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Pneumatología

Índice
1 Introducción temática
2 Aproximación bíblica
2.1 Espíritu de justicia
2.2 Espíritu aliento de vida en el caos y la muerte
2-3 Padre de los pobres
3 Pneumatología en la tradición teológica de la Iglesia
3.1 Pneumatología patrística
3.2 Tradición cristiana occidental
3.3 La tradición oriental
4 Teología latinoamericana post-conciliar
4.1 Surgimiento de una teología latinoamericana
4.2 Líneas de fuerza de la teología de la liberación
4.3 Evolución socio-eclesial. Movimientos pentecostales y carismáticos
4.4 Evolución en la teología de la liberación
5 A modo de conclusión
6 Referencias Bibliográficas
El Espíritu actúa desde abajo. Pneumatología desde américa latina
1 Introducción temática
La reflexión sobre el Espíritu Santo (llamada Pneumatología, de “pneuma” que significa
espíritu en griego) se ha desarrollado con fuerza en la Iglesia latina, sobre todo a partir del
Concilio Vaticano II  (1962-1965) y de la petición de Pablo VI para que se complementase la
cristología y la eclesiología del Vaticano II con un mayor estudio y culto sobre el Espíritu
Santo[1].
Sin embargo, la Pneumatología que durante el postconcilio se desarrolla en el Primer
Mundo incide más en las dimensiones personales y eclesiales del Espíritu que en los aspectos
históricos, sociales y políticos, tal vez inspirándose más en LG 4 (el Espíritu en la Iglesia) que
en GS 11 y 44 (los signos de los tiempos).
Se afirma, ciertamente, en estas Pneumatologías que el Espíritu del Señor llena el
universo (Sab 1,7), que sopla donde quiere y que como el viento no sabemos de dónde viene
ni adónde va (Jn 3,8). Aunque no se reflexiona suficientemente desde dónde actúa el Espíritu.
En cambio, en las décadas 1970-1980, desde América Latina y el Caribe se ha
experimentado una irrupción tan volcánica del Espíritu desde los pobres,  que nos ofrece una
clave de lectura para discernir desde dónde actúa el Espíritu.
En efecto, en las décadas 70-80 en América Latina hubo una irrupción de los pobres en
la sociedad y en la Iglesia que sacudió fuertemente la conciencia social y eclesial. Más
concretamente, los obispos reunidos en Medellín (1968) y en Puebla (1979) escucharon el
inmenso clamor de los pobres, discernieron en ello la voz del Espíritu, se comprometieron en
la lucha contra las estructuras injustas e hicieron una opción preferencial por los pobres, en
los que veían el rostro del Señor crucificado.
De este modo, la Iglesia latinoamericana realizó desde Medellín y Puebla una recepción
creativa y novedosa del Vaticano II, gracias a que tomó conciencia de su responsabilidad
como Iglesia local al discernir los signos de los tiempos que se manifestaban a través del
clamor del pueblo pobre y creyente.
Fruto de este discernimiento y de estas opciones ha sugido un estilo nuevo y profético
de Iglesia en América latina, de una riqueza comparable a otros momentos estelares de la
historia de la Iglesia, como la época de los Padres de la Iglesia, los movimientos medievales y
modernos de Reforma, el período del siglo XX anterior al Vaticano II con el surgimiento de
nuevas teologías, etc.
Así, aparece una pléyade de obispos proféticos y cercanos al pueblo, verdaderos Santos
Padres de la Iglesia de los pobres que defendieron los derechos de los pobres e indígenas,
incluso hasta el martirio (Romero, Angelleli, Gerardi). En este contexto nacen las
Comunidades eclesiales de base que son otro modo de ser Iglesia. La vida religiosa, inspirada
por la CLAR, se  inserta en los sectores populares y pobres. Grupos numerosos de laicos se
comprometen con la transformación de la sociedad y con la evangelización, y las mujeres
asumen un rol protagónico en estos procesos de cambio socio-eclesial. En este contexto ocurre
el martirio de obispos, sacerdotes, religiosas, catequistas, obreros, indígenas, jóvenes, pueblo
inocente masacrado por gobiernos dictatoriales y militares que se proclaman defensores de la
civilización cristiana occidental. Finalmente,  nace en estos años la teología de la liberación, la
primera reflexión teológica original desde América Latina.
En este contexto histórico se puede discernir que el Espíritu ha actuado y actúa
claramente desde abajo, desde los pobres de la sociedad y de la Iglesia y que, aunque llama a
todos a colaborar en la tarea del Reino, siempre lo hace desde la perspectiva de los pobres y a
favor de ellos.
Esta clave hermenéutica de la realidad y del Espíritu, nos ayuda a releer la tradición
bíblica y teológica de la Iglesia y a poner los fundamentos de una Pneumatología
latinoamericana desde abajo, que sea un aporte para toda la Iglesia.
2 Aproximación bíblica
¿Qué aportes encontramos en la Biblia para una Pneumatología desde abajo?
2.1 Espíritu de justicia
Para el Antiguo Testamento los términos derecho y justicia no significan solamente 
juzgar, sino ejercer el derecho y la justicia para con los pobres, como hizo Yahvé en el Éxodo,
como realizaron los Jueces de Israel, como anunciaron los profetas que se realizaría en los
tiempos mesiánicos. Todas esta actuaciones son fruto del Espíritu de justicia ( Is 28; Miq 3, 8-
10; Is 11, 1-9; Ez 36, 27-28; Jl 3, 1s).
Este Espíritu es el que desciende sobre Jesús en el bautismo (Lc 3, 21-22 y paralelos) y
el que le unge para su misión (Lc 4, 16-30 citando Is 61). Este Espíritu es el que en
Pentecostés desciende sobre la Iglesia naciente y produce frutos de solidaridad y exclusión de
la pobreza (Hch 2, 44-45; 4, 32-37). Es el Espíritu que Jesús promete a sus discípulos para
que puedan continuar su misión (Jn 16,7-11).
Es el Espíritu contrario a las obras injustas de la carne (Gal 5, 13-25), el Espíritu que
nos impulsa a amar a los hermanos (Rm 5, 1-5), el Espíritu que anticipa la justicia escatológica
de Dios en favor de los pobres (Mt 25, 31-45).
2.2 Espíritu aliento de vida en el caos y la muerte
El Espíritu Creador es aquel que en el caos, confusión y oscuridad del origen de la
creación se cierne sobre las aguas alentando vida (Gn 1,2), el que por el soplo divino da vida al
primer hombre (Gn 2,7) y desde entonces vivifica la humanidad hacia la escatología, como
una madre que engendra a sus hijos para la vida[2]. Pero el Espíritu no sólo engendra la vida,
sino posibilita el pasaje de la muerte a la vida como anunciaron los profetas (Ez 37,1-14).
En el Nuevo Testamento, el Espíritu de vida engendra a Jesús en el seno de María
virgen (Lc 1, 35), como antes había dado fertilidad a mujeres estériles, madres de grandes
figuras de Israel. Para Juan, el Espíritu es vida y da vida (Jn 10,10), no una vida meramente
natural (bios) sino una vida eterna, participación de la misma vida divina  (zoe). Y este
Espíritu brota del corazón muerto y traspasado de Jesús en cruz (Jn 19, 30.34), desde abajo.
Este Espíritu da la vida a los bautizados, nos resucitará, como resucitó a Jesús (Rm 8, 11) y
también liberará a la creación de la esclavitud y de los dolores de parto (Rm 8, 22-23).
2-3 Padre de los pobres
Esta expresión del himno Ven Espíritu Creador recoge el amor paterno-materno del
Espíritu hacia los pobres y pequeños, a quienes  han sido revelados los misterios del Reino,
como Jesús lleno de Espíritu reconoce y agradece al Padre (Lc 10,21-22; Mt 11,25-27). El
Espíritu que clama por el grito de los pobres es el mismo que acoge su oración y se convierte
en su padre y protector, como sucedió en Egipto (Ex 4, 3). Es el Espíritu que mueve a los
pastores a adorar al Niño en Belén (Lc 2, 8-29) y el que lleva al templo a Simeón y Ana para
revelarles el Mesías (Lc 22-28). Es el Espíritu que nos hacer clamar a Dios Padre (Rm 8,15;
Gal 4,6). Es padre y madre, protector, goel, padrino de los pobres.
Podríamos resumir lo dicho afirmando que en toda la historia de salvación el Espíritu
actúa desde los marginados, desde abajo, desde la periferia, utilizando medios pobres y
desproporcionados, para que el pueblo camine animoso hacia el Reino. Es una lógica
contraria al racionalismo moderno, pero es la lógica del Magnificat en la que María canta la
misericordia del Señor que se ejerce en los pequeños, humildes y hambrientos (Lc 2,46-55).
3 Pneumatología en la tradición teológica de la Iglesia
 3.1 Pneumatología patrística
No sería correcto proyectar en los Padres de la Iglesia Oriental de los siglos IV y V
(Basilio, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, Atanasio, Juan Crisóstomo…) esta
problemática actual, aun más cuando muchos de ellos  están preocupados por los problemas
trinitarios y, en concreto, por defender la divinidad del Espíritu atacada por los herejes que
afirmaban que el Espíritu era una criatura excelsa aunque no Dios, ni objeto de adoración. El
Concilio de Constantinopla (381) afirma que el Espíritu es Santo, Señor y dador de vida,
procede del Padre y juntamente con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado. En su acción
hacia fuera, el Espíritu habló por los profetas, está presente en la Iglesia, en el bautismo para
la remisión de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida del siglo futuro.
Aunque los Padres de la Iglesia no relacionan directamente el Espíritu con la justicia,
ellos reconocen la presencia del Espíritu en la vida de los fieles.  Si el Espíritu no fuera Dios,
los cristianos no podrían ser divinizados.
En Occidente, Agustín (s. IV-V) concibe al Espíritu como el lazo amoroso de comunión
que une al Padre con el Hijo, comunión de la que participan los cristianos. Ya antes Ireneo de
Lyon (s. III) había comparado al Hijo y al Espíritu con las dos manos con las que el Padre crea
y dirige la historia de la humanidad hacia la realización de su designio divino. Ambas manos
son diferentes pero se complementan recíprocamente: el Espíritu prepara la venida del Hijo
al mundo, el Hijo encarnado derrama su Espíritu después de la Pascua a sus discípulos, el
Espíritu lleva a término la misión de Jesús en la Iglesia y en la humanidad.
Paralelamente a estas reflexiones trinitarias, se da en los Padres de la Iglesia un vigoroso
desarrollo de las dimensiones éticas y sociales de la fe sobre dignidad de la persona humana, el
destino universal de los bienes, la necesidad de la limosna y de atender a los pobres. etc. Ellos
mismos, conscientes de la profunda unidad entre el sacramento del altar y el sacramento del
hermano, atienden a multitud de huérfanos, viudas, forasteros, enfermos, prisioneros…
Pero no aparece claramente en los Padres una conexión explícita y directa entre el
Espíritu y los pobres, entre Espíritu y justicia, como habíamos visto en la tradición bíblica,
aunque no sería difícil articular ambos temas.
3.2 Tradición cristiana occidental
La tradición teológica occidental ha estado muy marcada por Agustín, asimilado y
profundizado por Tomás de Aquino y se ha concentrado sobre todo en la dimensión
intratrinitaria del Espíritu y en sus efectos personales (los siete dones del Espíritu según Is 11,
2-3), como aparece en los himnos medievales Ven santo Espíritu y Ven Espíritu creador. Ha
habido muy poca incidencia de la Pneumatología en la eclesiología que mantiene el esquema
Dios-Cristo-Iglesia, por ello en la eclesiología prevalece la dimensión jerárquica y sacramental
con poca atención a lo laical y  carismático.
Sin embargo, frente a esta situación teológico-eclesial que se fortalece en la Edad
Media, sobre todo a partir del siglo XI, surge el polo profético de los movimientos laicales
populares (s XII y XIII) que reivindican la dimensión del Espíritu y desean volver a la
pobreza evangélica. Algunos quedan excluidos de las Iglesia oficial, mientras que los
mendicantes (franciscanos, dominicos…) fueron reconocidos por Roma. Un monje de
Calabria, Joaquín de Fiore (1132-1202) defiende la era del Espíritu como el Tercer Reino
que sucede al Reino del Padre (Antiguo Testamento) y al Reino del Hijo (Nuevo
Testamento). Aunque esta teoría fue condenada, obtuvo gran influencia en el mundo
filosófico y político, ya que vieron en ella la posibilidad de la acción del Espíritu no solo en la
Iglesia, sino también en la historia.
La Reforma (s XVI), tanto protestante como católica, es sin duda un movimiento
espiritual surgido desde abajo para reformar la Iglesia y volver a la Palabra, a Cristo y a la
cruz, aunque luego ambas Reformas se separasen por sus diferentes posturas eclesiales.
También en la evangelización de América latina (s XVI-XVII) hubo figuras proféticas
suscitadas por el Espíritu que defendieron a los indígenas y esclavos africanos frente a los
conquistadores hispano-lusos: Montesinos, Las Casas, Anchieta, Claver…
La revolución francesa (s XVIII), con sus excesos, provocó en toda la Iglesia un
movimiento restauracionista y contra-revolucionario, sin percibir -como más tarde afirmará
Pablo VI- que los ideales de la libertad, fraternidad e igualdad eran profundamente
evangélicos. Tampoco se entendieron desde Roma los movimientos de independencia de
América Latina que, comenzando por Haití, se extendieron por todo el continente.
Esta tendencia conservadora se manifestará en el Vaticano I (1870) y, luego, en las
posturas de Pío X contra el modernismo (1907) y de Pío XII contra la nueva teología europea
(1950), sin comprender ni a la minoría del Vaticano I, ni los elementos cuestionantes y
positivos de estas teologías.
No es extraño que los cristianos orientales acusen a la Iglesia latina de “cristomonismo”,
es decir, de centrar la fe solamente en Cristo, olvidando al Espíritu. Esta ausencia del Espíritu
se compensa en la práctica con algunos sucedáneos como la devoción a María, al Papa y a la
eucaristía.
En resumen, durante estos largos siglos la Iglesia latina, aunque profesó su fe trinitaria,
no desarrolló una verdadera Pneumatología, reduciendo el Espíritu a la jerarquía y a unos
pocos místicos, sustituyendo el Espíritu por otras dimensiones eclesiales. En todo este largo
período no faltó la acción caritativa de muchos grupos cristianos, aunque sin especial
vinculación con el Espíritu, y -sobre todo- hubo movimientos proféticos suscitados por el
Espíritu desde la base eclesial y social que postulaban una Iglesia más evangélica y una
sociedad más libre, justa y fraterna.
Habrá que esperar a los movimientos teológicos y sociales de mitad del siglo XX y al
profético Juan XXIII, venido desde la base y que deseaba una Iglesia de los pobres, para poder
recuperar la Pneumatología en la Iglesia occidental.
3.3 La tradición oriental
La tradición oriental siempre ha acentuado fuertemente la importancia del Espíritu,
tanto en la teología trinitaria como en la Iglesia y el mundo. De ahí nace una teología y una
praxis eclesial que resaltan las dimensiones experienciales, trinitarias, comunitarias, litúrgicas,
cósmicas y escatológicas de la fe cristiana. Citemos algunos de estos teólogos orientales que
han desarrollado la Pneumatología: Serge Boulgakov, Vladimir Lossky, Paul Evdokimov,
Olivier Clément, John D Zizioulas Jean Meyendorff,  Boris Bobrinskoy…[3].
El Espíritu que precede y guía la vida de Jesús es el que posibilita que la Iglesia viva la
comunión trinitaria, que la misión sea un Pentecostés, la liturgia sea invocación al Espíritu
(epíclesis) y la acción cristiana sea una transfiguración de la historia y del cosmos. El Espíritu
nos comunica la vida divina, nos diviniza. La Trinidad no es solo objeto de contemplación a
través los íconos, sino que constituye un verdadero programa social: un mundo de comunión y
participación, en libertad y respeto a las diferencias.
Sin embargo, la revolución comunista fue una dura prueba para la Iglesia Oriental: una
crítica al pietismo individualista de muchos cristianos poco comprometidos con la historia y
un llamado apocalíptico a una mayor integración entre fe y justicia, entre Pneumatología y los
pobres. Pero, a pesar de estas deficiencias, la rica teología del Oriente ofrece muchos
elementos para una Pneumatología desde abajo.
4 Teología latinoamericana post-conciliar
4.1 Surgimiento de una teología latinoamericana
Como ya hemos visto, el Vaticano II fue un evento pentecostal para la Iglesia,
preparado providencialmente por una serie de movimientos  teológicos centroeuropeos
(movimientos bíblico, patrístico, litúrgico, ecuménico, social…) y, sobre todo, por la figura
carismática y popular de Juan XXIII que convocó el concilio Vaticano II (1962-1965).
El Vaticano II posee una serie de afirmaciones e intuiciones pneumatológicas (LG 4;
GS 11), pero no llega a elaborar una Pneumatología. Por otra parte, el Vaticano II tampoco
logró asumir  el deseo de Juan XXIII de una Iglesia de los pobres: solo hay alguna breve
alusión a este tema (LG 8; GS 1).
Por esto, no nos puede extrañar que la Pneumatología post-conciliar   desarrollada en el
Primer Mundo no aborde el tema de los pobres ni una Pneumatología desde abajo.
Frente a esta situación, la irrupción volcánica de Espíritu en América Latina de los años
70-80 nos ofrece nuevas posibilidades para articular una Pneumatología desde abajo. En este
contexto socio-eclesial surge la teología de la liberación, primera teología de América Latina
que no es mero reflejo de la teología europea. Esta nueva teología supone una recepción
creativa del Vaticano II, ligada a las conferencias de Medellín (1968) y Puebla (1979). Son
conocidos los nombres de sus principales protagonistas: G.Gutiérrez, H. Assmann, J.L.
Segundo, E. Dussel, L.Boff, I. Ellacuría, J. Sobrino, P. Richard, J.B.Libanio, F. Betto, J.
Comblin, C.Mesters, J.C Scannone, R.Muñoz, D. Irarrázaval, A. Quiroz, etc.
4.2 Líneas de fuerza de la teología de la liberación
La teología de la liberación parte de la realidad socio-eclesial del pueblo, escucha el
clamor de los pobres y descubre en ellos el rostro del Crucificado. Esto supone una verdadera
experiencia espiritual. Esta realidad, iluminada por la Palabra, ayuda a ver que la pobreza es
pecado, contraria al proyecto del Reino de Dios. Proyecto que se nos ha revelado a través del
Jesús histórico de Nazaret,  por medio de su predicación, sus opciones por los pobres, su
defensa de la vida, su denuncia de estructuras socio-religiosas opresoras, lo cual lo lleva a
muerte. La resurrección de Jesús es la confirmación del Padre de que el camino de Jesús era el
verdadero camino. La venida del Espíritu sobre los discípulos hace nacer una Iglesia que tiene
la misión de proseguir la obra de Jesús en la historia. De aquí surge el compromiso con el
Reino, la opción por los pobres, la defensa de la vida, la denuncia de las situaciones de muerte
y todo ello en el seguimiento de Jesús.
Este teología no tiene inspiración marxista, sino evangélica; no es simple sociología
política, sino auténtica teología que aborda todos los temas teológicos, desde la Trinidad a la
escatología; no sustituye a Cristo por el pobre, sino que contempla a Cristo presente en el
pobre; no es antijerárquica sino que busca que toda la Iglesia sea un Pueblo de Dios
mesiánico; no es simple ideología, sino que lleva a la praxis e incluso al martirio.
4.3 Evolución socio-eclesial. Movimientos pentecostales y carismáticos
Los cambios políticos de fines de los 80 con la caída del socialismo del Este, la evolución
democrática de la mayoría de países de América Latina y el Caribe, el invierno eclesial de los
pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, el ambiente cultural post-moderno, la
emergencia de nuevos actores sociales y eclesiales (indígenas, afros, mujeres, jóvenes…), el
desafío de la ecología, la proliferación de movimientos carismáticos y pentecostales, afectan a
la teología de la liberación.
Concretamente el llamado movimiento pentecostal evangélico constituye, según
J.Comblin, el mayor impacto religioso acontecido desde la Reforma del siglo XVI. Es el que
más crece en las Iglesias, el más popular, el que se difunde en las diversas Iglesias históricas.
En América Latina, los más pobres entre los pobres acuden no a las comunidades de base, ni
siquiera a la renovación carismática católica, sino a los movimientos pentecostales.
Estos movimientos acogen a los más desesperados de la sociedad moderna – excluidos
por el sistema neoliberal- y les ofrecen un supermercado de la fe, con acentos mágicos,
sincréticos y utilitaristas. Pero muchos de sus adeptos pasan por una profunda conversión que
les lleva a abandonar drogas, alcoholismo, abusos sexuales y violencia familiar.
Lo más característico del pentecostalismo, sobre todo del clásico, es el proceso que lleva
de la conversión por obra del Espíritu, al bautismo del Espíritu que es una profunda
experiencia emocional donde se acepta a Cristo como Salvador, se es poseído por el Espíritu y
se reciben dones extraordinarios como glosolalía, profecía y discernimiento. Sus pautas
teológicas parten de un puritanismo de ser los elegidos, un dualismo radical entre Espíritu y
mundo material, una visión exclusivamente individualista del pecado.
Hay en ellos un ambiguo entusiasmo emotivo colectivo, supermercado religioso en el
neopentecostalismo y, sobre todo,  un alejamiento de la responsabilidad pública y social. Su
éxito se debe -sobre todo- al hecho de que en medio de la anomia social y de la exclusión que
experimentan desde gran parte de la sociedad y desde las mismas Iglesias históricas, se
sienten  acogidos, valorizados y ayudados por las Iglesias pentecostales, con capacidad de
palabra y de expresión, en cultos a su alcance que les llenan de alegría y mejoran su vida.
La renovación carismática católica nacida en Estados Unidos en 1966, se extendió
rápidamente por Europa, América Latina y el resto del mundo. Tanto Ratzinger como Y.M.
Congar ven en este movimiento un fruto positivo del Vaticano II[4].
Los que participan de este movimiento aseguran haber experimentado por primera vez
la libertad del Espíritu, el don de la salvación, un nuevo nacimiento en el Espíritu, la
pertenencia a la comunidad del Señor y se han sentido renovados, convertidos, transformados,
regenerados, llenos de alegría y gozo. Su parecido con los movimientos pentecostales es
grande, aunque la renovación carismática se centra de ordinario en la celebración eucarística.
La crítica que se ha hecho a la renovación carismática es semejante a la que se ha hecho
a los movimientos pentecostales: peligro de emocionalismo psicológico, individualismo, falta
de discernimiento, apego a dones extraordinarios como glosolalía, evasión de tareas y
compromisos sociales (“huelga social”). Además, desde el punto de vista católico, se ve el
riesgo de convertirse en comunidades de la Palabra, poca clarificación entre el bautismo del
Espíritu y la confirmación, poca participación en la pastoral de conjunto, peligro de constituir
una especie de secta católica.
Los líderes del movimiento carismático reaccionan ante estas críticas dando criterios de
discernimiento en la línea de 1 Cor 12. Ciertamente, desde sus orígenes hasta nuestros días,
ha habido un proceso de maduración y de purificación  muy positivo, una mayor formación
bíblica y teológica, una mayor inserción eclesial en la pastoral, un mayor discernimiento, un
mayor compromiso apostólico y social.
En América Latina muchos pobres acuden a estos grupos, seguramente por los mismos
motivos de anomia social que otros acuden a los pentecostales. Entre ambos grupos crece un
sentido de acercamiento ecuménico.
Estos movimientos pentecostales y carismáticos interpelan a las Iglesias históricas.
Frente a un tipo de estructura religiosa demasiado rígida y racionalista, expresada en dogmas,
escrituras y normas, hay una búsqueda de una espiritualidad más experiencial, carismática,
mística  y entusiasta, más sensible a la corporalidad y a la dimensión afectiva, más abierta a lo
comunitario, más popular, más sensible a la espiritualidad que a las estructuras religiosas. Hay
una interpelación pneumatológica.
4.4 Evolución en la teología de la liberación
Aunque la pobreza no solo permanece sino que aumenta en América Latina, de modo
que se pasa de explotados a descartados y sobrantes, el nuevo imaginario socio-eclesial afecta
a la teología de la liberación. Esta  se abre ahora a la teología indígena y afro, a un mayor
protagonismo de las mujeres en la teología, a la reflexión ecológica, a una valoración positiva
de la religiosidad popular. Surgen también interrogantes sobre la teología de los comienzos:
¿demasiado voluntarista, paternalista y androcéntrica? ¿un tanto ingenua en sus análisis
sociales y políticos? ¿riesgo de milenarismo?
Pero, quizás, la mayor crítica sea su deficiente Pneumatología. La teología de la
liberación que parte desde abajo, es un evento espiritual y suscita una verdadera
espiritualidad, sin embargo, ha sido poco pneumatológica en su reflexión.
Por esto, en los últimos años, diversos teólogos y teólogas como J. Comblin, L. Boff, Mª
Clara Luccheti de Bingemer, Mª J. Caram, D. Irarrázaval… han puesto las bases para una
Pneumatología latinoamericana. Esta reflexión constata la actuación del Espíritu, no solo en
las personas y en la Iglesia, sino en el mundo, en la creación y su evolución, en la historia y
muy concretamente en los pobres. A través del clamor de los pobres, a través de su búsqueda
de libertad, de dignidad y de palabra, de su lucha por la vida, actúa el Espíritu. El Espíritu
actúa desde abajo y siempre en favor de los oprimidos, hace pasar de la muerte a la vida.
No se puede identificar al Espíritu meramente con los fenómenos extraordinarios (don
de lenguas…), sino que el Espíritu se relaciona con el servicio, el amor, la alegría en las
tribulaciones, la lucha por una vida digna, la solidaridad, el sentido de gratuidad y de fiesta, la
oración y la esperanza, el seguimiento de Jesús a cada día. También se ve al Espíritu en
estrecha relación con el clamor de la tierra por su liberación, en conexión con el respeto a la
mujer (ecofeminismo). La dimensión religiosa y cultural de las tradiciones originarias es fruto
del Espíritu, lo mismo que su rica religiosidad y espiritualidad popular. Surge un macro-
ecumenismo que lleva a dialogar no solo con las diferentes Iglesias cristianas, sino también
con las religiones originarias y con otras confesiones religiosas.
Naturalmente, esta Pneumatología que comienza a surgir desde abajo no es ingenua, y
ve la necesidad de un serio discernimiento de los signos de los tiempos, siempre a la luz de la
vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
Esta Pneumatología desde abajo deberá profundizarse desde el misterio Trinitario,
desde un Padre que -al entregarnos a Jesús por amor- se empobrece; desde el Hijo que se
anonada en la encarnación nazarena; desde el Espíritu que se oculta en la voz de los pobres y
pequeños. La opción por los pobres está implícita no solo en nuestra fe cristológica  
(Benedicto XVI), sino también en nuestra fe pneumatológica en el Espíritu Santo, Señor y
dador de vida.
5 A modo de conclusión
La irrupción volcánica del Espíritu en América Latina -en torno a los años 60-70- nos
ayuda a comprender que el Espíritu actúa desde abajo. Esta intuición se confirma a partir de
la Escritura que nos revela al Espíritu presente, especialmente en momentos de crisis y caos,
hace pasar del no ser al ser y de la muerte a la vida, suscita movimientos proféticos en defensa
del derecho y la justicia, al servicio de los pobres y pequeños, unge a Jesús para evangelizar a
los pobres.
Sin embargo, la Pneumatología tradicional ha estado más preocupada por  cuestiones
intratrinitarias y por temas meramente intraeclesiales, que por la presencia viva del Espíritu
en la base de la sociedad y de la Iglesia. La teología de la liberación, muy sensible al clamor de
los pobres, pero hasta hace poco con solo una Pneumatología incipiente, comienza ahora a
integrar liberación y Espíritu, superando el riesgo del excesivo voluntarismo ético y
completando la cristología y la eclesiología con una Pneumatología desde abajo que recoja la
tradición bíblica y lo mejor de las corrientes proféticas de la Iglesia.
Esta Pneumatología se abre a los pobres, a las culturas, a las religiones, a los indígenas y
afros, a las mujeres y jóvenes y, de un modo especial, a la problemática ecológica de la tierra y
de todo el cosmos. Este Espíritu es el fundamento de  la opción de Jesús y de la Iglesia por los
pobres.  Nos revela a una Trinidad que por amor se vacía hacia el mundo y quiere -desde los
pobres- realizar su proyecto del Reino de filiación y fraternidad universal.
El nuevo obispo de Roma, Francisco, venido del fin del mundo y que ha vivido las
opciones de la Iglesia latinoamericana, es quien hoy nos exhorta a salir a la calle, ir a las
fronteras y reformar la Iglesia para que sea una Iglesia pobre y de los pobres. Esto actualiza y
confirma la importancia de una Pneumatología desde abajo, pues el Espíritu es
tradicionalmente “el padre de los pobres”.
Victor Codina, SJ, Universidad Católica de Cochabamba, Bolívia.
 
6 Referencias Bibliográficas
BOFF, L, O Espiritu Santo, Vozes, Petrópolis 2013
CODINA, V, El Espíritu del Señor actúa desde abajo, Sal Terrae, Santander (en
prensa)
COMBLIN, J, El Espíritu Santo y la liberación, San Pablo, Madrid  1987
___________ O Espirito Santo e a tradiçao de Jesús, Nhanduti, Sâo Bernardo do Campo
2012
Para saber más
BINGEMER, Mª C, El amor escondido, Concilium, 342, Septiembre 2011, 63-76.
CARAM, Mª J, El Espíritu en el Mundo Andino,  Una Pneumatología desde los
Andes, Verbo Divino, Cochabamba 2012
CODINA,V, Creo en el Espíritu Santo, Santander 1994
____________No extingáis el Espíritu, Sal Terrae, Santander 2008
CONGAR Y-M, El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1983
DURRWELL, F.X, El Espíritu del Padre y del Hijo, Paulinas, Madrid 1983
EDWARDS, D, Aliento de vida. Una teología del Espíritu creador, Verbo Divino,
Estella 2008
IRARRÁZAVAL, D, Conversión vivencial del Espíritu en
Sudamérica, Concilium 342, septiembre 2011, 137-147
GUITÉRREZ, G, Beber en su propio pozo, CEP, Lima 1983
MÜHLEN, H, Espíritu, Secretariado Trinitario, Salamanca  1974
[1] Pablo VI, Audiencia general del 6 de junio de 1973; esta afirmación es recogida   por
Juan Pablo II en su encíclica sobre el Espíritu Santo, Dominum et vivificantem,  1986, n 2
[2] Espíritu en hebreo es ruah, de género femenino.
[3] No queremos entrar aquí en cuestiones más técnicas sobre el conflicto trinitario
entre Oriente y Occidente en torno al tema del Filioque, ni en las modernas propuestas
orientales sobre el Spirituque. Cfr V.Codina, No extingáis el Espíritu, Santander 2008, 229-
241; V-Codina, Los caminos del Otiente cristiano, Santander 1997, 91-98
[4] V. Messori, J.Ratzinger, Rapporto sulla Fede, Milano 1985; Y.M.Congar, El Espíritu
Santo, l.c, 349-415, con bibliografía.

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