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Ventana sobre la repetición en situaciones de violencia: más allá del masoquismo

Lic. y Prof. Agustina D. Schäuble


Universidad Nacional del Comahue-Centro Universitario Regional Zona Atlántica
(UNCo-CURZA).

En las tareas sostenidas desde diferentes equipos y/o espacios abocados al abordaje
en situaciones de las denominadas violencias de género y/o violencia familiar, insiste la
pregunta por aquello que se repite. Lo que parece insistir es la ubicación de “LA
víctima y EL victimario”. Con frecuencia surgen afirmaciones que juzgan a la mujer en
situación de violencia, recayendo sobre ella la responsabilidad de continuar
sosteniendo un lazo con aquella persona que ejerce violencia. Discursos que se
impregnan de certezas y atentan contra la singularidad reaparecen en momentos de
análisis de las situaciones: “Está mintiendo, la vi con él”; “esta mujer es histórica acá,
con todas sus parejas tiene problemas”; “va a dejar sin efecto la denuncia”.
Así como surgen afirmaciones anticipadas sobre lo que esa mujer hará respecto de su
ubicación, también comienzan a construirse supuestos acerca de lo que interviene en
esa repetición: ¿Esa mujer disfrutará el maltrato? ¿Será que quizás no cuente con los
recursos económicos para solventar sus gastos de manera independiente?
El psicoanálisis posibilita aquí reparar en aquello que parece obvio y que justamente
por obvio no se interroga. Las tramas que se van instalando en cada relación de pareja
sumergida en la violencia son singulares e inigualables. No podemos considerar
patrones comunes y mucho menos anticipar de antemano cuál será el desenlace.
En “Más allá del principio del placer” (1920) Freud se pregunta acerca del impulso de
repetición. Expresa allí que el psicoanálisis es ante todo una ciencia de interpretación
que consiste en “(…) adivinar lo inconsciente oculto para el enfermo, reunirlo y
comunicárselo en el momento debido (Freud, S. 1920, p. 2514). Continúa afirmando
que
[…] el sujeto no puede recordar todo lo en él reprimido, puede no recordar precisamente lo
más importante y de este modo no llegar a convencerse de la exactitud de la construcción
que se le comunica, quedando obligado a repetir lo reprimido, como un suceso actual, en
vez de […] recordarlo cual un trozo del pasado (Freud, S., 1920, p. 2514).

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Nos advierte que el sujeto humano no solo tiende a repetir aquello que le genera
placer, sino que también es probable la insistencia de aquello que genere displacer.
Sostendrá que
(…) es inexacto hablar de un dominio del principio del placer sobre el curso de los procesos
psíquicos. Si tal dominio existiese, la mayor parte de nuestros procesos psíquicos tendría
que presentarse acompañada de placer o conducir a él, lo cual queda energéticamente
contradicho por la experiencia general. Existe, efectivamente, en el alma fuerte tendencia
al principio de placer; pero a esta tendencia se oponen, en cambio, otras fuerzas o estados
determinados, y de tal manera, que el resultado final no puede corresponder siempre a ella
(Freud, S., 1920, p. 2508).
Esto es reafirmado años después en “El malestar en la cultura”, escrito donde ubica
una pulsión de agresividad actuante en los sujetos humanos e imposible de
domesticar por la cultura. Pone de manifiesto que aunque la cultura se esfuerza por
imponer el “amor al prójimo como a nosotros mismos”, no hay ley que alcance para
poner tope a “[…] las manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad
humana” (Freud, S., 1929, p. 3046).
Hobbes (1642) afirmará: “El hombre es un lobo para el hombre”, aforismo que será
citado por Freud para pensar acerca de la pulsión de agresividad como aquella que se
encuentra presente en buena medida en el sujeto humano. Está allí a la espera de ser
satisfecha. El prójimo no es necesariamente objeto de amor, sino también aquella
fuente de satisfacción de la pulsión de agresividad. En palabras de Freud “[…] Un
motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad […]” (Freud, S. 1929, p. 3046)
Páginas después, refrenda aquello ya dicho
[…] además de la pulsión que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en
unidades cada vez mayores, debía existir otro, antagónico de aquél, que tendiese a disolver
estas unidades y a retornarlas al estado más primitivo, inorgánico. De modo que además
del Eros habría una pulsión de muerte […] (Freud, S., 1929, p. 3050).
Retomo entonces la pregunta inicial acerca de la repetición en situaciones de
violencia: ¿Qué es lo que insiste? ¿De que se trata aquello que aparece una y otra vez?
¿Qué es lo que se repite? ¿Se repite la violencia propiamente dicha o hay algo en el
orden de lo reprimido que retorna bajo ese escenario?
Salvarezza (2012) nos advierte sobre el riesgo de aventurar interpretaciones
desafortunadas. Manifiesta que la más desafortunada de esas interpretaciones es la

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que dirige la atención a un posible masoquismo por parte de las mujeres que tienen
dificultades para alejarse de situaciones de maltrato. Expresa que
No es un goce masoquista el que está en juego en estas mujeres; es una demanda de amor
permanentemente decepcionada y que, precisamente por eso, insiste. Si hay una demanda de
amor inconsciente, dirigida a ese hombre, la separación es imposible y la ley, inoperante.
(Salvarezza, 2012, p. 6).
Es interesante la continuidad del planteo en relación con la demanda de amor, un
“amor decepcionado” en palabras de la autora, que tiene sus raíces en la historia
infantil del sujeto y que “[…] hace que se insista en pedir lo que nunca se obtiene,
esperando que la próxima vez sea diferente: así, buscando lo diferente, se repite lo
mismo. Lo que aboca a una relación de dependencia” (Salvarezza, 2012, p. 6). Esta
dependencia estará ligada a la espera de un signo de amor.
En “El problema económico del masoquismo” Freud se pregunta: ¿Cómo es
posible que el dolor pueda constituirse en un fin?
[…] si el principio de placer rige los procesos psíquicos de tal manera que el fin inmediato
de los mismos es evitar el displacer y la consecución de placer, el masoquismo ha de
resultar verdaderamente incomprensible. El hecho de que el dolor y el displacer puedan
dejar de ser una mera señal de alarma y constituir un fin, supone la paralización del
principio del placer: el guardián de nuestra vida anímica habría sido narcotizado (Freud, S.,
1924, p. 2752).
En ese texto Freud identifica tres formas distintas en las que se puede presentar el
masoquismo: como condicionante de la excitación sexual o masoquismo erógeno,
como manifestación de la femineidad y como una norma de conducta vital o
masoquismo moral.
Me encontré escuchando a una pareja ligada al masoquismo y la dificultad se suscitó
cuando Juana definió que ya no quería más. Relata con notable angustia el deseo de
separarse de su actual pareja (a quien llamaré Pablo) en un intento por resguardar a su
única hija en común, de once años de edad: “Yo ya no quiero esto”. Pablo, por su
parte, venía con un listado, un largo listado con nombres, apellidos y datos de las
personas con las que él y Juana habían mantenido encuentros sexuales. Un listado que
daba cuenta (según él) del consentimiento de ambos ante esas situaciones, dado que
Juana manifestaba haber mostrado disconformidad con estas prácticas sexuales. Ella
relata que Pablo observaba escondido cómo ella mantenía relaciones sexuales con

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otros hombres. Había algo que insistía con relación a la mirada. Él también pedía
reiteradamente que yo leyera el listado que había traído y ante mi negativa, ponía las
hojas cerca de mí y leía. Él necesitaba mirar y que otros miraran. No quería separarse y
pedía que intercediéramos para que ella se retractase de su decisión: “No puedo vivir
sin ella”, decía con insistencia. “Si no le gusta este (refería a un hombre), elegimos otro
que le guste”.
Freud (1924) sostiene que el masoquismo femenino en el hombre, se vuelve conocible
justamente a partir de los relatos de los sujetos masoquistas y que estas fantasías
culminan en actos onanistas o representan por sí solas una satisfacción sexual. En los
espacios de escucha que yo compartía con él, Pablo relataba sus fantasías
floridamente, desplegaba detalles, lugares y hasta cantaba canciones infantiles. Sus
fantasías me incomodaban. Me incomodaba la no aceptación de un límite: no quiero
que me leas, no quiero que me cantes. Incomodaba el no registro de lo que Juana le
pedía: no quiero que me mires, no quiero hacer esto. Incomodaba la ausencia de ley.
Lacan articula el masoquismo con el mito de Edipo y advierte la estrecha vinculación
entre el deseo y la ley, como dos lados de la muralla con su objeto común:
[…] en el origen del deseo, el deseo del padre y la ley no son más que una misma cosa, y la
relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo la función de la ley traza el camino
del deseo; el deseo, en tanto que deseo de la madre, para la madre, es idéntico a la función
de la ley. En la medida en que la prohíbe, la ley impone desearla; porque, después de todo,
la madre no es en sí el objeto más deseable […] (Lacan, 1963, p. 101).
Continúa afirmando que
El masoquismo asume en esta perspectiva el valor y la función de aparecer y de hacerlo
claramente –tal es su única importancia para el masoquista– cuando el deseo y la ley se
encuentran juntos; porque lo que el masoquista pretende que aparezca- y agrego, sobre su
pequeña escena, pues nunca debe olvidarse esta dimensión- es algo donde el deseo del
Otro hace ley (Lacan, 1963, p. 101).
Siguiendo a Salvarezza (2012), no podemos aventurar en términos generales que las
mujeres que permanecen con sus parejas pese al maltrato están ligadas al
masoquismo. De hecho hemos visto cómo esto puede ser un posicionamiento asumido
por el hombre.
Sucede a veces que nos encontramos con situaciones en las que las mujeres esperan
aquel signo de amor del que habla la autora antes mencionada. Esto ocurrió con

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Camila, quien luego de esperar algún signo de amor rompió todos los esquemas. La
escuchamos en una institución del Estado destinada a atender a las personas
implicadas en denuncias de la ley 3.0401. Las intervenciones con esta mujer apuntaban
a su independencia económica y a encontrar alguna salida laboral que le permitiera
irse del hogar que compartía con un hombre que ejercía violencia hacia ella y su hija.
En el momento en que más se fortaleció su empoderamiento económico (que no solo
tenía que ver con el dinero), Camila dejó de venir por un buen tiempo. Cuando retomó
sus espacios de diálogo con dos de las trabajadoras de la institución mencionada, fue
para contar que había aprendido un deporte de defensa personal, que se había
defendido y que se había ido.
Otras veces, aún separados, la violencia insiste como en el caso de Sandra, madre de
dos niñas que le habían sido arrebatadas arbitrariamente por el padre de las mismas.
Niñas que al momento de la denuncia se encontraban internadas con un grave cuadro.
En este caso, lo que insistía era lo real. Aquello de lo que no se podía decir nada, lo
que no cesa de no inscribirse. Lacan sostiene que “[…] se podría decir que lo Real es
estrictamente impensable” (Lacan, 1974-1975, p. 4). Antes de escucharla a Sandra leí
el oficio del Juzgado y la denuncia que había realizado. Allí constaba que su grupo
familiar estaba constituido por cuatro hijos. Al escucharla, me llama la atención que
únicamente mencionara a dos niñas (aquellas de las que había sido apartada), por lo
que consulto acerca de los otros dos hijos que se mencionaban en el oficio del
Juzgado. Sandra me comenta sobre sus muertes, muertes dolorosas. Ella solo
menciona cómo murieron, aunque no puede decir mucho más sobre eso, no había
palabras para nombrar eso. En su cara no hay rastros de angustia, habla de esas
muertes como si estuviese hablando de personas desconocidas. Había algo que
reiteraba con insistencia: “Él no me acompañó, él no estaba”, haciendo alusión al
padre de los niños fallecidos.
La dinámica de atención en la institución abocada a atender denuncias de la Ley 3.040,
consiste en recibir a las dos partes implicadas, motivo por el cual dos trabajadoras
recibimos a la ex pareja de Sandra, quien se presenta desde el inicio en una posición

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Ley provincial Nº 3.040 de Protección Integral contra la violencia en el ámbito de las relaciones familiares.
Legislatura de Río Negro (1996).

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amenazante. En un momento de la entrevista expresa: “Si ustedes me sacan a mis
hijas, yo con un cuchillo las destripo de arriba abajo”. “Nosotras no definimos eso”, le
respondimos en un intento por dejar registro de que no somos la ley. A quien le
corresponda, definirá qué es lo que va a pasar.
Hemos visto cómo la ubicación de mujeres y hombres en las tramas de la pareja varían
en sus formas. No podemos aventurar una respuesta definitiva, no podemos
especificar la causa de la violencia. Sí podemos arriesgar un supuesto flexible: insiste la
búsqueda de aquello que no se tiene, retorna incesantemente aquello que se pide y
no se obtiene.
Salvarezza ubica a Lacan y toma sus palabras a propósito de la ausencia del signo de
amor:
[…] lo que hace de límite al sin límite del sacrificio de una mujer por un hombre, es
precisamente la obtención del signo de amor. El sin límite de las concesiones de una mujer
por un hombre, encuentra su límite en el signo de amor (Salvarezza, 2012, p. 7).

Bibliografía:

FREUD, S. (1919-1920). Más allá del principio del placer. En Obras


completas, Tomo III, Buenos Aires: El Ateneo.
FREUD, S. (1924). El problema económico del masoquismo. En Obras
Completas, Tomo III, Buenos Aires: El Ateneo.
FREUD, S. (1930). El malestar en la cultura. En Obras completas, Tomo
III, Buenos Aires: El Ateneo.
LACAN, J. (1974-1975). R.S.I. Recuperado de
http://www.lacanterafreudiana.com.ar/2.1.10.1%20CLASE%20 -
01%20%20S22.pdf
LACAN, J. (1963). Seminario X “La angustia” (Clase 8, 16 de enero de
1963). Versión Íntegra.
SALVAREZZA, S. (2012). Un loco amor , Aperiódico Psicoanalítico , Nº 23.

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