Está en la página 1de 64

LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD

LEONARDO BOFF

Advertencia

Detrás de todos los grandes problemas humanos hay siempre una cuestión teológica. Hay
siempre una exigencia de radicalidad, es decir, de un sentido último, de una referencia
definitiva. Cuando uno estudia estas cuestiones se hace teólogo, independientemente de su
inscripción religiosa o confesional, del uso que hace o deja de hacer de la terminología técnica
que ha creado la llamada “teología”. Hay una pregunta insoslayable: ¿Cuál es la estructura
última del ser? ¿Qué se esconde detrás de lo que vemos, vivimos y sufrimos? ¿Qué podemos
esperar? ¿Habrá un último bienestar? ¿Quién nos acogerá?

Las respuestas a estas cuestiones existenciales y sociales están codificadas en las religiones.
Las teologías intentan darles legitimidad con todos los recursos de la razón y de otras formas
de convencimiento. A pesar de este carácter institucional, cada persona interroga por su cuenta
y busca una respuesta que llegue a adecuarse a su percepción de la realidad.

Normalmente, cada tipo de sociedad produce su adecuada representación religiosa. La religión


que domina en un grupo es la religión del grupo dominante. La forma dominante de representar
a Dios se ve influida por la forma con que la cultura dominante representa a Dios. Y esta cultura
representa a Dios dentro del marco de sus intereses fundamentales. Así, en la sociedad
capitalista, basada en el desinterés del individuo, en la acumulación privada de los bienes, en la
prevalencia de lo particular sobre lo social, normalmente la representación de Dios acentúa el
hecho de que Dios es uno solo, de que es el Señor de todo, de que es todopoderoso y fuente de
todo poder. De ahí se deriva normalmente que los detentores del poder en la tierra son sus
representantes naturales. El mongol Mangu-Khan escribió una carta al rey de Francia en donde
expresaba bien este raciocinio lógico: “Este es el orden del Dios eterno: en el cielo hay un solo
Dios eterno y en la tierra tiene que haber un solo señor, Gengis-Kahn, el hijo de Dios”. En su
sello se lee: “Un Dios en el cielo y Khan en la tierra: sello del Señor de la tierra”.

La Iglesia, en su faceta institucional-histórica, se ha desarrollado dentro del marco occidental,


fuertemente caracterizado por la concentración del poder en pocas manos. Se ha inculturado
dentro de unas matrices en las que el poder monárquico, el principio de autoridad y de propiedad
prevalecían sobre otros valores más comunitarios y societarios. Así es como se entiende el perfil
histórico actual de la institución eclesiástica, con su modo propio de distribución social del
trabajo religioso entre clérigos y laicos, marcadamente poco participativo. Dentro de este
contexto, difícilmente podría asimilarse el misterio trinitario como comunión de las tres
distintas personas, que —respetada su distinción— por causa del amor y de la comunión son
un solo Dios. Una doctrina trinitaria basada en la unidad de la única naturaleza divina o de la
figura del Padre, causa única y fuente última de toda la divinidad, se presentaría como más
adecuada al contexto general de la cultura. No sin razón predomina en la conciencia de la Iglesia
un monoteísmo atrinitario o pretrinitario más bien que una verdadera conciencia trinitaria de
Dios. La vuelta a una comprensión radicalmente trinitaria de Dios ayudaría a la Iglesia a superar
el clericalismo y el autoritarismo, todavía vigentes en los comportamientos eclesiásticos. El

1
desafío para la estructura eclesial no es propiamente la secularización ni la politización de la fe;
éstos son riesgos menores; el verdadero desafío para el tipo actual de institución que concentra
todavía demasiado poder en el clero es la vivencia de la fe trinitaria, de la fe-comunión entre
distintos, que forman una comunidad viva y abierta. Esta fe llevaría a toda la estructura de la
Iglesia a un proceso de conversión. La misma estructura sería evangelizada, ya que Puebla
enseñó muy bien que “la evangelización es una llamada a la participación en la comunión
trinitaria” (n. 218). Esto se aplica fundamentalmente a la Iglesia como institución.

Por otro lado, hemos de reconocer que el espíritu de comunión —y por eso mismo la raíz
trinitaria de la Iglesia— se conservó y se vivió mejor en la vida religiosa y en el cristianismo
popular. En estos terrenos el poder es más participado y está muy presente el sentido de
fraternidad. Esta tiene que abrir cada vez más espacios a la participación igualitaria de todos,
sin discriminación alguna por razones de sexo o de la función específica que uno ocupa en el
conjunto eclesial. Sólo entonces podrá ser verdad lo que dice el concilio Vaticano II: “De esta
manera la Iglesia toda aparece como el pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo” (Lumen gentium 4).

Igualmente comprobarnos, en los procesos sociales de hoy, una inmensa voluntad de


participación, de democratización y de transformaciones que fomentan la gestación de una
sociedad más igualitaria, participativa, pluralista y fraternal. Este anhelo se afianza mejor con
una comprensión trinitaria de Dios. Más aún, encuentra en la fe cristiana en el Dios-comunión
de las tres divinas personas la utopía trascendente de todas las búsquedas humanas de formas
más participativas, comunionales y respetuosas de las diversidades. Dios-Trinidad es lo que es.
Pero la fe en Dios-Trinidad-de-personas-distintas, enfrentada con esta realidad emergente,
adquiere una especial importancia. La Trinidad se revela también en la dimensión política. La
fe en la comunión trinitaria se puede convertir en una bandera de liberación integral y de
principio promotor de los afanes de participación personal, social e histórica.

Nuestras reflexiones intentan reforzar este proyecto social a partir del propio terreno específico
de la teología trinitaria. Queremos transformaciones en las relaciones sociales, porque creemos
en Dios. Trinidad de personas en eterna interrelación e infinita perijóresis. Queremos una
sociedad que sea más imagen y semejanza de la Trinidad, que refleje mejor en la tierra la
comunión trinitaria del cielo y que nos facilite más el conocimiento del misterio de la comunión
de los divinos tres.

Este libro traduce en un lenguaje más asequible lo que expusimos con una terminología técnica
en La Trinidad, la sociedad y la liberación (1987). Consideramos la concepción trinitaria de
Dios tan revolucionaria para la sociedad, la Iglesia y la autocomprensión de la persona, que nos
disponemos a difundirla en esta forma más popular y, según espero, más universalmente
comprensible. Por el hecho de que hemos de tratar con lo más importante y fascinante, hemos
tenido que trabar una lucha permanente con las palabras, para que fueran las más adecuadas.
Realmente, pierden consistencia cuando se las confronta con lo Inefable de la comunión de las
tres divinas Personas. Resultan como alusiones o frágiles saetas que apuntan hacia el misterio
siempre conocido y al mismo tiempo siempre desconocido en todo el conocimiento. Pero
estamos convencidos de que apuntan en una dirección exacta.

2
Introducción

La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación

¿Por qué nos ocupamos hoy de la santísima Trinidad? Creer en un solo Dios constituye ya una
gran dificultad. ¡Cuánto más creer en tres personas que son un solo Dios! ¿Vale la pena creer
en Dios? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué cambia en nuestra existencia el hecho de decir con toda
sinceridad: creo en Dios, creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, siempre juntos y en
comunión de vida y de amor? Estamos convencidos de que vale la pena creer en Dios. Con ello
queremos expresar la convicción de que no es la muerte la que tiene la última palabra, sino la
vida; no es el absurdo el que gana la partida, sino el sentido pleno. Decir creo en Dios significa:
hay alguien que me rodea, que me abraza por todas partes y que me ama; él me conoce en lo
mejor de mí mismo, en el fondo del corazón, en donde ni la persona amada puede penetrar; él
conoce el secreto de todos los misterios y la dirección de todos los caminos. No estoy solo en
este universo abierto con mis interrogantes, para los que nadie me da una respuesta satisfactoria.
El está conmigo, existe para mí y yo existo para él y delante de él. Creer en Dios quiere decir:
existe una última ternura, un último seno, un útero infinito, en el que puedo refugiarme y tener
finalmente paz en la serenidad del amor. Si esto es así, vale la pena creer en Dios. Esto nos hace
ser más nosotros mismos, potencia nuestra humanidad.

Pero no basta acoger la existencia de Dios. ¿Cómo vive Dios? ¿Cómo es? Aquí es donde entra
la santísima Trinidad. Creemos que Dios no es soledad, sino comunión. El uno no es lo primero,
sino el tres. Primero viene el tres. Luego, debido a la relación íntima entre los tres, viene el uno
como expresión de la unidad de los tres. Creer en la Trinidad significa: en la raíz de todo lo que
existe y subsiste hay movimiento, hay un proceso de vida, de extroyección, de amor. Creer en
la Trinidad significa: la verdad está del lado de la comunión y no de la exclusión; el consenso
traduce mejor la verdad que la imposición; la participación de muchos es mejor que el dictado
de uno solo. Creer en la Trinidad implica aceptar que todo se relaciona con todo, formando un
gran todo; que la unidad resulta de mil convergencias y no de un factor solamente.

Nosotros nunca vivimos; siempre convivimos. Todo lo que favorece la convivencia es bueno y
vale la pena. Por eso vale la pena creer en ese modo comunitario de la existencia de Dios, de la
forma trinitaria de Dios, que es siempre comunión y unión de tres.

No necesitamos responder a la cuestión: ¿Cómo se relaciona ese Dios-Trinidad con los


hombres? Es algo evidente. El nos incluye a todos y nos sobrepasa con su comunión. Pero
¿cómo se relaciona con la utopía de los pobres y de los oprimidos? Estos casi siempre han sido
vencidos y convencidos por los poderosos de que son débiles y de que no pueden vencer. Pero,
a pesar de todo, viven, dormidos y despiertos, el sueño de una humanidad sin oprimidos ni
opresores. Los oprimidos son los verdaderos portadores de esperanza, ya que son los únicos
que viven de la esperanza y necesitan de ella para seguir resistiendo y buscando la liberación.
¿Qué es lo que desean finalmente los pobres? Quieren algo más que el pan, la casa y el trabajo.
Quieren una sociedad que se organice de tal forma que todos con su trabajo puedan ganarse el

3
pan y construir su casa. Y esa sociedad solamente se levantará cuando logre estructuras sobre
la participación del mayor número posible de sus miembros, dispuesta a superar las
desigualdades sociales, proponiéndose respetar las diferencias y decidir la realización de la
comunión entre todos y con el destino trascendente a la historia.

En este contexto de búsqueda es donde la Trinidad gana especial importancia. En ella


encontramos realizado de forma definitiva nuestro programa liberador. En efecto, en ella hay
diferencia y distinción, hay igualdad y perfecta comunión y hay unión de personas hasta el
punto de que son una sola realidad divina, dinámica y en eterna reproducción. Mirando hacia
la Trinidad sacamos las oportunas consecuencias para nuestra realidad social con vistas a su
trasformación. Considerando nuestros anhelos, especialmente el de los oprimidos, descubrimos
en la Trinidad su concreción utópica, su convergencia final más allá de nuestra propia
imaginación.

Vale la pena creer en la Trinidad y en un Dios-comunión, porque un Dios semejante se


compagina con lo más excelente de nuestra naturaleza y no se opone a nuestras búsquedas más
fundamentales. Al contrario, sale a nuestro encuentro y se ofrece a sí mismo como su plena
realización.

Capítulo 1: En el principio está la comunión de los tres, no la


soledad del uno

En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno

1. De la soledad del uno a la comunión de los tres

¿Cómo es el Dios de nuestra fe? Muchos cristianos se imaginan a Dios como un ser infinito,
omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que vive solo en el cielo y tiene a sus pies toda la
creación. Es un Dios bondadoso, pero solitario. Otros le conciben como un padre misericordioso
o un juez severo. Pero siempre piensan que Dios es solamente un ser supremo, único, sin
posibles rivales, en el esplendor de su propia gloria. Podrá estar con los santos, con las santas y
los ángeles en el cielo. Pero todos ellos son criaturas; por muy grandiosas que sean, no dejan
de haber salido de las manos de Dios; por tanto, son inferiores, solamente semejantes a Dios.
Pero Dios estaría fundamentalmente solo, porque hay un solo Dios. Esta es la fe del Antiguo
Testamento, de los judíos, de los musulmanes y comúnmente de los cristianos.

Necesitamos pasar de la soledad del Uno a la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Al principio está la comunión entre varios, la riqueza de la diversidad, la unión
como expresión de entrega y donación de una persona divina o las otras.

Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces hemos de concluir
que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y
semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. La soledad es el infierno.

4
Nadie es una isla. Estamos rodeados de personas, de cosas y de seres por todas partes. Por causa
de la santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con todos,
dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que respete las
diferencias y beneficie a todos.

La fe cristiana no niega la afirmación: sólo existe un Dios. Pero comprende de forma distinta la
unidad de Dios. Por la revelación del Nuevo Testamento, lo que existe de hecho es el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Dios es Trinidad. Dios es la comunión de los divinos tres. El Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que están
siempre unidos. Lo que existe es la unión de las tres divinas personas. La unión es tan profunda
y radical que son un solo Dios. Es algo similar a tres fuentes que constituyen un único y mismo
lago. Cada fuente corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para formar un solo lago.
Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que constituyen una sola luz.

Es preciso cristianizar nuestra comprensión de Dios. Dios es siempre la comunión de las tres
divinas personas. Dios-Padre nunca está sin el Dios-Hijo y el Dios-Espíritu Santo. No es
suficiente confesar que Jesús es Dios. Hay que decir que él es el Dios-Hijo del Padre junto con
el Espíritu Santo. No podemos hablar de una persona sin hablar también de las otras dos.

2. En el principio está la comunión

Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca. Coexisten desde toda la
eternidad; nadie es anterior ni posterior, ni superior ni inferior al otro. Cada Persona envuelve
a las otras, todas se interpenetran mutuamente y moran unas en otras. Es la realidad de la
comunión trinitaria, tan infinita y profunda que los divinos tres se unen y son por eso mismo un
solo Dios. La unidad divina es comunitaria, porque cada persona está en comunión con las otras
dos.

¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las personas pueden estar
en comunión. Implica que una esté en presencia de la otra, distinta de la otra, pero abierta, en
una reciprocidad radical. Para que haya verdadera comunión, tiene que haber relaciones directas
e inmediatas: ojo a ojo, rostro a rostro, corazón a corazón. El resultado de la entrega mutua y
de la comunión recíproca es la comunidad. La comunidad resulta de relaciones personales, en
las que cada uno es aceptado como es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí mismo.

Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona divina sale de sí misma y se entrega a las
otras dos. Da la vida, el amor, la sabiduría, la bondad y todo lo que es. Las personas son distintas
(el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar separadas, sino
para unirse y poder entregarse unas a otras.

En el principio está no la soledad del uno, de un ser eterno, solo e infinito. En el principio está
la comunión de los tres únicos. La comunión es la realidad más profunda y fundadora que existe.
El amor, la amistad, la benevolencia y la entrega entre las personas humanas y divinas existen
por causa de la comunión. La comunión de la santísima Trinidad no está cerrada sobre sí misma.
Se abre hacia fuera. Toda la creación significa un desbordamiento de vida y de comunión de
las tres divinas personas, que invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas, a entrar
también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas divinas. El mismo Jesús lo
5
dijo muy bien: “Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que
también ellos sean una sola cosa en nosotros” (Jn 17, 21).

“Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es
una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia
de la familia, que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo” (Juan Pablo
II en Puebla, e128 de enero de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM).

3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sóla?

Hay muchas personas que se sienten intrigadas por el número tres de la Trinidad, ya que
afirmamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo; por tanto, tres personas divinas. La
dificultad se agiganta más aún cuando decimos: los tres son uno, es decir, las tres personas
son un solo Dios. ¿Qué matemáticas son ésas, en las que tres es absurdamente igual a uno? En
función de este tipo de raciocinio, dejan de tener fe en la Trinidad y abandonan el núcleo mejor
del cristianismo. Y entonces dicen: lo más normal sería, entonces, admitir tres dioses o quedarse
simplemente con un solo Dios.

En primer lugar, la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) no es una cuestión de número.
No estamos en matemáticas, donde las cantidades se suman, se restan, se multiplican o se
dividen. Estamos en otro campo de pensamiento. Cuando decimos Trinidad no queremos hacer
una suma de 1+1+1=3. La misma palabra Trinidad es una creación de nuestro lenguaje, que no
se encuentra en la Biblia. Empezó a utilizarse después del año 150; comenzó primero con
Teodoto, un hereje, y fue luego asumida por el teólogo laico Tertuliano (murió en el 220). En
Dios no hay número. Cuando hablamos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos referimos
siempre a un único. Lo único es la negación de todo número. Lo Único significa: sólo existe un
ejemplar, como si en el firmamento hubiera sólo una estrella, o en el agua un solo pez y en la
tierra un solo ser humano y nadie más. Entonces debemos pensar así: sólo existe el Padre como
Padre y nadie más; sólo existe el Hijo como Hijo y nadie más; sólo existe el Espíritu Santo
como Espíritu Santo y nadie más. Rigurosamente hablando, no deberíamos decir “tres únicos“,
sino siempre: el único es único, tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pero para
facilitar nuestra manera de hablar, decimos con poca precisión: “tres únicos” o también
“Trinidad”.

Pero no podemos pararnos en este tipo de reflexión; en caso contrario, diríamos con toda razón:
¡entonces existen tres dioses, porque está tres veces el único! Así estaríamos en el triteísmo.
Aquí importa introducir la otra verdad: la interrelación, la inclusión de cada persona,
la perijóresis. Los únicos no están entonces vueltos sobre sí mismos, sino que están eternamente
relacionados unos con otros. El Padre es siempre el Padre del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo
es siempre el Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es eternamente el
Espíritu del Hijo y del Padre. Esta interacción y compenetración entre cada único hace que
exista un solo Dios-comunión-unión.

Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una sola comunión.

Si hubiera un único solo, un solo Dios, existiría, en definitiva, la soledad. Por detrás de todo el
universo, tan diverso y tan armonioso, no habría la comunión, sino solamente la soledad. Todo
terminaría como la punta de una pirámide: en un único punto solitario.
6
Si hubiera dos únicos, el Padre y el Hijo, habría primeramente la separación: uno sería distinto
del otro. Luego estaría también la exclusión: uno no sería el otro. Faltaría la comunión entre
ellos y, por tanto, la unión entre el Padre y el Hijo.

Pues bien, con la Trinidad alcanzamos la perfección, ya que se da la unión y la inclusión. Por
la Trinidad se evita la soledad del uno, se supera la separación de dos (Padre e Hijo) y se va
más allá de una exclusión de uno del otro (el Padre del Hijo, el Hijo del Padre). La Trinidad se
permite la comunión y la inclusión. La tercera figura revela la apertura y la unión de los
opuestos. Por eso, el Espíritu Santo, la tercera persona divina, fue comprendido siempre como
la unión y la comunión entre el Padre y el Hijo, siendo la expresión de la corriente de vida y de
interpenetración que vige entre los divinos únicos durante toda la eternidad.

Por consiguiente, no es arbitrario que Dios sea la comunión de tres únicos. La Trinidad muestra
que, por debajo de todo lo que existe y se mueve, habita una dinámica de unificación, de
comunión y de eterna síntesis de los distintos en un infinito total, vivo, personal, amoroso y
absolutamente realizador.

¿Por qué negar a las personas la verdadera información, aquel derecho fundamental de cada
uno a saber de dónde vino, adónde va y cuál es su verdadera familia? Venimos de la Trinidad,
del corazón del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. Y peregrinamos
hacia el reino de la Trinidad, que es comunión total y vida eterna.

4. Es peligroso decir: Un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra

Quedarse únicamente en la fe en un solo Dios, sin pensar en la santísima Trinidad como la


unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es peligroso para la sociedad, para la política y
para la Iglesia. Al contrario, decir que Dios es siempre comunión de las tres divinas personas
permite fomentar la colaboración, las buenas relaciones y la unión entre los diversos miembros
de una familia, de una comunidad y de una Iglesia. Veamos los peligros de un monoteísmo
(afirmación de un solo Dios) rígido, fuera de la comprensión trinitaria. Él puede engendrar y
justificar el totalitarismo político, el autoritarismo religioso, el paternalismo social y el
machismo familiar.

1. El totalitarismo político

Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo Dios en el cielo, tiene
que existir también un solo jefe en la tierra. Así es como surgieron los reyes, los líderes y los
jefes políticos que dominaban ellos solos a sus pueblos, alegando que imitaban a Dios en el
cielo. Dios solo gobierna y dirige el mundo, sin dar explicaciones a nadie. El totalitarismo
político creó, por parte de los líderes, la prepotencia, y por parte de los liderados, la sumisión.
Los dictadores pretenden saber ellos solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren ejercer ellos
solos la libertad. Todos los demás deben acatar sus órdenes y obedecer. La mayor parte de los
países son herederos de una comprensión semejante del poder. Se ha metido en la cabeza del
pueblo. Por eso es difícil aceptar la democracia, en la que todos ejercen la libertad y todos son
hijos de Dios.

7
2. El autoritarismo religioso

Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo Cristo, así también debe
existir una sola religión y un solo jefe religioso. Según esta comprensión, la comunidad
religiosa está organizada en torno a un solo centro de poder, que lo sabe todo, que habla de
todo, que lo hace todo; los demás son simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe
determina. Los evangelios, por ejemplo, no piensan así: está siempre la comunidad y, dentro de
ella, los coordinadores para animar a todos.

3. El paternalismo social

Algunos se imaginan a Dios como un gran padre. Con su providencia atiende a todo y retiene
sólo en sí todo el poder. Los grandes señores de este mundo dominan apelando al nombre de
Dios-amo, en la sociedad y en la familia. Se olvidan de que Dios tiene un Hijo y que convive
con el Espíritu Santo en igualdad perfecta. Dios Padre no sustituye los esfuerzos de los hijos e
hijas. Nos invita a colaborar. Sólo la fe en un Dios-comunidad y comunión ayuda a crear una
convivencia fraterna.

4. El machismo familiar

Dios, por ser Padre, es representado como masculino. Lo masculino asume entonces todos los
valores, rebajando a lo femenino y a la mujer. Surge así el dominio del macho y una cultura
machista. Esta cultura hizo tensas todas las relaciones y privó a todos de expresar su ternura,
especialmente a las mujeres, relegadas a ser tan sólo fuerza auxiliar del hombre. Dios es un
Padre que engendra; mostró en su revelación rasgos femeninos y maternales. Por eso se le
comprende también como Madre de bondad insondable. Pensando siempre en los tres juntos,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, como iguales y con la misma dignidad, quitamos el soporte
ideológico del machismo, que tan perjudicial ha sido para nuestras relaciones familiares.

La fe en la santísima Trinidad es un correctivo para nuestras desviaciones y una poderosa


inspiración para vivir bien en el mundo y en las Iglesias.

Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, entonces el
principio creador y sustentador de toda unidad en los grupos, en la sociedad y en las Iglesias
tiene que ser la comunión entre todos los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el
consenso fraterno.

5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad

El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan juntos y juntos nos
introducen en su comunión de vida y de amor. En la santísima Trinidad no se realiza nada sin
la comunión de las tres personas. En la piedad de muchos fieles hay una desintegración de la
vivencia del Dios trino. Algunos sólo se quedan con el Padre, otros sólo con el Hijo y,
finalmente, otros sólo con el Espíritu Santo. De esta manera surgen desviaciones en nuestro
encuentro con Dios que perjudican a la propia comunidad.

8
1. La religión sólo del Padre: el patriarcalismo

La figura del padre es central en la familia y en la sociedad tradicional. El dirige, decide y sabe.
Así, algunos se representan a Dios como un padre todopoderoso, juez de la vida y de la muerte
de los hijos e hijas. Todos dependen de él y, por eso, son considerados como menores. Esta
comprensión puede llevar a que los cristianos se sientan resignados en su miseria y alimenten
un espíritu de sumisión a los jefes, al papa y a los obispos, sin creatividad alguna. Dios es
ciertamente Padre, pero Padre del Hijo, que, junto con el Espíritu Santo, viven en comunión e
igualdad.

2. La religión sólo del Hijo: vanguardismo

Otros se quedan sólo con la figura del Hijo, Jesucristo. El es el “compañero”, el “maestro” o
“nuestro jefe”. Especialmente entre los jóvenes y en los cursillos de cristiandad se ha
desarrollado una imagen entusiástica y joven de Cristo, hermano de todos y líder que
entusiasma a los hombres. Es un Jesús relacionado sólo por los lados, sin ninguna dimensión
vertical, en dirección al Padre. Esta religión crea cristianos vanguardistas, que pierden contacto
con el pueblo y con el caminar de las comunidades.

3. La religión sólo del Espíritu Santo: espiritualismo

Hay sectores cristianos que se concentran solamente en la figura del Espíritu Santo. Cultivan el
espíritu de oración, hablan en lenguas, imponen las manos y dan cauce a sus emociones
interiores y personales. Estos cristianos se olvidan de que el Espíritu es siempre el Espíritu del
Hijo, enviado por el Padre para continuar la obra liberadora de Jesús. No basta la relación
interior (Espíritu Santo), ni solamente hacia los lados (Hijo), ni sólo la vertical (Padre). Hay
que integrar las tres. ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos un Padre que nos acoge? ¿Qué
sería de nosotros si ese Padre no nos diese a su Hijo para hacernos también hijos? ¿Qué sería
de nosotros si no hubiésemos recibido al Espíritu Santo, enviado por el Padre a petición del
Hijo para morar en nuestra interioridad y completar nuestra salvación? ¡Vivamos la fe completa,
en una experiencia completa de la imagen completa de Dios como trinidad de personas!

La persona humana, para ser plenamente humana, necesita relacionarse por los tres lados:
hacia arriba, hacia los lados y hacia dentro. Es que la Trinidad nos sale al encuentro: el Padre
está infinitamente “arriba”; el Hijo es el radical “para todos los lados” y el Espíritu en el total
(hacia dentro).

6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

El cristiano comienza y termina el día con la oración de “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo”. Se trata de algo mucho más importante que una profesión de fe en el Dios cristiano,
que es siempre el Dios trino; es una alabanza a las tres divinas personas, por haberse revelado
en la historia y habernos invitado a participar de su comunión divina. La respuesta humana a la
revelación de la santísima Trinidad es el agradecimiento y la glorificación. En primer lugar,
quedamos entusiasmados, pues percibimos que, con la existencia de las tres divinas personas,
estamos envueltos en la vida y en el amor que irradian de su comunión íntima. Luego
empezamos a pensar cómo son las tres personas en comunión, qué cualidades posee cada una
de ellas y cómo se relacionan con la creación.
9
Jesús nos reveló su secreto de Hijo y su relación íntima con el Padre en una oración cargada de
la alegría del Espíritu: “Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra… Nadie conoce al hijo
sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera manifestar”
(Lc 10,21-22). Así también nosotros nos acercamos a la santísima Trinidad por la oración, por
la adoración y por la acción de gracias.

¿Qué estamos diciendo cuando rezamos “Gloria”? Gloria es de suyo la manifestación de la


Trinidad tal como es: comunión de los divinos tres. Gloria es revelar la presencia de Dios trino
en la historia. La presencia siempre trae alegría, fascinación y sentimiento de comunión. Saber
que Dios es comunión de tres personas que se aman infinita y eternamente en descubrir la
belleza de Dios, su esplendor y la alegría. Un Dios solo carece de belleza y de humor. Tres
personas unidas en la comunión y en la misma vida, entregadas unas a otras eternamente, causan
un enorme asombro y una íntima alegría. Esta alegría es mayor cuando nos sentimos invitados
a la participación.

Cuando rezamos el “Gloria” queremos devolver la gloria que descubrimos de Dios. Gloria con
gloria se paga. Agradecemos que la santísima Trinidad quiera manifestarse, venir a morar con
nosotros. Le damos gracias al Padre porque posee un Hijo unigénito y nos ha creado como hijos
e hijas en el Hijo, en la fuerza del amor del Espíritu Santo. Quedamos contentos, porque nos ha
enviado a su propio Hijo para ser nuestro hermano y salvador. Agradecemos que el Padre y el
Hijo nos entregaran el Espíritu Santo, que nos ayuda a aceptar a Jesucristo y nos enseña a rezar
diciendo “Padre nuestro”, santificándonos e introduciéndonos en la comunidad trinitaria a partir
de nuestro propio corazón hecho templo del Espíritu.

Muchas veces, al acostarme por la noche, me he preguntado: ¿Cómo es Dios? ¿Qué nombre
expresa la comunión de los divinos tres? Y no he encontrado ninguna palabra ni he visto
ninguna luz. Comencé entonces a alabar y glorificar. Y en aquel momento mi corazón se llenó
de luz. Y ya no pregunté más: estaba dentro de la misma comunión divina.

7. La santísima Trinidad es un misterio para ser siempre conocido de nuevo

Decimos de ordinario que la santísima Trinidad es el mayor misterio de nuestra fe. ¿Cómo es
que tres personas pueden ser un solo Dios? En efecto, la santísima Trinidad es un misterio
augusto ante el cual vale más callarse que hablar. Pero hemos de entender correctamente lo que
queremos decir cuando hablamos de misterio. Normalmente se entiende por misterio una
verdad revelada por Dios que no puede ser conocida por la razón humana: ni se conoce su
existencia ni —después de revelada— se conoce su contenido.

En esta acepción el misterio significa el límite de la razón humana. Esta intenta entender, pero
cuando se han agotado sus fuerzas renuncia a las reflexiones y acepta humildemente, por causa
de la autoridad divina, la verdad revelada. Este concepto de misterio fue asumido en una época
de la Iglesia en la que los filósofos querían sustituir la revelación divina por la filosofía; en el
siglo XIX hubo algunos pensadores que se atrevieron a decir que todas las verdades del
cristianismo no eran más que verdades naturales, por lo cual era posible prescindir de las
Iglesias y asimilar las llamadas verdades reveladas en los sistemas de pensamiento.

La comprensión más original y correcta del misterio viene de la Iglesia antigua. Misterio
significaba entonces no una realidad escondida e incomprensible al entendimiento humano,
10
sino más bien el designio de Dios revelado a unas personas privilegiadas, como los grandes
místicos, las personas santas, los profetas y los apóstoles, y comunicado a todos por medio de
ellos. El misterio debe ser conocido y reconocido por los hombres y las mujeres. No significaba
el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón. Cuanto más conocemos a Dios y su designio
de comunión con los seres humanos, más nos sentimos invitados y desafiados a conocer y a
profundizar.

Y podemos profundizar durante toda la eternidad sin llegar jamás al fin. Subimos de un peldaño
de conocimientos a otro peldaño, abriendo cada vez más los horizontes sobre lo infinito de la
vida divina, sin vislumbrar nunca un límite. Dios es así vida, amor, sobreabundancia de
comunicación, en la que nosotros mismos quedamos sumergidos. Esta visión del misterio no
provoca angustia, sino expansión del corazón. La santísima Trinidad es misterio ahora y lo será
por toda la eternidad. Nosotros lo conoceremos cada vez más, sin agotar nunca nuestra voluntad
de conocer y de alegrarnos con el conocimiento que vamos adquiriendo progresivamente.
Conocemos para cantar, cantamos para amar, amamos para estar juntos en comunión con las
divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

“Dios puede ser aquello que no podernos entender” (san Hilario). “¡Qué profundidad de
riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué
irrastreables sus caminos.!.. De él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los
siglos de los siglos. Amén” (epístola a los Romanos 11,33.36).

8. La perijóresis: La interpenetración de las tres divinas personas

Siempre que hablamos de la santísima Trinidad hemos de pensar en la comunión de los divinos
tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta comunión significa la unión de las personas y la
manifestación, de esta forma, del único Dios trino. ¿Cómo se da esta comunión entre las divinas
personas? Los teólogos ortodoxos han acuñado una expresión que comenzó a divulgarse a partir
del siglo VII, especialmente por san Juan Damasceno (muerto en el 750): perijóresis. Como no
existe una buena traducción en ninguna lengua moderna, creemos conveniente mantenerla en
griego. Pero hemos de entenderla bien, ya que nos abre una comprensión fructuosa de la
santísima Trinidad. Perijóresis quiere decir, en primer lugar, la acción de envolver cada una de
las personas a las otras dos. Cada persona divina penetra en la otra y se deja penetrar por ella.
Esta interpenetración es expresión del amor y de la vida que constituyen la naturaleza divina.
Es propio del amor comunicarse; es natural que la vida se desarrolle y quiera comunicarse. De
la misma manera, los divinos tres se encuentran desde toda la eternidad en una infinita eclosión
de amor y de vida, uno en dirección al otro.

El efecto de esta mutua interpenetración es que cada persona mora en la otra. Este es el segundo
sentido de perijóresis. En palabras sencillas, esto significa: el Padre está siempre en el Hijo,
comunicándole la vida y el amor; el Hijo está siempre en el Padre, conociéndolo y
reconociéndole amorosamente corno Padre; el Padre y el Hijo están en el Espíritu Santo como
expresión mutua de vida y de amor; el Espíritu Santo está en el Hijo y en el Padre como fuente
y manifestación de la vida y del amor de esta fuente abismal. Todos están en todos. Lo definió
muy bien el concilio de Florencia en el año 1441: “El Padre está todo en el Hijo, todo en el
Espíritu Santo. El Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo. El Espíritu está todo
en el Padre y todo en el Hijo. Ninguno precede al otro en eternidad, ni lo supera en grandeza,
ni le sobrepuja en poder”.
11
Así pues, la santísima Trinidad es un misterio de inclusión. Esta inclusión impide que
entendamos a una persona sin las otras. El Padre debe comprenderse siempre junto con el Hijo
y con el Espíritu Santo, y así sucesivamente. Alguno podría pensar: ¿Habrá entonces tres dioses,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Los habría si uno estuviese al lado del otro, sin relación
con él; los habría si no hubiese relación e inclusión de las tres divinas personas. No existen
primero los tres y luego su relación. Los tres conviven sin principio y se entrelazan eternamente.
Por eso son un solo Dios, un Dios-Trinidad.

La física moderna ha demostrado que no podemos hablar ya de partículas elementales, como


átomos, núcleos y hadrones. En la nueva visión, el universo se concibe como una trama de
acontecimientos siempre relacionados; todos los fenómenos naturales están interligados, de
manera que ninguno puede explicarse por sí mismo sin los otros. Es el reflejo de la perijóresis
divina dentro de la creación” (Fritjof Capra, en el capítulo “Interpenetracáo” del libro O Tao
da Fisica, S. Paolo 1987, 213-225).

9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo

¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? Hay dos caminos que debemos seguir. En primer lugar,
la santísima Trinidad se reveló en la vida de las personas, en las religiones, en la historia y,
luego, en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en la manifestación del Espíritu
Santo en las comunidades de la primitiva Iglesia y en el proceso histórico hasta los días de hoy.
Aun cuando los hombres y las mujeres no supieran nada de la santísima Trinidad, el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo habitaban desde siempre en la vida de las personas. Siempre que las
personas seguían las llamadas de sus conciencias; siempre que obedecían más a la luz que a las
ilusiones de la carne; siempre que realizaban la justicia y el amor en las relaciones humanas,
estaba presente la santísima Trinidad. Porque Dios trino no se encuentra fuera de esos valores
a que aludíamos. San Ireneo (murió por el año 200) dijo acertadamente: “El Hijo y el Espíritu
Santo constituyen las dos manos por las cuales nos toca el Padre, nos abraza y nos moldea cada
vez más a su imagen y semejanza. El Hijo y el Espíritu Santo han sido enviados al mundo para
morar entre nosotros e insertarnos en la comunión trinitaria“.

La santísima Trinidad, en este sentido, no estuvo nunca ausente de la historia, de las luchas y
de la vida de las personas de todos los tiempos. Hemos de distinguir siempre entre la realidad
de la santísima Trinidad y la doctrina sobre ella. La realidad de las tres divinas personas ha
acompañado siempre a la historia humana. La doctrina surgió luego, cuando las personas
captaron la revelación de la santísima Trinidad y pudieron formular doctrinas trinitarias.

La revelación misma de la santísima Trinidad en toda su claridad sólo vino por medio de
Jesucristo y por las manifestaciones del Espíritu Santo. Hasta entonces, en las religiones, en los
profetas del Antiguo Testamento y en algunos textos sapienciales aparecían algunas alusiones
trinitarias. Con Jesús irrumpió la conciencia clara de que Dios es Padre que envía a su Hijo
unigénito, encarnado en Jesús de Nazaret en virtud del Espíritu Santo; él formó la santa
humanidad de Jesús en el seno de la virgen María y llenó a Jesús de entusiasmo para predicar
y curar, así como envió a los apóstoles para dar testimonio y fundar comunidades cristianas.
Sólo podremos entender a Jesucristo si lo comprendemos tal como nos lo presentan los
evangelios: como Hijo del Padre y lleno del Espíritu Santo. La Trinidad no se revela como una
doctrina, sino como una práctica: en los comportamientos y palabras de Jesús y en la acción del
Espíritu Santo en el mundo y en las personas.
12
¡Padre, extiende tu mano y sálvanos de esta miseria! Y el Padre, que escucha el grito de sus
hijos e hijas oprimidos, extendió sus dos manos para liberarnos y abrazarnos en su seno
bondadoso: el Hijo y el Espíritu Santo.

Capítulo 2: El proceso de revelación de la Santísima Trinidad

10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito?

El texto más importante que se aduce para la revelación de la santísima Trinidad por parte de
Jesús es su palabra de despedida en Mateo: “Id, pues, y haced discípulos míos en todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (28,19). Este
mandato de Jesús sólo se encuentra en el evangelio de san Mateo; falta en los otros tres
evangelios.

Los estudiosos piensan que esta fórmula es tardía, ya que recoge la experiencia bautismal de la
comunidad primitiva en el tiempo en que se escribió el evangelio de san Mateo, por el año 85.
Aquella comunidad había meditado mucho en la vida y en las palabras de Jesús. A partir de allí
comprendió que Jesús nos había revelado de hecho quién es Dios, es decir, la santísima
Trinidad, y que en nombre de ese Dios trino tenían que ser bautizados los creyentes. Jesús está
en el origen de esta fórmula eclesial.

Vamos a considerar cómo nos reveló Jesús las tres personas divinas. Comencemos por el
nombre del Padre. Sabemos que Jesús siempre llamó a Dios que quiere decir “papá”. Si uno
llama a Dios Padre es porque se siente hijo. Este Padre es de infinita bondad y misericordia.
Jesús mantuvo en sus largas oraciones una profunda intimidad con él. Si se muestra
misericordioso con los pecadores es porque está imitando al Padre celestial, que es
fundamentalmente misericordioso y ama a los ingratos y malos (Lc 6, 35).

¿Cómo actúa el Padre? El Padre actúa en el mundo con vistas a la implantación de su Reino.
Jesús hace del mensaje del reino de Dios el centro de su predicación. Reino no significa un
territorio sobre el cual tiene dominio un rey. Reino es el modo de actuar del Padre mediante el
cual va liberando a toda la creación de los males del pecado, de la enfermedad, de las divisiones
y de la muerte, e implantando el amor, la fraternidad y la vida.

Jesús, con su palabra y con su práctica, se empeña en inaugurar ya en este mundo el reino del
Padre. Y lo hace, como veremos a continuación, en la fuerza del Espíritu Santo. Jesús se siente
tan unido con este Padre, que puede confesar: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30).
El Padre amó al Hijo “antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24). Por tanto, incluso antes de
ser creador, Dios era el Padre del Hijo eterno, que se encarnó y se llamó Jesucristo. El nos
revela al Padre porque dijo: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre“ (Jn 14, 9).

El Padre es Padre, no ante todo por ser creador. Antes de la creación ya era Padre, porque
eternamente era el Padre del Hijo. En el Hijo él nos imaginó como hijos e hijas suyos y, por

13
tanto, como hermanos y hermanas del Hijo. Desde siempre estábamos en el corazón del Padre.
Allí están nuestras raíces.

11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano?

El Hijo se reveló asumiendo la santa humanidad de Jesús de Nazaret. Pero debemos respetar el
camino que él escogió para manifestarse a las personas. No empezó diciendo enseguida que
estaba encarnado en Jesús. Los discípulos, viendo cómo rezaba, cómo actuaba y cómo hablaba,
fueron descubriendo la realidad de la filiación divina de Jesús, y así descubrieron la presencia
de la segunda persona de la santísima Trinidad.

En primer lugar, el Hijo se revela en la forma de rezar de Jesús. Llama a Dios su “querido papá“.
El que llama a Dios papá se siente su hijo querido. Y, de hecho, Jesús dice: “Nadie conoce al
Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar“ (Lc 10,22). En la oración
Jesús revelaba su unión e intimidad con el Padre. Entonces podía decir: “Yo y el Padre somos
una sola cosa” (Jn 10,30). Se sentía Hijo, pero con la misma naturaleza del Padre, viviendo una
misma comunión.

En segundo lugar, Jesús actuaba como quien era el Hijo de Dios y el representante del Padre.
Se compadecía de todos los que sufrían y de todos los pobres. Curaba y consolaba. Las personas
agraciadas tenían la sensación de estar ante el poder personalizado de Dios. Pedro confesaba:
“¡Tú eres el Hijo de Dios vivo!” Los enemigos de Jesús se dieron cuenta de que Jesús invadía
el espacio divino. Perdonaba pecados, cosa que solamente Dios puede hacer; modificaba la ley
santa del Antiguo Testamento o introducía interpretaciones liberadoras. Con razón le acusaban:
“Llama a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5, 18).

En tercer lugar, el mismo cielo dio testimonio en favor de Jesús, el Hijo de Dios. No sabemos
si el relato bíblico se refiere a un acontecimiento concreto o se trata de expresar, por esta forma
literaria, la experiencia íntima de Jesús, comunicada de alguna manera a los discípulos. De todas
formas, en el bautismo de Jesús y en la transfiguración del monte Tabor se oyó la voz: “Este es
mi Hijo amado, mi predilecto“ (Mt 3, 17; 17, 5). Aquí se revela lo que Jesús escondía con recato:
su filiación divina.

Finalmente, la muerte y la resurrección de Jesús son momentos cruciales en los que se revela la
verdadera naturaleza de Dios y de las otras dos personas divinas: el amor y la plena comunión.
En la muerte, Jesús entrega totalmente su vida a los demás. Esta muerte es fruto del rechazo
que Jesús sufrió. Pero no deja que la muerte sea solamente expresión del rechazo de su persona,
del Dios que anuncia y del Reino. Asume libremente la muerte como expresión suprema de su
amor para con quien lo rechaza. Quiere que la última palabra la tenga la comunión y no la
exclusión. Jesús murió en solidaridad y en comunión hasta con los enemigos que le condenaban
para garantizar el triunfo del amor y de la comunión. Este triunfo se revela en la resurrección,
que es la plenitud de la vida en total comunicación y realización. Esta vida revelada en la
resurrección es la misma que estaba en la cruz. Por eso existe una unidad entre la muerte y la
resurrección: hay un solo misterio pascual. Este misterio revela la esencia de la santísima
Trinidad: el amor y la comunión. En este misterio está presente el Padre, que ama y que sufre
con el Hijo; está presente el Espíritu Santo, por cuya fuerza el Hijo entrega su vida y mantiene
la comunión hasta el fin.

14
Si queremos estar unidos a la santísima Trinidad, hemos de seguir el mismo camino que Jesús:
rezar con intimidad, actuar con radicalidad por la justicia y la comunión y aceptar la misma
muerte como forma de entrega total y de comunión última hasta con los enemigos.

12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza?

El Espíritu Santo es la segunda mano por la que el Padre nos alcanza y nos abraza. El Padre y
el Hijo enviaron al mundo al Espíritu Santo. Ya antes el Espíritu actuaba desde siempre en la
tierra: fomentando la vida, animando el coraje de los profetas, inspirando sabiduría para las
acciones humanas. Su mayor obra fue venir sobre María y formar en su seno la santa humanidad
del Hijo encarnado en Jesús; bajó sobre Jesús con ocasión del bautismo de Juan; en la fuerza
del Espíritu, Cristo hace portentos para liberar al hombre de sus miserias. El mismo Jesús dijo:
“Si echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha llegado a vosotros el reino de
Dios“ (Mt 12, 28). Después de la ascensión de Jesús a los cielos, es el Espíritu el que profundiza
y difunde el mensaje de Cristo. El nos hace acoger con fe y con amor a la persona del Hijo y
nos enseña a rezar: ¡Abba, Padre nuestro!

Hay cuatro lugares privilegiados de revelación del Espíritu Santo. El primero es la virgen María.
El moró en ella. La elevó a la altura de lo divino. Por eso lo que nace de María, como dice san
Lucas, será llamado Hijo de Dios (Lc 1, 35). Lo femenino fue tocado por lo divino y también
eternizado. La mujer posee en Dios su propio lugar.

El segundo lugar es Jesucristo. Jesús estaba lleno del Espíritu. Por eso era el hombre nuevo,
totalmente libre y liberado de todas las ataduras históricas. En la fuerza del Espíritu lanza su
programa mesiánico de total liberación (Lc 4, 18-21). El Espíritu y Cristo siempre estarán juntos
para conducir de nuevo a la creación al seno de la santísima Trinidad.

El tercer lugar es la misión. El Espíritu baja en pentecostés sobre los apóstoles, les quita el
miedo y los envía a difundir el mensaje de Cristo entre todos los pueblos. Es el Espíritu el que
en la misión permite ver y realizar la unidad en la pluralidad de naciones y de lenguas. La
variedad no tiene por qué significar confusión, sino riqueza de la unidad.

El cuarto lugar es la comunidad humana y eclesial. Dentro de ella aparecen muchos servicios y
habilidades. Unos saben consolar, otros coordinar, otros escribir, otros construir. De la misma
forma, en la comunidad cristiana existe todo tipo de servicios y ministerios, bien en favor de la
comunidad o bien en favor de la sociedad, rompiendo muchas veces los esquemas e
inaugurando lo nuevo. Todo proviene del Espíritu. Los cristianos han meditado sobre estas
manifestaciones y han sacado la siguiente conclusión: el Espíritu Santo también es Dios con el
Padre y el Hijo. No son tres dioses, sino un solo Dios en comunión de personas.

Estas son las señales de la presencia del Espíritu: cuando hay entusiasmo en el trabajo de la
comunidad, cuando hay coraje para inventar caminos nuevos para nuevos problemas, cuando
hay resistencia contra todo género de opresión, cuando hay voluntad de liberación empezando
por la justicia de los pobres, cuando hay hambre y sed de Dios y unción en el corazón.

15
13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos

En el Nuevo Testamento tenemos la revelación de la santísima Trinidad. Pero no existe allí una
doctrina elaborada sobre este hecho. La doctrina supone el cuestionamiento, la reflexión y la
sistematización de las ideas. Esto no surgirá hasta dos siglos más tarde, cuando los cristianos
tuvieron que elaborar ideas claras sobre la divinidad de Jesús y la del Espíritu Santo.

Pero en los escritos de los primeros cristianos, particularmente en las cartas de san Pablo, de
san Pedro y de san Juan, se percibe la conciencia trinitaria. Esta conciencia se expresa mediante
fórmulas ternarias, es decir, mediante formas de pensar y de hablar en las que el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo aparecen siempre juntos. Este hecho demuestra que hay allí una “fe en la
santísima Trinidad, aunque no se perciba claramente una doctrina bien elaborada sobre la
misma; podemos decir que esta doctrina sólo está allí a manera de embrión. Veamos algunos
de los textos más significativos.

El primero es el de la comunidad eclesial de san Mateo: “Id, pues, y haced discípulos míos en
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (28,19).
Ya hemos dicho que se trata de un texto tardío (por el año 85) y significa que por el bautismo
el fiel es introducido en la comunidad de la Trinidad y está bajo la protección de los divinos
tres.

El segundo texto en importancia es el de san Pablo, que hoy se utiliza en todas las misas: “La
gracia de Jesucristo, el Señor; el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos
vosotros” (2Cor 13, 13). La fórmula ternaria es tan explícita que nos dispensa de todo
comentario.

Otro texto trinitario es el de la carta a los Tesalonicenses: “Pero nosotros debemos dar
continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos queridos del Señor, porque Dios os ha
escogido desde el principio para salvaros por la acción santificadora del Espíritu y la fe en la
verdad. Precisamente para esto os llamó por nuestra predicación del evangelio, para que
alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo“ (2Tes 2, 13-14). Aquí aparecen juntos, en la
obra de la salvación, los divinos tres. Conviene recordar que siempre que el Nuevo Testamento
habla de Dios sobrentiende al Padre. Textos semejantes a los citados son los de 1 Cor 12, 4-6 y
Gál 3, 11-14; 2Cor 1, 21-22; 3, 3; Rom 14, 17-18; 15, 16; 15, 40; Flp 3, 3; Ef 2, 20-22; 3, 14-
16.

Destaquemos, además, otros textos en virtud de su claridad: “Y como prueba de que sois hijos,
Dios ha enviado a vuestroscorazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba, Padre! (Gál 4,
6). “Dios es el que a nosotros y a vosotros nos mantiene firmes en Cristo y nos ha consagrado;
él nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones el Espíritu como prenda de
salvación“ (2Cor 1, 21-22). “Por él (por Jesucristo) los unos y los otros tenemos acceso al Padre
en un mismo Espíritu“ (Ef 2, 18).

La tónica de estos textos es siempre la siguiente: en la obra de la aproximación liberadora de


Dios a los seres humanos siempre aparecen los tres divinos en comunión, actuando juntos e
insertándonos en su vida divina.

16
Más importante que la conciencia del bien es hacer el bien. Más importante que saber cómo el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios es vivir la comunión, que es la esencia de
la Trinidad.

14. El Antiguo Testamento: Preparación para la revelación de la santísima Trinidad

Si el único Dios verdadero se llama Trinidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, entonces
hemos de admitir que toda revelación divina, en cualquier parte de la historia, significa una
manifestación de la santísima Trinidad. Ciertamente, la gente no sabe que el encuentro con Dios
implica siempre un encuentro con las tres divinas personas; pero una vez descubierta esta
verdad, siempre podemos decir: toda experiencia auténtica de Dios significa realmente una
experiencia del Dios trinitario. A la luz de esta verdad podemos releer las religiones del mundo,
y particularmente el Antiguo Testamento. Allí percibimos indicios de una conciencia de que en
Dios hay diversidad y de que en él existe la comunión y el amor. Así, en el Antiguo Testamento
se profesa la fe de que existe solamente un único dios, pero al mismo tiempo se afirma que este
Dios salió de sí mismo, que estableció una alianza con los hombres y con las mujeres, que toma
partido por los oprimidos y quiere su liberación.

En los escritos del Antiguo Testamento descubrimos tres personificaciones que aluden a la fe
futura en la santísima Trinidad. En primer lugar, se personifica la sabiduría. Ella es el Dios
presente entre los hombres, que abre caminos donde hay dudas, que enciende la luz en medio
de la búsqueda de los hombres. Ella es Dios, pero posee una relativa autonomía respecto al
mismo Dios. En segundo lugar, se personifica la palabra de Dios. Por la palabra, Dios está en
medio de la comunidad; por medio de ella él comunica su voluntad, juzga la historia, salva y
promete al futuro liberador. Esta palabra es Dios, pero al mismo tiempo mantiene una relativa
independencia de él, lo cual demuestra que en Dios hay unidad y diversidad. Finalmente, se
personifica también a la fuerza de Dios: es el Espíritu de sabiduría, de discernimiento, de coraje,
de santidad. Esta fuerza de Dios se manifiesta en la creación, en la historia, en la vida de las
personas, particularmente en los justos y en los profetas. El Nuevo Testamento vio en estas
manifestaciones la presencia del Espíritu Santo, tercera persona de la santísima Trinidad.

La santísima Trinidad quiso manifestarse progresivamente a las personas humanas. Primero,


como enseñaba san Epifanio, “se enseña la unidad en Moisés, luego se anuncia la dualidad en
los profetas y, finalmente, se encuentra la Trinidad en los evangelios”.

La revelación es como la vida. Hay siempre una preparación de lo que va a surgir. La aurora
prepara el sol naciente, la semilla la planta, la flor el fruto. Así, el Antiguo Testamento prepara
el Nuevo; el Dios de la alianza, al Dios de la comunión.

17
Capítulo 3: La razón humana y la Santísima Trinidad

15. Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad

La venida del Hijo y del Espíritu Santo inauguró un tiempo nuevo en la humanidad. Los
primeros cristianos, al ver las acciones y las palabras de Cristo y estando atentos a las
manifestaciones del Espíritu Santo, llegaron a la conclusión de que Dios-Padre los había
enviado y que los tres eran el Dios en comunión e intercomunicación.

Al principio, no había reflexión teológica sobre esta convicción. El ambiente litúrgico fue el
primer lugar de expresión de la fe trinitaria. Las doxologías, esto es, las oraciones de alabanza
y de acción de gracias, constituyeron las oportunidades primordiales en las que los fieles
atestiguaron la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las oraciones antiguas, lo
mismo que las nuestras de hoy, terminaban siempre con el “Gloria al Padre, por el Hijo, en la
unidad del Espíritu Santo”.

Estaba, además, la práctica sacramental. Se celebraba de forma solemne el bautismo y la


eucaristía. Siguiendo el mandato del resucitado, conservado en Mateo (28, 19), los cristianos
bautizaban “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Los primeros formularios
de misas (anáforas o canon) se estructuraban siempre de forma trinitaria. El Padre es siempre
el fin y el objetivo de toda celebración. En ella se celebran los misterios de la vida, pasión,
muerte, resurrección y ascensión de Jesús, se recuerda la venida del Espíritu en pentecostés y
su actuación en la comunidad y en la historia. Y todo esto se hace para insertar a las personas
en la comunión trinitaria.

También conocemos los primeros credos (llamados “símbolos” en la Iglesia antigua). Allí había
ya una clara conciencia trinitaria. El rito actual del bautismo todavía conserva la misma
estructura de expresión de fe que el rito del siglo II en Roma. Allí se dice: “Creo en Dios, Padre
todopoderoso…, y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor… Creo en el Espíritu Santo”.
Todavía hoy los cristianos suelen comenzar y terminar el día haciendo la señal de la cruz; es
una expresión de fe en el Dios cristiano, que es siempre la comunión y la copresencia de las
tres personas.

Finalmente, a partir del siglo al empezaron las reflexiones teológicas. En primer lugar, se pensó
sobre la verdadera naturaleza de Cristo, la misma del Padre; por eso es igualmente Dios, como
y con el Padre. Luego se llegó a la idea clara de que también el Espíritu es igualmente Dios
como y con el Padre y el Hijo. Solamente el año 381, en el concilio de Constantinopla, se definió
con todas las palabras que Dios es tres personas en la unidad de una misma naturaleza de amor
y de comunión.

El pensamiento reflejo no tiene nunca la primera palabra. Primero viene la vida, la celebración
de la vida y el trabajo. Luego viene la reflexión y la doctrina. Lo mismo pasó con los primeros
cristianos. Comenzaron alabando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y bautizando luego a los
que creían en el nombre de la Trinidad Tan sólo al final empezaron a reflexionar sobre lo que
celebraban y sobre lo que hacían.

18
16. Tres maneras de entender la santísima Trinidad

A lo largo de la historia los cristianos han desarrollado tres modalidades principales de presentar
de forma más sistemática el misterio de la santísima Trinidad. ¿Por dónde empezar? Veamos
cada una de estas formas: la griega, la latina y la moderna.

Los griegos partían de la persona del Padre. Veían en él la fuente y el principio de toda la
divinidad y de todas las cosas que existen. Lo dice bien el credo: “Creo en
Dios Padre todopoderoso”. Este Padre está lleno de inteligencia y de amor. Al expresarse a sí
mismo, engendra de sí al Hijo como la expresión suprema de su naturaleza. Es su palabra,
reveladora de su misterio sin principio. Al proferir la palabra (el Hijo) emite también el soplo:
espira al Espíritu Santo, que sale del Padre simultáneamente con el Hijo. De esta manera el
Padre entrega a las dos personas toda su sustancia y su naturaleza. De esta forma los tres son
consustanciales, es decir, poseen juntos la misma naturaleza y por eso son Dios.

Los latinos partían de la única naturaleza divina. Esta naturaleza es espiritual. Por eso está llena
de vitalidad y de dinamismo interior. Este principio espiritual, en cuanto que es eterno, sin
principio y sin fin, se llama Padre. En cuanto que el Padre se conoce a sí mismo, se proyecta
hacia fuera como palabra, engendra al Hijo. En cuanto que el Padre y el Hijo se vuelven el uno
hacia el otro, se reconocen y se aman, espiran juntos (como de un solo principio, como en un
solo movimiento) al Espíritu Santo. Si los griegos acentuaban en el credo la expresión Padre
(“Creo en Dios Padre todopoderoso”), los latinos se detenían más en Dios (“Creo
en Dios, Padre todopoderoso“); solamente luego pasaban a la persona del Padre.

Los modernos prefieren partir de las relaciones entre las tres divinas personas. Parten
decididamente de la novedad cristiana. Dios es, desde el principio, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Pero las tres personas están de tal manera interpenetradas unas en las otras, mantienen entre sí
un lazo de amor tan íntimo y tan fuerte, que son un solo Dios. Son tres amantes de un solo amor
o son tres sujetos de una única comunión.

Cada una de estas visiones tiene sus ventajas. En un mundo donde se tiende a venerar muchos
dioses y fetiches es aconsejable partir de la unidad de la naturaleza divina. En una realidad en
donde se acentúa demasiado la unicidad y lo absoluto de Dios y la concentración del poder
político y religioso es conveniente partir de la trinidad de personas en comunión. En una
sociedad de egoísmo, en donde no hay comunión suficiente para humanizar las relaciones ni se
respetan las diferencias, está indicado partir de las relaciones iguales, amorosas y unitivas entre
las tres personas. Entonces aparece con claridad que la santísima Trinidad es la mejor
comunidad y que es el programa de liberación de los cristianos.

A los filósofos les agrada ver en Dios al absoluto. Este lenguaje tiene un inconveniente:
establece siempre un dualismo fundamental entre lo absoluto y lo relativo, entre la eternidad y
el tiempo, entre Dios y el mundo. Los cristianos preferimos hablar de la comunión de las divinas
personas, que es siempre inclusiva, ya que engloba también a la humanidad, al mundo y al
tiempo.

19
17. Las palabras-clave para expresar la fe en la santísima Trinidad

Después de ciento cincuenta años de reflexiones, discusiones y encuentros de obispos, la Iglesia


llegó a fijar las palabras-clave con las que expresar su fe en la santísima Trinidad sin errores ni
distorsiones. Es verdad que las expresiones parecen frías y formales. Pero tienen que
completarse con el corazón, que se inflama al saber que es el receptáculo dentro del cual moran
las tres divinas personas.

Naturaleza divina una y única: Para señalar lo que une en la Trinidad y hace que las personas
sean un solo Dios, la Iglesia utilizó la palabra naturaleza (sustancia o esencia). La naturaleza es
la esencia de Dios en su aspecto dinámico; por tanto, es aquello que constituye a Dios como
Dios, distinto de cualquier otro ser posible. Esta naturaleza es numéricamente una y se
encuentra presente en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Persona es aquello que distingue en Dios, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Entendemos por persona la individualidad que existe en sí, vuelta hacia los otros en una
existencia singular, distinta de las otras. Así el Padre es distinto del Hijo, aunque no sea otra
cosa distinta del Padre, ya que posee la misma naturaleza. Es propio de cada persona estar
abierta a la otra y entregarse totalmente a ella, de tal forma que el Padre está todo en el Hijo y
en el Espíritu Santo, y así cada persona respectivamente.

Procesiones designa la manera y el orden según los cuales una persona procede (de ahí
“procesiones”) de la otra. Existen dos procesiones: la generación del Hijo y la espiración del
Espíritu Santo. Se dice que el Padre se conoce a sí mismo absolutamente: esta operación es tan
absoluta en el Padre que engendra al Hijo. El Padre no causa al Hijo, sino que le comunica
totalmente su propio ser. El Padre y el Hijo se contemplan y se aman. Este amor hace que los
dos espiren al Espíritu Santo, como expresión de amor del Padre y del Hijo.

Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas. El Padre en relación
con el Hijo posee la paternidad; el Hijo en relación con el Padre posee la filiación; el Padre y el
Hijo en relación con el Espíritu Santo poseen la espiración activa; el Espíritu Santo en relación
con el Padre y el Hijo posee la espiración pasiva. Las relaciones permiten distinguir a una
persona de la otra. Pero las personas se distinguen también por su propia personalidad.

Misiones designan la presencia de las personas divinas dentro de la historia; así se dice que el
Padre, al engendrar al Hijo, proyectó toda la creación; el Hijo se encarnó para divinizarnos y
redimirnos; el Espíritu Santo recibió la misión de santificarnos y de reconducirlo todo al reino
de la Trinidad. Con estas palabras vislumbramos un poco del misterio divino de comunión y de
infinito amor.

No se nos han revelado las palabras, sino las personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las
palabras solamente valen cuando nos recuerdan y nos llevan a las personas divinas. Por eso es
preciso usarlas con unción y con amor. De lo contrario, somos como camellos que se quedan
ciegos antes de llegar al oasis de aguas abundantes.

20
18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad

La fe cristiana profesó desde el comienzo que el Dios revelado por Jesús es Trinidad, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Inicialmente no hubo problemas, ya que los cristianos no habían sentido
todavía la necesidad de profundizar en las implicaciones de su fe. ¿Cómo compaginar la fe en
un solo Dios, tal como se creía en el Antiguo Testamento, con la fe del Nuevo Testamento, que
afirma la Trinidad en Dios? En la Iglesia de ayer y todavía en nuestros días perduran tres formas
erróneas de entender la santísima Trinidad: el modalismo, el subordinacionismo y el triteísmo.
Veamos cada una de ellas.

El modalismo es el error según el cual la santísima Trinidad representa tres modos (de ahí
“modalismo“) de presentarse a los hombres el mismo y único Dios. Dios sólo puede ser uno y
habita en una luz inaccesible. Sin embargo —dicen los modalistas—, cuando se revela a los
seres humanos, aparece bajo tres máscaras distintas. Cuando se dice que Dios crea, aparece bajo
la máscara de Padre. Cuando se dice que Dios salva, aparece bajo la máscara de Hijo. Cuando
se dice que Dios santifica y reconduce toda la creación al reino de los cielos, se trata del mismo
y único Dios que aparece bajo la forma de Espíritu Santo. Dios es Trinidad solamente para
nosotros. En sí mismo, es solamente un Dios único y solitario. Con esta comprensión errónea
se renuncia a la idea típicamente cristiana de Dios como comunión de los tres únicos: el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo. La Iglesia, ya desde antiguo, condenó siempre esta forma de
representar a la santísima Trinidad.

El subordinacionismo significa que el Hijo y el Espíritu Santo están subordinados (de ahí
“subordinacionismo“) al Padre. Solamente el Padre es plenamente Dios. El Hijo es la criatura
más excelsa que creó el Padre. Pero no es Dios. Todo lo más posee una naturaleza semejante a
la del Padre, pero nunca es igual ni de la misma naturaleza que el Padre. Lo mismo se dice del
Espíritu Santo. Depende del Padre y no es Dios. Algunos llegaron a decir que el Hijo es
solamente adoptivo, pero nunca unigénito ni de la misma sustancia del Padre. En esta
comprensión se pierde la igualdad entre las tres divinas personas, así como la divinidad de cada
una de ellas. La Iglesia, especialmente en el concilio de Nicea (año 325), condenó esta doctrina.

Está, finalmente, el triteísmo. Algunos cristianos decían: Sí, existen tres personas divinas. Pero
son tres dioses distintos, separados unos de otros. Esta doctrina fue rechazada. ¿Cómo puede
haber tres infinitos?, ¿tres absolutos?, ¿tres eternos? Las tres personas están eternamente
relacionadas y en comunión entre sí, hasta el punto de ser un único Dios-amor-y-vida.

Estos errores han obligado a los cristianos a profundizar en su conocimiento de la santísima


Trinidad, manteniendo siempre la unidad del amor y la trinidad de las personas que aman.

Las doctrinas erróneas son generalmente lecturas parciales de la verdad Para contemplar la
verdad con los dos ojos necesitamos un gran esfuerzo de la razón. Las doctrinas erróneas nos
obligan a pensar. Por eso no representan una desgracia absoluta, sino un accidente del camino
hacia el rumbo cierto.

21
Capítulo 4: La imaginación humana y la Santísima Trinidad

19. Creer también con la fantasía

Nosotros no creemos solamente con el corazón, que ama, y la cabeza, que piensa. También
creemos con nuestra fantasía. Sin la fantasía no somos casi nada. Es a partir de la fantasía como
se fortifica nuestra esperanza y toma colorido toda la realidad. Sólo podemos captar lo que Dios
nos prometió si usamos la fantasía, porque la mente humana sólo alcanza lo presente y piensa
en Dios con conceptos sacados del mundo. El mismo Jesús, cuando nos describe el reino de
Dios, utiliza imágenes y comparaciones sacadas de la fantasía: la imagen de la semilla, del
tesoro escondido, del banquete, del amo que llega por sorpresa a su propiedad… Los pensadores
cristianos utilizaron ya desde los primeros siglos las imágenes para poder comprender mejor y
comunicar alguna idea del augusto misterio de la Trinidad. Así, por ejemplo, san Ignacio de
Antioquía (104) escribió una carta a los efesios en que habla de esta forma de la santísima
Trinidad: “Sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción por Dios-Padre,
levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, palanca que es la cruz, sirviéndoos
del Espíritu Santo como de una cuerda”. Aquí aparecen las tres divinas personas actuando en
la historia en función de la salvación del mundo.

También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta a las tres personas
divinas bajo la forma de los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en Mambré (Gén 18,1-
5) y que luego desparecieron, dejando la impresión clara de una visita del mismo Dios. Los tres
están sentados alrededor de una mesa, sobre la cual está la eucaristía. Son todos ellos iguales y
al mismo tiempo distintos. Se miran entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La
eucaristía significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue enviado por el
Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando con nosotros en la tierra.

Hay también otra representación muy significativa que se encuentra en una pequeña iglesia de
Baviera (Urschalling bei Prein). Allí aparece el Espíritu Santo en forma de mujer, teniendo a
un lado al Padre y al otro al Hijo. Los dos ponen sus manos, respetuosamente, en el seno del
Espíritu Santo. Y por debajo los tres terminan unidos, como si fuesen un solo cuerpo, cubierto
con una larga túnica. De nuevo está aquí la diversidad (las tres personas), incluyendo a lo
femenino en Dios y la unidad (la misma naturaleza de amor y comunión). En la iglesia de la
Trinidad en Goiás también se representa a la santísima Trinidad coronando a Nuestra Señora,
que está en el lugar de toda la creación. Con razón los cristianos de aquel lugar escribieron un
gran letrero: “La santísima Trinidad es la mejor comunidad”, como saludo a los cristianos de
las comunidades eclesiales de base de todo el Brasil.

Somos templos de la santísima Trinidad. Ella está en todas y en cada una de nuestras
dimensiones. Cada facultad de nuestro espíritu es digna de alabar y de reconocer a las divinas
personas. Y la fantasía, ¿será entonces menos digna por soñar en vez de pensar, por tener
representaciones en vez de tener ideas? También la fantasía, a su modo, bendice a la santa
Trinidad

22
20. La persona humana como imagen de la Trinidad

En el Génesis se dice que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,27).
Para los cristianos esto significa que toda persona humana, hombre y mujer, revela algunos
rasgos de la santísima Trinidad, que es el único Dios verdaderamente existente. ¿Cómo aparece
en el ser humano la imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? San Agustín ha sido el
teólogo que investigó más esta realidad. Sus elaboraciones siguen siendo hoy perfectamente
válidas.

Cada persona humana, en primer lugar, aparece como un misterio para sí misma. Por mucho
que nos conozcamos, que nos conozcan los otros y que las ciencias nos ofrezcan datos y más
datos sobre la existencia humana, seguimos siendo un misterio profundo para nosotros mismos.
Por esto no podemos juzgar a nadie y hemos de mantener una actitud de respeto y de atención
profunda a toda persona humana, por más humilde que sea. Todos tienen algo que decir y que
revelar, y con esas revelaciones podemos descubrir mejor el rostro del Dios-trino. La persona,
como misterio abismal, representa al Padre, que como persona divina, principio sin principio,
es el misterio primero y fundamental.

La persona como misterio tiene inteligencia y se comunica hacia fuera de sí misma. Se


autoconoce y crea todo un mundo de representaciones y de ideas. Dice la verdad sobre sí misma.
Esta verdad o palabra de sí misma representa al Hijo, que es la verdad y la palabra reveladora
del Padre. Por eso siempre que pensamos correctamente, siempre que decimos la verdad sobre
nosotros mismos y sobre las cosas del mundo, estamos sirviendo a la palabra divina, que se
revela en nosotros. La persona no solamente se conoce. También ama. Quiere estar unida a las
otras personas y a las cosas. El Espíritu Santo es el amor dentro de la santísima Trinidad. Une
al Padre y al Hijo, haciendo que se supere la oposición Padre-Hijo. Por el Espíritu Santo se
revela entre las tres personas una unión de comunión y de amor eternos que siempre las
entrelaza. Cuando amamos y nos sentimos confraternizados con los demás, estamos revelando
en la historia lo que significa el Espíritu Santo.

La persona como misterio, como inteligencia y como amor constituye una unidad dinámica y
siempre abierta. No son tres cosas yuxtapuestas. La persona misma es la que es misterio, la que
piensa y la que ama. Así, cada uno de nosotros, en su unidad y en su diversidad, muestra que
realmente es imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Con cuánto
respeto hemos de tratar a cada persona, por ser templo de la santísima Trinidad!

Si violamos la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si


vilipendiamos a los pobres, destruimos todos los caminos de acceso al Dios-vida-y-comunión.
Porque la brújula de todos los caminos pasa por el respeto a la persona humana, imagen de la
Trinidad. La falta de respeto destruye la aguja y desaparece entonces la brújula.

21. La familia humana, símbolo de la Trinidad

Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las tres personas divinas.
Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí aparecen signos de la presencia del Dios
trino. Dios es comunión y comunidad de personas. Pues bien, la familia se construye sobre la
comunión y sobre el amor. Ella es la primera expresión de la comunidad humana.

23
En toda familia completa y normal nos encontramos con tres elementos: el padre, la madre y el
niño. Hay diversidad de personas. El padre, en nuestra cultura, es la expresión del amor
objetivado en el trabajo, en la construcción del hogar y en la seguridad. La madre, en nuestra
percepción, es el amor que engendra y protege la vida, la intimidad de la casa y el cariño. La
madre y el padre se entrelazan en el amor, en el mutuo reconocimiento y admiración, en la
misma tarea de llevar adelante la familia. Conviven bajo el mismo techo, comparten las mismas
preocupaciones y comulgan de las mismas alegrías. La expresión de la comunión y del
reconocimiento mutuo es el niño que nace. El niño une a los dos. Hace que el marido y la mujer
se transformen en padre y madre. Los dos salen de sí y se concentran en una realidad más allá
de nosotros y que es el fruto de su relación amorosa: el niño. En la familia tenemos una de las
imágenes más ricas de la santísima Trinidad. En primer lugar existen los tres elementos: padre-
madre-niño. Luego está la distinción de personas: la una no es la otra; cada una tiene su
autonomía y su tarea propias; sin embargo están relacionados por lazos vitales y fuertes, como
el amor. Hay una sola comunión de vida. Por eso, siendo tres, forman una sola familia. La
unidad de la familia es semejante a la de la santísima Trinidad. La unidad es expresión del amor,
de la salida de cada persona en dirección a la otra, de la comunión en la misma vida. Está el
reconocimiento entre el padre y la madre, de forma semejante al que existe entre el Padre y el
Hijo. El niño une al padre y a la madre. De forma análoga, el Espíritu Santo, que procede del
Padre y del Hijo, une al Padre y al Hijo. Por eso se dice que el Espíritu Santo es amor unitivo.
El es la persona divina que une a las personas eternas y a las personas humanas.

Para que sea el sacramento de la Trinidad, la familia humana necesita buscar su perfección.
Históricamente, la familia humana está marcada también por el pecado y por la desunión. Pero
siempre que la familia intenta orientarse en busca de la integración y en la vivencia consecuente
del amor, se convierte en una señal del Dios trino dentro de la historia.

En la familia bien constituida encontramos las principales dimensiones de la santísima


Trinidad: la distinción (padre, madre e hijos) y la unión de una sola vida, de un solo amor y de
una misma comunión, en el abrazo de los tres, que constituyen una sola familia. Nacemos en
el seno de una familia y viviremos eternamente como hijos e hijas en la familia divina.

22. La sociedad como imagen de la Trinidad

La persona humana no vive solamente en sí misma, en la profundidad de su misterio individual.


No nace solamente de una familia, como expresión de amor entre marido y mujer. Se inserta
dentro de la sociedad humana, donde se encuentra la persona y la familia. La sociedad
constituye, para los que la observan con atención, una poderosa señal de la santísima Trinidad
en la historia.

La sociedad no es una realidad que nazca espontáneamente o que haya sido hecha directamente
por Dios o por la naturaleza. La sociedad es el resultado de tres fuerzas que actúan siempre en
conjunto y permanentemente. Y aquí es donde identificamos los rasgos de la Trinidad.

En primer lugar está la fuerza económica. Mediante ella organizamos la producción y la


reproducción de la vida humana. Por la economía elaboramos los alimentos necesarios para el
cuerpo. De forma socialmente organizada los producimos, los distribuimos y los consumimos.
La fuerza económica nunca tiene que ver solamente con las realidades materiales que se llaman
económicas. Nos las tenemos que ver con realidades humanas, porque el comer, el sustentar
24
una vida, el garantizar el alimento para el que tiene hambre es una realidad profundamente
humana y también espiritual. Esta fuerza subyace a todas las demás, porque sin ella no existe
vida. Y sin la vida no hay sociedad, ni religión, ni adoración a Dios.

La segunda fuerza es la política. Por la política nos organizamos socialmente, distribuyendo el


poder, las profesiones y las responsabilidades. Por la política creamos las relaciones humanas
y proyectamos las instituciones necesarias para hacer funcionar la sociedad, para satisfacer las
necesidades materiales, espirituales y culturales de las personas.

Finalmente, en tercer lugar está la fuerza cultural. Mediante ella creamos todos los valores y
significaciones que hacen que nuestra vida y nuestra práctica sean válidas y expresivas. Así,
por la fuerza cultural surgen los ritos de las religiones, las filosofías, las artes y todos los
símbolos por los que expresamos nuestros pensamientos y valores. Nadie vive sin valorar las
cosas que hace o que están a su alcance.

Toda sociedad humana se construye, se solidifica y se desarrolla por la coexistencia e


interpenetración de estas tres fuerzas. Las tres obran siempre conjuntamente, de tal manera que
en lo económico está lo político y lo cultural, y así sucesivamente.

Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres personas son
distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre los divinos tres hace que sean un
solo Dios, reflejado en nuestra realidad social.

“La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde las raíces de su
amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su dimensión económica, social y política.
Producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión
trinitaria” (Documento de Puebla, n. 215).

23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad

Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la doctrina sobre la
Trinidad, escribió lo siguiente: “Donde está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, allí se encuentra
también la Iglesia, que es el cuerpo de los tres”. En cada persona humana se refleja el misterio
trinitario; se refleja también en la familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es en la
Iglesia donde este augusto misterio de comunión y de vida encuentra su expresión histórica más
visible.

La Iglesia, por definición, es la comunidad de fe, esperanza y amor que intenta vivir el ideal de
unión propuesto por el mismo Jesucristo: “Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás
en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros” (Jn 17,21).

La unidad de los cristianos no reside en una uniformidad burocrática, sino en una


interpenetración de los fieles entre sí y con sus pastores al servicio de los demás.

La Iglesia se construye sobre tres ejes fundamentales, y en eso es donde aparece más
concretamente su semejanza con los divinos tres: sobre la fe, la celebración de la fe y la
organización con vistas a la cohesión interna, a la caridad y a la misión en medio de los hombres.
Estos tres momentos son concreción de la misma comunidad que se reúne para proclamar y
25
ahondar en la fe, para celebrar la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu en la historia
de los hombres, y particularmente en la propia comunidad cristiana, y para organizarse con
vistas al servicio coherente a todas las personas, empezando por los pobres. La fe, la celebración
y la organización no son realidades yuxtapuestas e independientes entre sí. Son la misma Iglesia
en movimiento dinámico de vida y de servicio. La comunión en la Iglesia no se expresa
solamente en el terreno religioso. Se realiza también en un proyecto social de comunión de
bienes, de participación de vida y de creación de fraternidad, como se ve claramente en los
Hechos de los Apóstoles, donde se narra la vida de la primitiva comunidad apostólica (cf
He 2,44-45; 4,34-36).

Cuando Tertuliano dice que la Iglesia es el cuerpo de las tres personas divinas, quiere insinuar
que a través de la vivencia de la fe, de la participación en el culto y de la organización sagrada
se da a conocer algo del misterio del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu
Santo. La Iglesia es todo esto, no simplemente por el hecho de ser Iglesia, sino por el hecho de
vivir con coherencia el mensaje evangélico de ser en el mundo un espacio de fe ardiente, de
esperanza invencible y de amor comprometido.

Cuanto más beba la Iglesia de su fuente eterna, que es la comunión trinitaria, por la que los
tres Distintos se unifican y son un solo Dios, tanto más superará las divisiones internas, dejará
de ser clerical y laical y se transformará en un espacio de relaciones igualitarias, en un pueblo
de Dios, de verdaderos hermanos y hermanas al servicio del reino de la Trinidad.

24. El mundo, sacramento de la Trinidad

Toda la creación es obra de la santísima Trinidad. Cada persona actúa a partir de sus cualidades
propias, de tal manera que por todas partes surgen las señales del Dios trino. Dios no puede
jamás ser representado adecuadamente en su misterio.

Por eso, con razón enseñaba el concilio de Letrán (1215): la desemejanza entre el Creador y la
criatura es mayor que la semejanza. Pero no por eso estamos privados de las huellas de lo divino
impresas en toda la creación.

Algunos estudiosos, como el célebre psicólogo Carlos Gustavo Jung, han estudiado, por
ejemplo, la simbología del número tres. Este número es un arquetipo (una matriz profunda del
alma a partir de la cual captamos nuestras experiencias) que se encuentra en todas las culturas.
Se manifiesta también en el inconsciente. Su significación antropológica es semejante a su
significación bíblica: el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. El número tres
simboliza la exigencia humana de integración, de asociación y de totalidad. A veces, junto a la
Trinidad aparece un cuarto elemento, que muchas veces tiene una forma femenina, como María,
la creación o la sabiduría. Este cuarto elemento quiere expresar la comunión de los tres divinos
vueltos hacia fuera: se autocomunican e invitan a las personas y a la creación a la comunión de
amor y de vida, propias de la vida trinitaria.

En la predicación se suelen utilizar analogías y figuras sacadas de la vida material para expresar
la trinidad de personas y la unidad de comunión. Así se hace referencia al sol, el rayo y el calor.
Otras veces se habla del fuego que irradia luz y produce calor. 0 se alude a las tres velas
encendidas, que se unen en una sola llama. Muchos catequistas enseñan a los niños un trébol:
una hoja con tres puntas distintas.
26
Otros apelan también a las tres energías fundamentales del universo: la gravitación, la
electromagnética y la atómica. Las tres son expresión de la única energía universal. Cada vez
hay más científicos que abandonan la visión clásica de las partículas elementales de la materia
(protón, neutrón, hadrón) y postulan la interacción de todos los factores en una
verdadera perijóresis cósmica; utilizan la palabra que usó siempre la teología:
“interpenetración” de todo con todo (perijóresis). Son las relaciones trinitarias reflejadas en el
cosmos. ¿Quién no ha pensado en el triángulo equilátero? Tiene tres lados iguales,
constituyendo una sola superficie.

Evidentemente, estas imágenes son pálidas referencias muertas al misterio vivo del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, distintos como personas, pero eternamente unidos en el amor y la
comunión. En una palabra, ninguna imagen, ningún concepto puede expresar la profundidad
del amor trinitario. Sólo el corazón, que es mayor que nuestra inteligencia, puede vislumbrar la
grandiosidad y el encanto de la vida divina, ya que por el corazón entramos en comunión con
las divinas personas y participamos de su vida íntima.

La naturaleza no es muda; las piedras hablan, el mar se expresa y el firmamento canta la gloria
de Dios. No hay nada meramente yuxtapuesto a lo demás y en manos del azar. Todo se
relaciona y entra en comunión: el viento con la roca, la roca con la tierra, la tierra con el sol
y el sol con el universo. Todo está perijorizado, impregnado de la comunión de la santísima
Trinidad.

Capítulo 5: Lo que es la Santísima Trinidad: La comunión de vida


y de amor entre los tres divinos

25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida

El Dios cristiano es la comunión eterna de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los
tres están eternamente borbotando el uno hacia el otro y construyendo un solo movimiento de
amor, de comunicación y de encuentro. ¿Cómo entender mejor esta realidad? No se trata de
descubrir el misterio de Dios. Se trata de captar el movimiento divino para poder vivir mejor la
presencia y la actuación de la santísima Trinidad dentro del mundo y en nuestra trayectoria
personal. La teología bíblica ha encontrado una palabra para expresar esta dinámica divina:
vida. Se entiende a Dios como un vivir eterno, dador de vida y protector de toda vida
amenazada, como la de los pobres y oprimidos por la injusticia. El mismo Jesús, el Hijo
encarnado, se presentó como aquel que vino a traer vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Si
analizamos un poco lo que supone la vida, captaremos mejor la comunión de los divinos tres.

La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar,


incorporar y entregar la propia vida en comunión con otra vida. Ligada al fenómeno de la vida
está la expansión y la presencia. Un ser vivo no está ahí como pudiera estar una piedra. El ser
vivo tiene presencia, que significa una intensificación de existencia. El ser vivo habla por sí
mismo; no necesita de palabras para comunicarse. Ante un ser vivo tenemos que tomar

27
posición: acoger o rechazar la vida del otro. Toda vida incluye un proceso de comunión con
algo diferente, con lo que entra en ósmosis, incorporándolo a sí mismo. Toda vida se reproduce
en otra vida. Por su naturaleza, la vida se desarrolla. Significa siempre un proceso abierto a
nuevas expresiones de vida. Entenderemos algo de la santísima Trinidad si la referimos al
misterio de la vida. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son vivientes eternos que se
autorrealizan en la medida en que se entregan unos a otros. La característica fundamental de
cada persona divina es ser para la otra, por la otra, con la otra y en la otra. Cada persona viva
se vivifica eternamente vivificando a las otras y participando de la vida de las otras. Lo mismo
que uno no es feliz más que haciendo felices a los demás, igual ocurre en la vida trinitaria: cada
persona es viva en la medida en que da la vida a las otras y recibe la vida de las otras. Porque
esto es así, entendemos por qué el Dios cristiano solamente puede ser la comunión de los divinos
tres y tiene que ser trinidad. Es más que dualidad: el Padre frente al Hijo. Es trinidad, que
significa la inclusión de un tercero para expresar la plenitud de vida más allá de la
contemplación mutua: el Espíritu Santo. La vida así constituye la esencia de Dios. Y la vida es
comunión dada y recibida. Y la comunión es la Trinidad.

No sabemos qué es la vida. Pero la vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y
novedad. La Trinidad es vida eterna; por tanto, es libertad, donación y recepción perenne,
encuentro consigo mismo para darse incesantemente. La Trinidad es novedad como toda vida,
siempre en mutación, pero sin dispersión. Cada persona es para la otra futuro; por eso siempre
es nueva y sorprendente.

26. Yo-tú-nosotros: La santísima Trinidad

El misterio de la santísima Trinidad ha significado siempre un desafío a la inteligencia de los


teólogos, a saber: de aquellos cristianos que dedican su vida a pensar y a buscar las verdades
que Dios mismo nos ha revelado. Los grandes concilios establecieron los marcos principales, a
la luz de los cuales tenemos que orientar nuestro pensamiento sobre la santísima Trinidad. Pero
los concilios no cerraron nunca las cuestiones, dándose cuenta de las insuficiencias de todo
lenguaje humano. Al final de todo el esfuerzo, siempre terminamos en un silencio reverente.
Pero antes de callar tenemos que hablar y emplear todos los esfuerzos de la inteligencia para
hacer cada vez más luz, ya que sólo así haremos justicia a la grandeza de Dios y a la profundidad
de su misterio. En este sentido, en los últimos decenios se ha profundizado mucho en el
concepto de persona, aplicado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Según la doctrina común,
se entendía por persona la invidualidad que existe en sí, distinta de cualquier otra. Así, Padre,
Hijo y Espíritu Santo son distintos unos de otros y tienen una existencia singular.
Modernamente se ha profundizado en este concepto, acentuando un aspecto que no se había
desarrollado suficientemente en el pasado, aunque estuviera presente en muchos teólogos
cristianos. Persona es, ciertamente, un estar-en-sí, y por eso la persona significa una
individualidad irreductible; pero esta individualidad se caracteriza por el hecho de estar siempre
abierta a los demás. Persona es entonces un nudo de relaciones vuelto en todas las direcciones.
Persona es un ser de relaciones.

La persona humana nos ofrece una analogía para que entendamos mejor lo que queremos decir
cuando hablamos de los divinos tres como personas. En cada existencia humana descubrimos
las siguientes relaciones: siempre hay una relación yo-tú. El yo nunca está solo. Es también
siempre un eco de un tú que resuena dentro del yo. El tú es un otro yo, distinto, abierto al yo

28
del otro. En este juego de diálogo yo-tú es donde la persona humana va construyendo su
personalidad.

Pero no existe solamente el diálogo yo-tú. Existe también la comunión entre el yo y el tú. La
comunión surge cuando el yo-tú se expresan juntos, cuando superan el yo y el tú y, unidos,
forman una relación nueva que es el nosotros. Decir nosotros es revelar una comunidad. Pues
bien, algo parecido con este proceso es lo que ocurre en la santísima Trinidad. El yo puede
señalarse en el Padre. Este yo (Padre) suscita un tú que es el Hijo. El Hijo no es solamente la
palabra del Padre. Es también la Palabra al Padre. De esta relación surge el diálogo eterno. El
Padre (yo) y el Hijo (tú) se unen y revelan al nosotros. Es el Espíritu Santo. El es nuestro
Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo. Por consiguiente, tenemos aquí la unión divina, como
expresión de la relación entre las tres divinas personas.

“Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven en
perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor
y toda comunión, para grandeza y dignidad de la existencia humana” (Documento de
Puebla, n. 212).

27. La Trinidad como una eterna autocomunicación

Cuando decimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres divinas personas, la mayor
parte de los cristianos entiende la palabra “persona” en la acepción común del término: un
individuo que tiene inteligencia, voluntad, sentimientos y que puede decir “yo“. En Dios habría
entonces tres inteligencias, tres voluntades, tres conciencias. Si dijéramos sólo esto, sin añadir
que los tres están siempre relacionados, caeríamos fatalmente en el error del triteísmo. Con ello
queremos decir que tendríamos realmente tres dioses distintos.

Debido a esta dificultad del pensamiento moderno, ha habido dos teólogos, uno protestante,
Karl Barth, y otro católico, Karl Rahner, que han intentado sustituir la palabra persona en el
lenguaje trinitario. Esta palabra crearía más bien dificultades y no ayudaría a los cristianos de
hoy a entender el misterio de la comunión trinitaria. Cuando hablamos de Dios simplemente,
fuera de la referencia trinitaria, decían estos teólogos, podemos hablar de persona. De lo
contrario, pensaríamos que Dios significaría una fuerza cósmica impersonal. Dios sería
entonces la persona absoluta o el sujeto eterno. Pero respecto a la santísima Trinidad sugerían
que había que evitar la palabra persona. En lugar de ella Barth propone hablar de tres modos de
ser. Trinidad significaría, por tanto, que la persona eterna (Dios) existe realmente en tres modos
de ser, como Padre sin origen, como Hijo siempre engendrado del Padre y como Espíritu Santo
eternamente procedente del Padre y del Hijo a la vez.

Karl Rahner aceptó esta misma intuición, pero añadiéndole una pequeña modificación. En vez
de hablar de tres modos de ser prefería hablar de tres modos de subsistencia. Esta modificación
intenta evitar el error del modalismo. Según esta doctrina errónea, como antes señalábamos, en
el fondo no se aceptaba a la santísima Trinidad, sino a un solo Dios revelándose de tres maneras
distintas; sería tres solamente para nosotros, pero en sí mismo Dios sería y continuaría siendo
uno. Entonces Rahner dice lo siguiente: Dios es un misterio de comunión. Está siempre saliendo
de sí y entregándose en vida y en amor. Es la autocomunicación como misterio radical.
Entonces, en cuanto que la autocomunicación, en el propio acto de entregarse, permanece
soberana e incomprensible, un principio sin principio, se llama Padre; en cuanto que esta
29
autocomunicación se expresa y se hace comprensible y por eso es verdad, se llama Hijo; en
cuanto que esta autocomunicación acoge en amor y crea unión, se llama Espíritu Santo. Este
proceso no es sólo una forma de pensar por nuestra parte, sino que Dios se revela así, tal como
es en sí mismo; evitamos el modalismo y estamos ante el misterio de la comunión, que se realiza
siempre en tres modalidades reales y nos inserta dentro del mismo proceso, haciendo que, como
personas, seamos cada vez más capaces de entrega y de amor.

Pero estas dos comprensiones nos parecen insuficientes. En primer lugar, son muy abstractas;
nadie ama y adora a tres modos de subsistencia, sino a unas personas concretas como el Padre,
el Hijo y el Espíritu. En segundo lugar, las dos muestran la unidad de Dios, pero no responden
bien a la trinidad de personas y a las relaciones que existen entre las tres. En el fondo, no se
consigue salir del monoteísmo y se corre el riesgo del modalismo. Nosotros partiremos siempre
de los divinos tres en comunión y en eterno amor entre sí.

Si en la santísima Trinidad hay una lógica, ésta tiene que ser: dar, dar y dar una vez más. Las
tres personas son distintas para poder darse unas a otras. Y este darse es tan perfecto, que las
tres personas se unen y son un solo Dios.

28. La santísima Trinidad es la mejor comunidad

En el VI Encuentro Intereclesial de Comunidades eclesiales de base, celebrado a finales de julio


de 1986 en Trindade (Brasil Central), detrás del altar del santuario había un enorme letrero que
decía: “La santísima Trinidad es la mejor comunidad”. Se representaba a la santísima Trinidad
de esta manera: aparecían las manos del Padre, de las que salía en forma de paloma el Espíritu
Santo, que, a su vez, reposaba sobre la cabeza del Hijo, Jesucristo. Éste levantaba los brazos,
tocando las manos del padre; y agarrados a sus hombros, de cada lado, había representantes del
pueblo y de los movimientos populares, como la CPT (Comisión Pastoral de la Tierra), CIMI
(Consejo Indigenista Misionero), las CEBS (Comunidades Eclesiales de Base) y otros. Con ello
se quería significar que no existe solamente la comunión y la comunidad trinitaria, sino que
junto a ella está la comunidad humana, invitada siempre a participar de la comunión divina.

Este cuadro supera la comprensión meramente personal de la santísima Trinidad.


Evidentemente, existen los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no existen solamente
para ser distintos unos de otros. Existen como distintos para poder estar juntos por la comunión
y por el amor. Lo que realmente existe es una comunidad divina.

Desde toda la eternidad coexisten, siempre juntos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ninguno
de ellos es antes o después; ninguno es superior o inferior. Los tres son igualmente eternos,
infinitos y misericordiosos. Los tres forman la comunidad eterna.

Cuando decimos comunidad, queremos resaltar las relaciones recíprocas, directas y totales que
rigen entre las personas. Cada una de las personas se vuelve por completo hacia las otras. No
guarda nada para sí. Lo pone todo en común: su ser y su tener. De esta comunión radical surge
la comunidad. En la Iglesia primitiva de los Hechos de los Apóstoles se dice que los cristianos
lo ponían todo en común. Por eso no había pobres entre ellos.

En la santísima Trinidad ocurre algo semejante y todavía más profundo. Los divinos tres son
distintos e irreductibles. Uno no es el otro. Pero ninguno se afirma con exclusión del otro. Cada
30
persona divina se afirma afirmando a la otra persona y entregándose totalmente a ella. Las
personas son distintas para poder entregarse cada una a las otras y estar en comunión. De este
modo hay riqueza en la unidad y no mera uniformidad. La Trinidad es el modelo de cualquier
comunidad: respetando a cada una de las individualidades, surge la comunidad, gracias a la
comunión y a la entrega mutua. Lo entendieron muy bien los cristianos de base, mucho ‘ mejor
que cualquier teólogo, y lo supieron expresar con gran acierto: “La santísima Trinidad es la
mejor comunidad”.

En la comunidad de los Hechos de los Apóstoles, los cristianos se amaban tanto que formaban
un solo corazón y una sola alma (He 4,32). Si allí el amor constituía una comunidad tan fuerte,
¡cómo no la va a constituir en la Trinidad! San Agustín, comentando este hecho, dijo: Ti amor
en Dios es tanto lo que impide la desigualdad como lo que crea la igualdad entera. Si en la
tierra y entre los hombres puede haber un amor tan grande que muchas almas se hacen una
sola, ¿cómo no habrá también ese amor entre el Padre y el Hijo, ya que ambos son siempre
inseparables y de este modo son un solo Dios? Allí, de muchas almas se hizo una sola, gracias
a una inefable y suprema conjunción; aquí igualmente, por la misma razón, las personas
divinas se hicieron no dos dioses, sino un único Dios” (Sermón a los catecúmenos sobre el
credo 1,4: PL 40,629).

29. Lo masculino y lo femenino dentro de la santísima Trinidad

En el Génesis se dice que Dios creó a la humanidad y que la creó varón y mujer; los creó a los
dos como su imagen y semejanza (Gén 1,27). Sólo en cuanto masculina y femenina la
humanidad representa a Dios aquí, en la tierra. Dios está más allá de los sexos. Pero lo
masculino y lo femenino humanos encuentran su última raíz dentro del misterio trinitario. Por
el hecho de que el Dios-Trinidad es masculino y femenino, nosotros podemos —como hombres
y mujeres— ser a su imagen y semejanza.

En los últimos años muchos cristianos, especialmente mujeres, se han dado cuenta de que el
lenguaje teológico se presenta casi por completo dentro de la versión masculina. Dios es el
Padre que engendra eternamente a un Hijo y que juntos dan origen desde siempre al Espíritu
Santo. Los conceptos principales del cristianismo son masculinos y solamente los hombres, con
exclusión de las mujeres, tienen la dirección de la Iglesia y son ordenados en el sacramento del
orden.

Basados en la verdad de fe de que cada persona humana (masculina y femenina) es imagen y


semejanza de Dios, muchos se han preguntado: ¿No podríamos superar el lenguaje sexista
(usando sólo los términos de un sexo, en este caso el masculino) y llegar a utilizar un discurso
transexista, que aproveche tanto los valores de un sexo como los del otro para expresar la
riqueza del misterio de Dios?

En efecto, cada vez más cristianos, especialmente en los Estados Unidos, pero también entre
nosotros, evitan hablar sólo de hombre para expresar la humanidad y aprenden a decir siempre
“hombre y mujer”, o simplemente “ser humano” o “persona humana”. De forma semejante
evitan hablar de Dios solamente como Padre, introduciendo también la palabra “Madre”. El
mismo papa Juan Pablo I, en una audiencia pública dijo: “Dios es Padre, pero es especialmente
Madre“. Los profetas en el Antiguo Testamento usaban expresiones que simbolizaban a Dios
como la Madre que levanta a sus hijos en sus brazos, los besa y les seca las lágrimas (Os 11,4;
31
Is 49,15; 66,13; Sal 25,6). Decir que Dios es misericordioso para la mentalidad hebrea equivale
a decir: Dios es como una madre que tiene entrañas y se compadece de sus hijos e hijas. El papa
Juan Pablo II en su encíclica sobre la Misericordia nos recordó esta dimensión femenina del
Padre. Entonces podemos decir: Dios-Padre tiene rasgos maternales y Dios-Madre tiene rasgos
paternales. Dios es simultáneamente Padre y Madre de infinita ternura. Algo parecido
podríamos decir del Hijo y del Espíritu Santo. Son con-fuente de lo femenino y de lo masculino.
En su actuación en la historia de la salvación muestran estos rasgos masculinos y femeninos en
la vida de los hombres y de las mujeres justas. De este modo los tres están cerca de cada uno
de nosotros y nos envuelven en nuestra propia realidad. Nuestra masculinidad y nuestra
femineidad se insertan en lo masculino y en lo femenino eternos, en una resplandeciente
comunión.

¿Cuál es nuestro futuro como hombres y como mujeres? No basta con decir que resucitaremos
para la vida eterna. Esto no sacia nuestra sed infinita. Cada mujer y cada hombre que llegan
al reino de la Trinidad participarán, como hombre y como mujer, de la misma comunión
trinitaria. Lo femenino y lo masculino que nos hace imagen y semejanza de la Trinidad (Gén
1,27) estarán unidos al eterno femenino y al eterno masculino.

30. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo existen desde siempre juntos

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres únicos, unidos en la vida, en el amor y en la
comunión eterna. Por eso no son tres dioses, sino un solo Dios. Surgen simultáneamente,
irrumpen eternamente uno en dirección al otro, constituyendo una sola comunidad de vida, de
amor y de unión. Es algo parecido a tres fuentes cuyas aguas corren al encuentro unas de otras,
formando una sola laguna. Es como si tres chorros de agua saltasen hacia arriba y se encontrasen
en la cima, formando un solo chorro torrencial de agua. Y esto eternamente. Con razón los
padres de los concilios de la Iglesia insisten en reafirmar que cada persona divina es igualmente
eterna, igualmente poderosa, igualmente inmensa. Todo en la Trinidad es simultáneo. Ninguno
es mayor o superior, inferior o menor, antes o después. Los divinos tres son co-iguales desde
toda la eternidad. Debido a esta igualdad fontal, las personas divinas son concomitantes. ¿Cómo
se unifican y son un solo Dios?

Lo que constituye la unión entre las divinas personas es la ininterrumpida e infinita


interpenetración del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es lo que llamamos anteriormente
la perijóresis: estar una persona en la otra y penetrarla y ser penetrada cada persona por las
otras dos. Esta unión es específica de las personas y de los seres espirituales. Solamente las
personas, al ser diferentes unas de otras, pueden establecer relaciones de intimidad, de mutua
entrega, de amor que funda una comunión y una comunidad. Entre las divinas personas la
comunión es absoluta y la relación infinita. Este convivir y coexistir constituye la unidad de lo
que llamamos esencia o naturaleza o sustancia divina. Si la observamos atentamente, vemos
que está constituida por el amor. Con razón decía san Juan: “Dios es amor” (Un 4,8.16). San
Agustín decía atinadamente que el amor eterno entre los divinos tres fundamenta la unión
trinitaria. Con expresiones cuyo secreto sólo él conoce, escribía: “Cada una de las personas
divinas está en cada una de las otras y todas en cada una y cada una en todas, y todas están en
todas y todas son solamente un Dios”. Por tanto, si la doctrina de la Iglesia dice que la naturaleza
igual en cada una de las personas divinas constituye la unidad en Dios, entonces debemos
entender esta naturaleza —en conformidad con la revelación del Nuevo Testamento— como
amor y como intercomunión infinita. La trinidad de las personas es un dato primordial de la
32
existencia divina. No es obra del Espíritu absoluto que se desdoble hacia fuera de sí mismo, ni
la diferenciación interna de una naturaleza divina siempre igual. Dios es eternamente, sin
comienzo ni fin, Padre, Hijo y Espíritu Santo, reciprocidad de los divinos tres en un único amor,
irrupción infinita de una misma vida.

“En la santísima Trinidad, ¿qué es lo que conserva aquella suprema e inefable unidad sino el
amor? El amor es la ley, y esta ley es la ley del Señor. Este amor constituye a la Trinidad en la
unidad y en cierto modo unifica a las personas en el vínculo de la Paz. Amor crea amor. Esta
es la ley eterna y universal, ley que lo crea todo y lo gobierna todo” (San Bernardo, Libro del
amor de Dios, c. 12, n. 35: PL 182,996B).

31. En la Trinidad todas las relaciones son ternarias

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son coeternos y simultáneos. ¿Cómo dejar claro que cada
una de las personas es diferente de las otras y, al mismo tiempo, relacionadas siempre entre sí?
La teología, siguiendo al Nuevo Testamento, habla de procesiones divinas. Con esto se quiere
mostrar que una persona se relaciona siempre con la otra. Del Padre se dice que es fuente y
causa de toda la divinidad. De él proceden el Hijo y el Espíritu Santo. También se dice que el
Padre “engendra“ al Hijo. El Padre y el Hijo “espiran“ al Espíritu Santo como de un solo
principio. Estas expresiones, “causa“, “generación“, “espiración“ y “procesiones“, pueden darnos
la impresión de que en Dios existe una especie de teogonía (génesis y generación de Dios).
¿Podemos decir acertadamente que en la Trinidad vale el principio de la causalidad?, ¿qué
existe una “generación” y una “espiración“? ¿No afirmamos siempre que las divinas personas
son originalmente simultáneas y que coexisten eternamente en comunión e
interpenetración (perijóresis)? En la perspectiva de la eternidad, el Padre no es anterior al Hijo
ni al Espíritu Santo. Los tres irrumpen juntos y entrelazados ya en el amor y en la comunión
infinita.

En virtud de esta concomitancia de las divinas personas, debemos entender las expresiones
utilizadas por la Iglesia y reasumidas por la teología, como causa, “generación“, “espiración“, en
un sentido analógico y figurativo. Estamos ante fórmulas altamente sugestivas. Muestran cómo
los divinos tres son siempre respectivos, es decir, que uno existe respecto al otro. Efectivamente,
no existe el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre. No existe el soplo (Espíritu) sin ir
acompañado de la palabra (Hijo) pronunciada por la boca del Padre. Si usamos las expresiones
consagradas es siempre en un sentido estrictamente trinitario: vale solamente para el misterio
trinitario, donde todo es eterno, concomitante y simultáneo. Pero hemos de conceder que
persiste el riesgo de una comprensión antropomórfica (como si se tratase de un fenómeno
humano, v.gr., la generación), inadecuada al misterio de los divinos tres.

Hay, además, otra posibilidad derivada también de la Escritura: la de hablar de las personas
divinas en términos de revelación y de reconocimiento. Las personas coeternas y coiguales se
revelan mutuamente y se reconocen unas a otras y unas en las otras y por las otras. Así, el Padre
se revela a través del Hijo en el Espíritu. El Hijo revela al Padre en la fuerza del Espíritu. El
Espíritu Santo“procede“ del Padre y reposa sobre el Hijo. Así, el Espíritu es del Padre por el
Hijo (a Patre Filioque), lo mismo que el Hijo se reconoce en el Padre por el amor del Espíritu (a
Patre Spirituque). Debido a esta implicación de las tres personas entre sí, hemos de decir que
las relaciones entre ellas son siempre ternarias: donde está una persona están siempre las otras
dos.
33
¡Cuánta concordia, cuánta alegría y cuánta justicia no habría en este mundo si asumiéramos,
en el pensar y en el actuar, la lógica trinitaria, siempre envolvente, siempre comunitaria,
siempre acogiendo las diferencias e impidiendo que se transformen en desigualdades!

32. Tres soles, pero una sola luz: Así es la santísima Trinidad

Muchos cristianos encuentran una dificultad especial en imaginarse a las tres personas divinas
como un solo Dios. ¿Cómo es posible que tres sea igual a uno? Hemos de decir enseguida,
como ya lo hicimos al principio, que cuando hablamos de tres personas y de un solo Dios no
estamos haciendo ninguna matemática y ninguna operación contable. Las Escrituras no cuentan
nunca nada en Dios. Sólo conocen la expresión “único”. El Padre es “único”, el Hijo es “único”
y el Espíritu Santo es “único”. Lo único no es un número, el primero de una serie, sino
justamente la negación de todo número. Lo “único” no tiene semejantes ni subsecuentes. Es
sólo él y nadie más. Por eso, en la santísima Trinidad no existe ninguna suma.

Hemos de partir de aquí: existen tres únicos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta
afirmación es importante: el fundamento de toda la realidad descansa sobre la coexistencia de
tres únicos y no en la soledad del uno, siempre idéntico a sí mismo. Los tres únicos son
irreductibles entre sí. Son distintos, pero no desiguales. Así también está
el samba, el rock, la bossa-nova, el canto gregoriano, que son diferentes géneros de música,
pero no son desiguales en dignidad y valor. La diferencia no es sinónimo de desigualdad. Todos
son expresiones musicales. Algo semejante ocurre con los tres únicos. Son distintos: el Padre
no es el Hijo ni el Espíritu Santo, pero los tres son igualmente eternos e igualmente Dios. Si
son distintos, es para poder estar en comunión y poder intercambiar su propia riqueza. Los tres
únicos jamás están yuxtapuestos, uno al lado del otro. Los divinos tres están eternamente
vueltos unos a los otros. Más aún: moran el uno dentro del otro, comulgan de la vida y del amor
de uno y de otro de forma tan infinita y perfecta, que constituyen una única comunidad. Por eso
decimos, sin ir contra la lógica y la matemática: las tres personas divinas están de tal modo
relacionadas entre sí, se interpenetran tan amorosamente y con tanta radicalidad y totalidad, que
constituyen un solo Dios.

Hemos de referirnos a las experiencias humanas de amor y de intimidad en relación con el


espíritu, el corazón y las personas, para poder entender esta unidad. Son dos los que se aman y
en la familia son tres (padre, madre, hijos). Pero su atracción es tan profunda que sienten que
forman una sola vida y una sola fusión de corazones y de destino. Algo semejante e
infinitamente más perfecto pasa con los divinos tres: el amor, la comunión entre sí y la
circulación de la vida de cada uno, entregada siempre y eternamente a los otros, son tan
absolutos que constituyen la unidad de Dios. Como decía san Juan Damasceno: La santísima
Trinidad es como tres soles. Están de tal forma el uno dentro del otro que dan origen a una sola
luz. Así Dios, siendo tres personas, es eternamente un solo Dios-amor.

Para vislumbrar un poco el misterio de la comunión de los divinos tres, hemos de calar muy
hondo en nuestras propias experiencias. Conviene escuchar la llamada del amor, que quiere
unión, comunión, fusión con la persona humana. En el fondo, ya no queremos decir: `yo pienso,
yo quiero, yo hago‘; sino “nosotros pensamos, nosotros queremos, nosotros hacemos’; juntos
y en comunión. Si esto ocurre con nosotros, pálida imagen de la Trinidad, ¡cuánto más ocurrirá
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios-amor-vida, verdadero
prototipo de todo cuanto existe y cuanto vive!
34
Capítulo 6: La comunión de la Trinidad: Crítica e inspiración para
la sociedad y la Iglesia

33. Más allá del capitalismo y del socialismo real

La comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, constituyendo un solo Dios, es un


misterio de inclusión. Las tres divinas personas se abren hacia fuera e invitan a las personas
humanas y a todo el universo a participar de su comunidad y de su vida. Lo dijo muy bien Jesús:
“Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean
una sola cosa en nosotros“ (Jn 17,21). La presencia de la comunión trinitaria en la historia
permite que se superen todas las barreras que transforman las diferencias en desigualdades y
discriminaciones; así, en el misterio del Hijo (segunda persona de la Trinidad) no hay judíos ni
paganos, ni hombres ni mujeres; todos son una sola cosa (Gál 3,28). En el nivel económico
surge la comunión de bienes entre todos (He 4,31-35); y en el nivel social “tenían un solo
corazón y una sola alma” (He 4,32). Tenemos que ver aquí unas realidades utópicas: caminamos
en dirección hacia esos ideales. Desencadenan energías para alcanzar niveles cada vez mayores
de participación y de comunión y, al mismo tiempo, relativizamos y criticamos cada conquista
alcanzada, conservándola abierta a nuevos perfeccionamientos.

Hay un anhelo humano fundamental: el de participación, el de igualdad, el de respeto a las


diferencias y a la comunión con todo y con Dios. La comunión de los divinos tres promueve
una fuente de inspiración en la realización de estos anhelos ancestrales de todas las personas y
de todas las sociedades. Cada persona divina participa totalmente de las otras dos: en la vida,
en el amor y en la comunión. Cada una de ellas es igual en eternidad, en majestad y en dignidad;
ninguna es superior o inferior a la otra. Aunque iguales en la participación de la vida y del amor,
cada persona es distinta de la otra. El Padre es distinto del Hijo y del Espíritu Santo, y así
también las otras dos personas. Pero esta distinción permite la comunión y la entrega mutua.
Las personas son distintas para poder dar de su riqueza a las otras y formar así la comunión
eterna y la comunión divina. La santísima Trinidad es la mejor comunidad.

¿Cómo realizan este ideal nuestros sistemas de convivencia que hoy dominan, el capitalismo y
el socialismo? El capitalismo se asienta sobre el individuo y su evolución personal, sin ninguna
ligación esencial con los otros y con la sociedad. En el capitalismo los bienes están apropiados
privadamente, con la exclusión de las grandes mayorías. Se valora la diferencia, en perjuicio de
la comunión. En el socialismo se valora la participación de todos; por eso está estructuralmente
más cerca del proyecto de Dios que cualquier otro sistema; pero se valoran poco las diferencias
personales. La sociedad tiende a ser masa y no ya una red de comunidades en las que cuentan
las personas. El misterio trinitario apunta hacia formas sociales en las que se valoran todas las
relaciones entre las personas y las instituciones, de forma igualitaria, fraternal y dentro del
respeto de las diferencias. Sólo así se superarán las opresiones y triunfarán la vida y la libertad.

En todos los problemas radicalmente humanos y sociales trabaja un sueño infinito, se hace
presente una exigencia última de vida para todos, empezando por los últimos, de inclusión de
todos y de comunión con todo y con todos. En otras palabras, siempre hay una cuestión
teológica que tiene que ver con lo supremo y lo decisivo de nuestra historia. Es la aparición
35
del misterio de la Trinidad, en el que las tres personas, por causa del amor recíproco,
convergen para ser un único Dios vivo y dador de vida.

34. De una Iglesia-sociedad hacia una Iglesia-comunidad

La Iglesia tiene una dimensión de misterio que sólo puede captarse por la fe. Es portadora de la
memoria de Jesucristo, de la fuerza del Espíritu y de la tradición de los apóstoles. Creemos que
la sustancia de la encarnación se perpetúa en la historia a través de ella: por Cristo y por el
Espíritu Santo, Dios está definitivamente cerca de cada uno de nosotros y dentro de la historia
humana. Este misterio gana cuerpo en la historia, ya que se organiza en grupos y comunidades.
Las comunidades, a su vez, asumen los elementos de cada época, de forma que la Iglesia tiene
tantos rostros como encarnaciones ha conocido a lo largo de su historia. La concepción
monárquica del poder fue la que marcó más profundamente a la Iglesia y a la forma con que ha
organizado la distribución del poder entre sus miembros. En este caso predominó, no ya una
reflexión sobre la santísima Trinidad, sino el monoteísmo pretrinitario o atrinitario. Todavía
hoy se sigue diciendo: como hay un solo Dios, como hay un solo Cristo, tiene que existir en la
tierra un solo representante oficial de Cristo, que es el papa para toda la Iglesia, el obispo para
la diócesis, el párroco para la parroquia y el coordinador para la comunidad de base. Aquí se
verifica una inmensa concentración de poder en una sola figura. Al relacionarse con los otros,
asume fatalmente una actitud paternalista y asistencialista. El portador de poder se siente
investido de grandes responsabilidades, ya que debe representar a Dios delante de los demás.
Tiene que ejercer ese poder en beneficio de los otros, en orden a su salvación eterna. Lo hará
todo para el pueblo. Y como solamente él es el representante oficial de Dios, difícilmente lo
hará con el pueblo o a partir del pueblo. De este modo deja de reconocer y de valorar la
inteligencia del pueblo, su experiencia de fe, su capacidad evangelizadora y su carácter de
representante también de Dios y de Cristo. Dentro de esta práctica monárquica, fácilmente surge
el autoritarismo, por un lado, y la supervivencia, por otro. De una Iglesia-comunión de fieles,
todos iguales y corresponsables, se pasa a una Iglesia-sociedad con una distribución desigual
de funciones y de tareas.

Por el contrario, si partimos de que la santísima Trinidad es la mejor comunidad, de que la


comunión de los divinos tres hace que ellos sean un solo Dios, entonces veremos que nace otro
tipo de Iglesia. Esa Iglesia es fundamentalmente comunidad. Cada uno tiene en ella sus propias
características y sus dones, pero todos viven en función del bien de todos. Surge una comunidad
con diversidades, que se respetan y se valoran como expresión de la riqueza de comunión de la
misma Trinidad. Cada uno, en la medida en que crea comunión y se inserta en la comunión, es
representante de la santísima Trinidad. En la Trinidad, lo que hace la unión de los divinos tres
es la comunión entre ellos y la entrega total de una persona a las otras. Es lo mismo que tiene
que ocurrir en la Iglesia: superando la centralización del poder y distribuyéndolo entre todos,
surgirá la unidad dinámica, reflejo de la unión trinitaria.

Cuando la Iglesia se olvida de la fuente de donde nació —la comunión de las tres divinas
personas—, deja que su unidad se transforme en uniformidad; que un grupo de fieles asuma él
solo todas las responsabilidades, poniendo trabas a la participación de los demás; dejar que
los intereses confesionales predominen sobre los intereses del Reino; correr el riesgo de que
el arroyo de aguas cristalinas se convierta en un charco de aguas estancadas… Es preciso
convertirse a la Trinidad, para recuperar la diversidad y la comunión, que crea la unidad
dinámica y siempre abierta a nuevos enriquecimientos.
36
Capítulo 7: La persona del Padre: Misterio de ternura

35. ¿Quién es el Padre? Misterio de ternura

Jesús dijo: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
manifestar“ (Mt 11,27). El Padre es un misterio insondable. El Padre es invisible. Se vuelve
visible mediante su Hijo (Jn 1,18; 14,9). Por tanto, dependemos de Jesús, el Hijo unigénito,
para poder vislumbrar alguna faceta del rostro del Padre. En primer lugar, Jesús deja bien claro
que el Padre es un misterio de ternura. Lo llama Abba, que quiere decir: “Mi papá querido”.
Jesús goza de tanta intimidad con él que dice: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío“ (Jn 17,10),
y también: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). Consiguientemente, “el que me ha
visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

En segundo lugar, el Hijo muestra cómo actúa el Padre, construyendo el Reino, dando vida,
siendo misericordioso y mostrando su providencia. La gran causa del Padre es el
establecimiento del Reino. Esto significa que la muerte ya no reinará más, que las divisiones
no prevalecerán, que imperará la justicia y la fraternidad universal. Jesús quiso reforzar con su
práctica el cumplimiento de esta causa del Padre: “El Hijo no puede hacer nada de por sí que
no vea hacerlo al Padre” (Jn 5,19). En el Reino se da la victoria definitiva de la vida. El es un
Dios de la vida, que toma siempre partido por los que necesitan de la vida. Tanto el Padre como
Jesús se empeñan en engendrar vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Por eso dice muy
bien Jesús: “El Padre resucita a los muertos y los hace revivir; así también el Hijo da la vida a
los que quiere“ (Jn 5,21). Con los que perdieron la vida por el pecado, el Padre se muestra
misericordioso, como se indica muy bien en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). El sigue
amando siempre a los ingratos y a los malos (Lc 5,36), porque su naturaleza es amor, y cuando
no ve correspondido su amor, ofrece la misericordia. Además de eso, es un Padre lleno de
providencia. Cuida de los cabellos de cada cabeza humana, hace crecer los lirios con todo su
esplendor y vela por los pajarillos del cielo (Mt 6,26).

Finalmente, el Padre se muestra como es en relación con su Hijo Jesús. Nos ha amado tanto que
nos ha entregado a su propio Hijo. El Hijo se reveló como el mayor promotor del Reino, se
empeñó por la vida de los más débiles, cuidando a los enfermos, consolando a los afligidos y
resucitando a los muertos; ejerció la misericordia plenamente con la pecadora pública y con
todos los que pedían perdón por sus pecados. La ternura de Jesús para con todos los que le
buscaban era un reflejo de la ternura del Padre. Por eso podía decir: “Todos los que el Padre me
da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo” (Jn 6,37). No rechazó a los niños, ni a
Nicodemo, que lo buscó de noche; ni a los fariseos que le invitaban a comer, ni a la mujer
samaritana, ni a los que le pedían ayuda gritando desde lejos. Acogió a todos, imitando al Padre
celestial, que acoge a todos como a sus hijos e hijas.

El sentimiento más terrible e insoportable es la repulsa y la sensación de que uno no es acogido.


Es lo mismo que sentirse extraño en el nido, vivir una muerte psicológica. Cuando decimos
Padre, queremos expresar esta convicción: hay alguien que me acoge definitiva-mente; poco
importa mi situación moral; siempre puedo confiar que hay un regazo para acogerme. Allí no
seré un extraño, sino un hijo —aunque pródigo— en la casa paterna.

37
36. El Padre, la raíz eterna de toda la fraternidad

El Padre es aquel que eternamente es, incluso antes de que existiera cualquier criatura. Si, por
hipótesis, pudiésemos imaginar que no ha habido creación y que no existe ningún ser creado,
aun así el Padre sería Padre. El Padre es Padre no fundamentalmente por ser creador. Podría
haber un creador que fuese un Dios uno y único, una única persona infinita, sin ser Padre. El
Padre es Padre por ser Padre del Hijo unigénito, por estar desde toda la eternidad en comunión
con el Hijo en el Espíritu Santo, por estar “engendrando“ en virtud del Espíritu al Hijo eterno.
En una perspectiva trinitaria, la paternidad es propia del Padre. Al engendrar al Hijo, el Padre
proyecta hacia fuera de sí a todos los que son imitables suyos y de su Hijo. En el Hijo
engendrado son pensados todos los hijos e hijas creados a imagen y semejanza del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Existe, por tanto, una dimensión eterna y filial de la creación. El
Padre, con el amor que engendra al Hijo, da origen en él a todos los demás seres en el Hijo, por
el Hijo, con el Hijo y para el Hijo (Jn 1,3; Col 1,15-17). Todos los seres participan de la filiación
del Hijo unigénito, así como de la espiración del Espíritu Santo.

Puesto que todos nosotros existimos en el Hijo (cf Rom 8,29), todos somos hermanos y
hermanas. Cristo, Hijo eterno, es “el primogénito entre muchos hermanos” y hermanas (Rom
8,29). Por tanto, Dios es Padre y nosotros somos hermanos y hermanas, no ya en primer lugar
porque Dios sea creador y nos haya creado a todos, sino porque es Padre del Hijo unigénito
(Rom 15,6; iCor 1,3; 2Cor 11,31; Ef 3,14). Y nosotros hemos sido proyectados en el Hijo eterno
por el Padre en el mismo movimiento de amor con que el Padre “engendró” al Hijo en unión
con el Espíritu Santo. De esta forma nosotros no somos meras criaturas exteriores al misterio
trinitario. Nuestras raíces de fraternidad se hunden en el propio misterio de la fecundidad del
Padre. Para marcar la diferencia entre el Hijo eterno y sus hermanos y hermanas, la teología
utiliza las expresiones “Hijo unigénito“ e “hijos e hijas adoptivos“. El Hijo no es creado,
sino engendrado de la misma sustancia de amor y de comunión del Padre junto con el Espíritu.
Nosotros, hermanos y hermanas del Hijo unigénito, hemos sido creados de la nada a imagen y
semejanza del Hijo por el Padre, junto con el Espíritu. De todas formas, el Padre del Hijo es
nuestro Padre. Con razón Jesús nos enseñó a llamarlo “Padre nuestro, que estás en el cielo”. El
Padre no está nunca sin el Hijo. Y el Hijo jamás está sin los demás hijos e hijas adoptivos del
Padre, es decir, sin sus hermanos y hermanas. Esta visión impide todo autoritarismo y
paternalismo, basados sólo en la figura de Dios creador, Padre del universo. Este Padre
engendró primeramente al Hijo y en él a todos nosotros. De ahí se deriva que la comunidad de
iguales, hermanos y hermanas, es la verdadera representación de la Trinidad. Y si existe la
autoridad, ésta será para reforzar a la comunidad, al servicio de ella, en medio de ella y siempre
con ella.

Es fascinante saber que existíamos antes de existir. Que estábamos en la mente del Padre. Que
hemos sido eternamente amados. Que también sobre cada uno de nosotros el Padre dijo lo que
dijo, lo que dice y lo que dirá siempre a su Hijo unigénito: “Tú eres mi hijo y mi hija muy
amados. En vosotros puse todo mi cariño”.

37. El Padre maternal y la Madre paternal

Cuando la fe cristiana profesa que Dios es Padre del Hijo eterno junto con el Espíritu Santo,
quiere manifestar que en él experimentamos el misterio absoluto del que todo viene y hacia el
que todo va. El es la fuente de toda fecundidad. Pues bien, esta idea puede expresarse tanto por
38
el término Padre como por el término Madre. Cas palabras son diferentes, pero el concepto (lo
que se piensa) es el mismo. Al decir Padre y Madre eternos queremos también expresar que lo
femenino y lo masculino, que son imagen y semejanza de Dios según el Génesis (1,27),
encuentran en la santísima Trinidad su última raíz y justificación. Quizá haya cristianos poco
acostumbrados a este tipo de terminología, ya que somos herederos del predominio de lo
masculino y de un lenguaje sexista de Dios. Realmente, si consultamos la Biblia, veremos que
Dios es presentado también con los rasgos propios de la madre. Ya el buen papa Juan Pablo I
decía acertadamente: “Dios es Padre, pero es más todavía Madre”. El concilio de Toledo del
año 675 enseña que “hemos de creer que el Hijo no procede ni de la nada ni de otra sustancia,
sino que fue engendrado y nacido del seno del Padre, esto es, de su sustancia”. Aquí se hace
una referencia al seno; pero es la mujer y la madre la que posee seno. Dios es Padre maternal o
Madre paternal. En otras palabras, la fecundidad de Dios se expresa mejor por las dos fuentes
humanas de fecundidad que son el padre terreno y la madre terrena. Los dos expresan
dignamente lo que es Dios en su misterio que da origen a todo, el Dios que subyace a todo el
proceso de generación y aparición del nuevo ser.

El profeta Isaías en el Antiguo Testamento presentaba a Dios bajo la figura de una madre
diciendo: “¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de
sus entrañas?“ (Is 49,15). Lo mismo ocurre con Dios, con mucha más razón. La actitud
primordial de la madre es la de consolar y enjugar las lágrimas de los hijos e hijas. Así, el mismo
profeta dice: “Como a un hijo a quien consuela su madre, así yo os consolaré a vosotros” (Is
66,13). Una de las características básicas de Dios es ser misericordioso. En la mentalidad
hebrea, misericordioso significa “tener entrañas maternales”. El padre del hijo pródigo revela
rasgos maternales: corre al encuentro del hijo, lo abraza y lo cubre de besos. Del mismo modo
podemos decir: Dios es solamente Padre eterno si muestra también características maternales.
Solamente es Madre de ternura infinita si revela también dimensiones paternales. En el Padre
y en la Madre eterna nos sentimos plenamente acogidos, en el Reino de la confianza de los hijos
y de las hijas, libres y felices, miembros de la familia divina.

Es sumamente reconfortante descubrir que el Padre sólo es plenamente Padre cuando se


muestra también como Madre. Como el padre del hijo pródigo, él nos espera atisbando el
recodo del camino, para correr a nuestro encuentro, abrazarnos y cubrirnos de besos. Pero
para todo eso importa sentir añoranza de la casa paterna y materna y decidirse a volver a ella.

38. El Padre, el principio sin principio

La revelación que el Hijo encarnado nos ha hecho del Padre eterno nos permite entrever alguna
cosa de su realidad inmanente. Nosotros solamente conocemos al Padre mediante la revelación
del Hijo (Mt 11,27), en cuanto que el Padre representa, por excelencia, el misterio abismal.
Cada una de las personas es misterio. Pero en el Padre el misterio destaca como misterio. Quede
asentado que el misterio divino es siempre un misterio de comunión, de vida y de amor. No es
una realidad que nos asusta, sino una realidad que nos fascina y nos invita a participar de su
felicidad. La fe dice que el Padre es el principio sin principio. Como las demás personas es una
fuente que hace manar vida desde toda la eternidad. El comunica esta vida en plenitud. Por eso
creemos que el Padre “engendra” al Hijo en el Espíritu Santo. Como ya hemos visto
anteriormente, el término “engendrar” no significa un desdoblamiento del Padre; es la forma
como el Padre se revela en el Hijo eterno y muestra en él su fecundidad. El Padre también está
junto con el Espíritu Santo, “espirándolo“ en la unión con el Hijo unigénito. Esta “espiración“ no
39
significa que el Padre cause junto con el Hijo a la tercera persona, el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo une al Padre y al Hijo en el amor que interpenetra a las tres divinas personas. Porque los
divinos tres están siempre juntos, rezamos igualmente a los tres la misma oración: “Gloria al
Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo”.

Todo el misterio trinitario es impenetrable a la razón humana. No solamente ahora que estamos
aquí, en la tierra, sino también en la eternidad y para siempre. Sin embargo, este misterio está
siempre abierto a la comprensión y a la comunión. Por esto él es Padre, en la medida en que es
sin raíz y es la raíz de todo lo demás; pero también es Hijo, en la medida en que se revela y se
muestra hacia fuera como verdad. Es también Espíritu Santo en la medida en que lo unifica
todo y se entrega como amor. Cuando hablamos del Padre, nos referimos al último horizonte
de todo, a aquel que lo contiene todo y lo ilumina todo. A partir de él es posible acoger a la
persona del Hijo y del Espíritu Santo. Ellos están siempre juntos y son simultáneos. Pero para
poder entender algo de la santísima Trinidad, aunque sólo sea bajo frágiles signos y leves
alusiones, tenemos que empezar siempre por el Padre. El es el primero entre los simultáneos
cuando queremos establecer cierto orden entre las personas trinitarias. En primer lugar, el
Padre; en segundo, el Hijo; y en tercero, el Espíritu Santo. Este lenguaje es nuestro como
expresión de nuestra fe. Pero hemos de saber que, en realidad, nadie es anterior o superior, sino
que los tres son coiguales, coeternos y coamorosos. Pero es en la persona del Padre donde este
misterio, igual en cada una de las personas, se muestra de una forma singular.

El ojo puede verlo todo, pero no puede verse a sí mismo. Cada río remite a la fuente, pero la
fuente no remite a nada. Mana por sí misma. Esto se parece al misterio del Padre. El Padre es
el origen escondido que lo permite todo y del que todo tiene comienzo. El está siempre presente,
aunque invisible; presente para producir vida y defender a los que se sienten amenazados en
su vida.

39. Cómo aparece el Padre: En el misterio de todas las cosas

La santísima Trinidad está presente toda entera en la creación. Cada persona divina aparece en
su distinción y propiedad específica. ¿Cómo aparece el Padre en cuanto Padre en nuestro
mundo? Ya hemos dicho que en el Padre entrevemos el carácter de misterio abismal de toda la
santísima Trinidad. El Padre representa al primero y al último, el origen y el fin. El Padre
significa la fecundidad, la generación y el origen último de todo lo que puede existir. El es,
fundamentalmente, el principio sin principio, junto con los simultáneos: el Hijo y el Espíritu
Santo. Decir que el Padre es el origen y el principio de todo es decir algo incomprensible para
nosotros. Nuestro conocimiento es siempre de aquello que ya comenzó y que ya tuvo un origen.
Por eso llegamos siempre después; nunca podemos presenciar el origen de nosotros mismos.
Nosotros vivimos siempre a merced de un misterio. Entonces todo lo que tiene algo que ver con
el origen, como el surgir de una nueva vida y el aparecer de cualquier ser nuevo, tiene que ver
con el Padre, fuente y origen de todo. Todo lo que nos desafía y se nos presenta como un
misterio es para nosotros una señal del Padre en la creación.

Es un misterio la existencia del universo; no tendría por qué existir, y sin embargo existe. Es
un misterio la vida humana personalizada, la trayectoria individual de cada existencia, lo que
ocurre en las profundidades del corazón humano, el sentido último de todo lo que existe. Todas
estas investigaciones que vienen envueltas en la penumbra del misterio remiten al misterio del
Padre. El Padre está presente en tales experiencias. Está presente en nuestro propio misterio, ya
40
que andamos siempre en busca de un último puerto feliz o de un abrigo último. Se trata de un
interrogante incansable: ¿De dónde venimos?, ¿qué hacemos aquí, en la tierra?, ¿hacia dónde
caminamos? Intuimos más de lo que sabemos, ya que permanecemos en el misterio
indescifrable. El Padre habita en nosotros, cuando suscitamos semejantes preguntas.

Otras veces nos vemos inmersos en crisis radicales; nos sentimos perdidos. 0 bien se trata de
un pueblo postrado, ya que ha sido vencido y se ha visto privado de su identidad. Tiene que
recomenzar todo de nuevo y rehacer los caminos. En una situación de crisis semejante, Jesús
exclamó a Dios llamándolo “mi querido Papá” (Mt 26,39.42); el pueblo de Israel, al verse libre
de la esclavitud, descubrió a Dios como Padre (Is 63,16). Hizo la experiencia de Dios, que
escucha el grito de sus hijos oprimidos. Se reveló como el goel esto es, como Dios-Padre,
vengador de los oprimidos injustamente.

Particularmente, los pobres y los humillados sienten a Dios como Padre y protector, ya que sólo
Dios está a favor suyo. El mismo Jesús, Hijo del Padre, hizo de ellos los primeros destinatarios
de su mensaje liberador. Es que en su intimidad con el Padre descubrió la dimensión liberadora
del misterio del Padre. Hizo lo que siempre hizo el Padre, lo que el Padre hace y hará en la
historia: toma partido por los vencidos injustamente para tomarlos bajo su custodia y
protección. El Padre, por consiguiente, se hace presente en aquellos cuyo carácter filial queda
más negado. Aparece en todos aquellos que se proponen y luchan por un mundo más fraterno
(todos hijos y todos hermanos).

¿No está todo cargado de misterio? El cielo estrellado, la luz eléctrica, la sonrisa del niño, el
gesto que ayuda al desvalido, la mano que se abre para dar… Es el misterio del Padre, que
sale a flote y nos deja sus señales…

Capítulo 8: La persona del Hijo: Misterio de comunicación y


principio de liberación

40. ¿Quién es el Hijo? La comunicación eterna

Al lado del Padre y en eterna comunión con Él está el Hijo. El es la total expresión del Padre.
El Padre se reconoce en el Hijo, en su eternidad y en su misterio de ternura. El Hijo muestra la
distinción en Dios y, al mismo tiempo, la comunión. Por eso el Padre y el Hijo están siempre
juntos, conociéndose, reconociéndose y entregándose mutuamente. Para llevar la creación a su
plenitud, pasando por la redención, el Hijo se encarnó. Por su encarnación se nos reveló el
misterio de comunión que es el Dios trino. Ya lo hemos considerado: en medio de las personas,
actuando de forma liberadora, el Hijo nos revela al Padre; el dinamismo transformador que
irradiaba de él significaba la presencia del Espíritu Santo. ¿Cómo Jesús de Nazaret, aquel
hombre pobre y solidario con todos los que sufren, nos reveló a la segunda persona de la
santísima Trinidad, el Hijo? Si tomamos los evangelios tal como están escritos, no es difícil
percibirlo: el Hijo está allí con toda su presencia densa, como revelador de los secretos del
Padre, como mediador de la plena liberación para todos, empezando por los pobres, en la fuerza

41
del Espíritu que habita en él. Sin embargo, los textos actuales del Nuevo Testamento recogen,
además de las palabras y de las prácticas de Jesús, las reflexiones que las primeras comunidades
cristianas hicieron sobre el acontecimiento Jesús. Actualmente no es fácil distinguir entre lo
que procede del Jesús histórico y lo que se deriva de sus seguidores. Lo importante reside en el
hecho de que tanto Jesús como las reflexiones de los primeros cristianos atestiguan con claridad
que estamos ante el Hijo de Dios. Este Hijo de Dios plantó su tienda en medio de nuestra
miseria.

En primer lugar, Jesús se muestra Hijo de Dios en la oración. Invoca siempre a Dios como
Abba, papá querido. El que llama a Dios Padre suyo es porque se siente su Hijo. Nos enseñó
también a nosotros a llamarlo Padre y a vernos como hijos e hijas y, por tanto, como hermanos
y hermanas entre nosotros. En segundo lugar, Jesús se comporta como Hijo del Padre. Asume
la representación del Padre: así como el Padre trabaja hasta ahora, también el trabaja (Jn 5,17).
Así como el Padre es misericordioso, también lo es él: perdona los pecados, convive con los
pecadores y les da la certeza del perdón del Padre. En tercer lugar, obedece al plan del Padre,
que es la instauración del Reino, hasta la muerte, incluso cuando se ve tentado; resiste con
fidelidad frente a todas las persecuciones; e incluso desde lo alto de la cruz, en el mayor
abandono, se entrega confiado al Padre.

En el entusiasmo que provoca entre el pueblo, en su coraje por superar las tradiciones caducas,
en la vida que suscita por donde pasa, deja entrever que el Espíritu habita en él y que así también
lo revela al mundo. De este modo Jesús es el Hijo del Padre en el Espíritu y también nuestro
hermano mayor y mejor.

La lógica de las manos es más convincente que la lógica de las palabras. Para revelarse como
Hijo del Padre eterno, Jesús prefirió la práctica a la gramática. Realizó gestos liberadores,
perdonó pecados y resucitó muertos. Más que decir: “Yo soy el Hijo de Dios”; Jesús se portó
como el Hijo de Dios.

41. El Hijo eterno del Padre eterno en el Espíritu Santo

¿Quién es el Hijo eterno en sí mismo? La fe nos dice que es el unigénito del Padre, de la misma
sustancia que el Padre. No es creado, sino “engendrado sin comienzo y sin principio”, “subsiste
en el Padre desde toda la eternidad y para toda la eternidad”. Permanece para nosotros en la
penumbra del misterio la manera con la que el Padre “engendra” al Hijo, sin ser por ello anterior
a él, ya que el Padre y el Hijo son coiguales e igualmente eternos. Lo que podemos decir con
toda certeza es que el Padre y el Hijo viven en la misma naturaleza-comunión. Son distintos
para poder entregarse mutuamente y vivir una comunión eterna. San Juan dice que el Hijo es la
Palabra. Expresa toda la realidad del Padre. Pablo afirma que es “imagen de Dios (Padre)
invisible” (Col 1,15). Todo el carácter misterioso de Dios se comunica y se manifiesta en el
Hijo. El es la inteligencia del misterio compartido por las tres divinas personas. Por eso, el Hijo
es por excelencia la revelación y la comunicación divina, tanto dentro de la Trinidad como
dentro de la creación. Todo lo que el Padre tiene se lo da al Hijo. Excepto el hecho de que el
Padre es Padre. El Hijo recibirá también del Padre la capacidad de espirar al Espíritu Santo. El
Padre y el Hijo juntos permiten la aparición del Espíritu Santo. Cuando usamos estas
expresiones de “generación“, “espiración“, “dar origen”, “permite la aparición”, hemos de
confesar inmediatamente nuestras insuficiencias; no son palabras adecuadas, ya que dan la
impresión de sucesión y de causalidad, siendo así que todo ocurre en la dimensión de la
42
eternidad, en donde no hay comienzo ni fin. Por eso es importante que acentuemos la
simultaneidad de los divinos tres. Los tres coexisten y están en comunión entre sí eternamente.
En ellos subsiste siempre la perijóresis, es decir, la interpenetración de vida, de donación y de
amor. Entonces podemos decir: el Hijo, al ser “engendrado” por el Padre, recibe
simultáneamente al Espíritu Santo, que descansa sobre él y se une siempre a él. En virtud de
esto, el Hijo y el Espíritu Santo vienen juntos hacia la creación, a fin de llevarla a su plenitud y
liberarla integralmente. Junto con el Espíritu Santo, el Padre se relaciona y se revela al Hijo. Y
el Hijo, junto con el Espíritu Santo, descubre la innascibilidad del Padre y nos la revela a
nosotros.

El Hijo está encarnado dentro de nuestra historia. Con eso confiere un carácter de hijo y de hija
a todas las criaturas, especialmente a las humanas. En cierta forma, ahora que el Hijo resucitado
está de regreso dentro de la Trinidad, algo de nuestra naturaleza ha quedado eternizado y ha
sido hecho definitivamente partícipe de la vida de comunión y de amor eternos. Si él es el Hijo
del Padre unido al Espíritu, nosotros somos hijos e hijas en el Hijo, y todos somos hermanos y
hermanas en virtud del mismo Espíritu.

Por muy siniestra que pueda parecer la trayectoria humana, hay algo de ella que ha sido
absolutamente preservado y radicalmente realizado: la santa humanidad de Jesús, asumida
por el Hijo eterno e introducida definitivamente en el seno de la Trinidad. Hay algo nuestro,
de nuestro corazón, de nuestro deseo infinito, que por Jesús está para siempre a salvo.

42. Lo masculino y lo femenino del Hijo, nuestro hermano

El Génesis nos revela que somos imágenes y semejanzas de Dios en cuanto que somos varones
y mujeres (Gén 1,27). Esto supone reconocer que las raíces últimas de nuestra realidad personal,
tanto masculina como femenina, se encuentran en el misterio del mismo Dios. Las personas
divinas no son sexuadas. Están más allá de estas determinaciones creadas. Pero los valores y
dimensiones que se comunican a través de lo masculino y de lo femenino son también valores
divinos. En virtud de esta consideración, podemos pensar en la dimensión femenina y masculina
de cada una de las personas divinas. En Jesús encontramos la integración perfecta de lo
femenino y de lo masculino. Primeramente de lo masculino, ya que Jesús no fue mujer, sino
varón. Pero como todo varón, él incluía también dentro de su realidad la dimensión femenina,
que expresó perfectamente. Todo el dinamismo de Jesús, su capacidad de decisión en favor de
los pobres, primeros destinatarios de su mensaje; su coraje al enfrentarse con las oposiciones y
con la misma muerte, revelan su dimensión masculina, presente también en la mujer, pero de
forma distinta. Lo femenino expresa la dimensión de ternura de la existencia humana, masculina
y femenina; el cuidado, la misericordia, la sensibilidad ante el misterio de la vida, especialmente
con los que tienen menos vida; la interioridad en la oración. Los relatos evangélicos nos
presentan a Jesús como alguien que había integrado el anima (dimensión femenina) dentro de
su animus (dimensión masculina). Primeramente elabora una relación profundamente humana
y tierna con las mujeres que pasan por su camino, varias de las cuales son discípulas suyas (Lc
10,38-42). Siempre toma la defensa de la mujer desamparada, como la adúltera, la mujer siro-
fenicia que pide ayuda, la samaritana, la mujer encorvada y la que sufría hemorragias.

Con actitudes muy femeninas se inclina sobre los pobres que encuentra en su camino; se llena
de compasión (se conmovían sus entrañas) frente al pueblo abandonado (Mc 6,34), no esconde
las lágrimas cuando se entera de la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). De forma muy
43
femenina dice que quiso juntar a los hijos de Jerusalén como una gallina que reúne a sus
polluelos bajo sus alas y ellos no quisieron (Lc 13,34).

Esta dimensión femenina de Jesús pertenece a su humanidad. Esta humanidad fue asumida
hipostáticamente por el Hijo eterno. Esto significa que algo de lo femenino ha quedado
divinizado para siempre. La mujer está también llamada a participar de la vida de eterna
comunión y a encontrar en cada una de las personas de la santísima Trinidad un prototipo para
sus anhelos de perfección y de crecimiento.

Todo ser humano tiene dentro de sí la dimensión femenina y masculina, tiene ternura y vigor.
Es un desafío de la vida el integrar estas dos dimensiones de tal forma que seamos plenamente
humanos, siendo así un reflejo de Dios. Jesús asumió e integró dentro de sí lo masculino y lo
femenino. El Hijo eterno, encarnado en él, santificó y divinizó para siempre estas dos
dimensiones.

43. La misión del Hijo: liberar y hacer a todos hijos e hijas

El Hijo fue enviado al mundo por el Padre junto con el Espíritu Santo. El no solamente ilumina
a todas las personas que vienen a este mundo (Jn 1,9), sino que nos visitó en nuestra propia
carne, haciéndose hermano nuestro en nuestra situación de pobreza y de opresión. ¿Cuál es el
sentido último de la venida y de la misión del Hijo entre nosotros? ¿Cuál es la intención del
eterno? Hay dos corrientes que, históricamente, se han disputado la mejor interpretación. La
primera corriente parte del credo, que dice: “Por nuestra salvación (el Hijo) bajó del cielo y fue
concebido del Espíritu Santo”. En esta visión la encarnación se debió al pecado de la humanidad
que nos separaba de Dios. El pecado ocupa aquí todo el centro. En función de la redención de
este pecado, el Padre nos envió a su propio Hijo. Nos preguntamos: ¿Es digno de Dios dejar
que el pecado ocupe un puesto tan central? ¿No es acaso Dios y su gloria el centro de todo?
Debido a estas preguntas, la segunda corriente parte de otra comprensión basada en el prólogo
de san Juan, en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses y en algunas afirmaciones de la
epístola a los Hebreos. Allí se afirma que “todo fue hecho por él (el Verbo), y sin él nada se
hizo” (Jn 1,3). San Pablo dice que el plan de Dios es “recapitular todas las cosas en Cristo“ (Ef
1,10). Por eso mismo podía decir también que “absolutamente todo fue creado por él y para
él“ (Col 1,16), y que “todo lo sometió bajo sus pies“ (Heb 2,7-8). En otras palabras, la
encarnación no es una solución de emergencia para reconducir la creación a su dirección
primitiva, de la que se había derivado. La encarnación del Hijo pertenece al misterio de la
creación. Sin la venida del Hijo todo se quedaría sin cabeza, esto es, sin un último sentido y sin
una última coronación.

Nos parece que esta segunda corriente interpreta mejor los misterios divinos en consonancia
con la propia glorificación divina. El Hijo verbifica, es decir, hace participar de su naturaleza
de Verbo a todo el universo, hace a todos los seres de la creación, incluso a los infrahumanos,
hijos e hijas. Por causa del pecado de los hombres, que contaminó también las relaciones con
la naturaleza, la encarnación se dio bajo la forma de humillación y no de gloria; pero esta
modalidad no cambia en nada la esencia del plan de la santísima Trinidad de incluir en su
comunión al universo entero.

Esta visión se encuadra mejor en una comprensión realmente divina de la creación. Como ya
vimos, al proyectarse en el Hijo y revelarse en él, el Padre proyecta y revela también a los
44
imitables posibles de sí mismo y de su Hijo, que podrían ser creados algún día. En este sentido,
ya dentro de la santísima Trinidad está la creación como proyecto. Está la santa humanidad de
Jesús, con la capacidad de acoger la plena comunicación del Hijo, cuando fuera enviado a entrar
dentro de nuestra historia. Y él vino. Con ese acontecimiento comienza nuestro fin
bienaventurado: ¡Estamos ya dentro de la santísima Trinidad!

Todo lleva las marcas del Hijo porque todo fue hecho en él, con él y para éL El sapo que está
en medio del camino, la estrella del cielo, la partícula atómica son filiales porque están en el
Hijo. Son también nuestros hermanos y hermanas. Y ésa es la razón por la que los respetamos
y amamos como a nosotros mismos.

Capítulo 9: La persona del Espíritu Santo: Misterio de amor e


irrupción de lo nuevo

44. ¿Quién es el Espíritu Santo? El motor de la liberación integral

El Espíritu Santo es aquel que supera la relación yo-tú (Padre-Hijo) e introduce el nosotros. Por
eso el Espíritu Santo es por excelencia la unión entre las personas divinas; es la persona que
revela para nosotros con mayor claridad la interrelación eterna y esencial entre los divinos tres.
En la historia, el Espíritu se muestra como una fuerza volcánica, como un vendaval que toma a
las personas y las arrastra a hacer obras grandes. Así ocurre con los líderes carismáticos como
los jueces, con los profetas, con el siervo doliente que lucha por el restablecimiento del derecho
y de la justicia, con los reyes investidos de poder para proteger al pueblo, con el mesías, portador
de todos los dones del Espíritu. Podemos resaltar algunas características del Espíritu.

Él es la fuerza de lo nuevo y de la renovación de todas las cosas: crea orden en la creación, hace
surgir al nuevo Adán en el seno de María, impulsa a Jesús a la evangelización, resucita al
crucificado de entre los muertos, anticipa a la humanidad nueva en la Iglesia y nos trae, al final,
el nuevo cielo y la nueva tierra.

El Espíritu es el que actualiza la memoria de Jesús, el liberador. No deja nunca que las palabras
de Jesús se queden muertas, sino que sean continuamente releídas, adquieran nuevos
significados y fomenten nuevas prácticas.

El Espíritu es el principio liberador de las opresiones de nuestra situación de pecado, que la


Biblia llama con el nombre de “carne“. La “carne“ expresa el proyecto de una persona vuelta
hacia sí misma, que se olvida de los otros y de Dios. El Espíritu es el continuo generador de
libertad (cf 1Cor 3,17), de entrega a los demás y de amor. El Espíritu es el padre de los pobres,
infundiéndoles esperanza para sacudir las opresiones que soportan, haciéndoles soñar siempre
con un mundo reconciliado y justo y luchar para realizarlo. Finalmente, el Espíritu es la fuerza
creadora de diferencias y de comunión entre las diferencias. Es él el que suscita entre las
personas los más diversos dones y en las comunidades los más diferentes servicios y
ministerios, como se enseña en la epístola a los Romanos (c. 12) y en la primera a los Corintios
(c. 12). Pero esta diversidad no deriva en desigualdades y discriminaciones. Todos bebemos del

45
mismo Espíritu (1Cor 12,13). Los dones no se dan para la autopromoción, sino para el bien de
la comunidad (1Cor 12,7).

El Espíritu se derramó sobre todos. Él habita en los corazones de las personas, dándoles
entusiasmo, coraje y decisión. El consuela a los afligidos, mantiene viva la utopía en las mentes
humanas y en la imaginación social, la utopía de una humanidad totalmente redimida, y da la
fuerza para anticiparla, incluso a través de las revoluciones dentro de la historia. El es una
persona divina junto con el Hijo y el Padre, emergiendo al mismo tiempo que ellos y estando
esencialmente unido a ellos en el amor, en la comunión y en la misma vida divina.

Bíblicamente, el Espíritu es como un huracán y un vendaval Es una forma de transformación


lo mismo que el amor, que es más fuerte que la muerte. El Espíritu no es, como para nuestra
cultura, algo etéreo e indefinible. ¡Qué inmenso dinamismo engendraría la espiritualidad si
aceptáramos al Espíritu como energía vital y siempre innovadora!

45. El Espíritu está siempre junto al Hijo y al Padre

¿Cómo se relaciona el Espíritu Santo, tercera persona divina, con el Padre y el Hijo? El Nuevo
Testamento nos ofrece dos datos: por un lado, dice que Jesús lo enviará de parte del Padre
(Jn 15,26); por otro, dice que el Espíritu procede del Padre (Jn 15,26). ¿Cómo hemos de
entender esta vinculación del Espíritu con el Padre y el Hijo? Esta cuestión dividió a la Iglesia
hasta el punto de que en el año 1054 se produjo en ella una división, que perdura hasta nuestros
días: la Iglesia romano-católica y la Iglesia ortodoxo-católica. Detrás de las diferentes
interpretaciones hay visiones distintas de Dios, de la Iglesia y de la sociedad. Los griegos, como
ya hemos visto, parten del Padre como fuente y causa suprema de toda la divinidad. El Padre
pronuncia su palabra (el Hijo) y junto con ella sale simultáneamente el soplo (Espíritu Santo).
Aunque la fuente sea la misma (el Padre), la palabra y el soplo son distintos. Hay también dos
maneras distintas de proceder ambos del Padre, lo cual hace que el Padre no tenga dos hijos,
sino un Hijo unigénito y un solo Espíritu.

Los latinos parten de la naturaleza divina, que es la misma y única en cada una de las personas.
El Padre, al engendrar al Hijo, se lo entrega todo (cf Jn 16,15), incluso la capacidad de espirar
conjuntamente al Espíritu Santo. Por la comunión el Padre y el Hijo son una sola cosa (cf Jn
10,30) y un solo principio de espiración del Espíritu Santo. De lo contrario, el Padre tendría dos
hijos o habría dos causas para el Espíritu Santo. Por eso los latinos dicen que el Espíritu procede
del Padre y del Hijo (Filioque) como de un solo principio.

Esta comprensión de los latinos es rechazada por los griegos porque, según ellos, sacrifica la
cualidad específica del Padre: la de ser la causa única y la fuente de toda la divinidad. El Hijo
participaría entonces de esa cualidad exclusiva (sería una especie de segundo Padre), y así la
paternidad dejaría de ser exclusiva. La intención de las dos corrientes es la misma: garantizar
la plena divinidad e igualdad de las personas del Hijo y del Espíritu Santo. Los griegos
consiguen esta comprensión haciendo proceder al Hijo y al Espíritu Santo de la misma y única
fuente que es el Padre. Los latinos intentan lo mismo, pero por otro camino, al insistir en el
hecho de que las tres divinas personas son consustanciales, es decir, tienen juntas la misma
naturaleza. El Espíritu Santo tiene la misma naturaleza que recibió el Hijo del Padre. Como el
Hijo la recibió del Padre, también él la entrega junto con el Padre al Espíritu Santo. Por eso,
dicen los latinos, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
46
Lo que importa, en definitiva, es afirmar que el Espíritu Santo es Dios como el Padre y el Hijo.
Por eso decimos en el credo que “con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y
que habló por los profetas”.

El Padre y el Hijo, en su tú-a-tú, permiten el diálogo y se abren al amor perfecto. El amor es


perfecto cuando los dos, el Padre y el Hijo, se unen para amar juntos a un tercero. El Espíritu
Santo es esa tercera persona. Representa lo nuevo, la apertura y la comunión absoluta. Aquí
está la importancia de creer que el Padre y el Hijo juntos, o el Padre por medio del Hijo,
“espiran” al Espíritu Santo. Es la importancia fundamental de la superación del tú-a-tú hacia
la convergencia de un tercero.

46. La simultaneidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo

Las discusiones sobre la forma con que el Espíritu Santo procede y se relaciona con el Padre y
el Hijo dividieron a la única Iglesia en dos expresiones históricas: la Iglesia romano-católica y
la Iglesia ortodoxo-católica. En dos concilios ecuménicos, el de Lyon (1274) y el de Florencia
(1439), se intentaron fórmulas de conciliación. En Lyon se dijo claramente que el Espíritu
procede del Padre y del Hijo, no como de dos principios o causas, sino como de un solo
principio. El Padre y el Hijo están tan unidos, ya que tienen la misma naturaleza-comunión y la
misma vida, que constituyen una sola fuente. En Florencia se explicó que puede decirse
también: el Padre espira al Espíritu Santo a través del Hijo, o también por el Hijo. El Hijo no
es como una causa instrumental, sino que por la mutua comunión de amor participa del origen
del Espíritu Santo. Las explicaciones no lograron acabar con las divisiones ni anular las mutuas
sospechas de herejía. Las disputas continúan hasta hoy.

Entre tanto, los teólogos consiguieron profundizar significativamente en el tema. Así se


cuestiona con razón si la terminología empleada es adecuada o no: causa, procesión, espiración.
Parece como si el Espíritu Santo viniera en tercer lugar y estuviera subordinado al Padre, o al
Padre y al Hijo. Realmente, no existe en la santísima Trinidad ninguna subordinación, ya que
los tres divinos son coeternos, coinfinitos y coiguales. En ellos no se da un antes o un después,
un arriba o un abajo. Tenemos que partir, como parte el Nuevo Testamento, de las tres personas:
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siempre en relación y en comunión. Son simultáneos y
siempre vienen juntos. Para evitar malentendidos, en vez de hablar de causa, principio y
procesiones, sería mejor que habláramos de mutua relación y de reconocimiento. Cada persona
está siempre relacionada con las otras dos, ya que por la perijóresis (por la interpenetración)
cada una lleva dentro de sí a las demás. Cada persona se determina y se distingue por la relación
propia que establece con las otras dos. Entonces hemos de decir: el Espíritu Santo revela la
autoentrega, que se hacen el Padre y el Hijo. Este amor es lo propio del Espíritu Santo. El
Espíritu reconoce al Padre en el Hijo. El Espíritu ve al Hijo como la suprema expresión del
Padre. El Espíritu Santo es la alegría de la relación de inteligencia y de amor entre el Padre y el
Hijo. Si quisiéramos mantener la terminología consagrada, podríamos decir también: el
Padre “engendra“ al Hijo con la participación del Espíritu Santo y “espira“ al Espíritu Santo con
la participación del Hijo. El Espíritu Santo junto con el Hijo atestiguan la innascibilidad del
Padre y así participan también ellos de la eternidad, ya que todo entre las divinas personas
circula en un flujo y reflujo de eterna vida y de amor vital.

El empeño de los cristianos por crear una sociedad igualitaria, estructurada por los
mecanismos de participación de todos, dentro del respeto de las diferencias, impidiendo que
47
se transformen en desigualdades, encuentra su fundamento en la dignidad igual de las tres
divinas personas distintas, en su simultaneidad y en su coexistencia amorosa.

47. La dimensión femenina del Espíritu Santo

Más que en relación con el Padre y con el Hijo, la reflexión teológica vio muy pronto
dimensiones femeninas en el Espíritu Santo. Empezando por el nombre Espíritu Santo, que en
hebreo es femenino. En las Escrituras el Espíritu aparece siempre asociado a la función
generadora y al misterio de la vida. El evangelio de san Juan nos dibuja la actuación del Espíritu
Santo en una terminología típicamente femenina. El nos consuela como paráclito, exhorta y
enseña como hacen las madres con sus hijos pequeños (Jn 14,26; 16,13). No permite que nos
quedemos huérfanos (Jn 14,18). Nos enseña a balbucear el verdadero nombre de
Dios Abba, que quiere decir “papá“. El nos transmite también el nombre secreto de Jesús, que
es Señor (1Cor 12,2). Finalmente, como hacen también las madres, él nos educa en la oración
y en la forma de pedir las cosas verdaderas (Rom 8,26).

Ya en el Antiguo Testamento el Espíritu se presenta asociado a funciones femeninas. El mismo


aletear del Espíritu por encima de las aguas del caos primitivo de la creación, antes que hubiera
orden, simbolizaría, según buenos intérpretes, el incubar generador de todo tipo de vida. En la
literatura sapiencial, como es sabido, la sabiduría es amada como una mujer (Si 14,22) y es
presentada como esposa y como madre (Si 12,26), identificada a veces con el Espíritu (Sab
9,17). Hay representaciones trinitarias en las cuales el Espíritu Santo es colocado entre el Padre
y el Hijo, en forma de mujer. En las Odas de Salomón, un escrito del cristianismo sirio, la
paloma del bautismo de Jesús, que es una de las representaciones del Espíritu Santo, es llamada
madre. Hay padres de la Iglesia que llamaron al Espíritu Santo la madre divina de Jesús-hombre,
ya que la concepción en el seno de la virgen María se dio por obra y gracia del Espíritu (Mt
1,18). Macario, gran teólogo cristiano de Siria (muerto el año 334), nos ha dejado este hermoso
texto: “El Espíritu es nuestra Madre, porque el paráclito, el consolador, está pronto para
consolarnos como una madre consuela a sus hijos y porque los hijos renacen de él y son así los
hijos de esta Madre misteriosa que es el Espíritu Santo“. Efectivamente, el Espíritu está presente
en la primera creación; actúa, además, en la nueva creación, viniendo sobre María y haciéndole
concebir al Hijo encarnado; baja sobre Jesús en el bautismo y lo impulsa a la misión; resucita a
Jesús de entre los muertos (He 13,33; Rom 1,3), desciende sobre los apóstoles y así da comienzo
a la Iglesia misionera. En el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, el Espíritu como Madre concibe
nuevos hermanos y hermanas de Jesús y llena de vida con carismas y servicios a las
comunidades cristianas. Repetimos lo que dijimos ya anteriormente: el Espíritu tiene
dimensiones masculinas y femeninas, pero está más allá de los sexos. Los valores que
descubrimos en lo femenino, que están presentes en la mujer y en el varón, encuentran en el
Espíritu Santo una de sus fuentes eternas.

Dios nos encuentra en unos valores que nuestra cultura califica de masculinos, como el vigor,
la decisión, el trabajo; valores masculinos que existen en el varón y en la mujer. Pero nos
encuentra también en los valores femeninos que existen en ambos sexos, como la ternura, el
sentido del misterio y la solicitud. El Espíritu Santo en su acción entre nosotros ha privilegiado
este aspecto de la existencia humana.

48
48. Misión del Espíritu Santo: unificar y crear lo nuevo

La acción del Espíritu Santo en la historia es reflejo de su acción en el seno de la Trinidad. En


la Trinidad el Espíritu Santo es principio de diversidad y de unión entre los distintos (Padre e
Hijo). Por eso es amor y comunión por excelencia, aunque cada persona divina sea comunión
y amor. Siempre que en la historia nos encontramos con los dinamismos de benevolencia, de
aceptación, de convivencia de las diversidades, discernimos allí la presencia inefable de la
acción del Espíritu Santo. El Espíritu está ligado a la acción transformadora e innovadora. Su
acción impregna los actos humanos haciendo que sean realizadores del designio de la Trinidad.
Especialmente los agentes históricos, los líderes carismáticos, los creadores de nuevos
horizontes, los iniciadores de nuevos caminos, son expresiones de la fuerza del Espíritu Santo.
Más particularmente los pobres, cuando resisten contra las opresiones; cuando se organizan
para buscar la vida, el pan y la libertad; cuando en medio de las luchas conservan la fe y la
ternura para con los demás, son los grandes sacramentos históricos de la presencia activa del
Espíritu Santo.

El Espíritu Santo está vinculado con lo nuevo y con lo alternativo. Siempre nos las tenemos que
ver con leyes, hábitos e instituciones. Estas instancias nos dan seguridad y nos garantizan una
dirección. Pero el espíritu humano está siempre abierto hacia arriba y hacia adelante. Es
insaciable. De vez en cuando surgen crisis de identidad; se esconden las estrellas de nuestro
cielo. Las sociedades sienten la necesidad de nuevos caminos. Ocurren revoluciones que dejan
atrás venerables instituciones y caminos trillados. Se abren nuevos senderos. Se crea un orden
nuevo. El Espíritu Santo está siempre presente en estos procesos, generalmente dolorosos, de
cambio estructural. Es él el que inaugura el cielo nuevo y la tierra nueva. Podríamos decir
figuradamente que el Espíritu Santo es la imaginación creativa de Dios. Especialmente el
Espíritu actúa en la Iglesia, ya que la Iglesia es el sacramento del Espíritu de Jesús. Al lado de
su estructura legítima de poder existe el carisma que viene del Espíritu. El Espíritu Santo
actualiza el mensaje de Jesús, no deja que en la comunidad impere el autoritarismo ni que en
las celebraciones se imponga el ritualismo, ni que en la reflexión cristiana se caiga en la
abominable repetición de fórmulas. En los sacramentos, particularmente en la eucaristía, se
muestra la eficacia salvadora del Espíritu. El viene como gracia que diviniza nuestra vida y, por
su actuación, las palabras de Cristo que instituyeron el sacramento eucarístico adquieren
eficacia y traen a la santa humanidad de Cristo en medio de nosotros, bajo la forma de pan y de
vino.

¿Qué sería de la sociedad y de las Iglesias si no surgieran los innovadores, las personas
creativas, que tienen ideas nuevas, que inventan ritmos nuevos, que descubren nuevos caminos
para la educación, la técnica, la agricultura, la política y la religión? Por esas obras del
entramado social es como se manifiesta el Espíritu Santo, creador y dador de vida.

49. La relación única entre el Espíritu Santo y María

El Espíritu Santo fue enviado juntamente con el Hijo a la tierra para santificar a todas las
criaturas y reconducirlas al seno de la Trinidad. ¿Quién acogió esta venida del Espíritu Santo?
¿A quién vino él personalmente y en total entrega? La reflexión teológica no ha precisado de
forma clara este punto todavía. Sabemos ciertamente que el Espíritu está en la vida de todos los
pobres y de todos los justos de la historia, que se encuentra más densamente en la comunidad
de los fieles, que actúa particularmente en los sacramentos y que presta una asistencia infalible
49
al Papa, cuando éste habla para toda la Iglesia, para expresar la fe de esta misma Iglesia de
forma conscientemente vinculante para todos los fieles. Pero ¿nq podríamos concretar mejor la
presencia personal del Espíritu en el tiempo, como lo hacemos y lo sabemos con referencia al
Hijo? El Hijo fue acogido por la santa humanidad de Jesús: tal es la esencia del misterio de la
encarnación, la unión inseparable e inconfundible entre la realidad humana y la realidad divina
en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y hermano nuestro carnal. ¿No podríamos buscar también
algo semejante en referencia con el Espíritu Santo? Efectivamente, la reflexión respetuosa de
los cristianos puede elaborar una hipótesis (un teologúmeno) que no ofenda a las otras verdades
de la fe y que avance en el conocimiento y en el amor de la santísima Trinidad. No se trata de
ninguna doctrina oficial que pueda enseñarse en las aulas de la catequesis. Se trata de un
esfuerzo, marcado por la unción y por el respeto, de ver más profundamente los misterios de
Dios, que nos desafían siempre y que nos invitan a una penetración mayor. Expongamos esta
hipótesis teológica.

Hay un texto de san Lucas que nos parece iluminador; hablándonos de María, dice: “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca
será santo y se le llamará Hijo del altísimo” (1,35). Aquí se dice que el Espíritu ha de venir
sobre María, como vino de hecho. “Cubrir con su sombra” es la expresión bíblica para decir
que el Espíritu planta su tienda en María, es decir, que tendría allí una presencia palpable (cf Ex
40,34-35). Con razón el concilio Vaticano II llama a María “sagrario del Espíritu Santo“ (LG
53). La presencia del Espíritu en María la convierte en madre; transforma su maternidad de
humana en maternidad divina. Por eso lo que nace de ella es “Hijo del altísimo”. El concilio
dice: “María es como plasmada por el Espíritu Santo y formada una nueva criatura“ (LG 56).
Decir que es “como plasmada por el Espíritu Santo” supone reconocer una relación única con
la tercera persona de la santísima Trinidad. Se realiza entonces la mayor dignificación de la
mujer, a semejanza de la del varón con Jesús. El varón y la mujer son imagen y semejanza de
Dios, de la santísima Trinidad (Gén 1,27). Ambos participan de la divinidad, cada uno a su
manera, pero real y verdaderamente. Nosotros, hermanos y hermanas de Jesús y de María,
participaremos en unión con ellos, y de una forma propia a cada uno.

Lo masculino en Jesús fue divinizado por la encarnación del Hijo. ¿ Y lo femenino? ¿No tiene
acaso la misma dignidad? Junto con lo masculino, ¿no es lo femenino imagen y semejanza del
Dios-Trinidad? Convenía mantener el equilibrio querido por Dios, convenía divinizar también
lo femenino. ¿No puede ser vista María como aquella en la que el Espíritu Santo mora,
elevando lo femenino a lo divino?

50
Capítulo 10: La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra

La historia interna de la Trinidad reflejada en la historia externa de la creación

50. Como era en el principio: La eternidad de la Trinidad

Nosotros estamos en el tiempo. El futuro viene, pasa por el presente y se transforma en pasado.
0 también venimos del pasado, atravesamos el presente y caminamos hacia el futuro. Todos
tenemos un comienzo, un medio y un fin. Nos encontramos dentro de un espacio de tiempo
limitado. Con la santísima Trinidad las cosas son distintas. Ella es eterna, no tuvo comienzo ni
tendrá fin. Nos enfrentamos aquí con un misterio abismal, que supera nuestro pensamiento y
nuestra misma imaginación. ¿Cómo arrojar un poco de luz sobre este misterio? Quizá sólo lo
consigamos negativamente, es decir, diciendo lo que no es la eternidad; lo que es en sí misma
es algo que se nos escapa por completo. Pero no por eso hemos de caer en el mutismo. Si no
hay conceptos, hay al menos algunas indicaciones.

Eternidad no significa un tiempo interminable e ilimitado. Eternidad no quiere decir un


envejecer sin fin, sino una juventud permanente y sin amenaza. Si fuera una duración
interminable, entonces deberíamos afirmar que Dios no tiene fin. Pues bien: las criaturas
racionales tampoco tienen fin. Un día comenzaron a existir gracias al acto amoroso de las tres
divinas personas y son eternizadas para siempre en la comunión trinitaria. ¡Pero tuvieron un
comienzo! La santísima Trinidad nunca comenzó. Existió siempre, desde el principio y
eternamente; y nunca cesará de existir. Aquí es donde surge el limite de nuestra comprensión:
¿Cómo representarnos a alguien que siempre existió? Nuestra experiencia nos atestigua que
todo lo que conocemos comenzó algún día, se va desarrollando y acabará muriendo. O bien, en
el caso de las personas, que comenzaron un día y pasarán a una eternidad sin fin. Con la
santísima Trinidad no hay un comienzo ni habrá un fin. Lo que nos presenta dificultades no es
tanto el sin-fin, sino el sin-comienzo. Por eso la eternidad no significa una cantidad, sino que
quiere expresar una cualidad divina. La santísima Trinidad es tan perfecta, posee la vida de una
forma tan plena y simultánea, que no presenta ninguna insuficiencia. El estar abierto y en
comunión es perfección. Si ella asocia a su comunión perijorética a otras personas y hasta al
universo entero, no es por carencia, sino por sobreabundancia. Ella se expansiona infinitamente
y se expresa, y en cada momento es absoluta y totalmente plena.

Cuando decimos que la Trinidad existe desde el principio, queremos confesar lo siguiente: antes
de que hubiese la más mínima porción de materia atómica, antes de que irrumpiese cualquier
señal de vida, antes de que comenzase la sucesión de los tiempos, el Padre ya existía
expresándose totalmente en el Hijo y amando juntos infinitamente al Espíritu Santo. Nosotros,
como criaturas, estábamos en la mente divina como proyecto a realizar en un momento
determinado y así poder participar de la comunión trinitaria. No entendemos lo que estamos
diciendo. Pero queremos afirmar solamente que el amor, la comunión, el entrelazamiento
amoroso de las divinas personas es una realidad tan extraordinaria y tan plena, que siempre
existió y existirá para siempre.

51
La eternidad es un problema solamente cuando queremos entenderla. Y nunca la entenderemos.
Pero se transforma en una fuente de alegría cuando sabemos y creemos que vamos a participar
de ella en una fiesta sin fin, en un banquete de hermanos y hermanas, de amigos, en plenitud,
en una victoria sobre el tiempo, deslumbrante, sin la menor sombra de amargura.

51. La Trinidad del cielo se manifiesta en la tierra

La Trinidad se revela tal como es: como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los
apóstoles y los primeros cristianos descubrieron que Dios-Padre estaba presente y activo en la
creación y en la historia. Se dieron cuenta de que en Jesús de Nazaret estaba el mismo Hijo de
Dios encarnado. Percibieron que el Espíritu Santo actuaba en la historia con sus cambios y en
la comunidad, movía los corazones de las personas para reconocer a Dios como Padre y
aceptaron a Jesús como el Hijo de Dios, que nos salvó por su vida, comprometido con la justicia
y el amor sin restricciones, por su muerte y su resurrección, y que seguía penetrando en la
historia para llevarla hacia su buen fin. Llamaron Dios a estas tres presencias, sin caer por ello
en el politeísmo ni traicionar la fe en un solo Dios. Dios, a partir de entonces, será comprendido
como Trinidad, es decir, como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siendo un
solo Dios de amor, de vida y de comunicación.

Esta experiencia histórica permite decir: si percibimos que bajo el nombre de Dios existen tres
personas, es porque Dios en sí mismo es trino y es la comunión de tres personas. Las tres
personas no constituyen realidades solamente para nuestra percepción. Es una realidad en sí
misma. A la Trinidad de la tierra corresponde la Trinidad del cielo. Y, viceversa, también
podemos decir: a la Trinidad del cielo corresponde la Trinidad de la tierra.

Esta afirmación puede fundamentarse mejor si partimos del misterio de la venida del Hijo en la
humanidad de Jesús de Nazaret y del de la bajada del Espíritu sobre la virgen María, como
atestigua san Lucas (1,35). El Hijo está realmente presente en Jesús, hasta el punto de decir:
esta humanidad aquí concreta es la humanidad del mismo Dios. El Espíritu Santo está de tal
forma presente en la virgen María (según nuestra comprensión), que actúa sobre su potencia
maternal, haciéndola realmente madre de Dios. El que nace de ella será Hijo de Dios (Lc 1,35).
Tanto el Espíritu como el Hijo están entre nosotros. Pero ambos remiten al Padre. El Hijo
encarnado confiesa continuamente que fue enviado por el Padre. El Espíritu es enviado también
por el Padre a petición del Hijo. Por tanto, tenemos aquí la presencia de toda la santísima
Trinidad en nuestra vida. Esto es señal de que la Trinidad no es una creación nuestra. Existe en
sí misma. La realidad última de la creación es comunión de los tres divinos. Nosotros estamos
envueltos por ellos, invitados a participar de su vida, a entrar en su comunión y a pertenecer al
reino de la Trinidad.

No nos engañamos ni se nos engaña sobre lo más importante del universo: ¿Qué hay detrás de
todo? ¿Qué es lo que sustenta y penetra todos los seres? ¿Hacia dónde apunta el deseo de
nuestro corazón? Es la comunión de los diversos, es el amor que lo unifica todo, es el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo, siempre juntos entre sí y juntos con nosotros.

52. La gloria y la alegría de la Trinidad

Gracias a la encarnación del Hijo en Jesús y a la venida del Espíritu sobre María, hay una
historia de la santísima Trinidad dentro de nuestra propia historia. Esta historia no se caracteriza
52
por las dimensiones visibles de grandeza, de gloria y de poder. El camino privilegiado que Dios
escogió en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, incluso en las religiones del mundo, es de
simplicidad y de humildad. Jesús fue pobre, un profeta ambulante, despojado de todo poder, a
no ser del que se deriva de la palabra y de la bondad radical. María fue una mujer del pueblo,
que caminó en la oscuridad de la fe y que participó de la estrechez de la situación histórica de
su Hijo. Sin embargo, ellos eran la presencia viva del Hijo y del Espíritu Santo entre nosotros.
Incluso en estas situaciones de humillación manifestaron lo que es el Hijo y, respectivamente,
el Espíritu Santo en el seno de la Trinidad. Jesús revela el rostro misericordioso del Padre,
siendo él mismo misericordioso con los pecadores que encontraba. Manifestaba la verdad
divina contra todas las distorsiones de la religión de aquel tiempo, verdad que libera lo humano,
que alivia del peso de las tradiciones y que pone de manifiesto la vocación fundamental de cada
persona: llamado al amor, al perdón y al servicio de los demás, por fidelidad a esa misma verdad
tenía que soportar la muerte. De la misma forma, el Espíritu Santo es también fuerza de
resistencia, unión entre todos, coraje en las dificultades, liberación de las opresiones. María
siguió a su hijo en el mismo destino, mantuvo a la comunidad unida en pentecostés, sostuvo la
adhesión a la voluntad misteriosa del Padre al pie de la cruz de su Hijo, tuvo el coraje de suplicar
la intervención del Dios liberador de los pobres para modificar las relaciones de fuerza aquí, en
la tierra (cf Lc 1,51-53). En otras palabras, la santísima Trinidad está presente en la historia por
medio del Padre, que envía al Hijo y al Espíritu Santo, y éstos, por su llegada concreta en Jesús
y María, asumieron toda la condición humana, sometida a los achaques comunes de la
existencia mortal y marcada por las consecuencias del pecado. La liberaron así a partir del
interior de ella misma.

Por otra parte, a la fe le corresponde no solamente vislumbrar alguna luz acerca de la vida íntima
de las tres divinas personas en sí mismas, sino también percibir la infinita alegría que impregna
las relaciones trinitarias. Son tres miradas distintas que constituyen una única visión de amor.
Es la convivencia de los tres en una sola comunión de vida. El entrelazamiento de los divinos
tres, en un flujo y reflujo de autodonación, hace surgir el éxtasis de la intimidad, de la acogida
y de la expansión de la ternura. Es la felicidad sin fin, en un océano de realización que no conoce
márgenes, en un hechizo recíproco extasiante, en una vida eternamente plena. Es la gloria y la
alegría del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, inefablemente juntos.

La unión de la diversidad —tal es la esencia del misterio de la Trinidad— no es solamente la


expresión intelectual de la fe en Dios-comunión, sino que constituye una fuente de realización
subjetiva, de efusión de alegría, de experiencia de belleza y también de humor placentero.

53. La creación proyectada hacia la comunión

Dios en su misterio más íntimo no es soledad, sino comunión de tres divinas personas. Esta
comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es expansiva por su propia naturaleza; se
desdobla en mil formas.

La Trinidad quiso tener compañeros en esta su comunión eterna. El sentido secreto de toda
creación reside precisamente en esto: en ser diferente de Dios para poder ser incluido dentro de
la comunión de la Trinidad.

53
La creación no es necesaria, en el sentido de que se haya impuesto a Dios. Se deriva de la
libertad y del amor de las tres divinas personas, que quieren una expansión de su comunión en
otro nivel diferente del nivel eterno en que infinitamente conviven: el nivel temporal y finito.
En esta creación participan los divinos tres. Actúan siempre juntos con un único principio de
ser, de vida y de amor. Como dijo muy bien san Agustín, el mundo fue hecho por el Padre, a
través del Hijo, en el Espíritu Santo. Cada persona imprime en la creación algo de su propiedad.
Por eso la creación es tan rica, porque por detrás de ella y dentro de ella se esconde la riqueza
de cada persona divina, tal como ella es, siempre distinta y siempre en comunión. Por eso
también la creación está impregnada, dentro mismo de las más variadas diferencias, de un
dinamismo de unión, de convergencia y de comunión que refleja la realidad íntima de la
Trinidad.

La creación tiene dos caras: una temporal y visible; es la que nosotros percibimos en la sucesión
de todas las formas y expresiones del ser; la otra es eterna e invisible, como idea y proyecto de
las tres divinas personas. La posibilidad de la creación surge de la intimidad misma de la
comunión trinitaria. El Padre, unido al Espíritu Santo, se revela totalmente en el Hijo y al Hijo.
La imagen eterna de sí mismo junto con el Espíritu es el Hijo. Pero en el Hijo proyecta también
todas las posibles imágenes menores de sí mismo; son todas las criaturas que constituyen el
universo. En cuanto proyección del Padre en el Hijo con el amor del Espíritu Santo, la creación
es eterna y por ella se sitúa dentro del círculo de la comunión trinitaria. En cuanto que los
divinos tres escogen, entre las infinitas imágenes de la Trinidad, a algunas de ellas para que
existan fuera de este círculo de comunión interna, surge la creación que ahora tenemos. Lo que
era proyecto eterno pasa a ser ahora proyecto temporal; lo que era antes proyección, ahora es
realidad. Como realidad está sacada por la Trinidad de la nada. Es diferente de la Trinidad, pero
está sellada por las marcas de la Trinidad. Porque es diferente, puede recibir dentro de sí la
comunicación personal de cada una de las personas, puede ser asumida hacia dentro de la
comunión trinitaria. Para esto existimos, para esto existe todo lo que existe.

La raíz última de nuestra historia se encuentra en la historia íntima de la Trinidad, en el juego


de relaciones recíprocas entre los divinos tres, que producen eternamente diversidad y
unificación.

54. Cada persona divina ayuda a la creación del universo

En la Trinidad todo es trinitario, es decir, todo circula, todo incluye siempre a las tres divinas
personas, todo es expresión de la comunión de los tres divinos distintos. Esto mismo pasa
también en relación con la creación. Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, dice que
cada persona actúa a su manera y siempre juntos (como un solo principio) en la creación del
universo. Es parecido, dice, a lo que ocurre con el artista: él aplica la inteligencia y el amor en
la producción de su objeto de arte. De forma análoga, la creación se hace con el Padre, con la
inteligencia que es su Hijo y con el amor que es el Espíritu Santo. En virtud de esto todas las
cosas remiten a su Creador, todas revelan y suponen una sabiduría sumamente lógica, todas son
amables y expresión de un posible amor. En una palabra, todos los seres son imagen y
semejanza de la Trinidad. Veamos un poco cómo podemos imaginarnos esta íntima
colaboración de las tres personas en la creación de todos los seres. El Padre actúa como misterio
abismal, como aquel en quien vemos que la Trinidad es eterna, sin principio y dando principio
a todo. Todas las cosas tienen un carácter misterioso; por más que las conozcamos, siempre
podemos conocer más; todas remiten a una causa más alta, de donde provienen. Es el misterio
54
del Padre el que allí se anuncia. Por otra parte, cada cosa hacederivar de sí otra cosa. Es
principiada, pero al mismo tiempo se hace principio creado de otra cosa. Es nuevamente
expresión del Padre, que es principio y se encuentra en el principio de todo. Cada cosa es
paternal y maternal.

El Hijo es revelación e inteligencia. Cada criatura revela algo de Dios. Muestra la presencia de
una sabiduría suprema. La estructura de cada ser es tal como se revela siempre; muestra su
verdad y de esta forma entra en comunicación con el otro. Estas características denotan la
presencia del Hijo dentro de la creación. Por eso todas las cosas son fraternales y sororales, son
hermanos y hermanas entre sí.

El Espíritu es amor y unión. La comunión que caracteriza al misterio íntimo divino se muestra
visible en él. Las cosas del universo no están yuxtapuestas, sino que forman totalidades de
sentido; hay orden, a pesar del caos aparente. Especialmente entre las personas, reina el amor y
la atracción hacia la unión y la comunión. En estas energías cósmicas y vitales emergen los
signos de la presencia del Espíritu Santo. Las criaturas hacen siempre una llamada espiritual
que viene del Espíritu divino.

Cada criatura y el conjunto de la creación contienen la actuación de estas tres energías divinas.
No son energías ciegas, sino actuaciones de personas distintas, pero en comunión, que confieren
profundidad, luz y calor al universo.

Cada ser que existe conserva la marca del Padre; por eso se presenta siempre como un
misterio. Lleva la marca del Hijo; por eso puede comprenderse y es fraternal y sororaL Tiene
la marca del Espíritu Santo; por eso puede ser amado y alimenta nuestra dimensión espiritual

55. Signos trinitarios bajo la sombra de la historia

El cosmos y la vida humana están estructurados trinitariamente. Esto corresponde al orden de


la creación y también al orden de la gracia. Podemos y debemos vivir conscientemente esta
dimensión. En el tiempo presente, entre tanto, no sentimos el gozo y la alegría que significa
esta verdad. Caminamos a tientas, a la luz de la fe, imbuidos de esperanza y construyendo el
amor. Los signos trinitarios se realizan en la oscuridad de la inteligencia. Creemos sin poder
ver adecuadamente lo que creemos. Particularmente es oscura la presencia de las divinas
personas en el proceso histórico-social. En él están presentes conflictos y contradicciones. Está
el pecado, que cumple también su obra nefasta de disgregación de la comunidad querida por la
Trinidad. En este terreno es donde necesitamos creer y no dejarnos llevar solamente por lo que
es palpable. La fe trasciende lo meramente visible y mira hacia el fondo, a aquel lugar en donde
las cosas se ligan con el misterio de Dios.

Así, en la fe percibimos que la lucha de los oprimidos contra el pecado del hombre y de la
violencia tiene una especial densidad trinitaria. Siempre que se recomienza de nuevo, desde el
principio, después de cada fracaso o incluso después de haber alcanzado el objetivo, se está
anunciando la señal del Padre en esta iniciativa. Siempre que en medio de las contradicciones
se avanza en dirección hacia unas relaciones más fraternales y productoras de vida, es el Hijo
el que allí se revela. La unión de los oprimidos, la convergencia de intereses en la línea del bien
de todos, el coraje para enfrentarse con los obstáculos, la valentía de la palabra que denuncia,
la habilidad para la creación de alternativas, la solidaridad con los más oprimidos entre los
55
oprimidos, hasta la identificación con su causa y con su vida son indicaciones de la presencia
activa del Espíritu en la historia. existenciales y colectivos. A pesar de eso, está misteriosamente
habitada por el augusto misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta presencia es
eficaz, dando ánimo para la lucha, capacidad de resistencia a la fuerza del pecado, espíritu
creativo y voluntad transformadora de la historia. Esta historia es el teatro de la gloria posible
de la Trinidad; en el tiempo presente siempre estamos bajo sombras y cruces; al final de los
tiempos llegará la plena transparencia y la fiesta interminable. El universo está preñado del
misterio de la santísima Trinidad, tan cercano que ni siquiera lo percibimos, tan trascendente
que nos desborda por todas partes, tan íntimo que mora en lo más profundo de nuestro corazón,
tan real que persiste, a pesar de todo el pecado y de todas sus perversas consecuencias.

Es una equivocación y una ofensa a Dios decir que la santísima Trinidad es un misterio tan
abismal que no deja ninguna señal en la creación y en la vida humana. Es un indicio de
debilidad en la fe o de total distracción religiosa no percibir la comunión, la riqueza de la
diversidad y la unidad entre todas las cosas.

56. Ahora y siempre: La Trinidad en la creación y la creación en la Trinidad

La historia es humana; en ella se dan antagonismos al lado de convergencias. La historia tiene


sentido y se van creando sentidos dentro de ella junto con la persistencia de absurdos

La creación existe para acoger dentro de sí a la Trinidad. La Trinidad quiere acoger dentro de
sí a la creación. Dicho en breves palabras: la Trinidad en la creación intenta insertar a la creación
en la Trinidad. ¿Habrá un momento en la historia en que se manifieste la realidad de Dios tal
como es, pudiendo ser captado dentro de los limites de la criatura humana? Sí que lo habrá. Ya
hemos tenido su anticipación en la encarnación del Hijo y en la venida del Espíritu Santo sobre
María y la comunidad de los seguidores de Jesús. Esto significa que una parte de nuestra historia
ha pasado a ser historia de la Trinidad. Pero la historia en su totalidad llegará a ser historia
trinitaria. Entonces ya no habrá lectura de signos, sino alegría de la presencia directa y
transparente. El universo, desde hace millones y millones de años de su aparición, desde el
despliegue de sus potencialidades latentes, que se iban haciendo finalmente patentes; desde la
crisis cósmica por la que se irá acrisolando de toda perversidad, alcanzará finalmente el reino
de la Trinidad. A partir de la fuerza transformadora del Espíritu y a través de la acción liberadora
del Hijo, el universo llegará finalmente al Padre. Ahora comienza la verdadera historia de la
creación con su Creador trinitario. El misterio de la creación se encuentra con el misterio del
Padre. Cada criatura se verá confrontada con su prototipo eterno, el Hijo del Padre. La
comunión y la unión que existe entre todos se revelarán como expresión del Espíritu Santo. La
creación entera unida para siempre al misterio de la vida, del amor y de la comunión del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Los hombres se descubrirán asumidos, a semejanza de Jesús de
Nazaret, por la persona del Hijo eterno; entonces serán eternamente hijos adoptivos en el Hijo
eterno, expresión del amor, de la sabiduría y de la vida del Padre. Las mujeres se verán
asumidas, según nuestra teoría teológica, a semejanza de María de Nazaret, por el Espíritu
Santo. Los hombres y las mujeres, así divinizados, revelarán el rostro paterno y materno de
Dios en comunión, ahora inclusiva, de la Trinidad con la creación y de la creación con la
Trinidad.

Es la fiesta de los redimidos. Es la danza celestial de los liberados. Es el banquete de los hijos
y de las hijas en la patria y en el hogar de la Trinidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
56
En la creación trinitarizada saltaremos de gozo y alabaremos. Alabaremos y amaremos a cada
una de las divinas personas y la comunión entre todas ellas. Y seremos invitados por ellas a
amar y a alabar, a saltar y a cantar, a bailar y a adorar por los siglos de los siglos, amén.
Entonces, finalmente, llegará la verdadera historia de la Trinidad en la creación y de la creación
en la Trinidad. Lo que estaba fuera será introducido dentro; lo que estaba dentro se comunicará
fuera. Lo de fuera y lo de dentro estarán en perpetua comunión, comunión que es el misterio de
la misma Trinidad.

Todo este universo, estos astros sobre nuestras cabezas, estos bosques, estos pájaros, estos
insectos, estos ríos y estas piedras, todo, todo se conservará, transfigurado y convertido en
templo de la santísima Trinidad. Y viviremos en una casa grande, como una sola familia, los
minerales, los vegetales, los animales y los seres humanos con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Amén.

Resumen de la doctrina trinitaria: El todo en muchos fragmentos

1.- Cuando hablamos de Dios, debemos pensar siempre en la santísima Trinidad La Trinidad
es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión perfecta. Esta comunión
perfecta hace que las tres divinas personas sean un solo Dios-vida-amor.

2.- Es peligroso quedarse sólo con la afirmación de un único Dios fuera de una fe trinitaria. Hay
líderes religiosos y políticos que invocan esta comprensión unicista de Dios para justificar su
autoritarismo y exclusivismo.

3.- Lo que permite vislumbrar por qué las tres divinas personas son un solo Dios es
la perijóresis. Perijóresis significa la interrelación eterna que existe entre los divinos tres. Cada
persona vive de la otra, con la otra, por la otra y para la otra persona. Están desde siempre
entrelazadas e interpenetradas, de manera que no podemos pensar ni hablar de una persona, por
ejemplo, del Padre, sin tener que pensar y hablar también del Hijo y del Espíritu Santo.

4.- Solamente conocemos a la Trinidad en sí misma a partir de las señales que nos ha dejado en
la historia, en la vida humana, en las religiones y en la Biblia. En el camino de Jesús y en la
acción del Espíritu Santo en los primeros cristianos aparece claro que existe el Dios-Padre, el
Dios-Hijo y el Dios-Espíritu Santo, siempre juntos y en eterna comunión recíproca.

5.- El desafío fundamental de la fe trinitaria es éste: ¿Cómo compaginar tres en uno y uno en
tres? ¿Cómo se llega de la trinidad de personas a la unidad de un solo Dios y cómo se pasa de
la unidad de un solo Dios a la trinidad de personas?

6.- La Iglesia expresa su doctrina oficial de esta forma: Dios es una naturaleza en
tres personas. La naturaleza responde a la unidad de la Trinidad. La persona garantiza la
Trinidad en la unidad. Existen, además, dos procesiones, esto es, dos maneras por las que una
persona procede de la otra. El Padre engendra al Hijo (primera procesión) y el mismo Padre

57
junto con el Hijo espira al Espíritu Santo (segunda procesión). Están, además,
las relaciones, esto es, las conexiones que rigen entre los tres: la paternidad, la filiación, la
espiración activa y la espiración pasiva. Por las relaciones las personas se distinguen unas de
otras. También se distinguen por su propia personalidad específica. Finalmente, están
las misiones del Hijo, para liberarnos y hacer hijos e hijas, y del Espíritu Santo, para
santificarnos y reconducirnos al seno de la santísima Trinidad.

7.- Hay tres maneras consagradas de profundizar racionalmente en la doctrina trinitaria: las
corrientes ortodoxa, latina y moderna. La teología ortodoxa (de la Iglesia ortodoxa de oriente)
parte de la unidad de la naturaleza del Padre. El Padre es fuente y origen de toda la divinidad.
El por su boca profiere la palabra, que es el Hijo. Al proferir la palabra le sale simultáneamente
el soplo, que es el Espíritu Santo. Los tres reciben del Padre toda la naturaleza divina; por eso
son consustanciales. La teología latina (de la Iglesia romano-católica) y otras parten de la
naturaleza divina, que es espiritual. El Espíritu absoluto, sin principio y origen de todo, es el
Padre. El Padre se conoce por su inteligencia y engendra el Hijo. El Padre y el Hijo se aman, y
juntos espiran al Espíritu Santo. En los tres se encuentra la misma naturaleza; por eso hay un
solo Dios. La teología moderna parte de las tres personas juntas. Destaca el hecho de que las
tres están siempre interrelacionadas y en eterna comunión (perijóresis). Esta relación es tan
absoluta que los divinos tres se unifican sin fundirse, siendo así un único Dios vivo.

8.- Hay tres maneras equivocadas de pensar la fe en la Trinidad. Está primero el triteísmo, por
el que se afirma que existen tres dioses: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esta visión no
se considera la perijóresis, es decir, el entrelazado eterno entre los divinos tres. Está luego
el subordinacionismo, que considera solamente al Padre como el Dios verdadero. El Hijo y el
Espíritu Santo están subordinados a él, sin poseer la misma naturaleza divina. Así se niega la
igualdad divina entre las tres personas Y está, finalmente, el modalismo, que afirma la
existencia de un único Dios, pero con tres modos de manifestarse en el mundo. Cuando el único
Dios crea, usa la máscara de Padre; cuando libera, el pseudónimo de Hijo, y cuando santifica y
lo reconduce todo hacia el Reino, se presenta con la cara del Espíritu Santo. En esta visión se
abandona la trinidad de personas.

9.- Todas las expresiones técnicas que utilizamos para intentar comprender algo de la Trinidad
poseen un valor aproximativo, analógico y figurativo, como “generación“ por parte del Padre en
relación con el Hijo, o “espiración” por parte del Padre y del Hijo respecto al Espíritu Santo, o
las demás palabras como “naturaleza”, “persona”, “relaciones”, “procesiones”, “misiones”.
Podernos utilizar también la forma bíblica de expresarse, como “revelación”, “reconocimiento”,
“comunión”, “vida” y “amor”.

10.- La razón no es el único acceso al corazón de la Trinidad. Existe también la fantasía. Por
ella captamos mejor la significación existencial que la santísima Trinidad tiene para nuestra
vida. Por la fantasía es como percibimos que la persona humana, la familia, la comunidad, la
sociedad, la Iglesia y el cosmos son señales, símbolos y sacramentos de la Trinidad.

11.- En virtud de la interrelación (perijóresis) entre las tres divinas personas, todo en ellas es
ternario y participado. Esto no impide que haya acciones propias de cada una de las personas,
por las que aparece la propiedad de la persona singular.

58
12.- La acción propia del Padre es proyectar toda la creación en el acto de “engendrar” al Hijo
a la luz del Espíritu Santo. Por eso todos los seres tienen un carácter de misterio (que viene del
Padre) y también un carácter filial (que viene del Hijo, engendrado por el Padre), así como un
sentido espiritual (lleno de dinamismo, que viene del Espíritu Santo).

13.- La acción propia del Hijo es la plena comunicación de la revelación y la encarnación. Por
ella nos libera de nuestra inhumanidad y nos diviniza, haciéndonos hijos e hijas de Dios.

14.- La acción propia del Espíritu Santo es unificar y crear lo nuevo mediante la santificación.
Así lo realizó plenamente en Jesús y de un modo totalmente personal en María santísima.

15.- El sentido último de la creación es poder ser receptáculo de comunicación de las tres
divinas personas. La comunión trinitaria se abre hacia fuera e invita a la creación, a las personas
y a todas las criaturas a participar de su vida de comunión. La creación, al final de la historia,
será el cuerpo de la Trinidad.

16.- La comunión, que es la naturaleza de la Trinidad, significa criticar todas las formas de
exclusión y de no-participación que existen y persisten en la sociedad y también en las Iglesias.
Propugna, además, las transformaciones necesarias para que haya comunión y participación en
todas las esferas de la vida social y religiosa. La santísima Trinidad representa el mejor
programa para la liberación integral.

17.- La santísima Trinidad es un misterio sacramental. Esto significa que es una realidad que
aparece en muchos signos, que puede ser cada vez más conocida, sin que acabe nunca nuestro
esfuerzo por conocerla. Por ello, incluso en la eternidad, viviendo dentro de las tres divinas
personas, nunca dejaremos de crecer en el conocimiento, siempre abiertos a descubrir nuevos
aspectos, sin terminar nunca nuestra sed de saber, de amar, de palpar y de convivir.

Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria

ACCIÓN AD EXTRA (hacia fuera): Se dice de las acciones que la Trinidad realiza hacia
fuera del círculo trinitario, como la creación del universo, la revelación, la salvación de los seres
humanos.

ACCIÓN AD INTRA (hacia dentro): Se dice de las acciones intratrinitarias, dentro del
círculo trinitario, como la generación del Hijo y la espiración del Espíritu Santo.

ACCIÓN APROPIADA: Es una acción atribuida a una de las personas divinas, aunque sea
realizada juntamente por las tres, debido a una afinidad con las propiedades de aquella persona.
Así, se atribuye al Padre la creación, al Hijo la redención y al Espíritu Santo la santificación.

59
ACCIÓN PROPIA: Es una acción específica de una persona determinada, como la
encarnación del Hijo o la venida del Espíritu Santo sobre María en el momento de la concepción
de Jesús.

AFIRMACIÓN ESENCIAL: Es aquella afirmación que se fundamenta en la esencia divina,


igual y única en las tres personas. Una afirmación esencial es, por ejemplo, decir que Dios es
misericordioso, infinito, eterno; es decir: la esencia divina es eterna, infinita, misericordiosa.

AFIRMACIÓN NOCIONAL: Es aquella que se basa solamente en las personas en su


distinción unas de otras. Hay cuatro afirmaciones nocionales: el Padre engendra, el Hijo es
engendrado, el Padre y el Hijo (o el Padre por el Hijo) espiran al Espíritu Santo, el Espíritu
Santo es espirado por el Padre y por el Hijo (o a través del Hijo).

ANÁFORA: Literalmente significa “ofrecimiento“; es la parte central de la celebración


eucarística, que incluye la consagración, la anamnesis (recuerdo de la pasión, muerte,
resurrección y ascensión de Cristo) y la comunión.

ANAMNESIS: Literalmente significa “memorial“; es el recuerdo, después de la consagración


del pan y del vino, de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo.

APOFÁTICO: Literalmente significa “sin palabra“; es la actitud del teólogo ante el misterio
divino; después de decir todo lo que puede, guarda silencio respetuosamente. Se dice que hay
una teología apofática, que termina en el silencio de la veneración y la adoración.

ARKÉ: Expresión griega para significar el hecho de que el Padre es principio, fuente y causa
única en la generación del Hijo y en la espiración del Espíritu Santo. Véase principio, causa.

ARRIANISMO: Es una herejía propuesta por Arrio (250-336), sacerdote de Alejandría


(Egipto). Arrio afirmaba el subordinacionismo, o sea: el Hijo (y el Espíritu Santo) son
subordinados al Padre; son criaturas sublimes, creadas antes del universo, pero no son Dios.
Está, además, el subordinacionismo adopcionista: el Hijo fue adoptado como Hijo por gracia
del Padre, pero no tiene la misma naturaleza del Padre.

CARISMA: En griego significa “gracia“; es un don o una habilidad que el Espíritu Santo
concede a una persona con vistas al bien dé todos.

CIRCUMINCESIÓN: Significa la interpenetración activa de las personas divinas entre sí,


debido a la comunión eterna que vigora entre ellas. Véase Perijóresis.

CIRCUMINSESIÓN: Indica el estar o el morar de una persona en otra, ya que cada persona
divina solamente existe en la otra, con la otra, por la otra y para la otra. Véase Perijóresis.

DOXOLOGÍA: Fórmula de alabanza (doxa en griego). Aparece generalmente al final de las


oraciones, en las que se da gracias al Padre por el Hijo en la unidad del Espíritu Santo.

DS: Abreviación del nombre de dos teólogos (Denzinger-Schónmetzer), que publicaron el


libro Enchiridion Symbolorum, de f initionum et declarationum de rebus fidei et morum, que es

60
un elenco de los credos, definiciones y declaraciones sobre asuntos de fe y de moral que el
magisterio de la Iglesia (concilios, sínodos y pronunciamientos oficiales del papa) pronunció a
lo largo de la historia del cristianismo. La primera edición es de 1854, y la última (32), de 1963.

ECONOMÍA: Son las diversas fases de realización del proyecto de Dios en la historia o de la
progresiva revelación del mismo Dios; en el campo trinitario, economía significa el orden en la
procesión a partir del Padre: en primer lugar viene el Hijo, y luego el Espíritu Santo.

EK: Partícula griega que corresponde al latín ex o de, y significa la procedencia de una persona
divina de la otra. Así, el Hijo es engendrado de (ek o ex o de) el Padre; el Espíritu Santo
procede del Padre y del Hijo (según la teología latina).

EKPOREUSIS: Término griego para designar la procedencia del Espíritu Santo a partir del
Padre, que es siempre Padre del Hijo. En latín, el término es spiratio (espiración).

EPIKLESIS: Celebración en la que se invoca al Espíritu Santo.

ESENCIA DIVINA: Es aquello que constituye al Dios trino en sí mismo, la divinidad; es el


ser, el amor, la bondad, la verdad y la comunión recíproca, en la forma de lo absoluto e infinito.
Véanse también Naturaleza, Sustancia.

ESPIRACIÓN: Acto por el que el Padre, junto con el Hijo, hace proceder a la persona del
Espíritu Santo (según los latinos) como de un único principio. Los griegos hacen proceder al
Espíritu solamente del Padre y del Hijo o del Padre a través del Hijo.

FILIOQUE: Literalmente, “y del Hijo“; doctrina según la cual el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo como de un solo principio. Esta interpretación doctrinal se llama también
“filioquismo”; es frecuente entre los teólogos latinos.

GENNESIS: Término griego para expresar la generación del Hijo por parte del Padre.

GESTALT RELACIONAL: Término usado por el teólogo alemán J. Moltmann para expresar
la contribución del Hijo en la espiración del Espíritu Santo junto con el Padre; la persona del
Espíritu proviene del Padre, mientras que la configuración concreta (Gestalt) de la persona del
Espíritu Santo se deriva del Hijo. Es relacional, porque las personas están siempre vueltas hacia
las otras y dentro de las otras.

HOMOIOUSIOS: Literalmente, “de naturaleza semejante”; herejía según la cual el Hijo no es


igual, sino de naturaleza semejante al Padre.

HOMOIOUSIOS: Literalmente, “de la misma o igual naturaleza”; se dice que el Hijo y el


Espíritu Santo tienen la misma e igual naturaleza que el Padre; las personas son consustanciales.

HIPÓSTASIS: Término griego para designar a la persona divina. Véanse Persona y Prósopon.

INNASCIBILIDAD: Propiedad exclusiva del Padre, la de no ser engendrado ni derivado de


nadie; es principio sin principio.

61
KÉNOSIS: Expresión griega que significa “aniquilamiento“ o “vaciamiento”; es el modo que
escogieron las personas divinas (el Hijo y el Espíritu Santo) de comunicarse en la historia. Se
opone a doxa, que significa el modo glorioso.

KOINONÍA: Expresión griega, equivalente a communio (comunión) en latín; es el modo


propio de relacionarse entre sí las personas, incluso las divinas.

MISIÓN: En la teología trinitaria significa la autocomunicación de la persona del Hijo a la


naturaleza humana de Jesús de Nazaret, y del Espíritu Santo a los justos, a María y a la Iglesia.
Se trata de la entronización de la humanidad en el seno del misterio trinitario.

MISTERIO: En sentido estricto significa la realidad de la santísima Trinidad como inaccesible


a la razón humana; incluso después de comunicada, puede ser conocida indefinidamente sin ser
captada jamás totalmente por la mente humana. Dios trino es misterio en sí mismo, no sólo para
la mente humana, ya que la Trinidad es esencialmente infinita y eterna. En sentido histórico-
salvífico, el Dios trino es un misterio sacramental, o sea, un misterio que nos es comunicado
por las actitudes y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en la comunidad eclesial
y en la historia humana.

MODALISMO: Doctrina herética según la cual la Trinidad constituye sólo tres modos de ver
humanos del único y mismo Dios, o también tres modos (máscaras) de manifestarse el mismo
y único Dios a los seres humanos; Dios no sería trinidad en sí, sino estrictamente uno y único.

MONARQUÍA: En lenguaje trinitario significa la causalidad única del Padre; sólo el Padre
engendra al Hijo y espira, siendo Padre del Hijo, al Espíritu Santo; es una expresión típica de
la teología greco-ortodoxa.

MONARQUIANISMO: Es la negación de la Trinidad en nombre de un estricto monoteísmo.

MONOTEÍSMO: Es la afirmación de la existencia de un uno y único Dios; el Antiguo


Testamento conoce un monoteísmo pre-trinitario, anterior a la revelación de la santísima
Trinidad; puede haber, después de la revelación del misterio de la Trinidad, un monoteísmo
atrinitario: se habla de Dios sin tener en cuenta la trinidad de personas, como si Dios fuera una
realidad única y existiera sólo en su sustancia; existe el monoteísmo trinitario: Dios es uno y
único, debido a la única sustancia que existe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, o
debido a la comunión eterna y a la perijóresis que vigora desde el principio entre las tres divinas
personas.

NATURALEZA DIVINA: Es la sustancia divina una y única en cada una de las personas;
responde a la unidad o a la unión en Dios.

NOCIÓN: Son las características propias de cada una de las personas, que las diferencian a
unas de otras: la paternidad y la innascibilidad para el Padre, la filiación para el Hijo, la
espiración activa para el Padre y el Hijo, la espiración pasiva para el Espíritu Santo. Por tanto,
hay cinco nociones.

62
PATREQUE: Literalmente, “y por el Padre“; en la Trinidad todas las relaciones son ternarias;
así el Hijo se relaciona con el Espíritu Santo junto con el Padre o por el Padre; de la misma
forma, el Espíritu Santo ama al Hijo por el Padre y junto con el Padre, etc.

PEGHE: Expresión griega para designar al Padre como fuente única e infinita de donde brotan
el Hijo y el Espíritu Santo.

PERIJÓRESIS: Expresión griega que significa literalmente que una persona contiene a las
otras dos (sentido estático) o que cada una de las personas interpenetra a las otras, y
recíprocamente (sentido activo). El adjetivo perijorético designa el carácter de comunión que
vige entre las divinas personas. Véanse Circumincesión y Circuminsesión.

PERSONA: En lenguaje trinitario significa lo que es distinto en Dios; es la individualidad de


cada persona, que existe simultáneamente en sí y para sí y en eterna comunión con las otras
dos. Véanse Hipóstasis y Subsistencia.

PROCESIÓN: Es la derivación de una persona a partir de la otra, pero consustancialmente, en


la unidad de una misma naturaleza, sustancia, esencia o divinidad.

PRÓSOPON: Literalmente significa máscara o careta; en lenguaje trinitario es una palabra


griega para designar a la persona divina en su individualidad; es sinónimo de hipóstasis.
Véase Persona.

RELACIÓN: En lenguaje trinitario significa la ordenación de una persona a las otras, o la


eterna comunión entre los divinos tres. Hay cuatro relaciones: paternidad, filiación, espiración
activa y espiración pasiva.

SABELIANISMO: Herejía de Sabelio (comienzos del siglo II en Roma), llamada también


modalismo: el Hijo y el Espíritu Santo serían simples modos de manifestación de la divinidad,
y no personas distintas. Véase Modalismo.

SÍMBOLO: En sentido técnico de la teología antigua designa los formularios por los que la
Iglesia resumía oficialmente su fe; es sinónimo de credo.

SPIRITUQUE: Literalmente, “y del Espíritu”; como las relaciones en la Trinidad son siempre
ternarias, se dice que el Padre engendra el Hijo junto con el Espíritu Santo, o que el Hijo
reconoce al Padre junto con el Espíritu Santo.

SUBORDINACIONISMO: Es la herejía de Arrio, según la cual el Hijo y el Espíritu Santo


estarían subordinados, en relación desigual, al Padre, sin poseer de forma idéntica la misma
naturaleza; serían entonces criaturas excelentes, sólo adoptadas (adopcionismo) por el Padre en
su divinidad.

SUBSISTENCIA: Es uno de los sinónimos de persona o hipóstasis; como en la Trinidad no


hay nada accidental, se dice que las relaciones entre las personas son relaciones subsistentes; la
persona es considerada como una relación subsistente.

63
SUSTANCIA: En lenguaje trinitario designa lo que une en Dios y es idéntico en cada una de
las personas. Véase Naturaleza y Esencia.

TEOGONÍA: Proceso por el que surge la divinidad o explicación del misterio de la Trinidad
de tal forma que da la impresión de que las personas no son coeternas y coiguales, sino que se
producen unas a otras.

TEOLOGÍA: En lenguaje trinitario designa la Trinidad en sí misma, prescindiendo de su


manifestación en la historia; teología se opone entonces a economía.

TEOLOGÚMENO: Se dice de una teoría teológica propuesta por los teólogos, pero que no
pertenece al depósito de la fe; es un teologúmeno afirmar, por ejemplo, que el Espíritu Santo
asumió la realidad humana de María, haciendo de su maternidad humana una maternidad
divina.

TRIADA (TRIAS): Expresión griega para designar la trinidad de personas.

TRINIDAD ECONÓMICA: Es la Trinidad en cuanto que se autorreveló en la historia de la


humanidad y actúa con vistas a nuestra participación en la comunidad trinitaria.

TRINIDAD INMANENTE: Es la Trinidad considerada en sí misma, en su eternidad y


comunión perijorética entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

64

También podría gustarte