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Jasón tres hijos211 y todo iba bien hasta que el hombre le echó el ojo

a la hija de Creonte, CREÚSA.


La flecha de Eros, al alcanzar a Medea, jamás se había clavado
en un corazón más inclinado para la devoción total. Su amor por
Jasón era animal, obsesivo y aterradoramente apasionado. Su furia
cuando descubrió su traición no fue menos volcánica.
Juró venganza para sus adentros, aunque tuvo suficiente
presencia de ánimo como para ocultar su rabia, su dolor y sus
drásticas intenciones.
—¿Es posible que hayas decidido dejarme? —le preguntó a
Jasón.
—Es una cuestión política —respondió él—. Si entro en la familia
de Creonte, nuestros hijos podrían gobernar un día Corinto, además
de Yolco. Supongo que ves el valor que tiene eso.
—¿Después de todo lo que he hecho por ti? —Medea mantenía
la compostura de su voz—. ¿Quién te ayudó a derrotar a los bueyes
que escupían fuego y a la gran serpiente de la arboleda de Ares?
¿Quién acabó con Talos de Creta…?
—Sí, sí, sí. Pero si te paras a pensarlo, fue Afrodita. Idmón me lo
contó todo antes de morir. Afrodita mandó a Eros para hacer que te
enamorases de mí. Siguiendo órdenes de Hera, mi protectora. En
realidad, todo fue cosa suya, ella es la única que me ayudó. Tú no
eres más que un simple recipiente.
Un simple recipiente. En los siguientes días, Medea se repetiría
aquellas palabras muchas veces. Pero lo que salió de su boca fue:
—Claro, amor mío. Tienes razón. Lo sé. Me alegro por ti, y me
alegro por Creúsa y su familia. Y para demostrarlo, le mandaré el
mejor regalo de boda que esté en mi mano.
—Eres un ángel. —Jasón le dio un beso en cada mejilla—. Sabía
que lo entenderías.
Le dio una palmada en el culo y se marchó.
¡Hombres! No es que sean cafres, maleducados, superficiales e
insensibles…, aunque me atrevería a decir que muchos lo son. Es
que no pueden estar más ciegos. Son tan increíblemente estúpidos.
Los hombres de los mitos y de la ficción, por lo menos. En la vida
real son sagaces, listos y totalmente irreprochables, claro.
Llegaron los regalos de boda de Creúsa: una coronita dorada de
hojas y un peplo bellamente bordado y perfumado (untado por
Medea en un veneno letal). Creúsa no pudo evitar probárselo de
inmediato ante su espejo de bronce pulido. En cuestión de minutos
el veneno le quemó la piel y le penetró en el torrente sanguíneo. Sus
aullidos de dolor hicieron acudir a su padre Creonte, que cogió a la
joven moribunda entre sus brazos gritando y sollozando. Pero
cuando intentó dejar el cuerpo se dio cuenta de que el peplo
envenenado se le había pegado a él y murió también.
A continuación, Medea se dispuso a matar a sus hijos.212
Puede parecer que lo que Medea pretendía era cometer el más
horrible de sus no pocos crímenes; pero en Medea, Eurípides pone
en su boca un largo discurso en el que le da vueltas a si debe
hacerlo o no. Está considerado como uno de los grandes soliloquios
del teatro. De ahí, por empatía, Medea emerge como un héroe
dramático trágico y completamente humana.213
El infanticidio es algo que la tortura. Al principio decide que no
puede y no debe. Luego se imagina cómo será el destino de los
niños si no lo hace. Manos menos amables que las suyas les
quitarán la vida.

Medea
Amigas, mi acción está decidida: lo antes posible,
matar a mis hijos y marcharme de esta tierra,
y no, por actuar con lentitud, entregar los niños
a otra mano más hostil para que los asesine.
De todas formas, es preciso que mueran, y ya que es
necesario,
los mataré yo, que los di a luz.
Vamos, vamos, ponte las armas, corazón. ¿Por qué vacilo
en hacer un daño terrible pero necesario?
¡Vamos! ¡Oh desdichada mano mía, toma el puñal,
tómalo, deslízate hacia la triste línea de partida de tu vida,
no te acobardes y no te acuerdes de tus hijos,
de que te son queridísimos, de que los pariste. Al menos
por este breve día, olvídate de tus hijos
y luego llora. Aunque los vas a matar,
ellos te fueron queridos; y yo soy una mujer desventurada.

En un asombroso golpe de efecto, Medea aparece sobre el


escenario en un carro tirado por dragones, enviado por su padre
Helios, dios del sol. Lleva los cuerpos de sus hijos por miedo a que
si los deja en Corinto no les den adecuada sepultura. Jasón, al
saber lo que les ha pasado a sus hijos, la llama. El intercambio de
reproches y maldiciones es magnífico. El último ruego de Jasón cae
en saco roto.

Jasón
En nombre de los dioses,
deja que toque la suave piel de mis niños.
Medea
De ninguna manera. En vano gastas tus palabras.
(Se va volando a Atenas.)

En Atenas volveremos a encontrarnos con Medea.214


Un Jasón destrozado vivió en Corinto hasta que su viejo amigo y
compañero argonauta Peleo, hermano de Telamón, lo convenció
para que volviese a Yolco a derrocar a Acasto. Cosa que lograron,
así que Jasón acabó siendo rey. Su reinado no duró mucho. Una
tarde se quedó dormido bajo el codaste de su amado Argo y un
madero podrido y mal colocado le cayó encima y lo mató
instantáneamente.
En la proa, el mascarón murmuró para sí: «Ya le avisé cuando
las Rocas Chocantes arrancaron el codaste: “Aseguraos de que
arregláis bien ese codaste, Jasón, o un día lo lamentarás.”
Mortales…, no tienen remedio.».
ATALANTA

NACIDA PARA SER SALVAJE


Muchos héroes griegos fueron descendencia mestiza de humanos,
deidades menores, semidioses y hasta dioses olímpicos. Algunos
nacieron como resultado de maldiciones proféticas que hicieron que
fueran abandonados y criados por padres adoptivos o incluso
animales adoptivos. Muchos más aún consideraron su linaje divino
una maldición. Su heroísmo, quizá, derivaba de su capacidad para
aportar su mezcla de humanidad y divinidad contra las presiones
demoledoras del destino. ¿Qué otra cosa si no? De ahí viene todo el
heroísmo. Utilizo la palabra «héroe» sin marcar el género. En el
mundo antiguo, Hero fue un nombre femenino bastante común,215 y
convendremos, espero, en que una división entre héroes y heroínas
sería farragosa e innecesaria.
La fabulosa héroe Atalanta contaba con un pedigrí de gran
prosapia: su madre fue CLÍMENE, del clan real miníade,216 y su
padre, dependiendo de si creemos a Ovidio o a Apolodoro, se
llamaba IASO o ESCOENO. Sea cual sea su nombre, fue un rey
arcadio, la clase de gobernador que no valoraba la descendencia
femenina. Cuando su primogénita resultó ser una chica, hizo que se
llevasen al bebé del palacio y que lo dejasen en la montaña para
que muriera. No era ni el primero ni el último padre soberano que
enviaba a un niño a un destino semejante, como veremos.
A la criatura la abandonaron en una grieta muy alta del monte
Partenio donde tenían la certeza de que moriría. De hecho, solo
media hora después de que el guardia palaciego la dejase allí, un
oso, atraído por su llanto o quizá por el poco familiar olor humano,
subió con paso pesado a investigar. Quiso la casualidad —o a lo
mejor MORO, el destino recóndito que todo lo determina— que
fuese una osa, una osa, para más inri, que había perdido a su
osezno a manos de los lobos hacía menos de veinticuatro horas. Al
animal todavía lo guiaba un instinto maternal, y en lugar de comerse
a la niña la amamantó.
Y así aquel bebé humano creció y se convirtió en una tímida y
ágil criatura salvaje del bosque. Si se creía una osa o fue consciente
de su diferencia desde un principio, no lo sabemos. Podría haber
continuado siendo uno de esos legendarios niños salvajes de los
bosques adoptados por animales y sin socializar con su propia
especie —una Kaspar Hauser o una Victor de Aveyron griega, una
Tarzana o una Mowgli—, de no ser porque un día la vieron y
atraparon unos cazadores. Por suerte para ella, eran bondadosos y
amables. Le pusieron de nombre Atalanta217 y le enseñaron los
secretos de las trampas y la caza, a disparar con flechas, lanza y
honda, a cazar con perros y sin perros, a seguir un rastro, y todas
las artes de la montería y la cinegética. Rápidamente los igualó y
superó, al combinar la sutileza humana con la ferocidad y la
velocidad de un oso. Su tremenda agilidad y su inigualable pericia
como cazadora hicieron de Atalanta una devota natural de la diosa
de la castidad y la caza, Artemisa, a quien se consagró en cuerpo y
alma.
Un día se encontró acorralada por dos centauros, aquellos
híbridos mitad humanos y mitad caballo célebres por ser arqueros
de extremada precisión y velocidad. Atalanta disparó dos flechas
que dieron en el blanco antes de que uno y otro fuesen capaces de
levantar siquiera el arco. Su reputación se extendió y pronto todo el
mundo Mediterráneo había oído historias de aquella hermosa chica
consagrada a Artemisa que corría más rápido y disparaba con
mayor puntería que cualquier hombre.
Y cuando Artemisa echó un maleficio a un reino vecino y un
monstruoso jabalí arrasó el pueblo, sus cosechas y su ganado, sería
Atalanta, su sierva más ferviente y comprometida, quien los libraría.

EL JABALÍ DE CALIDÓN
Por algún motivo, la ciudadanía y los gobernadores de la ciudad-
estado de Calidón, parte del reino de Etolia, hoy Tesalia, habían
descuidado sus devociones a la diosa Artemisa. Estamos en una
época en la que todavía supone una imprudencia descuidar a
cualquier deidad celosa, y menos aún a la casta cazadora de la
luna. Como castigo por tan ofensivo menosprecio a su honor y
dignidad, Artemisa mandó a Calidón un monstruoso jabalí218 con
unos colmillos afilados como cuchillas del tamaño de ramas y un
insaciable apetito de cabras, ovejas, vacas, caballos y niños
humanos. Machacaba las cosechas, arrasaba los viñedos y
graneros y, como las ratas del Hamelín de Robert Browning, mordía
a los bebés en sus cunas y se bebía la sopa del cucharón de las
cocineras. Y no era lo único. Los agricultores huyeron aterrorizados
a refugiarse tras las murallas de la ciudad y pronto empezó a ser
inminente la hambruna.
Eneo, el rey de Calidón, en su excesiva adoración a Dioniso219
en detrimento del resto de los olímpicos, había sido el responsable
directo de la ira de Artemisa, así que se hizo cargo de la búsqueda
para librar a su región de aquel jabalí devastador. Hizo circular la
noticia por toda Grecia y Asia Menor.
«Dentro de un mes organizamos la caza calidonia. Que vengan
solo los mejores cazadores y los más valerosos. La recompensa
para aquel que dé el golpe de gracia será el derecho a quedarse
con los trofeos de la caza: los colmillos y el pelaje del animal. Pero,
lo más importante, serán suyos la gloria y el honor eternos en los
anales de la historia como vencedor del jabalí de Calidón y como el
mayor héroe de nuestra época.»
Muchos de los que respondieron a la llamada de Eneo eran
antiguos argonautas —incluido el propio Jasón—220 aburridos tras el
regreso a la plácida monotonía de la vida doméstica por
comparación con la camaradería y la emoción de la expedición del
vellocino de oro. La partida de caza la dirigiría el hijo de Eneo, el
príncipe Meleagro, miembro distinguido también de la tripulación del
Argo.
Aunque no fuera consciente, Meleagro había vivido bajo los
efectos de un extraño maleficio, y vale la pena remontarnos al
momento de su nacimiento para escuchar el relato. He dicho que
Meleagro era hijo de Eneo, pero parece probable que Ares, el dios
de la guerra, tuviese algo que ver también en su paternidad. Como
ya hemos oído, es bastante habitual en los héroes de su época.
Aunque está claro que la madre era la reina ALTEA, que venía de
una noble estirpe real conocida a veces, a propósito de su patriarca
TESTIO, como los TESTÍADES. Altea tenía cuatro hermanos, una
hermana de la que sabemos poco llamada HIPERMNESTRA, cuyo
nombre seguro que está punto de volver a ponerse de moda,221 y
otra llamada Leda, cuyo encuentro con Zeus transformado en cisne
inspiraría a muchos artistas en el futuro. Esa historia la dejamos
para otro día. Por el momento, centremos nuestra atención en Altea,
que yace con Eneo (o Ares, quizá) y nueve meses más tarde da a
luz a un niño, Meleagro.
Fue un parto complicado y el esfuerzo dejó a Altea deshecha y
profundamente dormida. El bebé estaba echado en su cuna tras la
expulsión. La madre durmiendo.
En esta pacífica escena se cuelan las tres parcas, las moiras. El
bebé, que bien podría ser hijo de Ares, podía tener un importante
futuro por delante y era asunto de las parcas discernirlo a su manera
habitual.
Cloto hiló el ovillo de la vida de Meleagro y declaró que el chico
sería noble. Láquesis lo midió estirando del huso de Cloto. Predijo
que Meleagro sería considerado valeroso por todo aquel que lo
conociese. Átropos dio un tijeretazo al hilo y anunció que, pese a las
predicciones de sus hermanas, sabía que el niño solo viviría
mientras el fuego no hubiera acabado de consumir el tizón que ardía
en la chimenea central de la casa.
—¿A qué te refieres? —preguntaron Láquesis y Cloto.
—Cuando este tizón acabe de arder y se apague —dijo Átropos
—, ¡también se habrá acabado Meleagro, hijo de Ares, Eneo y Altea!
Las tres soltaron una carcajada complacida y se esfumaron en la
noche canturreando:

La vida de Meleagro terminará en un visto y no visto


Cuando el tizón del destino diga: Ya no existo

Altea puso unos ojos como platos. ¿De verdad había oído
aquello o estaba delirando? Salió de la cama y se acercó al fuego.
Había, era verdad, un gran tizón en el centro de la chimenea. Las
llamas chisporroteaban a su alrededor, pero todavía no había
prendido del todo. En su febril imaginación se le antojó del tamaño y
forma de un bebé recién nacido. ¡Su Meleagro! Sacó el tizón y lo
echó apresuradamente en una tina de agua que puso a calentar al
fuego. Las llamas se extinguieron con un siseo. El bebé soltó unos
gorgoritos, feliz en su cuna.
¿Qué debía hacer a continuación? Envolvió el leño en una manta
y corrió a una de las salas menos visitadas del palacio, una sala con
suelo de barro donde podía enterrar el tizón bien hondo. Su hijo
podría haber muerto en cinco minutos si no hubiera hecho nada.
¡Ahora viviría por toda la eternidad!
Ahora ya tenemos un panorama del palacio de Calidón del rey
Eneo y de la reina Altea; fuera de sus murallas acecha un jabalí que
se dedica a devastarlo todo. El heredero al trono, el alto, fuerte,
noble y valiente príncipe Meleagro —ahora ya adulto—, vive con
ellos, claro, al igual que sus seis hermanas —GORGE, MELANIPE,
EURÍMEDE, Deyanira,222 MOTONE y PERIMEDE— y sus tíos, los
cuatro hermanos de Altea, los testíades —TOXEO, EVIPO,
PLEXIPO y EURÍPILO—. Los testíades son excelentes cazadores,
pero son conscientes de que para acorralar y atrapar a una presa
tan gigantesca y monstruosa como el jabalí de Calidón necesitarán

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