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importantes para el grupo indígena, y la zona de los portales de la Plaza Mayor para el
grupo de españoles” (Mier y Terán, 2005: 112). La política de segregación mantuvo la
población indígena separada de la población española. La traza de la Ciudad de México
privilegió la defensa y seguridad de los conquistadores ante una posible revuelta india.
Las acequias y calzadas-dique se emplearon como recursos militares para su defensa
(Mier y Terán, 2005: 455). La población indígena se distribuyó en dos parcialidades,
cada una con un Tecpan o casa de gobierno, donde residía la autoridad indígena. El
gobernador además de los alcaldes de San Juan Tenochtitlan y Santiago Tlatelolco se
designaban cada año. De ellos dependían los barrios y las autoridades respectivas. En la
periferia se asentaban otros pueblos, donde fueron congregada la población indígena
para mantenerla: “alejada del centro de la naciente ciudad, como los de Tacuba,
Azcapotzalco, Cuajimalpa e Ixtacalco, y los pertenecientes a la encomienda de Pedro de
Alvarado, al Señorío de Xochimilco y al Marquesado del Valle, ubicados en Coyoacán,
Tlalpan, San Ángel y sus alrededores, por mencionar algunos de los espacios en donde
se localizan actualmente los llamados pueblos originarios” (Mora, 2007: 51).
Congregación y evangelización.
La Corona Española otorgó indígenas a los conquistadores en calidad de sirvientes, bajo
un régimen de encomienda que los obligaba a prestar servicios personales y trabajar sin
límite, ni freno. A consecuencia de la explotación de los encomenderos, denunciada por
Fray Bartolomé de las Casas; y a las epidemias de viruela y cocoliztli, ocurrió una
catástrofe epidemiológica en tierras mesoamericanas que abatió la población indígena.
Según estimaciones de Acuña-Soto y colaboradores, “la epidemia de cocoliztli sufrida
desde 1545 a 1548 mató entre 5 y 15 millones de personas, casi el 80% de la población
nativa. Y el brote posterior ocurrido entre 1776 y 1578 acabó con otros 2 o 2.5 millones
de indígenas, casi el 50% de la población remanente” (Acuña-Soto et al., 2002: 290).
La evangelización se quedó nepantla.
Los escasos misioneros cristianos enfrentaron el reto de “evangelizar a hombres y
sociedades, particularmente los mexicanos o Aztecas, que habían sufrido no sólo una
derrota político-militar, sino un auténtico shok cultural y religioso” (Martínez, 2008: 1).
Los franciscanos decidieron erigir la iglesia y el convento de San Bernardino de Siena
justo encima del templo nativo, ahí serían aculturados los hijos de los señores
principales de Xochimilco (Morales, 1993: 101). Los franciscanos se dieron a la tarea
de difundir el evangelio entre los indios derrotados.
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vencidos por el dios cristiano que era más poderoso. Dada los escases de predicadores y
el aluvión de paganos recién convertidos, la evangelización en su primera etapa resultó
superficial. Desde su profunda voluntad de conversión, los indios reprodujeron los
sacramentos cristianos, según lo que pudieron entender en las pinturas y las
representaciones teatrales piadosas. La evangelización fue tanto una aculturación
externa promovida por los españoles, como un esfuerzo de endo-evangelización
imperfecta por parte de los indios. Quienes intentaron reproducir el culto católico a su
buen entender. Este complejo proceso dio origen a los festejos, rituales y procesiones
que hoy se expresan en la religiosidad popular de los pueblos y barrios originarios de la
Cuenca de México, que a pesar de expresar una creencia profunda difieren de la
ortodoxia del culto formal. Como considerar a la danza una forma de plegaria.
Recuperamos la disculpa que escuchó Fray Diego Durán tras haber reprendido a un
indígena, por despilfarrar en un solo día de fiesta pagana el fruto de muchos meses de
trabajo: -” Es que estamos nepantla” (Zorrilla, 1990: 2). Dando a entender que todavía
se hallaban en una posición intermedia en cuanto a la conversión, nepantla quiere decir
que uno se encuentra entre dos sitios, ya sean pueblos, cerros o puntos de referencia. Lo
que se conoce como la condición Nepantla se refiere a la situación intermedia entre una
evangelización que todavía no es completamente católica, pero que tampoco termina de
romper con ciertos rasgos de la cosmovisión mesoamericana.
Como muchos pueblos quedaron casi vacíos tras la catástrofe epidemiológica. Surgió la
necesidad de agrupar a los sobrevivientes en ciertas localidades, para facilitar su control
y el acceso a los servicios religiosos. Durante la congregación muchas veces los indios
fueron reubicados en lugares ajenos a ellos y con personas que provenían de diferentes
lugares. Se quebraron los lazos comunitarios y tuvieron que volverse a tejer las
relaciones sociales. Con los retazos de la pandemia se refundaron los pueblos. Los
indígenas reubicados podían adquirir el derecho a tierras de cultivo si edificaban una
capilla, se acogían a un santo patrono y juraban lealtad a la Corona. Para conmemorar
al santo patrón, los originarios fundaron mayordomías, una especie de cofradías,
encargadas del festejo y de sufragar sus gastos. Tras las congregaciones, el poder de los
caciques indígenas y sus señoríos se fueron disolviendo. El culto al santo patrono para
suplicarle buenas cosechas. Permitió que las poblaciones heterogéneas, fueran
construyendo comunidades muy horizontes e igualitarias, por lo generalizado de la
pobreza. Las cofradías indígenas fueron reproducciones imperfectas de las hispanas.
Solo eran toleradas de manera informal por las autoridades civiles y eclesiásticas. Se dio
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por llamarles mayordomías para diferenciarlas de las españolas. Estaban más orientadas
a garantizar el culto a los santos patrones, que, a cumplir con las otras funciones de una
cofradía, como asistir a los enfermos y contar con una constitución propiamente dicha.
Bastaba que se unieran algunos indios con el fin de celebrar las fiestas patronales, para
darla por constituida una mayordomía. Todos los indios de la comunidad podían
integrarse, previa cooperación para sus gastos. La nueva comunidad india logró una
cierta autonomía en el culto religioso. La lógica de la donación de bienes por los
caciques indios para fundar mayordomías cae dentro de lo que se ha dado en llamar
economía de la salvación, pues tras las donaciones para las fiestas de los santos
patrones, estaba la intención de que estos quedaran en deuda de reciprocidad frente a los
donantes. A fin de que intercedieran por su alma en el purgatorio. Por ello ciertas
mayordomías administraban tierras y el producto de su cultivo. En el caso de
Xochimilco las cofradías de indios tenían a su cargo atracaderos en el lago y alquilaban
grandes canoas para transportar productos agrícolas a los mercados de la ciudad, a fin
de reunir fondos para festejar a sus santos patrones.
República de Indios.
Bajo el régimen Colonial siguieron vigentes algunos usos originarios: “La costumbre
indígena obtuvo sanción oficial habiendo sido confirmada en 1530, 1542, 1555, entre
otras. Teniendo como límite, no afectar la religión católica ni la legislación real. El
conocimiento del derecho indígena fue rastreado por misioneros y laicos. Algunos lo
ponderaron favorablemente como Juan Polo de Ondegardo en su famosa Relación de
los fundamentos acerca del notable daño que resulta de no guardar a los indios sus
fueros” (Anguiano, 2003: 19). Hasta 1537 fue cuando la bula Sublimis Deus de Paulo
III, reconoció derechos humanos a los indios americanos (Anguiano, 2003: 21). Carlos
V expidió en 1542, las llamadas Leyes Nuevas “a raíz de los malos tratos que los
encomenderos daban a los indígenas” (Anguiano, 2003: 20). Durante el mandato del
Virrey de Mendoza se crearon Repúblicas de Indios siguiendo el formato castellano,
con sus alcaldes, regidores y alguaciles electos; a fin de controlar por separado a la
población nativa y a la hispana. Las que se fueron consolidando por “la declinación
gradual de los señoríos indígenas. por la continuidad de una agricultura centrada en el
maíz, y con ella el mantenimiento de los rituales ligados al ciclo agrícola, es decir, la
reconstitución y continuidad de la comunidad agraria sobre las mismas antiguas base de
la tradición cultural mesoamericana” (Medina, 2007: 22). Las repúblicas de indios se
estructuraron como barrios: “Iztapalapa era una de esas repúblicas. Tal sistema de
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barrios sirvió para organizar el pago en efectivo del tributo y la distribución de la fuerza
de trabajo indígena. En las tierras comunales de Iztapalapa había una pequeña porción
llamada ˋtierra de santosˊ, perteneciente a las distintas cofradías de los ocho barrios que
conforman el pueblo. En 1790 cada barrio tenía una pequeña porción para estos fines. El
culto a la imagen de cada uno de estos barrios era responsabilidad del mayordomo; y
desde fines del siglo XVI Iztapalapa fue cabecera eclesiástica” (Rodríguez, 2007: 201-
202). Las formas de organización contemporánea de los pueblos originarios en la
Cuenca de México se fundan en dos tradiciones políticas. El municipio español que fue
la base de las llamadas Repúblicas de Indios por un lado y por el otro, la de los señoríos
de la nobleza india que sometían a los macehuales (Medina, 2007: 22). El rey Felipe II
decidió en 1573 que: “se dote a los pueblos de indios de tierras, montes y aguas, para
incrementar la agricultura” (Anguiano, 2003: 21). En 1681 fue publicada una
Recopilación de las Leyes de Indias en Madrid (Anguiano, 2003: 22).
La Constitución de Cádiz proclamada en España en marzo y en la Nueva España en
septiembre de 1812, decretó la sustitución de las repúblicas de indios por el municipio
libre. “A los pueblos más o menos alejados que dependían de ellas se les consideró de
manera especial para erigirlos también en ayuntamientos constitucionales” (Mora, 2007:
56). El fin de las repúblicas de indios y la aparición del estatuto municipal alteró
radicalmente la estructura administrativa de los pueblos. Las tierras y cajas de
comunidad fueron arrebatadas a las repúblicas indígenas, para entregarlas a los cabildos.
“Los productos de éstos -pueblos- ya no se distribuyeron entre la Corona y los
españoles, por una parte, y los caciques, por otra. Sólo los más ricos pudieron mantener
sus tierras durante la etapa Colonial, unidas a un cacicazgo que establecía las reglas de
sucesión, a semejanza del mayorazgo castellano” (Mora, 2007: 55). La comunidad
indígena con sus derechos, fueron hechos a un lado por una jurisdicción territorial
municipal. Muchas comunidades que habían estado sujetas a las parcialidades de San
Juan Tenochtitlan y Santiago Tlatelolco se erigieron en ayuntamientos (Ortiz, 2007: 59-
60).
La Independencia y el Distrito Federal.
Tras la consumación de la Independencia, la constitución mexicana de octubre de 1824,
“dividió la federación en estados y territorios, desapareciendo las parcialidades, cuyos
bienes fueron repartidos entre sus integrantes. El Congreso de la Unión declaró a la
ciudad capital –que entonces era uno de los ocho distritos de la provincia de México-
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Cuenca de México y su comercialización fue un gran negocio para Porfirio Díaz, sus
amigos y compadres, a quienes dotó con esos extensos territorios.
Reforma agraria y dotación ejidal
Las comunidades étnicas fueron muy afectadas por la Revolución Mexicana de 1910.
La gente salió de los pueblos chinamperos, huyendo de la guerra hacia los cerros o el
centro capitalino. Otros se sumaron al ejercito zapatista o fueron capturados por la leva
del ejército porfirista. “En cualquiera de las dos formas, la vida cotidiana es alterada y,
al parecer, se recupera hasta la segunda mitad de este siglo. Junto al impulso que se le
da al desarrollo industrial durante la etapa cardenista, también se vive, en esos años, el
proceso de Reforma Agraria, con el cual se pretende resarcir a los campesinos que
quedaron fuera del reparto agrario revolucionario, entre los cuales se encuentran
muchos grupos indígenas” (Romero, s.f.: 6). La Constitución de 1917 también excluyó
a los pueblos indios y a sus derechos, “no obstante que indígena era la inmensa mayoría
de la población mexicana de esa época y en la revolución que hizo posible la instalación
del Congreso constituyente para crearla fue el sector más activo” (López, 2017: 21).
Solo se ocupó de ellos al reconocer a los pueblos y a las tribus “como sujetos con
derecho a la tierra y declaró nulas todas las diligencias pasadas o futuras por las que se
hubiera privado o se les privase total o parcialmente de sus tierras, bosques o aguas…
de igual manera asentó que si guardaban el estado comunal, podrían seguirlo
manteniendo… Estas disposiciones se mantuvieron hasta 1934, en que una reforma al
artículo 27 despareció a los pueblos como titulares de derechos agrarios, sustituyéndolos
por los núcleos agrarios” (López, 2017: 21). Fue hasta la época de la Reforma Agraria
que repartió tierras ejidales, cuando se crearon “las condiciones para la reconstitución
de las comunidades agrarias, y con ellas las de los pueblos indios” (Medina, 2007: 22).
Sin embargo, el brutal avance en la desecación de la zona lacustre de la Cuenca de
México ya había hecho estragos. Por ejemplo: “El mapa de 1922 muestra que Tláhuac
había dejado de ser un islote para convertirse en una estación del ferrocarril de San
Rafael y Atlixco” (Ortiz, 2007: 68).
Pueblos originarios y sus tradiciones.
Los pueblos ubicados en la ciudad de México “se caracterizan en general por ser
comunidades históricas, con una base territorial y con identidades culturales
diferenciadas. Los más identificados se localizan en las delegaciones del sur y occidente
del Distrito Federal (D.F.): Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Tlalpan, La Magdalena
Contreras y Cuajimalpa, pero existe un número también importante de pueblos
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lagos sobre el actual del Distrito Federal, se puede apreciar que algunos pueblos que han
sido estrangulados por la urbanización, pero en otros se sigue cultivando la tierra. En
todos hay personas que se emplean en labores propias de la ciudad, pero no por ello han
olvidados sus usos y costumbres. Esta es una lista preliminar de dichos pueblos: En la
delegación Álvaro Obregón: Santa Rosa Xochiac; San Sebastián Axotla; San Bartolo
Ameyalco; Tetelpan; Santa Lucía Xantepec; Santa Fé; Tizapan; Tetelpan; y Santa Maria
Nonoalco.
En la Delegación Azcapotzalco: San Andrés Tetlalman; San Andrés de las Salinas; San
Bartolo Cahuacaltongo; San Francisco Tetecala; San Francisco Xocotitla; San Juan
Tlihuaca; San Martin Xochinahuac; San Miguel Amantla; San Pedro Xalpa;San
Sebastian Atenco;San Simón Pochtlan;Santa Bárbara Yopico; Santa Catarina
Aztacoalco; Santa Lucía Tomatlán; Santa María Maninalco; Santa Cruz Acayucan;
Santiago Ahuizotla; Santo Domingo Huexotitlán; Santo Tomás Tlamatzinco; La
Magdalena Coatlayauhcan y sus barrios: Huautla de las Salinas y Coltongo; y
Azcapozalco y sus barrios: San Marcos Ixquitlán, Santa Apolonia Tezolco, San Salvador
Nextengo, San Bernabé Acolnohuac, San Mateo Xaltelolco y Los Reyes Tezcacoac.
En la delegación Benito Juárez: Santo Domingo Mixcoac; Santa María Nativitas; San
Juan Maninaltongo; San Simón Ticumac; Santa Cruz Atoyac; y Xoco.
En la delegación Coyoacan: San Diego Churubusco; Copilco; Coyoacán y sus barrios:
Santa Catarina, La Concepción, San Lucas, San Mateo, Del Niño Jesús y Cuadrante de
San Francisco; La Candelaria; Los Reyes; San Francisco Culhuacán y sus barrios: Santa
Ana, La Magdalena y San Juan; San Pablo Tepetlapa; y Santa Úrsula Coapa.
En la Delegación Cuajimalpa de Morelos: San Lorenzo Acopilco; San Mateo
Tlaltenango; San Pablo Chimalpa; y San Pedro Cuajimalpa.
En la Delegación Cuauhtémoc: San Simón Tolnáhuac.
En la Delegación Gustavo A. Madero: Santa María Ticomán y sus barrios: La Purísima
Ticomán, San Juan Ticomán, Candelaria Ticomán, Guadalupe Ticomán, La Laguna
Ticomán, San Juan y Guadalupe Ticomán y San Rafael Ticomán; Cuautepec de
Madero;Magdalena de las Salinas; San Bartolo Atepehuacan; San Juan de Aragón; San
Pedro Zacatenco; Santa Isabel Tola; Santiago Atepetlac; y Santiago Atzacoalco.
En la Delegación Iztacalco: Iztacalco y sus barrios: San Miguel Iztacalco, San Pedro,
Santiago, Los Reyes Iztacalco, San Francisco Xicaltongo, La Asunción, Santa Cruz y
Zapotla; y Santa Ana Zacatlalmanco.
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124). En la práctica los pueblos indios toman toda clase de decisiones en el orden civil,
penal y administrativo en su vida cotidiana. “Esta realidad política y social existe de
hecho, pero sin reconocimiento constitucional. Es una realidad de facto, solamente; aún
no lo es de derecho” (Montemayor, 2010: 19). Por ello para las comunidades indígenas
es más importante fortalecer su propio poder y evitar la imposición de un orden
burocrático, que en realidad es colonialista y ajeno, aunque lo parezca (Gutiérrez, 2003:
24). Las mayordomías de las fiestas patronales en los pueblos del sur y otras partes de la
Cuenca son un ejemplo de cómo la autonomía étnica no es una condición que se
obtenga por decreto. Su construcción parte de la recuperación y recreación de los modos
de vida y las instituciones originarias. Veamos cómo funcionan actualmente una
mayordomía en la zona nahua de la cuenca.
El caso de las mayordomías en San Gregorio Atlapulco.
Pese a que el pueblo en Atlapulco, Xochimilco, se fundó el 30 de noviembre de 1555, su
fiesta tradicional nos remite al 12 de marzo de 1559. Por ser el día de San Gregorio,
santo patrono a quien le ruegan propiciar buenas cosechas (Anagua, 2006: 5). En San
Gregorio Atlapulco existe un complejo sistema de mayordomías que, a principios del
siglo XXI, en lugar de declinar se expande, se han ido creando nuevas mayordomías.
Hasta en los barrios de avecindados que se han ido asentado a las orillas. Cuenta con
mayordomías para los festejos de los Altares, del Niño Dios del pueblo y de los Niños
Dioses de cada capilla barrial, lo cual recuerda el ancestral culto a los tlaloques. El
padre Francisco Efrén Castellanos Sánchez informó que las 35 mayordomías del pueblo
lo apoyan en su labor pastoral. Dicho sistema de cargos cuenta con una jerarquía
interna, la Mayordomía del Santísimo es la más importante y es a la que se acude
cuando hay que tomar una decisión.
Durante la celebración de La Candelaria el dos de febrero, fecha que corresponde al
Año Nuevo Mesoamericano. Se hace el cambio de mayores, posaderos y padrinos.
Estos últimos, son la pareja responsable de la imagen del niño Jesús del barrio y de
honrarlo durante el ritual de Navidad con música y castillos pirotécnicos. Quienes junto
con junto con los posaderos, están encargados de celebrar las posadas en los días
previos a la Navidad. El nuevo mayordomo de cada barrio se dirige a la vivienda del
mayordomo saliente, acompañado por una procesión de vecinos que portan estandartes
y flores, para recoger al Niño Dios respectivo.
El mayordomo busca el apoyo de su familia para cumplir el compromiso. Por ello los
mayordomos salientes buscan familias funcionales que los remplacen. Los padres
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introducen a sus hijos desde pequeños, en los rituales del catolicismo popular de San
Gregorio. Y los van formando como futuros mayordomos. Como los mayordomos,
padrinos y posaderos de los barrios prestan su servicio por un año, a la mitad de su
periodo buscan a quién los habrán de reemplazarlos. Invitan a familiares, compadres y
conocidos, hasta que se completa el número necesario de cargueros. Algunos rehúsan el
compromiso en ese momento. Pero lo asumen cuando mejora su situación económica.
El sistema de mayordomías de San Gregorio no es horizontal, existen jerarquías entre
ellas y en su seno. El escaño superior lo ocupa la mayordomía del Santísimo con su
mayordomo mayor, su secretario y su tesorero: es el más importante, el altar mayor. La
mayora o el mayor están al servicio de la comunidad. Entre los posaderos se nombra al
mayor encargado del festejo, si no logran un acuerdo pueden hacer una rifa, dejando al
azar la decisión. Para integrarse a la mayordomía ya no es requisito indispensable ser
originario de San Gregorio Atlapulco pues se han asentado en el mucho muchos
avecindados que provienen de otros lugares.
Mayordomías, prestigio y autonomía factual.
La etnografía muestra como las mayordomías generan prestigio en los pueblos
originarios de la Cuenca. Valor simbólico que puede intercambiarse por otro tipo de
valores y hasta dinero, en la red informal de relaciones económicas y políticas, que
subyace en los intersticios de sociedad nacional y lubrica al sistema mexicano. El
prestigio por haber sido mayordomo puede ayudar a conseguir el cargo de Coordinador
Territorial quien es la máxima autoridad del pueblo, otros cargos administrativos y
políticos en la correspondiente delegación del Gobierno del Distrito Federal y hasta
diputaciones.
En los pueblos asentados al sur del Distrito Federal persiste esa autoridad local
(coordinadores territoriales) reconocida por el pueblo, que paradójicamente ha sido
electa por la población y forma parte difusa de la estructura delegacional. En base al
estatuto que facultaba a los jefes delegacionales para designarlos como empleados
públicos, se ha ignorado a los coordinadores territoriales como las máximas autoridades
locales. El vacío jurídico colocó a la autoridad de los pueblos originarios en una tierra
de nadie, son al mismo tiempo representantes electos de sus comunidades y simples
subordinados bajo las órdenes del Jefe Delegacional del Gobierno del Distrito Federal.
Comparten de facto la autoridad por usos y costumbres de su pueblo y las funciones
administrativas normadas por cada delegación. No se sabe si obedecen al derecho
público consuetudinario o al constitucional. Su capacidad para atender las demandas y
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pueblos indígenas y evitar que se les trate como a simples entidades con derechos a
tutelar. Por lo que se les debe garantizar el acceso a información oportuna en su propio
idioma. Darles el tiempo necesario para analizarla, así como responder a sus dudas.
Garantizando que puedan “realizar sus asambleas en los tiempos y lugares y formas que
acostumbran hacerlo para debatir sus asuntos importantes y tomar sus determinaciones”
(López. 2013: 54).
El Convenio 169 de la OIT, es de vital importancia para los pueblos originarios de la
Cuenca de México. El artículo 133 constitucional mexicano, establece que: “Esta
Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los tratados
que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el presidente de la
República, con la aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de toda la Unión”. Por
ello, Suprema Corte de Justicia ubicó a los tratados internacionales, solo detrás de la
Constitución y por encima del derecho federal y local. Tal “interpretación del artículo
133 constitucional, deriva de que estos compromisos internacionales son asumidos por
el Estado mexicano en su conjunto y comprometen a todas las autoridades frente a la
comunidad internacional” (López, 2013: 22). Ahora la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, establece en el segundo párrafo de su artículo 2, que: “La
nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos
indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio
actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones
sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”. Y en el tercer párrafo se
establece la conciencia de la identidad, como el criterio básico para determinar cuáles
personas forman parte de un pueblo indígena. Se entiende por pueblo a una unidad
social, económica y cultural, asentada en un territorio. Que reconoce autoridades
propias de acuerdo con sus usos y costumbres (López, 2013: 31). El apartado B fracción
IX del segundo artículo constitucional, regula el derecho a la consulta de los pueblos
indígenas en la redacción del Plan Nacional de Desarrollo y en los planes a nivel de
estados y municipios, para incorporar –en su caso- sus recomendaciones y propuestas
(López, 2013: 39). Principios constitucionales que poco a poco se han ido incluyendo en
las constituciones estatales, como en la de Oaxaca donde se ha revitalizado la elección
de autoridades por usos y costumbres en los municipios indígenas. Ahora es el turno de
la capital de la república.
La primera constitución de la Ciudad de México.
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nosotros como comisión sino a la Constituyente” (Ramírez, 2017: 9). Lo cual generaría
un desencuentro de los pueblos originarios del sur y sur-poniente de la capital, con la
flamante Constitución local recién aprobada.
Ramírez admitió que las comunidades indígenas residentes tuvieron mucho recelo al
principio del proceso. Pero cuando comprendieron que iban a salir de la oscuridad, que
iban a adquirir derechos políticos como ciudadanos plenos. Y hasta tener la posibilidad
de establecer espacios rituales propios, fueron los más entusiastas y quienes más
participaron en la consulta. “Como las comunidades indígenas han sido históricamente
invisibilizadas, por el malinchismo de la Ciudad de México. Reciben un trato de tipo
asistencialista por parte de las instituciones capitalinas, quienes las consideran como
simples solicitantes de vivienda o grupos de presión” (Ramírez, 2017: 10).
Los constituyentes comisionados promovieron un poco más de 140 asambleas
informativas. Así como “950 asambleas resolutivas, 931 de las cuales fueron favorables
al dictamen, seis se pronunciaron en contra y hubo una abstención” (Ramírez, 2017: 8).
El proyecto de dictamen fue sometido a un ejercicio de consulta en las 16 delegaciones
de la Ciudad de México, donde “participaron 17 mil 558 personas de los pueblos y
barrios originarios y comunidades indígenas residentes” (Regino, 2017: 12). La
Comisión incorporó al dictamen las principales propuestas emanadas de la consulta
popular, en sus reuniones del 26 y 27 de enero de 2017, El documento intitulado:
“Reserva de Consenso derivada de la Consulta a los Pueblos y Barrios Originarios y
Comunidades Indígenas Residentes”. Fue avalado por los siguientes diputados: Jesús
Ramírez Cuevas, Nelly Juárez Audelo, Guadalupe E. Muñoz Ruíz, Bruno Iván Bichir
Nájera, Elena Chávez González, Isidro H. Cisneros Ramírez, Carlos Gelista González,
Augusto Gómez Villanueva, Ana Julia Hernández Pérez, Aristeo López Pérez, Martha
Patricia Ruíz Anchondo, María Consuelo Sánchez Rodríguez, Gonzalo Altamirano
Dimas y José M. Antonio Olvera Acevedo. Dicha Reserva incluyó dos columnas, en la
primera aparecía el texto inicial del artículo 63 y en la segunda se anexaron los
resultados de la consulta. Incluyendo “el derecho a una economía social, solidaria,
integral, intercultural y sustentable” (Ramírez, 2017: 2). La facultad y responsabilidad
de los pueblos y barrios originarios, para administrar y cuidar los panteones
comunitarios, fue la demanda más reivindicada durante la consulta. Algo muy
comprensible para comunidades donde el culto a los ancestros y el montaje de ofrendas
de Días de Muertos. Es el ritual de raigambre mesoamericana, que se celebran con
mayor devoción en la actualidad a lo largo y lo ancho de la Cuenca de México. Los
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sistemas normativos. Y deberán ser reconocidas en sus funciones por las autoridades
capitalinas. Será facultades de los pueblos y barrios originarios: Promover sus
instituciones y reforzar su identidad cultural. Organizar consultas ante medidas que
afecten sus derechos. Administrar la justicia local según a sus usos y costumbre,
respetando siempre los derechos humanos. Y controlar su propio desarrollo.
Los sujetos colectivos originarios, tendrán las siguientes facultades, siguiendo al
artículo 59, inciso B, fracción 8: Promover y reforzar sus propios sistemas y formas de
organización, así como fortalecer sus propias identidades y prácticas culturales.
Organizar consultas sobre medidas legislativas, administrativas o de cualquier tipo que
pudieran afectarlos. Administrar justicia en su propia jurisdicción mediante sus propias
instituciones, usos y costumbres, en la regulación y solución de conflictos internos.
Decidir sus prioridades de desarrollo económico, social y cultural. Participar en la
formulación y aplicación de planes y programas urbanos. Gestionar y ejecutar
programas de preservación y aprovechamiento de bosques, lagos, acuíferos, ríos y
cañadas en su ámbito territorial, así como de la flora, fauna silvestre, recursos y
conocimientos biológicos. Administrarán sus bienes comunitarios, así como su
patrimonio cultural, arquitectónico, biológico, natural, artístico, lingüístico, saberes,
conocimientos, expresiones culturales tradicionales, además de la propiedad intelectual
colectiva de los mismos (ACCDMX, 2017: 194-196). Se les reconoció el derecho a la
libre determinación política en busca de su desarrollo, en calidad de “titulares de un
conjunto de facultades y competencias en materia política, administrativa, económica,
social, cultural, educativa, judicial, de manejo de recursos y medio ambiente, mismas
que serán implementadas en su ámbito territorial” (Regino, 2017: 12). El instrumento
para su desarrollo será la economía social y solidaria entendida como base estructural de
un cambio para la vida de los pueblos originarios. Podrán concurrir con el Ejecutivo de
la ciudad en elaboración y ejecución de planes de salud, educación, vivienda, sociales y
económicos de su competencia. Los pueblos y barrios oriundos contarán con el derecho
a usar y proteger sus lugares religiosos, ceremoniales y culturales, con la salvaguarda de
las normas jurídicas federales y locales. Se establecerán programas de investigación,
rescate y aprendizaje de su lengua, cultura y artesanías. (ACCDMX, 2017: 195). En el
inciso B sub-inciso 9 del artículo 59, se establece su derecho a procedimientos justos y
ágiles, en el arreglo de controversias con el Gobierno de la Ciudad y sus alcaldías
(ACCDMX, 2017: 196).
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En cuanto a sus derechos políticos, deberán ser consultados de buena fe por las
autoridades de la ciudad, antes de adoptar medidas que les pudieran afectar. También
accederán a cargos de representación popular, atendiendo principios electorales de
proporcionalidad y equidad. Sus autoridades y representantes tradicionales elegidos en
forma consuetudinaria serán legítimamente reconocidos por las autoridades de la
CDMX (ACCDMX, 2017: 196-197). Los pueblos, barrios originarios y comunidades
residentes adquieren el derecho a establecer medios de comunicación propios que
transmita en sus idiomas. Tanto los medios oficiales como los privados deberán reflejar
la diversidad cultural y étnica de la CDMX en forma respetuosa, según el inciso D del
artículo 59 (ACCDMX, 2017: 197).
En materia cultural se reconoce el derecho de pueblos, barrios y comunidades indígenas
residentes, a preservar y transmitir sus historias, lenguas, tradiciones, filosofías y
sistemas de escritura. Así como a proteger y desarrollar su patrimonio cultural, sus
conocimientos tradicionales, ciencias y tecnologías, incluyendo los recursos humanos.
Sobresale el derecho a proteger los productos de la milpa, las semillas, la flora y la
fauna, así como la danza con su música y los juegos tradicionales, de acuerdo con el
inciso E del artículo 59 (ACCDMX, 2017: 197-198). Tal como fue reivindicado por
ellos durante la consulta. Para alcanzar un desarrollo propio podrán mantener sus
sistemas, instituciones y medios de subsistencia. Además, se resguardan sus actividades
económicas tradicionales. Contarán con libertad para expresar su identidad, cultura,
creencias, rituales, costumbres y cosmovisión. En el artículo 59, inciso F, se legisló la
atribución de administrar y cuidar sus panteones comunitarios, tan ligados al ancestral
culto a los muertos. Lo cual fue una demanda insistente durante la consulta.
En materia simbólica y cultural se reconoció el derecho de barrios y pueblos a la
“reproducción de sus costumbres, de sus procesos de convivencia y de su visión del
mundo” (Ramírez, 2017: 5). Sobre todo, de sus ciclos de fiestas patronales, que hoy al
estar abandonado el cultivo del maíz, representan el elemento central de su
reproducción cultural, de sus procesos de convivencia. Mención especial merece el
reconocimiento de los espacios rituales de las comunidades indígenas residentes, donde
ellas recrean simbólicamente su identidad.
Para las comunidades indígenas residentes, será de gran importancia, que las artesanías,
las actividades económicas tradicionales y de subsistencia, tales como el comercio en
vía pública, se reconozcan y protejan. A fin de conservar su cultura, autosuficiencia y
desarrollo económico, “tendrán derecho a una economía social, solidaria, integral,
31
la unión de los barrios y núcleos agrarios con su respectivo pueblo; en ámbito territorial
integrado con la unión de pueblos, barrios y núcleos agrarios que comparten vínculos
históricos identitarios” (Carballo, 2016a: 132). El derecho a que ciertos pueblos, barrios
y núcleos agrarios afines pudieran asociarse entre sí. Hubiera sido trascendente para las
comunidades asentadas en las delegaciones políticas ubicadas al sur de la CDMX,
quienes ya integran de hecho un área cultural de raíz nahua que podría constituirse en
región autónoma. Los oriundos de estos pueblos y barrios mantienen de manera
cotidiana y vital interrelaciones sociales y culturales. Como la costumbre de visitarse
mutuamente durante sus fiestas, cumpliendo promesas recíprocas que hacen a sus santos
patrones, a través de sus respectivas mayordomías o comisiones de festejos. Al final
solo se incluyó en el dictamen definitivo, el derecho a la libre asociación de barrios y
pueblos originarios. Lo que resultó limitado respecto a la propuesta inicial, que fue
excluida de la consulta. Sin embargo, es un avance que no se puede desdeñar, en la
medida que abre la puerta a la integración de futuras regiones autonómicas, de los
pueblos y barrios de origen mesoamericano, asentados en la cuenca del Anáhuac. En el
inciso J dedicado a la libre determinación y autonomía del artículo 65 de la propuesta
temprana, se contemplaba también el derecho de los pueblos y barrios oriundos a
elaborar un “Estatuto de autonomía a través de sus órganos de decisión, de forma
participativa y de acuerdo con sus normas y procedimientos, y de conformidad con la
Constitución y la ley correspondiente” (Carballo, 2016a: 134). Así como contar con un
Consejo de Pueblos y Barrios Originarios, concebido como un órgano Autónomo y
descentralizado, con autonomía técnica y financiera. La integración de tal consejo
hubiera permitido establecer un poder real de pueblos y barrios para garantizar sus
derechos autonómicos. En cuanto a los derechos sobre el territorio y el medio ambiente,
la propuesta inicial impedía “las actividades extractivas mineras y de explotación de
cualquier recurso del subsuelo y del suelo en las tierras de los pueblos, comunidades y
barrios originarios, y en general del suelo de conservación ecológica” (Carballo, 2016a:
128). Además de prohibir la construcción de megaproyectos en el territorio de los
pueblos y barrios originarios, Así como la pavimentación en bosques, suelo rural, zona
lacustre o humedales, barrancas, sierras, parques. Lo que sigue ocurriendo dado el voraz
apetito de las empresas inmobiliarias. Motivo por el cual los pueblos de Milpa Alta se
deslindarían de la constitución emergente. Otra omisión fue no haber incluido los
nombres de los pueblos y barrios originarios en cada delegación de la CDMX, ni la lista
de comunidades indígenas residentes.
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Como la resolución sólo permitió que la Constituyente fuera parte en las controversias,
pero no en las acciones de inconstitucionalidad. La coordinadora de los constituyentes
presentó un recurso de amicus curia (amigos de la corte) para aportar elementos de
análisis a los ministros. La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
también recurrió en junio del 17 a dicho recurso, para defender todos los nuevos
derechos incluidos en la carta magna capitalina. Incluyendo los derechos de los pueblos
originarios e indígenas, así como los de las personas de la tercera edad. Pues le
preocupaba que la emergente Constitución, sufriera retrocesos al entrar en vigor en
septiembre de 2018 (Servín, 2017). Afortunadamente la SCJN desestimó el recurso
global de invalidación presentado por la PGR. Por considerar que Asamblea
Constituyente sí cumplió con el requisito de consultar a pueblos y barrios originarios,
así como a las personas discapacitadas. La constituyente Gabriela Rodríguez calificó las
controversias presentadas por la PGR, la Presidencia de la República, la CNDH y el
Tribunal Superior de Justicia capitalino como una trasgresión jurídica a la soberanía
política de los ciudadanos del Distrito Federal (Rodríguez, 2017). Consideró positivo
que se hubiera aprobado la integración de alcaldías con participación directa de los
ciudadanos de las demarcaciones capitalinas. Y concluyó que “la nueva Carta Magna
crea mecanismos reales de participación ciudadana que, además de garantizar libertades,
derechos sociales y económicos, puede llegar a abatir la impunidad y la corrupción”
(Rodríguez, 2017).
Afortunadamente, la SCJN se propuso avalar la mayor parte del nuevo cuerpo
constitucional, incluyendo la muerte digna, el uso medicinal de la mariguana y la
revocación del mandato. El ministro Javier Laynez elaboró el proyecto que se puso a
discusión a finales de agosto de 2018, para declarar solo la invalidez de 10 de las 66
normas impugnadas (Castillo, 2018). La SCJN resolvió al final, por una mayoría
calificada de ocho votos y seis en contra, que la revocación del mandato de los
servidores públicos de elección popular es constitucional, dando marcha atrás a la
principal impugnación de la PGR y abriendo paso al empoderamiento ciudadano en la
Ciudad de México (García, 2018). Así fueron eliminados los últimos obstáculos para el
reconocimiento de los derechos de pueblos y comunidades indígenas residentes en la
Constitución capitalina. Bernardo Bátiz concluyó que: “La flamante Constitución fue un
quiebre en esa historia -neoliberal- hacia la derecha y significó una corrección de
rumbo, una vuelta al reconocimiento de los derechos… de los pueblos originarios y de
los marginados” (Bátiz, 2018). Será tarea del primero Congreso Legislativo de la capital
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expedir una legislación secundaria congruente con los derechos de los pueblos
originarios reconocidos en la nueva Constitución.
El desencuentro en los pueblos originarios campesinos.
La asamblea informativa convocada en diciembre de 2016, para consultar a los pueblos
de Milpa Alta sobre la constitución emergente, fue impedida por comuneros originarios,
tal como ya hemos comentado. Los campesinos disgustados por no haber sido incluidos,
ni en la elaboración de la iniciativa, ni en la integración de la Asamblea Constituyente,
quemaron la papelería consultiva (Bolaños, 2016: 26). La plural comisión de diputadas
constituyentes responsable de la consulta en Milpa Alta lamentó no haber podido
exponer el dictamen de la ley local de pueblos originarios. A la que habían llegado tras
grades esfuerzos para obtener un consenso. Y propusieron realizar una segunda vuelta
de asambleas informativas.
Para entender dicho desencuentro, repasemos algunos acontecimientos previos a partir
de las crónicas de Bellinghausen en el diario La Jornada. Los nueve pueblos de Milpa
Alta apoyados por otros originarios de Xochimilco, el sur de Tlalpan y Cuajimalpa
solicitaron un amparo contra la modificación unilateral realizada al Programa de Fondos
de Apoyo para la Conservación y Restauración de Ecosistemas, para permitir
inversiones privadas en sus sustentables territorios. El juez José Luis Benítez Luna
concedió dicho amparo el 16 de agosto de 2017, a fin de que las autoridades
reconocieran a los pueblos originarios de la Ciudad de México como titulares del
derecho a la consulta previa, en el caso de programas que pudieran afectarlos
(Bellinghausen, 2017: 15). Ya constituidos como Asamblea Autónoma de los Pueblos
de la Cuenca de México (AAPCM), pueblos nahuas asentados al sur de la capital como:
Milpa Alta, San Pedro Oxtotepec, Santa Ana Tlacotenco, San Lorenzo Tlacoyucan, San
Jerónimo Miacatlán, San Agustín Othenco, San Francisco Tecoxpa, San Pedro Atocpan,
San Miguel y Santo Tomás Ajusco. Manifestaron su oposición a la Constitución de la
Ciudad de México por considerar que vulneró los derechos agrarios que les garantiza la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (Bellinghausen, 2018: 32).
También manifestaron se descuerdo con la Ley de Agua y Sustentabilidad Hídrica, así
como con la Ley General de Biodiversidad, que legalizarían el saqueo de recursos
naturales de los pueblos originarios del país. Se proclamaron “dueños de más de 50 por
ciento del territorio de la capital del país, lo que sustentamos con títulos de propiedad
expedidos por las autoridades virreinales durante el periodo colonial y resoluciones
presidenciales… así como herederos de una cultura ancestral” (Bellinghausen, 2018:
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32). Y dijeron estar dispuestos a defender las tierras, aguas, montes y recursos naturales
de la sierra del Ajusco-Chichinautizin.
Por otra parte, Bernar Flores Guerrero, asesor legal de los pueblos de la delegación
Cuajimalpa exigió en marzo de 2018, que el decreto del Programa General de
Desarrollo Urbano de la Ciudad de México 2016-2030, fuera sometido a consulta. Pues
lo denunció como una amenaza a la integridad del territorio de los pueblos indígenas de
nuestra capital (Bellinghausen, 2018). Pese a que, desde el 7 de noviembre de 2013, el
gobierno de la Ciudad de México se había comprometió a garantizar el derecho a la
consulta de los pueblos originarios, reconocidos por la Constitución, el Convenio 169 y
la legislación internacional. Los comuneros de la AAPCM manifestaron el 9 de junio de
2018, en su Primera Declaratoria del Museo del Fuego Nuevo, que: “las políticas
públicas en materia de medio ambiente y desarrollo sustentable que pretendan
establecerse en tierras comunales y ejidales deben ser elaboradas entre quienes somos
pueblos dueños de la tierra y el gobierno, y que dichas políticas deberán encaminarse a
detener y revertir la crisis ambiental y urbana (Salas, 2018). Exigieron también, que se
retribuya de manera justa a los pueblos por los beneficios ambientales que sus tierras
generan, como el agua, el oxígeno, la captación del carbón y la diversidad de flora,
fauna y hongos que alberga.
Francisco Pastrana, abogado de la Representación Comunal de Milpa Alta, denunció
que los artículos 15 y 16 de la nueva Constitución de la Ciudad de México, son
contrarios a los pueblos originarios en un conversatorio convocado por el Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) el 2 de agosto de 2018. Los artículos
impugnados se refieren a él Plan General de Desarrollo de la Ciudad y el Instituto de
Planeación Democrática y Prospectiva. Y colocan a pueblos y comunidades como entes
pasivos ante las decisiones sobre ordenamiento territorial, medio ambiente, gestión del
agua, regulación del suelo y agricultura urbana (Gomezcesar, 2018). Por ello
demandaron su revisión a fin de que sean favorables a los intereses de los pueblos
originarios y al bienestar ambiental de los ciudadanos de la capital.
Ivan Gomezcesar atribuyó el desencuentro entre los pueblos del sur y sur poniente; y la
nueva ley indígena incluida en la constitución recién aprobada. A la conformación del
equipo que redactó la propuesta. Donde solo participaron académicos e integrantes de
las comunidades indígenas residentes en el Distrito Federal, pero no los pueblos de la
chinampería. “Desde entonces existió una división entre pueblos, integrados en su
mayoría por pueblos urbanos y los que tomaron distancia de este proceso, entre ellos
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Milpa Alta, Xochimilco, Tláhuac, caracterizados por contar con territorios y actividades
rurales” (Gomezcesar, 2018). Durante los trabajos de redacción de la ley, fue visible una
contradicción entre las necesidades de los pueblos originarios campesinos y las
comunidades indígenas residentes en la urbe. Dado que los pueblos tienen
características y práctica campesinas, que los comprometen con la salvaguarda de las
tierras, las agua y el patrimonio ambiental. Gomezcesar llamó abrir un debate sobre las
consecuencias territoriales de la ley indígena en la nueva constitución capitalinas, dado
que las condiciones y demandas de las comunidades indígenas residentes y los pueblos
originarios son desiguales. La apuesta está en el aire.
Colofón.
El impulso democratizador de la Ciudad de México tras los sismos ocurridos en 1985, el
fortalecimiento del movimiento urbano-popular y las luchas por la transición político
electoral. Desembocaron en la demanda de una asamblea constituyente, para que los
pobladores de la Ciudad de México dejaran de ser ciudadanos con derechos
disminuidos. En la primera mitad del 2017 se integró una Asamblea Constituyente de
manera poco democrática, que algunos reconocen como secuela del llamado Pacto por
México. Solo el 60% de sus diputados fueron electos, mientras que el 40% restante
fueron designados por el poder hegemónico y sus partidos. A pesar de ello, la Ciudad de
México obtuvo un primera constitución moderna y progresista. Aunque la consulta a
los pueblos, barrios originarios y comunidades indígenas residentes tuvo la buena
intención de ser incluyente, no logró contar con la participación de los pueblos en lucha
al sur y sur-poniente de la CDMX, como los Milpa Alta. Debido a que apoyó solo en las
relaciones clientelares de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las
Comunidades. De ahí que los pueblos originarios campesinos denuncien a la nueva
Constitución como una amenaza a la integridad de sus territorios, aguas y rica
diversidad biológica. Sin embargo, la Constitución si logró despertar el entusiasmo
entre comunidades indígenas residentes. Y el consenso de los pueblos originarios
urbanizados. Pues la primera Constitución de la Ciudad de México, reconocen en parte
la autonomía factual lo que ellos han venido ejerciendo sin pedir permiso a nadie. Lo
que algunos de ellos valoran como “terquedad”. Y que seguirán ejerciendo sin
importar, en abierto desafío a la discriminación étnica, que sigue predominando en la
capital mexicana.
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