Está en la página 1de 10

Los credos y sus usos*

Abraham J. Malherbe

Una mirada hacia los títulos de las presentaciones de la conferencia presente impresiona con la
utilidad del tema, « Por los ojos de la fe » para encarar la multiplicidad de las cuestiones que
han involucrado a los cristianos y siguen haciéndolo. Mi tarea es bastante limitada en su
enfoque y se distingue de la mayoría de las otras presentaciones en ser un estudio
explícitamente bíblico. Espero que lo mismo no lo vuelva meramente pintoresco y fuera de
modo o solamente evocativo de la clase de cosa que se hizo en una era de antaño.

El Nuevo Testamento concibe la fe bajo varios aspectos: como la respuesta subjetiva al mensaje
de Cristo proclamado, la estipulación y elaboración de tal respuesta, y la vida que se vive en
compromiso con Cristo. Mi enfoque será la manera de que se formula la fe en el Nuevo
Testamento, y sobre cómo tales formulaciones fueron usadas en la vida de la iglesia. Lo que
descubriremos es que hubo considerable diversidad tanto en formulación como en función.
También haré algunos comentarios sobre el desafío que esto ofrece para un programa de
Restauración. Y espero que estas reflexiones de un estudiante profesional del Nuevo
Testamento sean de interés para personal más experimentadas en la discusión del
Restuaracionismo que yo.

La Formulación Confesional y el Movimiento de Restauración

Me gustaría comenzar con un poco de autobiografía. Atendí de joven en Sudáfrica la clase de


confirmación catequética en la Iglesia Reformada Holandesa en la que estudiamos el catecismo
en gran detalle. El catecismo proveyó instrucción en la fe; en efecto, era un comentario sobre la
declaración de fe expresada en el Credo de los Apóstoles. A la vista de la iglesia, aprender a
fondo el catecismo era, por lo menos en cierto aspecto, un prerrequisito para el próximo nivel
del desarrollo de la fe de un joven: la admisión a un nuevo nivel de membresía en la iglesia.

Entonces hice contacto con misioneros de la Iglesia de Cristo quienes, en sus palabras,
extendiendo el borde del reino de Dios por la predicación evangélica. La meta de tal
predicación fue el bautismo de quienes escuchaban su predicación de los misioneros, y el
bautismo se presentaba como el medio por el cual Dios había fundado la iglesia en el día de
Pentecostés y continuaba a añadir los nuevos conversos a la iglesia. Por mi parte, lo que me
llamó la atención fue el enfoque en el individuo quien recibía la predicación y la responsabilidad
aplicada al individuo. Esta responsabilidad era implícita en el lenguaje que se usaba
constantemente, por ejemplo, la práctica neotestamentaria de hablar de la obediencia a la
predicación del evangelio, y, lo que parecía una locución tradicional de la iglesia de los
misioneros, “la edad de la responsabilidad.” También había la expectativa que la persona

*
Esta presentación se realize en la Conferencia de Estudioso Cristianos (Christian Scholar’s Conference), 26 de
julio, 1994, en la escuela de Pepperdine University, en la ocasión de la recepción de Professor Malherbe de ser el
Premiado antiquo alumno del Colegio de Estudios Biblicos y Familiares de Abilene Christian University. — Redactor.
responsable que obedecía respondiera de manera detallada al final de cada sermón:
escuchando, creyendo, arrepintiendo, confesando, y sometiéndose al bautismo.

Me llamó la atención el énfasis en el lado humano de la transacción, de más importancia para el


interés presente, lo repentina de la respuesta requerida. No se permitía espacio para la
catequesis, y ciertamente no hubo expectativa de asentir a ningún credo. Cuando se registraron
esta reflexiones a los misioneros, se me señalaron ejemplos del Libro de Hechos de gente que
respondía a la prédica misionera de inmediato y que no hubo requisito alguno de adoptar
ningún credo complicado hecho por los hombres. Se me señaló que “credo” viene del latín, y
significa “Yo creo” y que era simplemente una declaración de fe, tal como hizo el etíope (según
la versión KJV (versión del Rey Jaime de Inglaterra) como el único prerrequisito del bautismo,
después de ser instruido de las Escrituras. El único credo requerido que encontramos en el
Nuevo Testamento, entonces, se me informó, fue uno como el del eunuco: “Yo creo que
Jesucristo es el Hijo de Dios.” Así, se me dijo, Cristo es nuestro único credo.

Reconozco que al comenzar de esta manera corro toda clase de riesgos, no sólo que me
parezco como un ancestro contemporáneo. Sin embargo, mi historia contiene varios elementos
que han caracterizado aquel ramo del llamado “Movimiento de restauración” al que he
pertenecido por más de cuarenta años. Entre estos elementos son el poder de la simplicidad y,
de hecho, lo que recibí con mucha simpatía como un calvinista sudafricano desafectado: el
reconocimiento de la responsabilidad humana.

Formulaciones Confesionales en el Nuevo Testamento


El Nuevo Testamento presenta una situación que es considerablemente más compleja, y les
invito a considerar una cantidad de textos que intentaré ubicar en sus escenarios históricos. Se
habría notado que mi amigo misionario contestó mis preguntas al dirigirme al Libro de Hechos y
al señalar lo que consideraba data histórica normativa. Me parece un enfoque característico de
un restauracionista, y mi enfoque para los textos que junto aquí será la misma, aunque se
usarán las epístolas y evangelios principal pero no exclusivamente. Espero que se resuene
positivamente a un enfoque tan anticuada al texto bíblico y que se me tenga paciencia.

Esto es lo que se descubrirá al examinar este conjunto de textos que contienen declaraciones
confesionales: las confesiones tuvieron varias forma, lo que fue determinado por el ecenario en
el que las confesiones se formularon. Lo que es más, se aplicaron a diferentes funciones en la
iglesia de primer siglo. Finalmente, plantearé la cuestión acerca de esta diversidad de forma y
de función para una perspectiva restauracionista de la normatividad del Nuevo Testamento.

La prédica y la confesión
Las confesiones más antiguas tienen que ver con la identidad de Jesús, y se ubican por los
Evangelios en la vida de Jesús. Son declaraciones que reconocen a Jesús hechas por personas
que no eran sus seguidores, por ejemplo, los poseídos por demonios (Marcos 1:24; 5:7), pero se
nos concierne la confesión por los que e adhirieron a Jesús. Las confesiones más tempranas de
esta clase es la que Jesús pide a Pedro estando en Cesarea de Filipos. La confesión simple,
según Marcos, se hace en términos directos: “Tu eres el Cristo” (Marcos 8:29). Dentro del
contexto judío, no existe necesidad evidente de elaborar la relación entre el Ungido y Dios,
aunque cómo demuestran los versículos sobre el sufrimiento del Hijo del Hombre que siguen,
era necesario decir algo en cuanto al la identitidad del Cristo como el que sufre de acuerdo al
esquema elaborado de Dios. La afirmación de que Jesús era el Cristo era el enfoque de la
prédica a los judíos, como aparece del sermón de pablo en la sinagoga de Tesalónica (Hechos
17:3):

Les explicó que las Escrituras demostraban que el Mesías tenía que
morir y después resucitar. Les decía: «El Mesías es este Jesús, del que les
hablo».

Esta es la forma judía de la prédica que debe haber provocado la forma de la confesión de
Pedro. La formulación es congruente con su entorno cultural, y este entorno es uno en que Dios
y su voluntad se conocen a través de la historia de salvación reflejada principalmente en los
salmos y profetas.

Ahora bien, mírese el paralelo en Mateo de la confesión pronunciada en Cesarea Filipos (Mateo
16:16): “Simón Pedro le respondió:
\p —Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.” Mateo vas más allá de Marcos al decir algo
acerca de la relación de Cristo con Dios (él es Hijo de Dios) y describe a Dios como el Dios
viviente. La significancia de estas diferencias llega a ser más obvia cuando reconocemos que
otra vez tenemos que ver con la predicación, pero esta vez es la clase de prédica que se le
dirigía a los no-judíos quienes no tenían conocimientos de fondo de las escrituras. En 1
Tesalonicenses 1:9-10 Pablo tiene en mente tales personas cuando le da resumen de lo que
generalmente se piensa ser un bosquejo de la prédica a los no-judíos: “cómo dejaron de adorar
ídolos y decidieron servir al verdadero Dios viviente. Ustedes comenzaron a esperar la llegada
del Hijo de Dios desde el cielo. Él es Jesús, a quien Dios resucitó y quien nos salva del castigo
que el mundo va a recibir por su pecado.”

Aquí Jesús no es el ungido de Dios cuyas relaciones son reveladas en las escrituras, sino el Hijo
del Dios viviente. Lucas nos dice que significa “Dios viviente” en Hechos 14:15, quando en su
relato Pablo dice: —Señores, ¿qué es lo que están haciendo? ¡Somos seres humanos como
cualquiera de ustedes! Estamos aquí para anunciarles la buena noticia de salvación, para que se
alejen de lo que no vale la pena y se acerquen a un Dios viviente. Él creó el cielo, la tierra, el
mar y todo lo que hay en ellos.” Jesús así se describe cono el Hijo del Creador a los que no
tenían previo conocimiento del Dios de las escrituras, y tal descripción se dervia de la práctica
de los judíos, quienes antes de los cristianos, habían desarrollado tales descripciones en su
proclamación a los paganos. La forma de Mateo de la confesión, sugiero, es una acomodación
al entorno entre los de etnicidad no-judía.

Se ve algo análogo en otras partes, en Pablo, donde reflexiona sobre su prédica a los no-judíos y
la recepción de su mensaje. Ahí Jesús no se predica y confiesa ni como Cristo ni como el Hijo,
sino como Señor, y en tal capacidad se relaciona a Dios como el Creador quien lo resucitó de los
muertos. Una parte de 2 Corintios que empieza con una referencia a la predicación de Pablo a
los corintios como un mensaje inspirado por “el Espíritu del Dios viviente” (3:3), termina con
esta afirmación:

No nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor.


Nos presentamos como siervos de ustedes en nombre de Jesús. El
mismo Dios que dijo: «La luz brillará en la oscuridad», iluminó nuestro
corazón para que conociéramos su gloria que brilla en el rostro de
Jesucristo (4:5-6).

Así que la predicación de Cristo como Señor toma lugar por la instigación del Creador.

La respuesta que Pablo se esforzó a obtener con tal predicación se describe en Romanos 10.
Pablo había predicado “un mensaje de fe” (10:8), que yo entiendo como predicación diseñada
para evocar la fe en aquellos que la escuchan. Ese mensaje se apropia—idealmente—
existentialmente para que, como dice Pablo seas

… salvo si reconoces abiertamente que Jesús es el Señor y si crees de


todo corazón que Dios lo levantó de la muerte. Pues Dios te aprobará si
crees de todo corazón, y te salvará si con tu boca lo confiesas
abiertamente.

¿En cuál ocasión se haría tal confesión? Ciertamente en respuesta a la predicación, pero la cita
de Joel 2:23 en v. 13 «Todos los que confíen en el Señor serán salvos» sugiere que todo esto se
asocia con el bautismo, pues Lucas dice que Ananías dirigía a Pablo: “Levántate, bautízate y lava
tus pecados, confesando que él es tu Señor y Salvador” (Hechos 22:16).

Es muy posible que en adición a ser una respuesta a la predicación, la confesión también se
encontró un lugar en otro contexto. Según Colosenses 2:6-7, la realidad de lo que se confesaba
debía formar la base de la vida cristiana. “Ya que ustedes han aceptado a Jesucristo como
Señor, vivan como él quiere. Construyan su vida sobre una base sólida, bien arraigada en Cristo;
fortalezcan su fe, vivan en la verdad que se les enseñó y siempre sean agradecidos.” Tal
agradecimiento a veces se asocia con la adoración litúrgica, especialmente con la canción (Col.
3:16-17). Pues existe un himno que culmina en la confesión precisa que hemos descubierto en
Romanos 10. Nótese la similitud de la última estrofa del himno que integra Filipenses 2 a las
palabras de Romanos 10:

Por eso, Dios le dio el más alto honor


y el nombre que está por sobre todos los nombres,
para que se arrodillen ante Jesús
todos los que están en el cielo,
 en la tierra y debajo de la tierra,
 y para que todos reconozcan que Jesucristo es el Señor,
dando así honra a Dios Padre. (2:9-11)

La confesión que está en vista aquí parece formar parte del culto, la adoración litúrgica de la
iglesia.

La confesión y la controversia doctrinal


Hasta este punto, nos hemos concentrados en las maneras en que la confesión de Jesús tomó
distintas formas en diferentes contextos culturales, pero nos hemos limitado a una función
particular de la confesión, la respuesta a la predicación o la apropiación de la predicación de
Cristo, y hemos descubierto las intimaciones que la confesión del señorío de Jesús era parte la
himnodia de la iglesia. Ahora tomamos otro ambiente en que se funcionaba la confesión, eso es
las disputas en cuanto a la conducta y la creencia. En 1 Corintios 8 Pablo empieza una larga
discusión acerca de la práctica de comer carnes ofrecidas a los ídolos. Algunos cristianos se
justificaban su práctica de comer tales carnes insistiendo que el ídolo no tenía real existencia y,
usando la confesión judía: “hay un solo Dios” (8:4).

Al responder, Pablo modifica su absolutismo refiriéndose a la existencia de seres demoníacas:


“En verdad no importa que la gente llame dioses a muchas cosas que están en el cielo o en la
tierra. De hecho, hay muchas cosas a las que la gente llama dioses y señores”. Pero entonces
cita una declaración que tanto él como los corintios aceptaban:

nosotros sabemos que sólo existe un Dios, el Padre, quien creó todo y
para quien vivimos. Y hay un solo Señor, Jesucristo, por medio de quien
vino todo y por quien tenemos vida. (1 Cor. 8:6)

En cuanto a la forma de esta confesión, notamos varias cosas. Hay dos artículos de la confesión,
el primero trata de Dios y el segundo tiene que ver con Jesucristo. A Dios se le llama Padre, no
en sentido relacional, es decir como “Padre nuestro,” o como el Padre de Jesus, sino Padre
como progenitor, el Creador, como se hace también en la literatura de Filón de Alejandría, el
filósofo judío contemporáneo de Pablo. Lo que es más, un artífice desarrollado por los filósofos
estoicos, un uso sucinto de preposiciones (“para quien,” y “por medio de quien”) para describir
causación, se utiliza, y la dimensión cósmica se captura por “creó todo”. los mismos artífices
utilizan para describir a Jesús, quien no se confiesa como Hijo de Padre, como tal vez se
esperaría, sino como el Señor y el agente de creación.

En cuanto a la función de este credo, Pablo lo introduce para propósitos argumentativos. Algo
que es básico a lo que se contiene en esta confesión se puede esperar ser creído por todos los
cristianos. En otro pasaje de 1 Corintios Pablo también comienza con lo que se puede presumir
compartido por todos los involucrados, solo que procede a extraer consecuencias or de
modificar lo que se cree (12:1-3; 15:1ss). Hace lo mismo aquí, cuando afirma: “Pero no todos
saben eso” (8:7). Luego agudiza el punto de la disputa en los versículos que siguen. Pablo entra
en la disputa teológica aquí, pero él es interesado in primera instancia en modifica el
comportamiento, es decir, él quiere que los que comen carne ofrecida a ídolos dejen de usar el
derecho de seguir haciéndolo.

Relacionado al uso de un credo en disputas teológicas es un uso que abarca mucho que no
busca tanto influenciar el comportamiento que codificar la doctrina que debe ser defendida por
una iglesia militante. En 1 Timoteo 3, se provéen las calificaciones para los obispos y diáconos
para que, durante la ausencia apostólica, uno sepa “cómo se debe vivir en la familia [O,
“casa”] de Dios. Esa familia es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad”
(1 Tim 3:15). La verdad que se tiene en vista se especifica en un credo:

grande es esa verdad que no se nos reveló sino hasta ahora:

Cristo [o, « quien »] se dio a conocer en cuerpo humano,


 lo que enseñó fue comprobado por el Espíritu
 y luego él fue presentado a los ángeles.
 Fue anunciado a las naciones,
 gente de todo el mundo creyó en él,
 y nuevamente recibió el honor que antes tenía (1 Tim 3:16)

Este credo sistemático es una etapa en el desarrollo que llegará al Antiguo símbolo romano [lo
cual también se llama “la regula fidei,” “la regla de la fe” o “la regla eclesiástica] y luego el
Credo apostólico. Lo que es especialmente notable es que este credo bien estructurado que
define la verdad es la posesión de una iglesia bien estructurada que debe defenderlo,
evidentemente contra los herejes, cuyas doctrinas son mencionadas inmediatamente después
del credo.

En el credo de 1 Tim 3:16, la encarnación de Cristo se incluye por la primera vez. Es también
materia de gran importancia en las cartas de Juan. Estas cartas tienen en vista herejes quien
traen disturbios a las iglesias esparcidas por Asia Menor. Los herejes afirman hablar por el
Espíritu al ofrecer nuevas adumbraciones acerca de la naturaleza de Cristo. En tal situación, la
confesión de la encarnación funciona de dos maneras.

Primero, se usa como medio para verificar la ortodoxia.

Estimados hermanos, actualmente hay muchos falsos profetas en el


mundo. Por eso, no le crean a todo el que dice estar inspirado por el
Espíritu. Mejor pongan a prueba a todo que dice ser profeta [o,
“espíritu] para comprobar si viene de Dios. Así es como reconocerán al
Espíritu de Dios. Todo profeta [o, “espíritu] que diga: «Yo creo que Jesús
es el Mesías que vino al mundo y vino como ser humano», es de Dios (1
Juan 4:1-4)

La segunda función del credo es que llega a ser una manera de control social de la comunidad.
La segunda carta de Juan tiene en mente aquellos que no confiesan la encarnación de Cristo (2
Juan 7) y les da instrucciones sobre cómo tratar con ellos. “No reciban en su casa al que no
tenga esta enseñanza [eso es, de la encarnación], ni le den la bienvenida” (2 Juan 10). La
aplicación del credo así determina la extensión del borde social de la iglesia.

Confesión y persecución
Hasta este punto nos hemos tomado nota de las confesiones de distintas formas que funciona
de varias maneras. Todas las funciones que hemos indicado so, de todos modos, intracomunal
(o sea, interior a la comunidad). La última función que ahora miraremos es aquella de dar
testimonio al encarar la persecución, así una confesión dirigida a los que están afuera de la
iglesia. En encargo misional de Mateo 10, Jesús anticipa que sus discípulos serían llevados ante
las autoridades y en aquellas circunstancias dar testimonio. No deberían ser ansiosos por lo que
debían decir, Jesús les dice, pues el Espíritu Santo hablaría por ellos (Mateo 10:17-20). Jesús
mismo era el gran ejemplar, confesando durante su proceso judicial que él era el Cristo (Marcos
14:61-62; 15:2). Cuando el sumo sacerdote le preguntó, “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios
Bendito? Jesús le dijo, “Sí, lo soy” así haciendo lo que 1 Tim 6:13 tiene en mente cuando se
refiere a la “buena confesión,” pero según el relato, la hace ante Poncio Pilato.

No fue sólo cuestión del contenido que debía confesar ante las autoridades romanas. Lucas
relata que Pablo dice que como perseguidor de los cristianos él los buscó en la sinagogas y los
obligaba a renegar de su fe o blasfemar (Hechos 26:11). En cuestión probablemente era la
afirmación que Jesús crucificado era el Mesías, algo inconcebible para los judíos, quienes sabían
según Deuteronomio 21:23 que “cualquiera que es colgado de un árbol es maldito por Dios”.
Pablo al igual que otros cristianos conocían este pasaje de Deuteronomio y lo aplicaban a la
cruz (Gal. 3:12; 1 Ped. 2:24; Hechos 5:30; 20:39; 13:29). En esta conexión se puede explicar lo
extraño de lo que dice Pablo en 1 Corintios 12:3, “Les digo que nadie que hable por el Espíritu
de Dios es capaz de decir: «Jesús es maldito!». Tampoco se puede decir que «Jesús es el
Señor», si no es por el Espíritu Santo.” Lo que ha complicado el entendimiento de este versículo
es la situación en que maldición y confesión se encontrarían como opciones. Es difícil concebir
de tal situación en la vida de la iglesia. Las opciones perteneces naturalmente, sin embargo, a
una situación de confrontación. Los oponentes de cristianos, especialmente pero no
exclusivamente judíos, pronunciarían una maldición contra Jesús. Y a esto los cristianos,
movidos por el Espíritu que Cristo prometió en tales circunstancias, harían su confesión de
Cristo como Señor. Tal confesión sin miedo tiene la aprobación del mismo Señor:

»Si ante la gente alguien está dispuesto a decir que cree en mí, yo
también lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero al que
me niegue ante los demás, yo también lo negaré ante mi Padre que está
en el cielo (Mat 10:32-33).

La forma y función de los credos del Nuevo Testamento


Para resumir la evidencia del Nuevo Testamento que hemos ensayado: Hemos visto que hay
varios tipos y formas de credo en el Nuevo Testamento. Algunos hablan sólo de Cristo y lo
hacen de varias maneras, por ejemplo, como el Ungido judío, o el Señor resucitado, o el Cristo
encarnado, o el agente de la creación, o el Hijo de Dios, y lo hace bajo diferentes aspectos.
Otras confesiones también se refieren a Dios, y lo describen de varias maneras, por ejemplo,
como el Dios de la Escritura quien revela su voluntad ahí, o como el Creador cuyo agente se
describe como su Hijo o como el Señor por el que sostiene toda la creación. Y también homos
encontrados la confesión única que, adicionalmente, se refiere a la obra del Espíritu en la
reivindicación de Cristo, un testigo a los ángeles, y la predicación exitosa a las naciones.

Lo que es más, hemos visto que esta multiplicidad de credos cumplen varias funciones: Como
medio por aceptar la predicación que lleva al bautismo, o la confesión de Cristo en el culto, o
como declaraciones tradicionales en las disputas teológicas, or en la definición de la verdad que
es protegida por la iglesia, o como medio de identificar la herejía y así controlar el acceso a la
comunidad. Otra función del credo era testificar a los oponentes de la iglesia, a la vez proclamar
a Cristo mientras se define el carácter único de la iglesia en virtud de su relación a Quien que
confiesa.

Los credos y el restauracionismo contemporáneo

Ahora tan rápidamente como inadecuadamente debo señalar la posible relevancia de todo esto
cualquier movimiento de restauración. Si hay algo de mérito en lo que yo he dicho en forma de
bosquejo crudo, esta charla ha enfocado el problema al corazón de cualquier programa de
restauración del cristianismo de Nuevo Testamento, si por esto se quiere decir la renovación de
un cristianismo entero y sin ninguna costura. El problema es la diversidad dentro del Nuevo
Testamento. No tenemos espacio para explorar la cuestión en esta tarde, y en todo caso sería
tal vez la obra de la hermeneutistas entre nosotros, a quienes va dirigida esta chala en realidad.
Sin embargo, permítanme hacer un comentario sobre algunas opciones que se presentan
mientras buscamos reconciliarnos con la diversidad dentro del Nuevo Testamento.

Una manera de encarar la diversidad que se podría adoptar es simplemente eludir el problema
por negar que haya tanta diversidad, o, si se admite la diversidad, verla como sin consecuencia.
Esta última actitud a veces se refleja en los intentos de reducir la diversidad a meras diferencias
de palabras y tratar de distinguir entre confesiones y credos. Pensando así que las confesiónes
son evidentemente menos formales y así aceptables a nosotros que somos de tipo de iglesias
laicas. Y que los credos son una creación deliberada de la iglesia de época más tardía y así sólo
artefactos de interés a los historiadores de la iglesia. Pero esto simplemente no se permite por
la evidencia del Nuevo Testamento; la diversidad está ahí.
Otra opción es reconocer lo que he bosquejado pero ignorarlo. Después de todo, lo hemos
hecho con tantos otros aspectos de la práctica neotestamentario que vemos como
inconveniente, como la ordinación, por lo que existe mucha evidencia en en Nuevo
Testamento. Nuestro anticlericalismo nativo, sin embargo, nos ha prevenido de incorporar la
ordinación en nuestra práctica. Hay unas pocas excepciones: por ejemplo se escucha de
ordinación de ancianos en algunas congregaciones, pero pocas veces se escucha de ordinación
de los ministros de la palabra. Claramente somos muy selectivos en lo que adoptamos de
Nuevo Testamento, y tal vez debemos admitir que hay credos que se usaba con distintos
propósitos, y también admitir que simplemente no queremos usarlos en nuestra práctica. Uno
espera, por supuesto, que si es nuestra decisión, que la tomemos con base más racional que
nuestro anti credo-ismo tradicional que nace de un deseo de no ser como otras iglesias que
tienen sus credos.

Si nuestra opción fuera un principio de selección, sin embargo, ¿cómo seríamos diferenciados
de los que operan con un canon dentro del canon, quienes con razón criticamos? ¿Seríamos
diferentes en principio, por ejemplo, de Ernst Käsemann, quien descubre un sinfín de
afirmaciones teológicas en el Nuevo Testamento, pero insiste que es la justificación de fe, como
se escucha en la predicación de Cristo, que yace en el corazón del mensaje cristiano? Esto,
entonces, permite que Käsemann rechace la iglesia que se desarrolla en el Nuevo Testamento
después con sus oficiales y credos, como expresiones de un catolicismo cristiano que él
considera como aberración de la fe más primitiva.

Otra opción es mirar al fin del desarrollo, donde culmina al final del período del Nuevo
Testamento y aferrarse a la forma más madura y elaborada de la confesión insistiendo que es la
forma normativa. Esto sería extremadamente problemático. ¿Cuál forma del credo es la más
madura en realidad? No hay confesión que sea obviamente la que captura todos, ni aún la
mayoría, de los elementos que hemos visto. Lo que, es más, aún si eligiéramos una confesión
una confesión universalmente agradable como la más completa estaríamos atrapados por la
tentación de elegir lo que nos guste, precisamente lo que criticamos a otros de hacer.

O podríamos cortar el nudo gordiano y hacer lo que se hace en otras materias: hacer una
colección de todas las materias identificadas como confesiones y combinarlas para formar un
así dicho “confesión neotestamentaria”. La dificultad en hacer tal cosa sería formidable. Por un
lado este procedimiento resultaría en un producto homogeneizada, cuyas partes constituyentes
fueran extraídas forzosamente de sus contextos históricos con la pérdida de toda sutileza.
Entonces, también, si tuviéramos éxito en estar de acuerdo con lo que tal confesión sería,
aturde la mente contemplar de qué manera sería usada y cómo su uso se justificaría. Identificar
estos usos de las confesiones del Nuevo Testamento y usar una confesión compuesta de la
misma manera no serviría porque los usos eran congruentes con sus formas que sacrificaríamos
en nuestros intentos de homogeneización.

Mi inclinación es tomar en serio la diversidad de las formas de credos y aceptar el desafío de


reconciliarme a lo que esto significa para la iglesia de hoy. Ciertamente ha muchas dificultadaes
y tentaciones que atiende tal esfuerzo, lo que no nos debe, sin embargo, detener de adoptar tal
procedimiento. Permítanme mencionar uno.

No es la cuestión que, en la cara de tal diversidad, lo que aprendemos es que debemos emular
la iglesia del primer siglo formulando nuestras propias confesiones para comunicar en nuestras
condiciones como ellos hicieron en las suyas. En otras palabras, no es cierto que lo que
discernamos en el Nuevo Testamento es realmente un proceso en desarrollo, que en principio
podría o debería continuar mientras continúa a discernir las maneras en que podamos hacer
testimonio de Cristo. Mi respuesta es contestar un “no” enfático, pues eso mostraría un
entendimiento insuficiente de o respeto para la noción del canon, lo que pone límite a tal
desarrollo creativo. El canon requiere que tratemos con lo que ha sido dado; no nos permite
agregar o crear algo nuevo.

El problema es que esencialmente lo que esta diversidad significa para nosotros si nos
comprometemos con ser guiados por el canon. Esto no mete en un problema para el
restauracionismo si lo que ese programa imagina es la restauración de una iglesia uniforme en
aspecto y práctica, pues tal iglesia no se puede ver en el Nuevo Testamento. Lo que sí
encontramos ahí es precisamente lo que, con la reflexión, uno esperaría: manifestaciones de la
fe cristiana que son refleja el poder de manera notable del evangelio que alcanza a las personas
en su particularidad. Esto, me parece a mi, implica un desafío digno de nuestro esfuerzo al
enfrentarnos el siglo 21: Cómo aprender del primer siglo mientras nos manejamos entre la
Escila y Caribdis de un sobre-simplificación histórica y una sofisticación histórica que conduce a
la parálisis.

También podría gustarte