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¿Por qué buscamos? Tantas veces me han hecho esa pregunta y es difícil
transmitir en palabras lo que sentimos, cuál es nuestra necesidad que nada
tiene que ver con el cariño recibido por esa familia “de crianza”.
En tantos años de militancia y lucha en este tema conocí a muchas personas
con historias iguales o más terribles que la mía donde la realidad supera
cualquier ficción.
Algunas con hasta tres partidas de nacimiento distintas. La primera hecha al
nacer, luego fallece la madre y al ser institucionalizado se hizo una segunda
con cambio de nombre y datos y finalmente la tercera con nuevo cambio de
nombre y datos al ser entregado definitivamente a una pareja.
Supe de un matrimonio que había anotado como propias a dos niñas
haciéndolas pasar además como hermanas mellizas. De grandes se enteraron
no solo que eran apropiadas sino que no eran hermanas de sangre, ni siquiera
habían nacido el mismo año.
Conocí a una mujer que buscaba desesperadamente sus orígenes. Tenía a
una hijita muy grave con una extraña enfermedad y los médicos necesitaban
conocer los antecedentes médicos genéticos familiares. Golpeó todas las
puertas, rogó a su familia apropiadora información y recurrió a la justicia. No
obtuvo nada y su hijita falleció.
Y también conocí a quien hoy llamo una “hermana del alma”: Silvia. Ella
también buscaba su verdadero origen y pensaba que era apropiada. Tuvo la
suerte de que no fue así, en el Registro Provincial de las Personas (La Plata)
hallaron datos de su expediente de adopción y pudo enterarse absolutamente
de todo lo ocurrido, hasta su verdadero nombre y el de sus abuelos.
Quiero compartir una carta que escribió al cumplirse un año del reencuentro
con su verdad y dirigida a un funcionario del Gobierno de la Provincia de
Buenos Aires que dejó sin efecto el Programa Provincial “Reencuentros” para
la búsqueda de la identidad de origen que habíamos logrado que el entonces
Gobernador Felipe Solá creara por decreto en enero de 2007. En esta carta
Silvia expresa con mucha claridad lo que cada uno de nosotros siente:
“Me acerco para compartir con usted lo que significó para mí el Programa
Provincial Reencuentros. Para ello lo invito en este momento a que piense en
su ombligo. Es un símbolo. Es la cicatriz que nos dejó una unión. Una unión de
nueve meses con “alguien”. Por allí ese “alguien” nos nutrió. La sangre de ese
“alguien” fluyó por nosotros. Por allí fue transmitida nuestra historia y nuestra
herencia genética. Tal vez usted, como muchos, pueda asociar al ombligo con
un “alguien” real. Unen a ese ombligo con un rostro, un perfume, una voz, una
historia. Ese ombligo es símbolo de nuestro origen, nuestra IDENTIDAD.
Hace cinco años, cuando me enteré que no era hija de los que pensaba eran
mis padres biológicos, me miré al espejo. Observé mi ombligo y me pregunté
“¿A quién estuve unida? ¿De dónde vengo? ¿Qué origen tengo? ¿Cuál es mi
historia familiar?” y ese ombligo se convirtió en un hueco en mi historia. Un
hueco que quería llenar. Que me urgía llenar para saber realmente QUIEN
ERA.
Como personas sabemos que tenemos componentes heredados y
componentes adquiridos. Ambos componentes forman LA PERSONA. Conocer
los orígenes nos da seguridad. Nos permite saber QUIENES SOMOS. Dónde
estamos apoyados. Nuestra raíz. Es muy complicado explicar lo que se siente
cuando se desconocen los orígenes. Sobre todo a personas que no han
sentido esto. Mi experiencia personal me sirvió para pararme orgullosa en la
vida y decir “Sí, soy adoptada. Nací el 7 de enero no el 11 de marzo. Conozco
el nombre que me pusieron al nacer. Conozco el nombre de mi madre, padre y
hermanos” “MUNDO: ESTA SOY YO. Compartan conmigo esta alegría.
Déjenme que les cuente.”
Saber quiénes somos sirve para eso. Ese es el objetivo. Tan simple y sencillo
como eso. ESTA SOY YO, COMPLETA. MI PASADO Y MI PRESENTE.
Aquí no se trata de culpar a los padres biológicos o a los adoptivos o a los
apropiadores. Cada uno habrá tenido sus motivos para hacer lo que hizo y
tampoco somos Dios para juzgar. Pero tampoco nadie es Dios para decirnos si
PODEMOS O NO saber nuestro pasado. Negarnos la posibilidad de conocer
nuestra historia es alienarnos como personas. Es condenarnos a vivir con un
agujero en lugar de ombligo.
Es un proceso. Intimo e interno. Un encuentro PERSONAL. Por ser personal
también tiene sus tiempos de elaboración. No todos procesamos de la misma
forma al conocer nuestros orígenes y nuestra historia. Estamos acostumbrados
a ver por la televisión escenas de encuentros con llantos, gritos y mucha
puesta en escena. Pero no todos queremos eso o no todos lo vivimos de la
misma forma.
El encuentro con “los otros” es un segundo paso. Primero tenemos que
encontrarnos con NOSOTROS.
En mi caso personal, considero que todavía no es mi tiempo para
reencontrarme con mi familia biológica. Tal vez sea mañana, en unos años o
nunca. Esa es una decisión personal. Esto no quita que el hecho de saber mi
pasado me cambio en muchas cosas:
Conocí el nombre y apellido de mis padres, hermanos y abuelos. Conocí mi
fecha de cumpleaños. Este año fue el primer año que festeje el verdadero día
de mi nacimiento. Conocí el lugar donde nací.
Conocí la historia de la vida de mis hermanos y padres. Conocí los pormenores
del proceso de mi adopción. Conocí y valoré la valentía y el amor de mis
padres adoptivos demostrado en cada paso del proceso de adopción. Largo y
tedioso como lo sigue siendo hoy.
Pude modificar mi historia clínica ya que la que tenía era basada en una
historia familiar que no era verdadera.
Conocí a muchas personas que se acercaron para compartir la historia y para
apoyarme.
Conocí a muchas personas que se acercaron para solicitarme ayuda y sentí la
impotencia de no poder hacerlo ya que no contamos desde el gobierno con
una infraestructura adecuada.
Gané mucho e incrementé lo que ya tenía. Ya no tengo un agujero en el
ombligo. NADIE DEBE TENERLO.”
Mi historia personal
Desde que tengo uso de razón supe que no estaba con mis padres
biológicos pero nadie quería decirme la verdad. A partir de los 5 años de edad
comencé a somatizar con dolores de cabeza durante las 24 hs del día. Me
realizaron estudios que comprobaron que físicamente me encontraba bien y
comenzó entonces mi recorrido por cantidad de psiquiatras, psicólogos, curas
sanadores, acupunturistas, “manosantas” lo que fuera con tal de que me
sacaran esas “ideas raras” de la cabeza. Cuando hablaban de mí, mis padres
de crianza decían que había nacido “enferma de los nervios”.
Con los años los problemas se agrandaron, comencé a tener dificultad para
sociabilizar en la escuela, problemas de aprendizaje, crisis de llanto y angustia
hasta los 16 años que un psiquiatra logró que mis padres de crianza
accedieran a realizar una reunión de terapia familiar en la que se me dijera la
verdad.
El terapeuta me preguntó qué pensaba de mis padres e inmediatamente
respondí “soy adoptada”.
“Tu madre era una prostituta que iba a tirarte a la basura y nosotros te
salvamos” dijeron mis padres de crianza.
El tiempo demostró que en realidad no habían sido así las cosas pero que me
confirmaran que no era su hija biológica provocó en mí un gran cambio. Los
dolores de cabeza desaparecieron, de peor alumna pasé a ser la mejor.
Terminé el secundario con el mejor promedio de la escuela. Paulatinamente
las crisis de llanto y angustia disminuyeron hasta desaparecer.
En el año 1986 mi padre de crianza falleció. Creo que en sus últimos
momentos estuvo por decirme la verdad, lo que faltaba saber, pero no se
animó ni yo tampoco a preguntarle. Recuerdo su mirada en los últimos minutos
que me permitieron estar con él en la sala de terapia intensiva, sentí que me
estaba pidiendo que lo perdonara.
Al terminar el secundario no me decidía por ninguna carrera y estudié
traductorado de ruso ante el asombro de mis amigos y una evidente molestia
familiar que muchos años después comprendí.
Otra sorpresa en mi vida ocurrió en 1991 al nacer mi hija. Por un lado además
de la alegría lógica por su llegada cuando la vi por primera vez sentí una
emoción inconmensurable: por primera vez me reconocía en alguien.
Eso de “parecerse a…” porque era una bebé idéntica a mí, salvo por dos
detalles: rubia y de ojos claros. Su padre como yo somos morochos, cabello
castaño oscuro y de parte de él sin antecedentes familiares de ese tipo. “Acá
está tu historia” me dijo su papá al verla.
Recién a mis cuarenta años logré quitarme las cadenas de la culpa y decidí
buscar mi verdadera historia, sin miedos y con la fortaleza que me dieron
tantos años de sufrimiento.
En el 2006 logré que mi madre de crianza rompiera los Pactos de Silencio y
me contara una parte de la verdad.
Nací en La Plata y no en Capital Federal como dicen mis documentos. No sé la
fecha, es más, sospechan que pude haber nacido entre 1961 y 1963. Mis
padres se contactaron telefónicamente con un hombre muy violento que
formaba parte de un grupo de Trata de mujeres donde una de ellas había
quedado embarazada. El apodo de mi madre es “La Polaca”. Mi madre de
crianza habló una sola vez con ella por teléfono. Me dijo que mi madre estaba
con mucho miedo, que habían querido que abortara pero ella logró impedirlo,
quería quedarse conmigo pero no la dejaban. Estaba embarazada de cuatro
meses. Al poco tiempo una partera citó a mi madre de crianza en el Hospital
Español, en la sala de espera de obstetricia para que de lejos viera a “La
Polaca” y de esa manera darse una idea del tipo de bebé que tendría y se le
gustaba cerrarían el acuerdo. Mi madre de crianza fue con un almohadón bajo
su ropa simulando estar embarazada. Vio a una joven mujer. Le llamó la
atención su cabello pelirrojo y su nariz ancha. Me dijo que en ese momento
pensó si el bebé tendría esa nariz que no le gustaba para nada. Pero aceptó
igual. Comprendí entonces porqué de chiquita me ponían broches de la ropa
en mi nariz, decían que no era de “niña fina”. En realidad les recordaba a mi
madre. Mi hija la tiene igual, nosotras decimos que es nuestro sello.
Al cumplirse los nueve meses reciben un llamado telefónico de que el parto se
va a producir. Mis padres de crianza fueron en su auto inmediatamente a La
Plata. Presenciaron el parto pero no hablaron con “La Polaca”. Mi madre de
crianza me lo describió y dijo que en cuanto la partera me tomó de las piernitas
y lloré me envolvieron rápidamente y salieron corriendo. No sé cómo pero se
enteraron que había sido un parto múltiple pero cuando pidieron por la otra
bebé esa gente ya no la tenía. Me llevaron a la que fue mi casa toda la vida y
llamaron a un pediatra para que me revisara. Se horrorizó al ver el estado de
mi ombligo y preguntó quién había hecho esa barbaridad. “Parece un pene,
esto va a necesitar de mucha paciencia para curarlo”. A partir de que me
dijeron la verdad, en aquella reunión familiar, mi madre de crianza siempre me
decía todo el empeño que puso en esa curación, como para que mi
agradecimiento fuera eterno y en ese momento no entendía a qué se refería.
La separación de mi madre fue muy violenta al punto de quedar parte del
cordón umbilical colgando de mi cuerpo.
Mi padre de crianza que era abogado se encargó de toda mi documentación.
Cuando mi madre me contó todo esto ante algunas preguntas sobre mi
infancia y el trato recibido respondía “no es lo mismo un hijo biológico que
adoptado”.
Ella estuvo siempre convencida de que lo que hizo estaba bien más aún
después de hablar con un sacerdote que le dijo que “ya tenía ganado un lugar
en el cielo”.
Pero todo esto, a pesar de lo doloroso me sirvió para aclarar muchas cosas.
Confirmé que nadie iba a “tirarme a la basura”, entendí porqué estudié ruso y
tengo una hija rubia y de ojos claros que hoy, con 19 años tiene la contextura
física de una verdadera eslava. Todos vieron a mi madre, yo la imagino
mirando el rostro de mi hija.
Creí que era adoptada, lo había aceptado y lo decía a todos hasta con el
orgullo de haber sido deseada por esos padres que me criaron. Pero en el
2002, cuando en el Registro Civil revisan los archivos y me dicen que no
existía ningún trámite de adopción, que estaba anotada como hija propia fue
un balde de agua helada sobre mí. La ilegalidad me lastimó mucho.
Comencé una búsqueda personal que se transformó en la lucha por un
Derecho para todos los que estaban pasando por mi situación. Me di cuenta
que no iba a encontrar nada sobre mí sin las leyes ni el compromiso del
Estado. Además casi no tengo datos y hay muchas personas que sí saben
algo más, que tienen más posibilidades que yo de llegar a su Verdad y solo
necesitan que se les abra una puerta: la voluntad política para crear las
políticas públicas necesarias. Decidí transitar un difícil camino y les debo lo
que soy, lo que hago, mi fortaleza y entusiasmo a mi hija Macarena Lucía y al
Dr. Wilbur Ricardo Grimson que hace 33 años me liberó de la prisión en que
vivía.
Esta es mi lucha para que se reconozca la existencia de esta problemática
social y no meros casos aislados y que no siga ocurriendo.
Cuando nace un niño deseado o no es un ser humano que debemos respetar.
Un hijo no se compra ni se acepta de regalo: se Adopta.
Bibliografía
Fellini, Zulita (2000). Delito de tráfico de niños. Buenos Aires. Editorial
Hammurabi.