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a Foucault:
la fuerza de las normas
Pierre Macherey
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Biblioteca de filosofía
De Canguilhem á Foucault: la forcé des normes, Pierre Macherey
© La Fabrique Éditions, 2009
Traducción: Horacio Pons
© Todos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7opiso - C1057AAS Bue
nos Aires
Amorrortu editores España S.L., C/López de Hoyos 15, 3“ izquier
da - 28006 Madrid
www.amorrortueditores.com
Macherey, Pierre
De Canguilhem a Foucault: la fuerza de las normas. - 1“ ed.
- Buenos Aires : Amorrortu, 2011.
168 p . ; 20xl2cm. - (Filosofía)
Traducción de: Horacio Pons
ISBN 978-950-518-395-1
1. Filosofía. I. Pons, Horacio, trad. II. Título.
CDD 100
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https://tinyurl.com/y9malmmm
índice general
9 Palabras preliminares
«El articulo que aquí se leerá brinda por prim era vez
una visión sistem ática de los trabajos de G eorges Can
guilhem , E l nombre de e ste filósofo e historiador de las
ciencias, director del In stitu to de H istoria de la s C ien
cias de la U niversid ad de P arís, es conocido por todos
aquellos que, en el ám bito filosófico y científico, se in te
resan en la s nuevas in vestigacion es sobre la epistem o
logía y la h istoria de las ciencias. Su nombre y su obra
no tardarán en ten er una audiencia m ucho m ás gran
de. E s ju sto que la revista fundada por Langevin dé su
acogida al prim er estudio exh austivo que se le consa
gra en Francia».
En efecto: al parecer, no se había llevado a cabo
antes ningún estudio de esta índole, y yo tuve el
privilegio de abrir por mi cuenta y riesgo ese cam
po de estudios, que a continuación ha sido muy
frecuentado y de manera sin duda menos aventu
rada. La presentación de A lthusser fue repro
ducida, en su versión completa, en la antología
Penser Louis Althusser;4 yo mismo cité el que es,
en mi opinión, su pasaje más significativo, en mi
artículo «Georges Canguilhem: un estilo de pensa
miento».5
Canguilhem, por su parte, se hallaba perfecta
mente al tanto de la (mala) reputación que tenía
en la esfera de influencia del PCF, lo cual le resul
taba indiferente por completo. Razón de más para
que lo sorprendiera el hecho de que acudieran a él
personas a las que se atribuía la pertenencia a di
cha esfera de influencia, que le testimoniaban,
con acentos de sinceridad que lo habían convenci
do, la muy grande admiración que sentían por sus
trabajos teóricos, así como por la manera absolu
tamente particular en que ejercía su magisterio
universitario, con un rigor, una ausencia total de
énfasis y una claridad que contrastaban con los
hábitos entonces imperantes en la Facultad de
Letras de París, donde se había instalado en ge
neral cierto espíritu de rutina. Desde hacía mu
cho tiempo mantenía relaciones profesionales con
A lthusser, en lo concerniente a los problemas
planteados por la organización de los estudios de
filosofía en la École Nórmale Supérieure, en los
PlERRE MACHEREY
Septiembre de 2008
La filosofía de la ciencia
de Georges Canguilhem:
epistemología e historia
de las ciencias*
17Ibid.
que a partir del método recurrente puede insti
tuirse una representación absolutamente dife
rente del hecho histórico. La regresión llevada a
cabo por la historia de los científicos cae en una
trampa porque confunde su movimiento con el del
análisis: al mismo tiempo, la retrospección se re
duce a un recorte, que permite efectuar una selec
ción; en esas condiciones, el despliegue de las teo
rías se limita a ser un surgimiento, cuya posibili
dad se programa sobre la base de la teoría final.
Para terminar, esta presentación es estática,
porque en ella no se atribuye papel alguno a una
duración efectiva: todo se juega en el presente in
memorial de la teoría, que sirve a la vez de punto
de partida y de referencia última. Una vez insta
lado el decorado (el estado actual de una teoría)
como apariencia engañosa, es imposible escapar
al teatro, y las intrigas que en él se representan
son todas fingidas. Así como su comienzo no es
más que el resultado de una proyección mítica, el
tiempo de esa historia no es sino el disfraz de una
lógica. Para tomar una de las imágenes de Can
guilhem, las teorías precedentes son «repeticio
nes» de la que llega en último lugar, tanto en el
sentido teatral de la palabra, en que la repetición
o el ensayo precede al espectáculo, como en su sen
tido corriente de recapitulación.18 Dado que al co
mienzo y al final debemos encontrar lo mismo, en
tre uno y otro no pasa nada. Las nociones vienen y
se van, pero a nadie se le ocurriría interrogarse
sobre su ir y venir: las cosas sólo existen, pues,
porque su naturaleza siempre ha consistido en
II
Partamos de una primera tesis, cuyo alcance,
como veremos, es francamente filosófico: la afir
mación del carácter productivo de la norma.
Ya se ha señalado que, según se privilegie el
modelo jurídico o el modelo biológico de la norma,
la acción de esta se pensará o bien de manera ne
gativa y restrictiva, como la imposición —abusiva
por definición— de una línea de demarcación que
atraviesa y controla, bajo la forma de una domina
ción, un ámbito de espontaneidad cuyas iniciati
vas se suponen preexistentes a esa intervención
(que, aposteriori, las ordena, al contenerlas tal co
mo una forma capta un contenido al imponerle
sus modos de organización), o bien de manera po
sitiva y expansiva, como un movimiento extensi
vo y creativo que, al ampliar progresivamente los
límites de su ámbito de acción, constituye en con
creto y por sí mismo el campo de experiencia al
que las normas tienen que aplicarse. En este úl
timo caso, puede decirse que la norma «produce»
los elementos sobre los cuales actúa, al mismo
tiempo que elabora los procedimientos y los me
dios reales de esta acción; es decir que determina
la existencia de esos elementos por el hecho mis
mo de proponerse dominarla.
Por ejemplo, cuando Foucault, en un pasaje
crucial de La voluntad de saber,1 presenta la tec
nología de la confesión —que a su juicio está en la
base de nuestra scientia sexualis, donde esa con
fesión interviene como un ritual de producción de
verdad—, quiere decir que los criterios a los cua
les se ajustan las representaciones de la «sexuali
dad» sólo son eficaces en cuanto aquella, más que
conformarse con poner de relieve esa verdad co
mo si ya estuviera previamente inscripta en una
realidad objetiva del sexo que ella daría a cono
cer, la «produce» al constituir en todo sentido su
objeto mismo, esa «sexualidad» —las comillas uti
lizadas aquí para designarla destacan su carácter
III
Pensar la inmanencia de la norma es, desde
luego, renunciar a considerar su acción de mane
ra restrictiva, como una «represión» formulada
en términos de interdicto, ejercida contra un su
jeto dado con anterioridad a dicha acción y que
podría, por su parte, liberarse o ser liberado de
un control semejante: la historia de la locura, co
mo la de las prácticas penitenciarias y, asimismo,
la de la sexualidad, muestra a las claras que esa
«liberación», lejos de suprimir la acción de las
normas, no hace sino reforzarla. Mas también po
demos preguntarnos si basta con denunciar las
ilusiones de ese discurso antirrepresivo para esca
par a ellas: ¿no corremos el riesgo de reprodu
cirlas en otro nivel, en el que han dejado de ser in
genuas pero, a pesar de ser ahora informadas, no
dejan de estar desplazadas con respecto al conte
nido al que parecen apuntar? En apariencia, Fou-
cault se encamina en ese sentido en oportunidad
del debate que inicia con el psicoanálisis en La
voluntad de saber:
6 Ib id ., pág. 138.
«cuerpo», el cuerpo médico, cuya competencia
para convertirse en el sujeto de la mirada médica
se reconoce, y, para terminar, la tercera posición
es la de la institución que oficializa y legitima so
cialmente la relación del objeto mirado con el suje
to que mira. Vemos, pues, que el juego de lo «di
cho» y lo «visto» a través del cual se trama esa «ex
periencia» pasa por encima del enfermo y del mé
dico mismo, para realizar esa forma histórica a
priorí que se anticipa a la vivencia concreta de la
enfermedad imponiéndole sus propios modelos de
reconocimiento.
Este análisis difiere profundamente y tal vez
incluso diverge del presentado por Georges Can
guilhem en su Essai de 1943, donde buscaríamos
en vano las huellas de una posición estructuralis-
ta avant la lettre. No obstante ello, de una manera
que puede parecer inesperada, llega a conclusio
nes bastante similares, puesto que la experiencia
clínica tal cual acaba de caracterizarse, al tiempo
que le brinda al enfermo una perspectiva de su
pervivencia, al devolverlo a un estado normal cu
yos criterios define ella misma —y que sólo a pos-
teriori son convalidados por las construcciones
del saber objetivo—, lo enfrenta al riesgo y la ne
cesidad de una muerte que aparece entonces co
mo el secreto o la verdad de la vida, si no como su
principio. Es la lección de Bichat, expuesta en el
capítulo 8 de E l nacimiento de la clínica, a la que
Canguilhem, por su parte, se refirió con mucha
frecuencia.
La estructuración histórica de la experiencia
clínica es, pues, la que establece la gran ecuación
entre lo viviente y lo mortal: inserta los procesos
mórbidos en un espacio orgánico cuya represen
tación está justamente informada por las condi
ciones que promueven esa experiencia; y dichas
condiciones, en razón de su propia historicidad, no
son reductibles a una naturaleza biológica dada
de inmediato en sí, como un objeto ofrecido de ma
nera permanente a un conocimiento cuyos valores
de verdad, debido a ello, sean incondicionados.
Por eso,
7 Loe. cit.
tiem po, e sa noche en que la vida se borra y la enferm e
dad se confunde, está dotada ahora del gran poder de
ilum in ación que dom ina y saca a la luz, a la vez, el e s
pacio del organism o y el tiem po de la enferm edad».8