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Advertencia
Primer Parte
CAPITULO I. EL REINO LATINO DE JERUSALÉN
§ 1- La Iglesia y el feudalismo
§ 2- El avance musulmán
§ 3- La primera Cruzada
§ 4- La fundación del reino y el sostenimiento cruzado
§ 5- Las Ordenes religiosas militares
§ 6- La Organización del reino
§ 7- El aporte cruzado
Segunda Parte
CAPITULO III. LAS ORDENES MILITARES
§ 10- Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén
§ 11- La Orden Hospitalaria y Miltar de San Lázaro de Jerusalén
§ 12- La Soberna y Militar Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta
§ 13- La Orden de la Milicia del Templo de Jerusalén
§ 14- La Orden del Hospital de Santa María de los Alemanes de Jerusalén
ANEXO
Monarcas y reclamantes del título real de Jerusalén
Bibliografía y Fuentes
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ADVERTENCIA
Primera Parte
CAPÍTULO I
§ 1- La Iglesia y el feudalismo
§ 2- El avance musulmán
desde el siglo VIII. La conquista de Siria y Palestina, llevada a cabo por los islámicos,
alarmó a los soberanos de occidente por dos motivos; el más importante, quizás, era el
sometimiento religioso que imponían en la tierra de Jesucristo, lugar sagrado del
peregrinaje cristiano, y luego, el peligro cierto de una avanzada inminente hacia el
suroeste y centro de Europa, lo cual ponían en serios riesgos la misma subsistencia del
gobierno de sus posesiones territoriales.
A esos factores se sumaron el desgaste de los señores europeos que, desde la
caída de la autoridad imperial carolingia, se habían sumido en constantes luchas
fratricidas que sólo podían ser contenidas por la Paz de Dios concertada por el
pontificado. A más, la población se había incrementado al igual que la actividad
comercial, por lo que la gesta cruzada intentaría solucionar no sólo la cuestión espiritual
–que era el principal móvil-, sino que además algunas conveniencias políticas del
papado y de los señores feudales.
Las Cruzadas, por tanto, se explican como el medio de recuperar la Tierra Santa
para su religión y encontrar un amplio espacio donde acomodar parte de esa población
en crecimiento; y como la forma de dar salida a las ambiciones de nobles y caballeros,
ávidos de tierras. Las expediciones ofrecían, como se ha señalado, ricas oportunidades
comerciales a los mercaderes de las pujantes ciudades de occidente, particularmente a
las ciudades italianas de Génova, Pisa y Venecia.
Los incitadores de las primeras cruzadas tuvieron muy presentes que sólo el fin
trascendente de su gesta les posibilitaría triunfar sobre los peligros de enfermedades,
pestes, angustiosas e interminables marchas sobre suelo árido y la eventualidad de morir
en combate de manos de los musulmanes en tierras lejanas.
Igualmente gravitó en su mente que al marchar a oriente dejaban a sus familias
en relativa indefensión. La idea de que los cruzados obtuvieron grandes riquezas, como
se dijo –y se repite- en ámbitos académicos es cada vez más difícil de justificar; la
Cruzada fue un asunto extremadamente caro para un caballero que tuviera el propósito
de actuar en Oriente si se costeaba por sí mismo la expedición, ya que probablemente le
suponía un gasto equivalente a cuatro veces sus ingresos anuales, por lo tanto la
ambición no fue, ciertamente, un elemento que determinara a un cruzado, por sí solo, a
marchar a las lejanas Tierras Santas.
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Sin embargo, a pesar de ser una empresa peligrosa, cara y que no daba
beneficios, las Cruzadas tuvieron un amplio atractivo para la sociedad contemporánea.
Su popularidad se cimentó en la comprensión de la sociedad que apoyó este fenómeno.
Era una sociedad de profunda fe religiosa, de valores trascendentes inmateriales y por
ello, muchos cruzados, estaban convencidos de que su participación en la lucha contra
los infieles les garantizaría su salvación espiritual. También era una sociedad castrense,
en la que las esperanzas y las ambiciones estaban asociadas con hazañas militares.
§ 3- La primera Cruzada
paso al Asia Menor a cambio del vasallaje de los jefes expedicionarios y de que cada
ciudad conquistada fuera puesta bajo su dependencia. Pronto los cruzados se apoderaron
de Nicea; luego obtuvieron una aplastante victoria sobre los selyúcidas en Dorilea (1–
VII–1097). Tras una penosa marcha llegaron por fin a las montañas de Cilicia y
encontraron a los armenios, hermanos en la religión, que les proporcionaron ayuda.
Desde un principio las desinteligencias entre los comandantes generaron más de
una complicación, pero que no había pasado a mayores hasta que Balduino, hermano de
Godofredo de Bouillón, estando en Cilicia decidió marchar por su rumbo hacia Edessa,
donde reinaba el rey armenio Thoros, estableciendo allí el Condado de Edessa (1098).
Su conducta puso de manifiesto intereses mezquinos de algunos de los comandantes.
El resto de la tropa de peregrinos cruzados marcharon hacia Antioquía, que era
una rica ciudad comercial fuertemente defendida por un ejercito musulmán sumamente
disciplinado. Pronto los caballeros empezaron a sufrir la escasez de provisiones, pero la
llegada de una flota de naves cristianas procedentes de Italia a las costas de Siria vino a
proveerles de víveres y maderas. Los cruzados construyeron maquinas de sitio y luego
de un penoso asedio de trece meses (2–VII-1098), los cruzados pudieron conquistarla
fundando un Principado en cabeza de Bohemundo de Tarento.
Pronto el hambre se hizo sentir de nuevo y en aquella muchedumbre de fieles la
exaltación del ayuno forzado y de la oración produjeron en un sacerdote provenzal,
Pedro de Bartolomeo, una visión celestial en la que se le revelaba que la Santa Lanza
con la que se había herido el costado de Jesucristo se encontraba en el Iglesia de San
Pedro. Inmediatamente los comandantes cruzados ordenaron la excavación hasta que,
cerca del altar, la Santa Lanza fue encontrada.
Al poco tiempo un nuevo ejercito musulmán se presentó ante las murallas de
Antioquía para dar batalla a los agobiados cristianos. En medio de la feroz lucha,
algunos afirmaron haber visto a San Jorge dirigiendo al batalla. Al final vencieron los
cristianos.
Pasados unos meses las huestes de soldados comenzaron su marcha hacia
Jerusalén. A su paso conquistaron a Marra y Trípoli (febrero de 1099) en donde
Raimundo de Tolosa estableció un condado. De allí partieron hacia la ciudad de
Jesucristo avanzando a lo largo de la costa marítima, y luego torcieron hacia el este.
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mucho más tarde, la mayoría de los cruzados regresó a Europa, dejando al Defensor
Godofredo y a un pequeño retén de la fuerza original para organizar y establecer el
gobierno y el control latino (o europeo occidental) sobre los territorios conquistados.
Los logros de la primera Cruzada se debieron en gran medida al aislamiento y
relativa debilidad de los musulmanes, que –al igual de lo que ocurría en Europa con los
señores feudales- se encontraban en guerra entre las distintas facciones, lo cual supieron
aprovechar los cristianos a fin de recuperar Palestina para su Fe.
Sin embargo, la generación posterior a esta cruzada contempló el inicio de la
reunificación musulmana en el cercano oriente bajo el liderazgo de Imad al-Din Zangi,
gobernante de Mosul y Halab (actualmente en el norte de Siria).
Transcurrieron cuarenta años de relativa tranquilidad en el reino, hasta que
Zangi, junto a sus disciplinadas tropas obtuvieron su primera gran victoria contra los
cruzados al tomar la ciudad de Edessa en el año 1144, tras lo cual iniciaron la
sistemática desmantelación del Estado cruzado en la región.
La pérdida de Edessa, hizo comprender a la cristiandad la fragilidad de sus
establecimientos en Siria y Palestina. Los soberanos latinos de Palestina se percataron
de que el sostenimiento de sus dominios y, por ello, la permanencia cristiana solo podría
mantenerse con la ayuda papal y europea.
Entonces Su Santidad Eugenio III confió a San Bernardo de Claraval la
predicación de una nueva Cruzada, cuya dirección asumieron Luis VII de Francia y el
Emperador Conrado III de Alemania.
El ejército germano de Conrado partió rumbo a Jerusalén desde la ciudad de
Nüremberg en el mes de mayo de 1147. Por su parte las tropas francesas marcharon un
mes más tarde desde Metz.
Cerca de Dorilea las tropas alemanas fueron puestas en fuga por una emboscada
turca. Desmoralizados y atemorizados, la mayor parte de los soldados y peregrinos
regresó a Europa. El ejército francés permaneció más tiempo, pero su destino no fue
mucho mejor y sólo una parte de la expedición original llegó a Jerusalén en 1148.
Tras deliberar con el Rey de Jerusalén, Balduino III, y su corte de nobles, los
cruzados decidieron atacar Damasco en julio. La fuerza expedicionaria no pudo tomar la
ciudad y, poco más tarde de este ataque infructuoso, el rey francés y lo que quedaba de
su ejército regresaron a la tierra gala.
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motivos que llevaban a los monarcas a Tierra Santa, razones estas que, ciertamente, no
coincidían con las del Pontífice. Mientras que el Obispo de Roma deseaba
ardientemente la recuperación de la Ciudad Santa, Venecia, que prestaba su apoyo
marítimo a los cruzados sólo pretendía consolidar su dominio del comercio en el
mediterráneo oriental. Por su parte, Felipe de Suabia, alegando los derechos de su
esposa, trataba de hacerse con el trono de Constantinopla. El ardor religioso poco a poco
se apagaba y daba lugar a los intereses políticos de mercaderes y soberanos.
Los cruzados, al conquistar ciudad de Zara cedieron su control a los marinos
venecianos para compensarlos por los gastos del traslado. Zara, que poco antes se
habían liberado del dominio de la Serenísima y se habían entregado al rey de Hungría,
volvía a manos italianas.
Desde Zara la expedición se puso rumbo a Constantinopla, dividida por las
luchas entre Alejo III e Isaac II. Los cruzados tomaron la ciudad y repusieron en el
trono a Isaac II, al que quedó asociado su hijo Alejo IV. Estos, según lo acordado
previamente, concedieron a los venecianos extraordinarios privilegios comerciales y
decretaron la unión de las iglesias bajo la autoridad del Romano Pontífice. Tales
medidas provocaron un levantamiento popular que depuso a Isaac II y a Alejo IV y que
elevó al poder a Alejo V Ducas. Este anuló todas las disposiciones dadas por sus
antecesores, a lo que replicaron los cruzados sitiando nuevamente Constantinopla.
Dueños de la ciudad, resolvieron no abandonarla, y eligieron emperador a Balduino de
Flandes, mientras que los restantes caballeros expedicionarios y los venecianos se
repartían las provincias del imperio poniendo fin a la cuarta cruzada.
Aunque muy afectado por el imprevisto fin de la Cuarta Cruzada, Inocencio III
no cejó en su empeño de agrupar a toda la cristiandad occidental y, bajo la autoridad
papal, conducirla a la conquista de los Santos Lugares.
El IV Concilio de Letrán (1215) aprobó el llamado de una nueva cruzada. La
muerte sorprendió a Inocencio III apenas iniciados los preparativos (1216). Su sucesor,
Honorio III, prosiguió la empresa. Participaron en ella Andrés II de Hungría, el duque
Leopoldo VI de Austria, Guillermo de Holanda y Juan de Brienne, rey titular de
Jerusalén, entre otros.
En un principio la expedición tuvo como objetivo la conquista de Palestina, pero
no habiendo logrado expugnar el Monte Tabor, los cruzados se trasladaron hacia Egipto,
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hicieran treinta años antes los expedicionarios de la Quinta Cruzada, Luis IX y sus
caballeros desoyeron las ofertas del sultán egipcio de canjear Damieta por los Santos
Lugares. En las proximidades de Mensura los musulmanes infligieron a los cruzados
una dura derrota, y en la retirada fue hecho prisionero el Santo Rey francés con buena
parte de sus huestes.
El precio de su libertad fue la entrega de Damieta y de un millón de besantes de
oro. Desde Egipto San Luis IX paso a Palestina, donde permaneció varios años, hasta
1254, impulsando la fortificación de las pocas plazas en poder de los cristianos. Luego,
viendo casi perdida la misión regresó a Francia para reorganizar sus dominios.
Mientras tanto el diezmado reino latino perdía Jaffa y Antioquía (1268), lo que
hacia prever un inmediato fin de los establecimientos cristianos en Oriente. Ello movió
nuevamente al Rey San Luis IX a tomar la cruz. Probablemente cediendo a las
pretensiones de su hermano Carlos de Anjou, rey de Nápoles y de Sicilia, deseoso de
liberarse de los piratas que asolaban las costas de los Estados, el monarca Francés
decidió atacar al islam por la retaguardia. Desde Aigües-Mortes, donde embarcó el 1 de
agosto de 1270, puso rumbo a Túnez. Poco días después de haber formado el cerco de
esta ciudad, se declaro una terrible epidemia entre los sitiadores; así el 25 de agosto
sucumbía Luis IX. La expedición quedó al mando de Carlos de Anjou, quien obtuvo del
sultán tunecino un ventajoso tratado (1270).
Una a una las últimas ciudades cristianas fueron cayendo. El último bastión
cruzado, San Juan de Acre, pereció luego de un brutal asedio musulmán en 1291. Los
turcos acuchillaron a todos los hombres y se llevaron a las mujeres y niños. En San Juan
de Acre, se estima, perecieron 100.000 cristianos.
tenía su propio ejército y ejercía el derecho de terminar los tratados con los
musulmanes.
El reino de Jerusalén había sido dividido en cuatro condados y doce señoríos que
dependían del monarca latino, aunque, como ocurría en Europa, tenían cierta
autonomía. Los primeros condados fueron el de Gaffa de Ascalón, el de Crac –Kerak- y
Montreal en Transjordania, el Principado de Galilea con el territorio de El Golán y la
baronía de Saída en el Líbano.
Los doce señoríos eran los de San Abramo en Ebrón; el de Darón, el de Blanche
Garde; el de Rama y de Ibelín; el de Arsur; el de Nablus; el de Cesarea Marítima; el de
Caifa; el de Caymont; el de Beisan; el de Baniás o Belinas y el de Monfort.
En tanto los principados de Antioquía y los condados de Edessa y Trípoli, que
eran soberanos reconocían, en teoría, la superioridad política de Jerusalén –dada por el
Santo Sepulcro- y por lo tanto admitían, en teoría, su supremacía feudal.
El reino de Jerusalén adquirió durante su escaso siglo de existencia una
identidad institucional, económica y social que es preciso conocer, pues presenta el
primer caso de colonización por europeos fuera de su espacio geohistórico habitual. La
organización política se basó en reglas feudales que situaban al rey de Jerusalén en la
cúspide de una pirámide vasallática.
En el interior del reino el poder del rey estaba entorpecido por numerosos
obstáculos, y la soberanía pertenecía tanto al monaca como a un cuerpo de feudatarios
cuyo poder estaba centralizado en una “Alta Corte”, compuesta por vasallos, cuya
autoridad gobernaba, incluso, la sucesión al trono, en caso de disputa entre dos
miembros de la familia real; también tenía el poder de dictar leyes.
El rey tomaba un juramento en presencia de la Corte y no tenía derecho a
confiscar ningún feudo a menos que estuviera de acuerdo con un dictamen de dicha
asamblea. Además, si el rey violaba sus juramentos, la Corte declaraba formalmente el
derecho de los señores feudales para resistir la orden real. La Alta Corte, presidida por
el condestable o el mariscal, se reunía únicamente cuando era convocada por el rey; en
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asuntos judiciales constituía el tribunal supremo y sus juicios no eran apelables: "Nulle
chose faite par court n'en doit estre desfaite" (Decretos, I, clxxvii).
Una “Corte de los Burgueses”, organizada en el siglo doce, tenía jurisdicción
sobre los ciudadanos y podía sentenciar al exilio o aún condenar a muerte. En los
grandes feudos cortes mixtas de caballeros y ciudadanos tenían un control similar
independiente del señor feudal. Aún dentro de estos límites el rey era incapaz de obligar
a los vasallos a cumplir con sus obligaciones feudales.
Viviendo en castillos inexpugnables, cuya arquitectura había sido perfeccionada
siguiendo modelos musulmanes, los nobles llevaban una vida prácticamente
independiente. Un feudo como el de Montreal con sus cuatro castillos de Crac, de
Montreal, Ahamant y Vau de Moyse, situados entre el Mar Muerto y el Mar Rojo,
formaba un Estado realmente independiente. Renaud de Chatillon, quien se convirtió en
Señor de Montreal en 1174, hizo por sí mismo la guerra a los musulmanes, a quienes
aterrorizó con su patrulla en el Mar Rojo, y su política individual era opuesta a la del
Rey Balduino VI.
El cuerpo legal estaba formado por los "Assises de Jerusalén" mandadas a
compilar presumiblemente por Godofredo de Bouillón y el marco institucional del reino
reprodujo muchas instituciones del gobierno monárquico francés, pero admitió fuertes
herencias administrativas de tipo bizantino o musulmán en lo referente a la estructura
fiscal, pues la percepción de renta sobre la actividad agraria o mercantil se efectuaba
sobre una masa de población que, aunque privada de sus cuadros políticos superiores,
conservaba sus hábitos en estos otros aspectos. Porque, a decir verdad, el ultramar latino
nunca atrajo a grandes masas de inmigrantes que, por el contrario, hallaban mejores
ocasiones de colonización en el interior de Europa.
La cúspide social nunca superaría el millar de caballeros en el reino de
Jerusalén, a los que debemos sumar varios centenares de hermanos de las Ordenes
Militares y otros más de clérigos.
La Iglesia, en este período, era también un poder independiente de los reyes, y,
con la excepción del rey, el Patriarca de Jerusalén era el personaje más importante en el
reino, al igual que el patriarca de Antioquía; aunque luego de la Primera Cruzada se
estableció en Palestina una poderosa y populosa Iglesia Latina: se erigieron cuatro
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§ 7- El aporte cruzado
En los puertos, las ciudades italianas de Génova, Venecia y Pisa, y las ciudades
francesas de Marsella y Narbona recibieron concesiones de casas y aún distritos
independientes administrados por sus propios cónsules. Cada una de estas colonias tenía
tierras o casaux en las afueras de las ciudades, donde se cultivaba algodón y caña de
azúcar. Los mercaderes coloniales tenían el monopolio del comercio entre Europa y
Oriente, y cargaban sus barcos con costosas mercancías, especias, seda de China,
piedras preciosas, etc., que las caravanas traían del interior de Asia. Las industrias
particulares de Siria, la fabricación de materiales de seda y algodón, las tintorerías y las
fábricas de vidrio de Tiro, etc., todas ayudaban a alimentar este comercio, al igual que
los productos agrícolas. A cambio, los barcos occidentales llevaban a Palestina
productos europeos necesarios para los colonos; dos flotillas navegaban al año desde los
puertos occidentales, en Pascua y cerca de la fiesta de San Juan, asegurando de esta
manera la comunicación entre Palestina y Europa..
Gracias a este comercio, durante el siglo doce el Reino de Jerusalén se convirtió
en uno de los estados más prósperos de la cristiandad.
Tanto en los castillos, como en las ciudades, los caballeros occidentales gustaban
de rodearse con extraordinarios equipos y muebles escogidos, estos últimos por lo
general de fabricación árabe. Se produjo, culturalmente, una fusión entre los
occidentales y orientales de la que Europa se verá, principalmente, beneficiada.
En Palestina había un marcado desarrollo de las líneas artísticas y las iglesias se
erigían en los pueblos de acuerdo con las reglas de la arquitectura romana. Aún en la
actualidad, la catedral de San Juan en Beirut, construida alrededor de 1130-1140 y luego
transformada en mezquita, nos muestra el estilo seguido por los arquitectos de occidente
instalados en oriente; su estructura recuerda aquella de los monumentos de Limousin y
Lenguedoe. El marfil utilizado como encuadernación para el salterio de Melisenda, hija
de Balduino II, y preservado en el Museo Británico, muestra una curiosa decoración en
la cual se combinan diseños de arte bizantino y árabe.
Pero fue la arquitectura militar la que alcanzó el mayor desarrollo y
probablemente proporcionó modelos a occidente; todavía en la actualidad las ruinas del
Crac de los Caballeros, construido por los hospitalarios, asombra al observador por su
galería doble, sus torres masivas y pasillos elegantes.
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CAPÍTULO II
LOS MONARCAS LATINOS DE JERUSALÉN
León, Rey de Inglaterra, impuso su arbitramiento sobre los dos rivales y decidió que
Guido debería ser rey mientras viviera y dejar a Conrado como su sucesor, éste último
recibió Beirut, Tiro y Sidón como garantías; pero el 29 de abril de 1192, Conrado fue
asesinado. Guido, por su parte, renunció al título de rey (mayo de 1192), adquirió la isla
de Chipre y estableció allí su propio reino.
Guido murió en 1194 y su viuda nombró a Enrique I, Conde de Champagne
(1194-1197), quien fue elegido rey, pero en 1197 Enrique murió en un accidente.
Isabela se casó con un cuarto marido, Amalrico de Lusignan (1197-1205),
hermano de Guido y Rey de Chipre. El cambio en el curso de la cruzada a
Constantinopla lo obligó a terminar una tregua con los musulmanes. Amalrico murió en
1205.
Dejó a una sola hija, Melisenda, quien se casó con Bohemundo IV, Príncipe de
Antioquía. Sin embargo, fue a María, hija de Isabela y Conrado de Monferrato, a quien
los barones le dieron su preferencia, y le solicitaron al Rey de Francia que le
proporcionara un marido.
Felipe Augusto por consiguiente eligió a Juan de Brienne (1210-1225), quien
dudó por largo tiempo el ofrecimiento y no llegó a Palestina hasta 1210, obteniendo del
papado, antes de aceptar, una considerable cantidad de dinero como préstamo. Dirigió la
Cruzada de Egipto en 1218 y, después de su derrota, vino a occidente a pedir ayuda.
Hermann von Salza, el Gran Maestre de los Caballeros Teutónicos, le aconsejó dar en
matrimonio al Emperador Federico II a su única hija, Isabela (Yolanda).
En 1225, Enrique de Malta, Almirante de Sicilia, llegó en busca de la joven
princesa a San Juan de Acre y el 9 de noviembre ella se casó con Federico II en
Brindisi. Inmediatamente después de la ceremonia, el emperador declaró que su suegro
debería renunciar al título de Rey de Jerusalén, y él mismo lo adoptó en todos sus actos.
Después de la muerte de Isabela, de quien tuvo un hijo, Conrado, Federico II intentó
tomar posesión de su reino y cumplir su voto de cruzado, cuya ejecución había
pospuesto por mucho tiempo, y desembarcó en San Juan de Acre (septiembre de 1228),
excomulgado por el papa y sin el favor de sus nuevos súbditos. Por medio de un tratado
firmado con el Sultán de Egipto, Federico recuperó Jerusalén y el 18 de marzo de 1229,
sin ningún tipo de ceremonia religiosa, asumió la corona real en la iglesia del Santo
Sepulcro. Habiendo confiado la regencia a Balian d’Ibelin, Señor de Sidón, regresó a
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Europa. Para fortalecer su poder en el Este envió a San Juan de Acre a Ricardo Filagieri,
mariscal del Imperio, a quien nombró guardián del reino. El nuevo regente combatió la
influencia de los gibelinos y trató de asegurar la posesión de la isla de Chipre, pero fue
conquistado y tuvo que contentarse con colocar una guarnición imperial en Tiro (1232).
En 1243 Conrado, hijo de Federico II, alcanzó la mayoría de edad, la corte de
barones declaró que la regencia del emperador debería terminar, e invitaron al legítimo
rey a venir en persona y ejercer sus derechos. Alicia de Champagne, Reina de Chipre e
hija del Rey Enrique I, reclamó la regencia bajo la base de ser la pariente más cercana
de Isabel de Brienne; y le fue conferida a ella y a su segundo esposo Rafael, Conde de
Soissons, la guarnición imperial, sitiado en Tiro, siendo forzado a capitular.
A la muerte de Alicia (1244) su hijo Enrique de Lusignan, Rey de Chipre,
asumió la regencia pero, en el mes de septiembre de 1244, una tropa de kharizmianos se
apoderó de Jerusalén, al tiempo que los mongoles amenazaban Antioquía. Después de
su Cruzada de Egipto, San Luis IX, Rey de Francia, desembarcó en San Juan de Acre
(1250) y permaneció cuatro años en Palestina, poniendo las fortalezas del reino en
condiciones para repeler cualquier tipo de ofensa militar y esforzándose por reconciliar
a los barones divididos. Sin embargo, en el momento justo en que los Estados cristianos
estaban amenazados por los mongoles y los mamelucos de Egipto, las luchas internas
estaban en su apogeo.
En 1257, con Enrique de Lusignan muerto, algunos de los barones reconocieron
a la Reina Plaisance regente en nombre de su hijo Hugo II, mientras otros le daban su
apoyo a Conradino, nieto de Federico II. Más aún, la guerra civil había estallado en
Acre entre los genoveses y los venecianos, entre los hospitalarios y los templarios, y el
31 de julio de 1258, los venecianos destruyeron la flota genovesa anclada frente a Acre.
El Sultán mameluco Bibars, “el Ballestero”, recomenzó la conquista de Siria sin
encontrar ninguna resistencia y, en 1268, las últimas ciudades cristianas, Trípoli, Sidón
y Acre fueron aisladas una de otra.
El Rey Hugo II de Lusignan había muerto en 1267, y su sucesión estaba en
disputa por su sobrino, Hugo III, quien ya era Rey de Chipre, y María de Antioquía
cuyo abuelo materno era Amalrico de Lusignan. En 1269 los barones reconocieron a
Hugo III, pero el nuevo rey, incapaz de controlar la escasa disciplina de sus súbditos, se
retiró a Chipre después de nombrar a Balián d’Ibelin regente del reino (1276). Pero en
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1277, María de Antioquía vendió sus derechos a Carlos de Anjou, Rey de Nápoles,
quien, pensando en someter el Este, envió una guarnición bajo el comando de Rogelio
de San Severino, a ocupar Acre.
Después del siciliano Verspers (1282), el cual arruinó los proyectos de Carlos de
Anjou, los habitantes de Acre expulsaron a su senescal y proclamaron a Enrique II de
Chipre (15 de agosto de 1286) como su rey. Pero al mismo tiempo los remanentes de las
posesiones cristianas fueron duramente acosados por los mamelucos. El 5 de abril de
1291, el Sultán Malek-Aschraf apareció ante San Juan de Acre y, a pesar del coraje de
sus defensores, la ciudad fue tomada por asalto el 28 de mayo. El Reino de Jerusalén
dejó de existir, y ninguna de las expediciones del siglo catorce tuvo éxito en
reestablecerlo.
De esa forma concluyó el reino latino de Jerusalén
El título de Rey de Jerusalén continuó usándose con espíritu de rivalidad por los
Reyes de Chipre pertenecientes a la Casa de Lusignan; y los de Sicilia pertenecientes a
la Casa de Anjou, las cuales reclamaban mantener los derechos de María de Antioquía.
La discusión sobre el título, del Reino de Jerusalén, completamente perdido para
occidente, tenía una importancia radical para algunos monarcas cristianos, justamente
por el motivo que Godofredo de Bouillón lo había rechazado.
Por ello las luchas diplomáticas y jurídicas entre las dinastías reinantes en
España, Dos Sicilias, Alemania-Austria y Piamonte-Cerdeña-Italia, se mantuvieron
activas, y con cierta virulencia especialmente durante los siglos XVI a XIX, cuestión
que, hoy en día se encuentra pendiente de resolución.
Pretención chipriota-sabauda
La casa de Savoia reclama para sí el título en virtud de que en el año 1459,
Carlota, hija de Juan III, Rey de Chipre, se casó con Luis de Savoia, Conde de Ginebra,
y en 1485 cedió los derechos sobre Jerusalén a su sobrino Carlos de Savoia; de ahí que
desde esa época hasta la actualidad el título de Rey de Jerusalén es ostentado por los
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SEGUNDA PARTE
CAPITULO III
Sumario: § 10- Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. § 11- La Orden Hospitalaria y Miltar de San
Lázaro de Jerusalén. § 12- La Soberna y Militar Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta. § 13-
La Orden de la Milicia del Templo de Jerusalén. § 14- La Orden del Hospital de Santa María de los
Alemanes de Jerusalén
marchaban hacia allí en peregrinación, siendo condición indispensable para ser cruzados
que los neófitos pertenecieran a familias principales de Europa.
En 1480, el Papa Inocencio VII decidió incorporar la Orden del Santo Sepulcro a
la de San Juan, no obstante lo cual un grupo de caballeros españoles la mantuvieron
bajo la anuencia pontificia y el maestrazgo del Rey de España (que, como vimos, se
consideraba heredero de la corona de Jerusalén).
Unos años más tarde, en 1496, el Pontífice Alejandro VI declaró para sí y sus
sucesores la jefatura suprema de la Orden, delegando el conferimiento caballerezco al
Guardián Franciscano del Monte Sión.
Los papas Alejando VII y Benedicto XIII renovaron a los padres franciscanos el
privilegio otorgado por Alejandro VI.
Posteriormente, al reestablecerse canónicamente la Orden, en 1847, Pío IX
dispuso la titularidad del Gran Maestrazgo a los Patriarcas Latinos de Jerusalén
mediante el breve apostólico Nulla celebrior, siendo el primero de ellos en ejercerlo
S.E.R Monseñor José Valerga.
Su Santidad León XIII, con la letra apostólica datada el 3 de agosto de 1888
permitió el ingreso a la milicia sepulcrista de las Damas.
En 1907 el Pontífice Pío X modificó la constitución de la Orden, reservándose
para sí el Gran Maestrazgo. En 1928 Pio XI restituyó el magisterio al Patriarca Latino
de Jerusalén.
Por disposición del pontífice Pío XII la Orden adquirió personalidad jurídica del
derecho canónico y Pablo VI dictó el último estatuto (1977) que a la fecha se encuentra
vigente, por el cual se ha establecido el gran maestrazgo sepulcrista en un Cardenal de
la Santa Iglesia y dando al Patriarca el priorazgo.
En lo que respecta a la medalla, la misma está compuesta por la cinta de moire,
color negra, la cruz quíntuple color gules y un trofero de armas en oro.
En la actualidad, la Orden se divide en tres grados: Caballeros, Comendadores y
Grandes Cruces.
En cuanto al uniforme existe cierta autonomía, por lo que cada Lugarteniencia lo
propone y el Gran Maestre lo aprueba. El uniforme que rige en España es de paño
blanco, con charreteras de coronel, espada y sombrero de dos puntas, pantalón azul con
galones dorados, y en la casaca la cruz quíntuple color roja.
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Quizás, San Lázaro fue una de las comunidades cristianas más antiguas de
Palestina. Desde la antigüedad, se sabe a ciencia cierta, existía un leprosario fuera de las
murallas de la Ciudad Santa. Aquél hospital, a la llegada de los Cruzados a Jerusalén se
encontraba atendido por Gerardo de Tom, antiguo encargado del Hospital de San Juan
que, según la tradición había contraído lepra.
Rápidamente el lazareto se pobló con enfermos provenientes de las huestes de
los guerreros cristianos. La comunidad de leprosos, según autorizados historiadores,
recibió la atención del Rey Enrique I de Inglaterra, al ordenar una importante donación
a los leprosos de San Lázaro.
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La Orden continuó con su tarea caritativa y asistencial en Tierra Santa hasta que
fueron perdidas las ciudades de Jerusalén y San Juan de Acre, momento desde el cual
ésta se dispersó, gracias al Emperador Federico II, Rey de Jerusalén, por el sur de Italia.
Reconquistada para los Cruzados San Juan de Acre (1191), la Orden adquirió la
soberanía del barrio de Montmusard al norte de la ciudad, que fue fortificado a expensas
de la Cruz Verde.
La pérdida definitiva de Tierra Santa en 1291 no logró doblegar a las ordenes de
caballería cristianas, las cuales comenzaron su éxodo hacia Europa. La Orden de los
leprosos instaló su sede principal en Boigny, reino de Francia, en donde se terminó
asentando el gran magisterio con facultades de ejercer el gobierno político de la región.
Allí, pronto, la Orden se ganó el favor de la clerecía y de los nobles, al punto tal de ser
la organización caballerezca preferida del rey Felipe el Hermoso –al mismo momento
que iniciaba su persecución a la Orden del Temple, como veremos más adelante-.
Los lazaristas continuaron encargándose de los leprosarios y expandiéndose por
Europa. El fin asistencial que había dado origen a la institución se mantenía vigente,
cada vez con mayor fervor cristiano. Su participación militar, sin embargo no se opacó.
Las huestes de la Cruz verde estuvieron en el frente de batalla cuando el sitio de Orleáns
bajo la comandancia de Santa Juana de Arco (1428).
Mientras se acrecentaba el prestigio de San Lázaro, el Gran Maestre Pedro de
Ruaux nombró “Maestre de Sicilia” al prior de Capúa, en Italia. Esta decisión costaría
caro a la unidad de la Orden, ya que tiempo después Capúa adquirió plena autonomía y
teminó escindida y poniéndose, por el dictado de la Bula Inter Assiduas de 1565, a las
órdenes de Gionotto de Castiglione, y posteriormente por bula Procomissa nobis de
1572 el pontífice Gregorio XIII la otorgó, finalmente, al Duque Manuel Filiberto de
Savoia y a sus descendientes, erigiéndose unos años después la Orden unida, de los
Santos Mauricio y Lázaro (1600).
El nóvel maestre de la igualmente nóvel orden consiguió del Rey Carlos IX la
consesión de toda la Orden de San Lázaro Francia, inciándose un período de seis años
en los que la resistencia de los caballeros franceses se opuso al maestrazgo sabaudo. Fue
entonces cuando el galo Rey Enrique III dispuso, en su calidad de protector de los
lazaristas, la confirmación de Salviati como “Gobernador y Gran Maestre General de
los Hospitales, leprosarios y casas de toda la Orden de San Lázaro de Jerusalén, Belén y
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Nazareth, aquí y más allá de los mares”. Su gobierno, memorable para la religión,
posibilitó la permanencia de la Orden en el país de Santa Juana de Arco no obstante las
luchas políticas intestinas que ya se habían manifestado.
Pero será, sin dudas, durante el reinado del convertido Enrique IV, cuando la
Orden readquirió importancia. Para ello el Pontífice Pablo V promulgó las bulas
Pontifex Maximus (1607) y Militantium Oprdinum Instituto (1608) por las cuales
establecía y aprobaba sus estatutos y las estrictas reglas de las Ordenes Reales de San
Lázaro de Jerusalén y de Nuestra Señora del Monte Carmelo. La Orden, por decisión
pontifical, fue puesta bajo la autoridad directa del monarca, como un gesto de gratitud
papal a la sincera conversión de la Fé católica del rey francés.
Inmediatamente, el 15 de Abril de 1608, el soberano confirmó como Gran
Maestre de las dos ordenes a Filiberto de Nerestang (cuyo nombramiento en el
maestrazgo de San Lázaro posesionaba desde 1604).
De inmediato comenzaron a investirse caballeros de la más alta nobleza
francesa, adquiriendo la orden un matiz sumamente religioso, militar y un prestigio
inconmensurable.
El Rey Sol, Luis XIV, mediante un edicto de 1664, dio a la Orden mayores
beneficios y desencadenó un nuevo y ardiente vigor en las autoridades y en los
caballeros de la religión, a punto tal que prontamente armaron una flota compuesta de
dos navíos: el San Lázaro y el Nuestra Señora del Monte Carmelo, que se pusieron a las
órdenes de la Riviere para luchar en contra de Inglaterra.
El carácter castrense, nuevamente revitalizado por la participación de los
caballeros en la contienda, dio origen al surgimiento de la Academia Militar de la Orden
de San Lázaro, donde se enseñaba a la nobleza equitación, esgrima, instrucción militar,
matemáticas y geografía.
El 4 de febrero de 1673 marcó otro hito histórico para la Orden, cuando el Rey
de Francia se reservó el gran maestrazgo y designó vicario general a su ministro de
Estado, el marqués de Louvois. La Orden fue asimilada a un ministerio de acción social
al disponerse que sus bienes serían administrados para atender a soldados retirados y sin
recursos y se pondría a su cuidado a todos los hospitales del reino.
Una nueva época de oro se avecinaba cuando el Duque de Orleáns, regente en
Francia, nombró a su hijo Luis, Duque de Chartres, gran maestre de las Ordenes Reales
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Lázaro resucitado por Jesucristo. Del reverso, en sobre relieve, la imagen de la Virgen
María.
El uniforme principal, que puede variar de jurisdicción en jurisdicción, marca la
tradición militar de la Orden: una casaca color natural con la cruz verde de ocho puntas
al centro bordeada de olivos en oro, charreteras de general y pantalón negro con listones
dorados. Espadín y sombrero de dos picos.
Reunificación de la Orden
Francisco de Paula de Borbón y Escasany, Duque de Sevilla 2003
La Cruzada conducida por la Orden a Rodas fue desafortunada así como la que se
había llevado a cabo en tierra firme. El Islam avanzaba en forma irresistible,
encabezado por el Imperio Turco de los Otomanos, que surgió en Asia Menor y se
expandió hacia los Balcanes y que, en 1453, con la toma de Constantinopla, destruyó al
Imperio Bizantino. El siguiente obstáculo a superar lo representaban los Caballeros de
Rodas con sus fortalezas marítimas y su poderosa armada que dominaba el
Mediterráneo Oriental.
Amenazados ante estas perspectivas, los Caballeros de Rodas hicieron frente a los
diversos ataques perpetrados por los musulmanes durante 1440, 1444, 1469 y en 1480,
rechazándolos siempre con éxito. Pero el de 1522 se reveló fatal. El Sultán Solimán "El
Magnífico" se lanzó en contra de Rodas, y después de una épica defensa de seis meses,
el Gran Maestre Frà Filippo de Villiers de L'Isle-Adam (1521-1534), tuvo que rendirse
el 24 de diciembre de 1522.
Fue durante esta época que el emperador Carlos V cedió a la Orden como feudo
soberano el archipiélago de Malta, Gozo y Comino, hasta entonces parte de la Corona
de Sicilia, y Trípoli en el Norte de África, que sería perdida en 1551. La Orden por su
lado, se empeñaba en permanecer perpetuamente neutral en las guerras entre países
cristianos.
Malta, como lo había sido Rodas en su época, se convirtió para la Orden en el
escenario de un gran capítulo de su historia. Fue ésta la segunda fase naval de los
Caballeros, que desde entonces fueron conocidos como los Caballeros de Malta. Esta
vez la Cruzada continuó en el Mediterráneo Occidental. La Orden se volvió objeto de
odio violento de los musulmanes y Malta tuvo que sufrir numerosos ataques otomanos,
especialmente en 1551, 1556 y 1644 los cuales fueron rechazados con éxito.
En Malta, la Orden alcanzó el máximo esplendor y fortaleció su poder temporal.
Se edificaron grandes fortificaciones que protegieron a la isla de eventuales ataques
musulmanes, y fundaron en 1566 la ciudad de La Valette que se estableció como su
capital.
En 1798, Bonaparte, durante su campaña contra Egipto, ocupó la isla de Malta y
expulsó a la Orden. Los Caballeros se encontraron de nuevo sin sede territorial. A ello
siguió lo que se ha llamado el golpe de Estado ruso (1798-1803).
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El Emperador Pablo I de Rusia, se hizo proclamar Gran Maestre (de facto) por un
reducido grupo de Caballeros, en lugar del Gran Maestre Frey Ferdinand von
Hompesch, quien se había visto obligado a abandonar Malta dejándola en manos
francesas. Esa proclamación no fue reconocida por la Santa Sede (condición necesaria
para su legitimidad). Su sucesor, Alejandro I, en cambio, ayudó a la Orden a regresar a
un gobierno legítimo y en 1803, Frey Giovanni Battista Tommasi fue elegido Gran
Maestre.
Los ingleses habían ocupado Malta en 1801 y, aunque el Tratado de Amiens
(1802) reconoció los derechos soberanos de la Orden sobre la isla, nunca le ha sido
posible hacerlos valer.
Después de haber tenido sedes provisionales en Mesina, Catania y Ferrara, la
Orden finalmente en 1834, se estableció en Roma, donde hasta ahora goza de
extraterritorialidad en el Palacio de Malta (en el número 68 de la Via Condotti) y en la
Villa del Aventino.
Desde 1805 la Orden había sido regida por Lugartenientes hasta que en 1879, el
Papa Leon XIII, restauró el Gran Magisterio y los honores de Cardenal adjuntos al
cargo. La labor hospitalaria volvió a ser su objetivo principal.
La estructura de la Orden de Malta, se constituye como una institución
supranacional que, sin abandonar la defensa de los ideales cristianos, consagra sus
energías y recursos a la asistencia humanitaria y social, es la única Orden religiosa de la
Iglesia Católica en ser a la vez, una Orden Católica de Caballería.
La soberanía de la Orden es ejercida por el Príncipe y Gran Maestre, quien es su
Jefe Supremo, y de los Consejos (el Soberano Consejo, el Capítulo General y el
Consejo Completo de Estado).
La orden se divide territorialmente en Grandes Prioratos, Prioratos, Subprioratos
y Asociaciones Nacionales
El Gran Maestre gobierna la Orden asistido por el Soberano Consejo, presidido
por él y constituido por cuatro altos dignatarios (el Gran Comendador, el Gran
Canciller, el Hospitalario y el Recibidor del Tesoro Común), cuatro Consejeros y dos
Consejeros suplentes, todos ellos elegidos por el Capítulo General entre los Caballeros
Profesos, o excepcionalmente entre los Caballeros de Obediencia.
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Otra de las ordenes de caballería surgidas en Tierra Santa durante las cruzadas
fue la mítica Orden Templaria, famosa por su riqueza y la destreza militar de sus
monjes.
En el año 1118 se constituyó en Jerusalén la Orden de los Pobres Caballeros de
Cristo, su precursor era un noble champañes llamado Hugo de Payns, al que
acompañaron otros ocho caballeros franceses y flamencos que fueron, presumiblemente,
Godofredo Bissol, Godofredo de Saint-Omer, Gondemar, André de Montbard, Rolando
Rossel, Archambaud de Saint-Aignan, Payer de Montidier, Hugues Rigaud. Estos
señores adoptaron la regla de San Agustín y se encargaron de garantizar la seguridad en
los caminos utilizados por los peregrinos que estaban repletos de malhechores y
soldados musulmanes.
El rey de Jerusalén, Balduino II, los instaló en una sala de su palacio, ubicado en
la mezquita de El-Aqsa, sobre la enlosada explanada de lo que entonces se denominaba
Templo de Salomón. Posteriormente, en el 1120, el rey abandonaría esta residencia
dejando a los Pobres Caballeros de Cristo la libre disposición de su antiguo palacio, por
lo que, de milites Christi pasaron a llamarse Caballeros del Temple o Templarios.
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Dios, Cristo, la Virgen y los Santos, que escupían de la Cruz, la imagen de Jesucristo,
pisándolas, afirmando que fue un falso profeta.
En Inglaterra, en 1308, fueron apresados todos los templarios, el castigo que se
les infligió fue el recluirles a perpetuidad en algunos monasterios, donde vivieron
santamente. Los templarios de York negaron reiteradamente los delitos que se les
imputaban.
En Alemania convocóse el concilio en 1310, tratándose, entre otros asuntos, el
de los templarios. Durante las deliberaciones se presentó de repente el gran maestre
Hugo, conde de Silvestris y del Rhin, quien residía en Grambach, acompañado de veinte
caballeros vistiendo el hábito de la Orden y completamente armados. Hugo fue invitado
a exponer su demanda, lo cual efectuó, diciendo que los templarios entendían que el
papa había consagrado aquel sínodo para aniquilar la Orden, imputando a los afiliados a
ella crímenes inauditos y condenarles sin ser oídos ni convictos, y que protestaban de
que en otras naciones hubiesen sido quemados vivos sus correligionarios y sufrido la
muerte sin confesar los delitos. A fin de evitar trastornos admitióse la protesta, se
consultó al Papa, y regresaron tranquilamente Hugo y sus compañeros a la fortaleza de
Grambach, siendo absueltos al año siguiente.
En Francia, la causa contra los templarios fue ruidosísima y adquirió mayor
importancia que en los demás países. El provincial de Vienne, reunido en París en 1310,
fue presidido por Felipe de Marigny, hermano del Ministro de Hacienda de Felipe el
Hermoso; se tomó la determinación de expulsar a algunos, dejando a otros libres
después de cumplir, bastantes de ellos fueron encarcelados, muchos fueron condenados
a prisión perpetua, y los relapsos en la herejía, degradados por el obispo, entregados al
brazo secular y quemados en la plaza pública; antes de enceder las hogueras juraron que
eran víctimas de un falso testimonio levantado contra la Orden para complacer al Papa y
al rey. Fueron quemados en vida 59 caballeros, entre las víctimas figuraban el Gran
Maestre de Molay; Guido, Comendador de Aquitania, hijo de Roberto II y hermano de
Delfin de Auvernia, y Hugo de Peralda, Gran Prior de Francia. Esa matanza ocurrió el
día 18 de marzo de 1314, frente a la Catedral de París.
En España, se convocaron los concilios de Salamanca y Tarragona, y en ellos
fueron declarados libres e inocentes los templarios. En virtud de la bula de Clemente V,
publicada en 1308, Fernando IV de Castilla, el emplazado y Dionicio I de Portugal,
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confiscaron todos los bienes de los templarios. Los arzobispos de Toledo y Santiago, en
unión de Aymerich, inquisidor apostólico, y otros prelados, en 1310 convocaron un
concilio provincial que se reunió en Salamanca y declararon absolutamente libres de
todo cargo a los templarios de León, Castilla y Portugal, y asegura Mariana que jamás
se les volvió a molestar.
En el concilio de Vienne, Clemente V decidió la supresión de la orden mediante
la bula Vox in excelso, 3 de abril de 1312. El Papa confió el proceso de los dignatarios a
una comisión de tres cardenales, que les condenó a cadena perpetua, pero el consejo real
les declaró reincidentes y les condenó a muerte.
En la bula de extinción se concedieron todos aquellos bienes templarios a la
Orden de San Juan de Jerusalén, exceptuando los que existían en los dominios de los
reyes de Castilla, Aragón, Portual y Mayorca cuyo destino se reservó a la silla
apostólica.
La extinción canónica de la Orden templaria ha sido juzgada por muchos
historiadores como una injusticia generada por la mezquindad política de un príncipe
ansioso de mayor poder. Puede considerarse que, con el proceso seguido a los
Templarios se iniciaba en Europa la semilla teórica de la política maquiavélica ya que el
fin justificaba cualquier medio para expulsar a un oponente en el campo político.
las guerras. Su carácter militar será especialmente confirmado por el Papa Inocencio III
el 19 de Febrero de 1199.
Tenían prohibido poseer bienes propios y sus celdas debían de tener las puertas
abiertas para que todo el mundo viera lo que hacían.
En 1237 la orden teutónica se vio favorecida por la incorporación de los
Caballeros Portaespadas, organización fundada poco antes por el obispo Adalberto de
Riga con el fin de cristianizar a los infieles.
En el año 1291, la pérdida de San Juan de Acre, cortó los últimos y ya muy
débiles vínculos de los caballeros teutónicos con el espíritu de las Cruzadas en Tierra
Santa y la capital de la Orden y sede del Gran Maestre se trasladó a Venecia; entonces,
finalizada su participación en las Cruzadas, los caballeros de la Orden Teutónica
regresaron, mayormente, a sus tierras de origen y, en lugar de disolver una Orden que
había nacido para combatir a los musulmanes en Tierra Santa, decidieron continuar su
obra en los países del Norte de Europa y así fijaron su atención en las posibilidades que
ofrecía la evangelización de los territorios situados al Este de Alemania.
Favorecidos con importantes donaciones que les había proferido el emperador
Federico II, Rey de Jerusalén, en 1226, décadas más tarde el duque Conrado de Masovia
logró que la Orden se trasladase a Prusia, con el objeto de conquistar y evangelizar ese
territorio.
En el año 1310, los caballeros de la Orden iniciaron la ocupación de Prusia,
dirigidos por su Gran Maestre Herman Von Salza intentaron entrar en la Pomerania
desde donde se extendieron a Estonia.
Una nueva etapa fue abierta por su celo religioso y militar en Europa Oriental,
los nativos prusianos habían resistido hasta entonces a los esfuerzos de los misioneros
cristianos, muchos de los cuales habían sido martirizados.
El caballero Hermann Balk, nombrado Provincial de Prusia, con veintiocho de
sus hermanos teutones y un ejército de cruzados alemanes comenzó esta lucha que duró
veinticinco años y fue seguida por la colonización. Debido a los privilegios asegurados
a los colonos alemanes, nuevos pueblos crecieron en todas partes y con el tiempo
germanizaron un país cuyos nativos pertenecían a la raza leto-eslava. Desde entonces la
historia de este principado militar se identifica con la de Prusia.
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que fueron perdiéndose una por una. La secesión de Utrecht (1580) significó la pérdida
de la bailía de ese nombre en los Países Bajos.
Luis XIV secularizó los escasos dominios teutónicos en Francia. El tratado de
Lunéville (1801) les quitó sus posesiones en la orilla izquierda del Rin, y en 1809
Napoleón otorgó el territorio soberano que quedaba a la Orden a sus aliados de la
Confederación del Rin. De este modo los Caballeros Teutónicos conservaron
únicamente la bailía del Tirol en Austria.
Tras múltiples vicisitudes, en el año 1815, por el Tratado de Pressburg, el Gran
Magisterio de la Orden fue otorgado al soberano del Sacro Imperio Romano, su
Majestad Apostólica Francisco I de Absburgo, familia que ya había dado grandes
maestres a la Orden.
En 1923, dada la renuncia al Gran Magisterio de parte del Archiduque Eugenio,
le sucedió en la titularidad el encargado de la diócesis de Brun. En 1929 fue promulgada
una nueva constitución que dio a la Orden un carácter estrictamente religioso.
El actual Gran Maestre es el Abate mitrado Padre Wieland Arnold Tomar, y la
sede de la Orden se encuentra en Viena. El Gran Maestro es asistido por el Consejo de
la Orden, con la facultad de conferir los siguientes títulos: 1° Caballero de Honor y 2°
Familiar (similar a un terciario de una orden religiosa).
La condecoración es idéntica a la antigua y gloriosa distinción: una Cruz patente
esmaltada de negro, con un trofeo de oro. La misma pende de una cinta de gro de seda
negra.
La capa del Caballero de Honor es de paño blanco decorada con la Cruz de la
Orden; mientras que la del Familiar es de paño negro con la insignia de la Orden.
La Orden esta dividida en los Prioratos de Austria, Alemania e Italia y cuenta
con cerca de ochenta religiosos profesos y cincuenta sacerdotes.
ANEXO
Hugo II)
Hugo III 1267 - 1284
María de Antioquía 1276
Carlos de Anjou 1277-1284
Enrique II 1285 - 1291
Acre capturado en 1291. Fin de Reino Latino de Jerusalén
Bibliografía- Fuentes
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Terrasanta, Medioevo Dossier, De Agostini - Rizzoli Periodici, n° 3/2000.
- Cocca, Aldo Armando: La Orden de los Caballeros de Malta. Buenos Aires, 1977.
- Cozzo, Errico y Martín, Jean-Marie; Cavalieri alla conquista del Sud, edizioni
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- Cuomo, Franco: Gli Ordini Cavallereschi – Nel Mito e nella Storia di ogni Paese,
editore Universale Storica Newton, gennaio 2004.
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- Montilla Zavalía, Félix Alberto: La Soberna Orden Militar de Malta: Sujeto del
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- Olvera Ayes, David A.: Historia de la Soberana Orden de San Juan de Jerusalén, de
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- Spada A. B. Ordini Cavallereschi della Real Casa di Borbone delle Due Sicilie
75
INVESTIDURA DE UN CABALLERO
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