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HISTORIA DEL REINO LATINO DE JERUSALÉN


(1099-1291)

Y DE LAS ORDENES MILITARES PALESTINAS


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A Nuestra Señora del Monte Carmelo


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Advertencia

Primer Parte
CAPITULO I. EL REINO LATINO DE JERUSALÉN
§ 1- La Iglesia y el feudalismo
§ 2- El avance musulmán
§ 3- La primera Cruzada
§ 4- La fundación del reino y el sostenimiento cruzado
§ 5- Las Ordenes religiosas militares
§ 6- La Organización del reino
§ 7- El aporte cruzado

CAPÍTULO II. LOS MONARCAS LATINOS DE JERUSALÉN


§ 8 – De Godofredo a Enrique II (1099-1291)
§ 9- Vigencia del título real Jerusalenico

Segunda Parte
CAPITULO III. LAS ORDENES MILITARES
§ 10- Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén
§ 11- La Orden Hospitalaria y Miltar de San Lázaro de Jerusalén
§ 12- La Soberna y Militar Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta
§ 13- La Orden de la Milicia del Templo de Jerusalén
§ 14- La Orden del Hospital de Santa María de los Alemanes de Jerusalén

ANEXO
Monarcas y reclamantes del título real de Jerusalén

Bibliografía y Fuentes
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ADVERTENCIA

Luego de novecientos años las Cruzadas y su legado siguen generando


polémica,y continúan apasionando a los historiadores.
Ciertamente ese exaltamiento se ha revitalizado al concluir la centuria
precedente con el resurgimiento de los comportamientos caballerescos en la civilización
occidental.
No escapa a quien ha emprendido la empresa de redactar estas líneas, que la
temática que se aborda resulta sumamente difícil de plasmar por sus aristas religiosa y
política. Por ello, no espere, el lector de la presente investigación ver un trabajo
demasiado objetivo, pues se defraudará. Tampoco se desanime, ya que la pasión de la
que hemos hecho mención no nos ha cegado para poder indagar sobre la virtud y
justicia de la gesta Cruzada, como así también para poner de manifiesto sus vicios y
vilezas, pués pensar en una historia perfecta implica la perfección humana que, como ya
sabemos, no es posible.
Este trabajo, dividido en dos partes aborda, primeramente, al fugaz Reino Latino
de Jerusalén que supo dejar sus marcas duraderas en las civilizaciones orientales y
occidentales y, en su segunda, a las ordenes de caballería allí surgidas, cuya vigencia en
la vida social se ha mantenido presente, con altivajos, desde hace nueve siglos y sigue
actualizándose.
Se ha procurado lograr, en la técnica literaria y metodológica, simplicidad y
claridad.
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Primera Parte

CAPÍTULO I

EL REINO LATINO DE JERUSALÉN

Sumario: § 1- La Iglesia y el feudalismo. § 2- El avance musulmán. § 3- La primera Cruzada. § 4- La


fundación del reino y el sostenimiento cruzado. § 5- Las Ordenes religiosas militares. § 6- La
Organización del reino. § 7- El aporte cruzado

§ 1- La Iglesia y el feudalismo

La desintegración de la autoridad imperial carolingia, centralista y activa


produjo, sintéticamente, dos consecuencias sumamente importantes en la Europa
medieval. La primera fue la completa autonomía del poder espiritual del temporal, y la
segunda: la gran fragmentación del poder político.
El rol que había cumplido en occidente la “Santa Madre Iglesia” durante gran
parte de la Edad Media no se había limitado puramente a las cuestiones religiosas. La
doctrina católica, ciertamente, tenía una activa participación en la política, en la
economía, en el derecho, en la cultura y casi toda la vida social europea.
La aceptación de la autoridad religiosa, y muy especialmente de su Pontífice, se
había producido en forma espontánea en casi todas las antiguas provincias del imperio
romano; triunfo que había costado siglos de persecuciones a los cristianos romanos.
Caído el imperio de Rómulo, se produjo un vacío político que fue cubierto por
los Obispos y por el Papado, de este modo la Iglesia tomó para sí, y acumuló a su poder
espiritual, la potestas política, como ya lo vimos.
Carlos Magno, al restituir la unidad Europea persiguió y logró, tal cual lo habían
tratado de hacer otros tantos estadistas medievales, la anuencia pontificia. Pero dicha
aceptación, muchas veces resultaba costosa, habida cuenta el Papado sostendría al
candidato que más le convenía –en lo espiritual o temporal- y, por lo tanto, sería
conveniente que el Vicario de Cristo fuera un subalterno político del Imperio.
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De este modo la Iglesia Romana se transformó en vasalla del Sacro-Imperio al


punto tal que la elección del cónclave solo adquirió validez una vez que el Emperador
manifestara su conformidad con el ungido.
A esa altura de los acontecimientos ya se evidenciaba que el poder temporal se
inmiscuía demasiado en una potestad exclusivamente espiritual.
Esta disputa fue heredada a los sucesores políticos del Imperio y fue motivo de
arduas negociaciones entre el Papado y los reyes Francos hasta que, por fin, la Iglesia
logró, durante el gobierno de Nicolás II (1058-1061), elegir a su pontífice sin ninguna
ingerencia temporal.
No obstante, los conflictos continuaron durante algún tiempo (Querella de las
Investiduras).
En cuanto al poder terrenal, al igual que lo acontecido con la caída del Imperio
Romano, el fin de la unidad política sostenida por Carlomagno produjo la
fragmentación del poder en Europa, que fue repartido en cada conde, barón, señor y en
los monarcas, y luego, con el surgimiento de los Estados nacionales, el poder fue
acaparado por los soberanos absolutistas.
Con el feudalismo se iniciaron constantes reyertas entre los monarcas cristianos,
luchas que no cesarían –más solamente se aplacarían por interregnos- hasta bien entrado
el siglo XX (diez centurias de permanentes conflictos).
En este escenario el rol temporal de la Iglesia, y por ende su participación en la
política, el derecho y la economía, fue menguando, hasta desaparecer casi por completo
a mediados del siglo XIX.
Iniciada la fragmentación del poder político, durante gran parte de los siglos XI
a XIII, la Iglesia intentó mantener la unidad Europea a través de la gesta religiosa y
militar de las Cruzadas.

§ 2- El avance musulmán

La causa directa de las Cruzadas está enraizada, en el cataclismo político que


significó para la Europa y el imperio Romano de Oriente cristianos la expansión de los
selyúcidas en Asia Menor, Norte de África y en las mismas puertas de la Europa Ibérica
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desde el siglo VIII. La conquista de Siria y Palestina, llevada a cabo por los islámicos,
alarmó a los soberanos de occidente por dos motivos; el más importante, quizás, era el
sometimiento religioso que imponían en la tierra de Jesucristo, lugar sagrado del
peregrinaje cristiano, y luego, el peligro cierto de una avanzada inminente hacia el
suroeste y centro de Europa, lo cual ponían en serios riesgos la misma subsistencia del
gobierno de sus posesiones territoriales.
A esos factores se sumaron el desgaste de los señores europeos que, desde la
caída de la autoridad imperial carolingia, se habían sumido en constantes luchas
fratricidas que sólo podían ser contenidas por la Paz de Dios concertada por el
pontificado. A más, la población se había incrementado al igual que la actividad
comercial, por lo que la gesta cruzada intentaría solucionar no sólo la cuestión espiritual
–que era el principal móvil-, sino que además algunas conveniencias políticas del
papado y de los señores feudales.
Las Cruzadas, por tanto, se explican como el medio de recuperar la Tierra Santa
para su religión y encontrar un amplio espacio donde acomodar parte de esa población
en crecimiento; y como la forma de dar salida a las ambiciones de nobles y caballeros,
ávidos de tierras. Las expediciones ofrecían, como se ha señalado, ricas oportunidades
comerciales a los mercaderes de las pujantes ciudades de occidente, particularmente a
las ciudades italianas de Génova, Pisa y Venecia.
Los incitadores de las primeras cruzadas tuvieron muy presentes que sólo el fin
trascendente de su gesta les posibilitaría triunfar sobre los peligros de enfermedades,
pestes, angustiosas e interminables marchas sobre suelo árido y la eventualidad de morir
en combate de manos de los musulmanes en tierras lejanas.
Igualmente gravitó en su mente que al marchar a oriente dejaban a sus familias
en relativa indefensión. La idea de que los cruzados obtuvieron grandes riquezas, como
se dijo –y se repite- en ámbitos académicos es cada vez más difícil de justificar; la
Cruzada fue un asunto extremadamente caro para un caballero que tuviera el propósito
de actuar en Oriente si se costeaba por sí mismo la expedición, ya que probablemente le
suponía un gasto equivalente a cuatro veces sus ingresos anuales, por lo tanto la
ambición no fue, ciertamente, un elemento que determinara a un cruzado, por sí solo, a
marchar a las lejanas Tierras Santas.
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Sin embargo, a pesar de ser una empresa peligrosa, cara y que no daba
beneficios, las Cruzadas tuvieron un amplio atractivo para la sociedad contemporánea.
Su popularidad se cimentó en la comprensión de la sociedad que apoyó este fenómeno.
Era una sociedad de profunda fe religiosa, de valores trascendentes inmateriales y por
ello, muchos cruzados, estaban convencidos de que su participación en la lucha contra
los infieles les garantizaría su salvación espiritual. También era una sociedad castrense,
en la que las esperanzas y las ambiciones estaban asociadas con hazañas militares.

§ 3- La primera Cruzada

El Papa Urbano II había convocado a un Concilio en Clermont. Allí, el 26 de


Noviembre de 1095, se hicieron presente catorce arzobispos, doscientos cincuenta
obispos, cuatrocientos abades y miles de caballeros y fieles cristianos. El pontífice
reclamó a la cristiandad que “cada uno renuncie a si mismo, y tome su cruz para ganar a
Cristo”, al concluir el Concilio se dirigió a la feligresía para trasmitir el estado
angustioso por el que atravesaba la cristiandad en Jerusalén y lo que consideraba un
ultraje al Sepulcro del Señor Jesús, por lo que al grito de «¡Deus lo vult!» (Dios lo
quiere), Urbano II invitó a todos los cristianos a tomar el camino santo de Oriente,
ostentando una cruz de paño rojo como enseña.
La convocatoria papal fue trasmitida apasionadamente por todas las poblaciones
europeas por un fraile ermitaño llamado Pedro y por un caballero llamado Gualterio
Sans Avoir (sin dinero).
La Santa Sede asumió la organización y dirección de la empresa. Urbano II
designó como legado suyo a Adhemar de Monteil, obispo de Puy, diócesis de Francia.
Se formaron cuatro ejércitos: los caballeros del sur de Francia, capitaneados por el
conde de Tolosa Raimundo de Saint–Gilles, que marcharon atravesando los Alpes, el
valle de Po y Dalmacia; los cruzados de Lorena, al mando de Godofredo de Bouillon, de
Balduino de Flandes y Eustathio, que avanzaron cruzando Alemania y Hungría; los
caballeros del norte de Francia, al mando de Hugo de Vermandois, y los normandos de
Bohemundo de Tarento y de su sobrino Tancredo siguieron rutas más meridionales.
Luego de un arduo andar, con tropas y peregrinos desorganizados, llegaron a
Constantinopla. Ahí el emperador bizantino Alejo I Comneno, facilitó a las huestes el
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paso al Asia Menor a cambio del vasallaje de los jefes expedicionarios y de que cada
ciudad conquistada fuera puesta bajo su dependencia. Pronto los cruzados se apoderaron
de Nicea; luego obtuvieron una aplastante victoria sobre los selyúcidas en Dorilea (1–
VII–1097). Tras una penosa marcha llegaron por fin a las montañas de Cilicia y
encontraron a los armenios, hermanos en la religión, que les proporcionaron ayuda.
Desde un principio las desinteligencias entre los comandantes generaron más de
una complicación, pero que no había pasado a mayores hasta que Balduino, hermano de
Godofredo de Bouillón, estando en Cilicia decidió marchar por su rumbo hacia Edessa,
donde reinaba el rey armenio Thoros, estableciendo allí el Condado de Edessa (1098).
Su conducta puso de manifiesto intereses mezquinos de algunos de los comandantes.
El resto de la tropa de peregrinos cruzados marcharon hacia Antioquía, que era
una rica ciudad comercial fuertemente defendida por un ejercito musulmán sumamente
disciplinado. Pronto los caballeros empezaron a sufrir la escasez de provisiones, pero la
llegada de una flota de naves cristianas procedentes de Italia a las costas de Siria vino a
proveerles de víveres y maderas. Los cruzados construyeron maquinas de sitio y luego
de un penoso asedio de trece meses (2–VII-1098), los cruzados pudieron conquistarla
fundando un Principado en cabeza de Bohemundo de Tarento.
Pronto el hambre se hizo sentir de nuevo y en aquella muchedumbre de fieles la
exaltación del ayuno forzado y de la oración produjeron en un sacerdote provenzal,
Pedro de Bartolomeo, una visión celestial en la que se le revelaba que la Santa Lanza
con la que se había herido el costado de Jesucristo se encontraba en el Iglesia de San
Pedro. Inmediatamente los comandantes cruzados ordenaron la excavación hasta que,
cerca del altar, la Santa Lanza fue encontrada.
Al poco tiempo un nuevo ejercito musulmán se presentó ante las murallas de
Antioquía para dar batalla a los agobiados cristianos. En medio de la feroz lucha,
algunos afirmaron haber visto a San Jorge dirigiendo al batalla. Al final vencieron los
cristianos.
Pasados unos meses las huestes de soldados comenzaron su marcha hacia
Jerusalén. A su paso conquistaron a Marra y Trípoli (febrero de 1099) en donde
Raimundo de Tolosa estableció un condado. De allí partieron hacia la ciudad de
Jesucristo avanzando a lo largo de la costa marítima, y luego torcieron hacia el este.
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Al aproximarse a la Jerusalén se desbandaron, corrieron en tropel hasta las


alturas, donde se divisaban los muros, y se postraron con los brazos en cruz al grito de
“Deus lo vult” para dar gracias a Dios. La exaltación y la alegría de haber llegado, luego
de tres arduos años de luchas y penas, no tenía límite.
Marcharon rumbo a la ciudad, pero no pudieron tomarla por la fortaleza de sus
murallas, entonces se vieron obligados a sitiarla y nuevamente el hambre y la sed se
apoderaron de los agobiados cristianos. Una sequía había vaciado casi todas las
cisternas extra muros, y las pocas que quedaban con agua habían sido envenenadas por
los infieles. Gracias a la ayuda de unos mercaderes genoveses, que acababan de
comerciar en Jaffa, lograron que les proporcionaran alimentos, el líquido vital y
maderas para fabricar una torre de sitio, hasta que, luego de un día y medio, Godofredo
de Bouillón y un puñado de caballeros flamencos lograron abrir una brecha y se inició
el apoderamiento de la ciudad (15-VII-1099). Al cabo de unos de días Jerusalén estaba
bajo el completo control cristiano.
En la marcha a la ciudad Santa, los europeos habían establecido varios señoríos
feudales, tales como el condado de Edessa, el principado de Antioquía, y el Condado de
Trípoli del Líbano.
En la ciudad Santa el legado pontificio Daimberto, sucesor de Adhemar,
pregonaba presurosamente la constitución de un reino latino de Jerusalén.

§ 4- La fundación del reino y el sostenimiento cruzado

Ya establecidos en la Ciudad de Cristo, y luego de haber recuperado las fuerzas,


pero aún con la palpitación del arduo triunfo, se decidió establecer un reino tal cual lo
quería el representante papal. El ejército eligió a uno de los jefes más gloriosos y
piadosos, Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena, como Rey. Pero éste, con
un gesto de sincero desprendimiento rehusó tal título “por no querer llevar una corona
de oro allí donde el Rey de los Reyes la había llevado de espinas”. Entonces el Duque
de Baja Lorena solo aceptó ser Defensor del Santo Sepulcro.
Bajo el liderazgo de Godofredo, los cruzados realizaron su última campaña
militar y derrotaron a un ejército de infieles egipcios en Ascalón (12-VIII-1099). No
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mucho más tarde, la mayoría de los cruzados regresó a Europa, dejando al Defensor
Godofredo y a un pequeño retén de la fuerza original para organizar y establecer el
gobierno y el control latino (o europeo occidental) sobre los territorios conquistados.
Los logros de la primera Cruzada se debieron en gran medida al aislamiento y
relativa debilidad de los musulmanes, que –al igual de lo que ocurría en Europa con los
señores feudales- se encontraban en guerra entre las distintas facciones, lo cual supieron
aprovechar los cristianos a fin de recuperar Palestina para su Fe.
Sin embargo, la generación posterior a esta cruzada contempló el inicio de la
reunificación musulmana en el cercano oriente bajo el liderazgo de Imad al-Din Zangi,
gobernante de Mosul y Halab (actualmente en el norte de Siria).
Transcurrieron cuarenta años de relativa tranquilidad en el reino, hasta que
Zangi, junto a sus disciplinadas tropas obtuvieron su primera gran victoria contra los
cruzados al tomar la ciudad de Edessa en el año 1144, tras lo cual iniciaron la
sistemática desmantelación del Estado cruzado en la región.
La pérdida de Edessa, hizo comprender a la cristiandad la fragilidad de sus
establecimientos en Siria y Palestina. Los soberanos latinos de Palestina se percataron
de que el sostenimiento de sus dominios y, por ello, la permanencia cristiana solo podría
mantenerse con la ayuda papal y europea.
Entonces Su Santidad Eugenio III confió a San Bernardo de Claraval la
predicación de una nueva Cruzada, cuya dirección asumieron Luis VII de Francia y el
Emperador Conrado III de Alemania.
El ejército germano de Conrado partió rumbo a Jerusalén desde la ciudad de
Nüremberg en el mes de mayo de 1147. Por su parte las tropas francesas marcharon un
mes más tarde desde Metz.
Cerca de Dorilea las tropas alemanas fueron puestas en fuga por una emboscada
turca. Desmoralizados y atemorizados, la mayor parte de los soldados y peregrinos
regresó a Europa. El ejército francés permaneció más tiempo, pero su destino no fue
mucho mejor y sólo una parte de la expedición original llegó a Jerusalén en 1148.
Tras deliberar con el Rey de Jerusalén, Balduino III, y su corte de nobles, los
cruzados decidieron atacar Damasco en julio. La fuerza expedicionaria no pudo tomar la
ciudad y, poco más tarde de este ataque infructuoso, el rey francés y lo que quedaba de
su ejército regresaron a la tierra gala.
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Así la segunda Cruzada había constituido un fracaso militar rotundo.


Los musulmanes, cercanos ya a la capital del reino, hacían peligrar la
continuación cristiana en Palestina. Las luchas y guerrillas por parte de las tropas turcas,
y egipcias se sucedieron interminablemente.
Cuarenta años después, quedó expuesta la fragilidad del Estado Cruzado y el
inicio del fin del Reino Latino de Jerusalén. Tras su victoria sobre el Rey de Jerusalén
Guido de Lusignan en la batalla de Hatin (Junio de 1187), los turcos de Saladino se
apoderaron de la Ciudad Santa (Octubre de 1187) y la Capital del reino tuvo que
trasladarse a San Juan de Acre.
Ante la terrible realidad el Papa Gregorio VIII se apresuró a pedir de todos los
monarcas apoyo para recuperar la Ciudad Santa. A fines de 1189 se sumaron a la
cruzada Felipe Augusto de Francia y el monarca inglés Ricardo Corazón de León. Los
expedicionarios alemanes, desde Ratisbona, tomaron la ruta del Danubio, a
Constantinopla y pasaron al Asia Menor, donde derrotaron a los turcos cerca de
Inconium; pero el inesperado deceso de Federico Barbarroja, un mes después, al
atravesar el río Cnido, en Cilicia, privó a la tercera cruzada de su mejor estratega.
No tardaron en surgir dudas y desacuerdos entre los soberanos inglés y francés,
por lo que Guido de Lusignan decidió regresar a su país. La tercera cruzada se convirtió
en una empresa personal del esforzado y valeroso Ricardo Corazón de León, quien
logró derrotar a Saladino en Arsuf, pero no consiguió conquistar Jerusalén. El soberano
inglés y el sultán turco, acordaron una tregua de tres años, tres meses, tres semanas y
tres días; el mantenimiento de las posiciones respectivas y el libre acceso a Jerusalén de
los peregrinos cristianos, sin armas y en pequeños grupos. La cristiandad no pudo
admitir con alegría este acuerdo: habían sido muchas las fuerzas movilizadas para un
tan pobre resultado.
A la muerte de Saladino (1193), el Papa Celestino III encomendó al emperador
Enrique VI la organización de una nueva cruzada; pero la repentina muerte del monarca
alemán (1197) abocó la empresa al fracaso. Poco después de ser elevado al trono papal,
Inocencio III hizo un nuevo llamamiento a la cristiandad, instándola a aunar sus fuerzas
y reconquistar los Santos Lugares.
El emperador alemán Felipe de Suabia y numerosos caballeros del Occidente
europeo respondieron a la llamada del Papa. Al poco tiempo surgieron los verdaderos
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motivos que llevaban a los monarcas a Tierra Santa, razones estas que, ciertamente, no
coincidían con las del Pontífice. Mientras que el Obispo de Roma deseaba
ardientemente la recuperación de la Ciudad Santa, Venecia, que prestaba su apoyo
marítimo a los cruzados sólo pretendía consolidar su dominio del comercio en el
mediterráneo oriental. Por su parte, Felipe de Suabia, alegando los derechos de su
esposa, trataba de hacerse con el trono de Constantinopla. El ardor religioso poco a poco
se apagaba y daba lugar a los intereses políticos de mercaderes y soberanos.
Los cruzados, al conquistar ciudad de Zara cedieron su control a los marinos
venecianos para compensarlos por los gastos del traslado. Zara, que poco antes se
habían liberado del dominio de la Serenísima y se habían entregado al rey de Hungría,
volvía a manos italianas.
Desde Zara la expedición se puso rumbo a Constantinopla, dividida por las
luchas entre Alejo III e Isaac II. Los cruzados tomaron la ciudad y repusieron en el
trono a Isaac II, al que quedó asociado su hijo Alejo IV. Estos, según lo acordado
previamente, concedieron a los venecianos extraordinarios privilegios comerciales y
decretaron la unión de las iglesias bajo la autoridad del Romano Pontífice. Tales
medidas provocaron un levantamiento popular que depuso a Isaac II y a Alejo IV y que
elevó al poder a Alejo V Ducas. Este anuló todas las disposiciones dadas por sus
antecesores, a lo que replicaron los cruzados sitiando nuevamente Constantinopla.
Dueños de la ciudad, resolvieron no abandonarla, y eligieron emperador a Balduino de
Flandes, mientras que los restantes caballeros expedicionarios y los venecianos se
repartían las provincias del imperio poniendo fin a la cuarta cruzada.
Aunque muy afectado por el imprevisto fin de la Cuarta Cruzada, Inocencio III
no cejó en su empeño de agrupar a toda la cristiandad occidental y, bajo la autoridad
papal, conducirla a la conquista de los Santos Lugares.
El IV Concilio de Letrán (1215) aprobó el llamado de una nueva cruzada. La
muerte sorprendió a Inocencio III apenas iniciados los preparativos (1216). Su sucesor,
Honorio III, prosiguió la empresa. Participaron en ella Andrés II de Hungría, el duque
Leopoldo VI de Austria, Guillermo de Holanda y Juan de Brienne, rey titular de
Jerusalén, entre otros.
En un principio la expedición tuvo como objetivo la conquista de Palestina, pero
no habiendo logrado expugnar el Monte Tabor, los cruzados se trasladaron hacia Egipto,
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donde tomaron Damieta y obtuvieron un cuantioso botín. Alarmado, el sultán ayubita


les propuso la paz, que el cardenal Pelagio, legado pontificio, creyendo fácil la
conquista de todo el país, rechazó, contra el parecer de Juan de Brienne, partidario de
canjear Damieta por Jerusalén. Los expedicionarios marcharon sobre El Cairo, pero los
continuos ataques de que eran objetos y la crecida del Nilo les obligaron a emprender la
retirada. Los sobrevivientes, para salvar su vida y su libertad, hubieron de devolver
Damieta al sultán (1221) y regresaron a Europa. Mientras tanto Jerusalén permaneció en
poder musulmán.
Entonces una nueva cruzada fue predicada por el Papa Honorio III, y desde el
primer momento se contó con el emperador Federico II que prestaría a ella todo su
apoyo y colaboración. El monarca germano había hecho numerosas promesas en tal
sentido, pero jamás había tenido intención de cumplirlas. Federico II veía a la cruzada
como algo anacrónico: a sus ojos la diplomacia era un arma más eficaz que la guerra;
por otra parte, la cruzada había de favorecer los intereses del papado, su encarnizado
rival, pero en modo alguno los suyos. Una y otra vez Federico II aplazó la expedición.
Sólo ante la excomunión lanzada contra él por el enérgico Gregorio IX, sucesor de
Honorio III, decidió al emperador a embarcarse hacia Palestina, acompañado de un
reducido ejército (1228). Su propósito no era la conquista de los Santos Lugares, sino el
establecimiento de un condominio cristiano-musulmán sobre ellos. Federico II y el
sultán egipcio llegaron fácilmente a un acuerdo, por el que aquél recibió Jerusalén,
Nazaret, Belén y las poblaciones situadas junto al camino entre el puerto de Jaffa y la
Ciudad Santa; también se concertó una tregua de diez años (1229).
En 1239, poco antes de expirar la paz acordada, Teobaldo de Champaña, rey de
Navarra, dirigió una nueva expedición a Tierra Santa, sin resultado alguno. Como
respuesta, los musulmanes se adueñaron nuevamente de Jerusalén. Un año después, en
1240, Ricardo de Cornualles recuperó los Santos Lugares para la cristiandad, pero por
poco tiempo ya que en 1244 las fuerzas cristianas de Palestina eran derrotadas en la
batalla de Gaza y, como consecuencia, solo Jaffa y San Juan de Acre permanecieron
bajo su dominio. Ante este desastre el Papa Inocencio IV hizo un nuevo llamamiento a
los príncipes cristianos. Luis IX de Francia asumió la dirección de la cruzada. El
monarca y la nobleza francesa embarcaron en Aigües-Mortes (1248), rumbo a Chipre y
Egipto, donde, tras apoderarse de Damieta (1249), marcharon sobre El Cairo. Como
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hicieran treinta años antes los expedicionarios de la Quinta Cruzada, Luis IX y sus
caballeros desoyeron las ofertas del sultán egipcio de canjear Damieta por los Santos
Lugares. En las proximidades de Mensura los musulmanes infligieron a los cruzados
una dura derrota, y en la retirada fue hecho prisionero el Santo Rey francés con buena
parte de sus huestes.
El precio de su libertad fue la entrega de Damieta y de un millón de besantes de
oro. Desde Egipto San Luis IX paso a Palestina, donde permaneció varios años, hasta
1254, impulsando la fortificación de las pocas plazas en poder de los cristianos. Luego,
viendo casi perdida la misión regresó a Francia para reorganizar sus dominios.
Mientras tanto el diezmado reino latino perdía Jaffa y Antioquía (1268), lo que
hacia prever un inmediato fin de los establecimientos cristianos en Oriente. Ello movió
nuevamente al Rey San Luis IX a tomar la cruz. Probablemente cediendo a las
pretensiones de su hermano Carlos de Anjou, rey de Nápoles y de Sicilia, deseoso de
liberarse de los piratas que asolaban las costas de los Estados, el monarca Francés
decidió atacar al islam por la retaguardia. Desde Aigües-Mortes, donde embarcó el 1 de
agosto de 1270, puso rumbo a Túnez. Poco días después de haber formado el cerco de
esta ciudad, se declaro una terrible epidemia entre los sitiadores; así el 25 de agosto
sucumbía Luis IX. La expedición quedó al mando de Carlos de Anjou, quien obtuvo del
sultán tunecino un ventajoso tratado (1270).
Una a una las últimas ciudades cristianas fueron cayendo. El último bastión
cruzado, San Juan de Acre, pereció luego de un brutal asedio musulmán en 1291. Los
turcos acuchillaron a todos los hombres y se llevaron a las mujeres y niños. En San Juan
de Acre, se estima, perecieron 100.000 cristianos.

§ 5- Las ordenes religioso-militares

La fuerza que proporcionaron las órdenes militares al ejército cristiano


constituyó una clara ventaja respecto de los infieles. Fueron propias de Palestina y fruto
principal de las Cruzadas.
Con Tierra Santa asociamos los nombres de Hospitalarios sanjuanistas,
Templarios y Teutónicos. Estas ordenes religiosas militares sólo pueden entenderse en
el contexto visto anteriormente.
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La necesidad de protección de los certeros ataques de la soldadesca musulmán,


de las enfermedades y las pestes forzó a gran cantidad de los caballeros y peregrinos,
mucho antes de las Cruzadas, a convertirse en enfermeros y soldados; soldados al
servicio de Dios, cual era su misión originaria, y al servicio de sus compañeros de viaje
y caminantes.
El requerimiento de eficiencia produjo que los caballeros se organizaran en
cofradías al servicio de los peregrinos. Esta función asistencial, compatible siempre con
las actividades guerreras, explica por que, en casi todos los casos, las órdenes militares
surgieron de agrupaciones originariamente hospitalarias, vocación ésta que jamás
abandonaron del todo y que incluso se mantuvo mucho tiempo después de que el factor
bélico hubiese desaparecido.
Ejemplo destacado de un nuevo tipo de religiosidad, varios elementos
distinguían a los miembros de las órdenes militares: la vocación monástica, el ideal
caballeresco, la imagen mítica de Tierra Santa como centro del mundo y lugar de
peregrinación, la defensa de la cruzada y el espíritu piadoso-asistencial. La presencia
conjunta de elementos que exaltaban la violencia, con otros que apostaban por el amor y
la tolerancia, no eran considerados contradictorios en aquella época sino que se entendía
como característica de uno de los modelos ideales de perfección cristiana –y
musulmana-. Los caballeros de estas órdenes eran, en efecto monjes, al haber profesado
los votos (pobreza, castidad y obediencia) y organizado su vida de acuerdo con una
regla (por lo general similar a la benedictina).
Pero al mismo tiempo eran "milites", al ejercer el oficio de las armas y estar
motivados por el ideal de la cruzada. Generalmente se distinguían tres clases de
miembros en estas agrupaciones. Los hermanos eclesiásticos eran simplemente monjes,
encargados de la misión y el apostolado, los caballeros monopolizaban la función
militar y los hermanos sirvientes se dedicaban a tareas hospitalarias y domésticas, por lo
tanto la Caballería era una clase social abierta a todos los que la mereciesen por sus
propias virtudes.
Institucionalmente hablando las, órdenes militares, estaban dirigidas por un Gran
Maestre, cuyos poderes resultaban muy superiores a los del Capítulo General, si bien en
ocasiones se buscaba el apoyo de un consejo restringido, fiscalizador del Maestre.
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Casas, propiedades y rentas se dividían en provincias, agrupaciones de prioratos


a su vez integrados por encomiendas. A las órdenes de los priores estaban los
comendadores o bailíos, representantes de la orden a nivel local y regional.
La presencia de las ordenes religioso-militares fue un puntal muy efectivo en la
defensa y asistencia del Reino Latino de Jerusalén, y muy especialmente de la feligresía.
La caballería, tal cual fue planteada en el medioevo, tuvo por objeto ordenar la
fuerza material del guerrero y disponerla al servicio de la autoridad celestial, de la
justicia, de los desvalidos y de toda causa noble, por ello es que el “caballero cristiano”
producía en la gente del pueblo una admiración que motivaba a seguir su ejemplo de
bondad.
Por aquella época Santo Tomás de Aquino (1225-1274), en su obra cumbre, la
Suma Teológica, se preguntó si podía alguna orden religiosa cristiana tener por objeto la
vida militar. Él mismo respondió que si “se puede fundar una Orden dedicada no sólo a
las obras de vida contemplativa, sino a las de vida activa, en lo que tienen de servicio
del prójimo y amor de Dios y no en lo que se refiere a negocios humanos. Ahora bien,
el oficio militar puede estar ordenado al servicio del prójimo, y no sólo en orden a las
personas privadas, sino también para defensa de todo el Estado. Por eso se dijo de Judas
Macabeo que combatía con alegría en las batallas de Israel y aumentó la gloria de su
pueblo. Puede, además, estar ordenado a conservar el culto divino, por lo que se lee que
dijo el mismo Judas Macabeo: Luchamos por nuestras vidas y nuestras leyes, y Simón
dijo a su vez: sabéis cuanto hemos luchado yo y mis hermanos y la casa de mi padre por
nuestra ley y nuestras cosas santas. Luego muy bien puede fundarse una Orden religiosa
para la vida militar, no con un fin temporal, sino para la defensa del culto divino, del
bien público o de los pobres y de los oprimidos” (Suma Teológica II-II. 188, 3, c.).
Sin lugar a dudas la teoría tomista vino a dar el fundamento filosófico que
justificara la existencia de las órdenes militares de Palestina, e instaba a la constitución
de otras más.
Más aún, las órdenes religiosas de caballería, los Hospitalarios de San Juan y
San Lázaro, los Templarios fundada por Hugo de Payens en 1128, y los Caballeros
Teutónicos creada en 1143, formaban poderes regulares, igualmente independientes de
la Iglesia Palestina y el Estado. En asuntos espirituales eran súbditos directos del Papa;
pero el rey no podía interferir en sus cuestiones temporales, y cada una de las órdenes
22

tenía su propio ejército y ejercía el derecho de terminar los tratados con los
musulmanes.

§ 6- La organización del reino

El reino de Jerusalén había sido dividido en cuatro condados y doce señoríos que
dependían del monarca latino, aunque, como ocurría en Europa, tenían cierta
autonomía. Los primeros condados fueron el de Gaffa de Ascalón, el de Crac –Kerak- y
Montreal en Transjordania, el Principado de Galilea con el territorio de El Golán y la
baronía de Saída en el Líbano.
Los doce señoríos eran los de San Abramo en Ebrón; el de Darón, el de Blanche
Garde; el de Rama y de Ibelín; el de Arsur; el de Nablus; el de Cesarea Marítima; el de
Caifa; el de Caymont; el de Beisan; el de Baniás o Belinas y el de Monfort.
En tanto los principados de Antioquía y los condados de Edessa y Trípoli, que
eran soberanos reconocían, en teoría, la superioridad política de Jerusalén –dada por el
Santo Sepulcro- y por lo tanto admitían, en teoría, su supremacía feudal.
El reino de Jerusalén adquirió durante su escaso siglo de existencia una
identidad institucional, económica y social que es preciso conocer, pues presenta el
primer caso de colonización por europeos fuera de su espacio geohistórico habitual. La
organización política se basó en reglas feudales que situaban al rey de Jerusalén en la
cúspide de una pirámide vasallática.
En el interior del reino el poder del rey estaba entorpecido por numerosos
obstáculos, y la soberanía pertenecía tanto al monaca como a un cuerpo de feudatarios
cuyo poder estaba centralizado en una “Alta Corte”, compuesta por vasallos, cuya
autoridad gobernaba, incluso, la sucesión al trono, en caso de disputa entre dos
miembros de la familia real; también tenía el poder de dictar leyes.
El rey tomaba un juramento en presencia de la Corte y no tenía derecho a
confiscar ningún feudo a menos que estuviera de acuerdo con un dictamen de dicha
asamblea. Además, si el rey violaba sus juramentos, la Corte declaraba formalmente el
derecho de los señores feudales para resistir la orden real. La Alta Corte, presidida por
el condestable o el mariscal, se reunía únicamente cuando era convocada por el rey; en
23

asuntos judiciales constituía el tribunal supremo y sus juicios no eran apelables: "Nulle
chose faite par court n'en doit estre desfaite" (Decretos, I, clxxvii).
Una “Corte de los Burgueses”, organizada en el siglo doce, tenía jurisdicción
sobre los ciudadanos y podía sentenciar al exilio o aún condenar a muerte. En los
grandes feudos cortes mixtas de caballeros y ciudadanos tenían un control similar
independiente del señor feudal. Aún dentro de estos límites el rey era incapaz de obligar
a los vasallos a cumplir con sus obligaciones feudales.
Viviendo en castillos inexpugnables, cuya arquitectura había sido perfeccionada
siguiendo modelos musulmanes, los nobles llevaban una vida prácticamente
independiente. Un feudo como el de Montreal con sus cuatro castillos de Crac, de
Montreal, Ahamant y Vau de Moyse, situados entre el Mar Muerto y el Mar Rojo,
formaba un Estado realmente independiente. Renaud de Chatillon, quien se convirtió en
Señor de Montreal en 1174, hizo por sí mismo la guerra a los musulmanes, a quienes
aterrorizó con su patrulla en el Mar Rojo, y su política individual era opuesta a la del
Rey Balduino VI.
El cuerpo legal estaba formado por los "Assises de Jerusalén" mandadas a
compilar presumiblemente por Godofredo de Bouillón y el marco institucional del reino
reprodujo muchas instituciones del gobierno monárquico francés, pero admitió fuertes
herencias administrativas de tipo bizantino o musulmán en lo referente a la estructura
fiscal, pues la percepción de renta sobre la actividad agraria o mercantil se efectuaba
sobre una masa de población que, aunque privada de sus cuadros políticos superiores,
conservaba sus hábitos en estos otros aspectos. Porque, a decir verdad, el ultramar latino
nunca atrajo a grandes masas de inmigrantes que, por el contrario, hallaban mejores
ocasiones de colonización en el interior de Europa.
La cúspide social nunca superaría el millar de caballeros en el reino de
Jerusalén, a los que debemos sumar varios centenares de hermanos de las Ordenes
Militares y otros más de clérigos.
La Iglesia, en este período, era también un poder independiente de los reyes, y,
con la excepción del rey, el Patriarca de Jerusalén era el personaje más importante en el
reino, al igual que el patriarca de Antioquía; aunque luego de la Primera Cruzada se
estableció en Palestina una poderosa y populosa Iglesia Latina: se erigieron cuatro
24

arzobispados y nueve obispados; se fundaron numerosos monasterios que recibieron


grandes donaciones de propiedades territoriales, tanto en Palestina como en Europa..
Algunos patriarcas, especialmente Daimberto, quien estaba enemistado con
Balduino I, también se esforzaron por fundar un poder espiritual completamente
independiente del temporal ejercido por la realeza y los señores. Sin embargo, ambos
poderes vivieron generalmente en armonía. Los patriarcas, que eran elegidos por el
clero, recibían luego la aclamación del pueblo local, lo que, en la práctica implicaba
reconocerles un cierto poder político.
Más aún, las órdenes religiosas de caballería, los Hospitalarios de San Juan y
San Lázaro, los Templarios fundada por Hugo de Payens en 1128, y los Caballeros
Teutónicos creada en 1143, formaban poderes regulares, igualmente independientes de
la Iglesia Palestina y el Estado. En asuntos espirituales eran súbditos directos del Papa;
pero el rey no podía interferir en sus asuntos temporales, y cada una de las cuatro
órdenes tenía su propio ejército y ejercía el derecho de terminar los tratados con los
musulmanes.
Aquellos grupos dirigentes de latinos, casí no experimentaron la mezcla de
sangre con la población autóctona, aunque si con la cultura nativa. En cambio miles de
escuderos de origen occidental -unos 5.000 hacia 1180- contrajeron matrimonios
mixtos, así como muchos de los colonos agricultores. Eso produjo cierta aculturación
que en ocasiones extrañó a los peregrinos y cruzados recién venidos, cuya imagen del
islam incorporaba muchos prejuicios hostiles y carecía de sentido de la coexistencia. En
la convivencia cotidiana jugaron un papel importante los cristianos de otros ritos -
armenios, ortodoxos, maronitas- y algunos judíos.
Los mercaderes venecianos, genoveses, pisanos y de otras ciudades obtuvieron
en las de Palestina y Siria barrios con privilegios y franquezas fiscales privativos, y
dominaron el comercio de tránsito procedente de Egipto, el Mar Rojo y Siria, que
también nutrió las áreas del rey de Jerusalén y de otros señores gracias a las rentas
aduaneras. Pero los mercaderes traficaban también directamente con la tierra infiel de
Egipto y Siria -Alejandría fue siempre su objetivo principal-, e incrementaron sus
actividades en el siglo XIII, después de las conquistas de Chipre -fruto de la tercera
cruzada- y de Constantinopla, de modo que para ellos los enclaves occidentales no eran
indispensables, aunque tenían importancia.
25

En cambio, los cruzados instalados en Tierra Santa, siempre necesitaron el


concurso de las flotas mercantiles para asegurar sus comunicaciones y el desarrollo de
muchas de sus empresas militares, y aquella dependencia constituyó un factor de
debilidad. Porque, además, los territorios de ultramar eran deficitarios en productos
agrarios de primera necesidad como los cereales, el vino o el ganado mayor, y no
compensaban aquella carencia el interés o valor de cultivos y producciones
especializados como el olivo, la caña de azúcar, el lino, la seda o las maderas del
Líbano.

§ 7- El aporte cruzado

El Reino Latino de Jerusalén fue fundado como resultado de la Primera Cruzada


en 1099. Destruido por primera vez por Saladino en 1187, fue reestablecido alrededor
de San Juan de Acre y mantenido hasta la captura de esa ciudad en 1291, como ya
vimos. Durante esos dos siglos las Cruzadas han dejado una huella profunda en el
cercano oriente.
En este corto período Europa se convirtió en un verdadero centro de
colonización. Como una propiedad de la cristiandad, retuvo su carácter internacional
hasta el final, aunque el elemento francés predominaba entre los señores feudales y los
oficiales del gobierno, los italianos por otro lado adquirieron preponderancia económica
en las ciudades y los alemanes en el campo de batalla.
Sin embargo, a pesar de contar con una organización política imperfecta, muchas
veces alimentada por las rivalidades feudales que se antepusieron al fin espiritual de la
misión, la prosperidad económica del reino latino alcanzó un extraordinario nivel de
desarrollo en el siglo doce.
Para repoblar el país, Balduino I utilizó incentivos para las comunidades
cristianas que moraban más allá del Jordán; en 1182 se logró –en lo espiritual- que los
maronitas del Líbano se retractaran de su herejía monotelita. La mayoría de los
cristianos nativos lo hicieron y constituyeron la influyente clase media o burgueses de
las diferentes ciudades, teniendo el derecho de poseer la tierra y una administración
autónoma bajo magistrados llamados “reis”.
26

En los puertos, las ciudades italianas de Génova, Venecia y Pisa, y las ciudades
francesas de Marsella y Narbona recibieron concesiones de casas y aún distritos
independientes administrados por sus propios cónsules. Cada una de estas colonias tenía
tierras o casaux en las afueras de las ciudades, donde se cultivaba algodón y caña de
azúcar. Los mercaderes coloniales tenían el monopolio del comercio entre Europa y
Oriente, y cargaban sus barcos con costosas mercancías, especias, seda de China,
piedras preciosas, etc., que las caravanas traían del interior de Asia. Las industrias
particulares de Siria, la fabricación de materiales de seda y algodón, las tintorerías y las
fábricas de vidrio de Tiro, etc., todas ayudaban a alimentar este comercio, al igual que
los productos agrícolas. A cambio, los barcos occidentales llevaban a Palestina
productos europeos necesarios para los colonos; dos flotillas navegaban al año desde los
puertos occidentales, en Pascua y cerca de la fiesta de San Juan, asegurando de esta
manera la comunicación entre Palestina y Europa..
Gracias a este comercio, durante el siglo doce el Reino de Jerusalén se convirtió
en uno de los estados más prósperos de la cristiandad.
Tanto en los castillos, como en las ciudades, los caballeros occidentales gustaban
de rodearse con extraordinarios equipos y muebles escogidos, estos últimos por lo
general de fabricación árabe. Se produjo, culturalmente, una fusión entre los
occidentales y orientales de la que Europa se verá, principalmente, beneficiada.
En Palestina había un marcado desarrollo de las líneas artísticas y las iglesias se
erigían en los pueblos de acuerdo con las reglas de la arquitectura romana. Aún en la
actualidad, la catedral de San Juan en Beirut, construida alrededor de 1130-1140 y luego
transformada en mezquita, nos muestra el estilo seguido por los arquitectos de occidente
instalados en oriente; su estructura recuerda aquella de los monumentos de Limousin y
Lenguedoe. El marfil utilizado como encuadernación para el salterio de Melisenda, hija
de Balduino II, y preservado en el Museo Británico, muestra una curiosa decoración en
la cual se combinan diseños de arte bizantino y árabe.
Pero fue la arquitectura militar la que alcanzó el mayor desarrollo y
probablemente proporcionó modelos a occidente; todavía en la actualidad las ruinas del
Crac de los Caballeros, construido por los hospitalarios, asombra al observador por su
galería doble, sus torres masivas y pasillos elegantes.
27

El Reino de Jerusalén, establecido como resultado de la Primera Cruzada, fue


entonces uno de los primeros intentos de colonización realizado por los europeos fuera
de Europa, y que determinó, seguramente, a los monarcas latinos de finales del siglo
XIV y del siglo XV a lanzarse a los mares en busca de nuevos horizontes.
No obstante todos los progresos materiales generados por las cruzadas en oriente
y Europa, sin lugar a dudas, el mayor fue de carácter espiritual. En efecto, la épica gesta
produjo la reunificación de los pueblos cristianos en base a un ideal caballerezco. Un
ideal en el que la entrega a Dios y al necesitado ocupaban el primer témino en la escala
de valores de los hombres. Un fin que daba razón de ser a la vida cristiana, un fin que se
iría diluyendo poco a poco hasta, casi, desaparecer.
28
29

CAPÍTULO II
LOS MONARCAS LATINOS DE JERUSALÉN

Sumario: § 8 – De Godofredo a Enrique II (1099-1291). § 9- Vigencia del título real Jerusalenico

§ 8 – De Godofredo a Enrique II (1099 - 1291)

Godofredo de Bouillon, elegido Defensor de Jerusalén el 22 de julio de 1099, no


asumió la corona real y murió el 18 de julio de 1100, habiendo fortalecido la nueva
conquista con su victoria sobre los egipcios en Ascalón (12 de agosto de 1099).
Después de su muerte los barones invitaron a su hermano, Balduino, Conde de
Edessa, para asumir el liderazgo del recientemente establecido Estado. Balduino aceptó
y fue coronado Rey de Jerusalén por el Patriarca Daimberto en la basílica de Belén (25
de diciembre de 1100). Balduino I (1100-1118) fue el verdadero fundador y organizador
del reino. Con la ayuda de nuevos cruzados y especialmente la de las flotas genovesa,
pisana y veneciana tomó posesión de las principales ciudades de la costa de Siria.
Además, el Condado de Trípoli y el Principado de Edessa se volvieron feudos del nuevo
reino, pero el Principado de Antioquía conservó su independencia. Balduino I atacó
también al Califato de Egipto pero murió en El-Arish (1118) en el curso de su
expedición.
Su sobrino, Balduino de Burgo, Conde de Edessa, fue escogido por los barones
para sucederlo. Balduino II (1118-1131), quien había seguido a su tío, Godofredo de
Bouillon, en la cruzada, era un valiente caballero y, en 1124, tomó posesión de Tiro. En
1129 casó a su hija Melisenda con Fulco, Conde de Anjou, quien era el padre de
Godofredo Plantagenet y tenía ya sesenta años de edad.
Fulco sucedió a su suegro y reinó durante diez años (1131-1141) luego se hizo
cargo del trono su hijo Balduino.
Balduino III (1144-1162), se casó con Teodora Comnena, y, gracias a sus
constantes campañas militares el reino alcanzó sus mayores dimensiones después de la
captura de Escalón (1153), pero el principado de Edessa le fue arrebatado en 1144.
30

Amalrico I (1162-1174), hermano de Balduino III, lo sucedió en el trono a su


muerte, tenía apenas 27 años de edad. Fue uno de los soberanos más brillantes de
Jerusalén, y pensó sacar partido de la anarquía que prevalecía en Egipto apoderándose
de ese país, llegó al Cairo en dos oportunidades (1167 y 1168) y, por el momento,
mantuvo a Egipto bajo su protectorado. Pero la formación del poder de Saladino pronto
puso en peligro al reino.
Amalrico murió prematuramente en 1174, dejando como su sucesor a su hijo
Balduino IV (1174-1185), un hombre muy bien dotado, quien había sido alumno de
Guillermo de Tiro, pero fue atacado con lepra y quedó incapacitado para hacerse cargo
de los asuntos. Primero reinó bajo la tutela de Milón de Planci y, asistido por Renaud de
Chatillon, inflingió una derrota sobre Saladino en Ramleh (1177). Para el año 1182 la
terrible enfermedad había ganado tanto terreno que el desafortunado Balduino “el
Leproso” (“le Mesel”) hizo coronar al hijo de su hermana Sibila y del Conde de
Monferrato bajo el nombre de Balduino V. También instó a que Sibila tomara como
segundo esposo a Guido de Lusignan, quien se había puesto al servicio de la monarquía
y había sido nombrado regente del reino. Sin embargo, como Guido parecía
incompetente, los barones le arrebataron la regencia y la confiaron a Raimundo, Conde
de Trípoli. Balduino IV murió en 1185, a la edad de 25 años, sin haberse casado, y dejó
al reino como presa de discordia y expuesto a los ataques de Saladino.
Lo sucedió el joven Balduino V, su sobrino, que murió en 1186, supuestamente
envenenado. Debido principalmente a la mediación de Renaud de Chatillon fue que los
barones eligieron a Guido de Lusignan (1186-1192) y Sibila como soberanos de
Jerusalén.
Incapaz de defender su reino contra Saladino, Guido fue hecho prisionero en la
batalla de Tiberíades (4 –VII-1187), a la cual le siguió la captura de Jerusalén (2-X-
1187), y compró su libertad cediendo Ascalón a Saladino. El reino de Jerusalén fue
destruido.
Luego se desarrolló la Cruzada de San Juan de Acre, de la cual Guido comenzó
el asedio en 1188. Sin embargo, la Reina Sibila murió en 1190 y Conrado de
Monferrato, quien se había casado con Isabela, la hermana de Sibila, disputó el título de
rey con Guido de Lusignan, y esta rivalidad duró a lo largo del asedio de San Juan de
Acre, cuya ciudad capituló el 11 de julio de 1191. El 28 de julio, Ricardo Corazón de
31

León, Rey de Inglaterra, impuso su arbitramiento sobre los dos rivales y decidió que
Guido debería ser rey mientras viviera y dejar a Conrado como su sucesor, éste último
recibió Beirut, Tiro y Sidón como garantías; pero el 29 de abril de 1192, Conrado fue
asesinado. Guido, por su parte, renunció al título de rey (mayo de 1192), adquirió la isla
de Chipre y estableció allí su propio reino.
Guido murió en 1194 y su viuda nombró a Enrique I, Conde de Champagne
(1194-1197), quien fue elegido rey, pero en 1197 Enrique murió en un accidente.
Isabela se casó con un cuarto marido, Amalrico de Lusignan (1197-1205),
hermano de Guido y Rey de Chipre. El cambio en el curso de la cruzada a
Constantinopla lo obligó a terminar una tregua con los musulmanes. Amalrico murió en
1205.
Dejó a una sola hija, Melisenda, quien se casó con Bohemundo IV, Príncipe de
Antioquía. Sin embargo, fue a María, hija de Isabela y Conrado de Monferrato, a quien
los barones le dieron su preferencia, y le solicitaron al Rey de Francia que le
proporcionara un marido.
Felipe Augusto por consiguiente eligió a Juan de Brienne (1210-1225), quien
dudó por largo tiempo el ofrecimiento y no llegó a Palestina hasta 1210, obteniendo del
papado, antes de aceptar, una considerable cantidad de dinero como préstamo. Dirigió la
Cruzada de Egipto en 1218 y, después de su derrota, vino a occidente a pedir ayuda.
Hermann von Salza, el Gran Maestre de los Caballeros Teutónicos, le aconsejó dar en
matrimonio al Emperador Federico II a su única hija, Isabela (Yolanda).
En 1225, Enrique de Malta, Almirante de Sicilia, llegó en busca de la joven
princesa a San Juan de Acre y el 9 de noviembre ella se casó con Federico II en
Brindisi. Inmediatamente después de la ceremonia, el emperador declaró que su suegro
debería renunciar al título de Rey de Jerusalén, y él mismo lo adoptó en todos sus actos.
Después de la muerte de Isabela, de quien tuvo un hijo, Conrado, Federico II intentó
tomar posesión de su reino y cumplir su voto de cruzado, cuya ejecución había
pospuesto por mucho tiempo, y desembarcó en San Juan de Acre (septiembre de 1228),
excomulgado por el papa y sin el favor de sus nuevos súbditos. Por medio de un tratado
firmado con el Sultán de Egipto, Federico recuperó Jerusalén y el 18 de marzo de 1229,
sin ningún tipo de ceremonia religiosa, asumió la corona real en la iglesia del Santo
Sepulcro. Habiendo confiado la regencia a Balian d’Ibelin, Señor de Sidón, regresó a
32

Europa. Para fortalecer su poder en el Este envió a San Juan de Acre a Ricardo Filagieri,
mariscal del Imperio, a quien nombró guardián del reino. El nuevo regente combatió la
influencia de los gibelinos y trató de asegurar la posesión de la isla de Chipre, pero fue
conquistado y tuvo que contentarse con colocar una guarnición imperial en Tiro (1232).
En 1243 Conrado, hijo de Federico II, alcanzó la mayoría de edad, la corte de
barones declaró que la regencia del emperador debería terminar, e invitaron al legítimo
rey a venir en persona y ejercer sus derechos. Alicia de Champagne, Reina de Chipre e
hija del Rey Enrique I, reclamó la regencia bajo la base de ser la pariente más cercana
de Isabel de Brienne; y le fue conferida a ella y a su segundo esposo Rafael, Conde de
Soissons, la guarnición imperial, sitiado en Tiro, siendo forzado a capitular.
A la muerte de Alicia (1244) su hijo Enrique de Lusignan, Rey de Chipre,
asumió la regencia pero, en el mes de septiembre de 1244, una tropa de kharizmianos se
apoderó de Jerusalén, al tiempo que los mongoles amenazaban Antioquía. Después de
su Cruzada de Egipto, San Luis IX, Rey de Francia, desembarcó en San Juan de Acre
(1250) y permaneció cuatro años en Palestina, poniendo las fortalezas del reino en
condiciones para repeler cualquier tipo de ofensa militar y esforzándose por reconciliar
a los barones divididos. Sin embargo, en el momento justo en que los Estados cristianos
estaban amenazados por los mongoles y los mamelucos de Egipto, las luchas internas
estaban en su apogeo.
En 1257, con Enrique de Lusignan muerto, algunos de los barones reconocieron
a la Reina Plaisance regente en nombre de su hijo Hugo II, mientras otros le daban su
apoyo a Conradino, nieto de Federico II. Más aún, la guerra civil había estallado en
Acre entre los genoveses y los venecianos, entre los hospitalarios y los templarios, y el
31 de julio de 1258, los venecianos destruyeron la flota genovesa anclada frente a Acre.
El Sultán mameluco Bibars, “el Ballestero”, recomenzó la conquista de Siria sin
encontrar ninguna resistencia y, en 1268, las últimas ciudades cristianas, Trípoli, Sidón
y Acre fueron aisladas una de otra.
El Rey Hugo II de Lusignan había muerto en 1267, y su sucesión estaba en
disputa por su sobrino, Hugo III, quien ya era Rey de Chipre, y María de Antioquía
cuyo abuelo materno era Amalrico de Lusignan. En 1269 los barones reconocieron a
Hugo III, pero el nuevo rey, incapaz de controlar la escasa disciplina de sus súbditos, se
retiró a Chipre después de nombrar a Balián d’Ibelin regente del reino (1276). Pero en
33

1277, María de Antioquía vendió sus derechos a Carlos de Anjou, Rey de Nápoles,
quien, pensando en someter el Este, envió una guarnición bajo el comando de Rogelio
de San Severino, a ocupar Acre.
Después del siciliano Verspers (1282), el cual arruinó los proyectos de Carlos de
Anjou, los habitantes de Acre expulsaron a su senescal y proclamaron a Enrique II de
Chipre (15 de agosto de 1286) como su rey. Pero al mismo tiempo los remanentes de las
posesiones cristianas fueron duramente acosados por los mamelucos. El 5 de abril de
1291, el Sultán Malek-Aschraf apareció ante San Juan de Acre y, a pesar del coraje de
sus defensores, la ciudad fue tomada por asalto el 28 de mayo. El Reino de Jerusalén
dejó de existir, y ninguna de las expediciones del siglo catorce tuvo éxito en
reestablecerlo.
De esa forma concluyó el reino latino de Jerusalén

§ 9- Vigencia del título real Jerusalenico

El título de Rey de Jerusalén continuó usándose con espíritu de rivalidad por los
Reyes de Chipre pertenecientes a la Casa de Lusignan; y los de Sicilia pertenecientes a
la Casa de Anjou, las cuales reclamaban mantener los derechos de María de Antioquía.
La discusión sobre el título, del Reino de Jerusalén, completamente perdido para
occidente, tenía una importancia radical para algunos monarcas cristianos, justamente
por el motivo que Godofredo de Bouillón lo había rechazado.
Por ello las luchas diplomáticas y jurídicas entre las dinastías reinantes en
España, Dos Sicilias, Alemania-Austria y Piamonte-Cerdeña-Italia, se mantuvieron
activas, y con cierta virulencia especialmente durante los siglos XVI a XIX, cuestión
que, hoy en día se encuentra pendiente de resolución.

Pretención chipriota-sabauda
La casa de Savoia reclama para sí el título en virtud de que en el año 1459,
Carlota, hija de Juan III, Rey de Chipre, se casó con Luis de Savoia, Conde de Ginebra,
y en 1485 cedió los derechos sobre Jerusalén a su sobrino Carlos de Savoia; de ahí que
desde esa época hasta la actualidad el título de Rey de Jerusalén es ostentado por los
34

príncipes de la Casa Ducal de Savoia. De allí el título se trasladó al los Reyes de


Cerdeña y, al unificarse Italia con Víctor Manuel II al los Reyes de Italia –todos de la
dinastía sabauda-.
Otro de los argumentos que abonaron la tesis de pertenencia sabauda, cuya
vigencia legal expiró luego de establecerse el Reino de Cerdeña, resulta ser que con la
firma del tratado de Utrecht el 24 de diciembre de 1713, Victor Amadeo de Savoia,
devolvió a Francia, Niza y Savoia a cambio del reino de Sicilia. Al adquirir dicha
corona, también le fueron transferidos los derechos del título monárquico de Jerusalén.
Durante este período se unificaron, en la casa de Savoia, los derechos al título de
Jerusalén que, otrora, se adjudicaban las casas reales de Chipre y de Sicilia.

Pretención siciliana- napolitana - hispánica


La pretención española del título de Rey de Jerusalén reconoce sus antecedentes
en el hecho que a partir 1302, con la paz de Caltabellottade, pasaron los dominio reales
de Nápoles y Sicilia a la corona aragonesa, denominándose tales lares, luego de un par
siglos, como Reino de las Dos Sicilias, gobernado por un virrey español.
Los sucesivos soberanos aragoneses mantuvieron el titulo de «Rex Aragonum
Utriusque Siciliae et Hierusalem». Tras la fusión de Aragón con Castilla (1479) el
Pontífice Julio II, mediante Bula del 3 de Julio de 1510 reconoció a Fernando el
Católico como rey de Nápoles y Jerusalén, y con ello legitimaba el título en cabeza del
soberano español.
Tiempo antes, y coincidiendo con los últimos días de la Toma de Granada, el
Sultán turco amenazó a los soberanos españoles con "derribar los templos e iglesias que
había en su Reino, hasta destruir el Sepulcro Santo de Jerusalén", haciendo notar que,
internacionalmente, también existía un reconocimiento expreso o implícito de la
titularidad de la corona de Jerusalén en los reyes godos.
Luego las relaciones diplomáticas comienzan a ser indirectas, generalmente a
través del Papa Julio III: Carlos V y Felipe II solicitarían autorización para reedificar el
Santo Sepulcro.
Concluída la dinastía de los Habsburgo, con el Rey Hechizado Carlos II, sin que
éste hubiera dejado sucesores, los derechos españoles sobre el Reino de Jerusalén
quedaron en poder del duque de Savoia por la cesión de los dominios de Sicilia según
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convenía el tratado de Utrech, como ya vimos, aunque en 1720 la corona Siciliana


pasará al emperador autríaco de Carlos VI de Habsburgo. Recién en 1734 el reino
volvería al autoridad de España, dominada por la nueva dinastía gobernante de los
borbones, entonces Carlos, hijo de Felipe V de España, fue nombrado Rey de las dos
Sicilias, asociándose nuevamente con la Casa Real hispana.
Carlos III de España, su heredero Carlos IV, y todos los sucesores de la corona
goda mantuvieron el título real de Jerusalén.

Pretención siciliana- napolitana- dos Sicilias


La pretención del título de Jerusalén estuvo en cabeza de la dinastía
Borbón-España, propietaria de la corona de Sicilia, hata que el Rey Carlos VII fue
llamado para hacerse cargo del gobierno ibérico (Carlos III de España). Entonces
ocurrió que al renunciar a la corona siciliana promulgó la Pragmática del 6 octubre 1759
con la cual, escindió sus dominios y los adjudicó a dos casas reales borbónicas. Una,
España, se reservó para sí y para su segundo hijo Carlos Antonio (Carlos IV de España)
y la otra para su primogénito Fernando de tan sólo ocho años. Desde aquel momento
Sicilia pertenecerá soberanamente a la dinastía Borbón-dos Sicilias.
Los monarcas dos-sicilias incorporaron y mantuvieron las armas del Reino
Latino de Jerusalén en su escudo oficial hasta 1861. Actualmente el Duque de Calabria,
heredero de los derecho dinásticos, lo ostenta en su blasón junto a dieciséis armas más.

Pretención siciliana- Habsburgo Lorena


Al gobernar Sicilia en 1720, el Sacro Emperador Romano Carlos VI de
Habsburgo, mantuvo el título de Jerusalén para sí y sus sucesores.
36
37

SEGUNDA PARTE

CAPITULO III

LAS ORDENES MILITARES

Sumario: § 10- Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. § 11- La Orden Hospitalaria y Miltar de San
Lázaro de Jerusalén. § 12- La Soberna y Militar Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta. § 13-
La Orden de la Milicia del Templo de Jerusalén. § 14- La Orden del Hospital de Santa María de los
Alemanes de Jerusalén

§ 10- Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén

El móvil principal de las cruzadas fue la recuperación para el cristianismo del


Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo que se encontraba en manos de infieles. Con la
llegada de las tropas europeas a Jerusalén comandadas por el Duque de Baja Lorena, y
la inmediata constitución de un Reino Latino, el Defensor del Santo Sepulcro armando
cincuenta caballeros sobre la tumba del Redentor constitutuyó una cofradía militar el 14
de julio de 1099 para la defensa del Sepulcro y para la gloria de Dios, y por lo tanto los
“sepulturistas” fueron los encargados de la custodia del monumento más caro para la
cristiandad desde aquella fecha hasta la caída del Reino Latino en 1291.
El mismo Godofredo de Bouillón ejercía la comandancia de la tropa, que sería
heredada por los soberanos de Jerusalén, y la protección espiritual se puso a manos del
Patriarca Latino de la ciudad. En 1114 Arnolfo decretó la trasformación canónica de la
milicia en orden eclesiástica, redactando una regla similar a la agustiniana.
Desde sus comienzos numerosos caballeros cristianos ingresaron a la Orden
constituyéndose en la más prestigiosa orden militar con activa participación política en
el Reino, ya que tenían presencia efectiva en la Corte de Jerusalén. Ello mismo motivó
que los caballeros sepoulcristas tomaran parte en casi todos los hechos de armas a partir
del año 1.123, luchando al lado de todos los reyes latinos de Jerusalén como su milicia
de élite. Su estandarte e insigneas eran las mismas que la del Reino latino de Jerusalén.
38

El emblema de la orden, desde un principio, estuvo cargado del simbolismo


cristiano. La cruz quíntuple color roja para recordar la crucifixión del Salvador,
contorneada con oro significando la resurrección. El lema, en latín fue el llamado de la
cruzada: "Deus lo vult". Al lado dos ángeles como tenantes, uno con el baston del
peregrino, el otro con la lanza del cruzado, ambos llevando en su pecho la “conchilla” la
cual los viajantes utiliazaban para tomar agua en su periplo. Surmontado el escudo un
trofeo de guerra, y el yelmo del caballero que recordaba la naturalza militar de la orden,
ornado con una corona de espinas, como recuerdo de la Pasión del Hijo de Dios.
Los caballeros del Santo Sepulcro estuvieron al lado del Rey en el sitio de Tiro,
en la toma del castillo de Monteferrand, en el sitio de Damasco, en la toma de Arcalea,
en la batalla de Bethsan, y en el sitio final de San Juan de Acre, en el que el Prior de la
Orden que murió combatiendo.
Con la toma de Jerusalén por los turcos, los sepulcristas se trasladaron a Europa
extendiéndose por casi todo el continente, pero perdiendo su carácter militar al finalizar
las cruzadas.
En Europa la Orden tuvo una destacada participación en la reconquista de
España, a tal grado que en Cataluña, el conde soberano Ramón Berenguer III (1082-
1131) tomó el hábito sepulcrista. En Aragón, el rey Alfonso I el Batallador (1073-1134)
quiso hacer otro tanto, pero eligiendo la Orden del Santo Sepulcro como heredera de su
reino y dominios, conjuntamente con la del Hospital y la del Temple, según su
testamento de 1134. La Orden sepulcrista cedió sus derechos al rey Berenguer IV. Muy
agradecido por la merced, el soberano catalán ingresó en la Orden del Santo Sepulcro,
pero sin renunciar a la gobernación de sus Estados, con lo cual la citada Orden quedó
firmemente asentada en Cataluña. Los caballeros del Santo Sepulcro continuaron en
España batallando contra los musulmanes hasta el punto que el rey Jaime I el
Conquistador los hizo objeto de grandes y ricas mercedes
Restablecidas las relaciones con los musulmanes de Jerusalén, gracias a la
colaboración diplomática del Rey de Nápoles Roberto de Anjou, la Orden fue
reestablecida en la custodia del Sepulcro Santo, permitíendose nuevamente las
peregrinaciones cristianas a Palestina. Luego el Papa Clemente VI, con la Bula Gratias
Agimus del 21 noviembre 1342 entregó la salvaguardia de la Tumba Santa de Jerusalén
a la orden franciscana y los autorizó a armar caballeros sepulcristas a todos aquellos que
39

marchaban hacia allí en peregrinación, siendo condición indispensable para ser cruzados
que los neófitos pertenecieran a familias principales de Europa.
En 1480, el Papa Inocencio VII decidió incorporar la Orden del Santo Sepulcro a
la de San Juan, no obstante lo cual un grupo de caballeros españoles la mantuvieron
bajo la anuencia pontificia y el maestrazgo del Rey de España (que, como vimos, se
consideraba heredero de la corona de Jerusalén).
Unos años más tarde, en 1496, el Pontífice Alejandro VI declaró para sí y sus
sucesores la jefatura suprema de la Orden, delegando el conferimiento caballerezco al
Guardián Franciscano del Monte Sión.
Los papas Alejando VII y Benedicto XIII renovaron a los padres franciscanos el
privilegio otorgado por Alejandro VI.
Posteriormente, al reestablecerse canónicamente la Orden, en 1847, Pío IX
dispuso la titularidad del Gran Maestrazgo a los Patriarcas Latinos de Jerusalén
mediante el breve apostólico Nulla celebrior, siendo el primero de ellos en ejercerlo
S.E.R Monseñor José Valerga.
Su Santidad León XIII, con la letra apostólica datada el 3 de agosto de 1888
permitió el ingreso a la milicia sepulcrista de las Damas.
En 1907 el Pontífice Pío X modificó la constitución de la Orden, reservándose
para sí el Gran Maestrazgo. En 1928 Pio XI restituyó el magisterio al Patriarca Latino
de Jerusalén.
Por disposición del pontífice Pío XII la Orden adquirió personalidad jurídica del
derecho canónico y Pablo VI dictó el último estatuto (1977) que a la fecha se encuentra
vigente, por el cual se ha establecido el gran maestrazgo sepulcrista en un Cardenal de
la Santa Iglesia y dando al Patriarca el priorazgo.
En lo que respecta a la medalla, la misma está compuesta por la cinta de moire,
color negra, la cruz quíntuple color gules y un trofero de armas en oro.
En la actualidad, la Orden se divide en tres grados: Caballeros, Comendadores y
Grandes Cruces.
En cuanto al uniforme existe cierta autonomía, por lo que cada Lugarteniencia lo
propone y el Gran Maestre lo aprueba. El uniforme que rige en España es de paño
blanco, con charreteras de coronel, espada y sombrero de dos puntas, pantalón azul con
galones dorados, y en la casaca la cruz quíntuple color roja.
40

Cronología de los Grandes Maestres


Godofredo de Bouillon, Duque de Baja Lorena y Defensor del Santo Sepulcro 1099
Balduino I, Rey de Jerusalén 1110
Balduino II, Rey de Jerusalén 1118
Fulco de Anjou, Rey de Jerusalén 1134
Balduino III, Rey de Jerusalén 1143
Amalrico I, Rey de Jerusalén1162
Balduino IV, Rey de Jerusalén 1173
Balduino V, Rey de Jerusalén 1183
Sibila, Reina de Jerusalén 1184
Guido de Lusignan, Rey de Jerusalén 1186
Enrique de Champaña, Rey de Jerusalén 1192
Juan de Briena, Rey de Jerusalén 1210
Federico II, Rey de Jerusalén 1228
Conrado, Rey de Jerusalén 1250
Manfredo, Rey de Jerusalén 1254
Carlos de Anjou Rey de Jerusalén 1254
Hugo III, Rey de Jerusalén 1269
María de Antioquia, Reina de Jerusalén 1277
Carlos II, Rey de Nápoles y Rey titular de Jerusalén 1285
Roberto I, Rey de Nápoles y Rey titular de Jerusalén 1309

Juana I, Reina de Nápoles y Reina titular de Jerusalén 1343

Carlos III, Rey de Nápoles y Rey titular de Jerusalén 1382

Ladislao I, Rey de Nápoles, y Rey titular de Jerusalén 1386


Marín I Rey de Sicilia y Rey titular de Jerusalén 1410
Fernando I Rey de Aragón, de Sicilia y Rey titular de Jerusalén 1412
Alfonso V Rey de Aragon, de Sicilia y Rey titular de Jerusalén 1416
Juan II Rey de Aragón, de Sicilia y Rey titular de Jerusalén 1458
Fernando II Rey de Aragón, Sicilia y Rey titular de Jerusalén 1516
Carlos I Rey de España, Rey titular de Jerusalén 1516
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Felipe II Rey de España, Rey titular de Jerusalén 1555


Felipe III Rey de España, Rey titular de Jerusalén 1598
Felipe V Rey de España, Rey titular de Jerusalén 1621
Carlos II Rey de España y Rey titular de Jerusalén 1667
Custodios franciscanos de Tierra Santa
S.E.R. José Valerga, Patriarca Latino de Jerusalén 1847
S.E.R. Vicente Bracco, Patriarca Latino de Jerusalén 1873
S.E.R. Luis Piavi, Patriarca Latino de Jerusalén 1889
S.E.R. Felipe Camassei, Patriarca Latino de Jerusalén 1907
S.E. Pío X, Romano Pontífice 1907
S.E.R. Luis Barlassina, Patriarca Latino de Jerusalén 1920
S.S. Pius XII, Romano Pontífice 1940
S.E.R. Nicolas Cardenal Canali 1940
S.E.R. Eugenio Cardenal Tisserant 1962
S.E.R. Maximiliano Cardenal de Furstenberg 1972
S.E.R. José Cardenal Caprio 1988
S.E.R. Carlo Cardenal Furno 1996.

§ 11- La Orden Hospitalaria y Militar de San Lázaro de Jerusalén

Quizás, San Lázaro fue una de las comunidades cristianas más antiguas de
Palestina. Desde la antigüedad, se sabe a ciencia cierta, existía un leprosario fuera de las
murallas de la Ciudad Santa. Aquél hospital, a la llegada de los Cruzados a Jerusalén se
encontraba atendido por Gerardo de Tom, antiguo encargado del Hospital de San Juan
que, según la tradición había contraído lepra.
Rápidamente el lazareto se pobló con enfermos provenientes de las huestes de
los guerreros cristianos. La comunidad de leprosos, según autorizados historiadores,
recibió la atención del Rey Enrique I de Inglaterra, al ordenar una importante donación
a los leprosos de San Lázaro.
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El inicio de la Orden de San Lázaro se encuentra vinculado, como vimos, a la


que surgiría del hospital de San Juan, ambas con fines asistenciales, las dos
administradas por Gerardo de Tom.
Con el reconocimiento pontificio de la Orden Hospitalaria de los sanjuanistas
vino dos años después, el de los lazaristas. A Gerardo le sucedió en la administración
del leprosario su más fiel colaborador e igualmente caballero de San Juan, Boyant
Roger. Al parecer los encargados de San Lázaro eran elegidos entre los caballeros de
San Juan que habían contraído la terrible enfermedad.
Con el tiempo los monarcas de Jerusalén dispusieron que los caballeros
sepulcristas, sanjuaninos y templarios que hubieran contraído lepra debían abandonar su
orden y tomar el hábito lazarista, lo que hace presuponer que poco a poco los
hospitalarios adquirieron, en los hechos, el carácter de militares; cuestión que fue
abordada años más tarde por el pontífice Alejandro IV el que con el breve Cum a nobis
del 11 de abril de 1254 erigió la comunidad militar, dotándola -además- de la estricta
regla agustiniana.
Unos años antes se había dictado la Constitución, aprobada por el papa Gregorio
IX en 1224, que transformaba la comunidad en Orden canónica. Inocencio IV, dos
décadas después, autorizó a los caballeros de la Orden a elegir su Gran Maestre entre los
hermanos que estuvieren aquejados por la enfermedad de sus pacientes.
La Segunda Cruzada propició a los lazaristas la expansión de su trabajo
humanitario hacia Francia (1149), en donde el Rey Luis VII les confió una fortaleza
hospital de leprosos. De allí en más la orden se trasladó a Inglaterra y Escocia.
Reinando en Jerusalén Balduino IV, que padecía de lepra, la Orden adquirió
gran importancia, habida cuenta la atención de su dolencia estaba a cargo de los
hermanos lazaristas dirigidos por Gerardo de Montclar. Eso mismo determinó la
participación, junto a los caballeros de San Juan y de la Militia Christi en el campo de
batalla al lado del joven Rey, quién en testimonio de agradecimiento les dió como
insignia la Cruz Verde.
En 1265 el Papa Clemente IV, a través de las bulas Cum Dilectis filis y
Venerabilis Fratibus exhortaba a la jerarquía eclesiástica a autorizar a los lazaristas a
pedir limosnas en las Iglesias.
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La Orden continuó con su tarea caritativa y asistencial en Tierra Santa hasta que
fueron perdidas las ciudades de Jerusalén y San Juan de Acre, momento desde el cual
ésta se dispersó, gracias al Emperador Federico II, Rey de Jerusalén, por el sur de Italia.
Reconquistada para los Cruzados San Juan de Acre (1191), la Orden adquirió la
soberanía del barrio de Montmusard al norte de la ciudad, que fue fortificado a expensas
de la Cruz Verde.
La pérdida definitiva de Tierra Santa en 1291 no logró doblegar a las ordenes de
caballería cristianas, las cuales comenzaron su éxodo hacia Europa. La Orden de los
leprosos instaló su sede principal en Boigny, reino de Francia, en donde se terminó
asentando el gran magisterio con facultades de ejercer el gobierno político de la región.
Allí, pronto, la Orden se ganó el favor de la clerecía y de los nobles, al punto tal de ser
la organización caballerezca preferida del rey Felipe el Hermoso –al mismo momento
que iniciaba su persecución a la Orden del Temple, como veremos más adelante-.
Los lazaristas continuaron encargándose de los leprosarios y expandiéndose por
Europa. El fin asistencial que había dado origen a la institución se mantenía vigente,
cada vez con mayor fervor cristiano. Su participación militar, sin embargo no se opacó.
Las huestes de la Cruz verde estuvieron en el frente de batalla cuando el sitio de Orleáns
bajo la comandancia de Santa Juana de Arco (1428).
Mientras se acrecentaba el prestigio de San Lázaro, el Gran Maestre Pedro de
Ruaux nombró “Maestre de Sicilia” al prior de Capúa, en Italia. Esta decisión costaría
caro a la unidad de la Orden, ya que tiempo después Capúa adquirió plena autonomía y
teminó escindida y poniéndose, por el dictado de la Bula Inter Assiduas de 1565, a las
órdenes de Gionotto de Castiglione, y posteriormente por bula Procomissa nobis de
1572 el pontífice Gregorio XIII la otorgó, finalmente, al Duque Manuel Filiberto de
Savoia y a sus descendientes, erigiéndose unos años después la Orden unida, de los
Santos Mauricio y Lázaro (1600).
El nóvel maestre de la igualmente nóvel orden consiguió del Rey Carlos IX la
consesión de toda la Orden de San Lázaro Francia, inciándose un período de seis años
en los que la resistencia de los caballeros franceses se opuso al maestrazgo sabaudo. Fue
entonces cuando el galo Rey Enrique III dispuso, en su calidad de protector de los
lazaristas, la confirmación de Salviati como “Gobernador y Gran Maestre General de
los Hospitales, leprosarios y casas de toda la Orden de San Lázaro de Jerusalén, Belén y
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Nazareth, aquí y más allá de los mares”. Su gobierno, memorable para la religión,
posibilitó la permanencia de la Orden en el país de Santa Juana de Arco no obstante las
luchas políticas intestinas que ya se habían manifestado.
Pero será, sin dudas, durante el reinado del convertido Enrique IV, cuando la
Orden readquirió importancia. Para ello el Pontífice Pablo V promulgó las bulas
Pontifex Maximus (1607) y Militantium Oprdinum Instituto (1608) por las cuales
establecía y aprobaba sus estatutos y las estrictas reglas de las Ordenes Reales de San
Lázaro de Jerusalén y de Nuestra Señora del Monte Carmelo. La Orden, por decisión
pontifical, fue puesta bajo la autoridad directa del monarca, como un gesto de gratitud
papal a la sincera conversión de la Fé católica del rey francés.
Inmediatamente, el 15 de Abril de 1608, el soberano confirmó como Gran
Maestre de las dos ordenes a Filiberto de Nerestang (cuyo nombramiento en el
maestrazgo de San Lázaro posesionaba desde 1604).
De inmediato comenzaron a investirse caballeros de la más alta nobleza
francesa, adquiriendo la orden un matiz sumamente religioso, militar y un prestigio
inconmensurable.
El Rey Sol, Luis XIV, mediante un edicto de 1664, dio a la Orden mayores
beneficios y desencadenó un nuevo y ardiente vigor en las autoridades y en los
caballeros de la religión, a punto tal que prontamente armaron una flota compuesta de
dos navíos: el San Lázaro y el Nuestra Señora del Monte Carmelo, que se pusieron a las
órdenes de la Riviere para luchar en contra de Inglaterra.
El carácter castrense, nuevamente revitalizado por la participación de los
caballeros en la contienda, dio origen al surgimiento de la Academia Militar de la Orden
de San Lázaro, donde se enseñaba a la nobleza equitación, esgrima, instrucción militar,
matemáticas y geografía.
El 4 de febrero de 1673 marcó otro hito histórico para la Orden, cuando el Rey
de Francia se reservó el gran maestrazgo y designó vicario general a su ministro de
Estado, el marqués de Louvois. La Orden fue asimilada a un ministerio de acción social
al disponerse que sus bienes serían administrados para atender a soldados retirados y sin
recursos y se pondría a su cuidado a todos los hospitales del reino.
Una nueva época de oro se avecinaba cuando el Duque de Orleáns, regente en
Francia, nombró a su hijo Luis, Duque de Chartres, gran maestre de las Ordenes Reales
45

de San Lázaro de Jerusalén y Nuestra Señora del Monte Carmelo. El 23 de enero de


1727 juró el nuevo maestre ante el mismísimo Rey, Luis XV.
Luego, en 1757, le siguió en el magisterio de la Orden Luis de Francia, Duque
de Berry, que al convertirse en Delfín de Francia abandonó el cargo (1773), más tarde
sería rey con el nombre de Luis XVI.
El rey dispuso que su nieto, el Conde de Provenza, Luis Estanislao Javier de
Borbón, se convirtiera en Gran Maestre (1773). Bajo su gobierno se dictó una nueva
regla y se asentuó aún más el carácter militar de San Lázaro. Pronto ocurrió la toma de
la Bastilla, y la Asamblea, con sus medidas radicales y muchas veces arbitrarias
suprimió todas las ordenes del reino. Se iniciaba, así, una nueva historia para los
lazaristas.
Durante la revolución francesa y el imperio napoleónico, el conde de Provenza,
devino en Rey de Francia como Luis XVIII, y se transformó en Protector de la Orden
luego de la restauración monárquica.
Desde aquella época, se sucedieron como “Protectores” Carlos X Rey de
Francia, y luego el Conde de Chambord, Enrique V, cuya aspiración al trono francés
tenía un sólido basamento jurídico (1830).
Entonces fue que los caballeros de la Orden de San Lázaro decidieron su propia
suerte al ponerse bajo la autoridad política y espiritual del Patriarca católico de
Antioquía, y de ese modo volvían a la tierra que, varias centurias antes, los habían visto
asistir a sus enfermos y luchar por la cristiandad. La Orden continuó cruzando
caballeros de ilustre cuna y de nobleza de alma. Este período comprendió el lapso de
tiempo que corre entre los años 1833 a 1929.
Fue en 1930 cuando se inició la restauración del Gran Maestrazgo puesto en
cabeza de don Francisco de Paula Borbón y de la Torre, IV Duque de Sevilla, “Hijo de
Francia”. De este modo, sin quererlo, la Orden retornó a la dinastía protectora, y
gracias a la infatigable acción de los Duques de Sevilla que se sucedieron en el gobierno
de la Orden, la religión de San Lázaro inció un nuevo período de glorias, basadas en la
caridad cristiana ecuménica.
La insignia actual de la Orden es una cruz de ocho puntas esmaltadas en sínople,
en cuyo centro un círculo con el lema de la Orden “Atavis et Armis” y la figura de
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Lázaro resucitado por Jesucristo. Del reverso, en sobre relieve, la imagen de la Virgen
María.
El uniforme principal, que puede variar de jurisdicción en jurisdicción, marca la
tradición militar de la Orden: una casaca color natural con la cruz verde de ocho puntas
al centro bordeada de olivos en oro, charreteras de general y pantalón negro con listones
dorados. Espadín y sombrero de dos picos.

Cronología de los Grandes Maestres


Beato Gerardo 1118
Boyant Roger 1120
Jean 1131
Bartélemo 1153
Itier 1154
Hugo de Saint-Pol 1155
Raymundo du Puy 1157
Rainiero 1164
Raymundo 1168
Gerardo de Montclar 1169
Bernardo
Gautier de Neufchâtel o de Châteauneuf 1228
Raynaud de Flory 1234
Juan de Meaux 1267
Thomas de Sainville 1277
Adam de Veau 1314
Juan de Paris 1342
Juan de Coaraze 1354
Juan Conte 1355
Santiago de Besnes o de Baynes 1368
Pedro de Ruaux 1413
Guillermo de Mares 1460
Juan le Cornu 1469
Francisco d'Amboise 1493
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Agnan de Mareul 1500


Francisco de Borbon, Conde de Saint-Pol 1519
Claudio de Mareul 1521
Juan Conti 1524
Juan de Levis 1557
Miguel de Seure 1564
Francisco Salviati 1578
Miguel de Seure 1586
Armando de Clermont de Chastes 1593
Carlos de Gayand de Monterolles 1603
A partir de 1608 Orden de San Lázaro y de Nuestra Señora del Monte Carmelo
Filiberto, Marqués de Nerestang 1608
Claudio, Marqués de Nerestang 1620
Carlos, Marqués de Nerestang 1639
Carlos-Achille, Marqués de Nerestang 1645
Miguel le Tellier, Marqués de Louvois 1673
Felipe de Courcillon, Marqués de Dangeau 1693
Luis de Orléans, Duque de Chartres, luego Duque de Orléans 1720
Luis de Francia, Duke de Berry, luego Rey de Francia (Luis XVI) 1757
Luis Estanislao Javier de Francia, Conde de Provence, luego Rey de Francia (Luis
XVIII) 1773
Orden Hospitalaria y Militar de San Lázaro de Jerusalén
Francisco de Paula de Borbón y de la Torre, Duque de Sevilla 1930
Francisco Enrique de Borbón y de Borbón, Duque de Sevilla 1952
Carlos Felipe de Bourbon-Orléans, Duque de Aleçon, Vendôme and Nemours, Primer
Principe de Sangre de Francia 1967
Obediencia de Malta:
Francisco Enrique de Borbón y de Borbón, Duque de Sevilla 1973
Francisco de Paula de Borbón y Escasany, Duque de Sevilla 1996
Obediencia de París
Pedro de Cossé, Duque de Brissac 1969
Francisco de Cossé, Marqués luego Duque de Brissac 1986
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Reunificación de la Orden
Francisco de Paula de Borbón y Escasany, Duque de Sevilla 2003

§ 12- La Soberana Orden Militar de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta

En el año de 1048, reinaba sobre Palestina el Califa Mustafá-Billah, bajo cuyo


dominio político se encontraban los Santos Lugares. Siendo un hombre de ideas amplias
y tolerantes, permitió que acudieran allí numerosos peregrinos cristianos deseosos de
visitar los sitios donde Jesucristo había vivido y el sepulcro donde habían depositado su
cuerpo; sin embargo, la inmensa mayoría de los musulmanes distaban mucho de
comportarse humanamente con aquellos viajeros, sometiéndolos a innumerables abusos
y sufrimientos. Es así como, un grupo de ricos mercaderes procedentes de la entonces
floreciente república marítima italiana de Amalfi, condolidos de la triste situación a la
que habían llegado los peregrinos de la Palestina, gestionaron y obtuvieron autorización
del Califa para edificar una hospedería hospital en honor de la Virgen María y de San
Juan Bautista, destinada a dar albergue a los peregrinos que acudían a Tierra Santa.
Quedó así fundada en 1048 la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén que
años más tarde estuvo bajo la dirección del Beato Gerardo de Tom, quien persuadió a
muchos peregrinos que habían sido asistidos y curados en el hospital, para constituir
una hermandad bajo la denominación de Hospitalarios de San Juan de Jerusalén.
Durante la primera cruzada la Orden religiosa-hospitalaria se vio en la necesidad
de proteger a sus miembros y propiedades de los constantes ataques perpetrados por los
infieles, adquiriendo desde este momento, un carácter militar.
Para 1099 la Ciudad Santa fue sitiada y conquistada por los cristianos quienes
proclamaron a Godofredo de Bouillón como defensor de Jerusalén. Este monarca tomó
bajo su protección a la naciente orden y como recompensa por sus servicios concedió al
Hospital la décima parte del territorio conquistado.
Con la Bula Apostólica "Pie postulatio voluntati” fechada el 15 de febrero de
1113 y dirigida al "venerabili filio Gerardo institutori, ac praeposito hierosolymitani
xenodochii, eiusque legitimis successoribus in perpetuam", el Papa Pascual II concedió
su aprobación a la institución caritativa, poniéndola bajo la protección de la Santa Sede
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y asegurándole el derecho de elegir de modo independiente y autónomo, al sucesor de


Gerardo de Tom sin la intervención de altas autoridades laicas o eclesiásticas, pero
dejando todo ello a la aprobación definitiva del Sumo Pontífice.
Al morir Gerardo de Tom en 1119, sucedióle en la rectoría de la hermandad el
Beato Raimundo Dupuy, quien redactó bajo la severa regla de San Agustín, la propia
regla de la Orden de San Juan, que fue aprobada y confirmada en 1120 por el Papa
Calixto II, y ratificada por Honorio II en 1123 y por Inocencio II en 1130, reconociendo
los privilegios y autonomía que hasta la fecha gozaba.
En 1248, el Papa Inocencio IV autorizó a los Caballeros en servicio activo el
llevar en lugar de la túnica, un manto negro sobre la armadura; en 1259, el Papa
Alejandro IV cambió el negro por rojo, color que permaneció como el uniforme de la
Orden hasta nuestros días. El Hábito de Iglesia, en cambio, permaneció negro. La
bandera de la Orden, roja con cruz blanca, se usaba ya en el siglo XIII.
Gracias a sus enormes posesiones en el Levante y en occidente, la Orden pudo
establecer a lo largo de las vías de peregrinajes más importantes una red de hospicios
(domus hospitales), para el servicio y la defensa de los caminantes.
La Defensa de la Fe (Tuitio Fidei) no eclipsó el otro objetivo de los Caballeros, el
Servicio a los Pobres (Obsequium Pauperum); y sirviendo a "nuestros señores los
enfermos", instituyeron, junto a la hermana Orden de San Lázaro, el primer servicio
hospitalario internacional de la historia, que se transformó en modelo y ejemplo de todo
aquello que se realizó en este campo en el Medioevo.
Las Cruzadas llegaron a su trágico desenlace y Tierra Santa fue nuevamente
perdida por los Cristianos.
En 1187, el Reino de Jerusalén fue invadido por los ejércitos de Saladino, no
obstante la resistencia, después de que en mayo el Gran Maestre Frà Roger de Moulins
(1177-1187) cayera en batalla. Perdida para la causa cristiana San Juan de Acre la
Orden tuvo que trasladarse a Chipre, estableciendo el cuartel general en Limisso bajo la
protección de los soberanos de esta isla. Este desastre, que debilitó la moral de los
Templarios, fortaleció la de los Hospitalarios e impulsó al Gran Maestre Frà Giovanni
de Villiers, a hacer más rígida la disciplina de la Orden.
Fue durante la estancia en Chipre que se formaron los primeros elementos de su
flota. No obstante, para combatir en forma eficaz a los musulmanes, era necesario ser
50

independientes, característica ésta comprometida mientras la Orden gozaba de la


hospitalidad del Rey de Chipre. Bajo tales circunstancias, al mando del Gran Maestre
Frà Folcó de Villaret (1305-1319), la Orden adquirió por derecho de conquista en forma
definitiva, hacia el año de 1310 la isla de Rodas, que era nominalmente bizantina. Con
esta acción, la Orden alcanzó la soberanía territorial y fortaleció su posición de ente
soberano reconocido universalmente por las potencias europeas y la Santa Sede,
invistiendo al Gran Maestre con el nuevo carácter de Príncipe de Rodas.
Haciendo uso de esta nueva condición, la Orden se volvió una potencia territorial
y naval internacionalmente reconocida. En Rodas y en las pequeñas islas adyacentes de
Cos, Nisaria, Episcopia, Castelroso y otras, los ahora llamados "Caballeros de Rodas",
formaron una república aristocrática bajo el Gran Maestre y el Consejo, reinando por
más de 200 años sobre los griegos autóctonos y sobre otras colonias, acuñando moneda
propia, manteniendo relaciones diplomáticas con otros estados y, navegando bajo su
propia bandera, combatieron sin tregua contra los enemigos de la fe cristiana y
patrullaron los mares orientales en defensa del Cristianismo.
Ya hacia el siglo XIV, un inicio de nacionalismo tocó a la Orden, de igual forma
en que lo hacía en el continente europeo con los distintos reinos. Este proceso produjó
la división de la Orden en Lenguas que terminaron por manifestar corrientes
nacionalistas.
Con el fin de eliminar cualquier desavenencia entre los grupos nacionales, se
estableció para el jefe de cada grupo -llamado "Bailío Conventual"- el monopolizar uno
de los altos cargos de la Orden. Así, el Bailío Conventual de Provenza se convirtió "ex
officio" en Gran Comendador, siguiendo en grado al Gran Maestre, por el poder, en
caso de necesidad, de sustituirlo en el comando de las fuerzas armadas; el de Alverina
se volvió Mariscal; el de Francia, Gran Hospitalario; el de Italia obtuvo el cargo de
Almirante; el de Aragón fue el Gran Conservador con la obligación de guarnecer el
equipo militar, las municiones y provisiones; el de Inglaterra se convirtió en el
"Turcopoliere", que había comandado en otras épocas a la caballería indígena de los
turcópolos, y se encontraba ahora a la cabeza de pequeñas flotas que patrullaban las
costas y aprovisionaban a las tropas; el de Alemania fue el Gran Bailío encargado de las
fortificaciones; y el de Castilla-Portugal fue el Gran Canciller.
51

La Cruzada conducida por la Orden a Rodas fue desafortunada así como la que se
había llevado a cabo en tierra firme. El Islam avanzaba en forma irresistible,
encabezado por el Imperio Turco de los Otomanos, que surgió en Asia Menor y se
expandió hacia los Balcanes y que, en 1453, con la toma de Constantinopla, destruyó al
Imperio Bizantino. El siguiente obstáculo a superar lo representaban los Caballeros de
Rodas con sus fortalezas marítimas y su poderosa armada que dominaba el
Mediterráneo Oriental.
Amenazados ante estas perspectivas, los Caballeros de Rodas hicieron frente a los
diversos ataques perpetrados por los musulmanes durante 1440, 1444, 1469 y en 1480,
rechazándolos siempre con éxito. Pero el de 1522 se reveló fatal. El Sultán Solimán "El
Magnífico" se lanzó en contra de Rodas, y después de una épica defensa de seis meses,
el Gran Maestre Frà Filippo de Villiers de L'Isle-Adam (1521-1534), tuvo que rendirse
el 24 de diciembre de 1522.
Fue durante esta época que el emperador Carlos V cedió a la Orden como feudo
soberano el archipiélago de Malta, Gozo y Comino, hasta entonces parte de la Corona
de Sicilia, y Trípoli en el Norte de África, que sería perdida en 1551. La Orden por su
lado, se empeñaba en permanecer perpetuamente neutral en las guerras entre países
cristianos.
Malta, como lo había sido Rodas en su época, se convirtió para la Orden en el
escenario de un gran capítulo de su historia. Fue ésta la segunda fase naval de los
Caballeros, que desde entonces fueron conocidos como los Caballeros de Malta. Esta
vez la Cruzada continuó en el Mediterráneo Occidental. La Orden se volvió objeto de
odio violento de los musulmanes y Malta tuvo que sufrir numerosos ataques otomanos,
especialmente en 1551, 1556 y 1644 los cuales fueron rechazados con éxito.
En Malta, la Orden alcanzó el máximo esplendor y fortaleció su poder temporal.
Se edificaron grandes fortificaciones que protegieron a la isla de eventuales ataques
musulmanes, y fundaron en 1566 la ciudad de La Valette que se estableció como su
capital.
En 1798, Bonaparte, durante su campaña contra Egipto, ocupó la isla de Malta y
expulsó a la Orden. Los Caballeros se encontraron de nuevo sin sede territorial. A ello
siguió lo que se ha llamado el golpe de Estado ruso (1798-1803).
52

El Emperador Pablo I de Rusia, se hizo proclamar Gran Maestre (de facto) por un
reducido grupo de Caballeros, en lugar del Gran Maestre Frey Ferdinand von
Hompesch, quien se había visto obligado a abandonar Malta dejándola en manos
francesas. Esa proclamación no fue reconocida por la Santa Sede (condición necesaria
para su legitimidad). Su sucesor, Alejandro I, en cambio, ayudó a la Orden a regresar a
un gobierno legítimo y en 1803, Frey Giovanni Battista Tommasi fue elegido Gran
Maestre.
Los ingleses habían ocupado Malta en 1801 y, aunque el Tratado de Amiens
(1802) reconoció los derechos soberanos de la Orden sobre la isla, nunca le ha sido
posible hacerlos valer.
Después de haber tenido sedes provisionales en Mesina, Catania y Ferrara, la
Orden finalmente en 1834, se estableció en Roma, donde hasta ahora goza de
extraterritorialidad en el Palacio de Malta (en el número 68 de la Via Condotti) y en la
Villa del Aventino.
Desde 1805 la Orden había sido regida por Lugartenientes hasta que en 1879, el
Papa Leon XIII, restauró el Gran Magisterio y los honores de Cardenal adjuntos al
cargo. La labor hospitalaria volvió a ser su objetivo principal.
La estructura de la Orden de Malta, se constituye como una institución
supranacional que, sin abandonar la defensa de los ideales cristianos, consagra sus
energías y recursos a la asistencia humanitaria y social, es la única Orden religiosa de la
Iglesia Católica en ser a la vez, una Orden Católica de Caballería.
La soberanía de la Orden es ejercida por el Príncipe y Gran Maestre, quien es su
Jefe Supremo, y de los Consejos (el Soberano Consejo, el Capítulo General y el
Consejo Completo de Estado).
La orden se divide territorialmente en Grandes Prioratos, Prioratos, Subprioratos
y Asociaciones Nacionales
El Gran Maestre gobierna la Orden asistido por el Soberano Consejo, presidido
por él y constituido por cuatro altos dignatarios (el Gran Comendador, el Gran
Canciller, el Hospitalario y el Recibidor del Tesoro Común), cuatro Consejeros y dos
Consejeros suplentes, todos ellos elegidos por el Capítulo General entre los Caballeros
Profesos, o excepcionalmente entre los Caballeros de Obediencia.
53

El Sumo Pontífice nombra como su representante a un Cardenal de la Iglesia


Católica Romana, quien tiene título de Cardinalis Patronus; este último es asistido por el
Prelado de la Orden, también designado por el Sumo Pontífice.
La vida y la actividad de la Orden están regidas por la Carta Constitucional,
aprobada por la Santa Sede, y el Código de Rohan, promulgado por el Gran Maestre
Frey Emmanuel de Rohan-Polduc en el siglo XVIII.
La Orden tiene sus propios Tribunales de Primera Instancia y Apelación. Las
apelaciones contra las sentencias de segundo grado de los Tribunales de la Orden
pueden presentarse ante el Tribunal de Casación del Estado de la Ciudad del Vaticano,
que en dichos casos actúa por delegación de la Orden y hace las veces de Tribunal
Supremo.
La Orden mantiene relaciones diplomáticas, según el Derecho Público
Internacional, con la Santa Sede, de la cual depende en cuanto Orden religiosa pero es
independiente de la misma en cuanto Orden caballeresca soberana, y con 84 países de
Europa, América, Asia y África (datos del año 2004) , asimismo desde 1994, la Orden
disfruta de la calidad de Observador Permanente ante las Naciones Unidas y en dicha
calidad mantiene Delegaciones Permanentes en Nueva York, Ginebra, París, Roma y
Viena.

Cronología de los Grandes Maestres


Gerardo de Tom 1099
Raimundo du Puy 1120
Auger de Balben 1160
Arnó de Comps 1163
Gilberto d'Assailly 1163
Cast de Murols 1170
Gerardo Joubert de Siria 1172
Roger de Moulins 1177
Ermengard d'Asp 1188
Garnier de Naplous 1190
Geofredo de Donjon 1193
Alfonso de Portugal 1203
54

Geofredo Le Rat 1206


Garin de Montaigu 1207
Bertrand de Théssy 1228
Guérin Lebrun 1231
Bertrand de Comps 1236
Pedro de Ville-Bride 1240
Guillermo de Châteauneuf 1242
Hugues de Revel 1258
Nicolás de Lorgne 1277
Juan de Villiers 1285
Odon de Pins 1294
Guillermo de Villaret 1296
Foulques de Villaret 1305
Hélion de Villeneuve 1319
Dieudonné de Gozon 1346
Pedro de Corneillan 1353
Roger de Pins 1355
Raimundo Berenger 1365
Roberto de Juilly 1374
Juan Fernández de Heredia 1377
Ricardo Carraciolo 1383
Filiberto de Naillac 1396
Antoni de Fluvià 1421
Juan Bonpar de Lastic 1437
Santiago de Milly 1454
Pedro Ramón Zacosta 1461
Gian Battista degli Orsini 1467
Pedro d'Aubusson 1476
Émery d'Amboise 1503
Guy de Blanchefort 1512
Fabricio del Carretto 1513
Felipe Villiers de L' Isle-Adam 1521
55

Pedro Du Pont 1534


Didier de Tholon de Saint-Jaille 1535
Juan de Omedes y Coscón 1536
Claudio de La Sengle 1553
Juam Parisot de La Valette 1557
Pedro Giochi del Monte San Savino 1568
Juan L' Evêsque de La Cassière 1572
Hugo Loubenx de Verdale 1582
Martín Garcés 1595
Alof de Wignacourt 1601
Luis Méndez de Vasconcellos 1622
Antonio de Paule 1623
Juan de Lascaris Castellar 1636
Martín de Redín y Cruzat 1657
Anne de Clermont de Chaste-Gessan 1660
Rafael Cotoner y de Oleza 1660
Nicolás Cotoner 1663
Gregorio Caraffa 1680
Adrian de Wignacourt 1690
Ramón Perrellós y Rocafull 1697
Marco Antonio Zondadari 1720
Antonio Manuel de Vilhena 1722
Ramón Despuig y Martínez de Marcilla 1736
Manuel Pinto de Fonseca 1741
Francisco Ximenez de Texada 1773
Emmanuel de Rohan-Polduc 1775
Fernando von Hompesch zu Bolheim 1797
Pablo de Rusia 1798
Juan Battista Tommasi 1803
Lugartenientes del Gran Magisterio
Innico Maria Guevara-Suardo 1805
André Di Giovanni 1814
56

Antonio Busca 1821


Carlo Candida 1834
Felipe de Colloredo-Mels 1845
Alejandro Borgia 1865
Juan Battista Ceschi a Santa Croce 1871
Príncipes Grandes Maestres
Juan Battista Ceschi a Santa Croce 1878
Galeazzo von Thun und Hohenstein1905
Ludovico Chigi Albani della Rovere 1931
Angelo de Mojana di Cologna 1962
Andrés Willoughby Ninian Bertie 1988

§ 13- La Orden de la Milicia del Templo de Jerusalén

Otra de las ordenes de caballería surgidas en Tierra Santa durante las cruzadas
fue la mítica Orden Templaria, famosa por su riqueza y la destreza militar de sus
monjes.
En el año 1118 se constituyó en Jerusalén la Orden de los Pobres Caballeros de
Cristo, su precursor era un noble champañes llamado Hugo de Payns, al que
acompañaron otros ocho caballeros franceses y flamencos que fueron, presumiblemente,
Godofredo Bissol, Godofredo de Saint-Omer, Gondemar, André de Montbard, Rolando
Rossel, Archambaud de Saint-Aignan, Payer de Montidier, Hugues Rigaud. Estos
señores adoptaron la regla de San Agustín y se encargaron de garantizar la seguridad en
los caminos utilizados por los peregrinos que estaban repletos de malhechores y
soldados musulmanes.
El rey de Jerusalén, Balduino II, los instaló en una sala de su palacio, ubicado en
la mezquita de El-Aqsa, sobre la enlosada explanada de lo que entonces se denominaba
Templo de Salomón. Posteriormente, en el 1120, el rey abandonaría esta residencia
dejando a los Pobres Caballeros de Cristo la libre disposición de su antiguo palacio, por
lo que, de milites Christi pasaron a llamarse Caballeros del Temple o Templarios.
57

En el año 1127 solicitaron al Patriarca de Jerusalén una norma que sirviera de


fundamento a su constitución, lo que dio lugar a que al año siguiente la Orden fuera
confirmada canónicamente, en el concilio de Troyes, y dotada de una severa regla,
redactada por San Bernando de Claraval.
La Orden del Templo en sus días de gloria contaba con tres grados de caballeros.
Los fratres milites formaban su más importante sección, al menos desde el punto de
vista militar; en el momento de su recepción eran jurados para observar los tres consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, como los miembros de todas las demás
órdenes religiosas de la Iglesia. Éstos caballeros, que eran a menudo de sangre noble,
tenían asignados tres caballos, un escudero y dos tiendas de campaña. También se
recibían hombres casados, pero bajo la condición de legar la mitad de sus propiedades a
la Orden.
También había un cuerpo de clérigos (fratres capellani) presbíteros y diáconos
que vivían bajo los mismos votos que los Caballeros, y que por dispensa especial no
debían obediencia a ningún superior, eclesiástico o civil, excepto al Gran Maestro del
Templo y al Papa.
También había dos clases de Hermanos Servidores, los que tenían que ver con
las armas (fratres servientes armigeri) y los manuales y artesanos (fratres serviente
famuli y officii).
A la cabeza de toda la organización estaba el Gran Maestre, siguiéndole en
rango el Senescal del Templo, y el Mariscal, suprema autoridad en asuntos militares, y
la Orden era administrada en provincias bajo el mando de un número de Comandantes.
Después de la caída del Reino Latino, la Jefatura de la Orden pasó de Jerusalén a
Chipre, y París se convirtió en el centro Templario más importante de Europa.
La Orden tenía en cada uno de los países católicos un maestre provincial. La
autoridad del Gran Maestre era casi ilimitada y se le consideraba como príncipe
soberano entre los reyes. Sus encomiendas radicaban en las provincias del Oriente y del
Occidente, comprendiendo Jerusalén, Trípoli, Antioquía y Chipre; las segundas,
Portugal, Castilla y León, Aragón, Francia, Flandes y Países Bajos, Inglaterra, Escocia,
Irlanda, Alemania, Italia y Sicilia.
El hábito de los templarios, era la túnica blanca de lana, y en 1146 el papa,
Eugenio III aprobó que llevaran una cruz de paño rojo en sus capas y estandartes.
58

El estandarte era una especie de pendón cuadrilongo, blanco y negro, como


símbolo el primero de la caridad y la ternura con que habían de tratar a los cristianos, y
el segundo, indicando la bravura con que habrían de combatir a los infieles y enemigos
del Crucificado, y justamente en esto se caracterizaban estos monjes, ya que eran los
primeros en acometer al enemigo y los últimos en retirarse, y sólo cuando lo ordenaba el
jefe de la cuadrilla; sino se conducían con el debido valor, eran castigados.
En España pelearon contra los moros, aunque no se fija el año, sábese que
poseían bienes raíces en Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón. Desde los
comienzos del siglo XII recibieron muchas donaciones de mano de los príncipes que
reinaron en la península.
En la misma época, la Orden fue establecida en Francia y en Italia, y poco
después en Alemania, Inglaterra, Hungría y otros países católicos.
En 1229 tomaron activa participación en la conquista de las Baleares, con un
gran número de soldados y caballos. Los templarios, contribuyeron también por modo
especial a la conquista de Valencia, y puesto sitio a la ciudad, les fue concedido el
palacio, en el cual plantearon el estandarte real, tanto en Portugal como en España, los
templarios se portaron como esforzados campeones de la religión de Cristo.
Al terminar el siglo XII la Orden contaba con 30,000 miembros la mayor parte
franceses, su flota monopolizaba el comercio de Levante, tornándose en una potencia
económica y política de magnitud internacional.
Los templarios ingleses se habían atrevido a decir a Enrique III: "Seréis rey
mientras seáis justo"; palabras que dieron mucho que pensar al rey francés Felipe el
Hermoso, el cual, a la manera de los demás príncipes, deseaba cierta impunidad para
algunas acciones poco cristianas.
Ello generó fricciones políticas muy graves con el monarca francés, que
comenzó una campaña de desprestigio hacia la orden militar. Las acusaciones que
empezaron a formular a los templarios fueron que con sus rivalidades con los
hospitalarios habían perturbado la paz del reino de Palestina, que habían pactado con los
infieles, que habían atacado a Chipre y Antioquía, destronado a Enrique II, Rey de
Jerusalén, devastado la Grecia y la Tracia, rehusado contribuir al rescate de San Luis de
Francia declarándose a favor de Aragón contra la casa de Anjou.
59

Las primeras acusaciones contra los templarios fueron hechas, según el


testimonio de Gerardo Castel, a instancias del rey galo por los caballeros Montefalcón y
Nosse Dei, el primero de la provincia de Toulouse, el segundo de Florencia, los cuales,
habiendo sido condenados a muerte, fugáronse de la cárcel y denunciaron al rey Felipe
IV el Hermoso delitos horrendos, comúnes, al parecer, a toda la Orden. El monarca no
tenía, ya desde mucho tiempo, otro plan de aniquilar la Orden del Temple: su tesoro real
estaba exhausto; la victoria de Mons lo había arruinado; quería recuperar la Guyenne y
estaba a pique de perder Flandes, por lo que la fortuna de los templarios franceses le
ayudaría a paliar la crisis.
Por instigación de Felipe, pues, se esparcieron libelos infamantes, en los que se
hacían las más absurdas acusaciones contra la Orden, tachándola de hereje, impiadosa y
de los más atroces crímenes, el 24 de agosto de 1306, el Papa expidió una bula en la
cual prometía investigar los cargos que se imputaban a los templarios. Lo primero que
concertaron ambas potestades, la real y la pontifical, fue apoderarse de la persona de
Molay, Gran Maestre de los Templarios, y para ello se valieron de un infame ardid:
llamósele a Francia, alegando que había que tomar serias medidas para la reconquista de
la Tierra Santa. Molay partió inmediatamente de Chipre para París acompañado de
sesenta caballeros. Llegado a los dominios de Felipe el Hermoso, Molay fue tratado
con suma consideración, agasajándole, y haciéndole padrino de uno de sus hijos.
Al día siguiente, el Gran Maestre y los de su séquito fueron hechos prisioneros,
enviando al mismo tiempo una carta-circular a todos los gobernadores de provincia (13
octubre 1307) con orden que se prendiese a todos los templarios y se confiscasen sus
casas y propiedades. Al mismo tiempo pasó las correspondientes notas diplomáticas a
todos los gobiernos de Europa, invitándoles a que siguieran su ejemplo.
La mayor parte de los presos, entre ellos muchos comendadores y el pripio gran
maestre, confesaron en parte los delitos, ya por interés, por miedo y por terror a los
tormentos. El Pontífice dirigió la bula, el día 10 de agosto de 1308. En el documento
manifestaba el Papa lo declarado voluntariamente por los templarios, por el gran
maestre Molay, los comendadores de Francia, Aquitania y Poitiers.
En los demás reinos cristianos se procedió a realizar procesos judiciales serios y
en búsqueda de la real verdad, reuniéndose al efecto algunos concilios, formándose un
interrogatorio que constaba de doce artículos. Los cargos principales eran, blasfemia de
60

Dios, Cristo, la Virgen y los Santos, que escupían de la Cruz, la imagen de Jesucristo,
pisándolas, afirmando que fue un falso profeta.
En Inglaterra, en 1308, fueron apresados todos los templarios, el castigo que se
les infligió fue el recluirles a perpetuidad en algunos monasterios, donde vivieron
santamente. Los templarios de York negaron reiteradamente los delitos que se les
imputaban.
En Alemania convocóse el concilio en 1310, tratándose, entre otros asuntos, el
de los templarios. Durante las deliberaciones se presentó de repente el gran maestre
Hugo, conde de Silvestris y del Rhin, quien residía en Grambach, acompañado de veinte
caballeros vistiendo el hábito de la Orden y completamente armados. Hugo fue invitado
a exponer su demanda, lo cual efectuó, diciendo que los templarios entendían que el
papa había consagrado aquel sínodo para aniquilar la Orden, imputando a los afiliados a
ella crímenes inauditos y condenarles sin ser oídos ni convictos, y que protestaban de
que en otras naciones hubiesen sido quemados vivos sus correligionarios y sufrido la
muerte sin confesar los delitos. A fin de evitar trastornos admitióse la protesta, se
consultó al Papa, y regresaron tranquilamente Hugo y sus compañeros a la fortaleza de
Grambach, siendo absueltos al año siguiente.
En Francia, la causa contra los templarios fue ruidosísima y adquirió mayor
importancia que en los demás países. El provincial de Vienne, reunido en París en 1310,
fue presidido por Felipe de Marigny, hermano del Ministro de Hacienda de Felipe el
Hermoso; se tomó la determinación de expulsar a algunos, dejando a otros libres
después de cumplir, bastantes de ellos fueron encarcelados, muchos fueron condenados
a prisión perpetua, y los relapsos en la herejía, degradados por el obispo, entregados al
brazo secular y quemados en la plaza pública; antes de enceder las hogueras juraron que
eran víctimas de un falso testimonio levantado contra la Orden para complacer al Papa y
al rey. Fueron quemados en vida 59 caballeros, entre las víctimas figuraban el Gran
Maestre de Molay; Guido, Comendador de Aquitania, hijo de Roberto II y hermano de
Delfin de Auvernia, y Hugo de Peralda, Gran Prior de Francia. Esa matanza ocurrió el
día 18 de marzo de 1314, frente a la Catedral de París.
En España, se convocaron los concilios de Salamanca y Tarragona, y en ellos
fueron declarados libres e inocentes los templarios. En virtud de la bula de Clemente V,
publicada en 1308, Fernando IV de Castilla, el emplazado y Dionicio I de Portugal,
61

confiscaron todos los bienes de los templarios. Los arzobispos de Toledo y Santiago, en
unión de Aymerich, inquisidor apostólico, y otros prelados, en 1310 convocaron un
concilio provincial que se reunió en Salamanca y declararon absolutamente libres de
todo cargo a los templarios de León, Castilla y Portugal, y asegura Mariana que jamás
se les volvió a molestar.
En el concilio de Vienne, Clemente V decidió la supresión de la orden mediante
la bula Vox in excelso, 3 de abril de 1312. El Papa confió el proceso de los dignatarios a
una comisión de tres cardenales, que les condenó a cadena perpetua, pero el consejo real
les declaró reincidentes y les condenó a muerte.
En la bula de extinción se concedieron todos aquellos bienes templarios a la
Orden de San Juan de Jerusalén, exceptuando los que existían en los dominios de los
reyes de Castilla, Aragón, Portual y Mayorca cuyo destino se reservó a la silla
apostólica.
La extinción canónica de la Orden templaria ha sido juzgada por muchos
historiadores como una injusticia generada por la mezquindad política de un príncipe
ansioso de mayor poder. Puede considerarse que, con el proceso seguido a los
Templarios se iniciaba en Europa la semilla teórica de la política maquiavélica ya que el
fin justificaba cualquier medio para expulsar a un oponente en el campo político.

Cronología de los Grandes Maestres


Hugo de Payns 1118
Roberto de Craon 1136
Everard des Barres 1146
Bernard de Tromelai 1149
Andre de Montbard 1153
Bertrand de Blanchefort 1156
Felipe de Milly 1169
Odo de St Amand 1171
Arnoldo de Toroga 1179
Gerardo de Ridefort 1185
Roberto de Sable 1191
Gilberto Erail 1193
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Felipe de Plessiez 1201


Guillermo de Chartres 1209
Pedro de Montaigu 1219
Armando de Perigord 1244
Ricardo de Bures 1245
Guillermo de Sonnac 1247
Reinaldo de Vichiers 1250
Tomas Berard 1256
Guillermo de Beaujeu 1273
Tibauld de Gaudin 1291
Santiago de Molay 1293

§ 14- La Orden del Hospital Teutónico de Santa María de los Alemanes de


Jerusalén

La Orden teutónica fue, dentro de las ordenes militares de Jerusalén la más


joven. Fundada por caballeros germanos durante la segunda cruzada en el año 1189.
A la nóvel cofradía alemana se le encomendó la atención de un hospital al que
eran derivados los señores y peregrinos de lengua alemana que se encontraban en la
Ciudad Santa, por lo que, con el tiempo fue conocida con el nombre de Caballeros
Teutónicos del Hospital de Santa María. Su aprobación fue dada por el Papa Celestino
III en el año 1191.
Estando ya instalados en Jerusalén se desigó a su primer Maestre, que fue
Heinrich Wallpot von Passenheim y se estableció el hábito con el cual se distinguirían
de las otras ordenes latinas, decidiéndose que éste fuera una túnica blanca con una cruz
negra, a la que muy pronto añadieron la cruz dorada de Jerusalén.
La intención germana fue la combinar los ideales hospitalarios de la Orden de
San Juan, con los militares de la Militia Christi, constituyendo una fuerza de caballería
noble destinada a la defensa de los enfermos y de la fé.
Para ingresar en la Orden Teutónica era menester haber cumplido como mínimo
los 15 años, ser robusto y de fuerte constitución física para soportar mejor las fatigas de
63

las guerras. Su carácter militar será especialmente confirmado por el Papa Inocencio III
el 19 de Febrero de 1199.
Tenían prohibido poseer bienes propios y sus celdas debían de tener las puertas
abiertas para que todo el mundo viera lo que hacían.
En 1237 la orden teutónica se vio favorecida por la incorporación de los
Caballeros Portaespadas, organización fundada poco antes por el obispo Adalberto de
Riga con el fin de cristianizar a los infieles.
En el año 1291, la pérdida de San Juan de Acre, cortó los últimos y ya muy
débiles vínculos de los caballeros teutónicos con el espíritu de las Cruzadas en Tierra
Santa y la capital de la Orden y sede del Gran Maestre se trasladó a Venecia; entonces,
finalizada su participación en las Cruzadas, los caballeros de la Orden Teutónica
regresaron, mayormente, a sus tierras de origen y, en lugar de disolver una Orden que
había nacido para combatir a los musulmanes en Tierra Santa, decidieron continuar su
obra en los países del Norte de Europa y así fijaron su atención en las posibilidades que
ofrecía la evangelización de los territorios situados al Este de Alemania.
Favorecidos con importantes donaciones que les había proferido el emperador
Federico II, Rey de Jerusalén, en 1226, décadas más tarde el duque Conrado de Masovia
logró que la Orden se trasladase a Prusia, con el objeto de conquistar y evangelizar ese
territorio.
En el año 1310, los caballeros de la Orden iniciaron la ocupación de Prusia,
dirigidos por su Gran Maestre Herman Von Salza intentaron entrar en la Pomerania
desde donde se extendieron a Estonia.
Una nueva etapa fue abierta por su celo religioso y militar en Europa Oriental,
los nativos prusianos habían resistido hasta entonces a los esfuerzos de los misioneros
cristianos, muchos de los cuales habían sido martirizados.
El caballero Hermann Balk, nombrado Provincial de Prusia, con veintiocho de
sus hermanos teutones y un ejército de cruzados alemanes comenzó esta lucha que duró
veinticinco años y fue seguida por la colonización. Debido a los privilegios asegurados
a los colonos alemanes, nuevos pueblos crecieron en todas partes y con el tiempo
germanizaron un país cuyos nativos pertenecían a la raza leto-eslava. Desde entonces la
historia de este principado militar se identifica con la de Prusia.
64

En 1309 el quincuagésimo Gran Maestre, Sigfrido de Feuchtwangen, transfirió


su residencia desde Venecia al castillo de Marienburg, donde construyeron una
formidable fortaleza.
El número de caballeros nunca superó los dos millares, pero la totalidad del país
se organizó militarmente, y con la constante llegada de nuevos cruzados la orden fue
capaz de sostenerse entre sus vecinos, especialmente los habitantes de Lituania, que
eran de la misma raza que los nativos de Prusia y, como ellos, paganos. En la batalla de
Rudau (1307) los lituanos fueron derrotados, y se convirtieron pocos años después con
su gran duque Jagellon, que abrazó el cristianismo al casarse con la heredera del Reino
de Polonia (1386). Con este acontecimiento, que puso fin al paganismo en esta zona de
Europa, los Caballeros Teutónicos perdieron su razón de ser.
Durante el siglo XIV, la Orden Teutónica alcanzó el período de su mayor
expansión y sus posesiones vinieron a constituir algo así como un enorme Estado
Monástico. Obtuvieron la posesión total de la Pomerania y adquirieron el puerto de
Danzing, culminaron el dominio sobre Estonia y ocuparon la isla de Gotland.
Desde entonces su historia consistió en una sucesión de incesantes conflictos con
el rey de Polonia. Jagellon les infligió una derrota en Tannenberg (1410), que les costó
600 caballeros y arruinó sus finanzas. Con el fin de repararlas, la orden se vio obligada a
tomar recursos de exacciones, lo que hizo alzarse a la nobleza nativa y a las ciudades,
proporcionando a los polacos una nueva oportunidad para interferir contra la Orden.
Una nueva guerra costó a los teutones la mitad de sus territorios, y la otra mitad pudo
ser sostenida solamente bajo el vasallaje del rey de Polonia (Tratado de Thorn, 1466).
La pérdida de Marienburg provocó la transferencia de la residencia del Gran Maestre a
Königsberg. Para mantenerse frente a los reyes de Polonia, la Orden tuvo que depender
de Alemania y confiar el cargo de Gran Maestre a príncipes alemanes. Pero el segundo
de estos, Alberto de Brandenburgo (1511), abusó de su posición y secularizó Prusia, al
tiempo que abrazaba el luteranismo (1525). Esto hizo de Prusia un feudo hereditario de
su casa bajo el vasallaje de la Corona de Polonia.
Sin embargo, los dignatarios de la Orden en el resto de Alemania preservaron
fielmente sus posesiones, y habiendo roto con el apóstata eligieron un nuevo Gran
Maestre, Gualterio de Cronenberg, que fijó su residencia Mergentheim, en Franconia
(1526). Tras la pérdida de Prusia, los teutones mantenían aún doce bailíos en Alemania,
65

que fueron perdiéndose una por una. La secesión de Utrecht (1580) significó la pérdida
de la bailía de ese nombre en los Países Bajos.
Luis XIV secularizó los escasos dominios teutónicos en Francia. El tratado de
Lunéville (1801) les quitó sus posesiones en la orilla izquierda del Rin, y en 1809
Napoleón otorgó el territorio soberano que quedaba a la Orden a sus aliados de la
Confederación del Rin. De este modo los Caballeros Teutónicos conservaron
únicamente la bailía del Tirol en Austria.
Tras múltiples vicisitudes, en el año 1815, por el Tratado de Pressburg, el Gran
Magisterio de la Orden fue otorgado al soberano del Sacro Imperio Romano, su
Majestad Apostólica Francisco I de Absburgo, familia que ya había dado grandes
maestres a la Orden.
En 1923, dada la renuncia al Gran Magisterio de parte del Archiduque Eugenio,
le sucedió en la titularidad el encargado de la diócesis de Brun. En 1929 fue promulgada
una nueva constitución que dio a la Orden un carácter estrictamente religioso.
El actual Gran Maestre es el Abate mitrado Padre Wieland Arnold Tomar, y la
sede de la Orden se encuentra en Viena. El Gran Maestro es asistido por el Consejo de
la Orden, con la facultad de conferir los siguientes títulos: 1° Caballero de Honor y 2°
Familiar (similar a un terciario de una orden religiosa).
La condecoración es idéntica a la antigua y gloriosa distinción: una Cruz patente
esmaltada de negro, con un trofeo de oro. La misma pende de una cinta de gro de seda
negra.
La capa del Caballero de Honor es de paño blanco decorada con la Cruz de la
Orden; mientras que la del Familiar es de paño negro con la insignia de la Orden.
La Orden esta dividida en los Prioratos de Austria, Alemania e Italia y cuenta
con cerca de ochenta religiosos profesos y cincuenta sacerdotes.

Cronología de los Grandes Maestres


Heinrich Walpot 1198
Otto von Kerpen 1200
Heinrich von Tunna gen. Bart 1208
Hermann von Salza 1209
Conrrado de Turingia 1239
66

Gerardo von Malberg 1240


Heinrich von Hohenlohe 1244
Gunther von Wüllersleben 1249
Poppo von Osterna 1252
Anno von Sangershausen 1256
Hartmann von Heldrungen 1273
Burchard von Schwanden 1282
Conrado von Feuchtwangen 1291
Gottfried von Hohenlohe 1297
Sigfrido von Feuchtwangen 1303
Carlos von Trier 1311
Werner von Orseln 1324
Luther von Braunschweig 1331
Dietrich von Altenburg 1335
Ludolf König 1342
Heinrich Dusemer 1345
Winrich von Kniprode 1352
Conrado Zöllner von Rotenstein 1382
Conrado von Wallenrode 1391
Conrado von jungingen 1393
Ulrich von jungingen 1407
Enrique von Plauen 1410
Miguel Küchmeister 1414
Pablo von Rusdorf 1422
Conrado von Erlichshausen 1441
Luis von Erlichshausen 1450
Enrique Reuß von Plauen 1467
Enrique Reffle von Richtenberg1470
Martin Truchseß von Wetzhausen 1477
Juan von Tiefen 1489
Federico von Sachsen 1498
Alberto von Brandenburg-Ansbach 1510
67

Walther von Cronberg 1527


Wolfgang Schutzbar Milchling 1543
Jorge Hund von Wenckheim 1566
Enrique von Bobenhausen 1572 –1590
Maximiliano de Austria 1590-1618
Carlos de Austria 1618
Juan Eustaqui von Westernach 1625
Juan Kaspar von Stadion 1627
Leopoldo Guillermo de Austria 1641
Carlos José de Austria 1662
Juan Gaspar von Ampringen 1664
Luis Antonio von Pfalz-Neuburg 1684
Francisco Luis von Pfalz-Neuburg 1694
Clemente Augusto de Baviera 1732
Carlos Alejandro von Lothringen 1761
Maximiliano Francisco de Austria 1780
Carlos Luis de Austria 1801
Antonio Victor de Austria 1804
Maximiliano José de Austria 1835
Guillermo de Austria 1863
Eugenio de Austria 1894
Obispo Dr. Norbert Klein 1923
Abate Pablo Heider 1933
Abate Roberto Schälzky 1936
Abate Dr. Marian Tumler 1948
Abate Ildefonso Pauler 1970
Abate Dr. Arnold Wieland 1988
Abate Dr. Bruno Platter 2000
68
69

ANEXO

Monarcas y reclamantes del título real de Jerusalén

Rey Período Regente


Godofredo de Bouillón 1099 - 1100
Balduino I 1100 - 1118
Balduino II 1118 - 1131
Fulco y Melisenda
1131 - 1143

Balduino III 1143 - 1162 Melisenda (regente, 1143-1152)


Amalrico I 1162 - 1174
Raimundo III de Trípoli (Regente,
Balduino IV 1174 - 1185
1174-1177)
Raimundo III de Trípoli (Regente,
Balduino V 1185 - 1186
1185-1186)
Guido de Lusignan 1186 - 1192
Sibila 1186 - 1190
Pérdida de Jerusalén (1187) – La capital del reino se traslada a San Juan de Acre
Isabel 1192 - 1205
Conrado de Montferrat 1192
Enrique II de Champaña 1192 - 1197
Amalrico II 1198 - 1205
Juan de Anjou (Regente, 1205 -
María de Montferrat 1205 - 1212
1210)
Juan de Briena 1210 - 1212
Juan de Briena (Regente 1212-
Yolanda 1212 - 1228
1225)
Federico II 1225 - 1228
Conrado 1228 - 1254 Federico II (Regente, 1228 - 1243)
Alicia de Chipre (Regente, 1243 -
1246)
Enrique I de Chipre (Regente,
1246 - 1253)
Plasencia de Chipre (Regente,
1253 - 1254)
Conrradino - Hugo II 1254 - 1268 (Plasencia de Chipre Regente de
70

Hugo II)
Hugo III 1267 - 1284
María de Antioquía 1276
Carlos de Anjou 1277-1284
Enrique II 1285 - 1291
Acre capturado en 1291. Fin de Reino Latino de Jerusalén

Demandantes al trono de Jerusalén

1° Pretendientes Chipre - Savoia


Reyes de Chipre
Enrique II 1291-1306.
Amalrico II 1306-1310
Enrique II (restaurado) 1310-1324
Hugo 1324-1359
Pedro I 1359-1369
Pedro II 1369-1382
Jaime II 1382-1398
Janus 1398-1432
Juan II 1432-1458
Carlota 1458-1460
Jaime II 1460-1473
James III 1473-1474
Las demandas pasan a la casa Ducal de Savoia
Duques de Savoia
Carlos I 1480 - 1488
Carlos II 1488 - 1496
Felipe II 1496 -1520
Carlos III 1520 - 1553
Manuel Filiberto 1553 -1580
Carlos Manuel I 1580 -1630
Victor Amadeo I 1630 -1637
Carlos Manuel II 1637 -1675
Victor Amadeo I 1675
Desde el Tratado de Utrech, en 1713, Sicilia , y pasan a ser un Reino
Victor Amadeo I 1713 -1720
Tratado de Londres. La Casa de Savoia entrega Sicilia al Emperador de Austria y recibe
a cambio Cerdeña
Reyes de Cerdeña
Carlos Manuel III 1730 -1773
Victor Amadeo III 1773-
Reyes de Cerdeña y Saboya o Piamonte.
Carlos Manuel IV 1796-1802
Victor Manuel I 1802 -1821
71

Carlos Félix 1821 -1830


Carlos Alberto 1830 -1849
Victor Manuel II 1849
Unificación Italiana bajo la Casa de Savoia
Reyes de Italia
Victor Manuel 1861 -1878
Humberto I 1878-1900
Victor Manuel III 1900 en 1946, abdica.
Humberto II; Rey de Italia desde 1946, en el exilio.
Disolución del Reino de Italia
Casa ducal de Savoia
Victor Manuel

2° Pretendientes Nápoles – Sicilia - España


Reyes de Nápoles
Manfredo 1250-1266
Carlos I 1266-1285; título adquirido con la aprobación del Papa en 1277
Carlos II 1285 -1309
Roberto II 1309 -1343
Juana I 1343 -1382
Carlos III Durazzo; 1382-1387
Ladislao I 1387-1414
Juana II 1414-1434
Renato de Anjou 1434
La casa de Aragón conquista Nápoles
Reyes de Aragón y Nápoles
Alfonso I 1442-1458
Fernando I 1458-1494
Alfonso II 1494-1495
Fernando II 1495-1496
Fadrique III 1496-1502
Se unifica España y Nápoles forma parte de los dominios hispánicos
Reyes de España
Fernando III 1502-1516
Carlos IV 1516-1555; -Carlos I de España y Carlos V del Imperio Romano Germánico-
Felipe I 1555-1598
Felipe II 1598-1621,
Felipe III 1621-1665
Carlos II 1665-1700
La dinastía Borbón sucede a España
Reyes de España y Nápoles
Felipe IV 1700-1707
Primero la dinastía de Savoia y luego la de Habsburgo-Austria toman Nápoles y Sicilia
Pragmática del Rey Carlos de Nápoles Sicilia de 1759
Carlos IV 1788-1819; rey de España 1788-1808
Fernando VII 1819-1833; Rey de España en 1808 y a partir de 1813
Isabel 1833-1904;
Alfonso XII 1875-1885
72

Alfonso XIII 1904-1941; Rey de España 1886-1931


Juan II, conde de Barcelona 1941-1977; el heredero al trono español, renuncia las
derechas para su hijo en 1977
Juan Carlos I 1977-presente; Rey de España a partir de 1975

3° Pretendientes Nápoles – Sicilia – Dos Sicilias


La dinastía del Borbón-España recibe Nápoles y Sicilia- Se crea el reino de Nápoles-
Sicilia (dos Sicilias)
Reyes de las dos Sicilias
Carlos VII 1734-1759 –dicta la Pragmática de 1759-
Fernando I 1759-1825
Francisco I 1825-1830
Fernando II 1830-1859
Francisco II 1859-1894, rey de las dos Sicilias hasta 1861
Unificación Italiana- Disolución de reino de las dos Sicilias
Duques de Caserta -Calabria
Alfonso III 1894-1934
Ferdnando III 1934-1960
Alfonso IV 1960-1964
Carlos VIII 1964-presente-

4°- Pretendientes Sicilia- Habsburgo-Lorena


Emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico
Carlos VI 1711-1734, se pierde Nápoles pero se mantiene el título
María Teresa 1740-1780
Casa de Lorena
José II 1765-1790
Leopoldo 1790-1792
Se disuelve el Sacro Imperio se erige el Imperio Austríaco
Emperadores Austríacos
Francisco II 1792-1835
Fernando II 1835-1875
Francisco José 1875-1916
Carlos II 1916-1922
Se disuelve el Imperio Austríaco
Otto de Habsburgo 1922-presente-
Demandas heredadas por la familia de Habsburgo-Lorena - Ducado de Módena
Francisco I 1840-1875,
Maria II 1875-1919
La familia real bávara heredó el título
Rupprecht 1919-1955
Alberto 1955-1996
Francisco II 1996-presente-
73

Bibliografía- Fuentes

- Barberis, J.A.: Los Sujetos del Derecho Internacional Actual. Madrid 1984.

- Borricand, Rene: Malte, histoire de l'ordre souverain militaire et hospitalier de


Saint-Jean-de-Jerusalem, de Rhodes et de Malte. Aixen-Provence. Chauvet,1968.

- Bouffet, Hippolyte: Les Templiers et les Hospitaliers de Saint-Jean en Haute-


Auvergne / H. Bouffet. Marseille,1976.

- Bracco, Sergio; I Cavalieri del S. Sepolcro, Italia1992.

- Buttini, Rodolfo T.: Soberna y Militar Orden de Malta. Breve reseña histórica.
Buenos Aires 2002.

- Cappelletti, Licurgo; Storia deglo Ordini Cavallereschi, Roma 1904.

- Cardini, Franco; Gli Ordini Cavallereschi – una grande epopea che ha origine in
Terrasanta, Medioevo Dossier, De Agostini - Rizzoli Periodici, n° 3/2000.

- Cocca, Aldo Armando: La Orden de los Caballeros de Malta. Buenos Aires, 1977.

- Cozzo, Errico y Martín, Jean-Marie; Cavalieri alla conquista del Sud, edizioni
Laterza 1998.

- Cuomo, Franco: Gli Ordini Cavallereschi – Nel Mito e nella Storia di ogni Paese,
editore Universale Storica Newton, gennaio 2004.

- Engel, Claire Eliane: Les chevaliers de Malte. Paris, 1972.

- Filipponio di Casaltrinita, Hermes: La Cruz de Malta. Milano 1962

- Militia Sancti Sepulcri. Idea e istituzioni. Actas del Congreso Internacional realizado
en la Universidad Pontificia Lateranense los días 10 a12 abril de 1996. Ciudad del
Vaticano 1998.

- Montells, José María; Historia Apasionada de la Religión de San Lázaro, Madrid


2003.

- Montilla Zavalía, Félix Alberto: La Soberna Orden Militar de Malta: Sujeto del
Derecho Internacional Público y Sujeto del Derecho Canónico. Buenos Aires, 2004.

- Montilla Zavalía, Félix Alberto: Las Ordenes de Caballería y las Ordenes


Honoríficas Católicas en la Actualidad - Una visión histórico-jurídica y política..
Buenos Aires, 2001.
74

- Napolitano, Giovanni; Salerno e l’Ordine Equestre del Santo Sepolcro di


Gerusalemme, Salerno 2004.

- Olvera Ayes, David A.: Historia de la Soberana Orden de San Juan de Jerusalén, de
Rodas y de Malta. Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, 1995

- Sáenz, Alfredo p.: La Caballería. La Fuerza Armada al Servicio de la Verdad


Desarmada. Buenos Aires 1991.

- Spada A. B. Ordini Cavallereschi della Real Casa di Borbone delle Due Sicilie
75

IGLESIA DEL SANTO SEPULCRO DE JERUSALÉN

GODOFREDO DE BOUILLÓN ES INVESTIDO COMO DEFENSOR DEL SANTO SEPULCRO


76

CABALLEROS NORMANDOS DE LA ÉPOCA DE LAS CRUZADAS

INVESTIDURA DE UN CABALLERO
77

MAPA QUE MUESTRA LOS DOMINIOS LATINOS DE EDESSA, ANTIOQUIA, TRÍPOLI Y


JERUSALEN EN LA ÉPOCA DE LAS CRUZADAS.

INTERIOR DE LA IGLESIA DEL SANTO SEPULCRO DE JERUSALÉN


78

BALDUINO I REY DE JERUSALÉN

SELLO REAL DE BALDUINO I


79

ARMAS DE CARLOS I DE ESPAÑA Y V DE ALEMANIA, PRETENDIENTE DEL TÍTULO


REAL DE JERUSALÉN

ARMAS DE LA CASA DE BORBÓN-DOS SICILIAS, PRETENDIENTES DEL TÍTULO DE


JERUSALÉN
80

ARMAS DE LA CASA DE SAVOIA, PRETENDIENTES DEL TÍTULO DE JERUSALÉN

ARMAS DEL EMPERADOR JOSE II DE HABSBURGO, PRETENDIENTE DEL TÍTULO DE


JERUSALÉN
81

MAXIMILIANO DE AUSTRIA-ESTE. GRAN MAESTRE DE LA ORDEN TEUTÓNICA

ABATE DR. BRUNO PLATTER. ACTUAL GRAN MAESTRE DE LA ORDEN TEUTÓNICA


82

CARLOS CARDENAL FURNO. ACTUAL GRAN MAESTRE


DE LA ORDEN DEL SANTO SEPULCRO

FREY ANDREW BERTIE. ACTUAL GRAN MAESTRE DE LA ORDEN DE MALTA


83

LUIS ESTANISLAO JAVIER DE FRANCIA, CONDE DE PROVENZA. GRAN MAESTRE DE


LAS ORDENES DE NUESTRA SEÑORA DEL MONTE CARMELO Y DE SAN LÁZARO DE
JERUSALÉN

FRANCISCO DE BORBÓN Y DE LA TORRE. GRAN MAESTRE DE LA ORDEN DE SAN


LÁZARO DE JERUSALÉN
84

CRUZ DE LA ORDEN DEL SANTO SEPULCRO CRUZ DE LA ORDEN DE SAN LÁZARO

CRUZ DE LA ORDEN DE MALTA CRUZ DE LA ORDEN TEUTÓNICA

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