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Guion clase 8

¿Se acuerdan de Wittgenstein? Hablamos de él algunas clases atrás, cuando veíamos la


filosofía como análisis del lenguaje. En esos momentos, mencionamos como él centra
su investigación filosófica sobre los usos reales del lenguaje. Con una impronta
claramente pragmática, nos dice que el significado de las palabras es el uso que les
damos en los juegos de lenguaje habituales. Para descubrir esos usos reales, se pregunta
cómo se usa esa palabra, pero también: ¿cómo se aprende esa palabra? ¿En qué
contexto? ¿Qué haríamos sin esa palabra? otra idea importante para rescatar es la
reticencia de Wittgenstein a las definiciones cerradas y a la búsqueda de unificar
conceptos en conceptos mayores bien delimitados. Por ejemplo, en vez de buscar algo
común a todos los juegos, él proponía ver todas las cosas que llamamos juegos y ver
como entre uno y otro juego particular, ir viendo los “parecidos de familia” que se
repiten en uno u otro.

Teniendo esto en mente podemos adelantar un poco lo que él habla de seguir una regla.
Para nuestro filósofo, una regla no es tanto algo que debe seguirse, o algo que sea
imposible contravenir, sino más bien, algo que puede seguirse –y que, por lo mismo,
puede no seguirse. Y cuyo único criterio de conocimiento es la aplicación de la regla
por parte del usuario. De nuevo tenemos un criterio práctico como límite: si alguien
conoce la regla, la puede ejecutar, y la práctica de la regla es la misma regla.

Sigamos ¿Cómo se refieren las palabras a las sensaciones? Su respuesta inmediata es la


hipotética situación de un niño que se lastima, grita y llora; los adultos lo consuelan y le
enseñan exclamaciones y luego oraciones; pero no de tal manera que la palabra “dolor”
signifique el grito o lo describa, sino más bien como una nueva conducta del dolor, una
nueva expresión del mismo (PU I, 244).

Esto sugiere otra pregunta ¿hasta qué punto mis sensaciones son privadas? Según
Wittgenstein, la proposición “sólo yo puedo saber si realmente tengo dolor; el otro solo
puede presumirlo” es en cierto modo falsa, y en otro, un sinsentido (PU I, 246).
“Privadas” referido a las sensaciones se debe interpretar de dos modos: 1) como
incomunicable, es decir, con respecto al conocimiento de la sensación, dividido a su vez
en: a) “sólo yo puedo saber si tengo un dolor” y b) “el otro sólo puede presumirlo”); 2)
como inalienable, es decir, solo yo la tengo. Las respuestas son, para 1) no; y para 2)
‘no de una manera peculiar a las sensaciones’.
Con respecto a la incomunicabilidad de las sensaciones, debe decirse que de hecho, si
usamos la palabra ‘saber’ como se usa normalmente (y Wittgenstein es reacio a usar las
palabras de otro modo que su uso habitual en sus juegos de lenguaje), los otros saben
generalmente cuando tengo dolor, y que de mí mismo, no se puede decir en absoluto
que yo sepa que tenga dolor –excepto, tal vez en broma- porque yo no sé que tengo
dolor, yo simplemente lo tengo (PU I, 246).

La gramática propia del verbo saber implica que podamos equivocarnos: así, el otro
puede dudar de si tengo dolor, o puede juzgar que lo tengo cuando lo finjo, o puede no
darse cuenta de que siento dolor. Con respecto a mí mismo, decir que “solo yo sé que
tengo dolor” puede simplemente querer significar que la duda está lógicamente excluida
(PU I, 247), y que por lo tanto, estamos ante un uso diferente de la palabra ‘saber’,
donde no funciona dentro de una proposición empírica sino más bien gramatical (PU I,
251), por tanto, no habitual y de la que no caben esperarse muchas consecuencias (o tal
vez, ninguna).

Con respecto a lo que llamamos ‘inalienabilidad’ de las sensaciones y la idea de que


“Otro no puede tener mis dolores”, Wittgenstein se pregunta “¿Qué es lo que está
funcionando allí como criterio de identidad?” En la medida en que los dolores son
parecidos, podemos decir que son el mismo (PU I, 253) (pensemos en la manera en que
un médico toma un dolor como un síntoma). Y en el mismo pasaje señala Wittgenstein
que de hecho, en el caso de unos siameses podemos imaginar que no solo tienen el
mismo dolor en cuanto ‘parecido’, sino que tienen dolor en el mismo lugar.

Ahora ya estamos listos para entrar al problema de los lenguajes privados. Wittgenstein
introduce este problema en las Investigaciones proponiendo un lenguaje por el cual un
individuo nombra para uso propio sus vivencias internas, de tal manera que el lenguaje
resultante es conocido sólo por él.

Wittgenstein nos invita a imaginar lo siguiente: un individuo quiere llevar el registro de


una determinada sensación, así que cada vez que la sienta, anota en un diario la letra S.
¿Cómo sabe que ha anotado la sensación correcta cada vez? (PU I, 258). El problema
que señala nuestro filósofo es que, simplemente, no hay un criterio de uso de la palabra:
no basta con anotarla presuntamente en el diario, pues el usuario no tiene modo de saber
que es la sensación correcta lo que ha designado. Aunque Wittgenstein nos ayuda a
pensar esto aduciendo que podría fallarle la memoria, no es de eso de lo que trata el
problema, sino más bien que la memoria está funcionando a la vez como objeto y como
criterio. Para ver esto más detalladamente, Wittgenstein nos invita a imaginar lo
siguiente: tenemos una tabla que existe solo en nuestra imaginación, a modo de
diccionario, por medio del cual podemos justificar una traducción de una sensación por
un signo. Sin embargo, una tabla común (un diccionario, un cartel con los horarios de
trenes, etcétera) puede constatarse más allá del usuario individual, pues forma parte del
uso en el lenguaje público. Pero una tabla imaginaria en un lenguaje privado no puede
cumplir la misma función que la tabla del lenguaje público, sencillamente porque no
puede constatarse realmente. El recuerdo de la sensación está tratando de ser constatado
por el recuerdo de la tabla, y eso quiere decir que se ha eliminado cualquier criterio real
y que, por tanto, el usuario del presunto lenguaje privado anota una S cuando él cree que
es correcto cada vez, sin manera de constatarlo (PU I, 265).

Wittgenstein los rechazó como un juego de lenguaje de definición ostensiva por el cual
un individuo se propone llamar S a una determinada sensación que sólo él tiene. Esto no
podía lograrse porque, al no tener un uso establecido, no hay una instancia de corrección
para saber si el signo fue usado legítimamente. Queda ver, luego, qué pasa si
encontramos una función para tal lenguaje privado.

Wittgenstein nos invita a imaginar lo siguiente: supongamos que cada vez que el
usuario anota S, un manómetro le muestra que su presión sanguínea crece. El usuario,
mediante la práctica, consigue así identificar la subida de la presión sanguínea sin ayuda
de ningún aparato. Se le ha dado un uso genuino a S, pero ahora resulta completamente
superflua la idea de la sensación privada, porque es indiferente si identifico la sensación
correcta o no, porque, lo que el uso de S muestra es la subida de presión sanguínea en el
manómetro, la cual no es parte de ningún lenguaje privado sino un fenómeno público
para el cual ya hay un lenguaje establecido.

Ya les expliqué bastante de lo que dice Wittgenstein. Pero, ¿qué es toda esta discusión
sobre lenguajes privados, sensaciones, etcétera? Un lector incauto de las
Investigaciones se puede sorprender de lo largo y tendido que Wittgenstein se dedica a
hablar de esto y preguntarse ¿pero quien es ese filósofo que habla de lenguajes privados
y con el que Wittgenstein está discutiendo? Que yo sepa, no hay ninguno. Toda esta
discusión, la idea de lenguaje privado, es una idea que el mismo Wittgenstein levanta
para tirar ¿y por qué? Porque en el fondo, detrás, se esconde una interpretación muy
popular y extendida de la conciencia, de los procesos mentales, y otros problemas
psicológicos y de filosofía de la mente. La consecuencia a la que nos va llevando la
refutación de los lenguajes privados, es a la vacuidad conceptual de ideas como
“vivencias privadas” o “procesos internos”, las cuales se supondrían como esenciales
para fenómenos como ver, oír, pensar, sentir o querer. Como si para saber lo que es
rojo, uno tuviera que inspeccionar su vivencia privada de rojo y compararla con el
objeto rojo extra-mental para ver si se identifican, o si uno supiera lo que es el dolor
sólo por su propio dolor. “Si se construye la gramática de la expresión sensación según
el modelo de ‘objeto y designación’; entonces el objeto cae fuera de consideración por
irrelevante” (PU I, 293), como vimos en el caso de S como la sensación que acompaña
al aumento de la presión sanguínea resultó ser totalmente superflua.

Esto se relaciona con lo que venimos discutiendo hace rato: el problema del puente. Hay
ideas dentro de nosotros, de objetos fuera de nosotros ¿cómo sabemos que coinciden?
La respuesta Wittgensteiniana es que las ideas dentro de nosotros es un esquema falso
para pensar la relación entre nuestros conceptos y las cosas. Nuestros conceptos forman
parte de un uso común. De nuevo, no se trata de que para saber si esto es rojo, yo hago
introspección, reviso mi idea privada de rojo, la comparo con esta cosa y entiendo que
es roja. No. La palabra “rojo” es un adjetivo que aprendo a usar en el contexto de una
forma de vida, con la que me desenvuelvo y con la cual, hasta personas daltónicas
pueden aprender a manejarlas.

Y esto tiene su interés en cuanto, la filosofía veces se pierde en ella misma. Por
ejemplo, una vez que aceptamos que el lenguaje es algo que surge de una forma de vida
común entre seres humanos, y que está inserto en ese medio ambiente y que no depende
directamente de fenómenos mentales privados, todo el experimento cartesiano de la
duda metódica tiene mucha menos fuerza que antes, porque al fin y al cabo, si
aceptamos que el mundo exterior podría no existir o que todo es un sueño de un único
individuo ¿cómo aprendió a hablar?

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