras son? Mi corazón se acelera.
–Yo... –me quedo sin palabras.
–Una píldora al día, no lo olvides –susurra a mi oido.
Mi mamá sale del vestidor y le pregunta a la vendedora si
se encuentra la modista pues al vestido le sobran unos
centímetros de largo. Me giro al espejo y me doy cuenta
que, fuera del largo, encontré el vestido indicado. Me
cambio de ropa y meto el frasco en mi bolso. Tomo un par
de respiraciones profundas antes de salir del vestidor.
Solo por Nico
De vuelta en el departamento me siento demasiado
inquieta. Camino de la sala al comedor y de regreso una y
otra vez. Estoy mordiendo mis uñas, no puedo evitarlo.
Escondí el frasco entre mis maquillajes, pero aún no estoy
segura de qué quiero hacer. Esa es la razón por la que
estoy tan inquieta, la presencia de ese frasco en el
apartamento me tiene al borde. Iba a arrojar las píldoras
por el retrete, pero las palabras de mi mamá no dejaban de
sonar en mi cabeza “hazlo por tu hermano”. Esa parte
realmente logró afectarme y ahora me siento confundida.
No quiero volverme una criminal como el resto de ellos,
pero tampoco quiero quedarme de brazos cruzados
mientras la vida pasa a mi alrededor. ¿Seré capaz de
envenenar a un hombre? Incluso alguien tan vil como
Román Corvino sigue siendo una persona. Me gustaría ser
lo suficientemente valiente como para vengar a mi
hermano y no sentirme culpable al respecto, pero no sé si
soy esa clase de persona.
Cada vez que cierro los ojos me imagino a Iván o a Olga
encontrando el frasco entre mis cosas y entregándoselo a
Estéfano. ¿Qué haría él? ¿Sería capaz de matarme o
esperaría que naciera nuestro bebé? Solo pensarlo hace
que se me acelere el corazón. Necesito aire fresco. Salgo al
balcón y respiro profundamente el aire frío de la noche. Me
recargo sobre la baranda mientras pienso en la situación.
Hace algunas horas mi mayor problema era encontrar un
vestido adecuado y ahora estoy considerando un
asesinato. Supongo que la manzana no cae lejos del árbol,
vengo de una familia de criminales, en algún momento iba
a convertirme también en una. Pienso en Nico, si esto fuera
al revés, él no habría dudado ni un segundo en vengarme.
Lo haré, solo por Nico.
–¿Esté es tu truco para no ir al viaje? ¿Que te dé pulmonía?
–pregunta Estéfano al salir al balcón. Luego coloca su saco
sobre mis hombros para calentarme.
–No podía dormir –contesto.
Estéfano me toma de la mano y me lleva adentro. Luego
abre una de las sillas del comedor y me indica que me
siente.
–¿Qué te preocupa? –pregunta al tomar asiento en otra
silla.
Si supieras lo que me preocupa...
–Nada –respondo evasiva. Entonces me doy cuenta de que
mi mamá tiene la razón, debo ser menos sospechosa; si
actúo nerviosa y como si tuviera algo que esconder será
más fácil que me descubran. Si Estéfano recuerda que me
vio alterada los días previos al infarto de su padre va a ser
muy fácil que ate los cabos sueltos. Debo ser más
inteligente.
–¿Tiene que ver con que viste a tu mamá hoy? –pregunta.
El corazón se me dispara. Voy a negar haberla visto, pero
me contengo. Eso sería sospechoso. Detesto a Iván y a su
reporte diario. Debo calmarme, Iván no escuchó la
conversación susurrada en el probador, solo sabe que mi
mamá llegó para ayudarme a elegir un vestido y eso fue lo
que le dijo a Estéfano.
–Sí, algo así –admito.
–¿Quieres que le ordene a Iván que no le permita acercarse
más a ti? Ella siempre te altera. No necesitas esa clase de
estrés durante tu embarazo –dice con el ceño fruncido.
–No, está vez fue diferente... me puso a pensar –digo
mientras por dentro me repito “sé inteligente, Olivia, sé
inteligente”.
–¿Pensando en qué? –Estéfano pregunta mientras
juguetea con su anillo de casado.
–Me dijo que estoy actuando justo como ella y tiene
razón... ser como mi mamá es lo último que quería en este
mundo y ahora ¡soy ella! No quiero serlo. Me rehuso a pasar
el resto de mi vida encerrada en mi habitación, amargada y
odiando a mi esposo... no quiero traer un bebé a una
familia como la que yo tuve. Yo crecí en un ambiente tóxico,
no quiero lo mismo para mi bebé. Quiero que seamos una
familia normal –las palabras suenan honestas porque, en
su mayoría, lo son–. Quisiera saber cómo arreglar la
situación entre nosotros, pero no sé por dónde empezar.
Las últimas semanas han sido muy difíciles.
Sé por su expresión que lo agarré desprevenido, está
buscando qué decir, pero la respuesta tarda en llegar.
–Lo sé, muñeca –Estéfano toma mi mano y la besa–.
Créeme, lo sé y quisiera encontrar la cura mágica para este
lio... no la tengo, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea
para recuperarte. Yo sé que te mentí en muchas cosas,
pero siempre fui honesto acerca de mis sentimientos. Te
amo más que nada y quiero que seas feliz.
Exhalo lentamente, no puedo dejarme llevar por sus dulces
palabras, es un rufián, su amor no significa nada. Tengo
que tener muy claro que solo estoy fingiendo para disipar
las dudas que Estéfano pueda tener en el futuro, pero es
difícil no caer en el encanto de esos hermosos ojos azules,
debo tener en mente siempre que esto es solo una
actuación mía y que él es un criminal.
–Necesito un poco de tiempo para procesar todo lo que ha
ocurrido. Debes entender lo difícil que esto ha sido para mí,
un día estaba viendo salones para nuestra boda y al
siguiente me entero de que eres un mafioso involucrado en
la muerte de mi hermano.
Estéfano resopla.
–Olivia, ¡yo no lo hice! –exclama–. No sé cuantas veces
debo repetirlo para que me creas, yo no tuve nada que ver
con la muerte de tu hermano. Ni siquiera tenía idea de que
mi padre planeaba hacer eso, me enteré del plan hasta que
ya había pasado. ¿En qué planeta crees que me parecería
bien matar al hijo de nuestro oponente? Eso significaba que
matarme a mí era justo y no, no soy suicida.
–¿Qué hay de Rubén? ¿Tampoco tuviste nada que ver con
su muerte? ¿Voy a pasar el resto de mi vida temiendo por
quién será el siguiente asesinado?
–Ya te expliqué lo que sucedió con Rubén y nadie será el
siguiente. Te lo prometo, tu familia está a salvo, tienes mi
palabra.
Asiento sin estar convencida, solo el tiempo dirá si está
siendo honesto. Al menos espero que esté siendo más
honesto que yo en este momento.
–Quisiera creerte –musito.
–Por favor, Olivia, dame una oportunidad de demostrarte
que estoy siendo sincero; no tienes idea de lo mucho que te
amo... lo único que quiero es que seas feliz –dice en un
tono sincero–. Por favor, perdóname, dame otra
oportunidad.
–De acuerdo, pero hay algo más que quiero. Ya estoy harta
de que Iván y Olga me espíen en todas partes. Tienen que
parar –declaro firmemente.
Estéfano se recarga en su asiento, está considerando mi
petición.
–Bien, Iván seguirá siendo tu chofer, pero dejaré de
preguntarle a él a Olga sobre tu día –dice después de un
rato–. Con una condición: debes ser tú quien me cuente
cómo te ha ido. Ya no quiero más silencio entre nosotros.
–De acuerdo –digo con una sonrisa. No puedo creer lo fácil
que fue.
Nos ponemos de pie y de forma inesperada, Estéfano me
besa. Mi primer impulso es empujarlo, pero en el momento
en el que siento sus labios sobre los míos pierdo toda la
fuera de voluntad. Comienza como un beso suave, pero
rápidamente se vuelve apasionado. Mentiría si dijera que
no he extrañado besarlo. Me repito a mi misma que solo
estoy fingiendo, pero realmente lo estoy disfrutando.
Estéfano pasa sus manos alrededor de mi cintura o al
menos lo que queda de ella. Comenzamos a caminar
lentamente hacia la habitación. Mi mente quiere que me
detenga, pero mi cuerpo no está dispuesto a obedecer. Me
da un poco de vergüenza quitarme la ropa con todos los
cambios que ha sufrido mi cuerpo, pero Estéfano no parece
notarlo, él sigue repitiendo lo hermosa que soy y lo mucho
que me ha extrañado. Yo también lo he extrañado. Ojalá
pudiera decir que hacer el amor con él es repulsivo y que
solo estoy fingiendo que me gusta para engañarlo, pero esa
no es la verdad, estoy disfrutando cada instante de lo que
hacemos. Creí que la parte de mí que estaba loca por
Estéfano había muerto el día que descubrí la verdad sobre
él, pero no es así. Solo me tomó un beso para despertar
todos los sentimientos que tengo por él y ahora me
encuentro felizmente entre sus brazos. Aunque algo ha
cambiado. Una vez que todo acaba, me siento culpable.
Recargo mi cabeza sobre su pecho mientras la felicidad me
abandona y la culpa me arremete. Él es un criminal, ¿cómo
puedo ser tan débil? Debo intentar ser más fuerte la
próxima vez.
———
Los días previos al viaje nuestra relación cambia
radicalmente. Ya no somos dos extraños viviendo juntos
sin dirigirse la palabra. Casi se podría decir que, en
apariencia, somos un matrimonio normal. Hacemos cosas
juntos, salimos en citas y platicamos por horas. Iván y Olga
dejan de espirarme, por primera vez siento que puedo
respirar en el apartamento. En nuestra última visita al
médico nos enteramos que tendremos un niño. Estéfano
está encantado y yo también. Aunque constantemente
debo de recordarme que toda nuestra alegría es una
mentira, un acto para manipular a Estéfano y que no
sospeche del plan que tengo para deshacerme de su padre.
El aeropuerto
Nuestro vuelo a Río de Janeiro sale en una hora. Voy hecha
un manojo de nervios, tengo las palmas de las manos tan
sudorosas que la maleta se me resbala. Vamos en
dirección a la sala de abordaje, pero antes debemos pasar
por la seguridad del aeropuerto, lo que significa pasar por el
detector de metales y poner nuestras maletas en la banda
para que las revisen por el escáner. Estéfano se está
sacando el celular del bolsillo para ponerlo en la bandeja,
después saca su laptop y hace lo mismo. Doy un paso para
atrás. Van a ver el frasco en la pantalla, van a abrir la
maleta, se van a dar cuenta de que esas píldoras no son
ibuprofeno. Es como si traficara droga, ¿en qué estaba
pensando? Ni siquiera sé qué clase de píldoras son, mi
madre no lo especificó y a mí no se me ocurrió preguntar.
La gente en la fila detrás de mí me mira con impaciencia.
Estéfano ya se ha quitado el reloj y todo lo demás. Se
voltea y me ve con el ceño fruncido.
–¿Qué te pasa? Vamos –dice con hostilidad y hace un
gesto con la mano para indicarme que avance.
Por alguna razón que ignoro, Estéfano se ha portado hosco
desde que salimos del apartamento; algo lo está
molestando, pero desconozco la causa, no me he tomado
la molestia de preguntarle pues estoy demasiado absorta
en mi misión como para preocuparme por lo que él está
sintiendo.
Toma mi maleta y la sube a la banda. La veo alejarse, así
como el resto de mi vida en libertad. Voy a ser una de esas
mamás que dan a luz en prisión. Ya no hay marcha atrás.
Había intentado fingir normalidad hasta este momento,
pero ahora es imposible, mi cara refleja la angustia que
siento. Estéfano se vuelve hacia mí de nuevo.
–Vamos, Olivia, ¿qué te sucede? Estás atrasando la fila.
Si me hecho a correr ahora, ¿llegaré muy lejos? Si no me
alcanza Estéfano, seguro que uno de los perros de los
guardias de seguridad sí. Mi respiración es pesada. Me
quedo paralizada en la fila. Miro de reojo a la banda. Mi
maleta ya está pasando por el escáner.
–¿Hay algún problema? Avancen, por favor –nos dice un
guardia del aeropuerto.
–Olivia...
–¿Crees que sea seguro? –pregunto nerviosa.
–¿Que sea seguro qué?
–Señor, señorita, por favor avancen –nos dice el empleado
en un tono menos amable.
–El detector... para el bebé –miento de forma tímida.
Estéfano cierra las ojos y sonríe. Entre harto y divertido. Se
gira al guardia.
–¿Es seguro para las embarazadas pasar por ahí? –le
pregunta en voz alta.
–Sí, señor, por favor sigan –responde y nos hace un gesto
con la mano.
–¿Ves? Es seguro, vamos.
Comienzo a caminar. La maleta ya está del otro lado sin
suscitar sospechas. Somos libres de seguir con nuestro
viaje. Por un momento me siento tan aliviada que quisiera
hacer un baile de victoria.
–Muñeca, la próxima vez que tengas una duda, dímela; no
te quedes pasmada haciendo una escena.
–Lo siento.
Estéfano me besa en la frente con cariño; a pesar del gesto,
sigue irritado. No conmigo, pero se nota que algo lo tiene
inquieto.
–¿Te da miedo volar? –le pregunto cuando llegamos a la
sala de espera.
–¡¿Qué?! Claro que no, ¿por qué lo preguntas? –exclama
elevando sus cejas.
–Pareces ansioso.
Estéfano suspira. El empleado de la aerolínea nos anuncia
que nuestro avión está listo para el abordaje.
–Sí, supongo que lo estoy... mi padre y yo no tenemos la
mejor relación en este momento, me siento un poco
inquieto por tener que verlo –me explica mientras
abordamos.
–Así que... si tú te sientes inquieto de ver a tu propia
familia, ¿cómo debo sentirme yo? –le pregunto asustada.
Estéfano me sonríe.
–No debes preocuparte, mi tía y mi abuela van a amarte y
mi abuelo no sabrá ni quién eres, pero será amable.
Noto que omite mencionar a su padre, pero honestamente
no me interesa si le agrado a Román o no, probablemente
es mejor no crear tener una buena relación con la persona a
la que planeas asesinar de todos modos.
Una vez en el aire me quedo dormida. Anoche no pude
dormir pensando en las píldoras y lo que planeo hacer con
ellas; así que tan pronto como el movimiento del avión
comienza arrullarme caigo en un sueño profundo.
–Muñeca, ya vamos a aterrizar –Estéfano me sacude
suavemente del hombro para despertarme.
Quiero seguir durmiendo. Dormir para no enfrentarme a lo
que debo hacer. Enderezo el respaldo de mi asiento de
mala gana.
Una vez que bajamos del avión Estéfano se dirige directo al
estacionamiento.
–¿Va a venir alguien por nosotros? –le pregunto mientras
intento seguirle el paso. No es solo que estoy cargando a
otro ser humano y a mi bolso de mano, es que también mis
piernas son mucho más cortas que las suyas y él va a
prisa.
–No, yo conduciré –me contesta sin percatarse de lo difícil
que es para mí seguirlo.
Me detengo en seco, necesito un segundo. Me quito el
suéter y lo meto a la fuerza a mi bolso, no me importa que
se arrugue. Estéfano tarda unos metros en darse cuenta de
que no lo sigo más y da la media vuelta hasta donde estoy.
–¿Qué pasa? –pregunta impaciente.
–La renta de autos es para allá –digo señalando una
publicidad de Hertz.
Estéfano suelta un mohín de burla.
–Gracias, pero no necesito tu guía, solo que me sigas.
Cruzo los brazos al frente, lo cual es muy difícil con mi
barriga y el bolso que ahora está más abultado por el
suéter.
–Entonces vas a tener que aminorar el paso o llevarme en
uno de esos carritos para equipaje.
Estéfano toma mi bolso y lo pone sobre una de las maletas.
Luego da la vuelta y sigue caminando, esta vez lo hace más
despacio para que yo pueda seguirlo. Salimos de la
terminal y siento el calor como un peso extra, como si la
gravedad fuera más fuerte en este lugar. Lo sigo hasta el
estacionamiento del aeropuerto que está a unos pocos
metros, pero yo ya voy sudando. Nos adentramos en las
filas de autos hasta que se detiene junto a un jeep rojo, se
agacha sobre la llanta y saca las llaves. Mete las maletas a
la cajuela y luego me abre la puerta del copiloto.
–¿De quién es este auto? –le pregunto antes de subirme.
–Mío –contesta cortante.
Mueve el brazo para indicarme que suba.
–¿Cuánto tiempo lleva aquí estacionado?
Estéfano hace una mueca, definitivamente está al borde.
–Desde la mañana –contesta entre dientes.
–Pero, ¿quién lo dejó aquí? –pregunto con el ceño
fruncido.
–Olivia, por favor, estoy cansado y aún falta mucho camino.
Mi padre vive a 50 minutos de Río de Janeiro –me explica
Estéfano impaciente.
–Pero, ¿cómo sabías que lo iban a dejar aquí? ¿Alguna vez
has conducido en Brasil?
Realmente no me interesa, creo que estoy comprando
tiempo para no enfrentarme a lo que sigue. Siento pánico
de conocer al clan Corvino, en especial al jefe de todos.
–¡Olivia, basta! –explota– ¿Podemos movernos de aquí o
tienes más preguntas?
Hay poca gente en el estacionamiento, pero quienes están
nos miran de reojo. Debe ser una escena bastante
escandalosa, un hombre gritándole a su mujer embarazada
en pleno estacionamiento. Es cuestión de segundos para
que alguien saque el móvil y nos grabe, no voy a darles el
gusto de hacer eso con mi privacidad de nuevo. Me meto al
coche aunque lo que realmente quiero es correr de regreso
a la terminal.
–No me gusta que grites –le digo en cuanto ambos
estamos dentro del automóvil.
–Entonces deja de provocarme –responde de mal modo y
enciende el motor.
–Solo te hice una pregunta. No es razón para que te
pongas así conmigo.
–No son solo las preguntas, estás comportándote muy
rara. En este momento lo último que necesito es otro de tus
arrebatos de niña mimada, ¿de acuerdo?
Aún seguimos en el estacionamiento, vamos marchando
lentamente a la salida así que jalo la manija de la puerta y
salgo disparada. Jamás me había bajado de un coche en
marcha así que pierdo un poco el equilibrio al principio,
pero logro incorporarme al poner el brazo sobre el auto que
ahora ha hecho un alto total. Estéfano abre su puerta y sale
de tras de mí en medio segundo. Corro hacia una de las
columnas. No sé bien a dónde voy. Estéfano me alcanza
antes de que llegue muy lejos. La gente vuelve a mirarnos y
me arrepiento de haber salido impulsivamente del auto.
–¿Qué estás haciendo? –me pregunta al tiempo que me
toma por el brazo. Su agarre me está lastimado y eso me
da fuerzas para vencer la vergüenza social.
–Estoy tendiendo un arrebato de niña mimada –respondo
mirándolo a los ojos.
–Olivia, sube al auto en este momento... –me ordena con
hostilidad.
–Me estás lastimando –le respondo con la misma
hostilidad.
–Sube al auto en este momento. Es la última vez que lo
repito.
–¿O qué? ¿Ya notaste toda la gente que nos está
observando? Si me arrastras al jeep, ¿cuánto tiempo crees
que le tome a alguien llamarle a la policía?
Estéfano no afloja su agarre, pero su expresión cambia,
sonríe burlón, me mira como si fuera estúpida.
–¿Qué te hace pensar que la policía de aquí es diferente a
la de casa?
Se me cierra la garganta. Claro que también tienen a la
policía de aquí comprada, si este es territorio de Román
Corvino. Se me olvida que estoy indefensa, a merced del
clan Corvino. Necesito recordar la razón por la que estoy
aquí: para vengar a Nico, y dejarme de discusiones sin
sentido. Me quedo callada, ¿qué puedo decir? Camino de
regreso al coche. Estéfano azota la puerta una vez que
estoy adentro y yo me hundo en el asiento.
La amenaza de Estéfano fue como un balde de agua fría.
Salimos del aeropuerto y entramos a la ciudad, Rio es una
ciudad colorida, la gente parece alegre y llena de vida, nada
como yo me siento en este momento. Miro hacia la ventana
para no afrontarlo, él pone el aire acondicionado dentro del
automóvil lo cual hace que mi incomodidad baje, pero el
sentimiento de estar sola y vulnerable sigue latente. Estoy
sola. Toco mi vientre y sé que no estaré sola por mucho
tiempo. ¿Podré hacer que mi bebé sea diferente? No un
Corvino, ni un Ricci, solo una persona decente. Alguien que
no esté envuelto en el mundo criminal. ¿Querrá Estéfano
que su hijo sea como él? ¿Podré detenerlo si eso es lo que
quiere? La idea de que mi bebé acabe como Nico o como
Estéfano, me aterra.
Estéfano sale de camino y detiene la camioneta en el
acotamiento. Estéfano limpia mis lágrimas con las yemas
de sus dedos y me besa., no me había percatado de que
estaba llorando.
–Lamento haber sido cruel contigo, no fue mi intención.
Perdí la cabeza un momento, me siento muy estresado y
me desquité contigo, estuvo mal. De verdad lo siento, ¿me
perdonas?
Asiento sin mirarlo. ¿Tengo otra opción más que decir que
sí? Estéfano me toma de la barbilla.
–Olivia, lo digo en serio. Metí la pata...
–Meter la pata es decir una imprudencia, no amenazar a tu
esposa embarazada –le reclamo.
–Tienes razón, no tengo excusas y te prometo que no
volverá a ocurrir. Lo siento. Por favor, no me mires así, no
soy tu enemigo.
Tiene razón, el verdadero enemigo nos está esperando a 50
minutos de Río de Janeiro, prometí fingir con Estéfano y
eso es lo que debo de hacer, fingir sin hacerme ilusiones,
pretender que todo está bien aunque no lo sienta. Mi batalla
real es con Román, ahora solo debo mantener a Estéfano
fuera de mi camino.
–Está bien, ambos estamos cansados –digo con una leve
sonrisa.
Los Corvino
Estéfano continua conduciendo hasta que dejamos atrás
Río de Janeiro, el sol se pone mientras salimos y la noche
nos encuentra en una calle de doble sentido rodeada por lo
que asumo es la selva; los árboles son cada vez más
grandes e imponentes, los troncos son enormes y el forraje
es de un verde intenso que jamás había visto. De pronto,
Estéfano da un giro a la izquierda sacándonos del camino
pavimentado hacia uno de tierra; el terreno está lleno de
baches, pero el jeep puede pasar sin mayor dificultad. Me
parece distinguir entre las plantas y los enormes árboles
tropicales luces rojas, tal vez de cámaras o sensores de
movimiento, pero solo las veo un momento y luego
desaparecen, puede que me esté imaginando cosas.
–¿Estás seguro de que conoces el camino? –le pregunto
inquieta.
–Por supuesto –me responde confiado.
Temo que esté mintiendo, no tenemos GPS ni ningún modo
de comprobar que vamos en la dirección correcta. ¿Por qué
su familia vive a la mitad de la nada? Conforme pasa el
tiempo me siento más y más ansiosa. Si me meto en
problemas o alguno de los Corvino intenta dañarme no
tendré manera de huir, estaré rodeada por la naturaleza; al
menos en la ciudad puedo correr e intentar esconderme,
pedirle ayuda a un extraño, pero aquí no tendré esa
oportunidad.
Más adelante, distingo un alambrado que va desde el
camino de tierra y se adentra en la selva, unos metros
después de pasar el alambrado nos topamos con un muro
de concreto de al menos cinco metros de alto con el mismo
alambrado en su parte superior. Hacemos un alto total
frente a un enorme portón que bloquea el camino. El portón
se abre lentamente, al otro lado nos esperan hombres
armados hasta los dientes dispersados por un hermoso
jardín, los hombres tienen cara de pocos amigos, pero no
nos prestan mucha atención, es obvio que saben quién
viene manejando el jeep. El camino vuelve a estar
pavimentado y nos lleva directo a una mansión gótica
blanca de enormes ventanales y techo gris. Estéfano se
detiene en la entrada principal y un muchacho moreno de
poca estatura sale a recibirnos. Estéfano sale del auto y le
entrega las llaves, luego camina hacia mi lado, abre mí
puerta y me tiende la mano.
–Nando, sube las maletas a mi habitación ¿Dónde está mi
padre?
–En su oficina, jefe, está con Lucas, nos dijo que no lo
interrumpiéramos –responde el muchacho.
–Mierda –musita Estéfano por lo bajo mientras me guía
dentro de la casa.
Entramos a un gran salón principal con techos abovedados
al que cruza un puente central que conecta con la
majestuosa escalera a nuestra izquierda. Por arriba del
puente se ve un candelabro gótico elevado y detrás una
vidriera enorme que da al jardín posterior y a una alberca.
En el piso de abajo hay portales arqueados que te llevan al
resto de las estancias y del piso superior se asoman
balcones estilo Julieta. Al centro hay una sala gris y al
fondo junto a la vidriera hay un piano dorado, del lado
opuesto hay una chimenea tan alta que llega hasta los
balcones internos del piso superior. No entiendo por qué
alguien tendría una chimenea en un lugar con un clima tan
agobiantemente caluroso o un piano dorado en cualquier
situación. Jamás había visto un lugar tan opulento como
este. Creí que nuestros padres se dedicaban al mismo
negocio, ¿dónde está mi mansión en medio de la selva?
Ahora me queda claro que el padre de Estéfano juega en
otra liga, supongo que esa es la razón por la que nos tiene
dominados.
–Resulta demasiado a primera vista, ¿no? –dice Estéfano
mientras yo observo el lugar.
–No puedo esperar por ver el resto del lugar –digo con las
cejas arqueadas.
Estéfano sonríe de tal forma que sus ojos se hacen dos
medias lunas.
–Yo me encargo –dice sin dejar de sonreír.
–¡Fanito! ¡Ya llegaron, qué alegría! –grita una mujer
regordeta desde el puente elevado y corre escaleras abajo
a nuestro encuentro.
Tiene el cabello rizado y rubio como Estéfano, pero es de
baja estatura y extremidades gruesas. Sus ojos cafés son
pequeños y redondos, su rostro se ve rojizo a pesar de que
se nota que lleva varias capas de maquillaje encima.
Supongo que es la tía de Estéfano.
–¿Fanito? ¿en serio? –le pregunto en voz baja antes de que
la mujer llegue a nosotros.
–No te burles –responde juguetón, pero es evidente que
está apenado.
–¡Fanito! Hace tanto que no vienes, mi niño.
La mujer llega finalmente a nosotros y envuelve a Estéfano
en sus brazos regordetes. Estéfano le da unas palmaditas
en la espalda, ansioso por que lo suelte. Me recuerda a un
adolescente cuya mamá grita afuera del colegio que lo ama
en frente de sus compañeros de clase. La mujer no se da
por aludida y continúa abrazándolo hasta que sus ojitos
redondos se posan en mí.
–¡Mírate nada más! Qué hermosa eres –la mujer
prácticamente salta de Estéfano hacia mí y ahora soy yo la
que está atrapada entre sus brazos– ¡Y mira esa pancita!
Qué belleza... qué alegría.
La mujer me toma de los hombros y me mira de arriba
abajo con una sonrisa maternal. Parece que va a llorar de
alegría. Vuelve a abrazarme.
–Tía Agata, por favor, Olivia no está acostumbrada a recibir
tanto afecto –dice Estéfano intentando salvarme de su
efusiva tía.
–Pues se puede ir acostumbrando. No puedo evitar la
emoción que siento por los nuevos miembros de nuestra
familia –dice de forma entusiasta y me abraza por tercera
vez–. Has traído mucha alegría a esta casa, Olivia.
Me siento abrumada por la emoción. Estéfano tiene razón,
no estoy acostumbrada a recibir tanto afecto, mis padres
siempre han sido fríos y distantes, jamás fueron amorosos
o cálidos conmigo, ni siquiera cuando era una niña. Agata
es la primera persona, además de Estéfano, que reacciona
con tanto entusiasmo a mi embarazo. Es una completa
extraña y, sin embargo, siente más dicha por mí de lo que
mi propia familia sintió. Yo vine preparada para enfrentar a
mis enemigos, la monstruosa familia Corvino, no esperaba
recibir cariño de ellos.
–Tía, acaba de llegar, no la asfixies –dice Estéfano a
nuestra espalda.
Estéfano está confundiendo mi expresión perpleja con
incomodidad. La mujer me suelta y yo doy un paso atrás.
Logro sonreírle educadamente, pero no decirle lo mucho
que agradezco sus palabras.
–Tienes razón, Fanito. Lo siento, querida, me deje llevar por
la emoción. No fue mi intención incomodarte –dice Agata
mientras da unas palmadas cariñosas en mis hombros–.
Lamento tanto haberme perdido su boda, pero tenemos un
regalo para ti.
Aguanto las ganas de resoplar, ¿cuál boda?
–No debieron molestarse –exclama Estéfano.
–No te apures, cariño, no es nada, además, no es para ti, es
para tu adorable esposa. Vengan, tu nonna quiere verte y
darle el regalo a Olivia personalmente –Agata dice con
entusiasmo.
Agata toma mi mano y me lleva por la casa mientras
Estéfano nos sigue de cerca. Pasamos por la sala, una
biblioteca y después entramos a un cuarto de televisión.
Una pareja mayor está viendo televisión sentados sobre
dos sillones de cuero.
–¡Nonna! ¿Cómo estás? –pregunta Estéfano cuando
entramos al cuarto.
La mujer se gira para vernos y sonríe. Parece frágil, está
muy delgada y pequeña, su cabello esponjado y sus
enormes gafas hacen que su cabeza se vea aún más
pequeña. La abuela abraza a su nieto con entusiasmo,
aunque no con tanta fuerza como Agata. Después Estéfano
va a saludar a su abuelo, quien lo mira confundido.
Recuerdo que Estéfano mencionó que tenía demencia así
que supongo que esa es la razón.
–¡Nonna, nonno, esta es mi esposa Olivia! –exclama
Estéfano en voz alta, es posible que a sus abuelos se les
dificulte escuchar–. Olivia, está es mi abuela Julia Corvino y
mi abuelo Carlo Corvino.
–Buenas noches, es un placer conocerlos –los saludo con
una sonrisa educada.
El abuelo me mira y luego su atención regresa al televisor.
La abuela me dedica una amplia sonrisa.
–Eres muy hermosa, ahora entiendo por qué mi nieto está
tan enamorado de ti –dice la abuela.
–Gracias, señora Corvino –respondo sonrojada.
–Llámame nonna Julia –dice al tiempo que toma mi mano.
–Tenemos un presente para ella, ¿cierto, mamma? –le
recuerda Agata.
Nonna Julia se pone de pie y camina lentamente hacia el
librero que se encuentra al fondo de la habitación. Toma
una pequeña cajita negra entre sus manos huesudas.
Estéfano estira el cuello para ver qué trae entre manos. Yo
espero pacientemente a que la abuela regrese y me
entregue la pequeña caja negra.
La abro con curiosidad y encuentro un collar con un dije
grabado con la frase: L’amore vince tutto. El amor lo vence
todo.
–Era mío, mi esposo me lo obsequió el día de nuestra boda.
A Estéfano le gustaba mucho cuando era niño y me hizo
prometerme que se lo daría a su esposa un día. Así que
ahora es tuyo –me explica nonna Julia.
Siento un nudo en mi garganta. Realmente no estaba
preparada para que fueran tan amables. ¿Por qué se portan
tan bien conmigo? ¿Que no saben que soy la hija de su
enemigo?
–Es bellísimo, muchas gracias –apenas logro hablar, estoy
muy conmovida.
–Nonna, no puedo creer que lo recordaras, eso fue hace
siglos –exclama Estéfano.
Agata me ayuda a ponerme el collar. Ambas mujeres
charlan sobre lo bien que me queda y me hacen muchos
otros cumplidos. Después de un rato, Agata sugiere que
vayamos a nuestra habitación para cambiarnos para la
cena. Mi pulso se acelera, el momento de conocer a Román
se acerca.
Una familia cálida
Estéfano abre una puerta y me indica que entre. Su
habitación, al igual que el resto de la casa, es muy diferente
al estilo sobrio y monocromático de su apartamento en la
ciudad. Las paredes son beige, la colcha es azul marino, las
cortinas grises y hay un sillón rojo junto al armario de
puertas cafés. En las paredes no hay cuadros, pósters ni
fotografías, probablemente esta no fue su habitación de
infancia sino solo un lugar asignado en una de las muchas
casas que seguro tiene su padre. Nuestras maletas ya
están al pie de la cama.
–Voy a meterme a la ducha para quitarme el calor de
encima, ¿quieres acompañarme? –me pregunta Estéfano
con una sonrisa pícara.
–No, gracias –respondo mientras me quito los zapatos y
me echo sobre la cama–, necesito acostarme un segundo.
–De acuerdo, cómo gustes –dice Estéfano y se mete al
baño que está en paralelo a la ventana de lado derecho.
Me recuesto sobre la cómoda cama y cierro los ojos
exhausta. Jamás imaginé que la familia de Estéfano fuera
tan amable conmigo, definitivamente me agarraron
desprevenida. Siempre asumí que él venía de una familia
distante y fría como la mía, no tenía idea de que tuviera
parientes tan amorosos y cálidos. Sé que aún no conozco a
su padre y que jamás veré a su mamá y a su hermana en
persona, así que no puedo asegurar que todos los Corvino
son así, pero el amor de esa tía y esa abuela debieron ser
compensación suficiente aún si los padres no fueron
cariñosos. Yo nunca tuve una tía así, comparada con la
calidez de Agata, mi familia es un témpano de hielo. Intento
recordar las pocas veces que Estéfano mencionó a su
familia para saber por qué tenía yo esta impresión errónea.
Escucho la llave del agua abrirse, es momento de hacer mis
cavilaciones a un lado, me pongo de pie de un brinco. Abro
mi maleta y saco el pequeño frasco de Advil. Miro hacia la
puerta del baño y luego a la de entrada de la habitación.
Siento cómo se acelera mi pulso, como si estuviera
robándome algo. Evaluó los posibles lugares en donde
puedo esconder el frasco. A cada lugar le encuentro un
pero; y si la mucama limpia ahí, y si Estéfano abre tal
cajón... finalmente meto el frasco debajo del colchón, aún
no estoy convencida de que ese sea el mejor escondite,
pero Estéfano ya cerró la llave del agua, así que debo volver
a acostarme como si nada. Miro hacia arriba y encuentro
un pequeño ducto de ventilación sobre el armario, si logro
abrir la rejilla será el escondite perfecto. Arrastro una silla
de madera con mucho cuidado de no hacer ruido y la
coloco debajo del ducto de ventilación. Subo a la silla y
estiro mis brazos para alcanzar la rejilla. Por suerte, los
tornillos están un poco sueltos así que solo debo girarlos
un poco para zafar la rejilla. El ruido del agua se detiene,
Estéfano saldrá en cualquier momento. Coloco el frasco
dentro del pequeño ducto y vuelvo a atornillar la rejilla lo
más rápido que puedo. Bajo de la silla y la arrastro de
vuelta a su lugar antes de brincar sobre la cama. Intento
contener mi respiración agitada, pero cuando Estéfano sale,
es lo primero que nota.
–¿Qué sucede? –pregunta al verme nerviosa.
–Nada, solo ha sido un día largo –respondo intentando
parecer calmada.
–Lamento si mi tía fue demasiado para soportar –se
disculpa mientras seca su cabello con una toalla.
–No, todos fueron grandiosos, no estaba esperando que
fueran tan amables conmigo –le confieso.
Estéfano se sienta sobre la cama a mi lado.
–Por supuesto que lo fueron, saben lo importante que eres
para mí –me responde con una sonrisa.
Poco después llega una chica vestida de mucama para
avisarnos que la cena se va a servir pronto. Bajamos las
escaleras tomados de la mano. Al entrar al enorme
comedor, cuya mesa de mármol sirve hasta 20
comensales, encuentro con alivio que los únicos sentados
a la mesa son los abuelos y la tía, no hay rastro de Román y
me alegro. Tomo asiento junto a Estéfano. Él debió de
interrogar a su tía con la mirada puesto que ella dice de la
nada:
–Ya sabes que le gusta llegar después de que todos
estemos a la mesa.
Así que Román sí nos acompañará a cenar. Mi corazón se
acelera, debo controlar este odio que siento en contra del
hombre que arruinó mi vida. Debo fingir, ser amable, ser la
niña boba que todos creen que soy. No debo levantar
sospechas. Esta noche dejé las píldoras en la recamara,
primero debo de conocerlo, observarlo, saber qué es lo que
toma y si deja sus bebidas desatendidas en algún
momento. Esta noche será de reconocimiento, aunque eso
no significa que no me sienta inquieta. Agata nos empieza
a hacer la plática, nos pregunta cómo ha ido el vuelo y si
hubo retrasos. Plática de relleno. Yo le contesto intentando
no parecer distraída, pero mis ojos viajan cada tanto hacia
la entrada.
–Y díganme, ¿han pensado en algún nombre para el bebé?
–nos pregunta la abuela.
–Pues no, nonna, aún no –contesta Estéfano.
–Oh, no se hagan los interesantes, complazcan a esta
anciana. Al menos deben tener algunas opciones que les
agraden, díganme –replica la abuela.
–Aún no tenemos opciones, nonna –responde él.
Estéfano y yo nos miramos brevemente, la realidad es que
no hemos hablado de ello. De hecho, yo he evitado hablar
de nuestro futuro, mi matrimonio no es como los otros, no
quiero hacer planes a futuro puesto que no sé lo que
sucederá con nosotros. En este momento, estoy
pretendiendo que todo va bien entre nosotros solo para
acercarme a su padre y llevar a cabo mi venganza sin
suscitar sospechas, pero no sé que sucederá después.
¿Qué pasará si Estéfano se entera de lo que hice? ¿Seguirá
queriéndome? Ni siquiera estoy segura de quererlo yo a él,
es decir, me siento invariablemente atraída hacia él, pero
aún lo resiento mucho y la atracción física no es
suficiente.
–¿Ya comenzaron a decorar la habitación del bebé? –
pregunta la abuela.
–No, aún no –responde Estéfano un poco irritado con las
preguntas.
–Oh, no me digan eso ¡El tiempo se les viene encima! Les
recomiendo no dejar todo al último porque en unas
semanas vas a estar más grande y más cansada, Olivia.
¡Deben aprovechar cada minuto para prepararse! –exclama
Agata.
–¿Y tú qué sabes de eso? Jamás tuviste hijos, deja de dar
opiniones no solicitadas –dice una voz grave de hombre a
la cabeza de la mesa.
Creo que sé de quién se trata.
Román
La voz hace que me sobresalte. El resto de mesa guarda
silencio. Volteo y encuentro a un hombre delgado tomando
asiento. Es alto, probablemente tan alto como Estéfano y
de complexión similar. Su nariz y sus ojos son más
pequeños, pero la forma de la cara es similar, aunque es
más viejo y tiene muchas arrugas en el rostro. Lleva el pelo
corto, casi al ras. Es fácil adivinar que este es Román
Corvino, hay algo en él, tal vez ese aire de autosuficiencia
similar a la de su hijo, pero multiplicada por mil. Pasa sus
malévolos ojos sobre la mesa, mirándonos a todos con
desprecio. Ni siquiera dice “buenas noches”, solo se sienta
a la cabeza de la mesa mientras examina el lugar con la
mirada. Román posa sus ojos brevemente sobre mí, pero
no dice nada, me recorre con la mirada como evaluando
mercancía y luego pasa a lo siguiente. Ni un hola, ni un
nada. La tía parece disgustada con su rudeza, pero guarda
silencio.
–Hoy tuve una plática interesante con Lucas, tenía mucho
que decir sobre lo que pasa en la ciudad... me parece que
me debes algunas explicaciones... –dice Román al tiempo
que hace una seña con la mano.
Una chica se acerca apresurada sosteniendo un vaso con
un líquido marrón, tal vez whisky o algún otro licor. Sale del
comedor igual de apresurada. Estéfano se endereza en su
asiento, tampoco él recibió un hola. Lo miro de reojo, en
apariencia está tranquilo, sin embargo, debajo de la mesa,
tamborilea su pierna izquierda de forma ansiosa. Nadie
mas que yo, que estoy a su lado, puede notarlo, para los
demás Estéfano está sereno.
–Sí, claro, platicamos en tu oficina después de la cena –le
contesta de forma casual.
La chica regresa cargando una cacerola, la coloca en la
mesa y la destapa. Dentro hay un guisado, algo con carne y
patatas. Huele bien. Atrás de ella entra una señora
cargando otro recipiente con espárragos. Comenzamos a
comer en silencio. Román bebe más a prisa de lo que
come, le acaban de servir su tercer bebida.
–¿Cuándo será el baby shower? –pregunta Agata,
rompiendo el largo silencio.
Le sonrió incómoda, sé que está intentado ser amable, pero
me acaba de recordar que no puedo tener un baby
shower, no tengo amigos y, después de lo que hicieron mis
padres, prácticamente tampoco familia. No puedo tener
un baby shower sin invitados.
–No lo sé –respondo tímidamente.
–¿Pero cómo es esto posible? ¡Se les viene el tiempo
encima! Bueno no te preocupes, normalmente lo organiza
la mamá de la embarazada, supongo que tu mamá ya
tendrá algo planeado y no te ha dicho...
–Lo dudo seriamente, su mamá es una perra. Sus padres
prácticamente prostituyeron a su propia hija para salvarse a
sí mismos –Román exclama con una sonrisa burlona.
–¡Román! ¿Qué está mal contigo? –grita Agata indignada.
–¡Padre! –Estéfano lo fulmina con la mirada.
Mi sangre se congela. No por su observación hiriente, sino
porque es verdad y no me he acostumbrado al hecho de
que mis padres son personas tan viles.
–No lo escuches, niña, es un borracho cruel –dice nonna
Julia mirando a su hijo con desaprobación.
Le sonrío de forma forzada, lo único que quiero es ponerme
de pie y correr a mi habitación a esconderme a llorar, pero
no voy a desmoronarme enfrente de Román, sin importar
cuánto me duelas sus palabras.
Estéfano toma mi mano y la aprieta cariñosamente, parece
avergonzado por lo que dijo su padre. Román gesticula al
aire, restándole importancia al enojo de sus parientes.
Agata comienza a hablar nerviosamente sobre el árbol de
Navidad que compró, habla de los ornamentos a detalle y
sé que lo hace para que pasemos el momento incómodo
que provocó su hermano, pero voy a necesitar más que una
charla trivial para que se me olvide que Román Corvino es
un hombre sin corazón.
*****
–Olivia, lamento tanto lo que sucedió –se disculpa
Estéfano en cuanto estamos solos en nuestra habitación–.
No le prestes atención, se pasó de la raya.
–Como sea... no debes sentirte mal, tú soportaste muchas
groserías de mi mamá, supongo que es mi turno de
soportar a tu padre hostil –le respondo desanimada.
–Oh, no, muñeca. Tú no tienes que soportar nada. Yo
hablaré con mi padre y le pondré un alto, no te preocupes.
No permitiré que esto suceda de nuevo –me promete
Estéfano.
Me encojo de hombros. Quisiera decir que las palabras de
Román no me afectaron, pero lo hicieron. Estéfano me
envuelve en sus brazos, recargo mi cabeza sobre su pecho
y cierro los ojos. Me siento un poco mejor cuando me
abraza aunque no debería. Estéfano es el hijo de Román y
la manzana nunca cae lejos del árbol; si Román es
malvado, también lo debe ser su hijo y debo meterme eso
en la cabeza. Mis ojos van discretamente hacia el ducto de
ventilación, ¿a quién le importan las palabras hirientes de
Román? Pronto él va a pagar, por Nico, por mi familia y por
sus palabras.

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