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Ariel Bar-On: "No toda obra demanda el aplauso después del apagón"

Premiado por la Bienal de Arte Joven como creador escénico, le contó a Infobae Cultura
sobre ganar la Bienal y sobre su obra "Fragmentos de un ensayo...", presentada sábados y
domingos de mayo y junio en Espacio los Vidrios.

Martina Vidret

¿Cuáles son las formas estancas del teatro? ¿Cómo intervienen lo público y lo
privado en la intimidad? ¿Cuánto tiempo te puede importar un cuaderno de alguien
que no conocés, olvidado en un taller de gente que no se va a ver? ¿Hay alguna
forma colectiva de nombrar la falta?
Fragmentos del ensayo sobre un pacto frustrado como compensación simbólica de
la miseria cotidiana dentro de un sistema resultadista que no concibe como valor de
cambio a un material intangible me hizo preguntarme tantas cosas que tuve que
volver a ir dos veces más. El argumento de la obra es relativamente más sencillo
que su título: una persona encuentra un cuaderno que no le pertenece y que no
sabe de quién es. Trata de devolverlo y fracasa. A partir de ese hecho, se empiezan
a desplegar otras escenas, en donde lo que las une es una falta, una ausencia.
Charlé con su director, Ariel Bar-On, que recientemente fue premiado por esta obra
con la residencia Archivos Inesperados de la Bienal de Arte Joven 2021. Sobre esto,
afirmó: “El valor no es solo el premio, que es la residencia, sino las personas que
nos reconocen (Gustavo Tarrío, Monina Bonelli y Leticia Mazur). Yo no los conocía,
y pudimos charlar, hablar de la obra, del espacio. Es emocionante que estas
personas vengan y te digan: ‘Es un obrón’. La premiación dura poco, pero lo que
queda es ese resto del intercambio.”

Tengo un tema con esta obra: como la vi tres veces y la hablamos un montón,
ya me olvidé qué sé porque te lo pregunté y qué creo saber por lo que pensé
sola.

Y qué sabés porque leíste, porque indagaste en el espacio, la mesa, las paredes...
¡Porque es un espacio que invita a indagar! Algo que me dijiste en un
momento y nunca profundizamos es que hay un orden específico para los
papeles de la escenografía.

Sí, hay un criterio. La obra es lo que es, y como toda obra tiene una cantidad grande
de detalles invisibles. Cuando me preguntaste aquella vez te sorprendió que fuera
tan artesanal, que pegáramos hoja por hoja. La obra en su caos, y su dramaturgia
aparentemente caótica, construye su propio sistema. Todo el tiempo acumula
contenido, suma papeles, es dinámico. Y tiene un sistema muy sólido dentro de ese
desorden. Los papeles responden un poco con la lógica dramatúrgica: los ves y
decís "bueno, pegaron papeles", y listo. Al mismo tiempo hay una decisión sobre
esos papeles, están clasificados. Ana y Zoilo me joden y se ríen porque yo, muy
obsesivamente, reviso el orden de los papeles. Hay un sector de fotos de un estilo,
otro sector de otro, anotaciones vinculadas por el tema. Yo sé en qué sector está
cada cosa. Es una especie de carpetas de Drive expandido en una papel. Lo ves y
parece caótico y general, pero en su sistema interno está recontra clasificado. Algo
de eso para mí se debe percibir. Es un lío, pero tiene un orden.

Anuncia también un recorrido. Va de la pérdida, al excedente, al recuerdo


accidental. Pero no sigue la lógica del inicio-nudo-desenlace. Es flexible la
cronología.

Lo que pasa es que la obra no arma una lógica consecuente, predecible ni


ordenada. El valor de la obra para mí está en escuchar qué me dicen, qué de eso
sale. Alguien una vez me dijo "Quiero volver, porque siento que el final es el
principio". Y quizás no es el principio de la obra, pero sí el principio de algo. La obra,
en relación a los tiempos, siempre hace ese corrimiento. Hay un interlocutor que
pareciera ser correspondido, pero de a ratos no; cosas que se dan por obvias y que
en el momento no se explican pero se entienden más tarde. Y en relación a lo
flexible: el sistema mismo la plantea. Las tres funciones a las que fuiste vos fueron
súper diferentes. En la última, incluso, pasaron cosas en relación al público.

¡Participé!
Participaste, y también antes había hablado otro, y después del final alguien empezó
a aplaudir mientras todo el resto charlaba, recorría el espacio, miraba libros. Se
acercó a Ana, le dijo "Tengo ganas de aplaudir", y Ana le respondió: "Dale, hacelo".
Pone en tensión las manifestaciones del espectador en relación a la obra artística.
Pareciera que frente a toda obra de determinada disciplina el espectador se maneja
de forma estandarizada. No toda obra demanda el aplauso después del apagón. Si
aparece, genial, pero que no sea por costumbre, sino por decisión.

Es muy lindo cuando una obra descoloca.

De hecho parte de la búsqueda es descolocar, no desde un gesto canchero sino que


el público acompañe en el estado de caos y desorden propio. Y en ese acto se juega
poner algo de uno: otro tipo de forma de ver, o de estar. Hay una cantidad de
decisiones sutiles que la obra te propone tomar. Cuando la obra termina, vos te
podés levantar e irte, entrar al espacio, agarrar un libro, llevarte plata, quedarte
charlando, leer los papeles, hacer como vos y descubrir en la mesa los detalles que
la obra oculta. Son una serie de decisiones que no transforman el sistema de la
obra, sino que lo expanden, lo flexibiliza. Lo mismo cuando los espectadores
participan. La obra soporta que eso suceda, y su propio sistema lo pone a dialogar.
Y a la vez podés no hacer nada, quedarte sentado.

No sé si estoy de acuerdo en que es hacer nada. Cuando a los quince minutos


de la obra te dicen que te podés ir, y te quedás, estás tomando una decisión.
Mismo cuando levantás o no la mano con alguna pregunta.

En la omisión hay una decisión. A nivel comportamiento, vos podrías hacer lo mismo
que siempre. Lo curioso con eso es que tiene una injerencia con el resto del público
y con la escena. Cuando se quedan, les agradecemos. Si alguien se va, sucede otra
cosa. Y eso es lo que me parece valioso. Por un rato, ese público no se construye
como individualidades que se encuentran. Estamos en esta juntos: nosotros
proponemos cosas, el público responde, se mira, levanta una mano. El espacio
plantea un encuentro, somo parte de lo mismo. Si tu postura es más conservadora y
no querés participar, también podés, pero lo elegís.
Y en muchas obras no elegís nada. Permitir eso, salir de la inercia de solo
mirar, es hermoso. Otra cosa que se pone en tensión es el límite entre lo
privado y lo público.

El germen fundante de la obra es ese: alguien encuentra olvidado un diario íntimo,


privado, de una persona en una institución pública. A partir de esa búsqueda
caprichosa, obsesiva y vehemente por devolverlo empiezan a pasar un montón de
cosas. Ese material de repente está puesto en una institución, y por ese accidente
es puesto sobre una obra, también de forma pública. Una de las grandes
discusiones es: ¿a quién le importa nuestra vida privada? ¿Cuánto tiempo te puede
importar la vida privada de otra persona? Mucho más que enunciar algo, nos
interesa poner en tensión, plantear una pregunta. Vivimos en una era en donde casi
todo el tiempo miramos la vida privada de otras personas, que al postearlo se vuelve
pública. A nosotros la intrascendencia del cuaderno olvidado nos importa, y la gente
que viene se involucra. A mí me han mandado mails contándome anécdotas, fotos
de cosas que encontraron. Una chica vino a ver una función y me mandó una
imagen de una bolsa de basura llena de pertenencias, llegó ese día y empezó a
sacar los excedentes. Lo privado, lo público, está tensionado desde lo personal, de
cómo a cada uno lo moviliza.

Está también el tema de la falta, lo único claramente enunciado como algo


estructural. Nos atraviesa a todos y a cada uno de maneras muy diversas.

Es que la obra es lo que falta. La pérdida afectiva, emocional, económica, artística.


Todos los fragmentos están atravesados por esa idea, por una zona medio
descendente del fracaso. Hay ausencias tangibles: un objeto que se extravía, una
persona que se va, alguien del que no podés despedirte. Son pérdidas que dejan
huellas, como un gancho de pelo.

Y eso genera un lazo con el público. Nadie nunca no perdió nada. Es una obra
que nombra la falta, en un contexto en donde todo parece ilimitado: en la nube
podés tener todo, pero si te olvidás cómo llamaste un archivo, lo podés perder.
Una vez me pasó que perdí una hoja de las que pegamos, y estaba desesperado
buscándola y es lo más irrelevante del mundo. Si había quedado en el Recoleta, me
moría y no hacíamos nunca más Fragmentos. La obra pasa en esas búsquedas en
donde se nos juega la vida.

Y hablando de nombrar archivos y de olvidarse cosas: ¿de dónde sale el


título?

No sé en qué momento los autores les ponen título a sus obras. En nuestro caso
vino al final, para armar la gráfica del Festival del Teatro Urgente de 2016, en donde
la presentamos como trabajo en proceso. Fue intentar condensar qué era lo que
pasaba ahí, qué era eso. Ese armado fue tan caótico como la obra. Es una oración
larguísima que no dice nada. Hay gente que le dice "la obra del título largo"; hay
gente que no lo lee, que ve una forma, muchas palabras; hay gente que lo lee y se
ríe; están los que se obsesionan y lo analiza sintácticamente.

Es otra incomodidad más, un título que se fuerza al resumen. Es Fragmentos,


Fragmentos de un ensayo, Fragmentos de un ensayo sobre un pacto, etcétera.

Hoy todo tiene que ser rápido, productivo, vendible. Los títulos siguen la línea del
slogan. Todo tiene que durar pocos segundos y entrar en una remera. Y este no
entra en ningún lado, lo reseñan y no se puede poner el título entero; arman la
gráfica y tampoco entra. Se escucha mucho el comentario de "La gente no lee
tanto". Nosotros apostamos a que lean. Que vengan los que están dispuestos a eso.
Es tranquilizador saber que hay gente que no entra en la lógica de la obra. No es
estar por estar, ocupar espacios por lo resultadista.

Evidencia mecanismos.

Y dialoga con su contexto desde el encuentro. ¿Cómo se ponen en tensión las


formas? ¿Cuáles son las lógicas de producción? No damos nada por obvio. De
hecho, las puestas fueron cambiando a lo largo de los años. Originalmente, la
primera temporada tenía el pacto interno de solo leer el cuaderno en función, para
encontrar datos de la persona que lo había escrito, e intentar devolvérselo. En la
última función, accidentalmente descubrimos el nombre. Frente a eso, nace para la
siguiente temporada, dos años después, la idea de hacer la justicia expositiva.
Exponernos a nosotros tanto como expusimos a ella. La primera versión solo tenía la
búsqueda. A partir de resolverla, empezamos a compartir lo propio, en una especie
de deuda con esa persona. Lo privado, otra vez, se volvió público.

No puedo creer que saben quién es. ¿La invitaste?

No, pero puede llegar a venir accidentalmente. Una vez soñé que venía. En una
parte de la obra, levantaba la mano, y decía: "Ese cuaderno es mío". Yo le decía por
el nombre, y le respondía: "Probablemente el cuaderno no sea tan importante para
vos, aunque sea tuyo, pero no sabés lo importante que es para nosotros". Tal vez,
termina viniendo y quizás ni se da cuenta.

¡La tienen que invitar! Y la próxima temporada es sin el cuaderno.

O con ella como actriz.

*Funciones: Fragmentos… se presenta los domingos 1, 15 y 29 de mayo a las 19hs,


y los sábados 04, 18 y 25 de junio a las 20hs en Estudio los Vidrios (Donado 2348,
CABA)

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