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La Constitución local, ante la autonomía factual de pueblos, barrios originarios y


comunidades indígenas residentes en la Ciudad de México.
Dr. Mario Ortega Olivares, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

La Cuenca de México y sus poblaciones.


La Cuenca de México se delimita por sierras de origen volcánico y algunos cerros,
ubicados al centro de lo que se conoce como el área cultural mesoamericana. Se sitúa a
2,240 metros de altura sobre el nivel del mar. En ella predominan dos temporadas, una
de lluvias que inicia en mayo y termina en octubre y otra de secas que inicia en
noviembre y finaliza hasta abril. La actual Ciudad de México ocupa un 14% de dicho
territorio, en las partes bajas se ubican las demarcaciones Gustavo A. Madero,
Azcapotzalco, Miguel Hidalgo, Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Benito Juárez,
Iztacalco, Iztapalapa, Tláhuac, así como parte de Coyoacán y Xochimilco. En cambio,
Tlalpan, Milpa Alta, Magdalena Contreras, Álvaro Obregón y Cuajimalpa se
distribuyen al pie de monte, donde se transita del área plana a la serrana (Mora, 2007:
23).
Civilización y cultivo en chinampas de la Cuenca de México.
Las grandes civilizaciones surgieron en base a sistemas de riego, en los valles de los ríos
Nilo, del Tigris y el Éufrates, del Indo y del Amarillo, lo mismo ocurrió en la Cuenca de
México donde magnas obras hidráulicas separaban el agua dulce de la salada (Palerm y
Wolf, 1972: 9). Tenochtitlan capital del imperio mexica se edificó sobre una isla,
rodeada por un sistema de lagos que abarcaban entre ochocientos y mil kilómetros
cuadrados, con una elevación de 2,240 metros sobre el nivel del mar. Los lagos dulces
de Xochimilco y Chalco eran divididos por un dique-calzada que unía a la isla de
Cuitláhuac con lo que hoy es la península de lo que hoy es la sierra de Santa Catarina y
con el Cerro Teutli en sus extremos. El lago de Chalco vertía sus aguas sobre el de
Xochimilco. En la temporada de lluvias, las aguas salitrosas de Tezcoco contaminaban a
las de Xochimilco y Chalco, dañando la flora y la fauna lacustre (Espinoza, 1996: 28).
Chalchiuhtlicue era venerada como la patrona del agua dulce al sur de la cuenca, en
cambio Huixtocihuatl predominaba sobre el lago salado. Los tenochas controlaban las
aguas de la cuenca con grandes obras hidráulicas, siguiendo una técnica desarrollada
por los pueblos chinamperos de Chalco y Xochimilco (Palerm y Wolf, 1972: 86). En el
momento de la conquista española se solía ganar terreno a las aguas, al amontonar
céspedes con tierra y lodo sobre la laguna. Para formar un camellón con un ancho de
tres o cuatro varas que sobresalían del agua, conocido como chinampa. Entre chinampa
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y chinampa se dejaba un acalote, acequia o camino de agua navegable con canoas


(Palerm y Wolf, 1972: 94). En su rico suelo orgánico brotaban los almácigos del maíz y
de ahí se trasplantaban a las chinampas para su crecimiento (Espinoza, 1996: 331). Las
chinampas se fijaban al suelo del lago, gracias a las raíces del árbol ahuejote, cuyo
follaje crece hacía y permite el paso de la luz solar. Armillas calcula que la productiva
zona chinampera de los lagos de Xochimilco y Chalco podía alimentar a cien mil
personas (Armillas, 1983: 175).
La población de la Cuenca de México.
La Cuenca de México fue ocupada por otomíes y tepanecas, desde el norponiente al sur
poniente. Grupos Nahuas se asentaban alrededor de los lagos, al nororiente y al
suroriente (Mora, 2007: 23). Ya había pueblos chinamperos asentados en Chalco,
Xochimilco, Iztapalapa y Culhuacán, entre los años 900 y 1,200 de nuestra era.
Adscritos primero a la hegemonía de Tenayuca y luego a la de Texcoco, hasta que
fueron sometidos al control de los tepanecas de Azcapotzalco, “quienes sojuzgaron y
controlaron un extenso territorio a principios de siglo XIV” (Mora, 2007: 43). Los
Mexicas fueron los últimos en arribar a la Cuenca y fundaron México-Tenochtitlan entre
1325 y 1345, sobre un pequeño islote perteneciente del señorío Tepaneca de
Azcapotzalco. Los Mexicas conformaron una Triple Alianza con Texcoco y Tacuba para
librarse de dominio tepaneca. Que fue vencido junto con sus aliados de Xochimilco y
Coyoacán. Con los tributos obtenidos tras la victoria, expandieron su ciudad con
chinampas en medio del lago. La estructura social de los mexicas giraba alrededor del
altépetl, una especie de señorío local caracterizado por: “ser de una etnia distinta, poseer
un territorio determinado y la presencia de un señor dinástico, el tlatoani… Las partes
llamadas calpolli o tlaxilacalli integraban un conjunto teóricamente simétrico. En
principio, cada una de ellas estaba separada por igual y autocontenida en su propio
territorio, su propia identidad subétnica y su propio señor” (Mora, 2007: 44).
Tras la violenta conquista española ocurrida en 1521. Cortés erigió la ciudad europea
sobre la parte central de lo que fue México-Tenochtitlan. Los conquistadores plasmaron
su dominio sobre el territorio, separando la población indígena de la española. Para
controlarla se les ubicó fuera de la traza urbana, pero dentro de sus límites (Mier y
Terán, 2005: 448). “La cercanía era indispensable, ya que la mano de obra para edificar
y reurbanizar la ciudad era indígena, además de gratuita. Tanto los españoles como los
indígenas tenían definido el espacio para sus viviendas, así como áreas destinadas a
mercado, conservando Santiago Tlatelolco y el tianguis de México como los más
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importantes para el grupo indígena, y la zona de los portales de la Plaza Mayor para el
grupo de españoles” (Mier y Terán, 2005: 112). La política de segregación mantuvo la
población indígena separada de la población española. La traza de la Ciudad de México
privilegió la defensa y seguridad de los conquistadores ante una posible revuelta india.
Las acequias y calzadas-dique se emplearon como recursos militares para su defensa
(Mier y Terán, 2005: 455). La población indígena se distribuyó en dos parcialidades,
cada una con un Tecpan o casa de gobierno, donde residía la autoridad indígena. El
gobernador además de los alcaldes de San Juan Tenochtitlan y Santiago Tlatelolco se
designaban cada año. De ellos dependían los barrios y las autoridades respectivas. En la
periferia se asentaban otros pueblos, donde fueron congregada la población indígena
para mantenerla: “alejada del centro de la naciente ciudad, como los de Tacuba,
Azcapotzalco, Cuajimalpa e Ixtacalco, y los pertenecientes a la encomienda de Pedro de
Alvarado, al Señorío de Xochimilco y al Marquesado del Valle, ubicados en Coyoacán,
Tlalpan, San Ángel y sus alrededores, por mencionar algunos de los espacios en donde
se localizan actualmente los llamados pueblos originarios” (Mora, 2007: 51).
Congregación y evangelización.
La Corona Española otorgó indígenas a los conquistadores en calidad de sirvientes, bajo
un régimen de encomienda que los obligaba a prestar servicios personales y trabajar sin
límite, ni freno. A consecuencia de la explotación de los encomenderos, denunciada por
Fray Bartolomé de las Casas; y a las epidemias de viruela y cocoliztli, ocurrió una
catástrofe epidemiológica en tierras mesoamericanas que abatió la población indígena.
Según estimaciones de Acuña-Soto y colaboradores, “la epidemia de cocoliztli sufrida
desde 1545 a 1548 mató entre 5 y 15 millones de personas, casi el 80% de la población
nativa. Y el brote posterior ocurrido entre 1776 y 1578 acabó con otros 2 o 2.5 millones
de indígenas, casi el 50% de la población remanente” (Acuña-Soto et al., 2002: 290).
La evangelización se quedó nepantla.
Los escasos misioneros cristianos enfrentaron el reto de “evangelizar a hombres y
sociedades, particularmente los mexicanos o Aztecas, que habían sufrido no sólo una
derrota político-militar, sino un auténtico shok cultural y religioso” (Martínez, 2008: 1).
Los franciscanos decidieron erigir la iglesia y el convento de San Bernardino de Siena
justo encima del templo nativo, ahí serían aculturados los hijos de los señores
principales de Xochimilco (Morales, 1993: 101). Los franciscanos se dieron a la tarea
de difundir el evangelio entre los indios derrotados.
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La evangelización de los indios que adoraban un panteón de politeísta de diversos


dioses fue asunto complejo. Los franciscanos se esforzaron en hablar el náhuatl y en
comprender la profunda religiosidad de los conquistados. Los frailes asombrados por
los paralelismos entre sacramentos cristianos como el bautismo y la confesión, con
ciertas prácticas rituales de los indios, buscaron respuestas en la llamada teoría de la
imitación. Según la cual el demonio habría simulado los divinos sacramentos divinos,
para confundir a los indios e inducirlos su adoración. Fray Andrés de Olmos compiló en
1553 un Tratado de Hechicería y Sortilegios, para evitar que los religiosos cayeran en el
engaño, cuyo tercer capítulo se dedicó a mostrar al demonio como “remedador” de
Nuestro Señor (Baudot, 1990). Fray Jerónimo de Mendieta, quien predicó en
Xochimilco en la segunda mitad del siglo XVI y estudió los escritos de Olmos. Creían
que los indios, como todos los seres humanos, conocieron la existencia de un dios
único, pero fueron engañados por los demonios para que cayeran en el politeísmo
pagano. Fray Jerónimo de Mendieta analizó al detalle el culto a Ipalnemohuani, el dios
que muere y renace y representaba al Sol, por su paralelismo con el dios católico. Pues
hasta la fecha calendárica en que le festejaban los nativos tendía a coincidir con la
natividad cristiana. Los naturales, al igual que casi todo el género humano habrían caído
en el politeísmo por un engaño del demonio, pero al principio tuvieron un conocimiento
bastante claro de un único Dios, creador, señor y gobernador del mundo. Entonces debió
existir el conocimiento del “único verdadero Dios, un Dios de la vida, increado,
omnipotente” (Martínez, 2008: 10). No sólo los frailes se apoyaron en ciertos
paralelismos entre el catolicismo y el culto de los naturales para evangelizarlos; también
los indios incorporaron a Cristo en su panteón religioso, tal como solían hacerlo los
Mexicas con los dioses de los pueblos que dominaban.
La evangelización fue una conversión profunda que no se puede reducir de manera
simplista a una imposición. Con la llegada de los conquistadores también arribaron a
estas tierras enfermedades, que como la viruela eran desconocidas para el sistema
inmunológico de la población nativa. El cocoliztle fue un tipo de fiebre tifoidea que
contagió a la población indígena durante las epidemias de 1576-1577 y 1580 (Viesca,
2000). Las grandes epidemias diezmaron la población en la Cuenca de México, se
estima que murieron millones de personas, la falta de anticuerpos para enfrentar a las
epidemias causó esa mortandad. Resultaba evidente que tanto españoles como indios se
enfermaban, pero mientras aquellos sanaban después de cierto periodo, ellos fallecían a
pesar de las ofrendas a sus dioses. La conclusión era que sus dioses habían sido
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vencidos por el dios cristiano que era más poderoso. Dada los escases de predicadores y
el aluvión de paganos recién convertidos, la evangelización en su primera etapa resultó
superficial. Desde su profunda voluntad de conversión, los indios reprodujeron los
sacramentos cristianos, según lo que pudieron entender en las pinturas y las
representaciones teatrales piadosas. La evangelización fue tanto una aculturación
externa promovida por los españoles, como un esfuerzo de endo-evangelización
imperfecta por parte de los indios. Quienes intentaron reproducir el culto católico a su
buen entender. Este complejo proceso dio origen a los festejos, rituales y procesiones
que hoy se expresan en la religiosidad popular de los pueblos y barrios originarios de la
Cuenca de México, que a pesar de expresar una creencia profunda difieren de la
ortodoxia del culto formal. Como considerar a la danza una forma de plegaria.
Recuperamos la disculpa que escuchó Fray Diego Durán tras haber reprendido a un
indígena, por despilfarrar en un solo día de fiesta pagana el fruto de muchos meses de
trabajo: -” Es que estamos nepantla” (Zorrilla, 1990: 2). Dando a entender que todavía
se hallaban en una posición intermedia en cuanto a la conversión, nepantla quiere decir
que uno se encuentra entre dos sitios, ya sean pueblos, cerros o puntos de referencia. Lo
que se conoce como la condición Nepantla se refiere a la situación intermedia entre una
evangelización que todavía no es completamente católica, pero que tampoco termina de
romper con ciertos rasgos de la cosmovisión mesoamericana.
Como muchos pueblos quedaron casi vacíos tras la catástrofe epidemiológica. Surgió la
necesidad de agrupar a los sobrevivientes en ciertas localidades, para facilitar su control
y el acceso a los servicios religiosos. Durante la congregación muchas veces los indios
fueron reubicados en lugares ajenos a ellos y con personas que provenían de diferentes
lugares. Se quebraron los lazos comunitarios y tuvieron que volverse a tejer las
relaciones sociales. Con los retazos de la pandemia se refundaron los pueblos. Los
indígenas reubicados podían adquirir el derecho a tierras de cultivo si edificaban una
capilla, se acogían a un santo patrono y juraban lealtad a la Corona. Para conmemorar
al santo patrón, los originarios fundaron mayordomías, una especie de cofradías,
encargadas del festejo y de sufragar sus gastos. Tras las congregaciones, el poder de los
caciques indígenas y sus señoríos se fueron disolviendo. El culto al santo patrono para
suplicarle buenas cosechas. Permitió que las poblaciones heterogéneas, fueran
construyendo comunidades muy horizontes e igualitarias, por lo generalizado de la
pobreza. Las cofradías indígenas fueron reproducciones imperfectas de las hispanas.
Solo eran toleradas de manera informal por las autoridades civiles y eclesiásticas. Se dio
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por llamarles mayordomías para diferenciarlas de las españolas. Estaban más orientadas
a garantizar el culto a los santos patrones, que, a cumplir con las otras funciones de una
cofradía, como asistir a los enfermos y contar con una constitución propiamente dicha.
Bastaba que se unieran algunos indios con el fin de celebrar las fiestas patronales, para
darla por constituida una mayordomía. Todos los indios de la comunidad podían
integrarse, previa cooperación para sus gastos. La nueva comunidad india logró una
cierta autonomía en el culto religioso. La lógica de la donación de bienes por los
caciques indios para fundar mayordomías cae dentro de lo que se ha dado en llamar
economía de la salvación, pues tras las donaciones para las fiestas de los santos
patrones, estaba la intención de que estos quedaran en deuda de reciprocidad frente a los
donantes. A fin de que intercedieran por su alma en el purgatorio. Por ello ciertas
mayordomías administraban tierras y el producto de su cultivo. En el caso de
Xochimilco las cofradías de indios tenían a su cargo atracaderos en el lago y alquilaban
grandes canoas para transportar productos agrícolas a los mercados de la ciudad, a fin
de reunir fondos para festejar a sus santos patrones.
República de Indios.
Bajo el régimen Colonial siguieron vigentes algunos usos originarios: “La costumbre
indígena obtuvo sanción oficial habiendo sido confirmada en 1530, 1542, 1555, entre
otras. Teniendo como límite, no afectar la religión católica ni la legislación real. El
conocimiento del derecho indígena fue rastreado por misioneros y laicos. Algunos lo
ponderaron favorablemente como Juan Polo de Ondegardo en su famosa Relación de
los fundamentos acerca del notable daño que resulta de no guardar a los indios sus
fueros” (Anguiano, 2003: 19). Hasta 1537 fue cuando la bula Sublimis Deus de Paulo
III, reconoció derechos humanos a los indios americanos (Anguiano, 2003: 21). Carlos
V expidió en 1542, las llamadas Leyes Nuevas “a raíz de los malos tratos que los
encomenderos daban a los indígenas” (Anguiano, 2003: 20). Durante el mandato del
Virrey de Mendoza se crearon Repúblicas de Indios siguiendo el formato castellano,
con sus alcaldes, regidores y alguaciles electos; a fin de controlar por separado a la
población nativa y a la hispana. Las que se fueron consolidando por “la declinación
gradual de los señoríos indígenas. por la continuidad de una agricultura centrada en el
maíz, y con ella el mantenimiento de los rituales ligados al ciclo agrícola, es decir, la
reconstitución y continuidad de la comunidad agraria sobre las mismas antiguas base de
la tradición cultural mesoamericana” (Medina, 2007: 22). Las repúblicas de indios se
estructuraron como barrios: “Iztapalapa era una de esas repúblicas. Tal sistema de
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barrios sirvió para organizar el pago en efectivo del tributo y la distribución de la fuerza
de trabajo indígena. En las tierras comunales de Iztapalapa había una pequeña porción
llamada ˋtierra de santosˊ, perteneciente a las distintas cofradías de los ocho barrios que
conforman el pueblo. En 1790 cada barrio tenía una pequeña porción para estos fines. El
culto a la imagen de cada uno de estos barrios era responsabilidad del mayordomo; y
desde fines del siglo XVI Iztapalapa fue cabecera eclesiástica” (Rodríguez, 2007: 201-
202). Las formas de organización contemporánea de los pueblos originarios en la
Cuenca de México se fundan en dos tradiciones políticas. El municipio español que fue
la base de las llamadas Repúblicas de Indios por un lado y por el otro, la de los señoríos
de la nobleza india que sometían a los macehuales (Medina, 2007: 22). El rey Felipe II
decidió en 1573 que: “se dote a los pueblos de indios de tierras, montes y aguas, para
incrementar la agricultura” (Anguiano, 2003: 21). En 1681 fue publicada una
Recopilación de las Leyes de Indias en Madrid (Anguiano, 2003: 22).
La Constitución de Cádiz proclamada en España en marzo y en la Nueva España en
septiembre de 1812, decretó la sustitución de las repúblicas de indios por el municipio
libre. “A los pueblos más o menos alejados que dependían de ellas se les consideró de
manera especial para erigirlos también en ayuntamientos constitucionales” (Mora, 2007:
56). El fin de las repúblicas de indios y la aparición del estatuto municipal alteró
radicalmente la estructura administrativa de los pueblos. Las tierras y cajas de
comunidad fueron arrebatadas a las repúblicas indígenas, para entregarlas a los cabildos.
“Los productos de éstos -pueblos- ya no se distribuyeron entre la Corona y los
españoles, por una parte, y los caciques, por otra. Sólo los más ricos pudieron mantener
sus tierras durante la etapa Colonial, unidas a un cacicazgo que establecía las reglas de
sucesión, a semejanza del mayorazgo castellano” (Mora, 2007: 55). La comunidad
indígena con sus derechos, fueron hechos a un lado por una jurisdicción territorial
municipal. Muchas comunidades que habían estado sujetas a las parcialidades de San
Juan Tenochtitlan y Santiago Tlatelolco se erigieron en ayuntamientos (Ortiz, 2007: 59-
60).
La Independencia y el Distrito Federal.
Tras la consumación de la Independencia, la constitución mexicana de octubre de 1824,
“dividió la federación en estados y territorios, desapareciendo las parcialidades, cuyos
bienes fueron repartidos entre sus integrantes. El Congreso de la Unión declaró a la
ciudad capital –que entonces era uno de los ocho distritos de la provincia de México-
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sede de los poderes federales. Así, el 18 de noviembre se constituye el Distrito Federal,


el cual no tenía derecho a contar con un congreso propio” (Ortiz, 2007: 69).
La Constitución que creó a la nación mexicana, dio trato de extranjeros a los indígenas
en sus propias tierras. En el artículo 49, fracción segunda donde se otorgaron facultades
al Congreso de la Unión para arreglar el comercio con las naciones extranjeras, incluyó
a las tribus rebeldes. Ignacio Ramírez “El Nigromante”, denunciaba en aquella época lo
siguiente: “Entre las muchas ilusiones que nos alimentamos, una de las no menos
funestas es la que nace de suponer que nuestra patria es una nación homogénea.
Levantemos ese ligero velo de la raza mixta que se extiende por todas partes y
encontraremos cien naciones que en vano nos esforzamos en confundir con una sola”
(López, 2017: 21). Se llegó hasta a aprobar que los estados de la frontera norte se
pudieran coaligar “para la guerra ofensiva o defensiva con los bárbaros” (López, 2017:
21). “La Constitución de 1857, como los demás textos fundamentales mexicanos del
siglo XIX -exceptuando el de 1825- excluyó la menor alusión a las peculiaridades
indígenas, hasta el extremo de que voces como “indio”, “indígena” o “etnia” no
aparecen” (Anguiano, 2003: 23).
El gobierno del Distrito Federal quedó a cargo del presidente de la república y se
dividió la entidad en un departamento central, cuatro municipios y trece demarcaciones
(Ortiz, 2007: 69). Antonio López de Santa Anna separó el territorio del Distrito Federal
del Departamento de México tras la restauración centralista, lo dividió en ocho
prefecturas interiores y tres exteriores. Las primeras mantuvieron su correspondencia
con los ocho cuarteles mayores establecidos por el Virrey de Mayorga en julio de 1786
“en los cuales se definía como ‘barrios’ a los pueblos comprendidos dentro de la traza
urbana. En las prefecturas exteriores quedaba la zona rural del Distrito Federal, a saber:
Tlalnepantla al norte, Tacubaya al poniente y Tlalpan al sur” (Ortiz, 2007: 61).
Amortización de tierras sagradas.
Los pueblos originarios de la Cuenca de México fueron despojados lentamente de sus
tierras y aguas durante el régimen Colonial. Pero fue la reforma liberal contenida en la
Ley de Desamortización, expedida por Comonfort en 1856 y ampliada por Juárez en
1861. La que afectó la propiedad comunal de los pueblos indios y aceleró pérdida de las
tierras (Rodríguez. 2007: 199). “Los iztapalapenses se vieron despojados de terrenos
comunales, que luego se vendieron sin consideración alguna de sus necesidades”
(Rodríguez, 2007: 203). Las parcialidades indígenas, los terrenos baldíos, los potreros y
las tierras de labranza se fueron urbanizando (Ortiz, 2007: 62). Tras la desamortización
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de sus bienes, la iglesia perdió importancia en la organización de las fiestas religiosas,


“esto abrió posibilidades hacia un desarrollo más autónomo de las prácticas de la
religiosidad popular y para que el sector comercial y el estado pudieran, por medio de
las fiestas, incrementar su tasa de ganancia” (Rodríguez, 2007: 203). Sin embargo, la
desamortización plena tardó medio siglo en alcanzarse. Baruch Martínez lo atribuye en
parte a la cosmovisión mesoamericana de los pueblos indígenas, pues: “no sólo eran
parcelas de labor las que serían individualizadas; eran los espacios en donde vivían las
entidades sobrehumanas productoras del temporal; eran los cerros, lagunas, ciénagas,
chinampas y cuevas que sus antepasados les habían heredado, propiedades que les
habían ratificado sus santos patronos y en donde trabajaban de forma comunal. Ahí
donde el proyecto liberal propugnaba por introducir, o acelerar la penetración, de la
visión individual, los chinamperos reforzaban su tradición pueblerina comunitaria…
Diacronía y sincronía, pasado y presente, espacio y tiempo, formando parte de una
constelación (siguiendo las tesis bejaminianas), se entrelazaban gracias a la secular
resistencia de estas comunidades” (Martínez, 2017).
Los pueblos durante el régimen porfirista.
Los pueblos indígenas de la Cuenca de México, forjados a contracorriente como
comunidades corporadas durante la Colonia. Resistieron de diversas formas el embate
destructivo tanto de los liberales como de los conservadores del siglo XIX. “Numerosas
comunidades son devastadas a partir de las leyes de Reforma, que desconocen
autoridades y propiedades comunales, y luego la dictadura porfirista, que acude al
exterminio a través del ejército y del despojo de las tierras, propiciando formas de
trabajo servil prácticamente etnocidas” (Medina, 2007: 22). En 1898 se establecieron
los actuales límites entre el Distrito Federal o capital de la república mexicana y los
vecinos estados de México y Morelos, al año siguiente se crearon seis prefecturas
repartidas en municipalidades. Porfirio Díaz las sustituyó en 1903 por otras trece
municipalidades: “México, Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Tacuba, Tacubaya,
Mixcoac, Cuajimalpa, San Ángel, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Milpa Alta e
Iztapalapa, pero despojadas de su personalidad jurídica y con ello de sus funciones
político-administrativas. Entre 1900 y 1910, el Distrito Federal aumentaría en 30% su
extensión territorial” (Ortiz, 2007: 68). El proyecto porfirista al atraer inversiones
extranjeras para modernizar al país dotó a Azcapotzalco, Chapultepec, Tacuba,
Mixcoac, Santa Fe, San Ángel, Tlalpan, Xochimilco y Chalco con servicio de tranvías
eléctricos y en algunos casos con máquinas a vapor. La desecación de los lagos de la
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Cuenca de México y su comercialización fue un gran negocio para Porfirio Díaz, sus
amigos y compadres, a quienes dotó con esos extensos territorios.
Reforma agraria y dotación ejidal
Las comunidades étnicas fueron muy afectadas por la Revolución Mexicana de 1910.
La gente salió de los pueblos chinamperos, huyendo de la guerra hacia los cerros o el
centro capitalino. Otros se sumaron al ejercito zapatista o fueron capturados por la leva
del ejército porfirista. “En cualquiera de las dos formas, la vida cotidiana es alterada y,
al parecer, se recupera hasta la segunda mitad de este siglo. Junto al impulso que se le
da al desarrollo industrial durante la etapa cardenista, también se vive, en esos años, el
proceso de Reforma Agraria, con el cual se pretende resarcir a los campesinos que
quedaron fuera del reparto agrario revolucionario, entre los cuales se encuentran
muchos grupos indígenas” (Romero, s.f.: 6). La Constitución de 1917 también excluyó
a los pueblos indios y a sus derechos, “no obstante que indígena era la inmensa mayoría
de la población mexicana de esa época y en la revolución que hizo posible la instalación
del Congreso constituyente para crearla fue el sector más activo” (López, 2017: 21).
Solo se ocupó de ellos al reconocer a los pueblos y a las tribus “como sujetos con
derecho a la tierra y declaró nulas todas las diligencias pasadas o futuras por las que se
hubiera privado o se les privase total o parcialmente de sus tierras, bosques o aguas…
de igual manera asentó que si guardaban el estado comunal, podrían seguirlo
manteniendo… Estas disposiciones se mantuvieron hasta 1934, en que una reforma al
artículo 27 despareció a los pueblos como titulares de derechos agrarios, sustituyéndolos
por los núcleos agrarios” (López, 2017: 21). Fue hasta la época de la Reforma Agraria
que repartió tierras ejidales, cuando se crearon “las condiciones para la reconstitución
de las comunidades agrarias, y con ellas las de los pueblos indios” (Medina, 2007: 22).
Sin embargo, el brutal avance en la desecación de la zona lacustre de la Cuenca de
México ya había hecho estragos. Por ejemplo: “El mapa de 1922 muestra que Tláhuac
había dejado de ser un islote para convertirse en una estación del ferrocarril de San
Rafael y Atlixco” (Ortiz, 2007: 68).
Pueblos originarios y sus tradiciones.
Los pueblos ubicados en la ciudad de México “se caracterizan en general por ser
comunidades históricas, con una base territorial y con identidades culturales
diferenciadas. Los más identificados se localizan en las delegaciones del sur y occidente
del Distrito Federal (D.F.): Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Tlalpan, La Magdalena
Contreras y Cuajimalpa, pero existe un número también importante de pueblos
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asentados en la mayor parte del resto de las delegaciones capitalinas: Azcapotzalco,


Coyoacán, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Iztapalapa e
Iztacalco” (Álvarez, 2009: 2). Pese a la presión urbana, han conservado usos y
costumbres propios de la cosmovisión mesoamericana y la herencia colonial. Como las
mayordomías encargadas de las fiestas patronales, las danzas, los carnavales y ciertas
formas trabajo comunal, tequios o faenas. Desafortunadamente ya casi nadie habla
náhuatl, con la honrosa excepción de Santa Ana Tlacotenco en Milpa Alta. Dichos
pueblos están abandonando el cultivo del maíz, por la presión de la megalópolis
mexicana. Ahora se dedican a labores urbanas, pero recrean su identidad alrededor de
ostentosos ciclos festivos religiosos que en muchos casos están en expansión.
Gomezcésar resalta el origen prehispánico de dichos pueblos y la posesión de un
territorio. Además, reconoce la trascendencia de sus ciclos festivos y rituales, así como
la presencia de elementos civilizatorios mesoamericanos. Destaca una hiper-vivencia de
linajes y familias troncales que dan vida a las tradiciones de estos pueblos. Medina
subraya que dichos pueblos originarios se caracterizan por emplear el nombre de su
santo patrono, al que se le agrega su toponímico en náhuatl, aunque en algunos casos
solo sea uno u otro. Su construcción es de origen colonial y cuentan con una plaza
rodeada por una iglesia, la oficina de la autoridad local, una escuela y un mercado. Las
callejuelas estrechas y laberínticas albergan grandes solares alrededor de los cuales
edifican sus viviendas los miembros de las antiguas familias extensas, quienes son
consideradas las principales y sobre cuyos hombros recae la reproducción simbólica y
económica del ciclo de fiestas; asociado al calendario agrícola del cultivo del maíz en la
milpa. “El ciclo festivo nos conduce a su vez al reconocimiento del conjunto de
personas responsables de su realización, y entonces nos encontramos con esas
estructuras político-religiosas complejas que se conocen en la etnografía
mesoamericanista como los ˋsistemas de cargosˊ… -los que- poseen una densidad
histórica y política, así como variadas articulaciones económicas y sociales, de tal suerte
que se nos presentan como el núcleo fundamental sobre el que se construye la
organización comunitaria y la representación colectiva en tanto pueblo originario”
(Medina, 2007: 21).
Distinguir en medio de la mancha urbana de la megalópolis de la Ciudad de México
quienes son pueblos y barrios originarios es tarea compleja. Algunos son pueblos
asentados en la Cuenca de México antes de la conquista y otros se establecieron durante
la época virreinal. Si se sobrepone el mapa de los asentamientos prehispánicos y los
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lagos sobre el actual del Distrito Federal, se puede apreciar que algunos pueblos que han
sido estrangulados por la urbanización, pero en otros se sigue cultivando la tierra. En
todos hay personas que se emplean en labores propias de la ciudad, pero no por ello han
olvidados sus usos y costumbres. Esta es una lista preliminar de dichos pueblos: En la
delegación Álvaro Obregón: Santa Rosa Xochiac; San Sebastián Axotla; San Bartolo
Ameyalco; Tetelpan; Santa Lucía Xantepec; Santa Fé; Tizapan; Tetelpan; y Santa Maria
Nonoalco.
En la Delegación Azcapotzalco: San Andrés Tetlalman; San Andrés de las Salinas; San
Bartolo Cahuacaltongo; San Francisco Tetecala; San Francisco Xocotitla; San Juan
Tlihuaca; San Martin Xochinahuac; San Miguel Amantla; San Pedro Xalpa;San
Sebastian Atenco;San Simón Pochtlan;Santa Bárbara Yopico; Santa Catarina
Aztacoalco; Santa Lucía Tomatlán; Santa María Maninalco; Santa Cruz Acayucan;
Santiago Ahuizotla; Santo Domingo Huexotitlán; Santo Tomás Tlamatzinco; La
Magdalena Coatlayauhcan y sus barrios: Huautla de las Salinas y Coltongo; y
Azcapozalco y sus barrios: San Marcos Ixquitlán, Santa Apolonia Tezolco, San Salvador
Nextengo, San Bernabé Acolnohuac, San Mateo Xaltelolco y Los Reyes Tezcacoac.
En la delegación Benito Juárez: Santo Domingo Mixcoac; Santa María Nativitas; San
Juan Maninaltongo; San Simón Ticumac; Santa Cruz Atoyac; y Xoco.
En la delegación Coyoacan: San Diego Churubusco; Copilco; Coyoacán y sus barrios:
Santa Catarina, La Concepción, San Lucas, San Mateo, Del Niño Jesús y Cuadrante de
San Francisco; La Candelaria; Los Reyes; San Francisco Culhuacán y sus barrios: Santa
Ana, La Magdalena y San Juan; San Pablo Tepetlapa; y Santa Úrsula Coapa.
En la Delegación Cuajimalpa de Morelos: San Lorenzo Acopilco; San Mateo
Tlaltenango; San Pablo Chimalpa; y San Pedro Cuajimalpa.
En la Delegación Cuauhtémoc: San Simón Tolnáhuac.
En la Delegación Gustavo A. Madero: Santa María Ticomán y sus barrios: La Purísima
Ticomán, San Juan Ticomán, Candelaria Ticomán, Guadalupe Ticomán, La Laguna
Ticomán, San Juan y Guadalupe Ticomán y San Rafael Ticomán; Cuautepec de
Madero;Magdalena de las Salinas; San Bartolo Atepehuacan; San Juan de Aragón; San
Pedro Zacatenco; Santa Isabel Tola; Santiago Atepetlac; y Santiago Atzacoalco.
En la Delegación Iztacalco: Iztacalco y sus barrios: San Miguel Iztacalco, San Pedro,
Santiago, Los Reyes Iztacalco, San Francisco Xicaltongo, La Asunción, Santa Cruz y
Zapotla; y Santa Ana Zacatlalmanco.
13

En la Delegación Iztapalapa: Iztapalapa y sus barrios: San Antonio, San Pedro, La


Asunción, San Ignacio, San José, San Lucas, San Miguel, San Pablo y Santa Bárbara;
San José Aculco; La Magdalena Atlazolpa; Los Reyes Culhuacán; Mexicaltzingo; San
Andrés Tomatlán; San Juanico Nextipac; San Lorenzo Tezonco; San Lorenzo
Xicotencatl; San Sebastián Tecoloxtitla; Santa Cruz Meyehualco; Santa María
Aztahuacán; Santa María Tomatlán; Santa Martha Acatitla; Santiago Acahualtepec; San
Andrés Tetepilco; y San Francisco Culhuacán y sus barrios: San Antonio Culhuacán,
San Simón Culhuacán y Tula.
En la Delegación La Magdalena Contreras: San Bernabé Ocotepec; La Magdalena
Atlitic; San Nicolás Totolapan; y San Jerónimo Aculco-Lídice.
En la Delegación Miguel Hidalgo: San Lorenzo Tlaltenango; Tacuba; Tacubaya; y
Popotla.
En la Delegación Milpa Alta: San Lorenzo Tlacoyucan; San Juan Tepenahuac;San
Agustín Ohtenco; San Francisco Tecoxpa; San Pedro Atocpan; San Antonio Tecomitl;
Santa Ana Tlacotenco; San Pablo Oztotepec; San Bartolomé Xicomulco; San Salvador
Cuauhtenco; San Jerónimo Miacatlán; y Villa Milpa Alta.
En la delegación Tláhuac: San Francisco Tlaltenco; Santiago Zapotitlán; Santa Catarina
Yecahuizotl; San Juan Ixtayopan; San Pedro Tláhuac; San Nicolás Tetelco; y San
Andrés Mixquic.
En la delegación Tlalpan: San Andrés Totoltepec; Santo Tomás Ajusco; San Miguel
Ajusco; Magdalena Petlacalco; San Miguel Xicalco; San Miguel Topilejo; San Pedro
Mártir; Parres el Guarda; La Asunción Chimalcoyotl; San Lorenzo Huipulco; Santa
Ursula Xitla; y Tlalpan y sus barrios: San Fernando y Del Niño Jesús.
En la delegación Venustiano Carranza: La Magdalena Mixhiuca; y El Peñón de los
Baños. En la delegación Xochimilco: Xochimilco y sus barrios: San Marcos, San Juan,
San Antonio, San Pedro, El Rosario, La Concepción Tlacoapa, La Asunción, La
Guadalupita, Santa Crucita, Belén, Xaltocan, San Cristóbal, San Diego, San Lorenzo,
La Santísima, San Esteban y Caltongo; Santa Cruz Acalpixca; Santa Cecilia Tepetlapa;
San Francisco Tlalnepantla; San Lorenzo Atemoaya; San Lucas Xochimanca; San
Mateo Xalpa; San Luis Tlaxialtemalco; San Gregorio Atlapulco; Santiago
Tepalcatlalpan; Santa María Tepepan; Santiago Tulyehualco; Santa Cruz Xochitepec;
Santa María Nativitas; y San Andrés Ahuayucan.
La limitada reforma de 1992.
14

La ilusión de homogeneidad cultural, ha ofuscado durante siglos la percepción de la


diversidad étnica en México. Fue hasta el 28 de enero de 1992 cuando una reforma
constitucional reconoció la pluriculturalidad de la nación. El intento no rebasó los
limites declarativos, pues no llegó a reglamentarse. Dos años después ocurrió la revuelta
india del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en los Altos de Chiapas. El gobierno
y los rebeldes firmaron el 16 de febrero de 1996 los Acuerdos sobre Derechos y Cultura
Indígena en San Andrés Larrainzar, que nunca fueron incorporados a la Constitución.
Pues el Congreso de la Unión los modificó a la baja. “La Suprema Corte de Justicia de
la Nación rechazó las controversias presentadas por municipios indígenas que pedían su
anulación por ignorar los derechos ya reconocidos” (López, 2017: 21). Retomemos la
historia de los pueblos originarios en estas tierras.
La desaparición municipio libre en el Distrito Federal.
Teresa Mora caracterizó a los pueblos originarios de la Cuenca de México, por su activa
participación en la vida comunitaria interna, de acuerdo “normas consuetudinarias
establecidas desde antaño. Las modalidades de representación y dirección en estos
pueblos tienen como antecedente el sistema de cargos indígena” (Mora, 2007: 31).
Dispositivo social que se fue configurando desde el virreinato Colonial y se mantuvo
vigente de alguna manera en el Distrito Federal hasta 1928. La Constitución de 1917
emanada de la revolución, conservó la división del Distrito Federal en municipalidades
con un ayuntamiento electo, a pesar de haber depositado en el presidente de la república
la elección de su gobernador general. “En 1928 Álvaro Obregón reforma el Artículo 73
de la Constitución y crea por primera vez las delegaciones, lo que elimina del todo la
autonomía municipal y reitera el control del Ejecutivo sobre el gobierno de la entidad”
(Ortiz, 2007: 68-69). Tal reforma constitucional dejó a las comunidades originarias de la
Cuenca de México, en el desamparo frente al despojo sistemático que las somete la
especulación inmobiliaria, particularmente la desarrollada por las propias instituciones
gubernamentales en el nombre de un interés social; carentes de representación política,
se articulan al clientelismo y a los acuerdos informales impuestos por el partido oficial”
(Medina, 2007).
Tras la eliminación del régimen municipal en el Distrito Federal perpetrada en 1928,
quedó indefinida la autoridad local en los pueblos originarios de la Cuenca de México.
Por lo que solían designarlas en asambleas públicas según sus usos y costumbres, para
después proceder a legalizarlas mediante procedimientos informales. Hasta antes de la
aprobación de la nueva Constitución de la Ciudad de México, las autoridades locales en
15

los pueblos originarios, sin importar si era denominadas como Subdelegados,


Coordinadores o Enlaces territoriales. Seguían siendo electos por su pueblo, pero
estaban subordinados al Jefe Delegacional por una indefinición jurídica. Las autoridades
consuetudinarias se las ingenia para articularse a las estructuras de gobierno. “Pero
sostienen sus propios sistemas políticos sobre una estructura institucional cívico-
religiosa de raíz Colonial” (Medina, 2007: 23). Cuya expresión más acabada son las
mayordomías, también conocidas como fiscales, topiles, patronatos o comisiones de
festejos. La solución de compromiso frente a la depredación urbana que enfrentan ha
sido defender sus tierras y tradiciones mediante un sistema de cargos versátil. Que
adecúan a las circunstancias bajo la lógica de las variaciones de un mismo tema, pero
que tiene como núcleo el garantizar el éxito simbólico de las fiestas patronales. Dicho
sistema de cargo variopinto pero eficaz, difiere del modelo escalafonario de las
mayordomías, reportado por la antropología en Chiapas. Cuyas formas prototípicas no
existen en los pueblos originarios de la Cuenca de México. Portal subraya que, entre los
pueblos del sur de la Ciudad de México, hay mayordomías colectivas que reparte los
gastos y labores entre la comunidad y otras como la que hemos mencionado del Niñopa
en Xochimilco, donde un matrimonio carga con la responsabilidad de los festejos,
aunque también recurre a posaderos. En otros se cuenta con patronatos o comisiones de
festejos que asumen la labor de las mayordomías, “pero en esencia cumplen las mismas
funciones: garantizar la celebración y que se haga de manera exitosa y correcta” (Portal,
2007: 178). Es decir que sus tradicionales rituales pervivan, gracias al esfuerzo de una
comunidad orgullosa de sus creencias.
Resistencia a la depredación urbana.
Las comunidades étnicas carentes de representación oficialmente reconocida se han
apoyado en las autoridades ejidales y en las autoridades cívico-religiosas o
mayordomías para resistir el embate a la urbanización (Medina, 2007: 23). Como en el
caso de Milpa Alta, pueblos que ha luchado durante todos estos años para defender sus
tierras, por lo que todavía conserva 27,000 hectáreas de bosque que sirve como reserva
ecológica para la Ciudad de México (Wacher, 2007: 229). Fueron las comunidades
campesinas más comprometidos en la lucha por su herencia ambiental, quienes
adoptaron el concepto de pueblos originarios. Para remarcar su herencia
mesoamericana, pero haciendo a un lado el discriminador calificativo de indios. “Bajo
este concepto se organiza el Primer Congreso de los Pueblos Originarios del Anáhuac,
realizado en Cuajimalpa en el año 2000 y en donde se sintetizan las reivindicaciones
16

frente al impacto de la urbanización y bajo el amparo de los convenios internacionales,


como el 169 de la OIT” (Medina, 2007: 18). La conservación del medio ambiente de la
Cuenca de México tan presionado por la urbanización depende directamente de la
resistencia de sus pueblos originarios a la depredación y despojo. Al sur y sur-poniente
de la Ciudad la llamada terquedad de los pueblos, con una mayor organización y poder
autogestionario, han permitido la conservación de las reservas ambientales. La sierra
Ajusco-Chichinautzin cuenta con áreas verdes, bosques y manantiales que favorecen al
ecosistema. Sirve como un colchón que aminora la expansión de la mancha urbana entre
la Ciudad de México y Cuernavaca. “Es primordial para la recarga de los mantos
acuíferos, así como para la dinámica físico-biológica de toda la Cuenca… de México,
ubicada en el centro-sur del Eje Neovolcánico Transversal, lo que permite mantener
procesos ecológicos de contacto y transición de las dos regiones biogeográficas del
continente americano: la Neártica y la Neotropical” (García, 2007: 87-88). Los
originarios de Tlalpan, Xochimilco y Milpa Alta hacen esfuerzos por mantener el
deslinde del área urbana de la reserva territorial. Los pueblos de Magdalena Contreras,
Álvaro Obregón y Tláhuac defienden las zonas con manantiales. En Tlalpan y Álvaro
Obregón denuncian la extracción de tierra, arena y tezontle. Y se cultivan árboles para
la Navidad en Tlalpan, Xochimilco, Álvaro Obregón, Cuajimalpa y Magdalena
Contreras (García, 2007: 105).
A diferencia de lo ocurrido al norte y nororiente de la Cuenca de México, donde algunas
comunidades fueron pueblos de hacienda. Ahí los recursos ambientales han sido
completamente depredados por la urbanización. Aunque todavía hay algunos cerros
como los de Zacatenco, el Tepeyac, el Chiquihuite y otros que están aislados como el de
Chapultepec, el Peñón de los Baños y el del Marqués. Lo que ha conducido a “la
destrucción de las áreas verdes, el crecimiento demográfico, la invasión de tierras para
vivienda, la compraventa de bienes raíces y el abandono de las prácticas agrícolas
debido a cambios de usos y costumbres” (García, 2007: 97-98). Sin embargo,
investigaciones etnográficas recientes reportan el festejo de carnavales y de
mayordomías que celebran con entusiasmo las fiestas patronales.
La expansión de la mancha urbana depredó las tierras agrícolas que rodeaban a la
ciudad de México. “Las tierras comunales de origen Colonial y los ejidos conformados
a partir de 1917, fueron afectados de tal modo que de los 80 ejidos con que contaba el
Distrito Federal, sólo 26 permanecieron intactos, 37 desaparecieron y 17 están ocupados
parcialmente por actividades urbanas” (García, 2007: 102). Cerca de una tercera parte
17

de las tierras ejidales fueron transformadas en fraccionamientos urbanos impulsados por


capital privado con participación estatal, entre 1940 y 1975. Todavía la: “Zona
Metropolitana de la Ciudad de México cuenta con una extensión de 85,554 ha. que
puede fungir como área de conservación ecológica, donde hay 36 pueblos que poseen
zonas forestales importantes y cuyo recurso silvícola tiene una protección especial.
Estas tierras se localizan principalmente en las delegaciones Milpa Alta, Tlalpan,
Xochimilco, Cuajimalpa y Álvaro Obregón, aunque también las hay en Magdalena
Contreras, Coyoacán, Iztapalapa y Gustavo A. Madero (García, 2007: 108). En la
Cuenca de México la destrucción de la propiedad social del suelo cultivable, expulso a
la población de las labores agrícolas. Sin embargo, mucha de esa fuerza de trabajo no
pudo ser absorbida por las industrias en la Ciudad de México. Por el carácter
dependiente de nuestro modelo de industrialización, la población que sobrevive
desplegando actividades en la economía informal, creció de manera explosiva.
Autonomía es no pedir permiso.
Díaz-Polanco entiende la autonomía como un sistema jurídico-político capaz de
redimensionar a México, al reformular sus relaciones con los pueblos indios y con otros
sectores sociales y culturales (Díaz-Polanco, 1997: 17). Según la Asamblea Nacional
Indígena Plural por la Autonomía (ANIPA) en México se requiere un régimen
autonómico que incluya una matriz alterna de vínculos entre las etnias y el Estado, que
opere como fundamento de una profunda transformación democrática, política,
económica y cultural de la Nación. La ANIPA concibe a la autonomía como un sistema
jurídico-político capaz de redimensionar nuestra nación, al reformular sus relaciones
con los pueblos indios y con otros sectores sociales y culturales (Díaz-Polanco, 1997:
17). Navarro concibe a la autonomía como una propuesta política y filosófica, que
reivindica los derechos colectivos sobre los individuales de los pueblos indios, sobre la
base de cuatro principios fundamentales: a) la tierra y el territorio, b) un poder comunal
centrado en la comunidad y en la asamblea como poder constituyente, c) el trabajo
comunal de la tierra y d) la fiesta como espacio que recompone las diferencias y los
conflictos (Navarro, 2010: 46).
Cuando lo pueblos indios demandan su autonomía, no están implorando por una
aspiración utópica, sino que reclaman el reconocimiento de algo que ya poseen y
ejercen. Como subrayó una autoridad yaqui: “poseemos un territorio, en el que
ejercemos gobierno y justicia de otra manera, lo mismo que capacidad de autodefensa.
Exigimos ahora que se reconozca y respete lo que hemos conquistado” (Esteva, 2011:
18

124). En la práctica los pueblos indios toman toda clase de decisiones en el orden civil,
penal y administrativo en su vida cotidiana. “Esta realidad política y social existe de
hecho, pero sin reconocimiento constitucional. Es una realidad de facto, solamente; aún
no lo es de derecho” (Montemayor, 2010: 19). Por ello para las comunidades indígenas
es más importante fortalecer su propio poder y evitar la imposición de un orden
burocrático, que en realidad es colonialista y ajeno, aunque lo parezca (Gutiérrez, 2003:
24). Las mayordomías de las fiestas patronales en los pueblos del sur y otras partes de la
Cuenca son un ejemplo de cómo la autonomía étnica no es una condición que se
obtenga por decreto. Su construcción parte de la recuperación y recreación de los modos
de vida y las instituciones originarias. Veamos cómo funcionan actualmente una
mayordomía en la zona nahua de la cuenca.
El caso de las mayordomías en San Gregorio Atlapulco.
Pese a que el pueblo en Atlapulco, Xochimilco, se fundó el 30 de noviembre de 1555, su
fiesta tradicional nos remite al 12 de marzo de 1559. Por ser el día de San Gregorio,
santo patrono a quien le ruegan propiciar buenas cosechas (Anagua, 2006: 5). En San
Gregorio Atlapulco existe un complejo sistema de mayordomías que, a principios del
siglo XXI, en lugar de declinar se expande, se han ido creando nuevas mayordomías.
Hasta en los barrios de avecindados que se han ido asentado a las orillas. Cuenta con
mayordomías para los festejos de los Altares, del Niño Dios del pueblo y de los Niños
Dioses de cada capilla barrial, lo cual recuerda el ancestral culto a los tlaloques. El
padre Francisco Efrén Castellanos Sánchez informó que las 35 mayordomías del pueblo
lo apoyan en su labor pastoral. Dicho sistema de cargos cuenta con una jerarquía
interna, la Mayordomía del Santísimo es la más importante y es a la que se acude
cuando hay que tomar una decisión.
Durante la celebración de La Candelaria el dos de febrero, fecha que corresponde al
Año Nuevo Mesoamericano. Se hace el cambio de mayores, posaderos y padrinos.
Estos últimos, son la pareja responsable de la imagen del niño Jesús del barrio y de
honrarlo durante el ritual de Navidad con música y castillos pirotécnicos. Quienes junto
con junto con los posaderos, están encargados de celebrar las posadas en los días
previos a la Navidad. El nuevo mayordomo de cada barrio se dirige a la vivienda del
mayordomo saliente, acompañado por una procesión de vecinos que portan estandartes
y flores, para recoger al Niño Dios respectivo.
El mayordomo busca el apoyo de su familia para cumplir el compromiso. Por ello los
mayordomos salientes buscan familias funcionales que los remplacen. Los padres
19

introducen a sus hijos desde pequeños, en los rituales del catolicismo popular de San
Gregorio. Y los van formando como futuros mayordomos. Como los mayordomos,
padrinos y posaderos de los barrios prestan su servicio por un año, a la mitad de su
periodo buscan a quién los habrán de reemplazarlos. Invitan a familiares, compadres y
conocidos, hasta que se completa el número necesario de cargueros. Algunos rehúsan el
compromiso en ese momento. Pero lo asumen cuando mejora su situación económica.
El sistema de mayordomías de San Gregorio no es horizontal, existen jerarquías entre
ellas y en su seno. El escaño superior lo ocupa la mayordomía del Santísimo con su
mayordomo mayor, su secretario y su tesorero: es el más importante, el altar mayor. La
mayora o el mayor están al servicio de la comunidad. Entre los posaderos se nombra al
mayor encargado del festejo, si no logran un acuerdo pueden hacer una rifa, dejando al
azar la decisión. Para integrarse a la mayordomía ya no es requisito indispensable ser
originario de San Gregorio Atlapulco pues se han asentado en el mucho muchos
avecindados que provienen de otros lugares.
Mayordomías, prestigio y autonomía factual.
La etnografía muestra como las mayordomías generan prestigio en los pueblos
originarios de la Cuenca. Valor simbólico que puede intercambiarse por otro tipo de
valores y hasta dinero, en la red informal de relaciones económicas y políticas, que
subyace en los intersticios de sociedad nacional y lubrica al sistema mexicano. El
prestigio por haber sido mayordomo puede ayudar a conseguir el cargo de Coordinador
Territorial quien es la máxima autoridad del pueblo, otros cargos administrativos y
políticos en la correspondiente delegación del Gobierno del Distrito Federal y hasta
diputaciones.
En los pueblos asentados al sur del Distrito Federal persiste esa autoridad local
(coordinadores territoriales) reconocida por el pueblo, que paradójicamente ha sido
electa por la población y forma parte difusa de la estructura delegacional. En base al
estatuto que facultaba a los jefes delegacionales para designarlos como empleados
públicos, se ha ignorado a los coordinadores territoriales como las máximas autoridades
locales. El vacío jurídico colocó a la autoridad de los pueblos originarios en una tierra
de nadie, son al mismo tiempo representantes electos de sus comunidades y simples
subordinados bajo las órdenes del Jefe Delegacional del Gobierno del Distrito Federal.
Comparten de facto la autoridad por usos y costumbres de su pueblo y las funciones
administrativas normadas por cada delegación. No se sabe si obedecen al derecho
público consuetudinario o al constitucional. Su capacidad para atender las demandas y
20

necesidades de los pueblos ha dependido de la buena voluntad del jefe delegacional en


turno, o de su anuencia para el ejercicio de ciertas acciones. Ignorando que el
subdelegado o enlace territorio fue -de alguna forma- electo en forma directa por su
pueblo. De hecho, ha sido la autoridad consuetudinaria del pueblo, aunque de derecho
sea un simple empleado del jefe delegacional. Villoro considera al respecto que: “La
costumbre arraigada no sin razón es definida como ocupando el lugar de la ley, y esto es
lo que se llama derecho consuetudinario. Porque si las leyes no nos obligan más que por
haber sido recibidas por decisión popular, es justo que lo aprobado por el pueblo sin
escrito alguno también obligue a todos, pues ¿qué más da que el pueblo declare su
voluntad por el sufragio, o por sus propios hechos.” (Villoro, 1994: 167). Las relaciones
entre los dos sistemas jurídicos, el estatal y el consuetudinario deberán basarse en
acuerdos de coordinación fundamentados en el respeto mutuo.
Entre 2004 y 2005 cuestioné a 34 de coordinadores territoriales, sobre los requisitos
para asumir dicho cargo. La mayoría de ellos coincidió en que debían ser originarios del
pueblo y haber participado en las mayordomías, topiles o comisiones encargadas de
celebrar la fiesta del santo patrón. Todos habían contado con el apoyo y participación de
su familia ampliada, compadres y amigos para asumir el cargo. Pero también
enumeraron una larga lista de funciones municipales, que ejercen de hecho, aunque no
de derecho. Para ellos, la autonomía de sus pueblos frente a la ciudad no es un proyecto
político sino una forma de vida. Como subrayó un mayordomo de la tercera edad al ser
entrevistado al respecto: ¡Aquí hacemos lo que queremos, sin pedir permiso a nadie! En
el taller de “Diagnóstico de las funciones y facultades de los Coordinadores de Enlace
Territorial de las delegaciones del sur del Distrito Federal” organizado en 2005, por la
Coordinación de Enlace y Desarrollo Comunitario (CEDC) del Gobierno del Distrito
Federal. Participaron las autoridades consuetudinarias de los pueblos originarios de las
delegaciones Xochimilco, Milpa Alta, Tláhuac y Tlalpan; se analizaron sus facultades y
prácticas. Se concluyó que el subdelegado auxiliar, Coordinador, o Enlace territorial
(según la denominación específica) de los pueblos originarios, es en la práctica la
autoridad de primera instancia para la coordinación de labores y conciliación de
conflictos en la localidad, ejercen una autonomía factual. En casos como: la
organización de fiestas religiosas, autóctonas y cívicas; el impulso y promoción de
trabajos colectivos de beneficio común; la organización de comisiones de trabajo
comunitario y desarrollo social; el establecimiento de acuerdos entre vecinos para
resolver conflictos que pudieran desembocar en el Ministerio Público, el Juzgado Civil
21

o el Juez. En calidad de administrador, es el primer vínculo entre la gente del pueblo y


el gobierno para detectar, canalizar y resolver sus demandas y necesidades. El histórico
taller contó con la asistencia de las autoridades de 39 pueblos y tres colonias
tradicionales, dos de Xochimilco y una de Tláhuac. Se identificaron las funciones que,
por los diversos usos y costumbres, realizan las autoridades tradicionales en sus
pueblos. A manera de ejemplo presentamos la lista elaborada por las autoridades
consuetudinarias de Milpa Alta, por su importancia se cita al detalle: 1) Dar fe de
límites de propiedad; 2) conciliación de problemas familiares; 3) mediación y gestión en
la donación de materiales para beneficio de la comunidad; 4) registro de animales, para
su traslado o venta (ganado); 5) notificación y recuperación de animales perdidos
(ganado y domésticos); 6) constancias de donación de particulares para ampliación de
calles o servicios comunitarios: panteones, centros deportivos, centros de salud,
bibliotecas, centros sociales y casas de cultura; 7) constancias de residencia; 8) solicitud
de condonación de gastos hospitalarios; 9) denunciar la mala actuación de servidores
públicos; 10) trámites de inhumaciones y exhumaciones en los panteones comunitarios;
11) fe pública en casos de siniestros, accidentes; 12) exhortar a la población a cumplir la
Ley de Justicia Cívica; 13) confiscación negociada de animales molestos; 14) acuerdos
para el depósito de dinero para cobranza de deudas entre vecinos; 15) constancias de
concubinato y dependencia económica; 16) acuerdos de pago; 17) trámites y acuerdo
para el cierre de calles; 18) reconocimiento de linderos y mojoneras; 19) mediación en
el incumplimiento de trabajos (de oficio o por acuerdo entre las partes, para lograr el
cumplimiento del trabajo contratado o la recuperación del dinero); 20) organización de
actividades culturales y deportivas; 21) organización de faenas y trabajos colectivos
para abrir caminos y limpiar brechas; 22) participación en mayordomías; 23)
conformación de juntas patrióticas; 24) conformación de grupos organizados para
actividades recreativas de la comunidad; 25) apoyo y organización de fiestas (religiosas,
autóctonas y cívicas. Patronales, Semana Santa, Peregrinaciones, Día de Muertos,
Carnavales, 15 de septiembre, 20 de noviembre); 26) integración de comités de feria;
27) mediación de conflictos entre prestadores de servicio de transporte; 28) vigilantes de
las buenas costumbres; 29) representante legal y moral de los vecinos; 30) promotores y
defensores de los usos y costumbres; 31) denunciantes de fraccionadores de la tierra
comunal; 32) información y difusión de los riesgos que implica la invasión de zonas de
vocación rural y de reserva ecológica; 33) delimitación de los cascos urbanos; 34)
delimitación territorial por delegaciones; 35) organizar trabajos para la reserva
22

ecológica; 36) organizar programas de reforestación; 37) denunciar el saqueo ilegal de


recursos naturales en los bosques comunales; 38) participación en actividades de
reforestación, cultivo y protección del renuevo natural; 39) participación en la
reincorporación de tierras ociosas a la producción forestal y agrícola; y la 40) difusión
de los programas del Gobierno del Distrito Federal (CEDC, 2005).
Como veremos más adelante, los derechos que la primera Constitución de la Ciudad de
México ha reconocido a pueblos, barrios originarios y comunidades étnicas residentes.
Solo legislan prácticas autonómicas que ellos ya han venido ejercido históricamente y
de manera consuetudinaria, es más se quedó corta a pesar de sus avances. No podemos
negar que la Ciudad de México va en el camino de aceptar que también es indígena,
pero todavía será largo el camino para alentar a las comunidades étnica y sus propios
idiomas. Escenario que esperamos alcanzar en un futuro, cuando los pueblos, barrios
originarios y las comunidades indígenas residentes en la ciudad, alcancen un desarrollo
consonante con su historicidad (Gutiérrez, 2003: 16). Sigamos la evolución de dicho
proceso.
El derecho a la consulta de los pueblos originarios.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estableció en 1989, el derecho de los
pueblos a ser consultados ante disposiciones oficiales que podrían afectarlos. En el
artículo 6º de su Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países
Independientes, se dice que: 1. Al aplicar las disposiciones del presente Convenio, los
gobiernos deberán: a) consultar a los pueblos interesados, mediante procedimientos
apropiados y en particular a través de sus instituciones representativas, cada vez que se
promuevan medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarlos
directamente; b) establecer los medios a través de los cuáles los pueblos interesados
puedan participar libremente… en la adopción de decisiones en instituciones electivas y
organismos administrativos y de otra índole responsables de políticas y programas que
les conciernan; c) establecer los medios para el pleno desarrollo de las instituciones e
iniciativas de esos pueblos, y en los casos apropiados proporcionar los recursos
necesarios para este fin. 2. Las consultas llevadas a cabo en aplicación de este Convenio
deberán efectuarse de buena fe y de una manera apropiada a las circunstancias, con la
finalidad de llegar a un acuerdo o lograr el consentimiento acerca de las medidas
propuestas”.
La OIT convocó a un equipo de expertos en 2001 a evaluar dicho Convenio. El que
ratificó a la consulta, como el instrumento idóneo para respetar el derecho de los
23

pueblos indígenas y evitar que se les trate como a simples entidades con derechos a
tutelar. Por lo que se les debe garantizar el acceso a información oportuna en su propio
idioma. Darles el tiempo necesario para analizarla, así como responder a sus dudas.
Garantizando que puedan “realizar sus asambleas en los tiempos y lugares y formas que
acostumbran hacerlo para debatir sus asuntos importantes y tomar sus determinaciones”
(López. 2013: 54).
El Convenio 169 de la OIT, es de vital importancia para los pueblos originarios de la
Cuenca de México. El artículo 133 constitucional mexicano, establece que: “Esta
Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los tratados
que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el presidente de la
República, con la aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de toda la Unión”. Por
ello, Suprema Corte de Justicia ubicó a los tratados internacionales, solo detrás de la
Constitución y por encima del derecho federal y local. Tal “interpretación del artículo
133 constitucional, deriva de que estos compromisos internacionales son asumidos por
el Estado mexicano en su conjunto y comprometen a todas las autoridades frente a la
comunidad internacional” (López, 2013: 22). Ahora la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, establece en el segundo párrafo de su artículo 2, que: “La
nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos
indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio
actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones
sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”. Y en el tercer párrafo se
establece la conciencia de la identidad, como el criterio básico para determinar cuáles
personas forman parte de un pueblo indígena. Se entiende por pueblo a una unidad
social, económica y cultural, asentada en un territorio. Que reconoce autoridades
propias de acuerdo con sus usos y costumbres (López, 2013: 31). El apartado B fracción
IX del segundo artículo constitucional, regula el derecho a la consulta de los pueblos
indígenas en la redacción del Plan Nacional de Desarrollo y en los planes a nivel de
estados y municipios, para incorporar –en su caso- sus recomendaciones y propuestas
(López, 2013: 39). Principios constitucionales que poco a poco se han ido incluyendo en
las constituciones estatales, como en la de Oaxaca donde se ha revitalizado la elección
de autoridades por usos y costumbres en los municipios indígenas. Ahora es el turno de
la capital de la república.
La primera constitución de la Ciudad de México.
24

El impulso democratizador que culminó con la aprobación de la primera constitución de


la Ciudad de México emergió tras la movilización de la sociedad civil para salvar a las
víctimas de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985. Según Encinas, presidente
del Congreso Constituyente. “El año de 1985 constituye un punto de inflexión en la
historia de la Ciudad de México. El sismo que tuvo lugar ese año impulsó la solidaridad
entre ciudadanos, fortaleció la identidad colectiva y el deseo compartido por una ciudad
donde sus habitantes pudieran ser actores en su construcción e incidir en las decisiones
que se toman sobre ella. Este acontecimiento fue un catalizador de la democracia en la
ciudad y el inicio de un proceso de la construcción de ciudad que tenemos hoy”
(Encinas, 2017a). La tragedia también abrió paso a la demanda por derechos ciudadanos
plenos para los habitantes del Distrito Federal, las luchas desplegadas por los
movimientos urbano-populares y la participación de un población incluyente,
progresista y cosmopolita en la alternancia política. Como resultado se estableció un
Congreso Constituyente integrado por 100 diputados sin goce de sueldo. Solo 60 de
ellos fueron electos por la ciudadanía, pero con una escasa participación. Los restantes
fueron “nombrados por el Ejecutivo federal, el jefe de Gobierno y los senadores y
diputados del Congreso de la Unión” (Fernández, 2017: 20).
Dicho Congreso integró una Comisión de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades
Indígenas Residentes con 13 diputados procedentes de diversos partidos políticos.
Quienes impulsaron –no sin dificultades- una consulta directa en concordancia con lo
establecido en el segundo artículo de la constitución federal. Por lo prolongado de la
discusión y los esfuerzos para convencer a los otros constituyentes el tiempo fue escaso,
Cuando por fin se aprobó el proyecto a ser consultado entre comunidades oriundas y
residentes. Jesús Ramírez Cuevas, presidente de dicha comisión, comentó que la
redacción del instrumento para la consulta se apoyó en el protocolo de la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y en la ley indígena de Oaxaca,
entre otros insumos documentales (Ramírez, 2017: 8). La Comisión contó con el padrón
de pueblos, barrios y el contacto con las comunidades indígenas residentes,
proporcionado por la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades
del Gobierno del Distrito Federal (SEDEREC). El universo de la consulta se integró con
143 pueblos, 90 barrios y 60 comunidades residentes, todos ubicados al seno de la
Ciudad de México. Ramírez admitió que pueblos originarios de tendencia radical,
asentados en Milpa Alta, San Andrés Totoltepec y algunos del Ajusco. Impugnaron el
proceso por no haber participado en la convocatoria, pero “no nos impugnaron a
25

nosotros como comisión sino a la Constituyente” (Ramírez, 2017: 9). Lo cual generaría
un desencuentro de los pueblos originarios del sur y sur-poniente de la capital, con la
flamante Constitución local recién aprobada.
Ramírez admitió que las comunidades indígenas residentes tuvieron mucho recelo al
principio del proceso. Pero cuando comprendieron que iban a salir de la oscuridad, que
iban a adquirir derechos políticos como ciudadanos plenos. Y hasta tener la posibilidad
de establecer espacios rituales propios, fueron los más entusiastas y quienes más
participaron en la consulta. “Como las comunidades indígenas han sido históricamente
invisibilizadas, por el malinchismo de la Ciudad de México. Reciben un trato de tipo
asistencialista por parte de las instituciones capitalinas, quienes las consideran como
simples solicitantes de vivienda o grupos de presión” (Ramírez, 2017: 10).
Los constituyentes comisionados promovieron un poco más de 140 asambleas
informativas. Así como “950 asambleas resolutivas, 931 de las cuales fueron favorables
al dictamen, seis se pronunciaron en contra y hubo una abstención” (Ramírez, 2017: 8).
El proyecto de dictamen fue sometido a un ejercicio de consulta en las 16 delegaciones
de la Ciudad de México, donde “participaron 17 mil 558 personas de los pueblos y
barrios originarios y comunidades indígenas residentes” (Regino, 2017: 12). La
Comisión incorporó al dictamen las principales propuestas emanadas de la consulta
popular, en sus reuniones del 26 y 27 de enero de 2017, El documento intitulado:
“Reserva de Consenso derivada de la Consulta a los Pueblos y Barrios Originarios y
Comunidades Indígenas Residentes”. Fue avalado por los siguientes diputados: Jesús
Ramírez Cuevas, Nelly Juárez Audelo, Guadalupe E. Muñoz Ruíz, Bruno Iván Bichir
Nájera, Elena Chávez González, Isidro H. Cisneros Ramírez, Carlos Gelista González,
Augusto Gómez Villanueva, Ana Julia Hernández Pérez, Aristeo López Pérez, Martha
Patricia Ruíz Anchondo, María Consuelo Sánchez Rodríguez, Gonzalo Altamirano
Dimas y José M. Antonio Olvera Acevedo. Dicha Reserva incluyó dos columnas, en la
primera aparecía el texto inicial del artículo 63 y en la segunda se anexaron los
resultados de la consulta. Incluyendo “el derecho a una economía social, solidaria,
integral, intercultural y sustentable” (Ramírez, 2017: 2). La facultad y responsabilidad
de los pueblos y barrios originarios, para administrar y cuidar los panteones
comunitarios, fue la demanda más reivindicada durante la consulta. Algo muy
comprensible para comunidades donde el culto a los ancestros y el montaje de ofrendas
de Días de Muertos. Es el ritual de raigambre mesoamericana, que se celebran con
mayor devoción en la actualidad a lo largo y lo ancho de la Cuenca de México. Los
26

oriundos también insistieron en el derecho a mantener, administrar, proteger y


desarrollar su patrimonio cultural. Con un énfasis en las danzas, músicas y juegos
tradicionales. El proyecto de dictamen enriquecido tras la consulta reconoció el carácter
intercultural, plurilingüe y diversos de la población de la Ciudad de México (CDMX). Y
fue presentado ante el pleno de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México
(ACCDMX) donde se aprobó por consenso, algo inusitado en un medio político tan
fragmentado como el mexicano.
Derechos étnicos en la constitución emergente.
La Constitución Política de la Ciudad de México intituló “Ciudad Pluricultural” al
capítulo dedicada a la población indígena. Homogeneizando sin cuidado, tanto a los
pueblos y barrios originarios, asentados en ella, desde antes de la colonización (o
conquista española). Quienes conservan en parte o totalidad sus propias instituciones,
normas, tradiciones, territorios y cosmovisión. Como a las comunidades indígenas,
pertenecientes a pueblos indígenas de otras regiones de México, pero que inmigraron a
la ciudad y hoy residen en ella. La conciencia de identidad fue el criterio escogido para
determinar a sus integrantes. Quienes se reconocerán como sujetos colectivos de
derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio propio. Mezclando
arbitrariamente tanto a los pueblos y barrios originarios históricamente asentados en sus
territorios, como a las comunidades indígenas residentes. A pesar de sus profundas
diferencias en intereses y especificidades culturales. La Declaración de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y otros instrumentos jurídicos
internacionales, deberán observarse de manera obligatoria en la Ciudad de México
(ACCDMX2017: 191).
Pluriculturalidad en el artículo 58.
En el artículo 58 de la constitución emergente se reconoce el carácter pluricultural,
plurilingüe y pluriétnico de la Ciudad de México, sustentado en sus pueblos, barrios
originarios y comunidades residentes (ACCDMX, 2017: 192). Los pueblos y barrios
originarios son definidos ahí como aquellos “que descienden de poblaciones asentadas
en el territorio actual de la Ciudad de México desde antes de la colonización y del
establecimiento de las fronteras actuales y que conservan sus propias instituciones
sociales, económicas, culturales y políticas, sistemas normativos propios, tradición
histórica, territorialidad y cosmovisión, o parte de ellas” (ACCDMX, 2017: 192). Por
comunidades indígenas residentes, se considera a aquellas que forman parte de pueblos
indígenas de otras regiones del país, pero que se han asentado en la Ciudad de México y
27

que en forma comunitaria reproducen total o parcialmente sus instituciones y


tradiciones (ACCDMX, 2017: 192).
La Constitución emergente reconoció y definió con acierto a dos sujetos de derecho
pleno: “Por un lado los pueblos y barrios originarios que son los que han existido en el
territorio que actualmente ocupa la ciudad, desde antes de la colonización y que
conservan total o parcialmente sus propias instituciones sociales, económicas, culturales
y políticas, sistemas normativos propios, tradición histórica, territorialidad y
cosmovisión, como podría ser el caso del pueblo náhuatl y, por el otro las comunidades
indígenas residentes que son una unidad social, económica y cultural de personas que
forman parte de pueblos indígenas de otras regiones del país, que se han asentado en la
Ciudad de México y que en forma comunitaria reproducen total o parcialmente sus
instituciones y tradiciones” (Regino, 2017: 12). En dicho artículo se reconoce el derecho
a la auto adscripción tanto de los pueblos, barrios originarios y comunidades residentes
como de sus integrantes. Pues la conciencia de su identidad colectiva e individual es
considerada el criterio fundamental para determinar los sujetos a estas leyes
(ACCDMX, 2017: 192).
Según Ramírez, la constitución de la CDMX al reconocer un poder social colectivo, la
identidad cultural y étnica, logró una transformación democrática de trascendencia
(Ramírez, 2017: 2). Regino también considera que la constitución local superó a la
federal que los considera simplemente como entidades de interés y no de derecho
público (Regino, 2017: 12). El diputado constituyente Ramírez advierte que, con la
constitución local, va a aparecer un nuevo nivel de gobierno, el correspondiente al poder
de los pueblos. Que será muy relevante para la vida democrática de la ciudad. Además
de las alcaldías por delegación, se establece “la constitución de un organismo público,
con personalidad jurídica y patrimonio público, que implemente el ejercicio de la
autonomía y establezca las políticas públicas con relación a dichos pueblos, barrios y
comunidades” (Regino, 2017: 12). “Ahora todos aquellos que negaban ser pueblos para
evitar la discriminación cultural, querrán ostentarse como originarios, para disfrutar de
sus derechos autonómicos. De ahí la necesidad de otorgar a las personas un derecho a la
auto adscripción cultural y política como originarias, vinculado al reconocimiento que el
propio pueblo haga del individuo como integrante del sujeto colectivo consuetudinario.
Medida necesaria para evitar experiencias con la de los Mapuche, que han visto la
enajenación de sus derechos por parte de mestizos que se auto adscriben como
indígenas” (Ramírez, 2017: 6).
28

Los derechos en el artículo 59.


Los derechos de los pueblos, barrios y comunidades se enumeran en el artículo 59 de la
Constitución de la Ciudad de México. El inciso A del artículo 59, sobre derechos de
carácter jurídico se refiere a la libre determinación de su condición política, económica,
social y cultural, bajo el marco de la constitución. En su calidad de sujetos colectivos de
derecho público con personalidad jurídica y patrimonio propio. También se reconoce su
derecho a la libre asociación (ACCDMX, 2017: 192-193). Los pueblos y barrios
originarios podrán ejercer la autonomía conforme a sus sistemas normativos y de
organización, sobre los territorios de la Ciudad de México donde se asientan, inciso B
del artículo 59. Los que se demarcarán según sus características históricas, culturales,
sociales y de identidad, siempre respetando el marco jurídico vigente. En dichos
territorios tendrán competencia y facultades en lo político, administrativo, económico,
jurídico, social, cultural, educativo y judicial. Destacando el derecho a manejar sus
recursos y medio ambiente (ACCDMX, 2017: 193). Para ello los pueblos y barrios
originarios contarán con partidas presupuestales específicas establecidas por las
autoridades de la Ciudad de México (ACCDMX, 2017: 193-194). En el artículo 59 de la
constitución local, se garantiza su derecho a la libre determinación, preservando la
unidad de la Nación mexicana. Mientras que, en el artículo segundo de la constitución
federal, la autonomía fue definida de manera abstracta. Según Ramírez, en la
constitución de la Ciudad de México “le dimos concreción, es autonomía política, es
autonomía territorial, es autonomía en el manejo interno de la solución de conflictos”
(Ramírez, 2017: 3). En la constitución local se define la autonomía, como la capacidad
de los sujetos colectivos para tomar sus propias decisiones económicas, políticas,
judiciales y culturales. Incluyendo la administración de sus recursos naturales y medio
ambientales, pero respetando la propiedad social, privada y pública vigente. Las
autoridades de la ciudad deberán destinarles partidas presupuestales para ejercer tales
derechos. El artículo 59 reconoció a los pueblos, barrios y comunidades, la titularidad
de una serie de derechos colectivos. Como “la participación y representación política; la
consulta y el consentimiento libre, previo e informado; la comunicación indígena
intercultural; el desarrollo integral, intercultural y sustentable; la educación; la salud; el
acceso a la justicia y reconocimiento de los sistemas normativos indígenas; la tierra, el
territorio y los recursos naturales, y la protección de los derechos laborales de las
personas indígenas” (Regino, 2017: 12). Las autoridades tradicionales y representantes
de los pueblos y barrios originarios serán electas según sus usos y costumbres o
29

sistemas normativos. Y deberán ser reconocidas en sus funciones por las autoridades
capitalinas. Será facultades de los pueblos y barrios originarios: Promover sus
instituciones y reforzar su identidad cultural. Organizar consultas ante medidas que
afecten sus derechos. Administrar la justicia local según a sus usos y costumbre,
respetando siempre los derechos humanos. Y controlar su propio desarrollo.
Los sujetos colectivos originarios, tendrán las siguientes facultades, siguiendo al
artículo 59, inciso B, fracción 8: Promover y reforzar sus propios sistemas y formas de
organización, así como fortalecer sus propias identidades y prácticas culturales.
Organizar consultas sobre medidas legislativas, administrativas o de cualquier tipo que
pudieran afectarlos. Administrar justicia en su propia jurisdicción mediante sus propias
instituciones, usos y costumbres, en la regulación y solución de conflictos internos.
Decidir sus prioridades de desarrollo económico, social y cultural. Participar en la
formulación y aplicación de planes y programas urbanos. Gestionar y ejecutar
programas de preservación y aprovechamiento de bosques, lagos, acuíferos, ríos y
cañadas en su ámbito territorial, así como de la flora, fauna silvestre, recursos y
conocimientos biológicos. Administrarán sus bienes comunitarios, así como su
patrimonio cultural, arquitectónico, biológico, natural, artístico, lingüístico, saberes,
conocimientos, expresiones culturales tradicionales, además de la propiedad intelectual
colectiva de los mismos (ACCDMX, 2017: 194-196). Se les reconoció el derecho a la
libre determinación política en busca de su desarrollo, en calidad de “titulares de un
conjunto de facultades y competencias en materia política, administrativa, económica,
social, cultural, educativa, judicial, de manejo de recursos y medio ambiente, mismas
que serán implementadas en su ámbito territorial” (Regino, 2017: 12). El instrumento
para su desarrollo será la economía social y solidaria entendida como base estructural de
un cambio para la vida de los pueblos originarios. Podrán concurrir con el Ejecutivo de
la ciudad en elaboración y ejecución de planes de salud, educación, vivienda, sociales y
económicos de su competencia. Los pueblos y barrios oriundos contarán con el derecho
a usar y proteger sus lugares religiosos, ceremoniales y culturales, con la salvaguarda de
las normas jurídicas federales y locales. Se establecerán programas de investigación,
rescate y aprendizaje de su lengua, cultura y artesanías. (ACCDMX, 2017: 195). En el
inciso B sub-inciso 9 del artículo 59, se establece su derecho a procedimientos justos y
ágiles, en el arreglo de controversias con el Gobierno de la Ciudad y sus alcaldías
(ACCDMX, 2017: 196).
30

En cuanto a sus derechos políticos, deberán ser consultados de buena fe por las
autoridades de la ciudad, antes de adoptar medidas que les pudieran afectar. También
accederán a cargos de representación popular, atendiendo principios electorales de
proporcionalidad y equidad. Sus autoridades y representantes tradicionales elegidos en
forma consuetudinaria serán legítimamente reconocidos por las autoridades de la
CDMX (ACCDMX, 2017: 196-197). Los pueblos, barrios originarios y comunidades
residentes adquieren el derecho a establecer medios de comunicación propios que
transmita en sus idiomas. Tanto los medios oficiales como los privados deberán reflejar
la diversidad cultural y étnica de la CDMX en forma respetuosa, según el inciso D del
artículo 59 (ACCDMX, 2017: 197).
En materia cultural se reconoce el derecho de pueblos, barrios y comunidades indígenas
residentes, a preservar y transmitir sus historias, lenguas, tradiciones, filosofías y
sistemas de escritura. Así como a proteger y desarrollar su patrimonio cultural, sus
conocimientos tradicionales, ciencias y tecnologías, incluyendo los recursos humanos.
Sobresale el derecho a proteger los productos de la milpa, las semillas, la flora y la
fauna, así como la danza con su música y los juegos tradicionales, de acuerdo con el
inciso E del artículo 59 (ACCDMX, 2017: 197-198). Tal como fue reivindicado por
ellos durante la consulta. Para alcanzar un desarrollo propio podrán mantener sus
sistemas, instituciones y medios de subsistencia. Además, se resguardan sus actividades
económicas tradicionales. Contarán con libertad para expresar su identidad, cultura,
creencias, rituales, costumbres y cosmovisión. En el artículo 59, inciso F, se legisló la
atribución de administrar y cuidar sus panteones comunitarios, tan ligados al ancestral
culto a los muertos. Lo cual fue una demanda insistente durante la consulta.
En materia simbólica y cultural se reconoció el derecho de barrios y pueblos a la
“reproducción de sus costumbres, de sus procesos de convivencia y de su visión del
mundo” (Ramírez, 2017: 5). Sobre todo, de sus ciclos de fiestas patronales, que hoy al
estar abandonado el cultivo del maíz, representan el elemento central de su
reproducción cultural, de sus procesos de convivencia. Mención especial merece el
reconocimiento de los espacios rituales de las comunidades indígenas residentes, donde
ellas recrean simbólicamente su identidad.
Para las comunidades indígenas residentes, será de gran importancia, que las artesanías,
las actividades económicas tradicionales y de subsistencia, tales como el comercio en
vía pública, se reconozcan y protejan. A fin de conservar su cultura, autosuficiencia y
desarrollo económico, “tendrán derecho a una economía social, solidaria, integral,
31

intercultural y sustentable” (ACCDMX, 2017: 198), otro de los principios reivindicados


en la consulta popular. En el inciso F del artículo 59 se asienta, que también tendrán
derecho a una protección eficaz y no discriminatoria en materia de empleo, seguridad
laboral y derecho a la asociación.
Pueblos, barrios oriundos, así como comunidades indígenas, tendrán la facultad de
establecer y controlar sus sistemas e instituciones docentes. Donde se imparta educación
en sus propios idiomas y según sus propias estrategias de aprendizaje. Se establece el
derecho de que sus niñas, niños y adolescentes disfrutar sin discriminación, de
educación bicultural desde los niveles básicos hasta el medio superior, tal como se
puede leer en el inciso G del artículo 59 (ACCDMX, 2017: 199). El presidente de la
Comisión responsable. “Establecimos el derecho a una educación bilingüe, a que haya
una educación en su lengua, un modelo educativo basado en el concepto cultural de los
pueblos, una cosmovisión completamente diferente a la occidental” (Ramírez, 2017: 5).
En la Ciudad de México tendrán derecho a acceder a la medicina tradicional, sus plantas
y curadores. Se apoyará la formación de médicos tradicionales y parteras y se permitirá
la libre circulación de plantas medicinales, tal como se asienta en el inciso H del artículo
59 (ACCDMX, 2017: 200). En las acciones del Poder Judicial capitalino que involucren
a indígenas, se deberá contar con defensores públicos bilingües o con perspectiva
intercultural. Siempre respetando los establecido por los convenios internacionales. Los
pueblos, barrios y comunidades indígenas residentes, podrán resolver conflictos internos
según usos y costumbres, respetando los derechos humanos y de la constitución federal,
de acuerdo con el inciso I, Derecho de acceso a la justicia del artículo 59 (ACCDMX,
2017: 200).
También se garantiza la protección de los derechos de los pueblos, barrios y ejidos a
poseer, controlar y utilizar las tierras, territorios y recursos debido a la propiedad
tradicional y los derechos adquiridos. Las autoridades capitalinas deberán dar
“seguimiento a los procedimientos de restitución y/o reversión de bienes afectados por
decretos expropiatorios los cuales hayan cumplido o cesado el objeto social para los que
fueron decretados, o haya fenecido la utilidad pública de los mismos” (ACCDMX,
2017: 201), siempre bajo el marco legal vigente. “Cualquier obra o acción sobre el suelo
de conservación quedará en manos de los pueblos, quienes deberán ser consultados.
Cualquier decisión política o jurídica que se apruebe sin consulta es nula, de hecho, no
hay litis” (Ramírez, 2017: 2). Dado que los bosques, la tierra y los recursos vegetales
generan aire y agua para la ciudad, los pueblos deberán recibir una contraprestación
32

anual en efectivo, en base a un índice de producción de oxigeno calculado por hectárea


rural. El maíz, la calabaza, el amaranto, el nopal, el frijol y el chile, es decir la milpa. Se
declaran patrimonio biodiverso de la ciudad y de sus pueblos, por lo que se protegerán
de la contaminación genética. “La Constitución de la Ciudad de México evitará el
cultivo transgénico de las plantas originarias de la Cuenca de México y preservará a la
milpa como espacio privilegiado de la bioculturalidad y la reproducción cultural de los
pueblos” (Ramírez, 2017: 4). También se protegerán los derechos de trabajadoras y
trabajadores indígenas domésticos y ambulantes, creando un registro público
obligatorio. Lo cual es de gran importancia para muchas mujeres de las comunidades
indígenas residentes quienes laboran como empleadas domésticas sin ninguna
protección laboral. El gobierno capitalino deberá proteger a mujeres, ancianos, niñas y
niños de los pueblos, barrios y comunidades indígenas que por necesidad extrema deban
sobrevivir en las calles.
Entre las medidas para implementar estos derechos están la creación de un Instituto de
Lenguas. También el fomento y difusión de su ancestral cultura. Así como la libertad
para celebrar sus ciclos festivos y religiosos, según sus usos y costumbres (ACCDMX,
2017: 201). Ramírez, en su calidad de presidente de la Comisión de Pueblos, Barrios
originarios y comunidades indígenas residentes. Concluye que los artículos de la
naciente constitución capitalina representan una renovación civilizatoria. Con los que
los pueblos, podrán dar “una salida a la hiper-degradación ambiental y la suicida
explotación irracional de los recursos ambientales, generados a consecuencia de la crisis
urbana” (Ramírez, 2017: 12).
Propuestas autonómicas eliminadas.
No todas las propuestas autonómicas iniciales para la nueva constitución fueron
incluidas en la redacción final del proyecto de dictamen sometido a consulta popular.
Mardonio Carballo el presidente original de la comisión renunció al cargo aludiendo
discriminación racial: “Fui invalidado, mi voz y experiencia de vida perdió fuerza ante
la violencia imperante en la Comisión de Pueblos y Barrios Originario” (Carballo,
2016b). Tras su renuncia el exconstituyente denunció que la propuesta de que se
instituyeran ámbitos territoriales con facultades autónomas en aquellas porciones de la
Ciudad de México en donde se encuentran asentados los pueblos y barrio originarios fue
excluida. Además se eliminó la parte del artículo 65, inciso J, sub-inciso 1 inicial, que
decía: “La autonomía podrá establecerse en los siguientes ámbitos territoriales: el
ámbito territorial de cada pueblo y barrio originario, el ámbito territorial integrado con
33

la unión de los barrios y núcleos agrarios con su respectivo pueblo; en ámbito territorial
integrado con la unión de pueblos, barrios y núcleos agrarios que comparten vínculos
históricos identitarios” (Carballo, 2016a: 132). El derecho a que ciertos pueblos, barrios
y núcleos agrarios afines pudieran asociarse entre sí. Hubiera sido trascendente para las
comunidades asentadas en las delegaciones políticas ubicadas al sur de la CDMX,
quienes ya integran de hecho un área cultural de raíz nahua que podría constituirse en
región autónoma. Los oriundos de estos pueblos y barrios mantienen de manera
cotidiana y vital interrelaciones sociales y culturales. Como la costumbre de visitarse
mutuamente durante sus fiestas, cumpliendo promesas recíprocas que hacen a sus santos
patrones, a través de sus respectivas mayordomías o comisiones de festejos. Al final
solo se incluyó en el dictamen definitivo, el derecho a la libre asociación de barrios y
pueblos originarios. Lo que resultó limitado respecto a la propuesta inicial, que fue
excluida de la consulta. Sin embargo, es un avance que no se puede desdeñar, en la
medida que abre la puerta a la integración de futuras regiones autonómicas, de los
pueblos y barrios de origen mesoamericano, asentados en la cuenca del Anáhuac. En el
inciso J dedicado a la libre determinación y autonomía del artículo 65 de la propuesta
temprana, se contemplaba también el derecho de los pueblos y barrios oriundos a
elaborar un “Estatuto de autonomía a través de sus órganos de decisión, de forma
participativa y de acuerdo con sus normas y procedimientos, y de conformidad con la
Constitución y la ley correspondiente” (Carballo, 2016a: 134). Así como contar con un
Consejo de Pueblos y Barrios Originarios, concebido como un órgano Autónomo y
descentralizado, con autonomía técnica y financiera. La integración de tal consejo
hubiera permitido establecer un poder real de pueblos y barrios para garantizar sus
derechos autonómicos. En cuanto a los derechos sobre el territorio y el medio ambiente,
la propuesta inicial impedía “las actividades extractivas mineras y de explotación de
cualquier recurso del subsuelo y del suelo en las tierras de los pueblos, comunidades y
barrios originarios, y en general del suelo de conservación ecológica” (Carballo, 2016a:
128). Además de prohibir la construcción de megaproyectos en el territorio de los
pueblos y barrios originarios, Así como la pavimentación en bosques, suelo rural, zona
lacustre o humedales, barrancas, sierras, parques. Lo que sigue ocurriendo dado el voraz
apetito de las empresas inmobiliarias. Motivo por el cual los pueblos de Milpa Alta se
deslindarían de la constitución emergente. Otra omisión fue no haber incluido los
nombres de los pueblos y barrios originarios en cada delegación de la CDMX, ni la lista
de comunidades indígenas residentes.
34

Avances de la primera constitución de la capital mexicana.


Regino concluye que: “A 692 años de su fundación y con dos siglos de existencia del
Estado mexicano” (Regino, 2017: 12), la Ciudad de México por fin contará con su
primera constitución local. La Asamblea Constituyente superó las escasas expectativas
sobre sus posibilidades de cambio. Esperemos que así se cierre por fin, el prolongado
debate que arrancó con la primera constitución del México independiente. Resultante
del temor al reconocimiento de la Ciudad de México como una entidad integrante de la
federación. Cuando “bajo el argumento de la inconveniencia de que dos órdenes de
gobierno distintos coexistieran en el mismo territorio, se enfrentaron dos visiones
distintas del país entre centralistas y federalistas” (Encinas, 2017b: 53-54).
La relatora de Naciones Unidas para los derechos de los pueblos indígenas manifestó un
reconocimiento a la emergente Constitución capitalina, por contar con el capítulo
constitucional étnico más avanzado del mundo. Por considerar que la declaración de las
Naciones Unidas sobre Pueblos Indígenas se integró como parte de su corpus legal, pese
a no ser un tratado vinculado el Estado mexicano. “También el programa de la
Organización de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU Habitat)
comentó la Constitución de la Ciudad de México en su página web, la cual calificó de
‘instrumento ejemplar a nivel internacional en el respeto de los derechos al medio
ambiente, participación ciudadana y sustentabilidad’” (Cruz, 2017: 36).
El poder conservador demanda su inconstitucionalidad.
Cuando apenas se celebraba a la constitución de la Ciudad de México, por reconocer los
derechos de pueblos, barrios originarios y comunidades residentes. El sistema
establecido reaccionó en contra desde una posición conservadora: “La Procuraduría
General de la República (PGR) presentó 39 conceptos de invalidez de la Constitución
Política de la Ciudad de México en la acción de inconstitucionalidad ante la Suprema
Corte de Justicia de la Nación (SCJN)” (Aranda, 2017: 31). Tratando de invalidar
artículos como el referido a la regulación de sitios patrimoniales. Bajo el argumento de
que la constitución emergente legisla en materia de conjuntos arqueológicos, artísticos,
históricos y paleontológicos. Aunque la propia Constituyente reconocía que sus labores
ya habían terminado. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó en
mayo de 2017, que, al no existir un sujeto legitimado para afrontar las controversias
constitucionales presentadas por la PGR, la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos (CNDH) y la Presidencia de la Nación. La Asamblea Constituyente debería
comparecer para defender la validez de sus decisiones (Camacho y Bolaños, 2017).
35

Como la resolución sólo permitió que la Constituyente fuera parte en las controversias,
pero no en las acciones de inconstitucionalidad. La coordinadora de los constituyentes
presentó un recurso de amicus curia (amigos de la corte) para aportar elementos de
análisis a los ministros. La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
también recurrió en junio del 17 a dicho recurso, para defender todos los nuevos
derechos incluidos en la carta magna capitalina. Incluyendo los derechos de los pueblos
originarios e indígenas, así como los de las personas de la tercera edad. Pues le
preocupaba que la emergente Constitución, sufriera retrocesos al entrar en vigor en
septiembre de 2018 (Servín, 2017). Afortunadamente la SCJN desestimó el recurso
global de invalidación presentado por la PGR. Por considerar que Asamblea
Constituyente sí cumplió con el requisito de consultar a pueblos y barrios originarios,
así como a las personas discapacitadas. La constituyente Gabriela Rodríguez calificó las
controversias presentadas por la PGR, la Presidencia de la República, la CNDH y el
Tribunal Superior de Justicia capitalino como una trasgresión jurídica a la soberanía
política de los ciudadanos del Distrito Federal (Rodríguez, 2017). Consideró positivo
que se hubiera aprobado la integración de alcaldías con participación directa de los
ciudadanos de las demarcaciones capitalinas. Y concluyó que “la nueva Carta Magna
crea mecanismos reales de participación ciudadana que, además de garantizar libertades,
derechos sociales y económicos, puede llegar a abatir la impunidad y la corrupción”
(Rodríguez, 2017).
Afortunadamente, la SCJN se propuso avalar la mayor parte del nuevo cuerpo
constitucional, incluyendo la muerte digna, el uso medicinal de la mariguana y la
revocación del mandato. El ministro Javier Laynez elaboró el proyecto que se puso a
discusión a finales de agosto de 2018, para declarar solo la invalidez de 10 de las 66
normas impugnadas (Castillo, 2018). La SCJN resolvió al final, por una mayoría
calificada de ocho votos y seis en contra, que la revocación del mandato de los
servidores públicos de elección popular es constitucional, dando marcha atrás a la
principal impugnación de la PGR y abriendo paso al empoderamiento ciudadano en la
Ciudad de México (García, 2018). Así fueron eliminados los últimos obstáculos para el
reconocimiento de los derechos de pueblos y comunidades indígenas residentes en la
Constitución capitalina. Bernardo Bátiz concluyó que: “La flamante Constitución fue un
quiebre en esa historia -neoliberal- hacia la derecha y significó una corrección de
rumbo, una vuelta al reconocimiento de los derechos… de los pueblos originarios y de
los marginados” (Bátiz, 2018). Será tarea del primero Congreso Legislativo de la capital
36

expedir una legislación secundaria congruente con los derechos de los pueblos
originarios reconocidos en la nueva Constitución.
El desencuentro en los pueblos originarios campesinos.
La asamblea informativa convocada en diciembre de 2016, para consultar a los pueblos
de Milpa Alta sobre la constitución emergente, fue impedida por comuneros originarios,
tal como ya hemos comentado. Los campesinos disgustados por no haber sido incluidos,
ni en la elaboración de la iniciativa, ni en la integración de la Asamblea Constituyente,
quemaron la papelería consultiva (Bolaños, 2016: 26). La plural comisión de diputadas
constituyentes responsable de la consulta en Milpa Alta lamentó no haber podido
exponer el dictamen de la ley local de pueblos originarios. A la que habían llegado tras
grades esfuerzos para obtener un consenso. Y propusieron realizar una segunda vuelta
de asambleas informativas.
Para entender dicho desencuentro, repasemos algunos acontecimientos previos a partir
de las crónicas de Bellinghausen en el diario La Jornada. Los nueve pueblos de Milpa
Alta apoyados por otros originarios de Xochimilco, el sur de Tlalpan y Cuajimalpa
solicitaron un amparo contra la modificación unilateral realizada al Programa de Fondos
de Apoyo para la Conservación y Restauración de Ecosistemas, para permitir
inversiones privadas en sus sustentables territorios. El juez José Luis Benítez Luna
concedió dicho amparo el 16 de agosto de 2017, a fin de que las autoridades
reconocieran a los pueblos originarios de la Ciudad de México como titulares del
derecho a la consulta previa, en el caso de programas que pudieran afectarlos
(Bellinghausen, 2017: 15). Ya constituidos como Asamblea Autónoma de los Pueblos
de la Cuenca de México (AAPCM), pueblos nahuas asentados al sur de la capital como:
Milpa Alta, San Pedro Oxtotepec, Santa Ana Tlacotenco, San Lorenzo Tlacoyucan, San
Jerónimo Miacatlán, San Agustín Othenco, San Francisco Tecoxpa, San Pedro Atocpan,
San Miguel y Santo Tomás Ajusco. Manifestaron su oposición a la Constitución de la
Ciudad de México por considerar que vulneró los derechos agrarios que les garantiza la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (Bellinghausen, 2018: 32).
También manifestaron se descuerdo con la Ley de Agua y Sustentabilidad Hídrica, así
como con la Ley General de Biodiversidad, que legalizarían el saqueo de recursos
naturales de los pueblos originarios del país. Se proclamaron “dueños de más de 50 por
ciento del territorio de la capital del país, lo que sustentamos con títulos de propiedad
expedidos por las autoridades virreinales durante el periodo colonial y resoluciones
presidenciales… así como herederos de una cultura ancestral” (Bellinghausen, 2018:
37

32). Y dijeron estar dispuestos a defender las tierras, aguas, montes y recursos naturales
de la sierra del Ajusco-Chichinautizin.
Por otra parte, Bernar Flores Guerrero, asesor legal de los pueblos de la delegación
Cuajimalpa exigió en marzo de 2018, que el decreto del Programa General de
Desarrollo Urbano de la Ciudad de México 2016-2030, fuera sometido a consulta. Pues
lo denunció como una amenaza a la integridad del territorio de los pueblos indígenas de
nuestra capital (Bellinghausen, 2018). Pese a que, desde el 7 de noviembre de 2013, el
gobierno de la Ciudad de México se había comprometió a garantizar el derecho a la
consulta de los pueblos originarios, reconocidos por la Constitución, el Convenio 169 y
la legislación internacional. Los comuneros de la AAPCM manifestaron el 9 de junio de
2018, en su Primera Declaratoria del Museo del Fuego Nuevo, que: “las políticas
públicas en materia de medio ambiente y desarrollo sustentable que pretendan
establecerse en tierras comunales y ejidales deben ser elaboradas entre quienes somos
pueblos dueños de la tierra y el gobierno, y que dichas políticas deberán encaminarse a
detener y revertir la crisis ambiental y urbana (Salas, 2018). Exigieron también, que se
retribuya de manera justa a los pueblos por los beneficios ambientales que sus tierras
generan, como el agua, el oxígeno, la captación del carbón y la diversidad de flora,
fauna y hongos que alberga.
Francisco Pastrana, abogado de la Representación Comunal de Milpa Alta, denunció
que los artículos 15 y 16 de la nueva Constitución de la Ciudad de México, son
contrarios a los pueblos originarios en un conversatorio convocado por el Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) el 2 de agosto de 2018. Los artículos
impugnados se refieren a él Plan General de Desarrollo de la Ciudad y el Instituto de
Planeación Democrática y Prospectiva. Y colocan a pueblos y comunidades como entes
pasivos ante las decisiones sobre ordenamiento territorial, medio ambiente, gestión del
agua, regulación del suelo y agricultura urbana (Gomezcesar, 2018). Por ello
demandaron su revisión a fin de que sean favorables a los intereses de los pueblos
originarios y al bienestar ambiental de los ciudadanos de la capital.
Ivan Gomezcesar atribuyó el desencuentro entre los pueblos del sur y sur poniente; y la
nueva ley indígena incluida en la constitución recién aprobada. A la conformación del
equipo que redactó la propuesta. Donde solo participaron académicos e integrantes de
las comunidades indígenas residentes en el Distrito Federal, pero no los pueblos de la
chinampería. “Desde entonces existió una división entre pueblos, integrados en su
mayoría por pueblos urbanos y los que tomaron distancia de este proceso, entre ellos
38

Milpa Alta, Xochimilco, Tláhuac, caracterizados por contar con territorios y actividades
rurales” (Gomezcesar, 2018). Durante los trabajos de redacción de la ley, fue visible una
contradicción entre las necesidades de los pueblos originarios campesinos y las
comunidades indígenas residentes en la urbe. Dado que los pueblos tienen
características y práctica campesinas, que los comprometen con la salvaguarda de las
tierras, las agua y el patrimonio ambiental. Gomezcesar llamó abrir un debate sobre las
consecuencias territoriales de la ley indígena en la nueva constitución capitalinas, dado
que las condiciones y demandas de las comunidades indígenas residentes y los pueblos
originarios son desiguales. La apuesta está en el aire.
Colofón.
El impulso democratizador de la Ciudad de México tras los sismos ocurridos en 1985, el
fortalecimiento del movimiento urbano-popular y las luchas por la transición político
electoral. Desembocaron en la demanda de una asamblea constituyente, para que los
pobladores de la Ciudad de México dejaran de ser ciudadanos con derechos
disminuidos. En la primera mitad del 2017 se integró una Asamblea Constituyente de
manera poco democrática, que algunos reconocen como secuela del llamado Pacto por
México. Solo el 60% de sus diputados fueron electos, mientras que el 40% restante
fueron designados por el poder hegemónico y sus partidos. A pesar de ello, la Ciudad de
México obtuvo un primera constitución moderna y progresista. Aunque la consulta a
los pueblos, barrios originarios y comunidades indígenas residentes tuvo la buena
intención de ser incluyente, no logró contar con la participación de los pueblos en lucha
al sur y sur-poniente de la CDMX, como los Milpa Alta. Debido a que apoyó solo en las
relaciones clientelares de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las
Comunidades. De ahí que los pueblos originarios campesinos denuncien a la nueva
Constitución como una amenaza a la integridad de sus territorios, aguas y rica
diversidad biológica. Sin embargo, la Constitución si logró despertar el entusiasmo
entre comunidades indígenas residentes. Y el consenso de los pueblos originarios
urbanizados. Pues la primera Constitución de la Ciudad de México, reconocen en parte
la autonomía factual lo que ellos han venido ejerciendo sin pedir permiso a nadie. Lo
que algunos de ellos valoran como “terquedad”. Y que seguirán ejerciendo sin
importar, en abierto desafío a la discriminación étnica, que sigue predominando en la
capital mexicana.
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