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Ciencias sociales

Jean-JacquesRousseau

Del Contrato social


Discurso sobre las ciencias
y las artes
Discurso sobre el origen
y los fundamentos de la
desigualdad entre los hombres

Prólogo, traducción y notas


de Mauro Armiño

El libro de bolsillo
I3 Sociología
Alianza Editorial
Libro 1

Quiero averiguar si en el orden civil puede haber alguna re-


gla de actministración legítima y segura, tomando a los
hombres tal como son, y a las leyes tal como pueden ser: tra-
taré de unir sienipre en esta indagación lo que el derecho
permite con lo que prescribe el interks, a fin de que la justi-
cia y la utilidad no se hallen separadas.
Entro en materia sin probar la importancia de mi tema. Se
me preguntará si soy príncipe o legislador para escribir so-
bre la Política. Respondo que no, y que por eso es por lo que
escribo sobre la Política. Si fuera príncipe o legislador, no
perdería mi tiempo en decir lo que hay que hacer; lo haria, o
me callaría.
Nacido ciudadano de un Estado libre4,y miembro del so-
berano**, por débil influencia que pueda tener mi voz en los
asuntos públicos, el derecho de votarlos basta para impo-
nerme el deber de instruirme en ellos. ~ D ~ c ~ ocuantas
s o , ve-
* La República de Ginebra.
** Aunque por «el soberano))se ha entendido el Consejo General de
Ginebra, Rousseau esta seiialando al pueblo ginebrino de forma gene-
ral, como lo prueba el fragmentodel Discuno sobn la desigunldad (vti-
se infro, phgs. 205-206). Posteriormente, en kr Optar escritcu de& &a
ccs iiiedito sobre los Gobicriios, cle eiicoiit rar sieiiipre cii
iuis iiit!iig;~~-ioiic~s I-;IZOIICS p;~i-í~
i~tit~vi~s : ~ i i i i ~id
i - tlt*I I I pi~ís!
~

El hombre ha iiacido libre', y por doquiera esti eiicadeiiado.


Hay quien se cree amo de los demás, cuando iio deja de ser
1116sesclavo que ellos. ¿Cómo se ha producitlo este canibio?
Lo ignoro. ¿Qué es lo que puede hacerlo legít inio? Creo po-
der resolver esta cuestióii.
Si no considerara más que la fuerza y el efecto que de ella
deriva, yo diría: mientras un pueblo esté obligado a obede-
cer y obedezca, hace hieii; tan pronto como pueda sacudir el
yiigo y lo sacuda, hace aún mejor; porque al recobrar su li-
bertad por el misiiio derecho que se la arrebató, o tiene ra-
zón al recuperarla, o no la tenían en quitársela. Mas el orden
social es un derecho sagrado, que sirve de base a todos los
demás. Sin embargo, tal derecho no viene de la naturaleza:
está, pues, basado en las convenciones. Se trata de saber cuá-
les son esas convencioiies. Antes de llegar a ello tlebo fijar lo
qiie acaho de expoiier.

rrrorrtrrritr, Itoussciiii iiliidirri al (:oiiscjo (;c~icriiltlc (;iiic*l)rii,por opibsi-


cióti al Pequeño <:oiisejo, coino usuberniio de su propio jcfe: i.1es lii ley
viva y fundamental que da vida y fuerza a todo lo deinás, y que no cono
ce otros derechos que los suyos. El Coiisejjo Geiieral tio cs una orden en
el Estado, es el Estado niisnio)).
* Aunque la noción de libertad del hombre era afirnlada por la mayoría
de los teóricos del Derecho natural contemporáneo, Kousseau añade un
concepto nuevo: el de que esa libertad natural es inalienable y que na-
die, bajo ningún pretexto, puede despojar al hombre de ella; en el cayf-
tulo 1V añadirá: ((Renunciara su libertad es renunciar a su cualidad de
hombre)).Esta fbrmula rousseauniana será acogida en la Declaraciótr de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano al producirse la Revolución
francesa (1789) en el artículo 1: ((Loshombres nacen y permanecen li-
bres e iguales en derechos».
1.a n ~ á antigua
s de todas las sociedades y la única iiatural es
la fainilia*. Con todo, los hijos sólo permanecen vinculados
al yitdre el tieiiipo cii que iiecesitaii de él para conservarse.
Tan proiito como esa necesidad cesa, el vínculo natural se
disuelve. Exentos los hijos de la obediencia que debían al pa-
dre, exento el padre de los cuidados que debía a los hijos,
&dos vuelveii a la independencia. Si continúan permane-
ciendo unidos, ya no es natural, sino voluntariamente, y la
familia misma sólo se mantiene por convención.
Esta libertad coinún es una consecuencia de la naturaleza
del hombre. Su primera ley es velar por su propia conserva-
ción, sus primeros cuidados son aquellos que se debe a sí
mismo, y taii pronto como está en edad de razón, por ser él
el único juez de los medios i d h e o s para conservarse, se
convierte coi1 ello cn su propio amo.
Por tanto, la fainilia es, si se quiere, el primer modelo de
las sociedades polit icas; el jefe es la imagen del padre, el pue-
blo es la imagen de los hijos, y habiendo nacido todos igua-
les y libres, sólo enajenan su libertad por utilidad propia.
'Ii)da Iii diferencia estriba en que, en la familia, el amor del
padre por sus hijos le resarce de los cuidados que les prodi-
ga, y que, cn el Estado, el placer de inandar suplc ese amor
que el jefe iio tienc por sus pueblos.
Grocio niega que todo poder humano esté establecido en
favor de aquellos que son gobernados: cita la esclavitud
como ejemplo4*. Su manera más constante de razonar es es-
tablecer siempre el derecho por el hecho l . Podría emplearse
un método más consecuente, pero no más favorable a los ti-
ranos.
* En este fragmento Rousseau se basa en el Ensayo sobre el gobierno ci-
vil, de Locke.
** Grocio, De jure belli acpacis, 1, cap. 111,8; pero mds que una cita es
uti triislrido textual de dos frases de Grocio.
Es, pues, dudoso, según Grocio, si el género humano per-
tenece a un centenar de hombres, o si ese centenar de hom-
bres pertenece al género humano, y en todo su libro parece
inclinarse por la primera opinión: ésa es también la impre-
sión de Hobbes4. De este modo, he ahí a la especie humana
dividida en rebaños de ganado, cada uno con su jefe que lo
guarda para devorarlo.
De igual modo que un pastor es de una naturaleza supe-
rior a la de su rebaño, los pastores de hombres, que son sus
jefes, son también de naturaleza superior a la de sus pueblos.
Así razonaba, según la relación de Filón, el emperador Ciili-
gula4*sacando fácilmente en consecuencia de esa analogi'~
que los reyes eran dioses, o que los pueblos eran animales.
El razonamiento de ese Calígula equivale al de Hobbes y
Grocio. Antes que todos ellos Aristóteles*" había dicho
también que en modo alguno son naturalmente iguales los
hombres, sino que unos nacen para la esclavitud y otros
para la dominación.
Aristóteles tenía razón, pero tomaba el efecto por la cau-
sa. Todo hombre nacido en la esclavitud nace para la esclavi-
tud, nada es más cierto. Los esclavos lo pierden todo en sus
cadenas, liasta el deseo de salir de ellas; aman su servidum-
bre con10 los compañeros de Ulises amaban su embruteci-

* Ningún texto de Hobbes, según Robert Derathé, perniite concluir


«que haya pensado que la monarquía se ejerce para beneficio exclusivo
del monarca. El sentir de Hobbes sería más bien que el gobierno mo-
nárquico es el mejor porque el interés del rey y de los súbditos coinci-
den». Esta tesis será combatida por Rousseau eti el capítulo IV del li-
bro 11 1.
** Filón fue aiitor de una De Legatiorie ad Caiurn, traducida al francés
en 1668 bajo el título de Rélatiorifaite par Philorl de I'Aazl~assadedont il
rsiuit le chef; erzvoyéepar lesluifs d'Alexandrie vers I'E~nperuvrCaiks Ca-
ligriltr, inserta eii el toiiio 11 de la Histoire des jrtifs, de Flavio Josefo(Pa-
rís, 1687).
"' Rousseau conocía el pasaje de Aristúteles por hiillnrse citado por
l ) ~ ~ f t - ~ ~VIIc l 1o r)fj111.v
~ tuttlirtw 01 ,qe~ititit~l.
mierito2.Por tanto, si hay esclavos por naturaleza, es porque
hubo esclavos contra naturaleza. La fuerza hizo los primeros
esclavos, su cobardía los ha perpetuado.
No he dicho nada del rey Adán, ni del emperador Noé, pa-
dre de tres grandes monarcas que se repartieron el universo,
coino hicieron los hijos de Saturno, a quienes se ha creído
reconocer en aqiiéllos*. Espero que se me agradezca esta
moderación; porque, si desciendo' directamente de uno de
esos príncipes, y quizá de la rama primogénita, ¿quién sabe
si mediante la verificación de los títulos, no resultaría yo el
legít iiiio rey del género humano? Sea como fuere, no se pue-
de coiit radecir qiic Adán fiie soberano del mundo, como Ro-
hins<iiide su islíi, iiiieiitrns fue el iíiiico habitante; y lo que
liabiri de cóinodo en este imperio era que el monarca, seguro
en su trono, no tenía que temer ni rebeliones, ni guerras, ni
consy iradores-

Cupít ulo 111. I)cl dereclio del másfuerte

El niás fuerte nunca es bastante fuerte para ser siempre el


anio si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia
eii deber. 1)e alii el derecho del más fuerte; derecho tomado
iróiiicamente en apariencia, y realmente establecido en
principio. Pero ¿nos explicarán alguna vez esta palabra? La
fuerza es iin pocler físico; no veo qué moralidad puede resul-
tar de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad,
no de voluntad; es todo lo más un acto de prudencia. ¿En
qué sentido podrá ser un deber?
Supongamos por un momento ese presunto derecho. Yo
afiriiio que de él no resulta más que un galimatías inexplica-

* Aliide al libro de Uobert Filnier, Patriarcha, or the nattrrcllpower o/


kitigs (l.oiiJres, 1 hXo), que Locke había refutado (Tratado ilel Gobierno
t - i l ~ i l11.
,
IjIíx. ~ ~ I)I~OI~IO
I ' ~ i . t l t iIíiii ~ 0 i i 1 0SL'~I Iíi tiiCi.7il Iii CIII,.' Iiiisii c.! I ! ~ - -
l~ccllo,cal cIi~c-10c ~ : i l l l l ~ i ;t l. 0 1 1 lii c.;llls:l; 10tI~i l t l < l./il( [ i l t *stll)*,i ,;1
I;I pi.iiiicrii, .;iic.t.tlcl ;isil tlcbi-ct-110.I ) t ~ ~ I c . c *1111 l ) l i i c i i i o c i i cli!, se
puccle c l c s o l ~ c t l ei~i i ~i ~~~i i i i i e i i i t ~ i a;c*i ~ c~ . ~, t i cIiii~~ l vi.l ~I i~g í t i ; I ;I-
~ i i c ~ i i ~ cd,a d o q i i c el iiiíís f'iici-icl i i c tic s i c i i i l j r c i-iiztiii, iif,se
lr;itii si110clc o l > l ~ ; i l ~ c s1lc~l~te lc~ l ] i l e llIl0 sc1;1 111;í\ l t l c ~ r l c ~/':I,o-
t k l .
i-ii l)it.ii, i(l116( I c ~ r c i l i ocs i.sc cliic I ~ c r c ' i cc~~ ~ i ; i i i ~13I of'iit.-,za
i e s i i ? Si Iiaj' q i i c b ol>cclcs~:rp o r 1'iici.zii. i i o Iiíiy iici-c.sida!l tle '

0l)c'cll'cei- [)Or t!cbl>~i-, )' S¡ I i i l O Y i l 110 cstií I,)i-ziitIO il O l X ' t l c , ~cr,


110C S L ol>ligatlo
~ ;iCUO. SC poi-I i i i i i o c l i i t ' t ' > I ; i piilal>i.;itlc-
~ltv.t*c-lto i i i i c l ~iiiiiitl~~
i ;I Iíi 1.ticr~;i;:icliií i i o s i g i i i l i t ;I i i i i c l i i CII ,iI)-
S ( )liit0'

( ) l ) e ~ l e c - ~íid10s ~)odci.cs.Si CSIO c l i i i c i . ~tlca ir ~c.clcclii Iii


t'iicrzn, precepto es hiieiio, yero s i i p c i ~ t l u o :i - c s p o i i d o de
qiic> iiiiiicrt scríÍ \,¡olado. ' l i h podcbr \,ic*iic t l c I )¡os', lo e-oii-
t'icso; ~ w i - Otiiiiil)ii.ii viciie d(: 61 todit ~ i i l i ~ i . i i i c ~ i~( )l u~ idc .r c ~
t ~ tltx.ir ~ o c l t i t > tasiií 171-oliil ~itlo Iliiiii~ii~ ;il i i ~ c ; c I i ~ ~ o ? iiii I ) i i i ~ -
()iicb

d i t l o i i i c soi-pi.c.iicl;i c i i iiii i-iiic t i 1 1 {II.iiii I ~ ) x q i i : : :iio stilt) Iiiiy


qut* c I i i i . I i 1u)r Iii(-i-z.i I;i I)ols;i, s i i i o cliic', ; i i i i i t 1 t 1 ~yo - ~~iiclicrii
s i ~ s i r í ~ C ~ s ctbsioy I ; ~ , ~ Y Ic ~ o ~ ~ i i c i ioc l~~i li i g ~ ~;IccI,ii l o sclii, ~ ~ o i . c l u ~
{*II iíltiiiiii ~ I I S ~ ~ I I I Ciii I;I l~i*;t~Iii t l i i t ' Iit%ii~* tiiiiiI>i~'ii <&Sti11 1 ~ ) ~ I ~ ~ r
( : ~ ~ l l \ ~ í ~ ~ l ~~~I Ii li ti ~l S o, s , l t l t - l ~ / ; llill II;I~,~
l,IiltS l l ~ ~ i - c ~ ),~ ~i l lt l c~ l ,
stilo se csi;i ohligiiclo a ol)cclc.c-ciii los potlci-csI ~ ~ ~ ~ í i i i.\sí, iios.
llli c l l t ~ s l i ( í i tlc>l
1 pl-ilie-i})i(b \ ~ t i i l i \I l 1~; l ~V t . 7 111;ís.
i 1 1 : i c ~ i l i o , c l i i c ~ liii, piicbs, Ins c.oii\,c.iicic,iic~sc o i i i o I);ise io, 1,)
;iiiioi-itl,itl Ic.gii iiiiii c.ii~i.c, los Iioiiil)i-es.
Si iiii ~);ir~ic-~il;ir, dice (;i-ocio, piiedc c~ii;ijeii;ii >.tili0~:rt;itl j,
li.,
, c- c,i-t. bescl;i\ ( 1 d e iiii aiiio, ¿por q i i é i i o podi.i;i cii;iic.ii;ii 1 4 i

si!\ ;ii o t l o iiii ~ i i c b l oy Iiiicerse s i i b d i i o cte iiii rey? I l;iy ;ilii


i i i i i ( - I i i i s ljaliilii 1s c(luí\~oc';~sc~tic~ iieccsit;;iríriii c , x l i l i ~;ic.ioii,
1 ) 1~0 I i ~ i ~ i ~ ~ i i i o *I;i! o s Ci i* I I ~ ~ L ~ Il I<~ I~~ i. ; i j ~ ~ i i Oi r ~~~* i it .( l ~
~liii-
~\Iioi.;i1iic.11, ti11 Iioiiihi-eq i i e se Ii;iie esclavo de. oi i-o i i c l 41%I 1,1,
S:I vt~iiclc~, ;il IIII 110spor s i l s i ~ l > s i s t ~ ~ ~pi cei r oi ; LI pi~eljlgI, il-S 11
clui' heb \.ciidc.? . \ l i i y Icjos t l c l pro\,cbcrii!ir e y a I;i i i i l j s i .te-11' i;i
c l t . \lis s i i l > e l i ~ cstilo ~ ~ ~ s;iia
, Iíi suya clc ellos, y, sc.j:riii ILilic.l,~i.;,
iiii rey i i o vi\#(. o i i poco. ],os súhditos i d a i i , piic..;, sii ~ ~ ~ : i ~ s o i i i i
(.

;i c . o i i c i i c . i 6 1 i (11% t l i i c les c - o i i i i i ;icIc~iiiíísstis l > i c i i ~ * sN?o \.cbo 10


cliic, les elticda ~ u i icoiiserv;tr. -
Sc clii-;í qiic. t . 1 cléspota asegiira a sus súbdito. I;i tr;i'itliiiIi -
cIii11 ~-i\~iI. Sc.;i; 11~~1-o ¿ c l i i gíitiiiii
~ coi1 ello si liis g ~ i ~ ~ i -i 1ri i~c 8i -s1 1
;iiiil>icitiii les ;if ;ii-i-~ii,si sii iiisaci;ible avich!z, si 1.15 vCi<iiioiic i
tlt. \ t i i i i i ~ i i s ~i c~ ~) ~lcso1;iiii i i i í s cie lo q i i c Ii;irí;~iisil(, 1 ,I ol~i
*los
i I i ~ . ~ ~ i i s i o i i;(c ~) isi C? giiii;iii i o i i ello, si cs;i t r ; i ~ i t ~ ~ ~II¡,,III ~ l i ~1 I , i ~ l
('5 1Ill;l C ! C S I I S l i ~ l h c i - ~ i i ~ ? ' ~ ~ i lSC l l vive'
~ ~ ~ ~ ii ll ~ i i l l1 L~'ll ~l( ~ ~ ' i~ ~
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l ) o ~ o s ;tbs ; I > i i ~ ~ . ~pitríi i i t c eiicoiitr;irse l > i c ~ i c.11~l h ? l I :;i


g4 i~li~~l~l~l~,llll l,, 4.11 (SI i l i 1 1 .ll! ltlil
; i i i t 1.0tIc.1 :liIopc- \ ~ i \ ~ í ; ;1lI1
ii I i c*.\t)cs! i t clc* (IIII.. le.\ Ilcgai.ii c l tiii.iio cfc ~ c i - ~ l c *, i \t . .l ~~) i
1

I )ccii. e l t i c 1111I i o i i i h r e se da gratiiit;iiiieiitc tSsclct i i ;il!r:


aljsiirtlo i i i i c ~ ! i c ~ c h i h lsciiiej;iiiie c: acto es ilcbgii i i i i o : iiiilo,
poi-c l solo Iicclio cic q i i e q u i e n lo Iiace iio esi4 c i i sil s;liic~jiii-
cio. 1)c.c-ir lo iiii.\iiio d e t o d o uii piieblo es supoii(.i- iiii i ~ i i c ~ l ~ 1 (
e l t . locos: la l o i i i i-a i i o hace dereilio.

[\LIII e II;II~(~I, ~.;~cl;ic i i i i l ~>iiciicr;ieii;ijcii;~rsc~;i I iiii*>~ IIO, 1 !I I

piiCde ciiajcii;ii- a sus Iiijos; ellos iiaceii lioriibi.c,\ lil i c.5; :,ri
li1)crtad les pc.1 icbiiece, iiiidic tieiic dereclio a dihlloiici dc cll,i
iii;ís que cllos . Aiites d e q u e lleguen a la edil11 tic i..i~(iii t.1

* I:! l?asiic.I i i e ~li.iiiico; cn 17óh, Elie I,uzac, en Lettrc. ~í'rrrt~ r r : t ~ r r ~11r i r ~ ~


Al~~rrsil~iir~l.-I. Horri.it~tiir(París, 1766). señalabaqueel tbi-iiiiiic~ .ilii.iic-i -> 1
padre puede, eii su nombre, estipular las coiidiciones para
su coiiservacióii, para su bienestar; pero iio tl;irlos irrevoca-
ble e iiicoiidicionalniente; porque seiiicjar~tedonación es
coiitraria a los lines <leiü iiatiirüle?,ay rehasii los tlcreclios cIc
la pateriiidad. Sería, por lo tanto, preciso, para que iin go-
bierno arbitrario fuera legítimo, qcie eii cada geiieración el
pueblo fuera dueño de adinitirlo o de rectinzailo; pero eii-
ic;iiccs cse gohicriio ya n o sería arbit rario.
~enuiiciara su lil~ertades reniiiiciar a su cualidad de
hombre, a los derechos de la humanidad, incluso a sus debe-
res. No hay compensación posible para quien renuncia a
todo. Semejante renuncia es incompatible con la naturaleza
del hombre, y es privar de toda moralidad a sus acciones el
privar a tjii voluntad de toda libertad. En tiii, es tina conveii-
ción vana y contradictoria estipular por uii lado una autori-
dad absoluta, y por otro una obediencia sin Iíiiiites. ¿Noes
evidente que a liada está coniproiiietido iitio respecto a
aquél de quien se tiene derecho a exigir todo, y que esta sola
condici<jn,sin eqciivalcntc. sin intercambio entraña la niili-
<Iiitl tlcbl iicto? I>oi.qi~<-,
iclui' dci-echo tciiclrííi iiii c~sclavocoii-
t ra mí si todo ciiaiito t ienr nic pertenece, y si, sitl~idosu de-
recho el mío, esc ricrccho de iní coiitrii iní iiiisiiio es iiiia
cxpw~ihnsi t i sentido alguno?
(irocio y los demás* ven en la guerra un origen distiiito
del pretendido clerccho dc esclavitud. Tciiieiido, segiin ellos,

( = enajenar), no figiiraba en ese pasiije dc (irocio; sí se ciiciirntra algo


iiiás lejos, proporcioiiando tenia a l.iizac, que se explaya ii~í:«F.aajenar
tDs,decís vos, dar o vcnder. i1)e d6nde tomiíis, señor, esa tlefinición tan
incompleta, y que en inodo algiiiio coriviene aquí? Eiiajei~iire11la sig~ii-
ficación niás general es trtotsfirir utr deredio; Brissott y I:tv-rikreso s lo
enseñarán si lo ignoráis: no es solaniente i~e~ttliéritioloo ri'ít~tlobcoiiio
se transfiere un derecho, sino que se hace de diferentes iiiiirieras, conio
podéis además convenceros coii los primeros eleiiientos dc. derecho que
os caigan en la mallo.»
* No es Grocio, sino Hobbes. el que afirnia en 114 cii~e(~.,~pítulo VIII):
el vciiccdor el del-echode niatar al vencido, éste piiede coin-
piar i i vitia a expensas de sil libertad; coiiveiicióii tanto iiiás
Igít iiiin cuaiito qiie redurida eii provecho de anihos.
I)ci.oes c~iticiiic.qiie este preteiidido dereclio (Ic iiiíit iii. ii
los vcbiicidos no tlcriva en niodo algiiiio del estado tlc giici.ra.
Por Iii sola raz<iiitlc que, vivielido los hombres en sil priiilit i-
va iiitlepe~ideiiciii,no tieiien entre sí relación lo siificiciite-
ii~coi<~ coiistaiitc píirii coiistituir i i i cl estado dc p.iz i i i rI cbs-
tatlo de giierrii, iio soii iiaturaliiiente enein-igos. - - [:S IU
relaci6ri (le las cosiis, y iio de los hoinbres, lo que const ii iiye
la giicrra, y al no poder nacer el estiido de guerra de las siiil-
ples rclacioiies personales, sino sólo de las relacioiies 1-ea-
les*, la guerra privada o de hombre a hombre no piiedc cxis-
tir i i i en el estado de naturaleza eii que no existe propic~lad
coiist;inte, iii eii el estado social en que todo está l>iijoIii íiii-
toridiici de las leycs.
Los coiiibates particulares, los duelos, los eiiciieiit 1-os,
soii iictos qiie n o constituyen un estado; y respccto ii las
gueri.as piivadas, autorizadas por las disposic ioiie:. tic
1.iiis I X, rcy tle J:i-ii iicia, y siispciitliílas por Iíi paz tic Ilioh ' ' ,
soii iil~iisosdel gobierno feudal, sistema absurtlo si los

lo qiie cl iiiás iiicrte Ic iiiande. ... De suerte que en virtud de e\te coiii rato
c.1 veticiclo dt>hcal vi^ ~oriosotodos sus servicios y una obedi~~iicia iil~\o-
Iiita, síilvo eii tiquelloqtie reyugiia a las leyes divirias.),
* ((Reliítions réelles));Iriduzco por ((reales. en acepción y t ~ iio c tigiira
rii el 1)iicioiiiirio d i Iii Acadeniia, pero qiie se emplea en j~ri\~~rucit~iiiia:
((ytic sr refiere P los hiciies, por oposiciú~ia lo que se refiere :i las prl-so-
tias)).1:I castt.llaiiolo uiiplca iisíeii algunas locuciones: dercc hos rc.iles,
por ciciiiplo; real deriv'i en este caso del bajo latín realis, de nls, rci, cosa,
igi~alqiie en su acepi-itin de ((efectivo»,«verdadero»,por oposicitiii a
((ideal)).Quizií sil versi611nd scnsurri fiierii ((patrinioniales»,csdecii, re-
I,icioiics entre los bieiicbs inniuel>les.
Lu pclix iie Dieu: siisyensión de hostilidades que la Iglesia imponía a
los coiiil>atientesen ciertas épocas del año (la Cuaresma por ejemplo)y
todas las semanas desde el miércoles por la noche hasta el lunes p gr
r - ? ~ n !~ bts
- Icv d i ? - ~sasepromdgóen 1041.
*
hubo, contrario a los principios del derecho natural y a
toda buena policía * .
La guerra no es, pues, una relación de hombre a hombre,
sino una relación de Estado a Estado, en la que los part l a -
lares son enemigos sólo accidentalmente, y no como hom-
bres, i i i siqiiicra coiiio ciudadaiios4*,siiio coino solti;ltl»s;
iio coino iiiienibros de la patria, sin« conio siis ctefeiisores.
Finalinente, cada Estado s6lo puede teiier por eneniigos
otros Listados y iio honibres, dado que ciitre cosas de di*~er-
sas naturalezas no se puede establecer iiinguii;i relacióii ver-
dadera.
Este principio est6 incluso conforme coi1 las niáxiiiiiis es-
tahlec~iasen todas las épocas y con la práctica constaiiie de

"ccuerdo la adverteticiii de Kousseaii a Rey (23 clc dicieiiiljre de


176 1 ): ((Prestad taiiibiéri atenciciii que iio viiyiiii a ponc.1-politiqlcc*eii lu-
gar de politic sianpre que esc ribo esta iilt i n i pa1;ibra.b) ~ (I,'orrcspotrcicirr-
cc (;r'r~l;r~ile, t. VIII, yiíg. 2). 'la1 tbrniiiio apeiias se eiiipleii eii francés.
I<ousscaulo deriva de la foriiia laiiiia polititi (clcl griego nohizcic<),ad-
iiiiiiistiiicicíii del llsiado, coiiductii política, orgariizac icín yoliticíi. Ese
iiiisino seiit ido teiiíii eii ciistc(laiio la palabra poli(-íti cii el xviii y xix. Sii
canipo seiiiántico, rebrisado, se ha espeiiiilizado eii otros significados.
'* 1.a edición d c 1782 incliiye acliií u11t'iagniciito qiic figura en el Ma-
iitiscriio Ncuchíitcl ciel (:o~itr-rito, 7842, l." 52: ((l.()\roiii~iiios,quc ciitcii-
clieron niejor y respetaroti el dereclio dc.la glicria inis que cuíilquicr na-
ción dcl niundo, llevaban taii lejos el escríipulo ;i este i-cspectoeltic no le
estaba permitido a u11 ci~itladanoservir coiiio vi>luiitiiriosin haberse
alistado expresamente contra el cneinigo y específic.iiiiente coiit ra tal
eiiciiiigo. (;tiando sc i~Toriii6iinrt legi<íiicii i~iic.(:iittiii hijo Iiitc-ía sus
prinicras ariníis, CatOii píitlre escribíti a I'opilio quc si i~iiíiia hicii qtic
su Iiijo continuase sirviendo bajo su mando era preciso hacerle prestar
uii nuevo juraiii(xnto iiiilitar, porque, esiaiido aiiiilado cl primero, ya no
podía llcvar ariiias contra el eneniigo. Y el propio (:atcín escribid a su
Iiijo qiic se g~iartlaraiiiiiclio de presciitarse al coiiihíitc Iiasta i i o haber
prcsti~docsc ii~icvojiir;iiiic.iiio. Si.cluc ~~)clriíii ol>jctaiiiiccl siiio clc (:lii
sium y otros heclio\ piirtic~ilarcs,pero yo cito Iitb Ic.yc.\,las cosiiiiiibrcs.
1.0s romarios soii qiiieiics c o i i iiienos f'i.cciie~iiiili triiiisgredicroi~sus le-
ycs y los úilicos t~iic1;)stiivic.ioii t i i i i licrinosiis.,, I'or c.ti-íita,la ctlici<'rncle
1782 \ i i l ) i . i i i i c > r r r c * j c ) r t l i i I,i 1i1 iiiic~i.,iIí!ic.,i t1c.l i i i i icli<lo.
todos los pueblos civilizados. Las declaraciones de giierra
son advertencias menos para los poderes que para sus súb-
ditos. El extranjero, sea rey, sea particular, sea pueblo, que
roba, mata o detiene a los súbditos sin declarar la guerra al
príncipe, no es u t i enemigo, es un bandido. Incluso en plena
guerra, 1111 priiici pe justo se apodera correctaniciite eii país
eiieiiiigo tle totlo ciiaiito pertenece n lo público, pcro rcspciíi
la ycrsoiia y los I)ic.nesde los particulares: respeta derttil~os
- ~que ~siii
s o l ~ ilos i i Iiiiidíiclos los stiyos. JJor ser el ol~jct tic
¡\,o
la giicrra la desi i iicciúii del Estado eneiiiigo, se I ieiie tIcti-c-
cho a matar a los defensores mientras tienen las armas c i i la
iiiano; pero taii pronto como las deponen y se riii<len,íil de-
jar tlc ser eiieniigos o instruiiientos del enemigo, vuel\ cii n
ser siiiipleinente Iiombres y ya no se tiene dereclio sol>i.rsit
vida. A veces se piiede matar al Estado sin matar íi uno solo
de sus niieiiibros: ahora bien, la guerra no da niiigún (Icre-
cho que iio sea iic.cesarioa su fin. Estos y rincipios iio soii los
de <;recio; iio tbsiíiiifundados eri iiutoridades dc pociiis',
sino que dcrivaii tic la naturaleza de las cosas, y esiiíti fii iitiii
dos cii la razbn.
Itcspecto al dcrccho de coiiquista, iio tiene otro fiiilcla-
iiieiito que la ley del niis fuerte. Si la guerra no da al vciice-
tlor 01 clerc~cliotic8 cxteriiiiiiar a los piieblos veiicidos, cst c dc-
reclio qiie iio ticiic iio puede fundar el de e~claviziirlos.S(ilo
se ticiie derecho tle matar al eneinigo cuando no se piicdc
hacct-leesclavo; t.1 dereclio de hacerle esclavo no viene. por
tanto,del dereclio de matarle: es, piies, un cambio iiiiciio cl
Iiiicci-lecoiiiprai-;il precio de sii lil>crtadsu vida, soljre Iii qtic

* Roiisseaii hace Iii iiiisiiia obscrvacióii e n el Iirnilio, ~ l i ~ i e i i i que io


« t l o l ~ l ~ sc c sapoya cii los sotlsiiias y Grocio en los poetas)). I'cro (;iocio
ticnc I~cienc-iiid;ido (It. iiidicíir rliic stílo c-it;i a los poetas a ii~btlo iliis
i s ~ i sidc;~\,iio coiiio íiiiioi-idi1tlc.s: «Las scntericiii\ tlc 104 I'oe
t r i i i i i ~ i dc
tas y tlc los oradorcs iio tieiicii tanta autoridad coino el juicio de lo\ Iiis-
toriatlorcs. Y si alc~:.tiiiosiiiuchas es, frrcuenteniente, para adoi iiiir c.
cluc
iliisi 1 . ~ 1I iiiic>i i-os~ ~ ~ ~ * ~ ~ , ~ ~~i i í ií s
i c ~para
i t o apoyarlos.,,
s,
iio sc tiene iiiiigiiii tlcrec Iio. rZI cst ;iblcctxrcl tlii-echo'le vida
y de iiiiierte sol>tecl tisi-ecliotic cscliivi~ii<l,
y c.1 dcrcclio tlc
esclavitutl sobre el tiereiho tle vicia y tic ~iiii~i-IC,¿no es evi-
dente qtie se cae en el circulo vicioso?
Siiponicndo iiicliiso rse tcrril>leclcrcclio debiiiatiii-ahcolu-
~~LBSCI~IVO
t i ~ i ~ i~~~t i~~it.1~~ 1itUII
ti~ , I ~ C C I I O ('11 Iil glitbi*~il
O 1111l ) i ~ t ' -

..bloconquistado iio estii obligado para coi1 sii señor, salvo a


obedecerle mientras se vea forzado a ello. Toniando de él el
equivalente de su vida, el vencedor no Ic ha hccho gracia de
ella: en lugar de matarle sin fruto, lo ha ii~atadocon iitilidad.
I.ejos, pues, de haber adquirido sobre él alguiia autoi-idid
vi!iculada a la fuerza, el estado de guerra siibsiste ciitre cllos
corno antes, su relación iiiisiiia es efecto de 61, el uso clcl de-
recho Be guerra no supone ningún tratado de paz. Haii Iie-
cho un convenio: sea; pero ese convenio, lejos de destriiir el
estado de guerra, supoiie su continuidad.
Asi, desde cualquier punto de vista que se consideren las
cosas, el derecho de esclavitud es nulo, no sólo porque es ile-
gitimo, sino porque es absurdo y no significa nada. Estas pa-
labras, esclavitud y derecho, son contradictorias: se excluyen
mutuamente. Sea de hombre a hombre, sea de un hombre a
un pueblo, este razonamiento será siempre insensato. Yo
hago contigo un convenio, enteramente en perjuicio tuyo y
enteramente en beneficio mío, que yo ut~servarérnientrlts me
p1azca.y que tú observarás mientrus me pluz~-tr.

(hpítulo C! Que siempre hay que remoritorse


ii uria prir~ieri~
cotitrrtcióii

Aun cuaiido coiicediera todo cuanto hasta aquí he refutada,


los factores del despotisnio no habrían adelaiitado nisi S COII .
ello. Siempre habrá tina gran diferencia entre someter a una
multitud y regir una sociedad. Que hombres <lispersossean
soiiietidos sitccsivoniriitc a uno solo, sea cual sea su iiíiine-
iilií no
1-0; veo iiids que un amo y uiios esclavos, alii iio vtlo uii
piicl~loy su jefe; cs, si se quiere, uiiii agregaci<íii,pchi.oiio L I I I ; ~
iisoc iacihii; ahí tio hay ni bien público ni cuerpo político.
Auiique liubieru somt~t ido a medio miindo, ese Iioml>i.ciio
dejii cie ser iiiás qiic un pnrt iciilar: sii iiiter(.s,sepa i-;ido<lid tí<*
los <It-iiiiís,iio ílsoi 1-iicosii í l i i t 3 ti11 iiiicbi-6spi.ivatlo. Si c a s i i i i i s -
iiio Iioiiil>reIlegii ii perecer, su iinpei-ioqueda tras i.1disperso
y sin conexión, como roble qiie consuiiiido por c.1 fut' b( J ) St'

dcsliace en ceriiziis.
Uii pueblo, dice Grocio, puede darse a un rey. Según Gro-
cio t i i i pueblo es, por lo tanto, un pueblo antes de ílarsc a uii
rey. Esta <lonaciOiiiiiisnia es iin acto civil, supoiic uiiii tleli-
hcriicihn ~~úblicii. Antes, pues. de examinar el acto por cl que
u n piieblo elige i i i i rey, sería coiiveniente exaniiiiar el acto
por cl que un pueblo es un pueblo. Porque siendo necesiiria- ,

iiierite anterior este acto al otro, es el verdadero fundaniento


de la sociedad4.
En efecto, si no hubiera convención anterior, ¿dóndeesta-
ría, n menos que la elección fuera unanime, la obligación
para los menos de someterse a la elección de los más, y de
dónde ciento que quieren un amo tienen el derecho a votar
por diez que no lo quieren? La ley de la pluralidad de los su-
fragios es en sí inisma una institución de convencicín, y
supoiie la iinaniiiiidad por lo iiienos una vez.

p 1 V . l)c81pacto social

Siipoiigo il los hoiiibrcs llegados a cse punto en qiie los obs-


táculos que se oponen a su conservación en el estado dc iia-
turaleza superan con su resistencia a las fuerzas que cada in-

* Aliisicin a la teorí;~del doble contrato que expone Pufendorfcoii Idr-


iiiinos clistiiitos: pacto de asociacióii y piicto de sumisión. 1tousse;iii re-
húye r-otiscii~iitciiic~~~c-
la palabra pacto, porque en su pens;tiiiiei~tosiilo
dividuo puedc emplear para inaiiteiierse eii esc. estado. En-
tonces dicho estado priiiiit ivo no puede ya siihsistir, y el gé-
iicro Iiumano perecería si iio canil>iarasu niilncra de ser.
Ahora bien, como los hoinbres no piiedcii engendrar
Iiicrziis iiiievas, s i ~ i osúlo iiiiir y clii-igiracliicll;t\ qliCcxistai.
i i o Iiaii teiiido para conservarse otro i i i c d i o qiic Coriiini IJor
agregiicibn una suma de fuerzas que puctla siiljerar la rchis-
tencia, ponerlas en jiiego metliaiitc uii solo nicivil y Iiaí-crías
obrar a coro.
Esta suma de fuerzas no puede nacer mrís qiie del conciir-
so d e muchos; pero siendo la fuerza y la libertad de cada
hombre los primeros instriinieritos de su conservación,
#

¿cómo las comprometerií sin perjudicarse y sin descuidar los


cuidados que a sí misiiio se debe? Esto ctiliciilt;id aplic:icla ;i
i i i i tenia, puede enuiiciarse eii los siguientes tcriiiinos:
((Eiicontrar una forma de nsocinción que dcfienda y pro-
teja de toda la fuerza coinún la persona y los bienes de c ~ d a
asociado, y por la cuiil, iiiii6iidose cada u ~ i ;to todos, i i o ohe-
tlczca. siii emhiirgo, nihs que a sí inisiiio y qiicdc tan Iil~re
coiiio antes.))l i t l es el probleiiia fundaniciitnl al qiie da ~ l u -
c i ó el ~ contrato
~ social4.
Las cláusulas de este contrato están tan determiriadas por
la iiatiiraleza del acto que la iiienor inodificacicin las volvería
vanas y de efecto nulo; de suerte que, auiique quizás niiiica
hayan sido enunciadas fornialmcnte, son por doquiera las
inismas, por doquiera estan admitidas trícitaiiiente y rcco-
nocidas; hasta que, violado el pacto social, cada cual vuelve
cntonces a sus primeros dercchos y recupera sii libeitacl na-

cl priiiiero de los dos piicdc de~ioiniii;irsc.piic.io con1 ríictiial: cii cI l i -


bro 111, capítulo XVI, lo afirniará: ((NoIiay niás que un coiitrato en el Es-
tiido, es el de la asociación; y éste solo excluye cualquier otro.))
* Hay que entender por ficoiitrato social~bel acto de asociacirin y iio el
libro de Roiisseau. En la priniera versión del Co~iirltinsocial, denomina-
da Manuscrito de Ginebra, escribe (libro 1, cap. 111): u l g l es el problema
fundamental cuya solución da la institución del Estado.»
t UI-iil. yei-clieiid()la libertad convt~iicionalpor la qiie rtbiiuri
cid ;i aqiic!lla.
M a s cláusiil;is, bieii eriterididas, se reduceri todas ;i uii;i
solii: ii saber, la ciiajeriacicín total tlC cada asociado coi1 iotlo~
siis tltv-cbcliosii I ( btlii la ~oiiiiiiiitl;icl.I'orqiie, eii pi iiiici-I i ~ ~ ; ; i i ,
iil ll.ii,scc;iclii i i i i t toclo eiitci-o,I;i t oiidici(íii es igiiiil piil ;i to
CIOS, y s ~ ~ ~ I ~Iiic cI ~o i i t i i ~ i hi ~i ii i i i i)iit*ii
l OCIOS, t i i ~ ~ lIi ~t ~b i i it i~i t t ~
1-6scii Iiacci-laoii~~i-osa pira los ciciiiiís.
Atleniiís, por efectuarse la eiiajenacióri si11 reserva, Iü
iini(iii es tan pci-l'ectaconio puedc serlo y ningúii asociado
tieiic ya nada qiic reclamar: porquc si qiiedaseri iilgunos de-
reclios a los part iculares, como no habría ningúii siiperior
coiiiún que yudicra fallar eiitre ellos y lo público, siciido
cadii cuiil su prol>iojuez eii algún piiiito, pronto pt-ctcii(lcriii
serlo en todos, cl estado de iiatiiriileza subsistii.i;i y Iii iiso-
ciacitiii se volvcbi-íiiiiecesariaiiicntc~I iráiiica o vaiiti.
I I i i suiiia, coiiio dátictose cada cual a todos no se dii 11 iia-
dic y conio no Iiiiy ningúii asociíitlo sobre el qiic iio s o *atl-
qiiiu-a el iiiisiiit) tli*rechoqiic iiiio Ic otorga sobi iiiio iiiis-
nio, se gaiia el eiliiivalente de todo lo qiie se pivi-tle ) iiiíís
fuerza para coiiscrvar lo que se tieiie.
Por lo toiito, si se aparta del pacto social lo qiiibiio pcrte-
necc a su cseiiciii, ericontrareiiios que se reduce a los tki-mi-
nos siguientes: ( <iii11uno de rzosotrospoiie en coiiriíri sir per-
sono y todo su porler bajo lu suprenzci direccióiz de /ti voliriiiaii
gentv-d;yriosotr-osrecibimos corpointivnmente n <-titiaiiiicpi>i-
br-ocomo piirte i~~rlivisible tlel todo.
Eii el iiiisino iiistante, eii lugar de la persona particul.ir dc
cado sont ratantil, cste acto de asociiición produce i i i i cii~~r-po
iiiot-iily colcct coiiiyiiesto de t iiiitos iiiienihros coiiio vo-
tos tiene la asaiiiblea, el cual recibe de este niisiilo acio s u
uiiidad, su yo coiiiún, su vida y su voluntad. Esta persoiia
publica que se foi-iiiade este modo por la unión de todiis las-
demás toniaba eii otro tiempo el nombre de Ciudtld', y toma
ahora el de Repiíl~licao de cuerpo político, al cual sus miem-
bros llaman Estudo cuaiido es pasivo, Subeni110cuando es
activo, Poder al compararlo con otros seniejaiites. Respecto
a los asociados, toman colectivamente el nombre de Pueblo,
y en particular se llaman Ciududanos como partícipes en la
autoridad sol)erniiii, y Slíbrlitos en t-uaiito soiiictidos a liis le-
yes del I:stado. l~eroestos tériniiios se conlúiideii coii Sre-
Guencia y se toiiian unos por otros; hasta con saber dist iii-
guirlos cuando se enipleiin eii su total precisi61i.

Ctq~ít
ulo 1711. Ilel soberano

Por esta fórmula se ve que el acto de asociaci<íiientraña un


compromiso recíproco de lo público con los particulares, y
q11e cada individuo, contratante por así decirlo consigo inis-
iiio, sc halla coiiil>roiiic.tidocii i i i i <lol>lcaspccto; a siil~rr,
coiiio niiembro del So1)eraiio respecto a los part ic~ili~res,
y como mienibro del Estado respecto al Sol~erano*.IJero
aquí no sc piiede aplicar la niáxiiiiii del clereclio civil scgúii
la cual nadie está obligacio a ciimplir los coriil~roniisoscoii-
traídos consigo inisiiio; porque hiiy iiiiicha tlikreiicin ciitre
obligarse para consigo o coii un todo del que sc forma parte.
Hay que señalar tiiiiihién que la deliberaci(íii pública, qiie
puede ohligiir a todos los súbditos respecto iil soberaiio, ii
causa de los dos ciifereiites aspectos bajo los que cada tino
está considerado, no puede, por la raz<incontraria, obligar
al Soberano para consigo mismo, y que, por coiisiguieiite, va
contra la nattiraleza del cuerpo político que CIsoberiitio se
iiiiponga una ley que no piieda iiifriiigir. Al iio poder coiisi-
derarse sino hajo un solo y iiiismo aspecto, se Iialla entonces
eii el caso de uii particiilar que contrata coiisigo niisnio: de
* (c En uiiri dcniocrricis, cii que los súbditos y el sobt~i-anoiio so11más
cluc los iiiisrnos Iioiiibres coiisiderados bajo llifcreiitcs aspectos.))(1,et-
r n P i1 1 ) ' A l c ~ ~ ~ l ~ c!>ara
. r - t . )Hoiissríiu el soberaiio es i i i i ((cuerpo)),o uii
1(loc10~~ cluc gílo t ¡cric~ x i s t ~ i i ciii ai t ¡va iiiíiiiclo cl piicljlo estíí reiiiiiílo.
donde se ve que no hay ni puede haber ninguna especie dc
ley fundamental obligatoria para el cuerpo del pueblo, ni si-
quiera el contrato social*. Lo cual no significa que este cuer-
po iio pueda coiiipronieterse perfectamente respecto a otro
eii ciiii~itoiio sc opong a dicho coiitrato; porquc respecto al
cxtríiiijero se viiclve un ser siinple, un individuo.
Ijcro al no exti-iiersu ser siiio de la santidad dClcoiit rato,
el ciieryo político o el soberano no puede obligirse niiiicii.
iii sicpiera respecto a otro, a nada que derogue este acto pri-
iiiit ivo, conio eiiiijenar alguna porción de sí niisiiio o soiiie-
tersc a otn) sobeiaiio. Violar el acto porque el que existe se
ría iiiiiquilarse, y lo que no es nada no produce nada.
'Ihii pronto coiiio esta multitud se encuentra así reunida en
un ciierpo, no sc8puede ofender a uno de los miembros siii
ntac-;ir al cuerpo; aún inenos ofeiicfer al cuerpo siii qiicb lo.
iiiiciiil>rossc resic~iitiiii<leello. Así cl deber y el iiiitv-Cso l ~ l i
giiii igualiiieiitc ii las dos partes coiitratantes a ayiidiirsc iiiii -

tuaiiiente, y los iiiismos hombres deben procurar reunii bajo


cste tloblc iispecto todas las veiitajas que de él depiiid~ii.
Ahora bien, al iio estar formado el soberano iiliis qiic poi-
los particulares que lo componen, no tiene ni piiede teiiei-
iiitei.6~contrario al suyo; por consiguiente, el po<lersol)ci-a-
no iio tiene ninguna necesidad de garantía respecto ii los
súbtl itos, porqiic cs iniposiblc que el cuerpo quiera pei-jtidi-
car a todos sus iiiiembros, y luego veremos que no piiedc
pei-jiiclicnr a ninguno en particular. El soberano. por el ~ o l o
Iieclio de serlo, es siempre todo lo que debe ser.

* 1.11 cl libro 11, cap. XI1 insistirá aclaraiido más aún: «Eii ciialqiiier si-
tiiacitiri, uri pueblo c~ sieiliprc dueño de cambiar sus leycs, iiicliiso las
~iit'jorcs.))t i 1 otros piirrafos repite esta idea que se convirt iU en uito de
los piiiitos cruciales tle la acusación contra el Corrtratosocirrl,libro ((des-
tructor de torlos los gobiernos));el Fiscal General Jean-Kobert 'I'roii-
chiii, sus (:oiicliisioiies, denunciaba este desvío fundamental de la
doct i-iiiadc Koussc.íiii:«Las leyes constitiitivas de todos los gobieriios Ic
parcicii siciiiyre re\ ot:ahles.)>
l'ero 110ocilrre lo iiiistiio con los súl>tlitospiira con c.1 so-
I~ci-iiiio,cl ciiíil. ~ ~ cal~ ititc1-6~ sc coiiiúii, iiiid'i i.~~s~~oiicl~~i.íi~ tic
los coiiiproiiiisos tic aqiii.llos si iio ~iiioiiiriir;iiiicdiiv. Jc
íiscgiirnrsc sil fitlclidad.
I:ii ~blCc~o,c;icl;i i i i t l i v i c l i i o ~)iicbil~*,
~ o ~ iI ii o oi i i l ~ i - uI,< * I ~ L * Ii i i i ; i
yoluiitad yart icular coiii raria o dikrciitc dc 1.1 voluiitacl gc-
neral que tiene como ciudadano. Su itiierds particular puede
hablarle de forma muy distinta qiie el iiiterés coinún; su exis-
tencia absoluta y naturalinente indepentliente puede hacerle
considerar lo que debe a la causa con~úiicoino iina contribu-
ii6n gratuita, cuya pérdida sería iiienos perjutiicial a los de-
iiias que oneroso es para él sil pago, y, niiraiido a la persona
moral que constituye el Estado conio un ser de razón, puesto
que no es un hombre, gozaría de los derechos del ciudada-
no sin querer cumplir los deberes del súbdito; i iijiist icia cuyo
progreso causaría la ruina del cuerpo político.
A fin, pues, de que el pacto social no sea un vano formula-
rio, implica tácitamente el compromiso, el único que puede
dar fuerza a los demhs, de que quien rehuse obedecer a la
voluntad general ser6 obligado a ello por todo el cuerpo: lo
cual no significa sino que se le forzará a ser libre; porque ésa
es la condición que, dando cada ciudadano a la patria, le ga-
rantiza de -toda dependencia personal *: condición que
constituye el artificio y el juego de la máquina política, y la
única que hace Iegítirnos los compromisos civiles, que si11

* Un pasaje del Emilio (11) resulta esencial para la coniprensión (le este
fragiiiento: nHay dos clases de dependencias: la de las cosas, qiii pro:
cede de la naturaleza; la de los hombres, que procede de la ~ocic~tI.~cf. Al
iio tener la dependencia de las cosas ninguna moralidad, no perjutlica n
la libertad y no engendra vicios; la dependencia de los hombres, siendo
desordenada, los engendra todos, y por ellases por lo que el amo y el es-
clavo se depravan niutuaiiiente. Si hay algún medio de remediar este
nial eii la sociedad, es sustituyendo la ley del hombre, y armsiido las
voluntades generales de un'i fuerza real. superior a la acción de t(*ia vu-
Iiintad particular. Si las leycs de las naciones pueden tener, como las de
In iiatiira1e;ra. iiiiii iiiflexihilid~dque jaiiiiís fuerza huiiiana alguna pue-
eso serinii absiirdos y tiráiiicos y estiiriaii soi~ietidosa los
~ I I > ~ I iSi O
~ S
iC
í ~~ I ~ O ~ I I I C S .

Ehtc paso del 'stado tle iiaturaleza al estado civil pro~liiceeii


el Iionibre un ciiinbio muy notable, substituyenilo en su coii-
diicta el inst inio por la justicia, y dando a sus acciones la iiio-
riil itlad qiie les Ialtaba antes*. Sblo entonces, cuando la voz
dCldebcr succcle al iiiipulso físico y el derecho al apct ito, el
Iioiiibrtx qiic Iiii~taeiitoiices n o había mirado riiás cliie n sí
iiiismo, se ve Ibrzado a obrar por otros principios, y ',i con-
sultar su razón antes de escuchar sus inclinacioiies. Aunque
eii ese estado stbprive de niuchas ventajas que t irne dc la iiii-
tul-aleza,gaiia otras tan graiidcs, sus facultactcs se cjcrcitiiii
al desarrollarse, sus ideas se amplían, sus sentiiiiientos se eii-
noblecen, su alma toda entera se eleva a tal punto, qiie si los
abusos de esta nueva condición no le degradaran con fre-
cuencia por debajo de aquella de la que ha salido, debería
bendecir continuamente el instante dichoso que le arrancó
de ella para siempre y que hizo de un animal estúpido y limi-
tado un ser inteligente y un hombre.

dii vciicer, la dcpc.iicteiicia de los hoiiihres se volvería eiitoiices la de Iiis


cosirs; sc rc*uiiiri;iiicii Iir rcyública tocliis las veiitajas del isstiicio i i i i t uriil ii
las clel estado civil; se uiiiria a la libertiid, que mantiene al hombre excii-
to ilc vic.ios, la iiioralidiid que lo eleva ;I la virtud.))Cfr. tiiiiibii'ri i-1 i;ipi-
t tilo XI 1 clcl libro I I del ( : o ~ ~ i r . t r t o .
' III terira cle estcbtriignieiito ayarecerií cii otras obras de I<c~ussc;iu: 1:'riii-
110, 1)iscurso solii-t*lri hsigirttldud y eti los fragmentos políticos: ((Seacliie
uiia incliiiacióii iiatural haya llevado a los hombres a iinirse cii socie-
dad, sea qiie hay;in sido forzactos a ello por sus necesidiides nilit uas, lo
cierto es que de este comercio ha11nacido sus virtudes y sus vicios, y eii
cicrto iiiodo toclo sil ser moral. Allí donde no hay sociedad iio puede
hiil>eriii jiisticia, i i i clemencia, ni gciierosidad, ni moclestia. i i i sohre
toclo el iiicrito dc todas estas virtudes...)) (0.C. 111, págs. 504-S)S).
I~ediizcaniostodo este1bali~iicca tkriiiiiios tiiciles cie corii-
p;irai-. 1.0 qiie pi~bi-d~ cl lioiiilire por el zoiit r;~tosocial es sil li-
hci-tiid iiiitiiríiI y i i i i íIcrcc.Iio i l i i i i i t iitlo ;i toíit i cit;iiiio Ic tic*iiia
y que puede alciiiiziir; lo qiie gana c~sl~dil~eriaíi civil y l;i pro-
picdutl tic totio ciiiiiiio IN)SCC. I'i~i-;i I ~ Oí8ii~iifi;ii~iio~ cDiic8st;is
~oiii~wiisi~ioiics, Iiíiy qiic dist iiigiiir I>iciiIii lilicrtiitl iiiit iiriil
qiie no tiene por Iíiiiites niás que las fiit~rzasílcl iiidividiio,
de la libertad civil, que está liiiiita<lapor In voliiiitad general,
y la posesión, que no es inás que el efecto cfc la 1 uerza o el de-
recho del priiner ocupante, de la propied;iíi cliie iio piiede
f~iiidarsesiiio sobre 1111titulo positivo.
Segíiii lo precedeiite, podría añadirsr a la aílqiiisici(íii del
rstado civil !a libertad iiiorol, la cíiiica quc Iiircc al hoiiibre
aiitétitii-aiiieiitc diicíio íIc sí: porque i oipiilso <Irlsiiiiplr
t cs e~cliivitutl,y I;i <)l)~*tlic~ii~iii
i i l ~ito íi 1.1 Ii-y i ~ i i c
i i~
i i < ) Si' 1i;i
prescrito es lihertatl. lJero ya Iie hablatio íieiiiiisiiido sol~re
tbsteartículo, y el seiit itlo filos6lico de Iii p;ilal>i-iilibcv-t(i(liio
tbsaliora nii teiiiii.

Cada niieinbro de la coiiiuriidad sc da a clla, cii el iiion~ento


eli qiie ésta se k~iiiia,tal coiiio se ciiciiciiti-ac i i csc iiioiiicii-
to, él y todas sus fuerzas, de las qiie Soriiiaii piil-te los I)i(biies
qiic posee. N o es que por este acto la poscsi(iii caiiibic í l c ~tia-

Iiabíii Icído cii t'iili-iitlorl, cbssiiitiiiiitio dc


/ )onrirtio, scgíiii Hou~~t~iiii
propiedad: f'ropic~tcissiite ciorriiniirrrr. tiii cuaiito U rurrl, riic reiiiiio a la
nota ( * ) que sobre este adjetivo, ernpleado jurídicat~ie~itc, piise en Iíi pá-
gina 33. Ile cualcluicr modo, los críticos señalaii que el grupo ((doiiiinio
real))para designar la propiedad de las cosas o de los l~ieiiesera poco
iisiial en la época; el propio Rousseiiu eriiylea expresioiics conio riojrirli-
tie émirzent (= doniinio einiliente, tnmbien empleado por la jurispru-
dencia castellana) o domaineparticulier (= dominio particular) en el
Eniilio: wTras haber hecho la comparación de la libertad natural con la
tiii-;ilez;ial caiiibiar de inanos, y se convierta t b i i yrol>iedíld
tbii I;is < I d ~ot>c*i.;iiiO; pero Coiii~Iiis fiit~i-~iis tie 1.1 i i l i c l . i t l soii
i l i k Oiii~~ii~iiI>It'11 1 ~ 1 1 t ~ qlic Iils ílt! Un piil-ii ~ i i l i i l Iii
iiiii)'Oi.CS .
scsi(iii ~ ' t í l ~ l i cs ~ i itanibién de hcclio ni;is fuerte jr iiiiis ii-i.t~\*o
ciil~lc,siii scbi-iiiiis Icgítiiiin, ;il iiiciios para los c~sti-iiiijt*i.o~.
I'oiqucbtbIl:stii(lo es, respecto ii siis ~iiiciiibros,iliiio cIth iotlos
siis I~ieiiespoi cl coiitrato sociiil, que en el Esiatlo sil-vc~ l c
hiiw a t( )dos los derechos; pero iio lo es respecto a ot 1 iis 1-
tciiiias, si:io por el derecho de primer ocupantc, qui i-rcilw
ticblos particul;ires.
Id dci-cchocIc primer ocupaiite, aunque miís real que el
di1 iriiís tiiertc, i ~ sc o convicrtc cn derecho vei-c1adei.osino
tltbsl>l~i.s clel es1iil>leciniieiitoclrl <Icla propiedaíl. 'li~tliB Iioi 11-
I)i-cbt ieiiC11;it ~ ~ i . ; i l i i i ~ dcríbclio
~itt' ;i todo ciiniito leb es iiclCesii-
iio; 1 1 ~ 1 . 4 ) cl i i i l < )positivo c l t It- ~ ~\.HC~IVL~
~ ~>t-~picl.iiio 111 .ilgiiii

bicii le cxcliiytl tic totlo 10 íl~iii;is.1)~termiiiiitliisil ~ ' i ~ i ' l t ~ ,


tIcl)c liiiiitarsc ;I clla, y iio t iciir iiiiigiiii clercclio iiiiis ;I Iii c o -
iiiiiliidiitl. [-leiilií por qué el derccho de priincr 0iiip.i' II!C, I;11i
dchil eii el est;itlo de naturalezii, es respetable yili .i toclo
Iioliibre civil. I : i i este dereclio sc respeta iio tanto lo qiic cs (Ii
ot i.o coiiio lo t11iciio cs de iiiio.

lil)c*i.tadcivil poi. lo (lile a las personiis se refiere, hareiiios por lo qiic- \c.
i-rlit.i-r ;i I t is I > i c b i i i \ Iii tIeI clerccho de pn)pied;i<lcoi1 cl tIt,rcbilio<lis sol
ritiii;~,dcl tloiiii~iioparticular coii el tfoiiiinio eniinentc,)y 1)er;iilii.i i i i i -
ldt;i Iit citii tlcl ir;i!:itt~iitopiii-a prtx-is;irc.1 peiisíiriiieiito 1It1 Hoiis~.t.iiii:..Si
í b sstil>rccl dcriclio de yropicdiid solii.c lo que esti fuiidii~lii Iii ;iilioi-i~l.~~l
solicraiia. este dc*i.rachoes el que 1116sdcbe respetar ella. Ils i i i ~ i o l i i l > I t :y
síll:i-iido parii ~ l l i iiiieiitrasi sea iin derrbclio particular e iiitlividii;il;de\(Iíb
i.1 iiioiiiciiio i i i t ~ i i tcstii - coiisidcriitlo ~ 0 1 1 1 coiiiiiii
0 a toclos los t iiicl;itl.i
iio\. cstii someticlo a la voluiitad geiitbi-;ily esta voluiitaíl geiier.il puitlc
rtbdiicirlo a nada. Así, el soberaiio n o tiene derecho alguno a tocar cl
biin de uii particiilar ni de varios. IJeropuede legítinianiciite aljotleriii--
se tlcl bieii de tc~clos,coiiio se hizo eii lisparta en tiempos de I.icurg();
iiii~>iitras qiie la al)olicióii de las deucliispor Solón fue un .icto ili.gitiilio)~
(Ii~t~ilio, V). Ijar3 Ijufendorf y Grocio, el soberano puede hacer uso del
do~iiinioeminente sobre las propiedades de sus súbditos. aunqiie luego
deba compensarlos.
En general, para autorizar, en un terreno cualquiera, el
derecho de primer ocupante, son menester las condiciones
siguientes: primera, que ese terreno no esté habitado aún
por nadie; segunda, que sólo se ocupe de 41 la cantidad que
se necesita para subsistir; en tercer lugar, que se tome pose-
sión de él no mediante una vana ceremonia, sino por el trae-
bajo y el cultivo, único signo de propiedad qiie a falta de tí-
tiilos jurídicos debe ser respetado por los deiiiiis.
En efecto, otorgar a la necesidad y al trabajo el dereclio de
primer ocupante, iiio es llevarlo lo mris lejos posiblt? ¿Se
puede iio poner limites íi este derccho? il5astaríí poner cl pie
sobre un terreno coinún para pretender con ello al puiiil ser
el dueno? ¿Bastará coii tener la fucrza de ayartíir por uii iiio-
mento a los deniás hombres para privarles para siempi.e del
tlcrecho de volver? i(:<iino i i i i hoii~hrco u n puel>lopiietle
apoderarse de uii territorio iiiineiiso y privar de 61 a todo el
género humano sino niediante una usurpación punible,
puesto que priva al resto de los hombres del lugar y de los ali-
iiientos que la naturaleza les da en común? Cuando Niíñez
de Balbo* desde la orilla tomaba posesión del mar dcl sur
y de toda la América meridional en nonil>rede la coroiia de
Castilla, jera suficiente para desposeer de él n todos los ha-
bitantes y para excluir a todos los príncipes tiel mundo? A
igual tenor se iiiultipliciil>anbastaiite e11vario esas cereiiio-
iiins, y el rey cat6lico n o tenía iiiiís qiitBtoiiiíir posesi<íiidc

Níiti~zCIC IiiiIIioii. liii iiii iii~crcsiiiilc*


~ ) i i ~ i ! i t ' CILIC'
. I)~I~:JL*
1t.ci-s~
c.i)iii~
conieritario a las doctrinas cxpucstas cii cstc capítulo, eii el lil~roI I del
firiilio, éste toma posesióii de la tierra plantaiido eii elli~iiii haba; su pre-
ceptor quiere, coiivirt iéndolo nionieiiiiíneiiirit*i~tccii jarciiiiero, ciise-
ñarle la idea de propiedad ({qiiereiiiorita iiiitiiralriieiitc al ciereclio de
primer ocupante por el t rabiijon. En este inisiiio episotlio ciel jardiiiero,
Kousscau vuelve a ricordarsc de Nunez de Balboa coii niotivo de la plan-
tación del haba: «y probableiiiente esta posesióri es iiiiís sagrada y más
icspcti~blequc rirliirlla que Núñez de Ralboa toiiiaba <Icla Ainérica tiie-
ritlion;il rii iioiiibrc tlcl i-c.)' dc t'c;l?ann, ;il pliiiitiir ski c.\t;iiitl;ir~coi Iiis
c.( bsiiis clcl iiiiii- dc.1 Siir,,.
iiiia vez de tollo el universo desde su gabinete, a reserva de
separar luego de su imperio lo que antes habia sido poseído
por los demás príncipes.
Ya vemos cómo las tierras de los particulares reiiiiidas y
continuas se convierten en territorio público, y cómo, extcii-
diéndose de los súbditos al terreno que ocupaii, se coiiviertc
el derecho a Iíi vez en real y personal; lo cual pone ii los po-
seedores en una dependencia mayor, y hace de sus luet-zas
iiiismüs las garantías de su fidelidad. Ventaja que no pai-cce
Iii~bersido bien notada por los antiguos monarcas que, titu-
Iiíridose sólo reyes de los persas, de los escitas, de los nioce-
tloiiios, parecen considerarse más jefes de los lionil>resque
tliieíios del país. Éstos se t itulaii hoy, más hihilinenic, rcyes
cic Francia, d e España, de Inglaterra, etc. Al domiiiiir así el
terreno, está11coiiipletaincntc seguros de doniiiiar ii los Iiii-
I~itiiiitc8s.
Lo que de singular hay en esta enajenación cs que, Iejo.. de
clespojiir de siis bienes a los particulares al ;iceptiirlos, iio
liace niás que asegurarles su legitima posesitin, caiiibiur Iü
usurpación en un derecho verdadero, y el usufructo en pro-
piedad. Considerados entonces los poseedores conio depo-
sitíirios del bicn público, respetados sus derechos por totlos
los micmbros del Estado y sostenidos con todas sus fuerzas
contra el extranjero, debido a una cesión veiitajosii yarii lo
público y más aún para ellos niismos, han adqiiirido poi-a s í
ilecir todo lo que han dado. 13aradojaque fáciliiieiitc sc cx-
plica p ) r la tlist iricicíii de los tlcrechos que el sobei-iiiioy cl
propietario tienen sobre el niismo fondo*, coiiio Iiicgo sc
verá.
Puede ociit-rir también que los hombres comicnceii ii
iiiiirse antes de poseer nada y que, apoderándose Iiiego dc
1111 terreno suficiente para todos, lo disfruten en coiiiún, o lo
i-cpartriiienti-cellos, bien en partes iguales, bien segiiii pro-

t:oiido (/ivr<l):~iil~diil 'le bienes que pose'. iiiia c o ~ ~ i i ~ ~ i i ~ l ; i c l .


o coiijui~to
1-u)i-cioiit8s 1~ bi. VI
cstíil~lciitl~is Scii cii.1l I i i i i - t . I;i I<
S( ) l > ~ * i - ; i i i o . 11-

cs~ii
I (liit-scbl ~ i ~ g
I M ;cii cl t l c b i ~ * c ql ~ioc ~-iiti;iI L I I - -
i i ii(Iqiiisi~-i(íii,
~iciiliirt iciic a sii propio IOiiJo csiii sieiiiprc s~il)oi-diiii~~li\ iil
ticicclio tliie la ~oiiiiiiiitíii<l ticiie sobre iodos, siir lo cual i i o
liiil>ríiicii cll¿i iii solitlt!~, i ~ l o i i i 1 I I ~ ~ Irc;11
C I I ttl \ t í ~ i ~ -sot.ii~I, - ~ tbi1
~ I
cl ejercicio tlc la sohcríiiiíii.
'Ikriiiiiiat-6este capitiilo y cite lil>rocoii iiiiii ol~sci-vaci<iii
que clchc servir de l>nsca todo cl sistciiia sociíil: y es qiic8c ~ i
Iiigíii-tic tic-siriiir la igiiíiltiiitl iioiiii-iil,cI píicto IiiiitI;iiiiciitaI
siihstitiiyc, por cl coiitrario, por iiiia igu;iltiad iiioral y Icgi-
ti~iialo qiic la iii~tiiraleziipiitlo poiicr de desigiiiilda<ifísica
~ IOS I I O I ~ I ~ I - ~y- SC ~ I I Cp
C I I 1-c , i ~ ~ i i ~ser ~ id deos i g ~ ~ ; ~CII e it~~-r-
I s
Zii o C i i gciiio, sc8~ i i ~ llodos ~ ~ igiiíilc~
i i poi. c o i ~ \ ~ ~ ~ i ). i~tItb
-i(íii
clcreclitP.
La primera y miis importante consecuencia de los priiicipios
anteriormente establecidos es que sólo la voluntad gcneral
puede dirigir las fuerzas del Estado según el fin de su insti-
rución, que es el bien común: porque si la oposición entre los
intereses particulares ha hecho necesario el estableciniiento
de las sociedades, es el acuerdo entre esos mismos intereses
lo qiie lo ha heclio posible. Lo qiie hay de comiiii eii esos i i i -
teicses difereiitcs es lo que fornia el viiiculo social, si iio
hiil~icraalgúii plinto eii el que todos los intereses contorda-
raii, iiiiiguiia sociedíid podría existir. Ahora bicii, es iiiiicii-
mciite eii razóii (le este interes coiiiún conio dehc ser gohei--
nada la sociedad.
Digo, pues, qite iio siendo la soberanía iiiás <lilecl rjer-
cicio de Iii voliiiitiid generiil, jaiiiíis puede enajeiiarse, y qutb
el soberaiio, quc no es más que uii ser colectivo, iio puecle sci.
representado 1116sque por sí niismo; el poder puede niii
bioi t raiisiiiitirse, pero no la vol11iitad.
lhi efecto, si iio es iiiiposihle que una voluntacl particulal.
coiii-iicr(lccii al!:iíii pitiito coi1 Iíi voluníad gener.11.es ii~ipo
I0
silde, al iiieiios, el qiic csc aciicrdo sea di~r;iclci-o y coiisi .iiitc;
porcliie la voliiiiiíicl IXII-ticiilartitbiiclc I > o i ~i;iliiriilcz;i.i Iiis
preferencias, y la voluntad gencriil ;i la igii;ildacl. hliis iiiipo-
sihle es todavía qiic 1iii)ra tina gar;iiitía tic cstc aciicrdo, aun
ciiaiitio dehcrííi existir sieiiiprc; i ~ scl-íii
o i i i i c8fectodel iirtc
sino tlel azar. El soberaiio piiede iiitiy hicii tlcci r: eii este ino-
iiiento quiero lo que quiere tal lioiiibre o al iiiciios lo qiie í.1
dice que quiere; pero no puede decir: tambi61iquerré lo que.
ese honibre quiera iiiiiíiaiia; puesto tliic es íil>siirdoque I;i
voluiitad se encadene para el porvenir, y ~ ~ u c sque t o no de-
pende de ninguna voluiitad el conseiitir cii iiiitla coiitrario al
bien del ser qiie quiere. Por tanto, si el piicblo proitietc sini-
pleniénte obedecer, se disuelve niediniitc cstc iicto, yiertle sil
cualidad de pueblo; eii el instante eii que hay uii amo ya no
hay soberano, y desde entonces el cuerpo político qiieda
dcst riiido.
No quiere esto decir que las <irdetiesde los jefes i i o pue-
daii pasar por voluntades generales, iiiieiit ras cl soberaiio li-
bre de opoiierse a aquéllas iio lo llaga. Eii seiiicjante caso, del
silencio ~iiiivcrsalpiictle prcsuiiiirse el coiisc~iitiiiiieiitodCl
pueblo. Explicarenios esto con todo cictalle.

Por la misma razúii que la soberanía es iii;iliiii~ble,es iiidi-


visible. Porque la voliiiitad es general5, o no lo es; es la del
cuerpo del pueblo o solamente de tina partc. En el pr imer
caso esta voluntad declarada es un acto de soberanía y hace
ley; en el segundo, no es más que una voluntad particcilar, o
un acto de niagistratiira; todo lu inás, es i i i i decreto.
Pero nuestros políticos, al no poder divitiir la sotw-aiiía
en su principio, la dividen en su objeto; la dividen eii fiierza
y en voluntad, en poder legislativo y en poder ejeciiiivo, en
derechos de impuestos, de justicia y de gueira. en adminis-
t i.;~cii>iiinterior y cii poder dc t rntar coii el cst ranji-so: t ;iii
1" oiito ~oiil'ii iitlcii todas cstas partes coiiio Iiis scpai iiii; Iiii-
ccii del soberaiio uii ser fantástico y formado <Irpiei.;is aii;i-
didas; cs conic si coiiipusicran el Iionibre de vil rios ccicrp )S,
ticn i i i i o cIc los ciialrs tciidría los ojos, de otro los bril/,os, (lc
ot 1-0 los pies, y nada inás. Los charlatanes del Japóii clesl~is-
íIiizaii, según dicen, a un iiiño a In vista de los cspecta~lorcs,y
liicgo, iirrojaiido todos sus mieiiibros uno tras otro ;il iiii.c,
Iiiit-cii q11e viivlva a caer el iiiño vivo y totalmeiite eiitcbro.A s í
soii iiiiís o inciios los juegos de iiianos de nuestros políticos;
d c s l ~ u L ; ~haher
i e desiiiembrado el cuerpo social i~icdiaiite
iiii;i ~wcstiidgitíici<íii digiia de fcria, vuelven a iiiiitnr Iiis pic-
zíis iio sc sabe córno.
Este error dcriva de no haberse formado nociones cxactas
dr la niitoridiid soberaiia y de haber toniado por piirtes tic
csii iiiitoi-idatl lo qiic i i o eriiii iiiíis que emaiiacioiics. .\si, poi-
ejciiiplo, se hiiii considerado el acto de declariir la ~;iicrriiy
el de hiicer la 1x1~ como actos de soberanía, l o cual i i o soii,
tliido q11e cada lino de estos actos no es una Icy siiio sol;i-
iiii~iitcuiia iiplit-íicihiidc la Icy, i i i i acto particiiliir qiic ~ l c ~ t ~ ~ i - -
iiiiiiii el caso clc la ley, coino se verá clararnentc c~iniiilolijc-
iiios la idea vii~culaíina la palal?ra ley*.
Siguiendo (le igual manera las deniás divisioiies ciicoii-
t 1-;iríaniosqiic. sienipre que se cree ver la sober;iiiía coiiipor-
t itlii, ~ i > sc
o c~liiivo~ii, qiicb10s tlcreclios ~ U %cs C t o i i i í i i i por
partes de esa soberanía le estáii subordinados todos y supo-
iicii sienipre voluntades supreinas de los que csos dct-echos
. ~ irepresenta11
o sino la ejecución.
No podría decirse cuánta obscuridad ha arrojado esta liil-
ta de exactitud sobre las decisiones de los autores en iiiateria
de derecho pol ít ico, cuando han querido juzgar los dcreclios
respectivos de los reyes y de los pueblos, a partir de los prin-
cipios que ellos mismos habían establecido. Cualquiera pue-

Eii el capítulo VI.


de ver en los capítulos 1 1 1 y 1V del yrinier libro de Grocio
cómo este hombre sabio y su traductor Uarbeyrac se emhro-
llan y se enredan en sus sofisnias, por temor a decir demíisia-
do o a no decir bastante según sus miras, y a herir intereses
que tenían que conciliar. Grocio, refugiado en Francia, des-
contento <lesu patria y queriendo Iincer la corie a Luis X I I I a
qiiien su libro está dedicado, no aliorrii iindn para despojíir
a los pueblos de todos sus derechos y para revestir con ellos a
los reyes coii todo el arte posible. lise Iiuhiera sido tanibién
el gusto de Barbeyrac, que dedicaba su traducci6n al rey de
Inglaterra, Jorge l. IJero dcsgraciadaiiiente la expiilsicíii
de Jacobo I 1, qiie él Iliiiiiiiba iil>di~íi~i<iii,
Ic forzíiha a i ~ i ílile-
i
nerse reservatlo, U torcerse, a tergiversiir p211-iino Iiarci. de
Giiilletmo un usurpador. Si estos dos escritores hul~icrnn
adoptado los verdaderos principios, todas Iíis difici1lt;ides
quedarían eliiniiiadas y cllos habrían sido en todo monieiito
coiisecuentes; pero habrían dichv tristeitiente la vertliid y
scílo híibrían cortejiido al pueblo. Aliora bien, la verdatl no
lleva a la fortiiiia, y el pueblo n o da ni eiiibajiidas, ni cite-
dras, i i i peiisioiies.

¡>e lo que precede se dctluce que la \'oliiiitii<lgciieral es siein-


pre recta y sieiiipre tieiide a Iii ut ilidatl piil>li~ ;i; pero iio sc8
deduce que las deliberacioiics del piieblo tciigiiii sieniprc la
misma rectitud. Siempre se quierc el propio bien, pero no
siempre se ve: jamás se corroinye al piiel>lo,pero coii fre-
cuencia se le engaiín, y sólo entonces cs cuaiido él parece
qiierer su mal.
Coii frecuencia hay inucha diferencia eiitre la voliintad de
todos y la volunta<lgcncral; Ata stílo iiiira al iiiteres coiliún,
Iii otrii iiiira íiI iiitcr6s privatlo, y iio es iiiiis qiic tina siiii~íi de
\ ~ o I i i i i iiclrs
t píil-i~~~~~~~~~cs: pcbi-oqiii~atlt l i tb\iiisiiiisiii;is vt ) I u i i -
tadcs los niás y los menos que se destruyen entre sí6,y queda
por suma de las diferencias la voluntad general.
Si los ciuda<liinosno tuviera11comunicación alguiia ecitre
sí cuando el pueblo, suficientemente informado, delibera,
del gran núnici-ode las pequeñas diferencias resultariíi sieiii-
pre la voluntaíl general, y la delil~eraciónsería siciiipi-cbii~b-
iiii. I'ero cuantlo se forman iiitrigas, asociacioiiis pariinlcs a
expensas de la grande, la voluiitad de cada uiiii de esi aso-
ciiicioiies se viiclve general respccto a sus niieiiibros, y par-
tic iilar respecto al Estado; se piietle decir entonces qiic ya iio
hiiy tan tos voi iiiites conio Iioni bres, sino solaiiientc tniiios
coiiio aso~ia~ioiies. I,íis diki-ciiciíisse Iií~cetiiiitbiiosiitiiiici o-
siis y da11un rcsiiltado nieiios gciieral. Finalnithiite, iiiíiiitlo
tiiie de estas asociacioiies es tan grande qiie se iinpo~ivsoht-e
totliis liis tleriiiis, ya 110 teiiéis por resultado uiiíi siiiiiii tle pc-
quciias clifereiicias, sino una diferencia única; eiitoi ices ya
no liay voluntad general, y la opinihn que se le i iiipoiic iio c8s
miis que una opiiiión particular.
1 iiiporta, pues, para sentar bicii el eiiuiiciado tle Iíi \roliiii-
tad geiicral qiic iio haya sociedad parcial en el I:stado, y t p c
catla ciudadaiio sólo opine por sí mismo7. Ésa Iíie IU iiiiicii y
siil>liiiieiiistitiici(in del gran Liciirgo. Que si hay socicdí~tll~s
pai ciiilrs, cs iiieiicster i i i i i l t ipliciir el iiúiiiero y pi-e\c i i i i - Iii
desigualdad, L onio hicieron Solón, Numa, Scbrvio'. 1:st íis
precauciones soii las únicas buenas para que la i~oluiiiiidgcn-
iicral sea siciiipi-cesclarecida y para que el pucl)lo tia sc cii -
ga iic..

* Por lo q ~ i se
e reticre a Solón, Rousseau parece atender (.ii este (iasnicii
Iii divisióti que dc los ciudadanos ateiiienses hizo en cli;iiro cl,iscs; cnii
ci~iiiitoa Nuina, p.ircce haberse guiado por la Vidu de N~i~rru, dc*Iiis \ i-
rirr3 t11~Iro11rbrt-s ilr~s~r-us, de Plutarco, qiie le adjudica la di\risií,n tlcl piicw-
hlo ~ o oticios, r ~ciiitiidohasta entonces estaba dividida eii do\ ligas o
~ ; I I . I C -siciiipre
S cbii litigio. Sobrc Scrvio Iiiiblará Rousseaii iiiíís ii(lc~lnritc-,
C b l I t * l l l I ~ l . 0l v ( c - . l ~ ~ l l l l1l \/).
o
Si el Estaclo o la Ciudad no es iiiiis qiie una persona 1i:oral
cuya vida consiste en la unión de sus iiiienibros, y si t.1 niás
importante de sus cuidados es el cle su propia cansen iicióii,
necesita una fuerza universal y conipulsiva para rnoyer y
ciisponer cada parte de la fornin niiís coiivciiiente al todo.
Igual que la naturaleza da a cada Iiombre un poder abs(,luto
sobre todos sus niieiiibras, el pacto social da iil ctierpt) polí-
tico un poder absoluto sobre todos los suyos, y es esti niis-
mo poder el que, dirigido por la v«liiiitacI general, lleva
como he dicho el rioinbre de soberanía.
Pero además de la persona pública, tciieiiios que coiisidc-
rar Iás personas privadas que la compoiieii, y cuya vida y
cuya libertad son iiattiralniente iiidepciidieiites de clla. Se
trata, pues, de distinguir bien los derechos respectivos cle los
ciudadanos y del soberanon, y los deberes que tienen que
cumplir los primeros en calidad de súbditos, del derecho na-
tural de que deben gozar en calidad de hombres.
Es cosa convenida* que todo cuanto cada uno enajena,
por el pacto social, de su poder, de sus bienes, de su libertad,
es s61o la parte de todo aquello cuyo uso importa a la comu-
nidad, pero hay que coiivenir taiiil~iéneii que scilo cl sohera-
no es juez de esa importancia.
Todos los servicios que un ciudadano puetle rendir al Es-
tado, se los debe tan pronto como el soberano los exija; pero
el soberano por su parte no puede cargar a los súbditos con
ninguna cadena inútil a la comunidad; 110puede siquiera
quererlo: porque bajo la ley de la razón nada se hace sin cau-
sa, igual que bajo la ley de la naturaleza.
Los comproniisos que iios viiiculaii al cucryo social sólo
son obligatorios porque son mutuos, y su naturaleza es tal
que al cumplirlos no se puede trabajar para los deniás sin
t i.íil>ajiii-taiiil~ii.;~
para iiiio iiiisiiio. i Por qui. Iii voliiiit ad ge-
iit~raies sienil~rerecta, y por. qiié totios quieicii coiistaiite-
iiieiite la felicirlad de cada uno de ellos, sino porquc no Iiay
iiiidie que se apropie de la expresión cndri uno, y que i v i pien-
sc en sí misiiio al votar por todos? Lo qiie priieb;~que la
igiialdad del derecho, y la noci6n de justicia qiie ella produ-
cc. deriva de la preferencia que cada uno se da y, por consi-
giiieiitc, de la ~iaturalezadel hombre; que la voluntad gene-
ral, ~ w i serlo
a verdaderamente, debe serlo en sil objeto taiito
conio eii su esencia, que debe partir de todos para aplicarse
a todas, y quc pierde su rectitud natural cuando tieiide a al-
gtiii o1)jjcto iii~lividualy determiiiado; porque eiitoiiics, juz-
gando sobre lo que nos es ajeno, no tenemos iiingúii verda-
tfcro principio de equidad que nos guíe.
Eii cSicto, tlcsde el moniento en que se trata tlc u11I>cclioo
de un derecho particular, sobre un punto que no ha sido re-
gulado por una convención general y anterior, el asunto se
vuelve contencioso. Es un proceso en que los particulares in-
teresados son una de las partes y lo público la otra, pero en
el que no veo ni la ley que hay que seguir, ni el juez que debe
fallar. Sería ridículo querer remitirse entonces a una deci-
sión expresa de la voluntad general, que no puede ser más
qiie la conclusión de una de las partes, y que, por coiisi-
guiente, no es para la otra más que una voluntad ajeiia, par-
t icular, inclinada en esta ocasión a la injusticia y sometida al
error. Así conio una voluntad particular no puede rrpresen-
tar la voluntad general, la voluntad general cambia a su vez
de naturaleza cuando tiene un objeto particular, y no puede,
como general, fallar ni sobre un hombre ni sobre uii hecho.
(:liando el pucblo de Atenas, por ejemplo, nombraba o tle-
ponía a sus je!&, discernía honores para uno, imponía peiias
a otro, y mediante multitud de decretos particulares ejercia
iiidistintameiite todos los actos del gobierno, el pueblo en-
tonces n o tenía ya voluntad general propiamente dicha; no
actuaba ya coiiio soberano, sino como magistrado. I3to pa-
recerá contrario a las ideas comunes; pero es menester de-
jarme tiempo para exponer las mías.
Debe entenderse por esto que lo que generaliza !a volun-
tad no es tanto el número de votos como el interés común
que los une: porque en esta institiición cada uno se somete
ne~rsarianientea las condiciones que impoiie a los dcniás;
acuerdo admirable del interés y de la justicia que da a las de-
liberaciones comunes un carácter de equidad que venios
desvanecerse en la discusión de cualquier asuiito particular,
por falta de un interés común que una e identifique la regla
del juez con la de la parte.
Por cualquier lado que uno se remonte al principio se
llega siempre a la misma conclusión: a saber, que el pacto so-
cial establece entre los ciudadanos tal igualdad que todos
ellos se comprometen bajo las mismas condiciones, y to-
dos ellos deben gozar de los mismos derechos. Así, por la
naturaleza del pacto, todo acto de soberanía, es decir, todo
acto auténtico de la voluntad general obliga o favorece igual-
mente a todos los ciudadanos, de suerte que el soberano co-
iioce sólo el cuerpo de la nación y no distingue a ninguno de
los que la componen. iQué es propiamente, por tanto, un
acto de soberanía? No es una convención del siiperior con el
inferior, sino una convención del cuerpo con cada uno de
sus miembros: convención legítima porque tiene por base el
contrato social; equitativa, dado que es común a todos; útil,
dado que no puede tener otro objeto que el bien general; y
sólida, porque tiene por garantía la fuerza pública y el poder
supremo. Mientras los súbditos sólo estén sonletidos a tales
conveiiciones, no obedecen a nadie sino úiiicainente a su
propia voluntad; y preguntar hasta dónde alcanzan los dere-
clios respectivos del soberi~iioy de los ciiidadanos es pre-
guntar hasta qué purito pueden éstos comyronieterse consi-
go mismo, cada uno con todos y todos con cada uno de ellos.
De esto se deduce que el poder soberano, por absoluto
que sea, por sagrado, por inviolable, no pasa ni puede pasar
los límites de las convenciones generales, y que todo hombre
puede disponer plenamente de lo que de sus bienes y de su
libertad le han dejado estas convenciones; de suerte que el
soberano nunca tiene el derecho de cargar a un súbdito mas
que a otro, porque entonces, al volverse particular el asunto,
sil poder deja de ser competente.
Una vez admitidas estas distinciones, es completamente
falso que en el contrato social haya una renuncia verdadera
por parte de los particulares: su situación, por efecto de este
contrato, es realmente preferible a lo que antes era, y en lu-
gar de una enajenación, no han hecho sino un cambio ven-
tajoso de una manera de ser incierta y precaria por otra
niejor y más segura, de la independencia natural por la li-
bertad, del poder de hacer daño a los demás por su propia
seguridad, y de su fuerza, que otros podían sobrepasar, por
un derecho que la unión social vuelve invencible. Su vida
misma, que ellos han consagrado al Estado, está continua-
mente protegida por éste, y cuando la exponen en su defensa
¿qué hacen sino devolverle lo que han recibido de él? ¿Qué
híicen que no Iiagan con niás frecuencia y con más peligro en
el estado de naturaleza, cuando, librando combates inevita-
bles, defenderían con peligro de su vida lo que les sirve para
conservarla? Todos tienen que combatir si es preciso por la
patria, cierto; pero también lo es que nadie tiene nunca que
combatir por sí mismo. NO se sale ganando corriendo, por
lo que constituye nuestra seguridad, una parte de los riesgos
qiie tendríamos que correr por nosotros mismos tan pronto
coino nos fuera arrebatada?

Ct~pítitloK I k l derecho de vida y de muerte

Cabe preguntarse cómo no teniendo los particulares dere-


cho a disponer de su propia vida, pueden transmitir al sobe-
rano este inismo derecho que ellos no tienen. Esta cuestión
parece difícil de resolver s6lo porque estíí iiial plaiitrada.
Todo hombre tiene derecho de arriesgar su propia vida para
conservarla. ¿Se ha dicho alguna vez que quien se arroja por
una ventana para escapar a un incendio sea culpable de sui-
cidio? ¿Se lia inipiitado iiicluso alguiia vez este cririien o
quien perece eii una tempestad cuyo peligro iio igiioral~aal
embarcarse?
El contrato social tiene por fin la conservación de los con-
tratantes. Quien quiere el fin quiere también los medios, y
estos medios son inseparables de algunos riesgos, de algu-
nas pérdidas incluso. Quien quiere conservar su vida a ex-
pensas de los demás, debe darla también por ellos cuando
hace falta. Ahora bien, el ciudadano no es ya juez del peligro
al que la ley quiere que se exponga, y cuando el príncipe* le
ha dicho: es oportuno para el Estado que mueras, debe mo-
rir; puesto que sólo con esta condición ha vivido seguro has-
ta entonces, y dado que su vida no es sólo un beneficio de la
naturaleza, sino un don condicional del Estado.
La pena de muerte infligida a los criminales puede consi-
derarse poco más o menos bajo el mismo punto de vista:
para no ser victima de un asesino es por lo que se consiente
en morir si uno se convierte en ello. En este contrato, lejos de
disponer de su propia vida no se piensa más que garantizar-
la, y no es de presumir que alguiio de los contratantes pre-
medite entonces hacerse colgar.
Además, todo malhechor que al atacar el derecho social se
convierte con sus fechorías en rebelde y traidor a la patria,
cesa de ser miembro de ella al violar sus leyes, e incluso le
hace la guerra. Entonces la conservación del Estado es in-
compatible con la suya, es preciso que uno de los dos perez-

* Es ésta la primera vez que figura en el Contrízto sociul la voz pririce;


hasta ahora había einpleado la de soberano. Hay que esperar al capítu-
lo 1 del libro 111 para ver que allí lo define no como soberano, sino como
el magistrado encargado de la ejecución de las leyes.
ca, y cuiindo se hace morir al culpable, es menos como ciu-
dadano que como enemigo. Los procedimientos, el juicio
son las pruebas y la declaración de que ha roto el contrato
social, y por consiguiente, ya no es miembro del Estado.
Ahora bien, conlo él se ha reconocido tal, al menos por su
residencia, debe ser suprimido mediante el exilio como in-
fractor del pacto, o mediante la muerte como enemigo pú-
blico; porque un enemigo semejante no es una persona mo-
ral, es un hombre, y es entonces cuando el derecho de guerra
es matar al vencido*.
Pero alguien dirá que la condena de un criminal es un acto
particular. De acuerdo: por eso tal condena no pertenece al
soberano; es un derecho que puede conferir sin poder ejer-
cerlo él mismo. Todas mis ideas se sostienen, pero no podría
exponerlas todas a la vez.
Además, la frecuencia de los suplicios es siempre un signo
de debilidad o de pereza en el gobierno. No hay malvado que
no se pueda volver bueno para algo. No se tiene derecho a
hacer morir, ni siquiera como ejemplo, sino a aquel a quien
no se puede conservar sin peligro.
Respecto al derecho de gracia, o de eximir a un culpable
de la pena impuesta por la ley y pronunciada por el juez, s610
pertenece a aquel que está por encima del juez y de la ley; es
decir, al soberano. E incluso su derecho en esto no está muy
claro, y los casos a usar de él son muy raros. En un Estado
bien gobernado hay pocos castigos, no porque se otorguen
muchas gracias, sino porque hay pocos criminales: la multi-
tutl de crímenes asegura su impunidad cuando el Estado pe-
rece. Rajo la República Romana ni el Senado ni los cónsules

* Eii el capítulo IV del libro anterior Rousseau había sentado un axio-


ma que ahora parece olvidar: ((CadaEstado s610 puede tener por ene-
migos otros Estados y no hombres, dado que entre cosas de diversas na-
turalezas no se puede establecer ninguna relaci6n verdadera.^ Aqul, sin
embargo, mezcla a la persona física, el criminal, con la persona moral
qiie es el Estado, convirtiéndolosen enemigos.
intentaron nunca el indulto; el pueblo mismo no lo otorga-
ba, aun cuando a veces revocara su propio juicio. Las gracias
frecuentes anuncian que pronto no tendrán necesidad de
ellas los crímenes y totlo el mundo piietlc ver adónde lleva
esto. Mas siento que mi corazcíii tnuriiiiira y coiit ieiic iiii
pluma; dejeinos discutir estas cuestioiies al hombre justo
que nunca incurrió en falta y que jamás tuvo para sí iiiisino
necesidad de gracia.

Mediante el pacto social hemos dado existencia y vida al


cuerpo político: se trata ahora de darle movimiento y volun-
tad mediante la legislación. Porque el acto primitivo por el
que este cuerpo se forma y se une nada deterniina todavía de
lo que debe hacer para conservarse.
Lo que es bueno y conforme al ordeii lo es por la iiatura-
leza de las cosas e independientemente de las convenciones
humanas. Toda justicia viene de Dios, sólo él es su fuente;
pero si supiésemos recibirla de tan alto no tendríamos ne-
cesidad de gobierno ni de leyes. lndudablemente existe una
justicia universal emanada de la sola razón; pero esta justi-
cia para ser admitida entre nosotros debe ser recíproca.
Considerando humanamente las cosas, las leyes de la justi-
cia, a falta de sanción natural, son vanas entre los hombres;
no hacen sino el bien del malvado y el mal del justo, cuando
éste las observa con todo el mundo sin que nadie las obser-
ve con 61. Se necesitan por tanto convenciones y leyes para
unir los derechos a los deberes y volver la justicia a su obje-
to. En el estado de naturaleza, en el que todo es común,
nada debo a quienes nada he prometido, no r e c o n ~ z c o ' ~ u e
sea de otro sino lo que me es inútil. No ocurre lo mismo en
el estado civil, en el que todos los derechos están fijados por
la ley.
Pero, en última instancia, ¿qué es una ley? Mientras se
coiitenten con unir a esta palabra sólo ideas metafísicas,
continuaremos razonando sin entendernos, y aun cuando se
digil lo que es una ley de la naturaleza, no se sabrá mejor lo
que cs iiiia ley tic1 Estado.
Ya he dicho que no había voluiitad general sobre un objeto
particular. En efecto, ese objeto particular está en el Estado
o fuera del Estado. Si está fuera del Estado, una voluntad que
le es extraña no es general respecto a él; y si el objeto está en
el Estado, forma parte de él: entonces se forma entre el todo
y su parte una relación que hace de ellos dos seres separados,
de los cuales uno es la parte, y otro el todo menos esa misma
parte. Pero el todo menos una parte no es el todo, y mientras
esa relación subsista no hay ya todo, sino dos partes desi-
guales; de donde se sigue que la voluntad de la una no es
tainpoco general respecto a la otra.
Pero cuando todo el pueblo estatuye sobre todo el pueblo, no
se coiisitlera más que a sí misiiio, y si entonces se forma una re-
lación es del objeto entero, bajo un punto de vista, con el objeto
entero, bajo otro punto de vista, sin ninguna división del todo.
Entonces la materia sobre la cual se estatuyees general como la
voluntad que estatuye. Es este acto lo que yo llamo una ley.
Cuando digo que el objeto de las leyes es siempre general,
entiendo que la ley considera a los súbditos como corpora-
ción y a las acciones como abstractas, jamás a un hombre
como individuo ni a una acción particular. Así la ley puede
muy bien estatuir que ha de haber privilegios, pero no pue-
de darlos nominalmente a nadie; la ley puede hacer muchas
clases de ciudadanos, asignar incluso las cualidades que da-
ráii derecho a esas clases, pero no puede nombrar a éste y a
aquél para ser admitidos en ellas; puede establecer un go-
bierno real y una sucesión hereditaria, pero no puede elegir
un rey ni nombrar a una familia real: en una palabra, toda
función que se refiera a un objeto individual no pertenew en
modo algunóal poder legislativo.
Según esta idea, se ve al instante que no hay que pregun-
tar ya a quién pertenece hacer las leyes, puesto que son actos
de la voluntad general; ni si el príncipe está por encima de las
leyes, puesto que es miembro del Estado; ni si la ley puede
ser injusta, puesto que nadie es injusto hacia sí misiiio; ni
cómo uno es libre y está sometido a las leyes, puesto que és-
tas no son más que registros de nuestras voluntades.
Se ve incluso que, por reunir la ley la universalidad de la
voluntad y la del objeto, lo que un hombre, quien quiera que
pueda ser, ordena por autoridad propia no es una ley; inclu-
so lo que el soberano ordena sobre un objeto particular no
es tampoco una ley, sino un decreto, ni un acto de soberanía,
sino de magistratura.
Llamo, por tanto, República a todo Estado regido por le-
yes, bajo la forma de administraciún que sea; porqiic shlo
entonces gobierna el interks público, y la cosa pública es
algo. Todo gobierno legítimo es republicanoy:enseguida ex-
plicaré lo que es gobierno.
Las leyes no son propiamente sino las condiciones de la
asociación civil. El pueblo sometido a las leyes debe ser su
autor; s61o a quienes se asocian corresponde regular las con-
diciones de la sociedad; mas, ¿cómo las regularán? ¿Será de
común acuerdo, por una inspiración súbita? ¿Tieneel cuer-
po político un órgano para enunciar estas voluntades?
¿Quién le dará la previsión necesaria para dar forma a sus
actos y publicarlos por anticipado, o cómo los pronunciará
en el momento de la necesidad? ¿Cómo una multitud ciega,
que con frecuencia no sabe lo que quiere porque raramente
sabe lo que es bueno para ella, ejecutaría por sí misma una
empresa tan grande, tan difícil como un sistema de legisla-
ción? Por sí mismo el pueblo siempre quiere el bien, pero
por sí mismo no siempre lo ve. La voluntad general es siem-
pre recta, pero el juicio que la guía no siempre es esclarecido.
Hay que hacerle ver los objetos tal cual son, a veces tal cual
deben parecerle, mostrarle el buen camino que busca, ga-
rantizarle de la seducción de las voluntades particulares,
acercar a sus ojos lugares y tiempos, equilibrar el atractivo
de las ventajas presentes y sensibles con el peligro de los
males alejados y ocultos. Los particulares ven el bien que re-
chazan: lo público quiere el bien que no ve. Todos tienen
igualmente necesidad de guías: hay que obligar a unos a
conformar sus voluntades a su razón; hay que enseñar al
otro a conocer lo que quiere. De las luces públicas resulta en-
tonces la unión del entendimiento y de la voluntad en el
cuerpo social; de ahí el exacto concurso de las partes, y final-
mente la fuerza mayor del todo. He aquí de donde nace la ne-
cesidad de un legislador.

(:<ipítirlo V l l . Del legislador

Para descubrir las mejores reglas de sociedad que convienen


a las naciones, haría falta una inteligencia superior que viese
todas las pasiones de los hombres y que no sintiese ninguna,
que no tuviera ninguna relación con nuestra naturaleza y
que la conociese a fondo, que su felicidad fuera indepen-
diente de nosotros y que, sin embargo, tuviera a bien ocu-
parse de la nuestra; finalmente, que procuríindose en el co-
rrer de los tiempos una gloria lejana, pudiera trabajar en un
siglo y disfrutar en otro lo. Harían falta dioses para dar leyes
a los hombres.
El mismo razonamiento que hacía Calígula en cuanto al
hecho, lo hacía Platón en cuanto al derecho para definir al
hombre civil o real que busca en su libro sobre el reino *;
pero si es cierto que un gran príncipe es hombre raro, jcudn-
to no lo será un gran legislador?El primero no tiene más que
seguir el modelo que el otro debe proponer. Éste es el mecá-

* Se refiere a La Política de Platón, también conocida en aquella época


por el título De regno.
nico que inventa la máquina, aquél no es más que el obrero
que la monta y la hace andar. En el nacimiento de las socie-
dades, dice Montesquieu, son los jefes de las repúblicas los
que hacen la institución y luego es la institución la que for-
ma a los jefes de las repúblicas*.
Quien se atreve con la empresa de instituir un pueblo
debe sentirse en condiciones de cambiar, por así decir, la iia-
turaleza humana; cfe transformar cada individuo, que por si
mismo es un todo perfecto y solitario, en parte de un todo
mayor, del que ese individuo recibe eii cierta forma su vida y
su ser; de alterar la constitución del hombre para reforzarla;
de sustituir por una existencia parcial y moral la existencja
físic;) e independiente que todos hemos recibido de la natu-
raleza. En una palabra, tiene qiie qiiitnr al Iioiiihre siis pro-
pias fuerzas para darle las que le son extrañas y de las que iio
puede hacer uso sin la nyiida <le los dciiiiís. Ciiaiito iiiiis
niuertas y aniquiladas están esas fuerzas, iiiás grandes y du-
raderas son las adquiridas, y más sólida y perfecta es tam-
bién la institución. De suerte que si cada ciudadano no es
nada, ni puede nada sino gracias a todos los demás, y si IU
fuerza adquirida por el todo es igual o superior a la siiina de
las fuerzas naturales de todos los individuos, se puede decir
que la legislación estii en el inds alto gro<lodc perfección quc
puede adquirir.
El legislador es, eii todos los aspectos, iin Iioi~ihreext raor-
dinario en el Estado. Si debe serlo por su genio, no lo es nie-
nos por su empleo. Éste no es magistratura, iio es soberanía.
Ese empleo, que coiistitiiye la Kepública, no entra tainpoco
en su constitución; es una función particular y superior
que nada tiene en común con el imperio humano; porque
si quien manda a los hombres no debe niandar en las leyes,
quien manda en las leyes tampoco debe mandar a los Iioin-

* Cor~sitit;rtltit~ns sirr les C ( I I ~ S C de tics Korrrtriris tBttic I Y I ti(;-


S 111 grt~rldc~irr ~~
(.iitirrrc-c,cap. 1 (niiridirlode la cdicicíii ctc 17.8).
bres; de lo contrario, sus leyes, ministros de sus pasiones, no
harían a menudo sino perpetuar sus injusticias, y jamás po-
dría evitar que miras particulares alterasen la santidad de su
obra.
(:uando Licurgo dio leyes a su patria, comenzó por abdi-
car de la realeza. Era costumbre de la mayoría de las ciuda-
des griegas confiar a extranjeros el establecimiento de las
suyas. Las Repíiblicas modernas de Italia imitaron con
frecuencia este uso; la de Ginebra hizo otro tanto y le fue
bien ' l . Eii su mejor edad Roma vio renacer en su seno todos
los crímenes de la tiranía, y se vio a punto de perecer por ha-
ber reuiiido sobre las mismas cabezas la autoridad legislati-
va y el poder soberano.
Siii ciiibargo, los misnios deceiiviros nunca se arrogaroii
el derecho de hacer aprobar una ley sólo por su autoridad.
Nlltltr r l t p 1 0 que os proportenios, decían al pueblo, pitede ~lusttr
(1 le)! siti vuestro corisentimiento. Romanos, sed vosotros mis-
mos fnsairtores de fnsleyes que deben hacer vuestrafelicidad.
Quien redacta las leyes no tiene, pues, ni debe tener, nin-
gún derecho legislativo, y el pueblo mismo no puede, aun-
que quiera, despojarse de este derecho intransferible; por-
que según el pacto fundamental sólo la voluntad general
obliga a los particulares, y nunca se puede asegurar que una
voluiita<lyarticiilar es conforme a la voluntad general hasta
despui.s de Iiabcrla sometido a los sufragios libres del pue-
blo; ya dije esto, pero no es inútil repetirlo.
Ile este modo, en la obra de la legislación se encuentran a
la vez dos cosas que parecen incompatibles: una empresa
por encima de la fuerza humana y, para llevarla a cabo, una
autoridad que no es nada.
Otra dificultad que merece atención: los sabios que quie-
reri hablar al vulgo su propio lenguaje en vez del de éste, no
podrían ser enteiididos. Ahora bien, hay mil clases de ideas
que es imposible traducir a la lengua del pueblo. Las miras
deiiiüsiatlo generales y los objetos demasiado alejados están
igualmente fuera de su alcance; al no placer a cada individuo
más plan de gobierno que aquel que se refiere a su interés
particular, difícilmente percibe las ventajas que debe sacar
de las privaciones continuas que imponen las buenas leyes.
Para qiie un pueblo naciente pueda gustar las sanas niáxi-
mas de la política y seguir las reglas fundaineiitales de la ra-
zón de Estado, seria menester que el efecto pudiera volverse
causa, que el espíritu social, que debe ser la obra de la insti-
tución, presida la institución misma, y que los hombres fue-
seii antes de las leyes lo que deben llegar a ser por ellas. Así
pues, el legislador, al no poder emplear ni la fuerza ni el ra-
zonamiento, tiene necesidad de recurrir a uria autoridad de
o t w orden que pueda arrastrar sin violencia y persiiudir si11
convencer.
He a h í lo que forz<idesde siempre a los padres dc las na-
ciones a recurrir a la intervención del cielo y a honrar a los
dioses con su propia sabiduría, a fin de que los pueblos, so-
metidos a las leyes del Estado tanto como a las de la naturale-
za, y reconociendo el mismo poder en la formación del
hombre y en la de la ciudad, obedeciesen con libertad y por-
taseii dócilmente el yugo de la felicidad píiblica.
Esta razón sublime que se eleva fuera del alcance de los
hombres vulgares es aquella cuyas decisiones pone el legis-
lador en boca de los inmortales, para arrastrar mediante la
autoridad divina a aquellos a qiiieiies iio podría poiier cii
nioviiiiiento de prudencia huinanaI2. lkro n o a todo hoin-
bre corresponde hacer hablar a los dioses, ni ser creído
cuando se anuncia como su intérprete. El alma grande del
I.egislador es el verdadero milagro que debe probar su iiii-
sión*. Cualquier hombre puede grabar tablas de piedra, o
comprar un oráculo, o fingir un secreto comercio con algu-

* En las Lt>tt,w ti(-ritcpsde la Morttrjgiie, carta III (libro in6rlito irii criste-
llarir)), Kousseau especificar6 los caracteres rlist i i i t ivos del Iegislador,
riiiiy cercanos a los dcl profeta.
na divinidad, o amaestrar un pájaro para que le hable al
oído, o encontrar otros medios groseros de infundir respeto
al pueblo. Quien sólo sepa esto, podrá incluso reunir por
azar una tropa de insensatos, pero jamás fundará un impe-
rio, y su extravagante obra perecerá pronto con él. Vanos
prestigios forman un vínculo pasajero, sólo la sabiduría lo
hace perdurable. La ley judaica, que aún subsiste, la del hijo
de Ismael, que desde hace diez siglos rige la mitad del mun-
do *, todavía proclama hoy a los grandes hombres que la dic-
taron; y mientras que la orgullosa filosofía4* o el ciego es-
píritu de partido no ve en ellos más que unos afortuiiados
i~~il~ostores,e1 verdadero político admira en sus instit ucio-
nes ese genio grande y potente qiie preside las fiindaciones
duraderas.
I)e toclo esto iio Iiay que concluir, con Warburton ***, que
la política y la religiún tengan entre nosotros un objeto co-

* Se refiere a la religión ismaelita, secta chiíta que difiere del Islani orto-
doxo e incluye ideas tieoplatónicas e hindúes derivadas de interpreta-
ciones esotéricas del Corán. Deben su nombre a Ismael, niuerto en 762
tras ser excluido por su padre, el sexto imán Yafar al-Sadik (699-767),de
la siicesi(iii. Sus !>al-iidariosnegaron su muerte y lo admitieron como
sépt inio y último iii~án.Perseguidos, tuvieron que huir de Medina; su
hijo, y heredero, Mohamed pasó a Persia, mientras el menor, Ali, lo ha-
cía a Siria y Marruecos. Los siglos vi i i y ix fueron los de incubación de
la secta qiic llegó íi principios del siglo i x su máximo poder político al
. iiiiáii Ubayd Allad pritiier califa fatimita eii 908. Los des-
~ " ' > ~ l i i i i i l i iiil
ccntlieiites del hijo niayor de Ismael fundaron varios estados en Persia
y en Siria, en cuyas niontañas estuvo la secta de los hachichinos, fuma-
dores de \~ucliís.En la actualidad sus zonas de influencia son Siria, Liba-
no (los drusos), Iiidiu, Persia, parte de Asia central y en algunas zonas
de África del norte.
* * Eii la l>rofesiótidefe del Vi~-i~rio snboyt~tzo,Rousseau aludirá a que «la
orgullosa filosofía lleva al espíritu fuerte, como la ciega devoción lleva
al fanatismo». Según Vaughaii, la expresión norgullosa filosofía* alu-
dc al hlnlior~~ct de Voltaire.
'" Willií~iiiWarhi~rton( 1698-1 779). obispo de Gloucester y autor de
The Alliunce hetwt~tviChurch atzd State, 1736; y de Divine Legation qf
Mosc's, donde analiza las relaciones de la Iglesia y del Estado.
mún, sino que en el origen de las naciones la uiia sirve de
instrumento a la otra.

Capítulo VIII. Del pueblo

Igual que el arquitecto observa y sondea el suelo antes de le-


vantar un gran edificio para ver si puede aguantar su peso, el
sabio legislador no empieza por redactar leyes buenas eii si
mismas, sino que antes examina si el pueblo al que las desti-
na es apto para soportarlas. Por eso Platón se negó a dar le-
yes a los arcadios y a los cireneos, sabiendo que estos dos
pueblos eraii ricos y iio podían tolerar la igualdad4:por eso
se vieron en Creta buenas leyes y hombres malos, porque
Miiios iio hahía discipliiiado sino a i i i i piicblo cnrgatlo dc
vicios.
En la tierra han brillado mil naciones que jamás habrían
podido tolerar buenas leyes, y las niismas que lo liiibieran
podido no tuvieron, en toda su duración, sino un tiempo
muy corto para ello. Idospueblos**,coino los hoiiil>res,s6lo
sondóciles en su juventud, se vuelven iiicorregibles al enve-
jecer; una vez que las costumbres estliii establecidas y arrai-
gados los prejuicios, es empresa peligrosa y vana querer re-
formarl~s;el pueblo no puede siquiera sufrir qiie se toqiien
sus males para acabar con ellos, coino esos enfermos est úpi-
dos y sin valor que t icmblan a la sola v isihii del méílico.
No es que, al igual que algunas eiiferiiiedades trastoriiaii
la cabeza de los hombres y les privan del recuerdo del pasa-
do, no se encuentre a veces en la duracióii de los Estados
épocas violentas en que las revoluciones hacen sobre los
* Sigue Kousseau una iiidicación de Pliitarco según la cual Platón se
habría negado a redactar las leyes de Cirene debido a su estado de pros-
peridad. (I'lutarco, A icir prítrcipe igtroranií*.)
* * 1.a edicitiii de 1782 restrictiva: s1.a n~ayoríade los piieblos. así
C'OlliO <Ic. l o s I i o l i i l ~ i . ~ ~ ~ . . . ~ ~
pueblos lo que ciertas crisis hacen sobre los individuos, en
que el horror del pasado hace las veces de olvido y en que el
Estado, abrasado por las guerras civiles, renace por así de-
cir de sus cenizas, y recupera el vigor de la juventud al salir
de los brazos de la muerte. 'Tal fue Esparta en los tiempos de
Liciirgo, tal fue Roma después de los Tarquinos; y tales son
entre nosotros Holanda y Suiza tras la expulsión de los ti-
ranos.
Pero estos acontecimientos son raros; son excepciones
cuya razón se encuentra siempre en la constitución particu-
lar del Estado exceptuado. Ni siquiera podrían ocurrir dos
veces al iiiisnio pueblo, porqiie puede volverse libre s6lo
niientras sea bárbaro, pero no lo puede cuando el nervio ci-
vil está gastado. Entonces los disturbios pueden destruirle
siii qiie las revoliicioiies piiedaii rcstablecerlo, y eii ciiiiiito se
rompen sus cadenas cae a pedazos y deja de existir: en ade-
lante necesita un amo y no un libertador. Pueblos libres,
acordaos de esta máxima: se puede adquirir la libertad; pero
recobrarla, nunca.
Para las naciones, igual que para los hombres, hay una
época de madurez que es preciso esperar antes de someter-
los a leyes; pero la madurez de un pueblo no siempre es fácil
de conocer, y si se la previene, la obra falla*. Tal pueblo es
disciplinnble al nacer, tal otro no lo es sino al cabo de diez si-
glos. Los rusos no serán civilizados nunca verdaderaniente,
porque lo fueron demasiado pronto. Pedro tenía el genio
imitativo; no tenía el verdadero genio, el que crea y hace

* «Idajuvetitud no es la infancia. Para las naciones, igual que para los


hombres, hay un tiempo de juventud, o si se quiere de madurez, que es
preciso esperar...»; éste es el texto de la edición de 1872;en un ejemplar
de la edición original del Contrato, Rousseau dio las causas de esta va-
riante: hacer desaparecer la corit radicción entre la afirmación: «Los
pueblos, conio los Iionibres, sólo son dbciles en su juventud. y «IBaralas
naciones igual que para los hombres, hoy...»; frente a este texto la letra
~(cniitrailicciliiia corregir con página 9 3 . ~
tle Roiisseaii seiiíil;~:
totlo de iiiitlii '. Algiiiiiis Iiis cosas C I ~ I Iiim
C c s t i i l ~ i iI~icii,
i
la niayoría estiilxiii Iiiei-ade Iiigar. Vio cliie si1 pueblo ci-abár-
hnro, iio vio que iio estaba iiia<liiropara la policía; quiso ci-
vilizarlo cuiiiitlo scílo Iiabia que ogiierrirlo. I:iiipezcí por que-
rer hacer aleiiianes, iiigleses, cuaiitlo Iiahia qiie enipezar por
hacer rusos; iiiipidió que sus súbditos 1lcgai.a.n a ser alguna
vez lo que podrían ser, persuadiéndoles de que eran lo que
iio soii. Así es coiiio uii preceptor Frai1cí.s foriiia a sii ;iliiiiiiu)
para brillar uii niomento e11su iiihiicia y Iiicgo rio ser iiiincii
nada. El imperio de Iliisia qiierrii sojuzgar it Europa ser5
soji-izgacloél niismo. 1.0s tártaros, siis súbclitos o siis veci-
iios, llegarán a ser siis iiiiios y los iiiicst ros: cstii rcvoliici<iii
me parece infalible. 'lodos los reyes de Europa trabajan de
consuno para acelerarla.

Capítulo IX. Continuación

Así como la naturaleza ha marcado términos a la estatura de


un hombre bien conformado, pasados los cuales no hace más
que gigantes o enanos, así también existen, respecto a la me-
jor constitución de un Estado, límites respecto a la extensión
que pueda tener, a fin de que no sea ni deninsiado grande
para poder ser bieii gobernado, ni cfeiiiasiado pcqi~cfiopara
poder mantenerse por sí mismo. En todo ciierpo político hay
un nzuximum de fuerza que no podría superar, y del cual coii
frecuencia se aleja a fuerza de agrandarse. Cuanto más se ex-

* Los ataques a las reformas de Pedro 1 el Graiide apuiitan iiidirrcta-


inrntr a Voltnirc, qiie tanto en sil Histoirc Bc I<i~ssie ctriiio cii la Histoiri.
de Clilirlcs XII, coiivierte al zar en uii reforiiiacloi geiiial. A estc párrafo
rousseauiiiano contestaría Voltaire en su Dictin~lrrtrir-u p/zilosop/riqire,
bajo el epígrafe ((Pedroel Graiide y J.-J . Kousseau)>,así conio en 1d~;es
R&pirblicailres:el coniieiizo de la crítica es personal: tras citar el frag-
iiiento, Voltnirc aíiailt*: Estas palabi-asestiii siicridris ile i i i i folleto t it 11-
l i ~ i l oI!It.o~i~niiosoi 1. J . I<oiissc;iii...
i t i l . o i~isociíil.dcl poco socii~lilb ))
liciiJc id viiiiiilo sociiil, ~iiiíssc relajíi, y cii geiici-iiliiii I:statlo
l3cq11e1io es proporcioi~alillenteriilís fuerte que uiio griiiide.
hlil razones demuestran esta máxima. En primer lugar,
la iidininistraritin se vuelve rnás penosa con las grandes
distaiicias, de igual modo que uii peso se vuelve iiiás pesado
en el extremo de una palanca mayor. Se vuelve también
mis oiierosa a iiiedida que los grados se multiplican; por-
q11c cadí1 ciudad tierie, en primer lugar, la suya qiie paga el
~ ~ ~ í t bIiiego,
l o ; cada distrito, tanibién la suya, pagada por
el pi~eblo;luego cada provincia, luego las grandes goberiia-
cioiies, las satrapías, los virreinatos que hay que pagar más
cal-oa iiiedida qiie se sube, y sieiiipre a expensas del dcsgra-
ciatlo pueblo; liiialnierite viene la administracicin suprema
que lo aplasta todo. Tantas cargas agotan continuamente a
los siihditos; Icjos de estar mejor gobernados por estos difc-
reiites órdenes, lo están peor que si hubiera uno solo por en-
cima de ellos. Y mientras tanto, apenas quedan recursos
para los casos extraordinarios, y cuando hay que recurrir a
ellos, el Estado está siempre en vísperas de su ruina.
Esto no es todo; no solamente el gobierno tiene menos vi-
gor y celeridad para hacer observar las leyes, impedir las ve-
jaciones, corregir los abusos, prevenir las empresas sedicio-
sas que pueden hacerse en lugares alejados; sino que el
piicl>losiente nleiios afecto por sus jefes, a los qiie no ve jo-
más, por la patria, que es a sus ojos como el mundo, y por sus
conciudadanos, la mayoría de los cuales le son extraños. Las
misnias leyes no pueden convenir a tantas provincias diver-
sas que tienen costumbres diferentes, que viven bajo climas
opuestos y que iio pueden soportar la misma forma de go-
bieriio. Leyes diferentes no engendran más que perturba-
cióii y coiifusiciii entre pueblos que, viviendo bajo los mis-
mos jefes y en comunicación continua, se trasladan de una
parte a otra o se casan entre sí y, sometidos a otras costum-
bres, no saben iiunca si su patrimonio es verdaderamente
suyo. 1.0s tnlciitos son enterrados, las virtudes igiioradas, los
vicios iiiipiiiics, e11cst U iiiultitud de honibres desconocidos
unos de otros que la sede de la adininistraci6ii supreiiia rcl-í-
ne en uii mismo lugar. Los jefes abrumados de asuntos no
ven nada por sí niismos, y empleados gobiernan el Estado.
Finalmente, las medidas que hay que adoptar para mantener
la autoridad general, a la que tantos funcionarios alejados
quiere11subst raerse o imponerse, absorben todos los cuida-
dos públicos, no queda nada para la felicidad del pueblo,
apenas queda algo para su defensa en caso necesario, y así es
como un cuerpo demasiado grande por su constitución se
desmorona y perece aplastado bajo su propio peso.
Por otro lado, el Estado debe darse cierta base para tener
solidez, para resistir las sacudidas que no dejará de experi-
mentar y los esfuerzos que será constreñido a hacer para
sostenerse; porque todos los pueblos tienen una especie de
fuerza centrífuga, por la que actúan continuamente unos
contra otros y tienden a engrandecerse a expensas de sus ve-
cinos, como los torbellinos de Descartes. Así los débiles co-
rren el riesgo de ser engullidos muy pronto, y nadie puede
apenas conservarse si no es ponikndose con todos en una es-
pecie de equilibrio, que hace la compresión más o menos
igual en todos los sentidos.
Ahi se ve que hay razones para extenderse y razones para
limitarse, y no es el menor talento del político encontrar, en-
tre unas y otras, la proporción mas ventajosa para la conser-
vación del Estado. En general puede decirse que las prime-
ras, al no ser más que exteriores y relativas, deben estar
subordinadas a las otras, que son internas y absolutas; una
constitución sana y fuerte es lo primero que hay que buscar,
y es menester contar más con el vigor que nace de un buen
gobierno que con los recursos que proporciona un territorio
grande.
Por lo demás, se ha visto Estados constituidos de tal for-
ma que la necesidad de conquistas entraba en su constitu-
ción misnia, y que para mantenerse estaban forzados a
agrandarse sin ccsar. Quizá se felicitaban mucho por esta
afortunada necesidad, que, sin embargo, les mostraba,
con el término de su grandeza, el inevitable momento de
su caída.

Se puede medir un cuerpo político de dos maneras: a saber,


por la extensión del territorio y por el número de población;
y eiitre ainbas medidas hay una relación conveniente para
dar al estado su verdadera grandeza. Son los hombres los
que hacen el Estado, y es el terreno lo que nutre a los hom-
bres; esa relación estriba por tanto en que la tierra baste al
nacimiento de sus habitantes, y en que haya tantos habitan-
tes como puede nutrir la tierra. Es en esta proporción en la
que se encuentra el maximum de fuerza de un número dado
de población; porque si hay demasiado terreno, su guarda es
onerosa, el cultivo insuficiente, el producto superfluo; tal es
la causa próxima de las guerras defensivas; si no es suficien-
te, el Estado se encuentra a discreción de sus vecinos por lo
que hace al suplemento; tal es la causa próxima de las gue-
rras ofensivas. Todo pueblo que por su posición no tiene
más que la alternativa entre el comercio o la guerra, es débil
en sí misino; depende de sus vecinos, depende de los acon-
tecimientos; nunca tendrá más que una existencia incierta y
corta. O sojuzga y cambia de situación, o es sojuzgado y no
es nada. No puede conservarse libre más que a fuerza de pe-
queñez o de grandeza.
No se puede calcular una relación fija entre la extensión de
la tierra y el número de hombres que mutuamente se bastan;
tanto a causa de las diferencias existentes en las calidades del
terreno, en sus grados de fertilidad, en la naturaleza de sus
producciones, en la influencia de los climas, como de las que
se observa en los temperamentos de los hombres que las ha-
bitaii, de los cuales iinos consunien poco eii un país fertil,
otros inticlio sobre iiii suelo iiigrato. Adeiiiiís Iiiiy que teiier
eii cuenta la iiiayor o iiieiior fecuiididaci <lelas iiiiijeres, lo
que en el país puede haber de niás o iiieiios favorable a la po-
blacióii, la cantidad a que el legislador puede esperar llegar
coii sus iiistitucioiies; de suerte que no debc fundar si1juicio
sobre lo que ve, sino sobre lo que prevé, ni detenerse tanto en
el estado actual dc la pobl'~ci<iiicoiiio cii aquel qiie tlcbc ella
naturalmente alcanzar. Por último, hay iiiil ocasiones en qiie
los accidentes particulares del lugar exigen o permiten qiie se
abarque más terreno del que piirece iieccsario. Así, se cxteii-
derá mucho en un país de montañas, eii el que las produccio-
nes naturales, a saber, los bosques, los pastos, exigeii iiienos
trabajo, en el que la experiencia enseíia que las iiiujeres son
más fecundas que en las llanuras, y en el que la mayor parte
del suelo en declive sólo da una peqiiena base horizontal, la
única con qiie hay que coiitnr para la vegetación. 130rel con-
trario, es posible estrecharse a orillas del iiiar, incluso entre
rocas y arenas casi estériles; porque allí la pesca piiecte siiplir
en gran parte a los productos de la tierra, porque los hoiii-
bres deben estar más unidos para rechazar a los piratas, y
porque además Iiay más facilidad para descargar al país, me-
diante colonias, de los habitantes de que está sobrecargado.
A estas condicioiies para instituir un pueblo hay qiie aña-
dir una que iio puede suplir a ninguna otra, pero sin la cual
todas son inútiles: es que se goce de abundancia y de paz;
porque el tiempo en que se ordena un Estado es, como aquel
en que se forma un batallón, el instante en que el cuerpo es
menos capaz de resistencia y niás fácil de destruir. Se resisti-
ría mejor en un desorden absoluto que en un momento de
fermentación, donde cada uno se ocupa de su rango y no del
peligro. Que en este tiempo sobrevenga tina guerra, el bain-
bre, una sedición: el Estado se derrumba infaliblemente.
Y no es que no haya muchos gobiernos establecidos du-
rante esas tormentas; pero entonces estos gobiernos mismos
soii los que destruyen el Estado. Los usurpadores propician
o escogen sieiiipre estos momentos de perturbaciones para
hacer pasar, gracias al terror público, leyes destructivas que
el pueblo no ailoptaría jamás a sangre fría. La elección del
momento de la institución es uno de los caracteres más se-
giiros por los que se puede distinguir la obra del legislador
dc la del tirano.
Por taiito, ¿qué pueblo es propio para la legislación?
Aqiiel que, eticoiitráiidose ya viiiculado por alguna unicin
de origen, de interés o de convención, no ha llevado todavía
cl verdíidero yiigo de las leyes; aqiiel que no tieiie iii costtiin-
bres ni supersticiones arraigadas; aquel que iio teme ser
abrumado por una invasión súbita, que, sin entrar en las
qi~erellasde siis vecinos, puede resistir solo a cada uno de
ellos, o ayudarse de uno para rechazar al otro; aquel en que
cada uno de sus miembros puede ser conocido de todos, y
en qiie iio se veii forzados a cargar a un hombre con un far-
do iiiayor del qiie un honibre puede llevar; aqiiel quc puede
presciiidir de los deniis pueblos y del que cualquier otro
pueblo puede prescindir 12; aquel que no es ni rico ni pobre
y puede bastarse a sí mismo; en fin, aquel que reúne la con-
sistencia de un piieblo aiitiguo con la doctrina de un pueblo
nuevo. Lo que hace penosa la obra de la legislación es me-
nos lo que hay que establecer que lo que es preciso destruir;
y lo que vuelve al éxito tan raro es la iinposibilidad de hallar
la siniplicidad de la naturaleza unida a las necesidades de la
sociedad. Cierto que todas estas condiciones se encuentran
difícilmente juntas. Por eso se ven tan pocos Estados bien
constituidos.
'rodavía queda en Europa un país capaz de legislación: es
la isla de Córcega *. El valor y la constancia con que este vale-
* Rousscau escribió un Projet de Constitution pour la Corse [Proyecto
de Const i t ucióii para CórcegaJ ,publicado por vez primera en 1825 en
uri volumen de (Euvres inédites de Rousseau. Puede verse en CEuvres
con~plt?tes, 111, págs. 899-950.
ros0 pueblo ha sabido recuperar y defender su libertadbien
merecía que algún hombre sabio le enseñase a conservarla.
Tengo cierto presentimiento de que un día esta pequeña isla
asombrará a Europa.

Capítulo XI. De los diversos sistemas de legislaciótz

Si se indaga en qué consiste precisameiite el bien mayor de


todos, que debe ser el fin de todo sistema de legislación, se
encontrará que se rediice a dos objetos principales, la liber-
tad y la igualdad. La libertad, porque toda dependencia
partigular es otro tanto de fuerza que se quita al cuerpo del
Estado; la igualdad, porque la libertad no puede subsistir
sin ella.
Ya he dicho lo que es la libertad civil*; respecto a la igual-
dad, no liay que entender por esta palabra que los grados de
poder y de riqueza sean absolutamente los mismos, sino
que, en cuanto al poder, que esté por debajo de toda violen-
cia y no se ejerza nunca sino en virtud del rango y de las le-
yes, y en cuaiito a la riqueza, que ningún ciudadano sea lo
bastante opulento para poder comprar a otro, y ninguno
lo bastante pobre para ser constreñido a venderse: cosa que
supone por parte de los grandes moderación de bienes y de
crédito, y por parte de los pequeiíos, moderación de avari-
cia y de ambición 14.
Esta igualdad, dicen ellos, es una quimera de especula-
ción que no puede existir en la práctica. Pero si el abuso es
inevitable, jse sigue de ello que al menos no haya que regu-
larlo? Precisamente porque la fuerza de las cosas tiende
siempre 2 r l ~ luir
~ t la igualdad es por lo que la fuerza de la le-
gislación debe tender siempre a mantenerla.
Pero estos objetos generales de toda buena institución de-
ben ser modificados en cada país por las relaciones que na-
cen tanto de la situación local como del carácter de los habi-
tantes, y a partir de tales relaciones es como hay que asignar
a cada pueblo un sistema particular de institución, que sea
el mejor, quizá no en sí mismo, sino para el Estado a que está
destinado. Por ejemplo, ¿esel suelo ingrato y estéril, o el país
demasiado estrecho para los habitantes? Volveos hacia la in-
dustria y las artes, cuyos productos cambiaréis por los géne-
ros qiie os faltaii. ¿Que por el contrario ocupáis ricas Ilanii-
ras y fértiles laderas? ¿Que en un buen terreno os faltan
habitantes? Dad todos vuestros cuidados a la agricultura,
que multiplica los hombres, y expulsad las artes que no ha-
rían sino acabar de despoblar el país, agrupando en algunos
puntos del territorio a los pocos habitantes que tienei5.¿Que
ocupáis riberas extensas y cómodas? Cubrid el mar de baje-
les, cultivad el comercio y la navegación; tendréis una exis-
tencia brillante y breve. ¿Que el mar no baña en vuestras
costas sino rocas casi inaccesibles?Seguid siendo bárbaros e
ictihfagos;viviréis más tranquilos, quizh mejores, y con toda
segiiridad más felices. En una palabra, además de las niáxi-
niiis coniunes a todos, cada pueblo encierra en sí alguna cau-
sa que las ordena de una manera particular y hace su legisla-
cióii idónea sólo para él. Así es como antaño los hebreos y
recientemente los árabes han tenido por principal objeto la
religión, los atenienses las letras, Cartago y Tiro el comercio,
Rodas la marina, Esparta la guerra y Roma la virtus*. El au-
tor de L'Esprit des Lois** ha mostrado en multitud de ejem-

* Kousseau escribe:la vertu. Pero una traducción literal, con las conno-
taciones religiosas que en castellano tiene el termino virtud, no podria
traducir lo que era la virtus romana: conjunto de cualidades que dan al
hoiiibre o a los deiiiás seres su valor físico o moral; cualidades viriles,
varoiiiles:vigor, moral, energia, valor, esfuerzo, fortaleza de ánimo.
++ Montesquieu. Alude Rousseau al libro XI, cap. V: «Aunquetodos los
r s t i i d o s tciigmi e11 ge~ieri~l
un misnio objeto, que es el de mantenerse,
cad'i I'st atlo t ieiie, si 11 embargo, uno que le es particular. El engrnndeci-
plos por medio de qué arte el legislador dirige la institución
a cada uno de estos objetos.
Lo que hace la constitución de un estado verdaderamente
sólida y duradera es que las conveniencias sean observadas
de tal modo que las circunstancias naturales y las leyes cai-
gan siempre concertadas sobre los mismos puntos, y que és-
tas no hagan, por así decir, más que asegurar, acompañar,
rectificar a las otras. Pero si el Legislador, eqiiivoc6ndose en
su objeto, adopta un priiicipio diferente del que iií~cede la
naturaleza de las cosas, si uno tiende a la scrvidiiiiibre y cl
otro a la libertad, uno a las riquezas y otro a la poblacióii,
uno a la paz y otro a las conquistas, se verá debilitarse insen-
siblemente las leyes, alterarse la constitucián, y el Estado iio
cesará de ser perturbado hasta que sea destruido o cambia-
do, y hasta que la invencible naturaleza haya recuperado su
imperio.

Ctipítulo X l l . Ilivisitíri tle Iris leyes

Para ordenar el todo o dar la mejor foriiia posible a la cosa


pública, hay diversas relaciones que coiisiderar. Priiiiera-
mente la acción del cuerpo entero actuando sobre si niismo,
es decir, la relación del todo al todo, o del soberano con el
Estado, y esta relación está compuesta por la de los trriiiiiios
intermediarios, como enseguida verenios.
Las leyes que regulan esta relación llevan el nombre de le-
yes políticas, y se llanian también leyes fu~idameiitales,iio

miento era el objeto de Roma; la guerra, el de Lacedemonia; la religión,


el de las leyes judaicas; el comercio, el de Marsella; la tranquilidad píi-
hlica, el de las leyes de China; la navegacit'iii, el de las leyes dc los Rodios;
Iil libertad iiiiturul, el objeto de la policía de los salvíijes; eii gciieriil, las
delicias del yríiiciye el de los Estados desp<íticos;su gloria y la del Esta-
do, el de los inonarcas; la independencia de cada particular es el objeto
tlcbIiis ICYCS de I'oloiiia, dc lo íliitbr~~iiltii
la oprc~sicíiide todos.))
siii cierta razón si tales leyes son sabias. Porque si en cada
Estado no hay más que una buena manera de ordenarlo, el
pueblo que la ha encontrado debe atenerse a ella: pero si
el orden establecido es malo, ¿por qué tomar por fundamen-
tales leyes que le impiden ser bueno? Por otra parte, y en
cualquier situación, un pueblo es siempre dueño de cambiar
sus leyes, incluso las mejores; porque si le place hacerse mal
a sí mismo, ¿quién tiene derecho a impedírselo?
[.a segunda relación es la de los miembros entre sí o con el
ciierpo entero, y esta relación debe ser en el primer aspecto
tan pequeña y en el segundo tan grande como sea posible: de
suerte qiie cada ciudadano esté en perfecta independencia
de todos los demás, y en excesiva dependencia de la ciudad;
lo cual siempre se hace por los mismos medios; porque sólo
la fuerza del Estado hace la libertad de sus miembros. De
esta segunda relación es de donde nacen las leyes civiles.
Puede considerarse una tercera clase de relación entre el
hoiiibre y la ley, a saber, la de la desobediencia a la pena, y
ésta da lugar al establecimientode leyes criminales que en el
fondo son menos una especie particular de leyes que la san-
cicín de todas Iris demás.
A estas tres clases de leyes se une una cuarta, la más irn-
portaiite de todas; que no se graba ni sobre el mármol iii
sobre el bronce, sino en los corazones de los ciudadanos;
que forma la verdadera constitución del Estado; que ad-
quiere todos los días nuevas fuerzas; que cuando las demás
leyes envejecen o se extinguen, las reanima o las suple, con-
serva un pueblo en el espíritu de su institución y sustituye
insensiblemente la fuerza del hábito por la de la autoridad.
Hablo de las costumbres, de los usos, y sobre todo de la opi-
nión; parte desconocida de nuestros políticos, pero de la
que depende el éxito de todas las demás: parte de la que el
gran Legislador se ocupa en secreto, mientras que parece
liniitarse a los reglamentos particulares que no son más
qiic la cimbra tte la bóveda, de la cual las costiirnbres, más
lentas en nacer, forman en última instancia la inquebranta-
ble clave.
Entre estas clases diversas, las leyes políticas, que consti-
tuyen la forma del gobierno, son la única referida a mi
tema.

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