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Prodigioso Viaje de Edward Tulane, El - DiCamillo, Kate
Prodigioso Viaje de Edward Tulane, El - DiCamillo, Kate
EdwardTulane
| ILUSTRADO POR BAGRAM IBATOULLINE
Noguer
Kate DiCamillo ( con la ayuda de los
dibujos de Bagram Ibatoulline) nos conduce
por un viaje extraordinario desde las profun¬
didades del océano hasta la red de un pesca¬
dor, desde lo alto de un vertedero hasta un
campamento de vagabundos, desde la cabece¬
ra de una niñita enferma hasta las calles de
Memphis. Y a lo largo del camino, somos tes¬
tigos de su verdadero fin: que incluso el más
frágil de los corazones (uno de porcelana) puede
aprender a amar, a perder, y a amar de nuevo.
El Prodigioso V^iaje *
Edward Tulane
ILUSTRADO POR BAGRAM IBATOULLINE
Noguer
Título original:
The Miraculous Joumey ofEdward Tulane
Texto © 2006, Kate DiCamillo
Ilustraciones © 2006, Bagram Ibatoulline
Published by arrangement with Walker Books Limited, London SE11 5HJ
Reservados todos los derechos
.
El corazón se rompe y se rompe
y vive de romperse.
Hay que pasar por la oscuridad
y ahondar en la oscuridad
sin volver atrás.
E
JL^J RASE UNA VEZ EN UNA CASA DE LA CALLE EGIPTO
sus piernas estaban unidos y articulados con alambre para que sus
cionada.
11
El conejo se llamaba Edward Tulane, y era alto. Medía casi
Y por eso no lo hacía. Por regla general prefería evitar los pensa¬
mientos desagradables.
12
dad por sus largas y expresivas orejas. Cada par de bien cortados
mañanas.
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Abilene y la abuela de Abilene, que se llamaba Pellegrina. Cier¬
creyera que Edward era real, y que a veces pidiera que se repitiese
terado de lo último.
14
de Edward. Fue ella quien pidió que lo fabricaran, quien encargó
séptimo cumpleaños.
15
ne. Miraba fijamente al techo y escuchaba el aliento que entraba
16
Capítulo Dos
Y JL ASÍ PASABAN LOS DÍAS DE EDWARD, UNO DETRÁS
19
—¡Deja eso! —le gritó a Rosita.
durante varios días, pero fue su ego el que salió peor parado. La
con la orina del perro en su mantel que con las indignidades que
Aspiró una por una sus largas orejas con la manguera de la as¬
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su cara con brutalidad y eficiencia. Y, en su afán de limpieza,
ni siquiera oyó.
de la habitación de Abilene.
A
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estrechamente que Edward sintió los latidos del corazón de la
Pero no era amor. Era ira por haber sido tan extraordinariamente
burlona.
según creo.
22
Capítulo Tres
L
— JL^JO LLAMAN EL QUEEN MARY—DIJO EL PADRE
de Abilene—, y tú, mamá y yo navegaremos en él hasta Lon¬
dres.
—¿Y Pellegrina qué? —preguntó Abilene.
—Yo no voy —dijo Pellegrina—. Yo me quedo.
Edward, por supuesto, no estaba escuchando. Encontraba
las charlas de sobremesa espantosamente aburridas; de hecho, se
había propuesto no escucharlas siempre que pudiera evitarlo. Pero
entonces Abilene hizo algo insólito, algo que le obligó a prestar
atención; en el transcurso de la conversación sobre el barco, la
niña levantó al conejo de su silla y lo sentó en su regazo.
—¿Y Edward qué? —dijo con voz aguda y vacilante.
—¿Qué pasa con él, cariño? —preguntó su madre.
25
—¿Navegará Edward en el Queen Mary con nosotros?
26
—Esta noche, señorita, habrá cuento.
—¿Cómo era?
cuento.
27
Capítulo Cuatro
s
E
— JL^J RASE UNA VEZ UNA PRINCESA MUY BELLA.
la amaban.
de nuevo un escalofrío.
31
el rey, su padre, le dijo a la princesa que debía casarse; y poco
entonces?
hambre».
de entrar».
—La bella princesa entró y vio a una bruja que, sentada a una
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mesa, contaba monedas de oro. «Tres mil seiscientas veintidós»,
dijo la bruja.
veinticuatro».
mundo?».
nombre».
33
—«No amo a nadie», contestó con orgullo la princesa.
bruja, y se puso a contar otra vez sus monedas. «Tres mil seiscientas
34
—¿Fin? —protestó indignada Abilene.
que dormir.
sobre él y susurró:
35
—Edward —dijo Abilene—. Te quiero. No me importa lo
como las estrellas en una noche sin luna, tan resplandeciente como
las estrellas en una noche sin luna» una y otra vez hasta que, al
fin, despuntó el día.
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Capítulo Cinco
-
T
JL^JA CASA DE LA CALLE EGIPTO SE LLENÓ DE UNA
actividad frenética con los preparativos de la familia Tulane para
lo preparó para él, llenándolo con sus trajes más elegantes, varios
O:
39
junto a la barandilla. Pellegrina, tocada con un llamativo sombrero
a Abilene.
tación a bordo.
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—No —contestó Abilene—, me temo que no es de esos
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conversación. Alrededor del cuello llevaba un pañuelo de seda
soslayo.
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—No —le dijo Amos a Martin—, dámelo a mí —dio una
de porcelana. Se romperá.
triunfal.
43
,
i
Capítulo Seis
'TU
■■■ - -• ,■ > ?
«¿ ÓMO SE MUERE UN CONEJO DE PORCELANA?»
lo llamaba:
47
lámpara; no, era una bola de fuego; no, Edward se dio cuenta
como la noche.
se dijo.
48
la cara en el fango, experimentó su primera emoción genuina
y verdadera.
49
Capítulo Siete
s E DIJO A SI MISMO QUE, SIN DUDA ALGUNA,
pronto».
Y Abilene no llegó.
dormitorio.
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«¿Por qué brillarán tanto?», se preguntó. ¿Y seguirían bri¬
Era igual que la bruja del cuento. No: ella era la bruja del
a empujones.
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El embravecido mar llegó a lanzarlo por encima de la
guien me ayude!»
abajo.
más hasta que hubo una explosión casi increíble de luz, y Edward
La luz era tan intensa que Edward apenas podía ver. Pero al
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fin, de la luz salieron formas; y de las formas, rostros. Y Edward se
percató de que tenía delante dos hombres, uno joven y otro mayor.
dio la vuelta.
a verlo en la vida.
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—Mira eso —dijo el anciano—. Que paice que le gusta el
viaje, pues.
57
.
.
Capítulo Ocho
E
JL—/N TIERRA, EL VIEJO PESCADOR SE DETUVO PARA
encender la pipa y, con ella entre los dientes, enfiló hacia casa
un héroe victorioso.
en voz baja.
61
—Hola, Lawrence —gritó una mujer desde la puerta de una
En fin.Ya estamos.
manos en el delantal.
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En cuanto vio a Edward, soltó el mandil, aplaudió y
dijo:
en dirección a Nellie.
cabeza y sonrió.
—dijo.
criterio.
—¿Cómo le llamo?
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—Más que mejor —dijo Nellie—. Susana —miró los ojos
64
Capítulo Nueve
'
A
-XjLSÍ pues, edward tulane se CONVIRTIÓ EN
67
tan lejanas, y se dijo: «¿Qué importa? Llevar vestidos no va a
cosas.
rrible, lo peor de todo, ver que alguien que amas muere delante de
ti sin que tú puedas hacer nada. Sueño con él casi todas las noches.
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Nellie se enjugó las lágrimas con el dorso de las manos y
sonrió a Edward.
pronto a ella.
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Todas las noches después de cenar, Lawrence decía que iba
hombro y, si la noche era clara, nombraba una por una las cons¬
música celestial.
a sentir un escalofrío.
olvidar a Pellegrina.
70
Capítulo Diez
L
JL-/OLLY ERA UNA MUJER LLENA DE PROTUBERANCIAS
que hablaba demasiado alto y llevaba demasiado pintalabios. Según
entró en la casa, descubrió a Edward sentado en el sofá del salón.
—¡¿Qué es esto?! —dijo; dejó su maleta en el suelo y levantó
a Edward por un pie, sujetándolo cabeza abajo.
—Es Susana —dijo Nellie.
—¡Susana! —gritó Lolly, zarandeando a Edward.
Edward tenía el vestido sobre la cabeza y no veía nada, pero
ya sentía hacia Lolly una animadversión pletórica y profunda.
—Tu padre la encontró —dijo Nellie—. La subió en una
red y estaba sin ropa, por eso le hice unos vestidos.
—¡¿Ahora haces de criada?! —gritó Lolly—. ¡Los conejos no
necesitan ropa!
73
✓
vez desde que Edward estaba con ellos, no le cantó una nana. De
que murmuran por el pueblo: que te tratan como a una hija coneja.
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—Muy bien, pues tú a mí no me engañas —dijo la mu¬
juntas.
unos encargos!
pues.
el camión.
de su pecho de porcelana.
75
V
Capítulo Once
E
JLDWARD ACABO EN EL VERTEDERO. ESTABA
consuelo en su luz.
pila más alta se detuvo, metió las manos bajo las axilas y aleteó
do. ¿Que por qué soy el rey del mundo? Porque soy el rey
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ja! Por tanto, soy Ernesto: Ernesto, rey del mundo —volvió
a cacarear.
¡La levantaría del suelo agarrándola por las orejas! ¡La enterraría
mil veces peor, que estar en el fondo del mar. Era peor porque
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Oyó decir a Pellegrina:
decepcionado?»
del tiempo porque cada mañana oía a Ernesto celebrar su ritual del
de Edward.
81
Capítulo Doce
E
JL-/DWARD NO TUVO MUCHO TIEMPO PARA
—¡Eso es mío, eso es mío, todas las basuras son mías! —gritó
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El sol estaba en lo alto y Edward se sentía tonificado.
por un loco?
Pues lo era.
la cintura.
pastel de conejo.
Lucy ladró.
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Lucy soltó un gemidito esperanzado.
Lucy gruñó.
con él.
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me llamo Bull. Lucy, como ya te habrás figurado, es mi perrita.
manifestara su acuerdo.
rabo y ladrando.
un vagabundo y su perrita.
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Capítulo Trece
\
v Y IAJABAN A PIE. VIAJABAN EN VAGONES DE TREN
movimiento.
acababan de pasar.
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acurrucada a su lado. A veces hasta apoyaba el hocico sobre el
a inspirarle la perrita.
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daba cuenta de que, al igual que los gemidos y gruñidos de Lucy
para él.
que llevas no te pega ni con cola. Y además, repito que sin ánimo
sea de tu agrado.
93
—No mires, Lucy —le dijo a la perrita—, no avergoncemos
los pantalones.
conejo prófugo.
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Capítulo Catorce
¡Deja eso! —le gritó a Rosita.
—Porque —dijo Pellegrina— era una princesa que no quería a nadie
Y A QUIEN NO LE IMPORTABA EL AMOR, A PESAR DE QUE MUCHOS LA AMABAN.
Y SE HUNDIÓ Y SE HUNDIÓ Y SE HUNDIÓ
A Edwajrjd le gustaba
MUCHO OÍRLE CANTAR.
«He sido amado», les dijo Edward a las estrellas
—SSHH —LE DIJO AL CONEJO MIENTRAS LO ACUNABA,
—Vamos, Tilín
A
/jll principio, los otros pensaban que
enfadaba nunca.
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nían en una hoguera de otro pueblo, otro estado, otro lugar
alegraban de verlo.
de vagabundos.
al oído:
98
alguna vez en Carolina del Norte? Es un bonito estado. Allá
Edward sabía lo que era repetir una y otra vez los nombres
99
Un hombre entró en el vagón, enfocó una linterna a la
doblaban.
✓
otro.
vacío.
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—Nos hemos perdido.
¿Qué es eso?
Lucy:
101
cayó rodando y rodando y rodando por una colina de grava.
se detuvo.
Edward escuchó.
102
Capítulo Quince
p
JL OR LA MANANA, CUANDO EL SOL SALIÓ Y EL
canto de los grillos dio paso al gorjeo de los pájaros, una mu¬
Edward.
pescar.
Se irguió.
hay un uso para todo y todo es útil para algo. Eso digo yo.
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existía; había sido reemplazado por otro sentimiento, de vacío
y desesperanza.
exactamente igual».
La anciana se lo llevó.
106
Enseguida descubrió que a los pájaros.
sus orejas.
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«Vete —pensó—. Conviérteme en jabalí si quieres. Me
de él.
Le acompañaba un niño.
108
Capítulo Dieciséis
.
—Xj ryce —dijo la anciana—, largo de ahí.
bobalicón.
el vuelo.
111
—Largo de ahí. Ponte a trabajar. No quiero tener que
repetírtelo.
carcajeándose de él.
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A última hora de la tarde, Bryce y la anciana se fueron del
Auu uuy, auu uuy, auu uuy. Era el canto más triste que Edward
había oído jamás. Y entonces oyó otra melodía, el son de una
armónica.
un conejo vacío».
113
Pero cuando el último clavo fue extraído y el conejo cayó
114
Capítulo Diecisiete
B
JL-J RYCE SE ECHO A EDWARD AL HOMBRO Y
empezó a andar.
a Sara Ruth.
muñeca bebé.
Pero él la rompió.
Él la rompió.
y millones de pedazos.
No fui capaz.
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Lo intenté un montón de veces.
Pero él no lo sabe.
es que iba a ser dado a una niña para reemplazar a una muñeca.
Una muñeca.
ofendía.
Pero aún así, tuvo que admitirlo, era una alternativa muy
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había dos camas, una lámpara de queroseno y poco más. Bryce dejó
que sus ojos irradiaban los mismos reflejos dorados que los de
su hermano.
quieras.
más triste que Edward había oído jamás, más triste aún que el
canto lastimero del chotacabras. Por fin, Sara Ruth dejó de toser.
Bryce le preguntó:
119
—¿Quieres ver lo que te truje?
bailaba.
—Conejito —dijo.
—Es tuyo.
—¿Mío?
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le provocaban tos. Ella misma se las racionaba. Decía sólo lo
imprescindible.
manos.
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—Tilín —dijo Sara Ruth con los ojos clavados en Edward.
Dije para mí, me dije «Ese conejo es para Sara Ruth, se-
gurito».
122
Capítulo Dieciocho
13 RYCE Y SARA RUTH TENÍAN PADRE.
—Nunca lo vi.
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—¿Y qué? —dijo el padre—. Eso no importa nada. Ni un
pimiento.
la choza.
Quería protegerla. Quería hacer todo lo más que pudiera por ella.
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Al terminar el día, Bryce volvió con una galleta para Sara
mordisquitos vacilantes.
tos con una sola mano, Bryce hizo que Edward bailara, se cayera y
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se bamboleara. Al tiempo, tocaba una música alegre y cadenciosa
con la armónica.
humo, pensó otra vez en lo de tener alas. Pensó que si las tuviera,
volaría por encima del mundo, donde el aire sería limpio y claro,
suponer que tan por encima del mundo, ella podría respirar sin
toser.
Bryce dijo:
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—Tienes que buscar estrellas fugaces. Son las que tienen
magia.
el cielo nocturno.
129
'
■
Capítulo Diecinueve
L
JL-/OS DIAS PASARON. EL SOL SALIO Y SE PUSO,
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«Respira —pensaba Edward desde los brazos de la niña—.
Por favor.
anterior, y ella no había vuelto a preguntar por él. Por eso, bocabajo
se ha ido».
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terrible cuando el padre insistió en que Sara Ruth era suya, en
Memphis.
135
»
Capítulo Veinte
—¿ UÁNTOS CONEJOS QUE BAILEN VISTE EN TU
verlos. Lo vi.
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Edward no sólo se sentía vacío: estaba adolorido. Le
y a Bryce.
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Se quedó allí, mirándolos, largo rato. Después se encasquetó el
sombrero y se marchó.
profundos y oscuros.
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—¡Ya está bien! —dijo. Soltó a Edward sobre la acera—. No
Tilín.
142
Capítulo Veintiuno
L
JL-/A CAFETERIA SE LLAMABA NEAL’S. EL NOMBRE
que no se cayera.
Bryce.
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—¿Es tu conejo? —preguntó.
la cabeza.
muy cansado.
de café.
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—Señora —le dijo a Marlene cuando ella se detuvo para
Bryce.
dorso de la mano.
¿no?
el mostrador. Plam.
Bryce respingó.
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—Yo. Cociné. Comida. Para. Ti —dijo Neal.
Bryce carraspeó.
—¿Qué dices?
acompañaba al baile.
Alguien rió.
lo que he comido.
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Neal miró fijamente a Bryce. Y entonces, sin previo aviso,
Bryce aulló.
149
■
«
'
Capítulo Veintidós
A
JL JLNOCHECIA Y EDWARD CAMINABA POR UNA
de seda roja.
de la puerta.
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—¡Hola, Malone! —dijo Bull—. ¡Hola viejo amigo pastel
Edward entró.
familiar. ¿Por qué tenía que estar Sara Ruth tan lejos?
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Miró por encima de su hombro y allí estaban: las más magníficas
Lucy ladró.
Edward batió las alas, pero fue inútil. Bull lo sujetaba con
fuerza al suelo.
155
—Quédate con nosotros —repitió Abilene.
156
Capítulo Veintitrés
D E MARAVILLOSA FACTURA—DIJO EL HOMBRE
arte, ya digo; una sin par, increíblemente sucia obra de arte, pero
corazón».
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me presente. Soy Lucius Clarke, restaurador de muñecos. Tu
siempre digo que con la verdad hay que chocar de cabeza, sin
veintiuna piezas.
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No vestía un traje rojo. De hecho, no vestía nada en absoluto.
por el aire.
«Bryce».
mismo.
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—Solamente dos opciones —dijo—. Y tu amigo eligió la
Extraordinario en verdad.
beneficios.
162
Capítulo Veinticuatro
A
-XJLSÍ pues, edward tulane fue reparado,
los clientes. Un día, desde ese estante, Edward vio que Bryce
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Lucius Clarke suspiró.
Bryce lo mirara.
y...
—Ahora está arreglado —dijo Lucius—; he cumplido lo
que te prometí.
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«No te vayas —pensó Edward—. No podré soportar que
contemplando a Edward.
campanilla.
167
■
Capítulo Veinticinco
E STRICTAMENTE HABLANDO NO ESTABA SOLO,
Edward no respondió.
que no puedo.
Edward.
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de Edward como las notas de una canción melancólica y
dulce.
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cerraba dejando entrar el sol de la mañana o la luz vespertina,
puerta se abría de golpe, todos ellos pensaban «esta vez, esta vez,
junto a Edward.
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Capítulo Veintiséis
s
v
JL-J STE ES TU SITIO, SEÑORA MÍA. PRESÉNTATE
muñeca.
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—Meses y meses —contestó Edward—. Pero no me importa.
Muy distinta.
un siglo entero?
Edward.
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do continuar si te sientes así. No tiene ningún sentido. Deberías
—¿Qué dices?
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y la vieja muñeca permanecieron sentados en el estante, mirando
al frente.
ABIERTO.
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detenidamente. Miró a Edward a los ojos y le dirigió un gesto de
de la muñeca antigua:
alguien. Vendrá alguien gara ti. Pero antes debes abrir tu corazón.
La puerta se cerró. El rayo de luz desapareció.
Vendrá alguien.
El corazón de Edward se estremeció. Y Edward pensó, por
181
Abilene dando cuerda a su reloj, y en cómo se inclinaba después
más, a abrirse.
182
Capítulo Veintisiete
'i.
■
L
JL—/AS ESTACIONES PASARON, EL OTONO Y EL INVIERNO
madres.
185
Y vino alguien.
mirada.
y muy caro.
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—Un conejo —dijo Maggie.
a Edward.
de ningún medallón.
Era su reloj.
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—Edward —repitió ella, ya segura.
«Soy yo».
188
Coda
Erase una vez un conejo de porcelana
amado por una niña. En un viaje a través del océano, el conejo se
tiempo de espantapájaros.
Érase una vez un conejo que amó a una niñita y la vio morir.
amar.
tan rápido, los dos, que daba la impresión de que volaban. A veces
camino a casa.
'
JF
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