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Primera edición, 2 0 2 0
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Cu llen 5319
1431 - B u e n os A ire s
c/Sitio de Zaragoza, 6 , 1® p lan ta
28931 M óstoles-M adrid
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Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras,
las frígidas, las m al folladas, las infollables, las histéricas, las
taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica
[... ] también escribo para los hombres que no tienen ganas de
proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los
que no saben pelearse, los que lloran con facilidad, los que no son
ambiciosos, ni competitivos, los que no la tienen grande [...] .
Virginie Despentes1
El valo r d el c u erpo
L’H arm attan, 2004; Paola Tabet, “ T h ro u g h the L o ok in g -G lass: S exu al-E con om ic
Exchange”, en Fran^oise G ran ge O m ok aro y Fenneke R eysoo (eds.), Chic, chéque,
choc. Transactions au tou r des corps et stratégies am oureuses contem poraines,
G inebra, G rad úate Institute P ub lication s, 2016, p. 39.
16 R o y F. B au m eister y K athleen D. V ohs, “ S exual Eco nom ics: Sex as Fem ale
Resource fo r Social Exchange in H eterosexu al In teraction s”, ibid.; D en ise
B renn an , W hat’s Love G ot to D o With It? Tm nsnational D esires a n d S ex Tourism
in the D om in ican Republic, D u rh am , D u ke U n iversity Press, 2004; C a ro l E.
K au fm an y Stavros E. Stavrou , “ B u s Fare P lease’ : T h e E co n om ics o f S e x and Gifts
A m o n g Youn g People in U rb an Sou th A fric a”, en Culture, H ealth & S exuality,
v ol. 6, N ° 5, 2004, pp. 377-391-
17 V éase M a rk R egn eru s, C heap Sex. The Transform ation o fM e n , M arriage, an d
M onogam y, N u eva York, O xford U n iversity Press, 2017.
18 C arole Patem an, “ W hat’s W ron g W ith Prostitu tion?”, en Womens Studies
Q uarterly, vol. 27, N ° 1-2 , p rim avera-veran o de 19 99, pp. 53-64, cita en p. 53.
148 I EL F IN DEL AMOR
Tal com o subraya incisivam ente Benjam ín en este fragm ento, el objeto
sexual circula en m uchas versiones reverberadas de sí m ism o dentro de
una cultura consumista que erotiza la prom oción y la venta de bienes. El
fláneur m oderno, com o Am broise, es un espectador sexual que consume
cuerpos femeninos com o un espectáculo de m ercancías sexuales y obje
tos de consumo.24 Este espectador contempla el cuerpo com o una super
ficie visual que contiene signos sexuales, y experim enta la esfera del con
sum o com o un flujo discreto del deseo sexual organizado en espacios
urbanos públicos.25
La “ sensualidad” es el resultado de nuevas ideologías sobre la sexualidad
como un tipo de m ercancía y sobre el yo com o una im agen. La sensuali
dad depende de artículos de consum o para revelar, exhibir y poner de
relieve el cuerpo sexual. Apunta hacia el cuerpo desnudo (deseable) con
atuendos de consumo que se encargan de señalizarlo y evocarlo. La sen
sualidad pasa a ser una cuestión de usar determ inas prendas (com o los
jeans, por ejem plo) de una determ inada m anera (ajustadas al cuerpo, por
ejem plo). La sensualidad es más democrática que la belleza, en la m edida
en que está disponible para una población m ucho m ás num erosa -las
personas bien parecidas y las interesantes, las físicamente afortunadas y
las no tan afortunadas- porque no es el resultado de una belleza innata,
¿Realmente podría ser feliz junto a un hom bre con edad como para ser
m i padre? ¡Sí, sí y sí! Es que, ¿saben?, para m í eso de estar m eticulosa
mente arreglada y fabulosa a toda hora dista de ser un sacrificio. Am o
com binar la ropa que m e pongo, hacerme m anicuras/pedicuras y, por
encima de todo, ir de compras. Am o todas esas cosas con o sin el bene
ficio de conocer a hom bres ricos (preferiblemente con). Verme esplén
dida me da un subidón porque soy perfeccionista hasta la médula y no
m e conformo con menos. Además, si estuviera casada con un hombre
rico, me cuidaría igual que ahora [...] . La m ujer que ves caminando por
la calle es una obra de arte. Hay m ucho trabajo de mantenimiento - m a
nicuras, pedicuras, cortes de pelo, depilación con cera y con pinza, pla
tinado y C O M P R A S- en esa obra de arte. El arte refleja tu estilo de vida
y tu estatus. Si lo que quieres es un trofeo, tienes que estar dispuesto a
pagar el precio.33
en la esfera del consumo, que se recicla y circula com o imágenes del yo,
consumidas por hombres que detentan poder económico. Esta sugar baby
se presenta a sí m ism a como agente sexual y económica, consum idora y
productora de su propio valor al m ismo tiempo.
P r o d u c c ió n d e v a l o r s im b ó l i c o y e c o n ó m ic o
34 Lisa A dk ins, “ S exuality and the E co n om y: H istoricisatio n vs. D eco n stru ction ”,
op. cit.
35 D an iel M end elsohn , Elu sive Em brace. D esire a n d the R id d le o fld e n tity , N u eva
York, V in tage, 2012, p. 103.
36 R o y R B au m eister y K athleen D. Vohs, “ S exual ec o n o m ic s.. op. cit.
154 I EL F IN del am or
deben cum plir con el requisito de una apariencia atractiva, o bien, en otras
palabras, poseer lo que Catherine Hakim ha denominado, no sin contro
versia, “capital erótico”.37 En este sentido, la sexualidad pertenece a la esfera
del trabajo inmaterial,38 es decir, al conjunto de destrezas y competencias
intangibles que aportan los actores al lugar de trabajo, y que, en algunos
casos, incluso definen la posición laboral. Tal com o señala Ashley Mears,
“Las empresas tienden cada vez más a buscar trabajadores dotados de la
apariencia adecuada”.39 La im portancia del atractivo para el lugar de trabajo
produce una adm inistración del yo que se condice con las form as de la
“m arca personal” [self-branding] (es decir, con la presentación autocons-
ciente como persona dotada de aptitudes y atractivos únicos). De hecho,
“ la m arca personal puede verse com o una form a de labor inmaterial y
afectiva que emprenden deliberadamente los individuos con el fin de acu
m ular atención, reputación y -potencialm en te- ganancias”.40
El yo sexual tam bién produce valor a través de las industrias visuales
(mediáticas) que ofrecen el consumo del sexo y la sexualidad en form a de
imágenes: desde la publicidad, el cine y la televisión hasta la pornografía.
A contrapelo de los cuerpos femeninos que exhibió el cine hasta la década
de 1950, envueltos en atuendos de m oda que revelaban y velaban las partes
sexuales, desde los años sesenta en adelante, la desnudez y la sexualidad se
volvieron elementos comunes de la cinematografía y, poco más tarde, de
la televisión. La exhibición de cuerpos en atuendos reveladores ha sido
desproporcionadamente m ayor y más constante en el caso de las mujeres
que en el de los hombres. “ En 1999, más de dos tercios de los programas
televisivos nocturnos incluyeron contenidos sexuales, un guarismo que
representó un aumento del 12% respecto del año anterior. Si hubo un rasgo
definitorio del sexo en la década de 1990, fue la ubicuidad”.41
Podemos decir, entonces, que el consumo del cuerpo atractivo y sexual
se expandió en una m edida considerable a lo largo del siglo X X, lo cual
37 C atherine H akim , “ E rotic C a p ita l”, en European Sociological R e view , vol. 26, N ° 5,
2010, pp. 499-518.
38 M ich ael H ard t y A n ton io N eg ri, M u ltitud . G uerra y dem ocracia en la era del
im perio, B arcelona, D ebate, 2004; R osalin d G ilí y A n d y P ratt, “ In the Social
Factory? Im m aterial Labo ur, P recariou sn ess an d C u ltu ral W ork ”, en Theory,
C ulture & Society, v ol. 25, N ° 7-8, pp. 1-30.
39 A sh ley M ears, P ricin g B e a u ty , op. cit., p. 75.
40 A liso n H earn, “ S tru ctu rin g Feeling” op. cit., p. 427.
41 L a u ra M arsh , “ B ein g C h a rlie”, en N e w York R e vie w o fB o o k s, 5 de abril de 2018,
disp on ible en lín ea: < h ttps://w w w .n ybooks.com /articles/ 2018/04/05/naughty-
m neties-bein g-charlie/> [consultad o el 26 de m ayo de 2020].
EL C A P I T A L I S M O ESCÓPICO Y EL A S C E N S O DE LA I N C E R T I D U M B R E . . . | I5 5
42 V ayan u nos pocos ejem p lo s dem ostrativo s. L a situ ación de las em presas
m ediáticas a fin es de 2017 es la siguiente: lo s do s d irectores ejecutivos, el
d irector gen eral y el presidente de la em presa m u ltin acion al estad ou niden se de
m ed ios m asivo s 2 ist C e n tu ry F o x so n tod os v aron es; el presidente del estudio
cinem ato gráfico, em presa p ro d u c to ra y d istrib u id o ra c in em ato gráfica
estad ou niden se C o lu m b ia Pictu res In du stries In c. (que h o y es p ro p ied ad de la
em presa Son y) tam b ién es u n ho m bre; el presidente y d irector gen eral de la
em presa m e diática estad ou niden se M e tro -G o ld w y n -M ay er S tu dios In c., del
estud io cinem ato gráfico estad ou niden se P aram o u n t P ictu res C o rp o ra tio n y del
con glom e ra d o m u ltin acion al estad ou niden se de en tretenim ien to y m edios
m asivo s T im e W arner In c. tam b ién so n tod os v aro n es. E l v ice p resid en te y el
director gen eral del con glom e ra d o m ediático m u ltin ac io n al estad ou niden se
N B C U n iversal tam b ién son ho m bres. La situ ación de la in d u stria de la m o d a a
fin es de 2 0 17 es la siguiente: el director gen eral y el d irector gerente del
con glom erad o m u ltin acion al eu rop eo de bienes su n tu arios L V M H so n varon es;
el presidente y director gen eral del g ru p o in te rn acion al de p rim e ra s m arcas
K erin g tam b ién es u n ho m bre; el presidente del c on glom erad o de b ienes
su n tu arios C o m p a gn ie Financiére R ic h e m o n t S. A . tam b ién es u n h o m b re; el
director gen eral de la em presa P uig, qu e o p era en lo s sectores de la m o d a y el
p erfu m e , tam b ién es v aró n ; el presidente y el d irector gen eral de la em presa
m a triz de m arcas m u ltin acion ales de la m o d a O T B tam b ién so n h o m bres.
A sim ism o , Jessica A ss a f señaló en 2015 qu e lo s directores g en erales de L’ O real,
R evlon , Estée Lauder, O P I N ail P olish y M A C C osm etics so n tod os ho m bres. La
m ism a tend encia caracterizó a la in d u stria de la p ub licidad . En u n artícu lo de
The G u ardian sobre su investigación acerca de este tem a, A li H a n a n señala lo
siguiente: “ E n 2008, solo el 3,6 % de lo s d irectores creativos del m u n d o eran
m u jeres. D esde entonces, este g u a rism o se h a trip lic a d o al 11% ; en Lo n d re s, de
acu erdo con lo s resultados de m i investigación , el n ú m e ro asciend e al 14 % , u na
pro p o rc ió n qu e aún resu lta escan dalosam en te b aja. N o es de so rp ren derse,
entonces, que, de acu erdo con las investigacion es sobre el tem a, el 9 1% de las
m u jeres c on su m id oras n o se sientan com p ren d id as p o r lo s p u b licistas. Siete de
cad a diez m u jeres redo blan la apuesta, d icien do qu e se sien ten “ alien adas” p o r
la p u b licid ad . Lo s ho m bres d o m in a n en p ro p o rc io n es a b ru m a d o ra s los
departam entos creativos, así com o su p ro d u cció n [ .. .] . L o sé de p rim e ra m ano ,
debido a m i trab ajo co m o d irectora creativa de la ind u stria a lo la rg o de quince
añ os. D u ra n te ese p erío d o , la rep resen tación fem e n in a en lo s departam entos
creativos casi n o se h a m o d ificad o: p u e d o con tar con lo s dedos de las m an o s a
las directoras creativas ejecutivas qu e con ozco”.
A v i D an se refiere en el m ism o ton o a las em presas pub licitarias neoyorquin as
de la A venid a M a d ison , en u n artículo p ub licad o en Forbes en 2016, d o nd e señala
que “ no h ay siqu iera u n a sola m u jer directora general en n in gu n o de los seis
1 5 6 | EL F IN DEL A M O R
Aunque las mujeres com pran la m itad de las entradas, solo el 4% de las
cien películas que obtuvieron el mayor éxito de taquilla durante la última
década fueron dirigidas por mujeres. Las mujeres representan el 11% de
los guionistas, el 3% de los cineastas, el 19% de los productores y el 14%
de los editores.43
Holdings, esos con glom erados de an u ncios qu e con trolan el 75% del gasto en
pub licidad . Y h a y solo u n a m u jer -T a m a ra In gram , de JW T - al m an d o de una
de las 15 redes globales”. V éan se Jessica A ssaf, “W h y D o M en R u n the B eau ty
In du stry?”, en B eau ty L ies Truth, 9 de feb rero de 2 015, disp on ible en línea:
< http ://w w w .beau tyliestru th.com /b log/2oi5/2/w hy-do-m en-ru n -the-b eau ty-
in d u stry > [consultado el 12 de diciem b re de 2 017]; A li H an an , “ Five Facts that
S how H o w the A d v ertisin g In d u stry Fails W om en”, en The G u ardian , 3 de febrero
de 2 016, dispon ible en lín ea: < h ttps://w w w .th eguard ian.com /w om en-in-
lead ership /20i6 /feb /o3/how -ad vertisin g-ind ustry-fails-w om en > [consultado el
26 de m ayo de 2020]; A vi D an , “ W h y A ren ’t W om en Startin g T h eir O w n A d
A gencies?”, en Forbes, 1° de ju n io de 2 016, disp on ible en línea: < https://www.
forbes.com /sites/avidan/ 2016/ 06/ 01/w h y-arent-w om en-starting-their-ow n -ad -
agencies/# 883f 766l b 985> [consultado el 26 de m ayo de 2020].
43 M aureen D ow d, “ B rin gin g D o w n O u r M o nsters”, en N ew York Times, 16 de
diciem b re de 2017, disp on ible en lín ea: < https://w w w .n ytim es.com / 2017/ 12/ 16/
o p inion /su nd ay/sexu al-h arassm en t-salm a-hayek .htm l> [consultado el 26 de
m ayo de 2020].
44 E n lo qu e con ciern e a la p ro d u cción , tanto el d irector gen eral com o lo s jefes
o p erativos de M in d G ee k - l a em presa p ro pietaria y op erad o ra de m u chos de los
sitios p o rn o g ráfico s m ás c on ocid os de in te rn et- so n v aron es. E n el p rin cip al
sitio p o rn og ráfico de intern et, P o rnh u b (p rop iedad de M in d G ee k ), el
v icepresidente de operacion es, el vicepresid en te de p ro du cto, el desarrollador
líd er y el c oordin ado r de com u n id ades son hom bres.
45 H eather A . R up p y K im W allen, “ S ex D ifferences in R espon se to V isu al Sexual
Stim u li: A R eview ”, en A rchives o f Sexu al B eh avio r, vol. 37, N ° 2, 2008, pp. 206-218,
cita en p. 206.
EL C A P I T A L I S M O ESCÓPICO Y EL A S C E N S O DE LA I N C E R T I D U M B R E . I 157
La industria del porno no hace sino am plificar algo que ya está presente
en otros campos, de m anera tanto indirecta como directa: el cuerpo sexual
de las mujeres como mercancía visual para el consumo de la m irada m as
culina (muchos actos sexuales consisten en violentar eróticam ente a las
mujeres).
Una vez que el cuerpo pasa a ser una unidad disponible para el consumo
visual, tam bién puede abrir las puertas a una tercera form a de ganancia
económica, generada por la valuación del cuerpo sexual en función con su
desempeño y su competencia. Esta competencia - “cómo llegar al orgasmo”,
“cómo encontrar las zonas erógenas secretas de las mujeres”, “ cómo hacer
una fellatio” - es una mercancía prom ovida y vendida en el marco de diver
sos segmentos económicos: la literatura de autoayuda, la consejería tera
péutica, la farmacología,46la industria de los juguetes sexuales, la prostitución
y los servicios de acompañantes (donde participan cada vez más mujeres
provenientes de distintas clases sociales). Todos estos factores combinados
redundan en la circulación de cientos de miles de millones de dólares.47
Una cuarta form a de valuar el cuerpo por vía de su sexualización gira
en torno a la econom ía de la reputación, creada tanto por las plataformas
52 Texto o riginal [en inglés] disp on ible en línea: < http ://w w w .sugardaddysite.org/>
[consultado el 12 de diciem b re de 2017].
53 H ay sitios de internet que organizan subastas de sugar babies, d o n d e los sugar
daddies p ueden com p etir p o r los cuerp os m ás atractivos. P or ejem p lo, u na
p ág in a w eb dedicada a la caracterización de lo s sitios “ sugar d a d d y” describe así a
W hatsYourPrice.com : “ En W h atsYourPrice.com , ho m bres g en erosos y exitosos
p u jan para salir con m u jeres atractivas [ ...] . E l p roceso es sim ple. U n a m u jer
decide su p recio y abre u na subasta en el sitio. [ ... ] Solo el ofertante g an ador
debe p agar la su m a ofrecida”, disp on ible en línea: < http://w w w .sugardaddysite.
org/w h ats-you r-p rice.htm l> [consultado el 26 de m ayo de 2020].
ÍÓ O | EL F IN DEL A M O R
E v a l u a c ió n
54 A n n Ferguson, R osem ary H enn essy y M echth ild N agel, “ Fem in ist Perspectives
o n Class an d W ork”, en Stanford E ncyclopedia o f P hilosophy, 2004, disp on ible en
lín ea: < h ttp s://stan ford .library.syd ney.edu .au/entries/fem inism -class/>
[consultado el 2 de ju n io de 2020]; C atherine H o skyn s y S h irin M . R aí,
“ R ecastin g the G lobal Political E co n om y: C o u n tin g W om en’s U n p aid W ork”,
en N ew P olitical E conom y, vol. 12, N ° 3,2007, pp. 297-317; A n n S h ola O rloff,
“ G en der an d the Social R ights o f C itizen sh ip: T h e C om parative A n alysis o f
G en der R elations an d W elfare States”, op. cit.; C arole P atem an, E l contrato sexual,
B arcelona, A n throp os, 1995 [1988]; M a rilyn W arin g y G lo ria Stein em , I f Women
Counted. A N e w Fem inist Econom ics, San Fran cisco, H a rp er & R ow , 1988; Lise
Vogel, M arxism an d the Oppression o f Women. Tow ard a U nitary Theory,
Leiden , B rill, 2013.
55 C arole Patem an, ibid.
56 V éan se A xel H o n n eth , “ In visib ility: O n the E p iste m o lo g y o f ‘ R eco g n itio n ”, en
Supplem ents o f the A ristotelian Society, vol. 75, N ° 1, 2001, pp. 111- 12 6 ; A xel
H o n n eth , Unsichtbarkeit. Stationen einer T heorie der In tersubjektivitát,
1 Ó 2 | EL F IN DEL AMOR
Fran k fu rt, S uh rk am p , 2003. V éase tam b ién Jam es Jardin e, “ Stein an d H o nn eth
on Em p ath y an d E m o tio n al R eco g n itio n ”, en H u m an Studies, v ol. 38, N ° 4, 2015,
pp. 567-589-
57 Lu c B oltan sk i y Lauren t Théveno t, “ F in d in g O n e’s W ay in S ocial Space: A Study
B ased on G am es”, en Social S cience Inform ation, vol. 22, N ° 4-5,19 8 3, pp. 631-680;
Luc B oltan sk i y Lauren t T h éven o t, “ T h e R eality o f M o ra l Exp ectatio ns: A
S o c io lo gy o f Situated Ju dg em ent”, en P hilosophical E xplorations, vol. 3, N ° 3,
2 000, pp. 208-231; A n n ic k B o u rg u ig n o n y Eve C hiapello, “ T h e R ole o f C riticism
in the D yn am ics o f P erfo rm ance Evaluation System s”, en C ritical Perspectives on
Accounting, vol. 16, N ° 6, 2005, pp. 665-700; P eter D ah ler-Larsen , The E valuation
Society, S tan ford, Stan ford U n iversity P ress, 2 0 11; M ich éle L am on t, “ Tow ard a
C om parative So c io lo gy o f V aluatio n an d E valuation ”, en A n n u a l R evie w o f
Sociology, N ° 3 8 ,2 0 12 ; Peter W agner, “A fter Ju stificatio n ; R epertoires o f
Evaluation an d the S o c io lo g y o f M o d ern ity ”, en European Jo u rn a l o f Social
T heory, vol. 2, N ° 3 ,19 9 9 , pp. 341-357-
EL C A P I T A L I S M O ESCÓPICO Y EL A S C E N S O DE LA I N C E R T I D U M B R E . . . | 163
60 Jessica R in grose, La u ra H arvey, R osa lin d G ilí y S on ia Livin gston e, “ Teen G irls,
Sexual D ou ble Standards and S extin g”, op. cit.
1 6 6 1 EL F IN D EL A M O R
Evaluación de consumo
Las transacciones sexuales y rom ánticas no solo presuponen actos previos
de consum o y se sitúan en escenarios de consum o, sino que adem ás
entrañan a dos personas que se evalúan m utuamente com o consum ido
res. Uno de los cam bios sociológicos más profundos y significativos que
experim entó la form ación de sentim ientos y vínculos rom ánticos en el
siglo X X fue la inextricable dependencia que adquirieron las interaccio
nes rom ánticas con respecto a los gustos de consumo. A principios del
siglo X X, el m atrim onio tradicional de com pañerism o fue remplazado
por una concepción del m atrim onio com o plataform a para com partir el
esparcimiento consumista.64 El propio m ecanismo de las citas fue absor
64 B eth L. Bailey, From Fro n tP o rch to B ack Seat: Courtship in T w entieth-C entury
A m erica, B altim ore, Joh ns H o pk ins U n iversity P ress, 1989; Eva Illou z, E l
consum o de la utopía rom ántica. E l am o r y las contradicciones culturales del
capitalism o, B uenos A ires/M adrid, Katz, 2009; Steven M in tz y S usan K ellogg,
D om estic Revolutions. A Social H istory o f A m erican F a m ily Life, N u e va York,
S im ón and Schuster, 1989.
1 7 0 | EL F IN DEL AMOR
bido por la esfera del consumo, con los restaurantes, los bares, los cines,
los locales turísticos y las discotecas com o principales escenarios para el
encuentro y la interacción.65 Un colum nista del N ew Yorker, que ironiza
sobre la situación contemporánea de las citas y el amor, ilustra m uy bien
esta conexión entre los encuentros rom ánticos, la esfera del ocio y los
gustos de consumo:
65 Bailey, “ F ro m Fron t P orch to B ack Seat”, op. cit.; Joh n D ’E m ilio y Estelle B.
Freed m an, In tim ate M atters. A H istory o f S exu ality in Am erica, Chicago,
U n iversity o f C hicago Press, 1988; Paula S. Fass, The D a m n ed a n d the B eautiful.
A m erican Youth in the 19 2 0 ’s, N u e va York, O xford U n iversity P ress, 1979; Eva
Illou z, E l consum o de la utopía rom ántica, op. cit.
66 Jason H ayes, “ T h e S ix Pizzas o f Yo ur Failed R elationship ”, en The N e w Yorker,
7 de m arzo de 2017, d isp on ible en lín ea: < https://w w w .new yorker.com /hum or/
d a ily-sh ou ts/th e-six-p izzas-of-yo ur-failed -relation sh ip > [consultado el 26 de
m ayo de 2020]; (el énfasis es m ío ).
EL C A P I T A L I S M O ESCÓPICO Y EL A S C E N S O DE LA I N C E R T I D U M B R E . . . | YJ1
67 B ro oke Lea Foster, “ W hen You K n o w It’s Love: A V isio n O u t o f Y o u r D ream s”,
en The N ew York Times, 9 de m ayo de 2017, dispon ible en linea: < https://www.
n ytim es.com / 2017/05/09/fashion/w eddings/w hen-you-know -its-love-paul-rust~
lesley-arfin-dream s.htm l> [consultado el 26 de m ayo de 2020]; (el énfasis es m ío).
172 | EL F IN DEL AMOR
D e v a l u a c ió n s e x u a l
72 Ibid., p. 11.
174 I EL F I N DE L AMO R
Esta definición pasa por alto el hecho de que la cosificación confiere una
sensación de placer, em poderamiento y subjetividad porque perm ite a las
mujeres generar valor económico y simbólico a partir de su cuerpo. Cuando
se la usa sin tom ar en cuenta el basamento económ ico de la sexualización,
la noción de autocosificación no hace sino reducir a un m ero problem a
de falsa conciencia la participación voluntaria de las m ujeres en su propia
cosificación, om itiendo dar cuenta de los m ecanismos de valuación (sim
bólica y económica) inherentes a ella. Además, no establece una diferencia
adecuada entre los diversos procesos subyacentes a la devaluación de las
mujeres por parte de los hombres: algunos, voluntarios, relacionados con
la construcción del estatus m asculino mediante la denigración de las m u
jeres; otros, involuntarios, derivados de la dificultad cognitiva para atribuir
valor en presencia de grandes mercados sexuales. N ingún elemento intrín
seco de la sexualidad, o siquiera de la sexualización, es degradante por sí
mismo. Es m ás bien el hecho de que la sexualidad está situada en un m er
cado controlado por hom bres lo que hace de la sexualización una expe
riencia de dom inación para una parte y de hum illación para la otra. Si
critico la mercantilización de la sexualidad y la pornificacion de la cultura,75
a pesar de la sensación de empoderamiento y placer que ofrecen, es porque
ambas constituyen m ecanismos para controlar a las mujeres por m edio de
la m ano aparentemente invisible de los hombres y del m ercado (sexual).
El control m asculino de los mercados sexuales es ostensible (y velado)
en más de un aspecto. En prim er lugar, como hemos visto m ás arriba, los
hombres controlan la m ayor parte de las industrias visuales-sexuales y, por
ende, controlan la definición de lo que im porta en una mujer. Controlar
la m irada tiene enorm es consecuencias económ icas e ideológicas, espe
cialmente respecto de lo que los hombres valoran de las mujeres y lo que
las mujeres valoran de sí mismas. Para dar un ejemplo: de acuerdo con un
estudio citado por Sendhil Mullainathan, un economista de H arvard, “ los
hombres suelen ser reacios a salir con una m ujer más inteligente o am bi
ciosa que ellos”.76 Cabe agregar que esos m ism os hombres difícilmente se
resistan a una cita con una m ujer sexualm ente más atractiva que ellos. Esto
82 B arbara L- Fred rickson y Tom i-A n n R oberts, “ O bjectification T h eory: Tow ard
U n derstan din g W om en’s L ived E xperiences an d M ental H ealth R isks”, en
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O bjectification o f W om en: A dvan ces to T h e o ry and R esearch”, en The C ounseling
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M ichael D. D od d, “ M y Eyes are U p Here: T h e N ature o f the O bjectifyin g Gaze
T ow ard W om en”, en Sex Roles, vol. 69, N ° 11- 12 ,2 0 13 , pp. 557-570.
83 V éase u n análisis de la distin ció n m arxista entre la p ro d u cción y la realización
del v alo r en D av id H arvey, E l enigm a del capital y las crisis del capitalism o,
M a d rid , A kal, 2012.
CONCLUSIÓN. (Fragmento)
La crítica que desarrollo en el presente libro toma distancia de esas concepciones, para
sumarse a la crítica sociológica planteada por Freud en El malestar en la cultura(17). En este
famoso libro, Freud argumenta que el individuo debió pagar un precio m uy caro por acceder
a la civilización, en la medida en que esta demanda la represión de sus instintos libidinales y
otorga a la culpa un lugar demasiado central en la economía psíquica del sujeto moderno.
El malestar en la cultura sugiere, entonces, que la modernidad se caracterizó por una falta de
adecuación entre la estructura psíquica del individuo y las demandas de la sociedad. He ahí
por qué el tipo de crítica que nos ofrece Freud es tan interesante: lejos de apuntalarse en una
visión clara y normativa, inquiere sobre la adecuación entre las estructuras sociales y las
psíquicas. En una vena similar, he argumentado que el capitalismo escópico les cobra un
precio demasiado alto a los sujetos sexuales y románticos, y que está reñido con las metas y
los ideales de los actores contemporáneos.
Es extremadamente caro, porque la vida interior es demasiado compleja para que el individuo
la administre por su cuenta, en su mayor parte mediante la supervisión de sí mismo y
mediante deseos generados por el yo. Es demasiado exigente, porque los mercados sexuales
son competitivos y crean exclusiones inevitables, así como experiencias sociales de
humillación sexual.
Howe se refería a las sociedades totalitarias, pero pasó por alto las maneras subrepticias en
que nuestra propia sociedad - su economía y su política- también ha penetrado totalmente a
la familia, la sexualidad y el amor, que ya no pueden funcionar como “ último refugio de los
valores”. La sexuali dad y el amor son ahora el terreno por excelencia para reproducir el
capi- talismo de consumo, así como para perfeccionar las destrezas de autono- mía e
independencia que se demandan y se practican en todas partes. En su libro L’homme sans
gravité, de 2005, el psicoanalista francés Charles Melman sostiene que las sociedades
contemporáneas han pasado del deseo al goce: mientras que el deseo se regula mediante la
escasez y la prohibición, el goce gira en torno a una necesidad irrestricta de encontrar
satisfacción inmediata en objetos que existen en abundancia. El goce es, entonces, el modo
real del deseo en una sociedad de consumidores, donde los objetos, los afectos y la
satisfacción sexual desplazan el centro moral del yo. Pero el goce no es la vía adecuada para
encontrar o constituir objetos de interacciones, amor y solidaridad.
En este libro no abogo por un retorno a los valores familiares, a la co-munidad o a una
reducción de la libertad. Sin embargo, tomo en serio las críticas feministas y religiosas de la
libertad sexual, y sostengo que la libertad ha permitido que el poder tentacular del capitalismo
escópico domine nuestro campo de acción e imaginación, con la asistencia de las industrias
psicológicas, que ayudan a gestionar las múltiples grietas emocionales y psíquicas creadas
por aquel. Si la libertad ha de significar algo, no cabe duda de que debe ser consciente de las
fuerzas invisibles que nos unen y nos ciegan.
18 Irvin g H owe, citado por Ju dith Shulevitz en “ Kate M illett: ‘Sexual Politics’ &
Fam ily Valúes”, en The N ew York R eview ofBooks, 29 de septiem bre de 2017,
disponible en línea: < https://www.nyb00ks.c0m /daily/2017/09/29/kate-m illett- sexu
al-politics-and-fam ily-values/> [consultado el 6 de ju nio de 2020].
Issn: 1515-6443
María Carman2
Introducción
El debate entre las fronteras entre lo animal y lo humano está a la orden del día en una serie
de conflictos contemporáneos. En este trabajo me detendré en un objeto en apariencia menor:
el caso de grupos en contra de la tracción a sangre en el Área Metropolitana de Buenos Aires,
que pugnan por que las bestias de seres humanos dejen de maltratar a los pobres animales; y expresan
la dicotomía de que los caballos sienten y, en cambio, los cartoneros no tienen sentimientos, ni
educación, ni nada.
Mi anhelo consiste en utilizar parte del rico arsenal de herramientas provisto por la
Antropología de la Naturaleza para el estudio de un área en apariencia alejada o incompatible
1 Quiero agradecer a Eduardo Gudynas, Estela Grassi, Andrea Mastrangelo, Ana Domínguez Mon, Belén Demoy,
Mercedes Pico, Ana Fabaron, Analía Minteguiaga, María Hilda Sáenz y Susana Ramírez Hita por sus comentarios
o ayuda bibliográfica para la redacción de este trabajo.
2 Universidad de Buenos Aires y CONICET mariacarman1971@gmail.com
http://www.revista-theomai.unq.edu.ar/numero32
Theomai 32
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con esta disciplina: nuestras ciudades contemporáneas. En sintonía con trabajos previos
(Carman 2011), mi supuesto es que existe una afinidad entre ciertos argumentos que defienden
la atribución de derechos a los animales, y los argumentos de quienes niegan el universo
cultural de los sectores más relegados de la sociedad.
Desde mi punto de vista, la visión humanizada de los animales corre el riesgo de
corresponderse con una visión biologizante de los humanos que no estarían dotados de esos
mismos atributos, allanando nuevas vías de estigmatización hacia los sectores relegados. La
política de visibilidad de los derechos animales no está exenta de funcionar como la contracara
de una política de invisibilidad3 de los derechos de los humanos más vulnerables. Mi reparo
no apunta a la proclamación de estos nuevos derechos per se, sino a sus posibles derivaciones,
usos o articulaciones respecto del abordaje dominante de conflictos que involucran a sectores
populares.
Como bien señala Descola (2005: 110-111), los criterios de repartición ontológica
fuertemente jerarquizados y territorialmente distribuidos del pasado presentan ahora
novedosas combinaciones que nos hablan de mentalidades compartidas por distintos grupos
humanos. Antes de adentrarnos en el funcionamiento de esta hibridación en nuestro caso bajo
estudio, he de revisar críticamente las transiciones de un paradigma antropocéntrico a uno
biocéntrico en figuras legales latinoamericanas.
Uno de los interrogantes abiertos es si estas novedosas reivindicaciones desafían o no
la operación de purificación propia de la modernidad mediante la cual los humanos llegaron
a ser “exteriores y superiores a la naturaleza” (Descola 2012: 114). Finalmente intentaré
demostrar que las nuevas éticas ambientales bajo análisis, según quienes las sustenten, pueden
resultar autoritarias respecto de prácticas culturales y económicas de sectores populares, o
bien de pueblos no occidentales.
El naturalismo dominante
3El término fue acuñado por Richard Falk (en Santos 1998: 354). Existe al respecto un conocido antecedente: la
primera legislación ecológica en el sentido moderno –una ley de protección de animales– fue sancionada en 1933
en Alemania, durante el régimen nazi (Zaffaroni 2012: 93-96). Mientras que la experimentación sobre los animales
estaba prohibida, los hombres servían como cobayos: “se infligía sobre el hombre aquello que estaba prohibido,
por respeto, en el animal” (Marguénaud en Juan 2001a: 106. La traducción es mía).
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posibles combinaciones entre ambas que un grupo humano establece tanto entre sí como con
los no humanos, el autor distingue cuatro tipos de ontologías: el totemismo, el animismo, el
analogismo y el naturalismo. Estas cuatro grandes distinciones agotan las combinaciones
posibles: frente a un humano o no humano, puedo suponer que tanto su materialidad e
interioridad son análogas a las mías (totemismo); que son distintas ambas (analogismo); que
compartimos una interioridad y diferimos en la materialidad (animismo) o bien a la inversa
(naturalismo). Nos ocuparemos por el momento de esta última fórmula, que se corresponde
con nuestra forma de objetivar la realidad.
Para la cosmovisión naturalista, la naturaleza existe como un dominio autónomo y los
humanos formamos parte de colectividades diferenciadas que excluyen al conjunto de los no
humanos. Si bien existe una continuidad material entre animales y humanos, al mismo tiempo
se proclama la discontinuidad de sus interioridades:
Los actores sociales involucrados en el giro animal del pensamiento esgrimen, por el contrario,
que no existe tal tajante cesura entre la interioridad del hombre y el animal, ya que este último
es apreciado cada vez más como un ser con personalidad y sentimientos. La continuidad
material que existe entre nosotros y los animales se proyecta, bajo esta perspectiva, en una
espiritualidad afín que se expresa en las cualidades de piedad, compasión e inteligencia de
algunos animales sensibles.
Apoyada en muy diversas fuentes –la etología; la sociobiología; la neurología; los
escritos de Bentham, Derrida, Singer o Rawls; la evidencia de los avances tecnológicos o la
literatura del embodiment–, un ecléctico conjunto de filósofos, ecologistas, juristas e
intelectuales reivindican políticas de la animalidad que signifiquen “una apertura ética de la
dignidad” (Penchaszadeh 2011: 132) hacia estos “agentes” que son un fin en sí mismo y que
“buscan una existencia floreciente” (Nussbaum 2007: 333). Luego de proclamar una suerte de
relativismo cultural naïf de las especies, Nussbaum no duda en afirmar la equivalencia moral
entre animales humanos y animales sensibles:
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Nussbaum 2007: 347 y 357.
Si la postura clásica del humanismo kantiano no asume un deber específico hacia los
animales4, los animalistas afirman en cambio que la capacidad de razón y de reciprocidad
moral no deben ser las únicas fuentes de dignidad de los seres vivientes. El fin de la justicia,
agrega esta filósofa norteamericana, ha de ser garantizar una vida digna a muchas clases de
seres. Que los animales sensibles no encuentren obstáculos –por decirlo en un lenguaje
spinoziano– a perseverar en su ser.
No hay en estas formulaciones, a mi criterio, ni gran novedad ni ruptura sustantiva con
el statu quo; veamos por qué.
El pensamiento occidental reactualiza lo que muchas sociedades no occidentales no
han dejado de experimentar en su vida ordinaria desde muchísimo tiempo atrás: la atribución
de humanidad a los animales, la facultad de razonamiento analógico5 y la vivencia de una
profunda interconexión entre los seres. Señalemos un solo ejemplo: los animalistas desafían la
disociación moral entre humanos y animales que funda el naturalismo occidental, y postulan
una dignidad común que trasciende la frontera entre especies. Aunque en un sentido más bien
restringido –pues su extensión moral abarca solo a los animales sintientes y no así a las plantas
o el resto de la naturaleza–, los animalistas reivindican una humanidad compartida, entendida
aquí no como especie (humankind) sino como idea moral (humanity). Esta relevante distinción
es tributaria de diversas etnografías amazónicas (Descola 1998 y Viveiros de Castro 2002): para
los amerindios, la condición de humanidad (humanity) es un referencial común, una forma
originaria de todos los seres de la naturaleza.
¿Y por qué no habría ruptura con el statu quo? El giro animal del pensamiento no
propone un horizonte político claro: si bien sus defensores alegan que no se trata de la
aceptación de una perspectiva biológica de la cultura, o de una renovada piedad hacia las
bestias (Galiazo 2011), ambas cosas no cesan de comparecer en sus escritos. Tampoco se
tematiza qué ha de suceder cuando algún derecho animal entre en conflicto con las
posibilidades de supervivencia de un grupo humano específico. El interés por conferir nuevos
derechos a distintas clases de animales (ya sean de compañía, de corral o mamíferos
superiores) suele ser autonomizado de las luchas por lograr una mejor distribución de la
riqueza; en un mundo en el que la brecha entre ricos y pobres no ha hecho sino aumentar a
niveles que décadas atrás resultaban inimaginables.
El desvelo especulativo por “el mundo que deberíamos tener” desanclado de los
problemas reales de poblaciones específicas es una de mis principales objeciones, pues, a las
formulaciones filosóficas del giro animal.
4 Un repaso por las posturas con mayor o menor predicamento respecto de los animales en la tradición
judeocristiana y la filosofía moderna occidental puede consultarse en Nussbaum 2007: 321-361.
5 Véase al respecto Willis (1994), Lévi-Strauss (1975: 25-33 y 60) y Ellen (1996: 114).
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ambiental; y este último se suma a la nómina de los derechos económicos, sociales y culturales
que han de ser garantizados para toda la población.
En el campo del derecho europeo, la corriente animalista confiere a los animales “un
lugar intermedio entre el humano y las cosas, como entes capaces de sentir y de sufrir”
(Zaffaroni 2012: 57). Estas capacidades son tuteladas en leyes especiales de los códigos civiles
de Suiza, Alemania, Gran Bretaña y Austria.
En América Latina, el llamado giro biocéntrico supone un avance jurídico distinto: no se
limita a la inclusión del ambiente en los derechos de tercera generación. La Constitución de
Ecuador (2008) asume a la Pachamama como sujeto de derechos, lo cual no solo implica que
cualquier individuo puede ejercer acciones en su defensa, sino que esta tiene valores
intrínsecos, independiente de los intereses de los humanos (Gudynas 2015: 41).
Como sustento filosófico, tanto la Constitución de Ecuador como la de Bolivia (2009)
retoman las nociones indígenas del Buen Vivir, que designan la vida armoniosa entre los
humanos y la naturaleza. La idea del Buen Vivir es nombrada como sumak kawsay en kichwa,
mientras que en Bolivia se la invoca como Vivir Bien: suma qamaña en aymara, ñandareko en
guaraní y sumak kawsay en quechua6. Estas nociones postulan, según Bailone (2012: 153-57),
una “interculturalidad crítica” al compartir no solo “cosmogonías resistentes comunes” sino
también “el discurso ecologista de preservación de la biodiversidad latinoamericana”. Amén
de este alto valor simbólico, la incorporación del Buen Vivir también se explica por motivos
más prosaicos: nuestra creciente conciencia, que nos llega por múltiples vías de conocimiento,
del deterioro de la naturaleza7. Latour agregaría, con un optimismo que quizás sea necesario
matizar, que en estos tiempos Occidente se ha vuelto más prudente, y procura dialogar no solo
con otros pueblos que han estado largo tiempo dominados sino también “con la naturaleza8”.
Por un lado, el buen vivir es un bienvenido gesto de restauración simbólica de pueblos
que han sufrido una persistente colonización. La consagración de los derechos de la
Pachamama en una carta magna busca distanciarse de la retórica de dominio sobre la
naturaleza característica del paradigma moderno occidental.
Por otra parte, la tendencia contemporánea a representar la naturaleza en términos de
sistemas intencionales se ve representada aquí fielmente: cuanto más personales se vuelven
nuestras relaciones con nuestra Madre Tierra o la Pachamama, mayor será la asunción del
valor moral de tales entidades y la interpelación a las posibles consecuencias del accionar
humano (Milton 2002: 27-31).
La vastedad del tema merecería un trabajo aparte: las diferentes acepciones del Buen
Vivir9; las alianzas entre ONGs locales e internacionales en la promoción de estos nuevos
derechos; las contradicciones entre el “espíritu del buen vivir” y las metas extractivistas de
Bolivia y Ecuador10. Tampoco he de analizar aquí las posibles implicancias sociopolíticas de
estas innovaciones jurídicas en el contexto singular de los Estados plurinacionales. Juristas,
académicos y líderes políticos de la izquierda latinoamericana comparten la esperanza de que
6 Véase Gudynas et al. 2011: 103.
7 Como señala Milton (2002: 51-3), resulta irónico que sea precisamente la ciencia –que busca comprender la
naturaleza como un sistema impersonal– la que en su mayor parte haya creado esa conciencia.
8 Chaplier 2005: 46. Véase también Latour 2004 y Latour et al. 1991.
9 Estoy presentando aquí un recorte intencionado de esta noción, en función del posterior análisis del caso empírico.
Se trata de un concepto ecléctico que es usado por diversos actores para fines antagónicos. Este antagonismo resulta
evidente en la caracterización que realizan Le Quang y Vercoutère (2013) sobre las principales corrientes que
defienden el Buen Vivir: la culturalista, la ecologista y la ecomarxista. En particular, estoy obviando la crítica al
capitalismo y el desarrollo presentes en muchas apropiaciones del término.
10 Cfr. Gudynas 2009; Gudynas et al. 2011; Tortosa 2009; Escobar 2011.
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esta proclamación del Buen Vivir fortalezca una “descolonización del pensamiento”, o bien un
“proyecto liberador y tolerante” (Acosta 2010: 3 y 19).
Una de las precauciones que es necesario tomar a la hora de reflexionar sobre este
posible diálogo entre culturas refiere al imperialismo cultural y el epistemicidio que son, como
señala Santos (1998: 364), parte del derrotero de la modernidad occidental.
Si el sumak kawsay o el suma qamaña van revistiéndose de nuevos significados en el
trayecto que aún recorren desde comunidades andinas hasta la carta magna de un Estado, no
está de más recordar algunas lecciones que nos provee la antropología. En primer lugar, es
importante tener en cuenta que los términos jamás poseen una significación intrínseca:
Las categorías en cuestión son, pues, inseparables de los modos en que las personas se
perciben a sí mismas y a los otros en un determinado entorno.
En segundo lugar, recordemos que el Buen Vivir es concebido como un concepto en
construcción, abierto a lo impredecible. Me pregunto si de todos modos no hay algo
intraducible –y por tanto inasimilable– en su significado.
Retomo aquí una perturbadora idea de José Jorge de Carvalho (en García Canclini 2004:
55): pese al valor de algunos procesos de hibridación, las culturas tienen estructuras
inconmensurables, no reducibles a configuraciones interculturales. Este sutil asunto también
fue abordado por Cowan (2010) al señalar el importante dominio de lo tácito en una cultura. Se
trata de indagar, en definitiva, si podemos trascender el contexto de nuestras respectivas
lenguas y culturas, o si los significados permanecerán cautivos de determinadas tradiciones e
imágenes del mundo (Habermas 1999: 201).
Esto no significa reivindicar un pretendido purismo de estas comunidades indígenas o
bien, como alguna vez lo hiciera Lévi-Strauss, una saludable dosis de etnocentrismo para
preservar las diferencias entre culturas. Simplemente quiero enfatizar que aún resta por
descubrir si el rasgo básico de esa cosmovisión –una ética compartida entre los seres del
planeta– no ha de quedar subsumido bajo el esquema naturalista occidental que sigue
funcionando como el valor de referencia.
¿Alientan estas reflexiones un escepticismo sin escape, el de estar enfrentándonos a una
retórica vaciada de sus saberes prácticos? Más probable es que nos encontremos frente a la
siguiente paradoja, menos drástica, y largamente probada en la literatura etnográfica: las
construcciones culturales del medio ambiente de comunidades indígenas suelen ser
secundarias respecto de los saberes y las acciones prácticas de esas mismas comunidades
(Ingold 1992 en Hornborg 1996: 72). En palabras de Århem (2001: 230 y 234), las
ecocosmologías indígenas no son construcciones mentales, etéreas, sino que nacen de la
práctica y actúan en tareas cotidianas de subsistencia. En la letra de las cartas magnas se
invierte dicho orden: prima allí una dirección intelectual, un principio orientador de las
políticas; luego será o no una práctica efectiva en la vida de las personas.
Para complejizar aún más las cosas, los préstamos y traducciones de nociones también
recorren el camino inverso: las comunidades indígenas se apropian de las visiones
desarrollistas en sus discursos políticos y de reivindicación de derechos, lo que según un
antropólogo kichwa “parecería que coloca a las sociedades indígenas como colectividades ‘en
vías de desarrrollo’, [y] aniquila lentamente la filosofía propia del alli káusai [buen vivir]”
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(Viteri Gualiga 2002: 4). Los procesos relacionados con los derechos y las culturas resultan,
como ha trabajado magníficamente Cowan (2010), sumamente contradictorios, ya que los
derechos son habilitantes pero también restrictivos; y si bien producen subjetividades y
relaciones sociales, su búsqueda y consecución acarrean consecuencias involuntarias.
Existe otra cuestión ineludible: la idea misma de giro biocéntrico resulta discutible, en
tanto es la comunidad de expertos quien instituye este “progresismo” de la naturaleza. En
efecto, la instauración de los derechos de la Pachamama supone hablar en su nombre.
Nosotros, los “animales humanos”, estamos sancionando la Constitución; y no estamos
exentos de que algunas aplicaciones prácticas de esa ley puedan atentar contra la dignidad de
algunos grupos humanos o reproducir la desigualdad. En nombre de la protección de todos
los seres vivos de un país podrían implementarse restricciones en los usos de los territorios o
prohibirse, por ejemplo, prácticas de caza y pesca que organizan las posibilidades de
supervivencia de sectores subalternos. En nombre del Buen Vivir de una nación pueden
implementarse además políticas extractivistas en territorios indígenas sin el consentimiento
de esas comunidades, violando su derecho de autodeterminación.
El libro de una colega antropóloga que analiza el proyecto de salud intercultural de
Bolivia ofrece un muestrario de esas contradicciones. Si bien la autora admite que el
reconocimiento de la pluralidad cultural por parte del Estado ha sido un gran avance, señala
que sigue habiendo una práctica homogeneizadora en la medición y tratamiento de salud de
los sectores más postergados, aunque “disfrazada en un discurso pluralista” (Ramírez Hita
2011: 144). La autora también cuestiona el andinocentrismo11 de la Nueva Constitución del
Estado, que rescata términos contradictorios y poco representativos de los 36 grupos indígenas
que componen el país. En sintonía con la carta magna, el proyecto de salud intercultural de
Bolivia retoma la noción del Buen Vivir: se revalorizan el saber y la medicina tradicionales,
pero no se colocan médicos ni puestos de salud en ciertas zonas indígenas del país. Algo
similar sucede con el registro de datos epidemiológicos por parte del Ministerio de Salud,
organizado bajo los parámetros de la Organización Mundial de la Salud y “sin ningún aporte
ni adaptación [...] a la realidad del país” (Ibíd., 154). Las políticas internacionales de
cooperación no registran aquellas patologías por las cuales la población se enferma y muere,
sino las problemáticas que fueron definidos a priori como preocupantes para la región
latinoamericana, como la materno-infantil. Los indicadores del Plan de Desarrollo del
Ministerio de Salud continúa rigiéndose exclusivamente por el Índice de Desarrollo Humano
de las Naciones Unidas que, entre otras cosas, registra a las personas que viven con menos de
un dólar diario; un parámetro que no resulta aplicable a grupos cazadores y recolectores. Los
datos así obtenidos, como el lector ya dedujo sin mucho esfuerzo, se alejan “de la realidad de
la vida cotidiana de los sujetos sociales y comunidades involucradas” (Ibíd., 151).
Ingold (1993: 40-42) diría al respecto que este ambientalismo emergente –que
paradójicamente se inspira en una visión subalterna de la naturaleza– desempodera otras
visiones locales. Y no está de más recordar la conclusión a la que arriba Kuper (2001: 11-16) en
su conocido trabajo sobre los usos y abusos del concepto de cultura: un argumento que resulta
benigno en una configuración nacional –la preservación de las diferencias culturales en Estados
Unidos– puede convertirse, bajo el signo de otra, en la justificación de una política de
11El andinocentrismo es concebido como la imposición de una cultura indígena por sobre las demás (Ramírez Hita
2011: 140). Se trata de un argumento que también esgrime, aunque con diferente matiz, el discurso autonomista
cruceño, que acusa al Estado central “andino” de avasallar los intereses y recursos del rico Oriente boliviano
(Frenkel 2011: 212-213).
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segregación racial, como el caso del apartheid. El carácter emancipatorio de un proyecto
progresista, nos advierte Santos (1998: 364), no solo no está garantizado, sino que “puede
convertirse en un nuevo argumento para la política reaccionaria”.
***
Los derechos asignados a los animales o bien a la Pachamama de uno y otro lado del
océano Atlántico no suponen un simple avance legal sino una interpelación de nuestro ethos
occidental. Pese a sus diferencias –una ética extensionista de matriz antropocéntrica versus
una ética biocéntrica–, ambos ambientalismos se erigen como nuevas moralidades con
creciente consenso.
Un abordaje comparativo de los corpus jurídicos que van más allá de los asuntos
humanos excede las posibilidades de este artículo; no obstante, quiero remarcar dos
cuestiones. En primer lugar, las críticas al antropocentrismo tradicional por parte de ciertos
colectivos occidentales –en el caso de los animalistas– o bien la renovada fe en un paradigma
biocéntrico –en el caso de los impulsores del Buen Vivir– nos trae ecos de la célebre
interrogación de Latour: ¿somos en verdad tan modernos como nos pensamos? Con la actual
crisis ecológica, la “civilización” ya no puede pensarse como exterior a la naturaleza y a las
demás culturas. Un colectivo que debe ocuparse del aire, el mar, de las bestias salvajes y
domésticas, no solo no es moderno sino que está sumergido en la común humanidad (Latour
2007).
En segundo lugar, es evidente que no alcanza con definir las diferencias entre visiones
biocéntricas y antropocéntricas –que también son múltiples12–, ni idealizar el paso de una
visión antropo a una bio. Resulta insoslayable observar, en cada caso, qué colectivo humano es
portador de esa visión; cuál es su posición en la estructura social; cómo esa visión se
corresponde con determinadas políticas; y de qué modo esta es impuesta o no a otros grupos.
Recién comentamos que el giro biocéntrico en América Latina retoma cosmovisiones
indígenas, como la creencia en una comunión entre los seres vivientes. Aun sin esa pretensión
holista, mi supuesto es que el horizonte de sentido y el repertorio de prácticas en los
movimientos animalistas también presentan correspondencias con las cosmovisiones no
occidentales, tal como hemos de apreciar en el resto del trabajo.
Como vimos en el apartado sobre el giro animal del pensamiento, el animal será restaurado
en su subjetividad no solo en la medida en que se reconozca su singularidad, agencia o
dignidad, sino también cuando se garanticen sus derechos.
Distintas organizaciones proteccionistas buscan devolver una vida más plena a
aquellas especies maltratadas por el hombre. En tal contexto, la afinidad con el caballo no cesa
de aumentar y encuentra renovadas formas de expresión tanto entre las asociaciones
protectoras como entre personas sin una afiliación específica.
12Existen al menos dos divergencias prácticas con los paradigmas biocéntricos. La más evidente –y con frecuencia
la única mencionada por sus detractores– es el antropocentrismo dominante, que remite a una implacable conquista
del medio ambiente por parte de los seres humanos. Una postura antropocéntrica subalterna estaría representada por
un set de prácticas centrado en la supervivencia de un grupo, como aquel que describe Einarsson (1993: 76) respecto
de los pescadores de Islandia: “una visión básicamente utilitaria (…), sin demasiado espacio para experiencias
románticas de comunión con la naturaleza”.
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Las redes sociales aportan una importante cuota de difusión y reclutamiento de
rescatistas. Desde 2007 funciona el blog y el grupo de Facebook Proyecto Caballos Libres que
nuclea, amén de un público adherente, a proteccionistas de 15 ciudades argentinas en donde
trabajan cartoneros con sus carros y caballos. Sus referentes juntan firmas y organizan marchas
para que se aplique la ley en contra de la tracción a sangre allí donde no se cumple, o para
prohibir completamente la tracción a sangre en aquellas jurisdicciones donde la letra legal es
ambigua, como el caso de la provincia de Buenos Aires.
Uno de los principales disparadores de este grupo fue la muerte del caballo de un
cartonero en el barrio porteño de Boedo en mayo de 2009, frente a las cámaras de un noticiero
sensacionalista de gran repercusión. Veamos el relato de la muerte del animal en vivo, narrada
por uno de los adherentes al grupo:
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organización proteccionista emprende la gira nacional Basta de TAS, destinada a abolir la
tracción a sangre en la Argentina a partir de a principios ambientales, animales y humanos, que ha
sido declarada de interés por la Legislatura porteña, y de interés nacional por la Secretaría de
Ambiente de la Nación. Modelos, actores y periodistas célebres apoyan la campaña. La cara
más visible de ellos es el actor y músico Nicolás Pauls que, al igual que muchos seguidores de
esta u otras causas ecologistas, es un reconocido militante vegetariano.
Según los cálculos de esta ONG, unos 70.000 caballos y 1.500.000 personas están
vinculados, de forma directa o indirecta, con la recolección de residuos en zonas urbanas
argentinas. La campaña Basta de TAS propone devolver la dignidad tanto a los animales como a los
cartoneros, reemplazando los primeros por motocarros o bicicletas eléctricas, e instaurando un
santuario de caballos para ser dados en adopción en Córdoba. En el mismo predio, una
cooperativa para jóvenes desjudicializados transformarían las heces equinas en compost.
La idea de un santuario donde los caballos recuperen su espíritu salvaje en una
naturaleza edénica coincide con el imaginario de otras asociaciones animalistas, como el caso
de Proyecto Caballos Libres, cuyo video institucional exhibe el pasaje de la explotación a la
liberación. El blog de Proyecto Caballos Libres cuenta con más de 120.000 visitas e incluye
adhesiones de Rumania, Madrid y Barcelona. Una primera lectura de los mensajes no permite
distinguir si la emoción primordial que los une es la devoción a los caballos o el desprecio a
los cartoneros. ¿Se trata de movimientos pro-equinos o anti-pobres? ¿Es el amor al caballo un
mero vehículo para declarar la guerra al enemigo indeseable de la ciudad, o bien esta defensa
(animal) puede autonomizarse de la condena al vulgo (humano)?
Hace un rato hice secuestrar una yegüita. Los latigazos que le estaban
propinando no van a borrarse más de mi cabeza. [...] Es un animalito de porte
chico; tiraba un carro grande y cargado, además de transportar a sus dos
insensibles conductores que, con esa actitud soberbia e irrespetuosa, se pasean
de pie sobre la "chata" como si con ese gesto mostraran la superioridad que
realmente creen tener sobre el caballito.
[...] Afortunadamente se detuvieron en un centro de acopio, y pude conseguir
que me prestaran un teléfono para llamar al 911. En un día de suerte, la policía
se hizo presente, más tarde personal de caballería. Actuaron con mucha
efectividad, a pesar de las desvergonzadas excusas del padre de los
maltratadores para evitar que se la llevasen [...]. Los que sufrimos por el abuso
de los caballos, sabemos la turbación que queda en el ánimo después de estas
situaciones: tristeza, nerviosismo, miedo, bronca, impotencia... La historia de
hoy, al menos, tuvo un final positivo, porque sé que una esclava va a descansar
por uno o dos meses, tranquila, bajo buenos cuidados, en dependencias de
caballería. [...] Por ahora hay que conformarse con eso, y seguir la lucha para
lograr que sean CABALLOS LIBRES.
[...] parece ser que el hombre se olvidó que también es un animal, que no dista
de una ballena o un caballo.
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Como resulta imposible citar in extenso aquí las líneas de complicidad urdidas bajo
emociones comunes en tales intercambios, veamos a continuación los principales tópicos que
allí comparecen.
En nuestro caso bajo estudio, se glorifica a los caballos por su bondad, sentimientos, su
incapacidad de dañar a otros, y porque ayudaron a construir la patria.
La gente ha estado ciega por décadas; pero ahora comenzó a mirar al caballo
no como parte del paisaje urbano sino como un animal que resopla, que respira
mal…El caballo no es un animal cualquiera: es uno de los siete animales más
sensibles. Es como herir a una criatura.
Entrevista a la fundadora de Proyecto Caballos Libres, abril 2012.
Esta nostalgia por una comunicación originaria no es nueva: Lévi-Strauss diría que la
humanidad jamás ha conseguido resignarse a la ausencia de comunicación con las otras
especies del planeta.
Ahora bien, esta antropomorfización de los animales admite al menos tres lecturas. La
primera de ellas interpreta esta operación como una de las más poderosas metáforas
esgrimidas por los ecologistas, no solo para reducir la distancia emocional entre el ciudadano
y la suerte del animal, sino para transformar aquello que la gente clasifica como no-humano y
sin derechos autoevidentes en objetos morales de simpatía e interés:
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abstractos o remotos problemas ambientales13; o quizás solo se trata de encontrar un motivo
para descargar su furia por el “comportamiento antiecológico” de los cartoneros. Como bien
sabemos, no obstante, los cartoneros reducen ostensiblemente el volumen de basura a ser
llevado a los rellenos sanitarios.
Otra lectura posible de esta antropomorfización de los animales, a mi entender más
penetrante, que es la que nos provee Milton (2002). Las operaciones de humanización de
animales por parte de proteccionistas no han de ser concebidas como un mero símbolo o
metáfora, sino como una representación literal, ya que ellos efectivamente perciben a esos
animales como personas aun sin necesariamente tener un contacto directo con las especies
defendidas.
Veamos ahora una tercera interpretación, teniendo en cuenta las cuatro ontologías
mencionadas al comienzo del artículo. Desde mi perspectiva, la sensibilidad proteccionista
incluye un antropomorfismo característico de la cosmovisión animista, a saber: la presencia de
atributos morales afines –derivados de la colectividad de los humanos– puestos a funcionar
en corporalidades diferenciadas (Cfr. Descola 2005). El acento no está puesto aquí en esos
cuerpos distintos, sino en una especie de alma compartida. Como en el animismo, los
defensores del caballo trascienden la barrera que representa un cuerpo otro para enfocar en
una suerte de común humanidad.
En la cosmovisión de los movimientos pro equinos se pone en juego aquello que han
señalado Hallowell, Descola, Viveiros de Castro y otros antropólogos respecto de los pueblos
animistas: la constancia de la categoría de persona, que abarca a humanos y a otros seres no
humanos. Si la noción de persona se define por la posibilidad de establecer relaciones sociales
(Chaplier 2005: 29), la condición de persona del caballo se demuestra, desde la mirada de sus
protectores humanos, en la posibilidad de trabar un vínculo con ellos.
Antes de seguir avanzando, creo indispensable señalar una diferencia radical en el
modo de distribuir propiedades a los no humanos entre grupos proteccionistas y sociedades
animistas: mientras que en el primer caso son los humanos quienes adjudican una interioridad
a un conjunto finito de animales en virtud de una evaluación de sus aptitudes, en el segundo
caso son todas las clases de existentes –incluidas las plantas y el vasto rango de animales– los
que, por sus características inherentes, poseen una interioridad (Descola 2012: 292). Para
facilitar la comprensión de este aspecto, adelantemos aquí esta premisa: pese a los rasgos
animistas y totémicos que encontramos entre los animalistas, sus formas de identificarse o de
vincularse con algunas especies sigue operando bajo el mundo de creencias que gobierna
nuestras prácticas en la sociedad moderna occidental, y que ya hemos caracterizado bajo el
nombre de naturalismo.
En otras palabras, la ética extensionista de los animalistas –que en muchos aspectos no
abandona una matriz antropocéntrica– contrasta con la cosmovisión animista, más bien
cercana a una ética holista en el sentido de que no enfoca en individuos o especies dotados de
propiedades particulares, sino en preservar un bien común sin perturbar la interdependencia
de los componentes orgánicos y abióticos de un medio ambiente (Descola 2012: 293). Si en los
primeros opera una extensión de la consideración moral a ciertos animales, en los segundos
prevalece una universalidad de la condición de sujeto moral (ibid: 298).
Hecha esta importante aclaración, podemos seguir avanzando en la analogía. La cara
complementaria de esta atribución de cualidades humanas al caballo es la transmutación
zoomórfica de sus defensores: en diversas marchas en contra de la tracción a sangre en el Área
13En otros objetos de estudio afines, sin embargo, no se advierte una correspondencia directa entre una práctica
“verde” y la construcción de una sensibilidad ambiental en un sentido amplio. Véase al respecto el trabajo de James
(1993) sobre el consumo de productos orgánicos en Inglaterra.
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Metropolitana de Buenos Aires, algunos vecinos caminaron por las calles portando máscaras
de caballos sobre sus rostros. Nosotros somos ellos, parecen decir las máscaras: lo que les hacen a
ellos, nos lo hacen también a nosotros. Encontramos aquí un rasgo de intercambiabilidad: los
animalistas comparten sus cualidades humanas con el caballo; y este les “presta” su rostro
para que puedan ir al encuentro de su ser, aproximándolos a su corporalidad y su penuria.
Esta transmutación zoomórfica de los ecologistas representa otro punto de ensamble
con el animismo. En la cosmogonía animista, los rostros de los animales serán visibles solo
para aquellos humanos que puedan tomar la posición subjetiva animal y transformarse, a los
ojos de otros humanos, en animales ellos mismos. Cuando los humanos invocan la presencia
de un animal por medio de una máscara, el espíritu de este último se verá revelado en aquella
superficie (Ingold 2000: 114-123).
Mutatis mutandis, los ambientalistas que nos ocupan aquí aducen ser los únicos
capaces de comprender la mirada sufriente del animal. El rostro humanizado del caballo –su
verdadero rostro sintiente– solo será visible para aquellos que sean empáticos con su desdicha:
Nadie los miraba [a los caballos en las calles] Eran transparentes… ¡parecían
una ilusión óptica mía!
Entrevista a profesional que atiende caballos de los carreros, 2013.
El antiespecismo
Los equinos y todos los animales no humanos no son objetos para beneficio del
hombre. Son seres sintientes y tienen derechos que la sociedad antropocéntrica
no respeta. ¡Liberación animal ya! ¡Abolición del especismo ya!
Blog Proyecto Caballos Libres
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Inspirado en la doctrina utilitarista de Bentham, Peter Singer ha sido uno de los
principales portavoces de esta postura. Uno de las máximas antiespecistas gira en torno a
extender el principio básico de igualdad entre los humanos a ciertos animales no humanos.
Esta igualdad, sostiene Singer (2011: 17-21), no depende de la inteligencia, fuerza física u otros
factores, sino que es una idea moral.
La ética implicada en las posturas animalistas es descripta como sensocéntrica: su foco
de interés no está puesto en la totalidad de los vivientes u organismos abióticos, sino
exclusivamente en aquellos animales –humanos y no humanos– que ellos recortan como
sintientes. Los animales que no cuenten con un sistema nervioso central ni con una
interioridad semejante a la nuestra quedarán, pues, fuera de esta comunidad.
Nuestra continuidad material con los animales –uno de los presupuestos básicos
occidentales– es aludida por los antiespecistas desde el mismo nombre que los aúna, aunque
de un modo ciertamente paradojal. Si Darwin postula una condición biológica común entre
animales y humanos (la animalidad), ellos infieren que hay una condición moral también
común con los animales sintientes: la humanidad (humanity). Las diferencias físicas son, bajo
este punto de vista, moralmente irrelevantes: “la igualdad de las especies es la conclusión
lógica de la moralidad post-Darwiniana” (Ryder 2005, mi traducción).
Vimos recién que la humanización el caballo por parte de los proteccionistas
occidentales nos evoca ciertos rasgos y prácticas animistas. Ahora bien, también podemos
presumir una conexión entre los movimientos animalistas y las cosmovisiones totémicas, en
tanto ambas delimitan una continuidad material y espiritual entre animales y humanos. Si
bien la homología de materialidades e interioridades que promueven los animalistas difiere
de aquella que delimita el totemismo, ambas coincidirían, a mi criterio, en un rasgo general: el
hecho de “trascender las diferencias morfológicas y funcionales [...] para remarcar mejor el
fondo común de similitudes ontológicas” (Descola 2001: 22; la traducción es mía).
Al igual que en el totemismo, un vínculo de simpatía mística (Durkheim 2012: 202) une a
los animalistas con aquellos seres con los cuales se identifican. Aunque no profundiza su
hipótesis, Willis (1994: 6-7 y 20) presume veinte años antes lo mismo que aquí señalamos: que
la sensibilidad ecológica –al subrayar nuestra continuidad e integración con las distintas
especies del mundo viviente– puede ser caracterizada como neototémica.
Por otra parte, así como algunos grupos totémicos instituyen prohibiciones
alimenticias respecto de la especie con la cual se identifican, los movimientos animalistas
promueven el veganismo, lo que implicaría “privarse del alimento totémico” en un sentido
amplio: absteniéndose de cualquier consumo animal. Otras similitudes entre animalismo y
totemismo pueden ser señaladas sin forzar excesivamente la analogía: el compromiso grupal
por el resguardo del animal totémico; el dominio territorial implicado; la afinidad psicológica
entre los individuos y su tótem; y el carácter exclusivo de estos grupos que torna “más frágil
su articulación solidaria en el seno de la sociedad” (Lévi-Strauss 1975: 173). En efecto, los
defensores de los equinos se adjetivan a sí mismos y a los caballos con los mismos términos
referidos a la pureza de sentimientos y la capacidad de sentir dolor; e identifican para ambos
un adversario común.
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Si los animalistas comparten los atributos de los caballos –nobleza, buen corazón–, los
carreros compartirían aquellos de las cucarachas, como si nos hallásemos frente a los
contrastes de dos grupos totémicos:
Aquí opera una división entre dos clases prototípicas de animales (Århem 2001: 221):
al caballo-ángel versus el carrero-cucaracha. En el totemismo tradicional, no obstante, los
atributos físicos y morales de los otros colectivos totémicos son distintos de los míos pero
complementarios. Mientras los sistemas totémicos instituyen una conexión esencial entre las
unidades de los dos órdenes clasificatorios (ibid.), aquí el otro es desterrado a una distante
galaxia por su incapacidad moral.
Hasta aquí he abordado algunos rasgos prevalecientes de estas asociaciones
animalistas: los usos de un antropomorfismo y una transmutación zoomórfica semejantes a
aquellos de las cosmovisiones animistas; y al mismo tiempo un énfasis en nuestra continuidad
material y espiritual con los animales que presenta un aire de familia con la ontología totémica.
La afinidad con estas lógicas de clasificación no debe llevarnos a inferir, sin embargo, que el
naturalismo occidental no juegue ninguna carta en el asunto.
Vimos que se concibe a los caballos y los humanos como parte de un mismo universo
moral; veamos ahora a partir de qué mecanismos se excluye de ese reino a los humanos bárbaros;
y cómo esta exclusión se articula con el antropocentrismo propio del naturalismo occidental.
La tracción a sangre es descripta por los liberacionistas como una práctica incivilizada, inhumana
y salvaje que remite a etapas superadas de la historia de la humanidad, como la esclavitud o la
oscura Edad Media. Recordemos además que el dolor indebidamente infligido constituye uno
de los principales problemas de justicia enfocados por los partidarios de las “culturas
animales”:
Los cartoneros responsables de la tracción a sangre son vistos como un cuerpo obsceno
en el espacio público: un sobrepeso para el caballo, y un estorbo visual que ofende a los ojos. La
interioridad de estos actores no es jamás tematizada, como si esta fuese estructuralmente
deficitaria, o solo se expresara en prácticas de sacrificio y sumisión de otros seres vivientes.
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Ellos [los cartoneros] son los insensibles, para ellos [el caballo] es descartable:
es solo algo que les mueve sus productos de un lado a otro.
Entrevista a la fundadora de Proyecto Caballos Libres, abril 2012.
Que estos tipos tiren ellos de sus carros y dejen a los caballos en paz.
En efecto, cientos de cartoneros –hombres, mujeres y niños– cargan sobre sus hombros
inmensos carros en las calles de nuestras ciudades. Pese a que la campaña Basta de TAS
propicia la dignificación del trabajo del cartonero y su reconocimiento como agente del
reciclaje, la tracción a sangre humana no suele merecer más que esporádicas y despectivas
menciones entre los activistas. No hay aquí eufemismos: afirmar que los cartoneros no tienen
sentimientos ni educación equivale a sustraer sus rostros para resaltar el rostro humanizado del
caballo al que ellos estarían martirizando.
En un apartado previo mencioné que estos grupos en contra del maltrato equino
despliegan en su protesta una visión del mundo que no ha cesado de acompañar a la
humanidad: la tendencia a antropomorfizar a otros seres vivientes, dotándolos de una
interioridad semejante a la nuestra. Ahora bien, este rasgo animista se combina con un
marcado etnocentrismo a la hora de juzgar el comportamiento de los cartoneros, cuyo
presunto déficit moral deriva de una posición inferior en la escala social.
Si la imputación de características humanas a los caballos es básicamente
antropomomorfa; y las consignas antiespecistas nos evocan el horizonte común de materia y
espíritu entre animales y humanos labrado en lógicas totémicas; no resulta menos cierto que
esos mismos grupos adscriben al más prosaico naturalismo occidental cuando expulsan a los
cartoneros-carreros de esa anhelada ética interespecie. Estas hipótesis, en apariencia
contradictorias, no están sino “capturando los mismos fenómenos bajo aspectos diferentes14”.
Los movimientos animalistas mixturan una serie de creencias que, en una primera
mirada, podrían pensarse como incompatibles. Por un lado, ellos se apartan discursivamente
del antropocentrismo occidental. No deja de ser relevante remarcar esta auto-asignación de
identidad, ya que autores como Descola (1998) –que observan a los animalistas occidentales
desde una prudente distancia– no dudan en calificar a estos últimos como puramente
antropocéntricos. El autor justifica esta postura aduciendo que en nuestras sociedades los
animales solo son dignos de protección en nombre de sus supuestas facultades próximas a los
humanos –la sensibilidad, el altruismo, el amor materno–; lo cual nos conduce a respetar en
14 Véase Chaplier 2005: 38. Me estoy inspirando aquí en una paradoja similar descripta por Viveiros de Castro (2010)
a propósito de los indios amazónicos, que son tan animistas como “etnocéntricamente avaros” a la hora de extender
su concepto de humanidad más allá de las fronteras de su grupo.
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ellos lo mismo que respetamos en nosotros. Por último, Descola arguye que el
antropocentrismo moderno es “ampliamente inconsciente”, y vincula la búsqueda de
conceder derechos a los animales con la creencia occidental y antropocéntrica en una
naturaleza autónoma.
El sesgo antropocéntrico de los animalistas se hibrida, a mi criterio, con otras lógicas
clasificatorias que siempre han estado presentes en las sociedades; pese a que hemos adquirido
el hábito de asociar los grupos totémicos, según señala Lévi-Strauss (1975: 168), con las
“civilizaciones más primitivas”. Como intenté demostrar, el mundo de las creencias
proteccionistas admiten combinaciones que pueden resultar incomprensibles para los
outsiders, y al mismo tiempo sumamente coherentes para sus acólitos. Debemos tomar en serio
–y como tal, incorporar en el análisis– las praxis, las categorías nativas y los modos de pensarse
a sí mismos de los grupos estudiados, especialmente cuando subvierten nuestras confortables
taxonomías.
Epílogo
Las agrupaciones en contra de la tracción a sangre buscan transformar una relación que ellos
interpretan como de apropiación indebida –la explotación del caballo por parte del carrero–
en una relación de protección: si consiguen recuperar ese animal, ellos podrán cuidarlo,
sanarlo, devolverle una vida. La complejidad del asunto radica en que estos movimientos se
despliegan en el seno de una sociedad, la occidental, cuyo sistema de objetivación del mundo
solo recientemente está cuestionando la distinción entre naturaleza y cultura. En un contexto
contemporáneo en que la misma distinción entre las ciencias de la vida y las ciencias humanas
ya no resulta tan estricta como a fines del siglo XIX, existe un notable disenso respecto de cuál
es el grado de cesura entre naturaleza animal y cultura humana15. Algo similar podría
mencionarse respecto de la inscripción de nociones del Buen Vivir en la Constitución de un
Estado plurinacional occidental, o de la hibridación de antropomorfismo y antropocentrismo
en algunos grupos argentinos en contra de la tracción a sangre. Como ya mencioné, nuevas
combinaciones ontológicas dan cuenta de las formas de significar y estar en el mundo de
distintos grupos humanos.
Las disputas en torno de cuál de esas combinaciones ontológicas ha de resultar
triunfadora respecto de otras signa porvenires para nuestras sociedades difíciles de anticipar.
Si bien Giddens y otros autores nos han impartido repetidas veces la lección de la
impredictibilidad del ámbito social, veamos algunos posibles escenarios de las cuestiones que
nos ocupan.
Aún resulta prematuro evaluar si las nuevas inscripciones de las nociones del Buen
Vivir han de proveer un horizonte esperanzador: el carácter emancipatorio de tales proyectos,
como antes mencionamos, nunca está garantizado de antemano. Como intenté demostrar, la
transición del antropocentrismo al biocentrismo no necesariamente ocurre, ni persigue
relaciones de mayor equidad. En el marco de estos paradigmas presuntamente innovadores
puede operar, además, una prescripción respecto de cuál debería ser la relación moralmente
adecuada de los seres humanos con el medio ambiente.
15 Véase al respecto Descola 2005.
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La instauración de siempre renovadas –y cada vez más sofisticadas– fachadas de
inclusión de colectivos postergados16 ¿no ha de ser funcional, una vez más, a la demora ad
infinitum de la afiliación de los sectores más desfavorecidos de nuestras sociedades aún
profundamente desiguales?
Por otra parte, ciertos grupos animalistas que adjudican una interioridad análoga a la
suya a los animales superiores o domésticos no sienten que haya contradicción alguna en
negarle esa interioridad a los carreros con los que conviven en la misma ciudad. Y es que la
homologación de la interioridad de animales sensibles y animales humanos asume con frecuencia
el supuesto de una marcada jerarquía de humanos: los que ocupan las posiciones inferiores
quedarán fuera de la nueva comunidad moral.
¿No se corre el riesgo de que ciertos predicamentos que en apariencia impugnan el
antropocentrismo y son contrarios a toda práctica colonial, difuminen más y más el rostro de
los vulnerables hasta quitarles toda existencia social? Contamos con sobrados ejemplos de una
empatía hipertrofiada hacia los animales que suele correr en paralelo a una empatía atrofiada
hacia los humanos más sufrientes. Juan (2001b: 110-2) ironiza sobre esta cuestión a propósito
de la consolidación europea de los animal rights:
Existe, bajo tal perspectiva, una “correspondencia entre los modos de tratamiento de la
naturaleza y los modos de tratamiento de los otros” (Ibíd.). Quizás en un próximo trabajo
podamos seguir explorando si existe o no tal correspondencia; los hiatos y contradicciones que
esta, de existir, presenta; y las formas que adopta no solo en nuestras sociedades occidentales
sino, específicamente, en nuestras ciudades contemporáneas.
16Las duras críticas que ha recibido el proyecto multicultural –fundamentalmente en su versión light– pueden ser
replicadas para tratar este delicado asunto. Véase al respecto Habermas 1999; Martiniello 1998; Segato 1998; Kuper
2001; Butler 2010; Grimson 2011; Carman 2006; Cowan 2010.
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209
,
O B J E T O S F E LI C E S
P R O M ESAS
B U ENOS HÁBITOS
F E L ICIDA D SOCIA B L E
"A l defi nir a las masas dijimos que una d e sus caracterís
ti cas generales era la de una excesiva sugestionabilidad
y hemos mostrado hasta qué punto las sugestiones son
contagiosas en toda aglomeración humana; un hecho que
exp lic a la rápida orientación de los sentimientos de una
ma sa en una dirección definida". 72 Nótese que con ello el
autor no da a entender que los sentimientos se transmitan
de manera simple; por el contrario, lo que se propaga son
"sugestiones" , que a su vez orientan los sentimientos en
determinada dirección. Ya hemos visto que el sentimiento
tiene direccionalidad o puede ser direccionado. Lo que llama
la atención de este modelo es la suposición de que la mul
titud preexiste a esta dirección compartida (es la multitud
la que se orienta) y es al mismo tiempo producto de dicha
dirección (la orientación de la multitud es lo que organiza
sus sentimientos) .
No obstante, distintas experiencias de haber formado
parte de una multitud nos enseñan que esto no necesa
riamente significa que todos los que forman parte de ella
se orienten en el mismo sentido . Ya los primeros estudios
empíricos sobre los medios de comunicadón demostraron
que en muchas ocasiones sentirse parte de una multitud
implica una sensación de no participar del evento com
partido, por ejemplo, de no poder "ver" aquello hacia lo
cual se dirige la multitud. 7 3 Solo desde el punto de vista
del observador externo , que "la" mira como si fuese un
evento o espectáculo, puede llegar a parecer que la mul
titud tiene una mente propia. Desde esa perspectiva, los
cuer po s extraños que no comparten la dirección afectiva
de l gru po sencillamente desaparecen. Ni siquiera es lícito
su p o ner que aquellos que parecen orientarse "en la direc
ci ó n co rrecta" sientan lo mismo respecto de esa dirección
e n la que se orientan .
Si bien no se propagan de manera lineal ni sencilla,
l o s bu enos y malos sentimientos pueden ser generado
res . Cua ndo alguien se siente mal, tiene la capacidad de
s
A
R
A
desanimar a otras personas. Puede quejarse, preocuparse
A
y transmitir su ansiedad o dolor, y también expresar su
H pesimismo acerca del futuro . Dichas expresiones pueden
M ser repetidas por otros, como una forma de respuesta, lo
E
que a su vez afecta las impresiones que recibimos de ese
D
espacio . Es posible incluso que la expresión de malos sen
timientos se vuelva habitual en cierto momento o lugar,
con el objeto de indicar la pertenencia a una comunidad
afectiva. El uso de la queja como un modo de vincula
ción social sería un claro ejemplo de ello. También pueden
afectarnos los buenos sentimientos : una persona que está
"de buen humor" puede animar a otras. Sonreír, reírse y
expresar cierto optimismo por lo que vendrá puede afectar
a los demás. No se trata necesariamente de que el humor de
una persona se contagie a otra, sino que la experiencia
de hallarse junto a una persona que está de buen ánimo
les confiere a los espacios compartidos cierta luminosidad,
humor y energía, pudiendo convertirlos en objetos de fe
licidad, esas cosas hacia las cuales direccionamos nuestros
buenos sentimientos.
Pero repito : los buenos sentimientos no solo producen
buenos sentimientos. Se nos puede pedir que sonriamos
para ocupar ciertos espacios como una forma de trabajo
emocional, como señala Hochschild. En tales situaciones,
la felicidad se convierte en una tecnología de autoproduc
ción, lo que a su vez puede intensificar los malos senti
mientos que nos vemos obligados a reprimir. Por otra par
te, si una persona se siente mal y se encuentra con otra
que intenta animarla, puede sentirse presionada o incluso
penosamente forzada a "ponerse de buenas". Aunque sean
generadores, los estados de ánimo felices resultan preca
rios. A veces lo que sale a nuestro encuentro no extiende
nuestros buenos sentimientos, por lo que los perdemos y
nos sentimos "desanimados". En estos momentos la des
ilusión se convierte fácilmente en ira: nos enojamos con
el objeto no solo porque nos hiere sino porque además
OBJ ETOS FELICES
Estados Unidos de América gía imponerse de modo tan completo. No es sólo que se hayan adop-
CM
El constitucionalismo en América Latina tado en todo el mundo determinadas políticas económicas, finan-
MY
La migración México-Estados Unidos cieras, sino que se ha popularizado la idea de la Naturaleza Humana
CY
en que se inspiran, y con ella una manera de entender el orden
El neoliberalismo
CMY
social, una moral, un abanico amplísimo de políticas públicas.
La Revolución cubana
K
El neoliberalismo ha transformado el orden económico del
La literatura mexicana del siglo XX
mundo, también las instituciones políticas. Ha transformado el
La expansión ferroviaria en América
horizonte cultural de nuestro tiempo, la discusión en casi todas las
Latina
disciplinas sociales, ha modificado de modo definitivo, indudable,
Bolivia
el panorama intelectual, y ha contribuido a formar un nuevo
Argentina
sentido común. Esa es la historia que se cuenta en estas páginas.
Perú
Chile
Estados Unidos de América gía imponerse de modo tan completo. No es sólo que se hayan adop-
CM
El constitucionalismo en América Latina tado en todo el mundo determinadas políticas económicas, finan-
MY
La migración México-Estados Unidos cieras, sino que se ha popularizado la idea de la Naturaleza Humana
CY
en que se inspiran, y con ella una manera de entender el orden
El neoliberalismo
CMY
social, una moral, un abanico amplísimo de políticas públicas.
La Revolución cubana
K
El neoliberalismo ha transformado el orden económico del
La literatura mexicana del siglo XX
mundo, también las instituciones políticas. Ha transformado el
La expansión ferroviaria en América
horizonte cultural de nuestro tiempo, la discusión en casi todas las
Latina
disciplinas sociales, ha modificado de modo definitivo, indudable,
Bolivia
el panorama intelectual, y ha contribuido a formar un nuevo
Argentina
sentido común. Esa es la historia que se cuenta en estas páginas.
Perú
Chile
Personas extraviadas
(hasta que uno no quiere más agua). Por eso no hay una demanda
ilimitada de cosas, y el mercado encuentra su equilibrio. La gente
no quiere siempre más, no está dispuesta a pagar siempre más. Los
precios son indicadores del punto en que la utilidad marginal de
los consumidores comienza a ser decreciente —la unidad adicio-
nal, ya no vale lo que cuesta. Pero nada de eso deriva de una ob-
servación concreta, ni de una teoría completa, consistente, del
comportamiento humano.
La idea de la utilidad marginal, y la idea del rendimiento de-
creciente de la utilidad, son producto de una analogía biológica,
o resultan verosímiles por una analogía biológica. No hay motivos
sólidos para explicar por qué tendría una utilidad decreciente el
tercer automóvil, o el centésimo primer libro, o el siguiente par
de zapatos. Salvo para las cosas que se consumen físicamente en
el momento, como el vaso de agua, el rendimiento decreciente es
una hipótesis por lo menos dudosa (y en muchas ocasiones inde-
fendible). En realidad, primero se desarrolló el modelo teórico de
la economía como un sistema homeostático, y luego se invocó
una particular psicología del consumidor, su racionalidad, que
vinculase oferta y demanda en un punto de equilibrio. Ni la sacie-
dad del consumidor es verdadera saciedad, ni sus necesidades son
verdaderas necesidades. Se trata siempre de analogías. El cuerpo
humano, con sus necesidades biológicas, es usado como modelo
de la psique: y así resulta que la utilidad decrece igual que decre-
ce la sed, y la psique es utilizada como modelo del mercado: de
modo que éste tiene un punto de equilibrio, en que no se deman-
da más, como lo tiene la utilidad, que en un momento dado llega
a su límite.
La última vuelta de tuerca consiste en generalizar ese esque-
ma, como si fuese la estructura última de cualquier comporta-
miento humano. Pero volveremos a eso en un momento.
El modelo es irreal para empezar en la idea de la maximiza-
ción. Otra vez, la crítica de Ronald Coase es particularmente inci-
siva: no hay razón, dice, para suponer que la mayoría de los seres
146 historia mínima del neoliberalismo
prueba de que los hombres efectivamente son así. Algo hemos di-
cho ya de la economía, en resumen: que suele encontrar como
resultado lo que había introducido inicialmente como supuesto.
También la mención de Adam Smith es abusiva. Hay una especie
de deslizamiento conceptual que no es difícil de ver, con el que se
hace decir a Smith mucho más de lo que en realidad dijo. En el
pasaje famoso, y en otros más, Adam Smith descubre que en oca-
siones, como en el caso del panadero o el carnicero, que venden
carne o pan para ganar dinero, el egoísmo puede tener consecuen-
cias beneficiosas, o por lo menos puede resultar colectivamente
útil: no hace falta confiar en la buena voluntad del panadero, bas-
ta con que tenga interés en vender el pan. De ahí se pasa a la afir-
mación general de que el egoísmo es siempre benéfico, o es útil.
No es lo mismo. Y de ahí se pasa a decir que el egoísmo es ade-
más universal. Y por ese camino, pronto se llega a la idea de que el
egoísmo, y el cálculo racional, interesado, es la única motivación
eficiente, o la única relevante para la economía. Nada de eso está
en Smith, ni se deriva de las ideas de Smith, que como se sabe era
un moralista, preocupado por los sentimientos además, y los sen-
timientos morales, con una idea de la naturaleza humana bastante
más sofisticada.
En una película muy conocida, de 1987, Wall Street, hay un
breve discurso que se ha hecho famoso. Es un párrafo de Michael
Douglas, que explica a los accionistas de una compañía que la ava-
ricia es buena: “la avaricia es buena, la avaricia está bien, la avaricia
funciona, la avaricia captura la esencia del espíritu de la evolución”.
Puede parecer más o menos chocante, según en qué contexto, pero
resume bien uno de los puntos centrales de la filosofía neoliberal
—incluida la referencia a la evolución.
Ahora bien, el problema no es ése, no es que se exalte el
egoísmo, aunque sucede, sino que se neutralicen todas las otras
motivaciones posibles o que se den por inexistentes. El problema
no es que se aplauda el egoísmo, sino que se suponga que no hay
alternativa. Algo hemos hablado ya de esto. Es una ilusión, dice
150 historia mínima del neoliberalismo
Imagino que no hace falta abundar más en ello. Son las notas do-
minantes del sentido común en las décadas del cambio de siglo,
una de las claves del orden neoliberal.
En la producción de ese sentido común hay dos momentos: la
naturalización del modelo económico basado en el individuo
maximizador, y la extensión de ese modelo, como forma básica de
la conducta humana en cualquier circunstancia. En esa historia
tiene especial importancia la publicación, en 1964, del libro de
Gary Becker, Capital humano. No fue el primero en emplear la me-
táfora, pero su libro contribuyó de manera decisiva a ponerla en
boga —tanto que cuesta trabajo verla como lo que es, una metáfo-
ra, y no especialmente iluminadora. Su trabajo posterior consagró
un método para ampliar indefinidamente el campo de uso de los
modelos económicos. Conviene verlo con algún detenimiento
porque ese giro explica en mucho la vitalidad del enfoque econó-
mico y del programa neoliberal en las décadas siguientes.
El proyecto de Capital humano no tiene misterio, se trata de un
análisis económico de la educación que se pregunta fundamental-
mente dos cosas: qué significa la educación para la economía en su
conjunto, qué consecuencias tiene, y qué significa para los indivi-
duos, por qué y para qué se educan, y con qué resultados. De en-
trada, no hay muchas novedades. Becker encuentra en general
correlaciones positivas entre educación e ingresos, cosa no muy
otra idea de la humanidad 151
La piedra filosofal
pos. Más bien parece que van en busca de otros objetos para ver si
en alguno de ellos su método sirve para algo. Si se mira bien, no
hay motivos para pensar que algo tan rudimentario como el cálcu-
lo de costo-beneficio, en un modelo formal, sirva para explicar
realmente nada o casi nada; el problema básico es que la idea de
que los individuos estén siempre tratando de maximizar algo (la
utilidad) carece de fundamento —y es al fin y al cabo una afirma-
ción vacía, puesto que puede significar cualquier cosa. Los mo-
delos no dicen nada relevante sobre ningún campo de actividad,
se limitan a ofrecer una descripción esquemática de una posibi-
lidad ilusoria.
La popularidad del enfoque en los años noventa obedeció a
varias razones. No sería lo de menos el hecho de que permitía una
gran productividad académica (publicar muchos textos, se entien-
de), sin necesidad de invertir tiempo y esfuerzo en el trabajo em-
pírico. Las revistas se llenaron de variaciones de juegos, que admi-
tían ingeniosos desarrollos matemáticos. Pero sobre todo influyó
la victoria ideológica del programa neoliberal. La absoluta superio-
ridad del mercado invitaba a aplicar la fórmula dondequiera que
se pudiese. El mercado era la solución para los problemas de infla-
ción, desempleo, estancamiento, también para la provisión de ser-
vicios públicos: el mundo realmente funcionaba así. No había más
que aplicar el modelo al resto de los ámbitos de la vida social. El
postulado del individuo maximizador tenía que ser el punto de
partida de las ciencias sociales, todas. La piedra filosofal.
Pero también era un asunto práctico. Esa extensión del mode-
lo de la economía neoclásica era el recurso para imponer las solu-
ciones de mercado. Antes de producir en los hechos el mercado de
la educación, la salud, la investigación científica, hay que haber
construido esos campos como mercados, con algo que maximizar.
Hecho eso, sólo queda el problema institucional. La tarea de las
ciencias sociales consiste en diseñar instituciones, o reglas, para
que el comportamiento egoísta, racional, calculador, que se supo-
ne que es un dato elemental, pueda canalizarse en direcciones pro-
otra idea de la humanidad 161
La nueva naturaleza