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EL VACIO ETICO EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA​1

Gerardo Remolina, S. J.

Introducción

Hablar del vacío ético de nuestra sociedad colombiana puede conducir fácilmente
a discursos moralizantes, tejidos desde perspectivas particulares o a
descripciones apocalípticas que señalen todo lo pervertido y desastroso de
nuestro comportamiento individual y social. Puede llevar, además, a concluir con
el anuncio de una gran catástrofe y a dictaminar sobre lo que ineludiblemente
sería necesario hacer.
Soy consciente de estos peligros, y sí sucumbo en algunos de ellos ante la
necesidad que siento de no hacer una disquisición puramente teórica y formal,
sino una reflexión que toque la realidad concreta, presento por anticipado mis
excusas.
No pretendo, por otra parte, hacer una presentación completa, y menos aún
exhaustiva, del vacío ético de nuestra sociedad; ello escapa a la percepción y al
análisis de cualquier observador particular. Sólo pretendo apuntar a algunos
elementos que juzgo fundamentales y que necesariamente han de ser discutidos ​y
complementados por todos ustedes.

1. El vacío ético: una constatación

Cada vez aparece de manera más recurrente, en el discurso ciudadano y en la


conciencia de los hombres de buena voluntad, la constatación de un vacío ético
en la conducta individual y social de nuestras gentes, que va engullendo en su
espiral los extraordinarios recursos materiales y humanos de nuestra herencia
común e imposibilita consecuentemente la realización de nuestras legítimas
aspiraciones sociales. Es preciso tomar conciencia de que, suprimido un valor
dentro de un determinado sistema ético, éste se desequilibra, si no es sustituido o
reemplazado por otro valor, y va produciendo un vacío cada vez más
desestabilizador que actúa a la manera de una reacción en cadena. Por otra
parte, y de manera lógicamente complementaria, cada vez es más frecuente
escuchar en nuestro medio la urgencia de constituir y fundamentar una nueva
ética que venga a llenar dicho vacío.
En efecto, la situación del país hace evidente el peligro de una sociedad que
se desintegra a pasos agigantados, y que a pesar de todos los esfuerzos hechos
—acertados unos, equivocados otros— no logra encontrar ni el método, ni los
contenidos, ni los resortes necesarios para aunar las voluntades, poner en dique a
la desintegración y construir la nueva sociedad que unos y otros anhelamos.

1​
Tomado de: ​Programa por la paz. Colombia: una casa para todos. Debate ético. Bogotá: ​ ​Ántropos,
1991 (pp. 16-31)
De una u otra forma, sin embargo, todos vamos cobrando una conciencia,
cada vez más clara, de que no es a través de la fuerza impositiva y coercitiva de
un poder absolutista de derecha, de izquierda, o de centro; ni a través de una
fuerza represiva —policiva o militar— garante de un "statu quo", como lograremos
establecer un nuevo orden y salir avante en la constitución de una sociedad
auténticamente humana. Porque la fuerza física no es, ni de lejos, una de las
principales características del ser humano y de su vida en sociedad. Tampoco
parece suficiente, aunque sea del todo necesaria, la constitución de un sabio
orden jurídico que regule con leyes apropiadas las relaciones de la convivencia
ciudadana.
Es necesaria una fuerza moral (contrapuesta a física) que brote y se
fundamente en las raíces mismas de la persona humana, en lo específico de su
mismo ser y que, a través de su racionalidad, aglutine, oriente y ligue a los
ciudadanos de manera insoslayable en un propósito común. Este propósito,
parece, no podría ser otro que la conformación de una convivencia ciudadana en
la que prime el respeto a la vida y el carácter inviolable de los derechos primarios
de la persona humana: su libertad y sus aspiraciones a una vida digna en la que,
la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y la cultura, así como la capacidad de
relación y asociación, encuentren la garantía y el respeto de todos. Dentro de esta
perspectiva, la indeclinabilidad de los deberes para con los demás se constituye
en un elemento indispensable de la vitalidad fundamental del organismo social.
En otras palabras, cada vez se hace más clara la necesidad de una nueva
ética: nueva, porque realmente inexistente en la conciencia y en las costumbres
de nuestra sociedad; nueva, porque ha de buscar o reencontrar, desde la
racionalidad humana, no sólo la normatividad que responda a situaciones,
necesidades y descubrimientos nuevos, que la vida ha ido haciendo emerger;
sino, nueva, sobre todo, por la fundamentación y revitalización de los vínculos que
—dentro de un legítimo pluralismo— liguen efectivamente a las voluntades, desde
dentro, en la prosecución del bien común.

2. El vacío ético: una descripción fenomenológica

La nueva ética ha de dar respuesta a los múltiples efectos del vacío ético que hoy
nos asfixia, entre cuyas manifestaciones podrían destacarse las siguientes:

∙ ​La falta de aprecio y de respeto por la vida humana, la cual es suprimida ​y


negociada por el sicariato, el terrorismo y el secuestro; o es sofocada y ​disminuida
por la desigualdad de oportunidades, la marginación, y la explotación ​laboral, en
aras del egoísmo de individuos o grupos.
∙ ​La ausencia de tolerancia ideológica, social y política que no encuentra ​otra
forma de plenitud distinta de la supresión física o moral del adversario, la
liquidación del opositor, el exterminio de quienes piensan de manera diferente, o
persiguen intereses distintos de los propios.
∙ ​La falta de una libertad real para muchos, junto con la tolerancia y la
permisividad casi total para otros, amparados socialmente por el subjetivismo, el
relativismo y el escepticismo moral.
∙ ​La carencia de principios éticos explícitos acerca de los que constituye el
origen del derecho, frente a la aberrante prepotencia del poder físico, económico,
político o social, invocado y esgrimido como fuente de aquél.
∙ ​Los graves vacíos en la administración de la justicia, a cansa «le la
venalidad do los jueces o de su temor a desaparecer "ajusticiados" por la
irracionalidad de la fuerza bruta​; ​y la impunidad, con no poca frecuencia, calculada
y planeada.
∙ ​La incapacidad para asumir las responsabilidades inherentes a la ​ ​posición,
al empleo o al trabajo, tan codiciados en los sectores públicos.​ ​∙ ​La indolencia,
inadvertencia e inoperancia inveterada de los sectores ​ ​políticos y administrativos
frente a las necesidades sociales de sus ​ ​conciudadanos, especialmente en los
rincones más alejados de los centros de ​ ​poder, o en los sectores marginados de
nuestros campos y ciudades.​ ​∙ ​El desenfreno de la avaricia de dinero que no se
detiene ante diques de ​ ​ninguna naturaleza y practica desde el peculado hasta el
fraude y el soborno.​ ​∙ ​La inescrupulosidad en el aprovechamiento abusivo de los
dineros ​ ​públicos para el enriquecimiento egoístico, así como la habilidad para
engañar y ​ ​defraudar al estado.
∙ ​La ignorancia afectada con relación a la función primaria de la propiedad
privada, especialmente de los bienes productivos, así como de la función social de
la profesión y de las cualidades personales.
∙ ​La prescindencia y el silencio con relación a los deberes y obligaciones
individuales y sociales, frente a la exaltación, necesaria y urgente de los derechos
humanos, hecha de manera unilateral.
∙ ​La falta de sentido de la responsabilidad en el cumplimiento de los ​deberes
más sagrados, como la paternidad responsable, hasta aquellos que hay ​que
ejercer con la participación ciudadana en las urnas, en los debates públicos ​en las
campañas sociales y en las demostraciones de solidaridad y de protesta.
∙ ​La deshonestidad electoral con la venta de votos y los demás vicios que
han corrompido nuestro régimen democrático, como el tráfico de influencias.​ ​∙ ​El
vacío de veracidad causado por la mentira y el engaño, por la falta de ​ ​sinceridad
en los diálogos, por la infidelidad a la palabra dada y a los acuerdos y ​ ​pactos
ciudadanos.
∙ ​La tendencia hacia un absolutismo de los medios de comunicación ​social,
algunos de los cuales no respetan la intimidad ni el dolor de las personas, ​ni las
razones de utilidad común, con tal de causar "sensación en la opinión ​pública y
recaudar óptimas ganancias comerciales. La manipulación que hacen de ​la verdad
con informaciones sesgadas y parciales; el fomento por sí" mismas de ​las
confrontaciones entre ciudadanos y grupos, la desinformación y divulgación de
valores que socavan la moralidad pública, como la violencia y la infidelidad.
∙ ​La exaltación de principios engañosos que sirven de sustento a ​ ​posiciones
como la "Seguridad Nacional", o la defensa del "Orden Institucional" sin
más, excluida la referencia a otros principios superiores; igualmente la aceptación
práctica de principios tales como "El fin justifica los medios".
∙ ​El desmoronamiento progresivo de instituciones básicas del tejido social,
como la familia humana; el refugio en la intimidad personal que hace posible el
juego de la "doble moral", etc.
Ojalá que la enumeración anterior, muy incompleta por cierto, no se perciba
como fruto de una visión excesivamente pesimista. Por el contrario: ha de
entenderse como un esfuerzo por reconocer con sinceridad nuestros males y
buscar los remedios que parezcan más apropiados, acudiendo a las reservas
éticas de nuestro pueblo.
Tratando de hacer una síntesis, me atrevo a decir que la nueva ética ha de
responder al vacío causado por la ausencia de racionalidad humana en no pocos
de los procederes ciudadanos; vacío que ha sido llenado por predominio de la
sin-razón y de la fuerza; por la prevalencia de la irresponsabilidad sobre la
conciencia de los deberes fundamentales; por la primacía del subjetivismo frente
a la objetividad del bien común, y de lo privado frente a lo público.

3. El vacío ético: un intento de profundización

La anterior descripción fenomenológica del vacío ético, en la que se mezclaban


quizás causas y efectos, no es más que una invitación a profundizar, más allá del
fenómeno, en los hechos que se hallan detrás de ese vacío.
Pero antes de descender a lo que juzgo más fundamental, deseo anotar
—como ya lo han hecho otros analistas— que en nuestra patria dicho vacío en su
globalidad ha sido causado por el rechazo o por el olvido de una ética, y más
exactamente de una moral, que tradicionalmente se había identificado con la
religión católica. Esta moral impregnó, de manera casi exclusiva durante muchas
décadas, el ​ethos ​del pueblo colombiano. Sin embargo, por razones históricas y
culturales, que no es del caso analizar en esta exposición, dicha moral no ​alcanzó,
a permear suficientemente los comportamientos públicos en el orden ​social,
económico y político.
Por otro lado, se ha dado con frecuencia una confusión entre Religión y
Ética. Ello se ha debido tanto al ambiente cultural como a la necesaria relación
que existe entre una y otra; igualmente a algunos modos históricos de proceder
por parte de los cristianos. Al fin y al cabo, la fe conlleva y exige comportamientos
y conductas no sólo individuales sino también sociales. Un discurso
excesivamente moralizante, o una inadecuada posición frente al mundo de lo
político, en nombre de una Religión, hacen que el rechazo valga para las dos.
A esa ambigüedad han contribuido también en las tres últimas décadas
algunas instituciones educativas (Colegios y Universidades católicas), las cuales,
ante la dificultad de afrontar directamente los problemas religiosos, optaron por
convertir sus cátedras de Religión en cátedras de Ética o de problemas
relacionados con el comportamiento humano, como la sexualidad y otras formas
de relación con los demás (la amistad, el amor, la dinámica de las relaciones
humanas, etc.).
Por otra parte, el impacto de la secularización, generalizada en la segunda
mitad del presente siglo, produjo en sociedades como la nuestra no
suficientemente preparadas para soportar sus embates, un quiebre religioso,
ideológico y ético más vecino quizás del secularismo y del ateísmo que de la
misma secularización. La justa autonomía de las así llamadas realidades terrenas
como la ciencia, la cultura y la política, fue acogida también con gran alborozo en
el terreno del comportamiento humano, el cual pasó en muchos campos del
abandono de la tutela religiosa al abandono de la misma Ética. El rechazo de la
religión fue vivido de hecho también como un rechazo do la ética, en cuanto
sinónimo de la moral que la religión había propugnado y sostenido. Pero
fundamentar una nueva ética no es asunto fácil ni que se improvise; por ello
hemos quedado en buena parte flotando en el vacío. A lo anterior se ha añadido la
explosión de conocimientos, de tecnologías y de posibilidades anteriormente
desconocidas para el hombre y que han puesto en sus manos instrumentos que le
permiten manipular, cada vez más, no sólo la naturaleza cósmica, sino también su
misma humanidad; desde la genética hasta los procesos sociales. Ante esa nueva
realidad, el hombre se ha encontrado sorprendido y muchas veces inerme desde
el punto de vista ético.
∙ ​El primer vacío que se detecta en nuestra sociedad, y en un nivel ​bastante
generalizado, aún en personas cultas y expertas en asuntos sociales, ​dice relación
precisamente con el ​concepto de ética. ​Y lo primero que hay que ​decir dada la
historia de donde venimos, es que ética no es lo mismo que religión, ​aunque las
grandes religiones hayan sido tradicionalmente portadoras de ​extraordinarios
principios e ideales éticos, los cuales conducen necesariamente a ​formas
específicas de comportamiento no sólo privado sino social. Así, por ​ejemplo, el
Dios bíblico se manifiesta radicalmente interesado en la terrenidad del ​hombre y
en la organización de su vida en sociedad.
∙ ​La ética tampoco puede confundirse con el conjunto de ​normas q
​ ue ​regulan
las relaciones de los hombres en el orden jurídico (leyes), en el orden ​social
(instituciones), en el orden cívico (conductas particulares convencionales), ​en el
orden político (manejo de los medios para el bien común), o en el orden
sociológico (frecuencia de los hechos sociales). Ello, aunque dichos códigos
normativos pueden consagrar en una o en otra forma principios auténticamente
éticos.
Creo importante referirme a esto porque, con no poca frecuencia, se
postulaba en el reciente debate constitucional la necesidad de una nueva ética,
refiriéndose a la necesidad de una nueva Constitución política o carta jurídica
fundamental para el país, incurriendo así en una lamentable confusión. La ética se
sitúa más allá de todo orden positivo, pues hunde sus raíces en la humanidad
misma del hombre, explicitada a través del uso legítimo de su racionalidad.
Resulta altamente peligroso confundir la ética con cualquier ordenamiento positivo,
pues ella es la instancia última para juzgar los códigos normativos de una
sociedad. En efecto, algo puede ser legal y simultáneamente injusto; consagrado
por una ordenación jurídica, social o política, y ser lesivo de derechos humanos
fundamentales. "En las sociedades primitivas —afirma el filósofo Aranguren— no
existe ni tan siquiera la distinción real entre lo moral, lo social y lo jurídico; por
tanto, menos aún, cabe su distinción conceptual. Todo aquello se halla confundido
en unos ​mores q ​ ue son, a la vez, usos sociales, costumbres morales y preceptos
jurídicos (no escritos o apenas, pero vigentes). Es lo que Hegel llamaría sustancia
ética ingenua" (J.L.L. Aranguren, "Ética y Política"; Madrid, 1968 2, p. 35).
∙ ​Junto con la concepción de ética, es preciso llenar el vacío de la ​conciencia
y de la sensibilidad éticas, causado por la ausencia de la ​imprescindible referencia
de cada individuo al otro y a los otros, reconocidos como ​semejantes, partícipes
de la misma humanidad, dotados de los mismos derechos ​originarios y ante
quienes se es responsable; igualmente la conciencia de ​pertenencia a la
comunidad humana, como única posibilidad de realización, y ​como acreedora y
necesitada del aporte de cada uno de los individuos en la ​realización de un mismo
destino común.
∙ ​Pero no basta la conciencia ética si no va acompañada de una ​sensibilidad
peculiar hacia el otro que impulse a abandonar las apetencias del ​propio egoísmo
individual o de grupo. El egoísmo, insensible a los demás, entra ​necesariamente
en conflicto con el bien común. "Se lo puede contener, hasta ​cierto punto, por
medio de la ley, con la policía, con el poder judicial y las ​prisiones. Pero hay un
límite para el porcentaje de la población que puede ser ​retenida en prisión, y
cuando el egoísmo traspasa ese límite, los agentes de la ley, ​y aún la ley misma,
tienen que hacerse más tolerantes e indulgentes. Así, el bien ​común se deteriora.
No solamente es menos eficiente, sino que se encuentra ​también con la dificultad
de ejercer una justicia equitativa en el momento de decidir ​cuáles son las
injusticias que han de ser toleradas" (Lonergan, "Método en ​Teología", p. 58). Esto
explica, paradójicamente, la inexplicable expresión de uno ​de nuestros
mandatarios, cuando afirmaba hace algunos años: "Es necesario ​reducir la
inmoralidad a sus justas dimensiones".
∙ ​Las leyes y las normas de un país pueden ser extraordinariamente ​sabias;
pero serán perfectamente ineficaces y vacías si no son asumidas por una
sociedad y por unos individuos conscientes de la ​obligación m ​ oral que los ata de
manera ineludible a proceder de acuerdo con su propia humanidad y con los
demás seres que comparten su misma naturaleza.
∙ ​El vacío de que venimos ocupándonos ha de llenarse con ​principios y
criterios é ​ ticos fundamentales, valederos en sí mismos a causa de su racionalidad
y de su fuerza humanizadora. Principios que formulen las exigencias básicas de la
humanidad, considerada desde el núcleo específico que la constituye y desde el
conjunto colectivo de seres humanos en mutua interacción.
∙ ​El vacío ético seguirá siendo tal mientras no se establezcan los ​valores
fundamentales de la persona y de la sociedad humana que trasciendan lo
simplemente agradable o desagradable, lo placentero o doloroso, lo satisfactorio o
insatisfactorio. Líneas y dinamismos de preferencia que conduzcan, por ejemplo,
de lo agradable a los valores vitales, de lo vital a lo social, de lo social a lo cultural,
de lo cultural a lo personal, de lo personal a una auténtica trascendencia o
superación de sí mismo y de la sociedad. La apreciación de estos valores ha de
conducir a una correspondiente ​jerarquización ​o escala de preferencia: el bien
integral sobre el bien parcial; el bien social sobre el bien particular.
∙ ​Lo anterior hace necesaria una continua y atenta ​reflexión ética, ​promovida
por diversas instancias sociales, que permita ir explicitando, formulando ​y
criticando las estimaciones y valores éticos que constituyen nuestro ​patrimonio
común.
∙ ​A la base de nuestro vacío ético se halla por lo demás, en no pequeña
proporción, la ausencia de una ​educación ​ética de la niñez, de la juventud y de las
personas adultas. Igualmente la ausencia de una formación ética en cada una de
las profesiones y la carencia de códigos éticos fundamentales, o de axiologías
propias de las diversas instituciones, organizaciones y empresas que constituyen
el tejido social. Así, por ejemplo, hoy se hace imprescindible la formulación de una
ética propia ​del E​ stado y de los funcionarios públicos.
∙ ​Esta educación no ha de renunciar al ideal de formar al ​hombre virtuoso d ​ e
que hablaran los filósofos griegos, es decir, al hombre no sólo consciente de ​sus
obligaciones, sino capaz de realizarlas: al hombre dotado de la fuerza, de la
"virtus" que lo hacen verdaderamente libre para llevar a la práctica sus deberes y
sus ideales. Al hombre que, por su sabiduría, adquiera una especie de instinto de
humanidad para descubrir y realizar el bien; que no sólo aprecie los valores, sino
que esté efectivamente disponible para ellos. Porque si es importante la
normatividad, lo es mucho más la constitución del ​sujeto ético, t​ anto individual
como colectivo.
Ni ha de renunciarse en este proceso educativo a presentar y a animar en la
prosecución de los grandes ​ideales ​éticos de la humanidad, revaluando, por
ejemplo, el ideal máximo del amor y la necesaria opción por el sacrificio que éste
comporta, hasta entregar la propia vida, bien sea en la oblación del trabajo y la
lucha cotidiana, bien sea con la misma muerte. La humanidad no logrará ser
plenamente humana si no asume como reto la máxima meta de sus
posibilidades.
∙ ​Finalmente, el vacío ético ha de ser llenado complementariamente con
instancias sociales de ​sanción moral ​(diferentes de las meramente penales), por
medio de las ¡cuales se estimule el bien-obrar y se desacredite ante la sociedad
todo género de conductas reprobables. La comunicación social y sus ​diversos
medios ocupan una posición privilegiada para el ejercicio de esta función: ​no sólo
en el sentido de excluir los antivalores que infortunadamente han venido
consagrando, sino también en el sentido de recrear los patrones de la exaltación
ciudadana. A causa de los medios de comunicación social, hoy vale más ante la
apreciación pública un buen deportista o un buen cantante (convertidos por la
publicidad en verdaderos ídolos), que un buen ciudadano, hombre trabajador y
honesto que construye silenciosamente la patria.

4. El vacío ético: una posible solución en la ética civil


Afirmamos, al comienzo de estas reflexiones, que sólo una nueva ética podría
llenar de hecho el inmenso vacío de nuestra sociedad colombiana. Tratemos
ahora de ilustrar, de manera genérica, el por qué, así como la naturaleza y
alcances de esta solución.
Junto con la conciencia del vacío ético, analizada en la primera parte, ha ido
creciendo también la conciencia y la convicción de que esta nueva ética ha de ser
de carácter "civil" o "ciudadano". La expresión no deja de tener sus dificultades y
de excitar reacciones de signo positivo o negativo. Pero ha de ser su propia
naturaleza la que permita esclarecer si ella puede responder o no a las
expectativas y necesidades que hemos considerado, así como disipar los posibles
temores.
Una ética civil pretende responder a las necesidades de una sociedad en la
que se conjugan principalmente los siguientes elementos: un cierto grado de
secularización; u ​ n ​pluralismo ​cada vez más extendido y admitido; y una
orientación fundamentalmente ​democrática.
La descripción fenomenológica del vacío ético, y nuestro intento de
profundización en él, fácilmente ponen de manifiesto que las características
anteriores se comprueban en nuestra sociedad colombiana.
Ella, en efecto ya no es una sociedad religiosa de cristiandad; sus opciones
ideológicas y políticas son cada vez más plurales; y su tendencia democrática, no
obstante los vicios y aberraciones anotadas, parece ser algo cada vez más exigido
por nuestro pueblo.
Por otra parte, una ética civil no pretende competir ni excluir otras opciones
éticas razonables, sino encontrar, explicitar y asumir el mínimo-ético común de
una sociedad secular y pluralista. "La ética civil —según la expresión de un
connotado moralista— es por lo tanto el mínimo moral común aceptado por el
conjunto de una determinada sociedad dentro del legítimo pluralismo moral. La
aceptación no se origina mediante un superficial consenso de pareceres, ni a
través de pactos sociales interesados. Esta aceptación es una categoría más
profunda: se identifica con el grado de maduración ética de la sociedad.
Maduración y aceptación son dos categorías para expresar la misma realidad: el
nivel ético de la sociedad" (Vidal M., "Ética civil", p. 16). .
Una ética civil tampoco pretende ser totalizadora de la vida de un pueblo; no
entra, por consiguiente, en competencia con ninguna religión, cada una de las
cuales tiene la posibilidad de elevar a una esfera diferente su comportamiento
ético y darle su último sentido de la relación con un Dios trascendente. Por esa
misma razón la religión está llamada a colaborar de manera decidida en la
construcción de una ética: no sólo aportando los elementos valiosísimos de su
tradición ética al "mínimo común", sino también brindando una motivación
profunda y unos medios que hagan capaces a los hombres de alcanzar su
realización ética.
Por ello, una ética civil no pretende ser portadora de su fundamentación
última sino que la presupone en otras. La ética civil se constituye por la aceptación
de la racionalidad compartida y por el rechazo a toda intransigencia excluyente. Se
ubica dentro de la legítima autonomía de la sociedad civil y extrae sus contenidos
de la conciencia ética de la humanidad y de las reservas éticas de un pueblo.

5. El vacío ético: la contribución cristiana a la conformación de una ética


civil

En los anteriores planteamientos procuré situarme en un terreno que, en la


medida de lo posible, fuera "neutral',' es decir, no confesional. Se trata, en efecto,
de favorecer un diálogo pluralista que permita llegar a un consenso mínimo, pero
indispensable para el desarrollo también "mínimo" o básico, de una vida
auténticamente humana en sociedad. Esta actitud de ninguna manera implica el
haber renunciado a nuestras más profundas convicciones cristianas, o el estar
dispuesto a renunciar a ellas. A este propósito juzgo muy importante precisar
algunos aspectos relativos a la contribución cristiana en la conformación de una
ética civil.
Para formular las siguientes precisiones tomo pie en las reservas y
orientaciones dadas, para una problemática similar a la nuestra, por la
Conferencia Episcopal Española en su Documento "La verdad os hará libres" (20
de noviembre de 1990).
∙ ​Como en todo auténtico diálogo, los participantes deben conservar y ​aportar
la riqueza de su propia identidad. La identidad cristiana deberá, por ​consiguiente,
estar presente con toda su fuerza y al mismo tiempo con toda su ​inmensa
capacidad de apertura.
∙ ​La colaboración cristiana, por consiguiente, no implica renunciar ni a la
totalidad ni a la integridad de los principios que constituyen la sustancia moral del
cristianismo y que por consiguiente no son negociables. Dicha colaboración,
desde su horizonte específicamente cristiano, ha de procurar contribuir al "mínimo
común ético" con el mayor número posible de aportes extraídos de su acervo
moral.
∙ ​Para favorecer la apertura, es necesario recordar que la oferta ética de la
moral cristiana no concurre competitivamente ni antinómicamente con los sistemas
éticos surgidos de la razón del hombre, rectamente orientada, ni coarta los
proyectos éticos propuestos por personas o grupos sociales. "El designio creador
y salvador de Dios, en efecto, no cancela la justa autonomía, sino más bien la
propicia y confirma (cfr. GS 41 b)". ("La verdad os hará libres", n. 51).
∙ ​El criterio para lograr el "consenso" que se busca no puede ser
simplemente la "vigencia" actual de principios o patrones de comportamiento en
una determinada sociedad. El verdadero criterio ha de ser el de la racionalidad
humana reflejada en ellos y la madurez ética que permite asumirlos críticamente.
∙ ​El cristianismo de ninguna manera puede renunciar a presentar, como
alternativa, la plenitud del mensaje evangélico ni diluir la moral cristiana en
"mínimos" aceptados por todos. Pero ello no le impide colaborar en la
conformación de un proyecto ético de contenidos aceptables por todos.
∙ ​La moral cristiana ha de contribuir además a impregnar la sociedad con ​ ​sus
propios principios y valores, tanto dentro como fuera de sí misma. Lo primero,
lo hará vigorizando sus propias posibilidades éticas; lo segundo, ofreciendo a la
sociedad su doctrina y la posibilidad del cumplimiento pleno de sus aspiraciones
morales.
∙ ​Finalmente, el cristianismo ha de dejarse enriquecer por los logros ​morales
alcanzados fuera de sus fronteras, a través del proceso de maduración ​ética que
vaya alcanzando la humanidad.

UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS


MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA JURÍDICA
SEGUNDO SEMESTRE DE 2008

PROLEGÓMENOS. EL VACIO ETICO EN LA SOCIEDAD


COLOMBIANA​ ​Gerardo Remolina, S.J​2

Introducción

Hablar del vacío ético de nuestra sociedad colombiana puede conducir fácilmente
a discursos moralizantes, tejidos desde perspectivas particulares o a
descripciones apocalípticas que señalen todo lo pervertido y desastroso de
nuestro comportamiento individual y social. Puede llevar, además, a concluir con
el anuncio de una gran catástrofe y a dictaminar sobre lo que ineludiblemente
sería necesario hacer.
Soy consciente de estos peligros, y sí sucumbo en algunos de ellos ante la
necesidad que siento de no hacer una disquisición puramente teórica y formal,
sino una reflexión que toque la realidad concreta, presento por anticipado mis
excusas.
No pretendo, por otra parte, hacer una presentación completa, y menos aún
exhaustiva, del vacío ético de nuestra sociedad; ello escapa a la percepción y al
análisis de cualquier observador particular. Sólo pretendo apuntar a algunos
elementos que juzgo fundamentales y que necesariamente han de ser discutidos ​y
complementados por todos ustedes.

2. El vacío ético: una constatación


Cada vez aparece de manera más recurrente, en el discurso ciudadano y en la
conciencia de los hombres de buena voluntad, la constatación de un vacío ético
en la conducta individual y social de nuestras gentes, que va engullendo en su
espiral los extraordinarios recursos materiales y humanos de nuestra herencia

2​
Tomado de: ​Programa por la paz. Colombia: una casa para todos. Debate ético. Bogotá: ​ ​Ántropos,
1991 (pp. 16-31)
común e imposibilita consecuentemente la realización de nuestras legítimas
aspiraciones sociales. Es preciso tomar conciencia de que, suprimido un valor
dentro de un determinado sistema ético, éste se desequilibra, si no es sustituido o
reemplazado por otro valor, y va produciendo un vacío cada vez más
desestabilizador que actúa a la manera de una reacción en cadena. Por otra
parte, y de manera lógicamente complementaria, cada vez es más frecuente
escuchar en nuestro medio la urgencia de constituir y fundamentar una nueva
ética que venga a llenar dicho vacío.
En efecto, la situación del país hace evidente el peligro de una sociedad que
se desintegra a pasos agigantados, y que a pesar de todos los esfuerzos hechos
—acertados unos, equivocados otros— no logra encontrar ni el método, ni los
contenidos, ni los resortes necesarios para aunar las voluntades, poner en dique a
la desintegración y construir la nueva sociedad que unos y otros anhelamos.
De una u otra forma, sin embargo, todos vamos cobrando una conciencia,
cada vez más clara, de que no es a través de la fuerza impositiva y coercitiva de
un poder absolutista de derecha, de izquierda, o de centro; ni a través de una
fuerza represiva —policiva o militar— garante de un "statu quo", como lograremos
establecer un nuevo orden y salir avante en la constitución de una sociedad
auténticamente humana. Porque la fuerza física no es, ni de lejos, una de las
principales características del ser humano y de su vida en sociedad. Tampoco
parece suficiente, aunque sea del todo necesaria, la constitución de un sabio
orden jurídico que regule con leyes apropiadas las relaciones de la convivencia
ciudadana.
Es necesaria una fuerza moral (contrapuesta a física) que brote y se
fundamente en las raíces mismas de la persona humana, en lo específico de su
mismo ser y que, a través de su racionalidad, aglutine, oriente y ligue a los
ciudadanos de manera insoslayable en un propósito común. Este propósito,
parece, no podría ser otro que la conformación de una convivencia ciudadana en
la que prime el respeto a la vida y el carácter inviolable de los derechos primarios
de la persona humana: su libertad y sus aspiraciones a una vida digna en la que,
la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y la cultura, así como la capacidad de
relación y asociación, encuentren la garantía y el respeto de todos. Dentro de esta
perspectiva, la indeclinabilidad de los deberes para con los demás se constituye
en un elemento indispensable de la vitalidad fundamental del organismo social.
En otras palabras, cada vez se hace más clara la necesidad de una nueva
ética: nueva, porque realmente inexistente en la conciencia y en las costumbres
de nuestra sociedad; nueva, porque ha de buscar o reencontrar, desde la
racionalidad humana, no sólo la normatividad que responda a situaciones,
necesidades y descubrimientos nuevos, que la vida ha ido haciendo emerger;
sino, nueva, sobre todo, por la fundamentación y revitalización de los vínculos que
—dentro de un legítimo pluralismo— liguen efectivamente a las voluntades, desde
dentro, en la prosecución del bien común.

2. El vacío ético: una descripción fenomenológica


La nueva ética ha de dar respuesta a los múltiples efectos del vacío ético que hoy
nos asfixia, entre cuyas manifestaciones podrían destacarse las siguientes:

∙ ​La falta de aprecio y de respeto por la vida humana, la cual es suprimida ​y


negociada por el sicariato, el terrorismo y el secuestro; o es sofocada y ​disminuida
por la desigualdad de oportunidades, la marginación, y la explotación ​laboral, en
aras del egoísmo de individuos o grupos.
∙ ​La ausencia de tolerancia ideológica, social y política que no encuentra ​otra
forma de plenitud distinta de la supresión física o moral del adversario, la
liquidación del opositor, el exterminio de quienes piensan de manera diferente, o
persiguen intereses distintos de los propios.
∙ ​La falta de una libertad real para muchos, junto con la tolerancia y la
permisividad casi total para otros, amparados socialmente por el subjetivismo, el
relativismo y el escepticismo moral.
∙ ​La carencia de principios éticos explícitos acerca de los que constituye el
origen del derecho, frente a la aberrante prepotencia del poder físico, económico,
político o social, invocado y esgrimido como fuente de aquél.
∙ ​Los graves vacíos en la administración de la justicia, a cansa «le la
venalidad do los jueces o de su temor a desaparecer "ajusticiados" por la
irracionalidad de la fuerza bruta​; ​y la impunidad, con no poca frecuencia, calculada
y planeada.
∙ ​La incapacidad para asumir las responsabilidades inherentes a la ​ ​posición,
al empleo o al trabajo, tan codiciados en los sectores públicos.​ ​∙ ​La indolencia,
inadvertencia e inoperancia inveterada de los sectores ​ ​políticos y administrativos
frente a las necesidades sociales de sus ​ ​conciudadanos, especialmente en los
rincones más alejados de los centros de ​ ​poder, o en los sectores marginados de
nuestros campos y ciudades.​ ​∙ ​El desenfreno de la avaricia de dinero que no se
detiene ante diques de ​ ​ninguna naturaleza y practica desde el peculado hasta el
fraude y el soborno.​ ​∙ ​La inescrupulosidad en el aprovechamiento abusivo de los
dineros ​ ​públicos para el enriquecimiento egoístico, así como la habilidad para
engañar y ​ ​defraudar al estado.
∙ ​La ignorancia afectada con relación a la función primaria de la propiedad
privada, especialmente de los bienes productivos, así como de la función social de
la profesión y de las cualidades personales.
∙ ​La prescindencia y el silencio con relación a los deberes y obligaciones
individuales y sociales, frente a la exaltación, necesaria y urgente de los derechos
humanos, hecha de manera unilateral.
∙ ​La falta de sentido de la responsabilidad en el cumplimiento de los ​deberes
más sagrados, como la paternidad responsable, hasta aquellos que hay ​que
ejercer con la participación ciudadana en las urnas, en los debates públicos ​en las
campañas sociales y en las demostraciones de solidaridad y de protesta.
∙ ​La deshonestidad electoral con la venta de votos y los demás vicios que
han corrompido nuestro régimen democrático, como el tráfico de influencias.
∙ ​El vacío de veracidad causado por la mentira y el engaño, por la falta de
sinceridad en los diálogos, por la infidelidad a la palabra dada y a los acuerdos y
pactos ciudadanos.
∙ ​La tendencia hacia un absolutismo de los medios de comunicación ​social,
algunos de los cuales no respetan la intimidad ni el dolor de las personas, ​ni las
razones de utilidad común, con tal de causar "sensación en la opinión ​pública y
recaudar óptimas ganancias comerciales. La manipulación que hacen de ​la verdad
con informaciones sesgadas y parciales; el fomento por sí" mismas de ​las
confrontaciones entre ciudadanos y grupos, la desinformación y divulgación de
valores que socavan la moralidad pública, como la violencia y la infidelidad.
∙ ​La exaltación de principios engañosos que sirven de sustento a ​posiciones
como la "Seguridad Nacional", o la defensa del "Orden Institucional" sin ​más,
excluida la referencia a otros principios superiores; igualmente la aceptación
práctica de principios tales como "El fin justifica los medios".
∙ ​El desmoronamiento progresivo de instituciones básicas del tejido social,
como la familia humana; el refugio en la intimidad personal que hace posible el
juego de la "doble moral", etc.
Ojalá que la enumeración anterior, muy incompleta por cierto, no se perciba
como fruto de una visión excesivamente pesimista. Por el contrario: ha de
entenderse como un esfuerzo por reconocer con sinceridad nuestros males y
buscar los remedios que parezcan más apropiados, acudiendo a las reservas
éticas de nuestro pueblo.
Tratando de hacer una síntesis, me atrevo a decir que la nueva ética ha de
responder al vacío causado por la ausencia de racionalidad humana en no pocos
de los procederes ciudadanos; vacío que ha sido llenado por predominio de la
sin-razón y de la fuerza; por la prevalencia de la irresponsabilidad sobre la
conciencia de los deberes fundamentales; por la primacía del subjetivismo frente
a la objetividad del bien común, y de lo privado frente a lo público.

3. El vacío ético: un intento de profundización


La anterior descripción fenomenológica del vacío ético, en la que se mezclaban
quizás causas y efectos, no es más que una invitación a profundizar, más allá del
fenómeno, en los hechos que se hallan detrás de ese vacío.
Pero antes de descender a lo que juzgo más fundamental, deseo anotar
—como ya lo han hecho otros analistas— que en nuestra patria dicho vacío en su
globalidad ha sido causado por el rechazo o por el olvido de una ética, y más
exactamente de una moral, que tradicionalmente se había identificado con la
religión católica. Esta moral impregnó, de manera casi exclusiva durante muchas
décadas, el ​ethos ​del pueblo colombiano. Sin embargo, por razones históricas y
culturales, que no es del caso analizar en esta exposición, dicha moral no ​alcanzó,
a permear suficientemente los comportamientos públicos en el orden ​social,
económico y político.
Por otro lado, se ha dado con frecuencia una confusión entre Religión y
Ética. Ello se ha debido tanto al ambiente cultural como a la necesaria relación
que existe entre una y otra; igualmente a algunos modos históricos de proceder
por parte de los cristianos. Al fin y al cabo, la fe conlleva y exige comportamientos
y conductas no sólo individuales sino también sociales. Un discurso
excesivamente moralizante, o una inadecuada posición frente al mundo de lo
político, en nombre de una Religión, hacen que el rechazo valga para las dos.
A esa ambigüedad han contribuido también en las tres últimas décadas
algunas instituciones educativas (Colegios y Universidades católicas), las cuales,
ante la dificultad de afrontar directamente los problemas religiosos, optaron por
convertir sus cátedras de Religión en cátedras de Ética o de problemas
relacionados con el comportamiento humano, como la sexualidad y otras formas
de relación con los demás (la amistad, el amor, la dinámica de las relaciones
humanas, etc.).
Por otra parte, el impacto de la secularización, generalizada en la segunda
mitad del presente siglo, produjo en sociedades como la nuestra no
suficientemente preparadas para soportar sus embates, un quiebre religioso,
ideológico y ético más vecino quizás del secularismo y del ateísmo que de la
misma secularización. La justa autonomía de las así llamadas realidades terrenas
como la ciencia, la cultura y la política, fue acogida también con gran alborozo en
el terreno del comportamiento humano, el cual pasó en muchos campos del
abandono de la tutela religiosa al abandono de la misma Ética. El rechazo de la
religión fue vivido de hecho también como un rechazo do la ética, en cuanto
sinónimo de la moral que la religión había propugnado y sostenido. Pero
fundamentar una nueva ética no es asunto fácil ni que se improvise; por ello
hemos quedado en buena parte flotando en el vacío. A lo anterior se ha añadido la
explosión de conocimientos, de tecnologías y de posibilidades anteriormente
desconocidas para el hombre y que han puesto en sus manos instrumentos que le
permiten manipular, cada vez más, no sólo la naturaleza cósmica, sino también su
misma humanidad; desde la genética hasta los procesos sociales. Ante esa nueva
realidad, el hombre se ha encontrado sorprendido y muchas veces inerme desde
el punto de vista ético.
∙ ​El primer vacío que se detecta en nuestra sociedad, y en un nivel ​bastante
generalizado, aún en personas cultas y expertas en asuntos sociales, ​dice relación
precisamente con el ​concepto de ética. Y ​ lo primero que hay que ​decir dada la
historia de donde venimos, es que ética no es lo mismo que religión, ​aunque las
grandes religiones hayan sido tradicionalmente portadoras de ​extraordinarios
principios e ideales éticos, los cuales conducen necesariamente a ​formas
específicas de comportamiento no sólo privado sino social. Así, por ​ejemplo, el
Dios bíblico se manifiesta radicalmente interesado en la terrenidad del ​hombre y
en la organización de su vida en sociedad.
∙ ​La ética tampoco puede confundirse con el conjunto de ​normas ​que ​regulan
las relaciones de los hombres en el orden jurídico (leyes), en el orden ​social
(instituciones), en el orden cívico (conductas particulares convencionales), ​en el
orden político (manejo de los medios para el bien común), o en el orden
sociológico (frecuencia de los hechos sociales). Ello, aunque dichos códigos
normativos pueden consagrar en una o en otra forma principios auténticamente
éticos.
Creo importante referirme a esto porque, con no poca frecuencia, se
postulaba en el reciente debate constitucional la necesidad de una nueva ética,
refiriéndose a la necesidad de una nueva Constitución política o carta jurídica
fundamental para el país, incurriendo así en una lamentable confusión. La ética se
sitúa más allá de todo orden positivo, pues hunde sus raíces en la humanidad
misma del hombre, explicitada a través del uso legítimo de su racionalidad.
Resulta altamente peligroso confundir la ética con cualquier ordenamiento positivo,
pues ella es la instancia última para juzgar los códigos normativos de una
sociedad. En efecto, algo puede ser legal y simultáneamente injusto; consagrado
por una ordenación jurídica, social o política, y ser lesivo de derechos humanos
fundamentales. "En las sociedades primitivas —afirma el filósofo Aranguren— no
existe ni tan siquiera la distinción real entre lo moral, lo social y lo jurídico; por
tanto, menos aún, cabe su distinción conceptual. Todo aquello se halla confundido
en unos ​mores q ​ ue son, a la vez, usos sociales, costumbres morales y preceptos
jurídicos (no escritos o apenas, pero vigentes). Es lo que Hegel llamaría sustancia
ética ingenua" (J.L.L. Aranguren, "Ética y Política"; Madrid, 1968 2, p. 35).
∙ ​Junto con la concepción de ética, es preciso llenar el vacío de la ​conciencia
y de la sensibilidad éticas, causado por la ausencia de la ​imprescindible referencia
de cada individuo al otro y a los otros, reconocidos como ​semejantes, partícipes
de la misma humanidad, dotados de los mismos derechos ​originarios y ante
quienes se es responsable; igualmente la conciencia de ​pertenencia a la
comunidad humana, como única posibilidad de realización, y ​como acreedora y
necesitada del aporte de cada uno de los individuos en la ​realización de un mismo
destino común.
∙ ​Pero no basta la conciencia ética si no va acompañada de una ​sensibilidad
peculiar hacia el otro que impulse a abandonar las apetencias del ​propio egoísmo
individual o de grupo. El egoísmo, insensible a los demás, entra ​necesariamente
en conflicto con el bien común. "Se lo puede contener, hasta ​cierto punto, por
medio de la ley, con la policía, con el poder judicial y las ​prisiones. Pero hay un
límite para el porcentaje de la población que puede ser ​retenida en prisión, y
cuando el egoísmo traspasa ese límite, los agentes de la ley, ​y aún la ley misma,
tienen que hacerse más tolerantes e indulgentes. Así, el bien ​común se deteriora.
No solamente es menos eficiente, sino que se encuentra ​también con la dificultad
de ejercer una justicia equitativa en el momento de decidir ​cuáles son las
injusticias que han de ser toleradas" (Lonergan, "Método en ​Teología", p. 58). Esto
explica, paradójicamente, la inexplicable expresión de uno ​de nuestros
mandatarios, cuando afirmaba hace algunos años: "Es necesario ​reducir la
inmoralidad a sus justas dimensiones".
∙ ​Las leyes y las normas de un país pueden ser extraordinariamente ​sabias;
pero serán perfectamente ineficaces y vacías si no son asumidas por una
sociedad y por unos individuos conscientes de la ​obligación m ​ oral que los ata de
manera ineludible a proceder de acuerdo con su propia humanidad y con los
demás seres que comparten su misma naturaleza.
∙ ​El vacío de que venimos ocupándonos ha de llenarse con ​principios y
criterios é​ ticos fundamentales, valederos en sí mismos a causa de su racionalidad
y de su fuerza humanizadora. Principios que formulen las exigencias básicas de la
humanidad, considerada desde el núcleo específico que la constituye y desde el
conjunto colectivo de seres humanos en mutua interacción.
∙ ​El vacío ético seguirá siendo tal mientras no se establezcan los ​valores
fundamentales de la persona y de la sociedad humana que trasciendan lo
simplemente agradable o desagradable, lo placentero o doloroso, lo satisfactorio o
insatisfactorio. Líneas y dinamismos de preferencia que conduzcan, por ejemplo,
de lo agradable a los valores vitales, de lo vital a lo social, de lo social a lo cultural,
de lo cultural a lo personal, de lo personal a una auténtica trascendencia o
superación de sí mismo y de la sociedad. La apreciación de estos valores ha de
conducir a una correspondiente ​jerarquización ​o escala de preferencia: el bien
integral sobre el bien parcial; el bien social sobre el bien particular.
∙ ​Lo anterior hace necesaria una continua y atenta ​reflexión ética, ​promovida
por diversas instancias sociales, que permita ir explicitando, formulando ​y
criticando las estimaciones y valores éticos que constituyen nuestro ​patrimonio
común.
∙ ​A la base de nuestro vacío ético se halla por lo demás, en no pequeña
proporción, la ausencia de una ​educación ​ética de la niñez, de la juventud y de las
personas adultas. Igualmente la ausencia de una formación ética en cada una de
las profesiones y la carencia de códigos éticos fundamentales, o de axiologías
propias de las diversas instituciones, organizaciones y empresas que constituyen
el tejido social. Así, por ejemplo, hoy se hace imprescindible la formulación de una
ética propia ​del E ​ stado y de los funcionarios públicos.
∙ ​Esta educación no ha de renunciar al ideal de formar al ​hombre virtuoso ​de
que hablaran los filósofos griegos, es decir, al hombre no sólo consciente de ​sus
obligaciones, sino capaz de realizarlas: al hombre dotado de la fuerza, de la
"virtus" que lo hacen verdaderamente libre para llevar a la práctica sus deberes y
sus ideales. Al hombre que, por su sabiduría, adquiera una especie de instinto de
humanidad para descubrir y realizar el bien; que no sólo aprecie los valores, sino
que esté efectivamente disponible para ellos. Porque si es importante la
normatividad, lo es mucho más la constitución del ​sujeto ético, t​ anto individual
como colectivo.
Ni ha de renunciarse en este proceso educativo a presentar y a animar en la
prosecución de los grandes ​ideales ​éticos de la humanidad, revaluando, por
ejemplo, el ideal máximo del amor y la necesaria opción por el sacrificio que éste
comporta, hasta entregar la propia vida, bien sea en la oblación del trabajo y la
lucha cotidiana, bien sea con la misma muerte. La humanidad no logrará ser
plenamente humana si no asume como reto la máxima meta de sus
posibilidades.
∙ ​Finalmente, el vacío ético ha de ser llenado complementariamente con
instancias sociales de ​sanción moral (​ diferentes de las meramente penales), por
medio de las ¡cuales se estimule el bien-obrar y se desacredite ante la sociedad
todo género de conductas reprobables. La comunicación social y sus ​diversos
medios ocupan una posición privilegiada para el ejercicio de esta función: ​no sólo
en el sentido de excluir los antivalores que infortunadamente han venido
consagrando, sino también en el sentido de recrear los patrones de la exaltación
ciudadana. A causa de los medios de comunicación social, hoy vale más ante la
apreciación pública un buen deportista o un buen cantante (convertidos por la
publicidad en verdaderos ídolos), que un buen ciudadano, hombre trabajador y
honesto que construye silenciosamente la patria.

4. El vacío ético: una posible solución en la ética civil

Afirmamos, al comienzo de estas reflexiones, que sólo una nueva ética podría
llenar de hecho el inmenso vacío de nuestra sociedad colombiana. Tratemos
ahora de ilustrar, de manera genérica, el por qué, así como la naturaleza y
alcances de esta solución.
Junto con la conciencia del vacío ético, analizada en la primera parte, ha ido
creciendo también la conciencia y la convicción de que esta nueva ética ha de ser
de carácter "civil" o "ciudadano". La expresión no deja de tener sus dificultades y
de excitar reacciones de signo positivo o negativo. Pero ha de ser su propia
naturaleza la que permita esclarecer si ella puede responder o no a las
expectativas y necesidades que hemos considerado, así como disipar los posibles
temores.
Una ética civil pretende responder a las necesidades de una sociedad en la
que se conjugan principalmente los siguientes elementos: un cierto grado de
secularización; u ​ n ​pluralismo ​cada vez más extendido y admitido; y una
orientación fundamentalmente ​democrática.
La descripción fenomenológica del vacío ético, y nuestro intento de
profundización en él, fácilmente ponen de manifiesto que las características
anteriores se comprueban en nuestra sociedad colombiana.
Ella, en efecto ya no es una sociedad religiosa de cristiandad; sus opciones
ideológicas y políticas son cada vez más plurales; y su tendencia democrática, no
obstante los vicios y aberraciones anotadas, parece ser algo cada vez más exigido
por nuestro pueblo.
Por otra parte, una ética civil no pretende competir ni excluir otras opciones
éticas razonables, sino encontrar, explicitar y asumir el mínimo-ético común de
una sociedad secular y pluralista. "La ética civil —según la expresión de un
connotado moralista— es por lo tanto el mínimo moral común aceptado por el
conjunto de una determinada sociedad dentro del legítimo pluralismo moral. La
aceptación no se origina mediante un superficial consenso de pareceres, ni a
través de pactos sociales interesados. Esta aceptación es una categoría más
profunda: se identifica con el grado de maduración ética de la sociedad.
Maduración y aceptación son dos categorías para expresar la misma realidad: el
nivel ético de la sociedad" (Vidal M., "Ética civil", p. 16). .
Una ética civil tampoco pretende ser totalizadora de la vida de un pueblo; no
entra, por consiguiente, en competencia con ninguna religión, cada una de las
cuales tiene la posibilidad de elevar a una esfera diferente su comportamiento ​ético
y darle su último sentido de la relación con un Dios trascendente. Por esa ​misma
razón la religión está llamada a colaborar de manera decidida en la ​construcción
de una ética: no sólo aportando los elementos valiosísimos de su ​tradición ética al
"mínimo común", sino también brindando una motivación ​profunda y unos medios
que hagan capaces a los hombres de alcanzar su ​ ​realización ética.
Por ello, una ética civil no pretende ser portadora de su fundamentación
última sino que la presupone en otras. La ética civil se constituye por la aceptación
de la racionalidad compartida y por el rechazo a toda intransigencia excluyente. Se
ubica dentro de la legítima autonomía de la sociedad civil y extrae sus contenidos
de la conciencia ética de la humanidad y de las reservas éticas de un pueblo.

5. El vacío ético: la contribución cristiana a la conformación de una ética


civil

En los anteriores planteamientos procuré situarme en un terreno que, en la


medida de lo posible, fuera "neutral',' es decir, no confesional. Se trata, en efecto,
de favorecer un diálogo pluralista que permita llegar a un consenso mínimo, pero
indispensable para el desarrollo también "mínimo" o básico, de una vida
auténticamente humana en sociedad. Esta actitud de ninguna manera implica el
haber renunciado a nuestras más profundas convicciones cristianas, o el estar
dispuesto a renunciar a ellas. A este propósito juzgo muy importante precisar
algunos aspectos relativos a la contribución cristiana en la conformación de una
ética civil.
Para formular las siguientes precisiones tomo pie en las reservas y
orientaciones dadas, para una problemática similar a la nuestra, por la
Conferencia Episcopal Española en su Documento "La verdad os hará libres" (20
de noviembre de 1990).
∙ ​Como en todo auténtico diálogo, los participantes deben conservar y
aportar la riqueza de su propia identidad. La identidad cristiana deberá, por
consiguiente, estar presente con toda su fuerza y al mismo tiempo con toda su
inmensa capacidad de apertura.
∙ ​La colaboración cristiana, por consiguiente, no implica renunciar ni a la
totalidad ni a la integridad de los principios que constituyen la sustancia moral del
cristianismo y que por consiguiente no son negociables. Dicha colaboración,
desde su horizonte específicamente cristiano, ha de procurar contribuir al "mínimo
común ético" con el mayor número posible de aportes extraídos de su acervo
moral.
∙ ​Para favorecer la apertura, es necesario recordar que la oferta ética de la
moral cristiana no concurre competitivamente ni antinómicamente con los sistemas
éticos surgidos de la razón del hombre, rectamente orientada, ni coarta los
proyectos éticos propuestos por personas o grupos sociales. "El designio creador
y salvador de Dios, en efecto, no cancela la justa autonomía, sino más bien la
propicia y confirma (cfr. GS 41 b)". ("La verdad os hará libres", n. 51).
∙ ​El criterio para lograr el "consenso" que se busca no puede ser ​ ​simplemente la
"vigencia" actual de principios o patrones de comportamiento en​ ​una determinada
sociedad. El verdadero criterio ha de ser el de la racionalidad ​ ​humana reflejada en
ellos y la madurez ética que permite asumirlos críticamente.
∙ ​El cristianismo de ninguna manera puede renunciar a presentar, como
alternativa, la plenitud del mensaje evangélico ni diluir la moral cristiana en
"mínimos" aceptados por todos. Pero ello no le impide colaborar en la
conformación de un proyecto ético de contenidos aceptables por todos.
∙ ​La moral cristiana ha de contribuir además a impregnar la sociedad con ​sus
propios principios y valores, tanto dentro como fuera de sí misma. Lo primero, ​lo
hará vigorizando sus propias posibilidades éticas; lo segundo, ofreciendo a la
sociedad su doctrina y la posibilidad del cumplimiento pleno de sus aspiraciones
morales.
∙ ​Finalmente, el cristianismo ha de dejarse enriquecer por los logros ​morales
alcanzados fuera de sus fronteras, a través del proceso de maduración ​ética que
vaya alcanzando la humanidad.

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