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VIOLENCIA ESTRUCTURAL
Sin embargo, pocos hemos reflexionado sobre otro tipo de violencia que es aún más dañina
y perjudicial que la violencia directa a la que estamos familiarizados: tan acostumbrados
estamos a los muertos, a los asaltos, a los cortes de carretera, a las huelgas y las
manifestaciones de todo tipo, que ya ni vemos lo que se le llama la violencia estructural
Por supuesto, tal distribución nunca es equitativa, en el sentido de que todos obtengan lo
mismo. Pero en sociedades avanzadas, dicha distribución se basa en una repartición que
aunque hace diferencia, no genera un abismo entre el individuo más beneficiado, y el más
excluido. De hecho, el concepto original de cohesión social descansa en esa idea de que
si dos individuos son miembros de una misma comunidad política, la diferencia de
beneficios y obligaciones entre uno y otro no debe ser tal, que sea insalvable, por un lado,
ni que impida que uno reconozca al otro como parte de una misma comunidad diferenciada.
Por eso, estructuralmente la sociedad se organiza para dividir, para enfrentar, para
desterrar sistemáticamente a un grupo, simplemente porque no pertenece al estrecho
círculo de los conocidos o amigos. Guatemala es tan fácil descalificar y menospreciar a
cualquiera, no por lo que dice o hace, sino por la extracción de clase que tenga o por los
amigos que tiene o deja de tener.
Por eso, es tan fácil que si uno no tiene los contactos o conocidos adecuados, aunque tenga
la capacidad o la experiencia, siempre estés relegado al último puesto de la fila, sujeto a
ser aceptado si y solo sí, hay un espacio libre después de que hayan pasado
prioritariamente los amigos o conocidos del jefe de turno, o si por el contrario, tu perfil sirve
para legitimar lo que está previamente cocinado, y entonces, te tocará jugar el papel del
tonto útil
Las historias de exclusión, de pobreza y de menosprecio son por eso tan comunes en
nuestros países. Y entonces, como una sociedad acostumbrada al fracaso, nos
acostumbramos demasiado a lo retorcido, a lo surrealista, a la tragedia cotidiana que se
vuelve costumbre. Y en una situación así, la indiferencia se transforma en la principal
violencia simbólica y estructural de este país: cada uno con su drama, cada uno con su
cruz, que cada uno se salve como pueda, y aquí no ha pasado nada.