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Medea en El Submundo
Medea en El Submundo
Medea
Amigas, mi acción está decidida: lo antes posible,
matar a mis hijos y marcharme de esta tierra,
y no, por actuar con lentitud, entregar los niños
a otra mano más hostil para que los asesine.
De todas formas, es preciso que mueran, y ya que es
necesario,
los mataré yo, que los di a luz.
Vamos, vamos, ponte las armas, corazón. ¿Por qué vacilo
en hacer un daño terrible pero necesario?
¡Vamos! ¡Oh desdichada mano mía, toma el puñal,
tómalo, deslízate hacia la triste línea de partida de tu vida,
no te acobardes y no te acuerdes de tus hijos,
de que te son queridísimos, de que los pariste. Al menos
por este breve día, olvídate de tus hijos
y luego llora. Aunque los vas a matar,
ellos te fueron queridos; y yo soy una mujer desventurada.
Jasón
En nombre de los dioses,
deja que toque la suave piel de mis niños.
Medea
De ninguna manera. En vano gastas tus palabras.
(Se va volando a Atenas.)
EL JABALÍ DE CALIDÓN
Por algún motivo, la ciudadanía y los gobernadores de la ciudad-
estado de Calidón, parte del reino de Etolia, hoy Tesalia, habían
descuidado sus devociones a la diosa Artemisa. Estamos en una
época en la que todavía supone una imprudencia descuidar a
cualquier deidad celosa, y menos aún a la casta cazadora de la
luna. Como castigo por tan ofensivo menosprecio a su honor y
dignidad, Artemisa mandó a Calidón un monstruoso jabalí218 con
unos colmillos afilados como cuchillas del tamaño de ramas y un
insaciable apetito de cabras, ovejas, vacas, caballos y niños
humanos. Machacaba las cosechas, arrasaba los viñedos y
graneros y, como las ratas del Hamelín de Robert Browning, mordía
a los bebés en sus cunas y se bebía la sopa del cucharón de las
cocineras. Y no era lo único. Los agricultores huyeron aterrorizados
a refugiarse tras las murallas de la ciudad y pronto empezó a ser
inminente la hambruna.
Eneo, el rey de Calidón, en su excesiva adoración a Dioniso219
en detrimento del resto de los olímpicos, había sido el responsable
directo de la ira de Artemisa, así que se hizo cargo de la búsqueda
para librar a su región de aquel jabalí devastador. Hizo circular la
noticia por toda Grecia y Asia Menor.
«Dentro de un mes organizamos la caza calidonia. Que vengan
solo los mejores cazadores y los más valerosos. La recompensa
para aquel que dé el golpe de gracia será el derecho a quedarse
con los trofeos de la caza: los colmillos y el pelaje del animal. Pero,
lo más importante, serán suyos la gloria y el honor eternos en los
anales de la historia como vencedor del jabalí de Calidón y como el
mayor héroe de nuestra época.»
Muchos de los que respondieron a la llamada de Eneo eran
antiguos argonautas —incluido el propio Jasón—220 aburridos tras el
regreso a la plácida monotonía de la vida doméstica por
comparación con la camaradería y la emoción de la expedición del
vellocino de oro. La partida de caza la dirigiría el hijo de Eneo, el
príncipe Meleagro, miembro distinguido también de la tripulación del
Argo.
Aunque no fuera consciente, Meleagro había vivido bajo los
efectos de un extraño maleficio, y vale la pena remontarnos al
momento de su nacimiento para escuchar el relato. He dicho que
Meleagro era hijo de Eneo, pero parece probable que Ares, el dios
de la guerra, tuviese algo que ver también en su paternidad. Como
ya hemos oído, es bastante habitual en los héroes de su época.
Aunque está claro que la madre era la reina ALTEA, que venía de
una noble estirpe real conocida a veces, a propósito de su patriarca
TESTIO, como los TESTÍADES. Altea tenía cuatro hermanos, una
hermana de la que sabemos poco llamada HIPERMNESTRA, cuyo
nombre seguro que está punto de volver a ponerse de moda,221 y
otra llamada Leda, cuyo encuentro con Zeus transformado en cisne
inspiraría a muchos artistas en el futuro. Esa historia la dejamos
para otro día. Por el momento, centremos nuestra atención en Altea,
que yace con Eneo (o Ares, quizá) y nueve meses más tarde da a
luz a un niño, Meleagro.
Fue un parto complicado y el esfuerzo dejó a Altea deshecha y
profundamente dormida. El bebé estaba echado en su cuna tras la
expulsión. La madre durmiendo.
En esta pacífica escena se cuelan las tres parcas, las moiras. El
bebé, que bien podría ser hijo de Ares, podía tener un importante
futuro por delante y era asunto de las parcas discernirlo a su manera
habitual.
Cloto hiló el ovillo de la vida de Meleagro y declaró que el chico
sería noble. Láquesis lo midió estirando del huso de Cloto. Predijo
que Meleagro sería considerado valeroso por todo aquel que lo
conociese. Átropos dio un tijeretazo al hilo y anunció que, pese a las
predicciones de sus hermanas, sabía que el niño solo viviría
mientras el fuego no hubiera acabado de consumir el tizón que ardía
en la chimenea central de la casa.
—¿A qué te refieres? —preguntaron Láquesis y Cloto.
—Cuando este tizón acabe de arder y se apague —dijo Átropos
—, ¡también se habrá acabado Meleagro, hijo de Ares, Eneo y Altea!
Las tres soltaron una carcajada complacida y se esfumaron en la
noche canturreando:
Altea puso unos ojos como platos. ¿De verdad había oído
aquello o estaba delirando? Salió de la cama y se acercó al fuego.
Había, era verdad, un gran tizón en el centro de la chimenea. Las
llamas chisporroteaban a su alrededor, pero todavía no había
prendido del todo. En su febril imaginación se le antojó del tamaño y
forma de un bebé recién nacido. ¡Su Meleagro! Sacó el tizón y lo
echó apresuradamente en una tina de agua que puso a calentar al
fuego. Las llamas se extinguieron con un siseo. El bebé soltó unos
gorgoritos, feliz en su cuna.
¿Qué debía hacer a continuación? Envolvió el leño en una manta
y corrió a una de las salas menos visitadas del palacio, una sala con
suelo de barro donde podía enterrar el tizón bien hondo. Su hijo
podría haber muerto en cinco minutos si no hubiera hecho nada.
¡Ahora viviría por toda la eternidad!
Ahora ya tenemos un panorama del palacio de Calidón del rey
Eneo y de la reina Altea; fuera de sus murallas acecha un jabalí que
se dedica a devastarlo todo. El heredero al trono, el alto, fuerte,
noble y valiente príncipe Meleagro —ahora ya adulto—, vive con
ellos, claro, al igual que sus seis hermanas —GORGE, MELANIPE,
EURÍMEDE, Deyanira,222 MOTONE y PERIMEDE— y sus tíos, los
cuatro hermanos de Altea, los testíades —TOXEO, EVIPO,
PLEXIPO y EURÍPILO—. Los testíades son excelentes cazadores,
pero son conscientes de que para acorralar y atrapar a una presa
tan gigantesca y monstruosa como el jabalí de Calidón necesitarán