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Jean-JacquesRousseau
El libro de bolsillo
I3 Sociología
Alianza Editorial
Libro 1
piiCde ciiajcii;ii- a sus Iiijos; ellos iiaceii lioriibi.c,\ lil i c.5; :,ri
li1)crtad les pc.1 icbiiece, iiiidic tieiic dereclio a dihlloiici dc cll,i
iii;ís que cllos . Aiites d e q u e lleguen a la edil11 tic i..i~(iii t.1
lo qiie cl iiiás iiicrte Ic iiiande. ... De suerte que en virtud de e\te coiii rato
c.1 veticiclo dt>hcal vi^ ~oriosotodos sus servicios y una obedi~~iicia iil~\o-
Iiita, síilvo eii tiquelloqtie reyugiia a las leyes divirias.),
* ((Reliítions réelles));Iriduzco por ((reales. en acepción y t ~ iio c tigiira
rii el 1)iicioiiiirio d i Iii Acadeniia, pero qiie se emplea en j~ri\~~rucit~iiiia:
((ytic sr refiere P los hiciies, por oposiciú~ia lo que se refiere :i las prl-so-
tias)).1:I castt.llaiiolo uiiplca iisíeii algunas locuciones: dercc hos rc.iles,
por ciciiiplo; real deriv'i en este caso del bajo latín realis, de nls, rci, cosa,
igi~alqiie en su acepi-itin de ((efectivo»,«verdadero»,por oposicitiii a
((ideal)).Quizií sil versi611nd scnsurri fiierii ((patrinioniales»,csdecii, re-
I,icioiics entre los bieiicbs inniuel>les.
Lu pclix iie Dieu: siisyensión de hostilidades que la Iglesia imponía a
los coiiil>atientesen ciertas épocas del año (la Cuaresma por ejemplo)y
todas las semanas desde el miércoles por la noche hasta el lunes p gr
r - ? ~ n !~ bts
- Icv d i ? - ~sasepromdgóen 1041.
*
hubo, contrario a los principios del derecho natural y a
toda buena policía * .
La guerra no es, pues, una relación de hombre a hombre,
sino una relación de Estado a Estado, en la que los part l a -
lares son enemigos sólo accidentalmente, y no como hom-
bres, i i i siqiiicra coiiio ciudadaiios4*,siiio coino solti;ltl»s;
iio coino iiiienibros de la patria, sin« conio siis ctefeiisores.
Finalinente, cada Estado s6lo puede teiier por eneniigos
otros Listados y iio honibres, dado que ciitre cosas de di*~er-
sas naturalezas no se puede establecer iiinguii;i relacióii ver-
dadera.
Este principio est6 incluso conforme coi1 las niáxiiiiiis es-
tahlec~iasen todas las épocas y con la práctica constaiiie de
dcsliace en ceriiziis.
Uii pueblo, dice Grocio, puede darse a un rey. Según Gro-
cio t i i i pueblo es, por lo tanto, un pueblo antes de ílarsc a uii
rey. Esta <lonaciOiiiiiisnia es iin acto civil, supoiic uiiii tleli-
hcriicihn ~~úblicii. Antes, pues. de examinar el acto por cl que
u n piieblo elige i i i i rey, sería coiiveniente exaniiiiar el acto
por cl que un pueblo es un pueblo. Porque siendo necesiiria- ,
p 1 V . l)c81pacto social
Ctq~ít
ulo 1711. Ilel soberano
* 1.11 cl libro 11, cap. XI1 insistirá aclaraiido más aún: «Eii ciialqiiier si-
tiiacitiri, uri pueblo c~ sieiliprc dueño de cambiar sus leycs, iiicliiso las
~iit'jorcs.))t i 1 otros piirrafos repite esta idea que se convirt iU en uito de
los piiiitos cruciales tle la acusación contra el Corrtratosocirrl,libro ((des-
tructor de torlos los gobiernos));el Fiscal General Jean-Kobert 'I'roii-
chiii, sus (:oiicliisioiies, denunciaba este desvío fundamental de la
doct i-iiiadc Koussc.íiii:«Las leyes constitiitivas de todos los gobieriios Ic
parcicii siciiiyre re\ ot:ahles.)>
l'ero 110ocilrre lo iiiistiio con los súl>tlitospiira con c.1 so-
I~ci-iiiio,cl ciiíil. ~ ~ cal~ ititc1-6~ sc coiiiúii, iiiid'i i.~~s~~oiicl~~i.íi~ tic
los coiiiproiiiisos tic aqiii.llos si iio ~iiioiiiriir;iiiicdiiv. Jc
íiscgiirnrsc sil fitlclidad.
I:ii ~blCc~o,c;icl;i i i i t l i v i c l i i o ~)iicbil~*,
~ o ~ iI ii o oi i i l ~ i - uI,< * I ~ L * Ii i i i ; i
yoluiitad yart icular coiii raria o dikrciitc dc 1.1 voluiitacl gc-
neral que tiene como ciudadano. Su itiierds particular puede
hablarle de forma muy distinta qiie el iiiterés coinún; su exis-
tencia absoluta y naturalinente indepentliente puede hacerle
considerar lo que debe a la causa con~úiicoino iina contribu-
ii6n gratuita, cuya pérdida sería iiienos perjutiicial a los de-
iiias que oneroso es para él sil pago, y, niiraiido a la persona
moral que constituye el Estado conio un ser de razón, puesto
que no es un hombre, gozaría de los derechos del ciudada-
no sin querer cumplir los deberes del súbdito; i iijiist icia cuyo
progreso causaría la ruina del cuerpo político.
A fin, pues, de que el pacto social no sea un vano formula-
rio, implica tácitamente el compromiso, el único que puede
dar fuerza a los demhs, de que quien rehuse obedecer a la
voluntad general ser6 obligado a ello por todo el cuerpo: lo
cual no significa sino que se le forzará a ser libre; porque ésa
es la condición que, dando cada ciudadano a la patria, le ga-
rantiza de -toda dependencia personal *: condición que
constituye el artificio y el juego de la máquina política, y la
única que hace Iegítirnos los compromisos civiles, que si11
* Un pasaje del Emilio (11) resulta esencial para la coniprensión (le este
fragiiiento: nHay dos clases de dependencias: la de las cosas, qiii pro:
cede de la naturaleza; la de los hombres, que procede de la ~ocic~tI.~cf. Al
iio tener la dependencia de las cosas ninguna moralidad, no perjutlica n
la libertad y no engendra vicios; la dependencia de los hombres, siendo
desordenada, los engendra todos, y por ellases por lo que el amo y el es-
clavo se depravan niutuaiiiente. Si hay algún medio de remediar este
nial eii la sociedad, es sustituyendo la ley del hombre, y armsiido las
voluntades generales de un'i fuerza real. superior a la acción de t(*ia vu-
Iiintad particular. Si las leycs de las naciones pueden tener, como las de
In iiatiira1e;ra. iiiiii iiiflexihilid~dque jaiiiiís fuerza huiiiana alguna pue-
eso serinii absiirdos y tiráiiicos y estiiriaii soi~ietidosa los
~ I I > ~ I iSi O
~ S
iC
í ~~ I ~ O ~ I I I C S .
lil)c*i.tadcivil poi. lo (lile a las personiis se refiere, hareiiios por lo qiic- \c.
i-rlit.i-r ;i I t is I > i c b i i i \ Iii tIeI clerccho de pn)pied;i<lcoi1 cl tIt,rcbilio<lis sol
ritiii;~,dcl tloiiii~iioparticular coii el tfoiiiinio eniinentc,)y 1)er;iilii.i i i i i -
ldt;i Iit citii tlcl ir;i!:itt~iitopiii-a prtx-is;irc.1 peiisíiriiieiito 1It1 Hoiis~.t.iiii:..Si
í b sstil>rccl dcriclio de yropicdiid solii.c lo que esti fuiidii~lii Iii ;iilioi-i~l.~~l
solicraiia. este dc*i.rachoes el que 1116sdcbe respetar ella. Ils i i i ~ i o l i i l > I t :y
síll:i-iido parii ~ l l i iiiieiitrasi sea iin derrbclio particular e iiitlividii;il;de\(Iíb
i.1 iiioiiiciiio i i i t ~ i i tcstii - coiisidcriitlo ~ 0 1 1 1 coiiiiiii
0 a toclos los t iiicl;itl.i
iio\. cstii someticlo a la voluiitad geiitbi-;ily esta voluiitaíl geiier.il puitlc
rtbdiicirlo a nada. Así, el soberaiio n o tiene derecho alguno a tocar cl
biin de uii particiilar ni de varios. IJeropuede legítinianiciite aljotleriii--
se tlcl bieii de tc~clos,coiiio se hizo eii lisparta en tiempos de I.icurg();
iiii~>iitras qiie la al)olicióii de las deucliispor Solón fue un .icto ili.gitiilio)~
(Ii~t~ilio, V). Ijar3 Ijufendorf y Grocio, el soberano puede hacer uso del
do~iiinioeminente sobre las propiedades de sus súbditos. aunqiie luego
deba compensarlos.
En general, para autorizar, en un terreno cualquiera, el
derecho de primer ocupante, son menester las condiciones
siguientes: primera, que ese terreno no esté habitado aún
por nadie; segunda, que sólo se ocupe de 41 la cantidad que
se necesita para subsistir; en tercer lugar, que se tome pose-
sión de él no mediante una vana ceremonia, sino por el trae-
bajo y el cultivo, único signo de propiedad qiie a falta de tí-
tiilos jurídicos debe ser respetado por los deiiiiis.
En efecto, otorgar a la necesidad y al trabajo el dereclio de
primer ocupante, iiio es llevarlo lo mris lejos posiblt? ¿Se
puede iio poner limites íi este derccho? il5astaríí poner cl pie
sobre un terreno coinún para pretender con ello al puiiil ser
el dueno? ¿Bastará coii tener la fucrza de ayartíir por uii iiio-
mento a los deniás hombres para privarles para siempi.e del
tlcrecho de volver? i(:<iino i i i i hoii~hrco u n puel>lopiietle
apoderarse de uii territorio iiiineiiso y privar de 61 a todo el
género humano sino niediante una usurpación punible,
puesto que priva al resto de los hombres del lugar y de los ali-
iiientos que la naturaleza les da en común? Cuando Niíñez
de Balbo* desde la orilla tomaba posesión del mar dcl sur
y de toda la América meridional en nonil>rede la coroiia de
Castilla, jera suficiente para desposeer de él n todos los ha-
bitantes y para excluir a todos los príncipes tiel mundo? A
igual tenor se iiiultipliciil>anbastaiite e11vario esas cereiiio-
iiins, y el rey cat6lico n o tenía iiiiís qiitBtoiiiíir posesi<íiidc
cs~ii
I (liit-scbl ~ i ~ g
I M ;cii cl t l c b i ~ * c ql ~ioc ~-iiti;iI L I I - -
i i ii(Iqiiisi~-i(íii,
~iciiliirt iciic a sii propio IOiiJo csiii sieiiiprc s~il)oi-diiii~~li\ iil
ticicclio tliie la ~oiiiiiiiitíii<l ticiie sobre iodos, siir lo cual i i o
liiil>ríiicii cll¿i iii solitlt!~, i ~ l o i i i 1 I I ~ ~ Irc;11
C I I ttl \ t í ~ i ~ -sot.ii~I, - ~ tbi1
~ I
cl ejercicio tlc la sohcríiiiíii.
'Ikriiiiiiat-6este capitiilo y cite lil>rocoii iiiiii ol~sci-vaci<iii
que clchc servir de l>nsca todo cl sistciiia sociíil: y es qiic8c ~ i
Iiigíii-tic tic-siriiir la igiiíiltiiitl iioiiii-iil,cI píicto IiiiitI;iiiiciitaI
siihstitiiyc, por cl coiitrario, por iiiia igu;iltiad iiioral y Icgi-
ti~iialo qiic la iii~tiiraleziipiitlo poiicr de desigiiiilda<ifísica
~ IOS I I O I ~ I ~ I - ~y- SC ~ I I Cp
C I I 1-c , i ~ ~ i i ~ser ~ id deos i g ~ ~ ; ~CII e it~~-r-
I s
Zii o C i i gciiio, sc8~ i i ~ llodos ~ ~ igiiíilc~
i i poi. c o i ~ \ ~ ~ ~ i ). i~tItb
-i(íii
clcreclitP.
La primera y miis importante consecuencia de los priiicipios
anteriormente establecidos es que sólo la voluntad gcneral
puede dirigir las fuerzas del Estado según el fin de su insti-
rución, que es el bien común: porque si la oposición entre los
intereses particulares ha hecho necesario el estableciniiento
de las sociedades, es el acuerdo entre esos mismos intereses
lo qiie lo ha heclio posible. Lo qiie hay de comiiii eii esos i i i -
teicses difereiitcs es lo que fornia el viiiculo social, si iio
hiil~icraalgúii plinto eii el que todos los intereses contorda-
raii, iiiiiguiia sociedíid podría existir. Ahora bicii, es iiiiicii-
mciite eii razóii (le este interes coiiiún conio dehc ser gohei--
nada la sociedad.
Digo, pues, qite iio siendo la soberanía iiiás <lilecl rjer-
cicio de Iii voliiiitiid generiil, jaiiiíis puede enajeiiarse, y qutb
el soberaiio, quc no es más que uii ser colectivo, iio puecle sci.
representado 1116sque por sí niismo; el poder puede niii
bioi t raiisiiiitirse, pero no la vol11iitad.
lhi efecto, si iio es iiiiposihle que una voluntacl particulal.
coiii-iicr(lccii al!:iíii pitiito coi1 Iíi voluníad gener.11.es ii~ipo
I0
silde, al iiieiios, el qiic csc aciicrdo sea di~r;iclci-o y coiisi .iiitc;
porcliie la voliiiiiíicl IXII-ticiilartitbiiclc I > o i ~i;iliiriilcz;i.i Iiis
preferencias, y la voluntad gencriil ;i la igii;ildacl. hliis iiiipo-
sihle es todavía qiic 1iii)ra tina gar;iiitía tic cstc aciicrdo, aun
ciiaiitio dehcrííi existir sieiiiprc; i ~ scl-íii
o i i i i c8fectodel iirtc
sino tlel azar. El soberaiio piiede iiitiy hicii tlcci r: eii este ino-
iiiento quiero lo que quiere tal lioiiibre o al iiiciios lo qiie í.1
dice que quiere; pero no puede decir: tambi61iquerré lo que.
ese honibre quiera iiiiiíiaiia; puesto tliic es íil>siirdoque I;i
voluiitad se encadene para el porvenir, y ~ ~ u c sque t o no de-
pende de ninguna voluiitad el conseiitir cii iiiitla coiitrario al
bien del ser qiie quiere. Por tanto, si el piicblo proitietc sini-
pleniénte obedecer, se disuelve niediniitc cstc iicto, yiertle sil
cualidad de pueblo; eii el instante eii que hay uii amo ya no
hay soberano, y desde entonces el cuerpo político qiieda
dcst riiido.
No quiere esto decir que las <irdetiesde los jefes i i o pue-
daii pasar por voluntades generales, iiiieiit ras cl soberaiio li-
bre de opoiierse a aquéllas iio lo llaga. Eii seiiicjante caso, del
silencio ~iiiivcrsalpiictle prcsuiiiirse el coiisc~iitiiiiieiitodCl
pueblo. Explicarenios esto con todo cictalle.
* Por lo q ~ i se
e reticre a Solón, Rousseau parece atender (.ii este (iasnicii
Iii divisióti que dc los ciudadanos ateiiienses hizo en cli;iiro cl,iscs; cnii
ci~iiiitoa Nuina, p.ircce haberse guiado por la Vidu de N~i~rru, dc*Iiis \ i-
rirr3 t11~Iro11rbrt-s ilr~s~r-us, de Plutarco, qiie le adjudica la di\risií,n tlcl piicw-
hlo ~ o oticios, r ~ciiitiidohasta entonces estaba dividida eii do\ ligas o
~ ; I I . I C -siciiipre
S cbii litigio. Sobrc Scrvio Iiiiblará Rousseaii iiiíís ii(lc~lnritc-,
C b l I t * l l l I ~ l . 0l v ( c - . l ~ ~ l l l l1l \/).
o
Si el Estaclo o la Ciudad no es iiiiis qiie una persona 1i:oral
cuya vida consiste en la unión de sus iiiienibros, y si t.1 niás
importante de sus cuidados es el cle su propia cansen iicióii,
necesita una fuerza universal y conipulsiva para rnoyer y
ciisponer cada parte de la fornin niiís coiivciiiente al todo.
Igual que la naturaleza da a cada Iiombre un poder abs(,luto
sobre todos sus niieiiibras, el pacto social da iil ctierpt) polí-
tico un poder absoluto sobre todos los suyos, y es esti niis-
mo poder el que, dirigido por la v«liiiitacI general, lleva
como he dicho el rioinbre de soberanía.
Pero además de la persona pública, tciieiiios que coiisidc-
rar Iás personas privadas que la compoiieii, y cuya vida y
cuya libertad son iiattiralniente iiidepciidieiites de clla. Se
trata, pues, de distinguir bien los derechos respectivos cle los
ciudadanos y del soberanon, y los deberes que tienen que
cumplir los primeros en calidad de súbditos, del derecho na-
tural de que deben gozar en calidad de hombres.
Es cosa convenida* que todo cuanto cada uno enajena,
por el pacto social, de su poder, de sus bienes, de su libertad,
es s61o la parte de todo aquello cuyo uso importa a la comu-
nidad, pero hay que coiivenir taiiil~iéneii que scilo cl sohera-
no es juez de esa importancia.
Todos los servicios que un ciudadano puetle rendir al Es-
tado, se los debe tan pronto como el soberano los exija; pero
el soberano por su parte no puede cargar a los súbditos con
ninguna cadena inútil a la comunidad; 110puede siquiera
quererlo: porque bajo la ley de la razón nada se hace sin cau-
sa, igual que bajo la ley de la naturaleza.
Los comproniisos que iios viiiculaii al cucryo social sólo
son obligatorios porque son mutuos, y su naturaleza es tal
que al cumplirlos no se puede trabajar para los deniás sin
t i.íil>ajiii-taiiil~ii.;~
para iiiio iiiisiiio. i Por qui. Iii voliiiit ad ge-
iit~raies sienil~rerecta, y por. qiié totios quieicii coiistaiite-
iiieiite la felicirlad de cada uno de ellos, sino porquc no Iiay
iiiidie que se apropie de la expresión cndri uno, y que i v i pien-
sc en sí misiiio al votar por todos? Lo qiie priieb;~que la
igiialdad del derecho, y la noci6n de justicia qiie ella produ-
cc. deriva de la preferencia que cada uno se da y, por consi-
giiieiitc, de la ~iaturalezadel hombre; que la voluntad gene-
ral, ~ w i serlo
a verdaderamente, debe serlo en sil objeto taiito
conio eii su esencia, que debe partir de todos para aplicarse
a todas, y quc pierde su rectitud natural cuando tieiide a al-
gtiii o1)jjcto iii~lividualy determiiiado; porque eiitoiiics, juz-
gando sobre lo que nos es ajeno, no tenemos iiingúii verda-
tfcro principio de equidad que nos guíe.
Eii cSicto, tlcsde el moniento en que se trata tlc u11I>cclioo
de un derecho particular, sobre un punto que no ha sido re-
gulado por una convención general y anterior, el asunto se
vuelve contencioso. Es un proceso en que los particulares in-
teresados son una de las partes y lo público la otra, pero en
el que no veo ni la ley que hay que seguir, ni el juez que debe
fallar. Sería ridículo querer remitirse entonces a una deci-
sión expresa de la voluntad general, que no puede ser más
qiie la conclusión de una de las partes, y que, por coiisi-
guiente, no es para la otra más que una voluntad ajeiia, par-
t icular, inclinada en esta ocasión a la injusticia y sometida al
error. Así conio una voluntad particular no puede rrpresen-
tar la voluntad general, la voluntad general cambia a su vez
de naturaleza cuando tiene un objeto particular, y no puede,
como general, fallar ni sobre un hombre ni sobre uii hecho.
(:liando el pucblo de Atenas, por ejemplo, nombraba o tle-
ponía a sus je!&, discernía honores para uno, imponía peiias
a otro, y mediante multitud de decretos particulares ejercia
iiidistintameiite todos los actos del gobierno, el pueblo en-
tonces n o tenía ya voluntad general propiamente dicha; no
actuaba ya coiiio soberano, sino como magistrado. I3to pa-
recerá contrario a las ideas comunes; pero es menester de-
jarme tiempo para exponer las mías.
Debe entenderse por esto que lo que generaliza !a volun-
tad no es tanto el número de votos como el interés común
que los une: porque en esta institiición cada uno se somete
ne~rsarianientea las condiciones que impoiie a los dcniás;
acuerdo admirable del interés y de la justicia que da a las de-
liberaciones comunes un carácter de equidad que venios
desvanecerse en la discusión de cualquier asuiito particular,
por falta de un interés común que una e identifique la regla
del juez con la de la parte.
Por cualquier lado que uno se remonte al principio se
llega siempre a la misma conclusión: a saber, que el pacto so-
cial establece entre los ciudadanos tal igualdad que todos
ellos se comprometen bajo las mismas condiciones, y to-
dos ellos deben gozar de los mismos derechos. Así, por la
naturaleza del pacto, todo acto de soberanía, es decir, todo
acto auténtico de la voluntad general obliga o favorece igual-
mente a todos los ciudadanos, de suerte que el soberano co-
iioce sólo el cuerpo de la nación y no distingue a ninguno de
los que la componen. iQué es propiamente, por tanto, un
acto de soberanía? No es una convención del siiperior con el
inferior, sino una convención del cuerpo con cada uno de
sus miembros: convención legítima porque tiene por base el
contrato social; equitativa, dado que es común a todos; útil,
dado que no puede tener otro objeto que el bien general; y
sólida, porque tiene por garantía la fuerza pública y el poder
supremo. Mientras los súbditos sólo estén sonletidos a tales
conveiiciones, no obedecen a nadie sino úiiicainente a su
propia voluntad; y preguntar hasta dónde alcanzan los dere-
clios respectivos del soberi~iioy de los ciiidadanos es pre-
guntar hasta qué purito pueden éstos comyronieterse consi-
go mismo, cada uno con todos y todos con cada uno de ellos.
De esto se deduce que el poder soberano, por absoluto
que sea, por sagrado, por inviolable, no pasa ni puede pasar
los límites de las convenciones generales, y que todo hombre
puede disponer plenamente de lo que de sus bienes y de su
libertad le han dejado estas convenciones; de suerte que el
soberano nunca tiene el derecho de cargar a un súbdito mas
que a otro, porque entonces, al volverse particular el asunto,
sil poder deja de ser competente.
Una vez admitidas estas distinciones, es completamente
falso que en el contrato social haya una renuncia verdadera
por parte de los particulares: su situación, por efecto de este
contrato, es realmente preferible a lo que antes era, y en lu-
gar de una enajenación, no han hecho sino un cambio ven-
tajoso de una manera de ser incierta y precaria por otra
niejor y más segura, de la independencia natural por la li-
bertad, del poder de hacer daño a los demás por su propia
seguridad, y de su fuerza, que otros podían sobrepasar, por
un derecho que la unión social vuelve invencible. Su vida
misma, que ellos han consagrado al Estado, está continua-
mente protegida por éste, y cuando la exponen en su defensa
¿qué hacen sino devolverle lo que han recibido de él? ¿Qué
híicen que no Iiagan con niás frecuencia y con más peligro en
el estado de naturaleza, cuando, librando combates inevita-
bles, defenderían con peligro de su vida lo que les sirve para
conservarla? Todos tienen que combatir si es preciso por la
patria, cierto; pero también lo es que nadie tiene nunca que
combatir por sí mismo. NO se sale ganando corriendo, por
lo que constituye nuestra seguridad, una parte de los riesgos
qiie tendríamos que correr por nosotros mismos tan pronto
coino nos fuera arrebatada?
* En las Lt>tt,w ti(-ritcpsde la Morttrjgiie, carta III (libro in6rlito irii criste-
llarir)), Kousseau especificar6 los caracteres rlist i i i t ivos del Iegislador,
riiiiy cercanos a los dcl profeta.
na divinidad, o amaestrar un pájaro para que le hable al
oído, o encontrar otros medios groseros de infundir respeto
al pueblo. Quien sólo sepa esto, podrá incluso reunir por
azar una tropa de insensatos, pero jamás fundará un impe-
rio, y su extravagante obra perecerá pronto con él. Vanos
prestigios forman un vínculo pasajero, sólo la sabiduría lo
hace perdurable. La ley judaica, que aún subsiste, la del hijo
de Ismael, que desde hace diez siglos rige la mitad del mun-
do *, todavía proclama hoy a los grandes hombres que la dic-
taron; y mientras que la orgullosa filosofía4* o el ciego es-
píritu de partido no ve en ellos más que unos afortuiiados
i~~il~ostores,e1 verdadero político admira en sus instit ucio-
nes ese genio grande y potente qiie preside las fiindaciones
duraderas.
I)e toclo esto iio Iiay que concluir, con Warburton ***, que
la política y la religiún tengan entre nosotros un objeto co-
* Se refiere a la religión ismaelita, secta chiíta que difiere del Islani orto-
doxo e incluye ideas tieoplatónicas e hindúes derivadas de interpreta-
ciones esotéricas del Corán. Deben su nombre a Ismael, niuerto en 762
tras ser excluido por su padre, el sexto imán Yafar al-Sadik (699-767),de
la siicesi(iii. Sus !>al-iidariosnegaron su muerte y lo admitieron como
sépt inio y último iii~án.Perseguidos, tuvieron que huir de Medina; su
hijo, y heredero, Mohamed pasó a Persia, mientras el menor, Ali, lo ha-
cía a Siria y Marruecos. Los siglos vi i i y ix fueron los de incubación de
la secta qiic llegó íi principios del siglo i x su máximo poder político al
. iiiiáii Ubayd Allad pritiier califa fatimita eii 908. Los des-
~ " ' > ~ l i i i i i l i iiil
ccntlieiites del hijo niayor de Ismael fundaron varios estados en Persia
y en Siria, en cuyas niontañas estuvo la secta de los hachichinos, fuma-
dores de \~ucliís.En la actualidad sus zonas de influencia son Siria, Liba-
no (los drusos), Iiidiu, Persia, parte de Asia central y en algunas zonas
de África del norte.
* * Eii la l>rofesiótidefe del Vi~-i~rio snboyt~tzo,Rousseau aludirá a que «la
orgullosa filosofía lleva al espíritu fuerte, como la ciega devoción lleva
al fanatismo». Según Vaughaii, la expresión norgullosa filosofía* alu-
dc al hlnlior~~ct de Voltaire.
'" Willií~iiiWarhi~rton( 1698-1 779). obispo de Gloucester y autor de
The Alliunce hetwt~tviChurch atzd State, 1736; y de Divine Legation qf
Mosc's, donde analiza las relaciones de la Iglesia y del Estado.
mún, sino que en el origen de las naciones la uiia sirve de
instrumento a la otra.
* Kousseau escribe:la vertu. Pero una traducción literal, con las conno-
taciones religiosas que en castellano tiene el termino virtud, no podria
traducir lo que era la virtus romana: conjunto de cualidades que dan al
hoiiibre o a los deiiiás seres su valor físico o moral; cualidades viriles,
varoiiiles:vigor, moral, energia, valor, esfuerzo, fortaleza de ánimo.
++ Montesquieu. Alude Rousseau al libro XI, cap. V: «Aunquetodos los
r s t i i d o s tciigmi e11 ge~ieri~l
un misnio objeto, que es el de mantenerse,
cad'i I'st atlo t ieiie, si 11 embargo, uno que le es particular. El engrnndeci-
plos por medio de qué arte el legislador dirige la institución
a cada uno de estos objetos.
Lo que hace la constitución de un estado verdaderamente
sólida y duradera es que las conveniencias sean observadas
de tal modo que las circunstancias naturales y las leyes cai-
gan siempre concertadas sobre los mismos puntos, y que és-
tas no hagan, por así decir, más que asegurar, acompañar,
rectificar a las otras. Pero si el Legislador, eqiiivoc6ndose en
su objeto, adopta un priiicipio diferente del que iií~cede la
naturaleza de las cosas, si uno tiende a la scrvidiiiiibre y cl
otro a la libertad, uno a las riquezas y otro a la poblacióii,
uno a la paz y otro a las conquistas, se verá debilitarse insen-
siblemente las leyes, alterarse la constitucián, y el Estado iio
cesará de ser perturbado hasta que sea destruido o cambia-
do, y hasta que la invencible naturaleza haya recuperado su
imperio.