Está en la página 1de 5

Duelo

Cuanto más se vive, más aumentan las pérdidas; a medida que pasan los
años más se alarga el pasado y se acorta el futuro. El anciano es, más que
cualquier otra persona, una imagen emblemática del inexorable proceso de
decadencia que acompaña a la existencia humana.

El otoño de la vida sigue estando inexorablemente marcado por un


crecimiento de las pérdidas y de las mutilaciones que invaden la existencia.
Entre las mutilaciones que turban esta etapa de la existencia se pueden
manifestar, en orden cronológico, las siguientes:

 pérdida de la actividad laboral;


 pérdida de roles sociales, tanto en el ámbito familiar como en el
comunitario;
 muerte de coetáneos;
 pérdida de salud (dificultades con la vista, el oído, la movilidad,
etc.);
 pérdida de la propia casa (para trasladarse a casa de un hijo o a una
residencia de ancianos); pérdida de autoestima:
 pérdida de la cercanía por parte de las personas queridas, porque
están distantes o retenidas por compromisos,
 pérdida de privacidad, por verse obligado a convivir con personas
que tienen costumbres diferentes;
 pérdida de las propias facultades (la dificultad para recordar, la
confusión mental, la pérdida de control);
 pérdida de dignidad personal (descuido en modo de vestir o en la
higiene); .
 el pérdida de las ganas de vivir.

Percepciones del otoño de la vida

El planeta de la tercera edad abarca una franja de humanidad que va desde


los ancianos autosuficientes a los no autosuficientes y hospitalizados
crónicos, hospedados con frecuencia en residencias de ancianos, y a los
afectados por la demencia senil y los enfermos de Alzheimer.
Cicerón pinta la vejez, en su libro De Senectute, como una meta ambigua,
más aún, infeliz, por cuatro razones: aleja de las ocupaciones, debilita las
fuerzas físicas, priva de los placeres y acerca a la muerte.

La Biblia, en cambio, ofrece imágenes positivas de la vejez, percibida


como momento de fecundidad, descubrimiento y espiritualidad. Entre las
figuras positivas de la vejez se recuerda a: Abrahán y Sara (Gn 18,9-14),
Zacarías e Isabel (Lc 1.5-25). Simeón y Ana (Lc 2,25-38). La vejez no es
solo la estación del ocaso, puede ser también un tiempo de bendición, de
introspección y de síntesis.

El otoño de la vida es, en cualquier caso, un viaje que parte de lejos. Es


como escalar el Everest, la ascensión es dura y la fatiga es mucha, pero el
viaje se prepara desde jóvenes, por lo que una persona que tenga entre 20 y
30 años que tienda a lamentarse y a mostrarse descontenta, se volverá cada
vez más insatisfecha e infeliz con el paso de los días. Podríamos decir que
algunos jóvenes son ya viejos a los veinticinco años, mientras que hay
gente de noventa años que rebosan de optimismo y vitalidad. El calendario
más importante no es el que anuncia los años que tenemos, sino el que
informa sobre la juventud interior y sobre el modo de vivir el
envejecimiento.

Actitudes ante el progresivo declinar

El impacto con el gradual desmoronamiento de las propias seguridades


suscita en los ancianos una variedad de actitudes que están influenciadas
por factores genéticos, caracteriales, ambientales, afectivos.

En el trato con estas personas o al visitar una residencia de ancianos se


registran las diversas actitudes que adoptan para hacer frente al creciente
número de separaciones, entre ellas:

 la resignación;
 la agresividad o la hostilidad, a veces contra los familiares o el
personal sanitario;
 la desconfianza o la sospecha hacia los otros y sus intenciones; .
 El victimismo con respecto al propio destino o actitudes negativas
para con las instituciones;
 la regresión, que llega a asumir actitudes in fantiles:
 la dependencia de los familiares, visitantes o amigos, incluso cuando
el anciano es autosuficiente;
 la apatía o la desmotivación ante los estímulos del medio
circunstante; .
 el aislamiento y el rechazo del contacto con otros;
 la desesperación por el sentimiento de inutilidad o por la propia
condición de soledad y marginación social. .

Animar a Prepararse para envejecer bien

Junto a estas manifestaciones, predominantes en algunos, encontramos a


otros que se muestran serenos, agradecidos, humildes y sonrientes.

Se pueden esbozar algunos rasgos de la persona que contribuyen a


envejecer mejor y a hacer sufrir menos a los otros.

 A nivel mental, el mantenerse abiertos y curiosos, la tolerancia, la


sonrisa, la práctica del optimismo ayudan a mantenerse joven.
 A nivel físico nos conservamos mejor practicando el ejercicio físico,
practicando una alimentación sana, evitando el tabaco y el consumo
de bebidas nocivas.
 A nivel emotivo se libera la vitalidad interior comunicando sonrisas
y lágrimas, tejiendo relaciones afectivas con las personas, valorando
la dimensión de los sentimientos y de las emociones en lo cotidiano
de las relaciones.
 A nivel social se permanece sumergido en la vida informándose
sobre los problemas locales y mundiales, manteniendo el contacto
con los amigos, implicándose en actividades sociales,
comprometiéndose en modalidades de voluntariado, tratando a
jóvenes y a niños.
 A nivel espiritual, el dinamismo del alma se transmite creciendo en
sabiduría, orando y participando en peregrinaciones, sabiendo
discernir entre lo efímero y lo esencial, reconciliándose con los
propios límites y con los ajenos, expresando agradecimiento por lo
que se ha tenido y gozado. La siguiente reflexión es un mensaje
conmovedor sobre las necesidades e invocaciones del anciano.
El mensaje de un anciano

Si mi caminar es incierto y mis manos inútiles: sé mi apoyo. Si mis oídos


son débiles y deben esforzarse para oír tu voz: compadéceme. Si mi vista es
imperfecta y mi entendimiento escaso: ayúdame.

Si mis manos tiemblan y derramo el vino sobre la mesa: haz como si no


hubieras visto nada. Si me encuentras en la calle: detente a conversar
conmigo. Si me ves solo y triste: sonríeme, por favor, Si por tercera vez en
un mismo día te cuento la misma historia: ten paciencia conmigo. Si actúo
como un niño: demuéstrame afecto. Si no pienso nunca en la muerte:
ayúdame a prepararme a ese paso. Si estoy enfermo y soy una carga:
asísteme, por favor.

Benditos los que me aman y no me hacen llorar.

La Soledad del Mayor

Objetivamente no está abandonado o descuidado, pero subjetivamente él se


siente abandonado y esto lo asocia a su soledad.

Estas vivencias de soledad se dan tanto en el mayor que está en una


residencia, como en el que vive solo en su casa y los hijos van, de vez en
cuando, a hacer la visita rutinaria para controlar si necesitan o no algo. Bien
es verdad, que no todas las personas mayores se sienten solas o entran en
un escenario de desierto despoblado de relaciones. La clave está en lo que
dijimos anteriormente cuando hablábamos del desamor. La sensación de no
ser querido, de no sentir afecto, va de la mano del sentimiento de soledad y
ahí se centra el discurso del que vive la soledad: Nadie me quiere... no
significo nada para nadie... ya no sirvo para nada... pasan los días y nadie
viene a verme...

Este sentimiento de soledad del mayor no se da solo. Es como un recipiente


en el que confluyen muchos componentes que aumentan la angustia. Nos
referimos:

- Al miedo a la muerte: Tengo miedo de morir con dolor, tengo mucho


miedo al sufrimiento y tengo miedo de morirme solo.

- Al miedo a la enfermedad: Si me pongo enferma, nadie vendrá a estar


conmigo y me puedo morir y nadie se enteraría. La enfermedad física
agrava la soledad y el sentimiento de soledad puede hacer que se empeore
la salud física.

Al sentimiento de abandono: Nadie se preocupa de mi, me siento


abandonada, huérfana, desamparada... Este sentimiento es vivido como una
amenaza al pensar que nadie les ayudará si le necesitan.

A la responsabilidad: Parece que me tratan como si fuese tonto. Todos me


dicen lo que tengo que hacer. Para esto preferiría morirme solo. El
sentimiento de no valoración lleva a desear la soledad y la muerte.

A la aceptación o no del momento vital, es decir, reconocer y conciliarse


o no con la vulnerabilidad al final de la vida. La vida es muy cruel, tanto
trabajo, tanto dar a los demás, para terminar así. Es injusto.

A la dependencia emocional y/o física. Espero con ansia que me llame mi


hija, que vive en Francia, para que me diga cuánto se acuerda de mí y
cuánto me quiere. Pero no quiero estar esperando todo el día, ni
dependiendo de su llamada para estar bien. ¿Sabes que me pongo la radio
todas horas, para sentir que alguien está conmigo? Ya sé que es engañarme,
pero si mi hija no me llama, ni me pregunta “cómo estoy” tendré que
buscar una alternativa, a ¿no crees?

À la reducción de relaciones sociales: Si yo te contase, antes no dejaban


de llamarme para salir, para hacer.... ahora nadie me llama. Es muy triste
estar tan sola.

- A la baja autoestima y la infravaloración personal: Ya no sirvo para


nada, ni para nadie. Soy como un mueble viejo, que arrinconan y nadie usa.

- A la falta de autonomía. Es mejor morirse a estar como y todo lo tienen


que hacer. Si al menos tuviese a mi hija cerca, no me sentiría tan mal.

- A la impotencia ante la vulnerabilidad: Me siento tan solo... y lo peor


es que no puedo hacer nada para dejar de sentirme asi.

- Al vacío, miedo al llamado Edadismo que consiste en excluir, segregar


e ignorar al mayor por la edad, descalificando todo y haciéndoles ver que
no tienen ni idea de la realidad de la vida. Esta discriminación por la edad
es una cara del maltrato que se manifiesta en forma de gritos, insultos,
miradas de rechazo, repulsión por su aliento o mal olor, intransigencias y
malas contestaciones porque piden

También podría gustarte