vivía un conejo que estaba hecho casi por completo de porcelana. Tenía brazos de porcelana y piernas de porcelana, patas de porcelana y una cabeza de porcelana, un torso de porcelana y una nariz dee porcelana, sus brazos y piernas estaban articulados y unidos por cable, así que sus codos de porcelana y sus rodillas de porcelana se podian ser doblados, dandole mucha libertad de movimiento. Sus orejas estaban hechas de piel real de conejo, y debajo de la piel, habian fuertes e ingeniosos cables, los cuales permitian a las orejas ser arregladas en poses que reflejaban el estado de animo del conejo - feliz, cansado, lleno de tedio. Su cola, tambien, estaba hecha de piel deal de conejo, y estaba esponjosa y suave y bien arreglada. El nombre del conejo era Edward Tulane, y era alto. Medía casi tres pies desde la punta de sus orejas a la punta de sus pies; sus ojos estaban pintados de un azul penetrante e inteligente. En todo, Edward Tulanesentia ser un especimen excepcional. Solo sus bigotes le ponian pausa. Eran largos y elegantes (como deberian ser), pero eran de un origen incierto. Edward se sentía realmente seguro que no eran los bigotes de un conejo. ¿A quién habian pertenecido los bigotes incialmente? - a que desagradable animal - era una pregunta que Edward no podia soportar considerar por demasiado tiempo. Y entonces no lo hizo. Prefería, como una regla, no pensar pensamientos desagradables. La señora de Edward era una niña de diez años, cabello oscuro, llamada Abilene Tulane, quien pensó casi tanto de Edward como Edward pensó de si mismo. Cada mañana despues de que ella se vestía para la escuela, Abilen vestía a Edward. El conejo de porcelana estaba en posesion de un extraordinario guardaropa compueto de tajes de seda hechos a mano, zapatos personalizados a la moda del mas fino cuero y diseñado especialmente para sus pies de conejo, y un ancho arreglo de sombreros equipados con agujeros, así podían encajar facilmente las largas y expresivas orejas de Edward. Cada par de pantalones a la medida tenian un pequeño bolsillo para el reloj de bolsillo de oro de Edward. Abilene daba cuerda a este reloj para él cada mañana. "Ahora, Edward", le dijo ella a el, luego de que terminara de darle cuerda al reloj, "cuando la aguja grande esté sobre el doce y la aguja pequeña esté sobre el tres, estaré de vuelta en casa para ti". Ella colocó a Edward en una silla en el comedor y posicionó la silla de tal manera que Edward estaba viendo fuera de la ventana y pudiese ver le sendero que llevaba la puerta frontal de los Tulane. Abilene equilibro el reloj en su pierna izquierda. Besó la punta de sus orejas, y entonces, dejó a Edward pasó el dia mirando a la Egypt Street, escuchando el tick de su reloj y esperando. De todas las temporadas del año, el conejo preferia más el invierno, por el sol se ocultaba temprano, y así la ventana del comedor se ponia oscura y Edward podía ver su propio reflejo en el vidrio. ¡Y que reflexión era!, ¡Que figura tan elegante poseía!, Edward nunca dejó de estar sorprendido de su propia finura. Por la tarde, Edward se sentaba en la mesa del comedor con los otros miembros de la familia Tulane: Abilene; Su madre y padre; y la abuela de Abilene, quien se llamaba Pellegrina. Es cierto, las orejas de Edward apenas se acercaban a la superficie de la mesa, y tambien es verdad, el pasaba la duracion de la comida mirando directamente a nada, excepto al brillante y cegador blanco del mantel. Pero él estaba allí, un conejo en la mesa. Los padres de Abilene encontraban adorable que Abilene considerara a Edward real, y que ella alguna veces pedía que una frase o historia sea repetida por que Edward no la había escuchado. "Papá", solía decir Abilene, "Me temo que Edward no entendió eso último" El papa de abeline volvería a dirigir en dirección a las orejas de Edward y hablaría lentamente, repitiendo lo que acababa de decir para el beneficio del conejo de porcelana. Edward pretendía, fuera de la cortesia de Abelina, escuchar. Pero, en realidad, el no estaba muy interesado en lo que las personas tenían que decir. Y tambien, a el no le importaba le importaban los pares de Abilen y su condescendiente manera de tratarlo. Todos los adultos, de hecho, lo condescendian. Solo la abuela de Abilene le habló como Abilene lo hacía, como un igual a otro. Pellegrina era muy vieja. ella tenía una larga, nariz perfilada y brillantes ojos negros que brillaban como estrellas oscuras. Fue Pellegrina la responsable por la existencia de Edward. Fue ella quien habia encargado su fabricación, ella quien habia ordenado sus trajes de seda y su reloj de bolsillo, sus elegantes sombreros y sus ingeniosas orejas, sus finos zapados de cuero y sus articulados brazos y piernas, todo por un maestro artesano en su nativa francia. Fue Pellegrina quien lo habia dado como regalo a Abilene en su septimo cumpleaños. Y fué pellegrina quien vino cada noche a arropar a Abilene en su cama y a Edward en la suya. "¿Nos contaras una historia, Pelelgrina?" Pregunto Abilene cada noche a su abuela. "No esta noche, señorita", decía Pellegrina. "¿Cuándo?", preguntó Abilene. "¿Cuál noche?" "Pronto", dijo Pellegrina. "Pronto habrá una historia" Y luego ella apagó la luz, y Edward y Abilene yacieron en la oscuridad del cuarto. "Te amo, Edward", decía Abilene cado noche después que Pellegrina se habia ido. Ella decía estas balabras y luego esperaba, casi como si esperara que Edwatd dijera algo de vuelta. Edward no decía nada porque, por supuesto, el no podía hablar. El yacía en su pequeña cama al lado de la grande de Abilene. Comenzó a levantarse en el tope y escuchaba el sonido de la respiracion entrando y saliendo de su cuerpo. Sabiendo que pronto ella estaría dormida. Ya que los ojos de Edward estaban pintados y el no podia cerrarlos, el siempre estaba despierto. Algunas veces, si Abilene lo ponia a el dentro de su cama a su lado en lugar de su espalda, el podia ver atravez de las grietas en las cortinas y fuera en la oscuridad. En las noches claras, las estrellas brillaban, y su luz tenue confortaba a Edward en una manera que el no podia entender. A menudo, el observala las estrellas toda la noche hasta que la oscuridad daba paso finalmente al amanecer.