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Lección 13:

El Sacramento de la Eucaristía (2)

La Materia de la Eucaristía

De la materia remota

Materia válida. La materia remota de este sacramento es aquello de lo cual se confecciona la


Eucaristía. Materia remota válida es sólo el pan de trigo y el vino de la vid. Pues, por la
institución de este sacramento, consta que Cristo en la última cena primeramente consagró el
pan (Mt 26,26; can. 924 del CDC), pues sólo el pan de trigo, tanto en el uso común de los
hebreos como en el uso de otros pueblos simplemente se llama pan. Después, en la misma
cena, consagró el vino (Mt 16,29; can. 925 CDC), pero sólo el vino de la vid se dice propia y
simplemente vino. Por lo cual el Concilio florentino enseña explícitamente que la materia de
este sacramento es el pan de trigo y el vino de la vid.

1. El pan de trigo. Por lo tanto, para confeccionar válidamente el sacramento de la Eucaristía


se requiere pan confeccionado únicamente con harina de trigo y agua natural y cocido al fuego,
pues pan es el alimento confeccionado solamente con harina y agua y cocido al fuego.

a) Las diversas especies de trigo sobre las cuales, por uso válido o lícito, en la confección
de este sacramento, se puede preguntar, son: centeno, cebada, trigo candeal y espelta.

Pero del trigo se enumeran diversas especies o, si se prefiere, variedades (Abarten en


alemán): el trigo vulgar (Weizen), el duro o moruno (Hartweizen), el túrgido o hinchado
(englischer Weizen), el polaco (polnischer Weizen), trigo espelta o candeal (Spelt o
Dinkel en alemán), trigo bicocco (Emmer) y el trigo monococco (Einkorn). Todas estas
diversas especies de trigo se tienen por verdadero trigo, según el juicio y estimación
común de los hombres y el pan confeccionado con ellas, se llama por todos, trigo, por
lo cual no se puede dudar que todas las especies constituyen materia válida de la
Eucaristía.

b) La harina cocida, no con agua, sino con cualquier otro licor (leche, vino, etc.), no se dice
pan.

Si a la harina se le mezcla agua artificial, leche, manteca, vino o cualquier otro líquido
en pequeña cantidad, la materia es ciertamente ilícita, pero, sin embargo, no inválida,
porque según la estimación común de los hombres, todavía se tiene como verdadero
pan. Del mismo modo se debe pensar que si a la harina de trigo se le mezcla una
pequeñez de otra harina de distinta especie, como cebada o habas, todas estas clases
de harina, si se mezclasen en mayor cantidad, constituirían una materia ciertamente
inválida. Igualmente, al pan que se va a consagrar no se le debe echar sal, pero si
hubiese sido añadida por error, este pan podría usarse en el caso de que, faltando otra
hostia, no conviniese suprimir la celebración.

Por lo cual, las hostias encarnadas o de otro color, como el color con que se sellan las
cartas, con tal que hubiesen sido confeccionadas con harina de trigo, son materia válida,
aunque ilícita, con tal que sea muy moderada la cantidad de cinabrio o de otra
substancia que se mezcle con el trigo, pero son materia dudosa e incluso inválida, si se
mezcla una cantidad mayor de la substancia extraña.

2. La masa hecha de harina y agua todavía sin cocer, sino todavía cruda, es inválida porque
todavía no es pan; por igual razón la harina cocida en el agua, a manera de papilla, es materia
inválida porque no es pan.

Materia lícita. Para confeccionar lícitamente la Eucaristía se requiere, para los latinos, que el
pan sea ázimo; para los griegos que esté fermentado (Concilio florentino en el decreto de
unión; D 692). Además, la hostia que se consagra debe ser reciente, limpia, entera, incorrupta
y de forma redonda (orbicular), mayor (bastante mayor que las hostias destinadas a la
consagración y a la comestión de los fieles).

1. Aunque puede consagrarse válidamente tanto el pan ázimo como el fermentado, porque
ambos son verdadero pan confeccionado de harina de trigo y agua, sin embargo, los latinos
están obligados bajo pecado grave a consagrar pan ázimo, y los griegos, fermentado, y de
este precepto no excusa ni siquiera la necesidad de un viático para un moribundo, sino
solamente la necesidad de completar el sacrificio.

a. La Iglesia latina, en el uso del pan ázimo, sigue el ejemplo de Cristo, que instituyó el
sacramento en los días de uso de los ázimos; los griegos, por antigua costumbre, usan
el pan fermentado, cuyo uso la Iglesia lo permitió a los griegos en el Concilio florentino,
porque no existe un precepto expreso de Cristo de consagrar con pan ázimo. Es más,
en el mismo Concilio se añade el precepto para ambas Iglesias de seguir el propio rito
y la propia costumbre. Este precepto lo confirmó y renovó el papa San Pío V con la
constitución Providentia romani pontificis del año 1566; y posteriormente Benedicto XIV
por la constitución Etsi pastoralis del año 1742. Esta ley fue también confirmada
recientemente por el Código de Derecho Canónico del año 1917, cn.816, y en el Nuevo
Código de fecha 25 de enero de 1983, trata sólo del rito latino, sobrentendiéndose
aprobadas de nuevo todas las normas propias de los ritos orientales, publicadas por
otros documentos anteriores.

b. Un latino debe emplear en todas partes el pan ázimo, y un griego, el fermentado, porque
cada uno de los ritos debe ser observado en todas partes, tanto en las regiones latinas
como en las regiones griegas, a no ser que hubiese obtenido un indulto especial de
mudar de rito (el cual se concede a veces a la manera de hábito, pero nunca se concede
a la manera de acto). De aquí que un griego (lo mismo debe decirse de un latino), que
perpetuamente o por un cierto tiempo habita en una región latina donde no hay una
iglesia del propio rito, debe pedir licencia a un obispo latino para celebrar en la iglesia
latina en el rito griego. También, igualmente, un sacerdote que se encuentra de viaje
debe dirigirse, si la hay, a una iglesia de su rito, y si no existe, debe celebrar en la iglesia
latina según su propio rito (cf. Benedicto XIV, De ritibus c.2. n.15. Gasparri II. 801s).

2. Recientes. Como las hostias delgadas se corrompen fácilmente, sobre todo si se guardan
en un lugar húmedo, o si el tiempo fuese de invierno o lluvioso, amenaza con el peligro de
consagrar una materia inválida, a no ser que las hostias sean recientes. Así pues, deben
procurar los rectores de las iglesias que las hostias que deben ser consagradas, si no son muy
recientes, al menos hayan sido confeccionadas dos semanas antes, o a lo sumo un mes antes
(A.A.S. XI. p.8).

La costumbre de consagrar hostias confeccionadas tres o cuatro meses antes de su uso, es


considerada por la Sagrada Congregación como un ingente abuso, el cual debe ser suprimido
totalmente, y añade que los sacerdotes no pueden usar con conciencia tranquila hostias
confeccionadas tres meses antes en el invierno, o seis meses antes en el verano. Pero, para
evitar el peligro de irreverencia, las hostias deben ser confeccionadas alrededor de dos
semanas antes o, a lo sumo, de un mes, si el lugar y el tiempo no son húmedos, porque entre
la confección de las hostias y su consumición no deben interponerse, a lo más, cuatro semanas
normalmente o, a lo sumo, seis semanas.

3. La figura de las hostias consagradas, en la Iglesia latina debe ser redonda, y en la Iglesia
griega, cuadrada.

a. Consagrar una hostia manchada o un poco rota, suprimido el escándalo, es pecado


venial. Pero si la fractura o la mancha se encuentra en la hostia después de la oblación,
suprimido el escándalo, puede ser consagrada lícitamente porque ya, en cierta manera,
por el acto de la oblación está consagrada a Dios.

b. Por fin, faltando la hostia mayor, se permite, aun sólo por motivo de devoción, celebrar
con la hostia pequeña, no sólo privadamente, sino también públicamente, excluido el
escándalo por medio de un oportuno aviso al pueblo (San Alfonso, n.205), ya que no
hay obligación grave de consagrar una hostia mayor.

c. En cuanto a las hostias pequeñas, en lo que se refiere a la comunión de los fieles


seglares, hay que procurar que no sean ni demasiado delgadas ni demasiado pequeñas
(su diámetro debe ser de al menos tres centímetros), porque si las hostias fuesen
demasiado pequeñas o demasiado delgadas, existe el peligro de que se deshagan entre
los dedos del sacerdote distribuyente, o que los comulgantes sean privados de la
comunión porque en el trayecto desde la mano del sacerdote pueden disolverse
totalmente.

Vino de vid. Para consagrar válidamente, sólo y siempre se puede emplear vino de vid que
no esté corrompido substancialmente, entendiéndose por vino el licor de la vid, exprimidas las
uvas maduras.

a. Por lo tanto, son materia inválida todos los licores que por su naturaleza no son vino,
como la cerveza, el jugo exprimido de frutas (manzanas, peras, etc.), también el jugo
exprimido de uvas inmaduras (agresta) que todavía no tienen naturaleza de vino
(Missale romanum, De defectibus IV, I); después son inválidos el vino que llaman
segundo, esto es, el vino proveniente de uvas ya exprimidas, exprimido otra vez con
agua infundida, cuya mayor parte es agua (lora), el vinagre, que es vino corrompido; el
vino tostado (adusto), que es otra substancia distinta del vino porque, aunque por arte
está compuesto de los mismos elementos que se encuentran en el vino natural, sin
embargo no es materia válida si no tiene su origen en la vid.

b. Materia válida es el jugo exprimido de uvas desecadas, con tal que se preparen de tal
maneara que por su olor, color y gusto, se reconozca que es vino (S.Officium, 27 de
julio de 1706)

c. Exprimido, porque el licor todavía no exprimido sino existente todavía en las uvas, no
puede ser consagrado, tanto porque la materia que debe ser consagrada debe ser
presentada en estado de bebida, como porque las palabras de la consagración: esto es
mi sangre, no significarían un licor, sino toda una materia de uva.

d. Incorrupto, porque el vino corrompido ya no es vino en adelante, por eso la rúbrica del
misal dice así: “si el vino se ha convertido totalmente en vinagre, o ha sido exprimido de
uvas ácidas (no maduras), o se le ha añadido tanta cantidad de agua que el vino se
haya corrompido, no se confecciona el sacramento” (Missale romanum, De defectibus
IV, I).

e. El vino en el cual no se contiene alcohol, no es materia válida porque no es vino, toda


vez que una mayor o menor cantidad de alcohol es un elemento esencial del vino. Pues
los vinos que en su estado natural solamente contienen un 5 % de alcohol, tienen la
máxima cantidad de alcohol, pero todos los vinos tienen alguna cantidad (el Santo
Oficio, 1 de junio de 1910, declaró que el vino al que se quita por obra de arte todo el
espíritu de vino (el alcohol), no es materia ni lícita ni válida para la consagración).

Nota. Todo vino, sea blanco, sea tinto, o mixto de ambos, o vino generoso o débil, de cualquier
región o de cualquier origen, es materia válida de consagración porque en todos existe la
verdadera naturaleza del vino. Y aunque el vino generoso sea el que más convenga para la
dignidad de este sacramento tan importante, sin embargo, porque ahora consta más fácilmente
que el vino ordinario es genuino, debe ser éste el preferido al mejor, a no ser que conste que
ese otro vino es puro y no mezclado (el generoso controlado).

De la materia próxima

La materia próxima del sacramento en el hacerse (in fieri), es el uso de la materia remota, o
sea, del pan y del vino en la consagración; la materia del sacramento en el ser (in esse), son
las especies en cuanto ya contienen el cuerpo y la sangre de Cristo.

Para consagrar válidamente se requieren dos condiciones:


 que la materia que debe consagrarse esté presente físicamente (no sólo
intencionalmente)
 que sea determinada (concreta).

1. En primer lugar se requiere que la materia esté presente físicamente al sacerdote


consagrante. Esto es evidente por la institución de Cristo, pues Cristo sólo dio a los apóstoles
la potestad de hacer lo que El hizo en la última cena, y Cristo consagró la materia presente. Lo
mismo exige el sentido obvio de las palabras de la consagración, pues los pronombres esto y
éste (hoc et hic), no demuestran sino una materia presente.

Para tener esta presencia física se requiere ciertamente que la materia de algún modo esté
delante del sacerdote y que no diste mucho; sin embargo, no se requiere que sea percibida en
algún sentido por el sacerdote, sino que es suficiente que la materia, a juicio prudente de los
hombres, es decir, por los pronombres esto y éste, suficientemente se puedan señalar.

a. De aquí que se consagran válidamente todas las hostias que se encuentran acumuladas
en el copón, aunque las inferiores no puedan ser vistas; también, en cuanto a la
presencia se refiere, las hostias que están en un copón cerrado o cubierto con una palia,
el vino que esté en un cáliz no descubierto, es más, también el vino puesto en un vaso
el pan encerrado en un canastillo, porque la materia, por razón del vaso en el que se
contiene y el cual se destina a contener la materia, está lo suficientemente presente
como para que pueda ser una cosa presente, y que pueda concretarse por las palabras
éste y esto. Por el uso común, tiene esta posibilidad de que el que contiene y el
contenido se puedan demostrar a la manera de una misma cosa con el pronombre esto,
así como en el caso de las monedas guardadas en el bolsillo (o en la bolsa) decimos:
esto es oro, y del licor encerrado en una jarra afirmamos que es vino. Y estas cosas son
ciertas verdaderamente, por cuyo motivo no debe ser repetida la consagración si, por
ejemplo, el copón permaneciese cerrado por olvido durante la consagración.

b. Pero no valdría la consagración si la materia (aun sabiéndolo el sacerdote), estuviese


detrás del altar o detrás de la tabla que se dice del canon, o a espaldas del celebrante,
porque no está tan presente allí como para que por el pronombre esto o éste se puedan
demostrar (enseñar), pues el cuerpo que se interpone impide que puedan ser
demostradas así (por ejemplo, con la mano). Por esta misma razón, a saber, por defecto
de presencia, no puede consagrarse válidamente una materia que dista diez pasos
(otros dicen veinte). Si la hostia estuviese oculta bajo el corporal o en el misal, o bajo o
dentro del misal, o si estuviese escondida bajo el mantel del altar, o bajo el "cussino", o
bajo el pie del cáliz, la consagración sería dudosa, porque la hostia allí oculta apenas
podría ser demostrada (enseñada) por el pronombre hoc, que expresa esto. Y aunque
sea consagrada válidamente una hostia situada en un tabernáculo (sagrario) abierto, la
consagración sería al menos dudosa si el sagrario estuviese cerrado.

2. Después se requiere que la materia destinada a ser consagrada esté determinada en un


individuo, en una unidad concreta, por la intención, al menos habitual, del consagrante; porque
cualquier acción debe tener un término determinado (finalidad, objeto) del cual se ocupe;
además, por la palabra o pronombre hoc (esto) y, hic (éste), no puede ser designada sino una
materia determinada. Por lo mismo, así como para consagrar se requiere intención de
consagrar, así para consagrar una materia determinada se requiere intención de consagrar
aquella materia determinada.

a. Por lo tanto, lo que, de ninguna manera, ni explícita ni implícitamente ha sido


determinado como objeto de consagración por la intención del sacerdote, no está
consagrado; pero lo que, de alguna manera, al menos implícitamente (p. ej., pensando
en lo que tengo en las manos, en lo que hay en el corporal), está determinado por la
intención como objeto de consagración, se juzga estar consagrado.

b. Pero si de un montón de hostias sólo quisiese consagrar cinco, o solamente la mitad,


ninguna quedaría consagrada. De la misma manera no están consagradas las hostias
que, sin saberlo el sacerdote, fueron puestas en el altar, e incluso en el corporal, si él
no tuvo intención de consagrar todo cuanto fuese consagrable en el corporal o en el
altar.

La Forma de la Eucaristía

La forma de consagrar el pan la constituyen las palabras con las cuales nuestro Señor
Jesucristo consagró e instituyó este sacramento en la última cena: porque esto es mi cuerpo.
Todas estas palabras (excepto la partícula latina enim, en castellano pues, porque) y éstas
solas, son esenciales en la consagración del pan, porque estas solas significan completamente
lo que se verifica en la consagración, a saber, la presencia del cuerpo de Cristo, e igualmente
todas se requieren para significar esto. Si alguien, pues, o bien omitiese una de estas palabras
(p. ej., el es, o el mi, el mi de mi cuerpo), o cambiase substancialmente las palabras, no
consagraría válidamente. En cambio, otras palabras fuera de éstas, precedentes o
subsiguientes, no se requieren esencial o necesariamente para la consagración.
La forma de consagrar el vino la constituyen igualmente las palabras de Cristo: porque (enim)
éste es el cáliz de mi sangre, o ésta es mi sangre. Y estas solas palabras son esenciales en la
consagración del cáliz, porque éstas solas significan y realizan perfectamente el sacramento,
a saber, la esencia de la sangre bajo las especies del vino. De aquí se sigue que las palabras
que vienen después: del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que será derramada por
vosotros y por muchos para la remisión de los pecados, no son de la esencia de la
consagración y realmente, en otras liturgias, sobre todo orientales, falta la mayor parte o todas,
ni son referidas por San Pablo, quien sin duda redactó bien la fórmula válida (cf. 1 Cor 11,25).
Pero deben ser añadidas necesariamente por precepto de la Iglesia, de forma que la omisión
voluntaria de dichas palabras o una mutación o cambio notable, sea pecado grave.

a. Quien en la consagración solamente hubiese pronunciado las primeras palabras


esenciales, no debe necesariamente repetir la fórmula íntegra, porque la consagración
ciertamente es válida; ni la sentencia contraria de los autores, que parece carecer de
todo fundamento, vuelve verdaderamente dudosa la consagración. Pero como muchos
autores dudan de la consagración si se omiten todas las otras palabras después de las
esenciales, o solamente éstas: que será derramada, es lícito repetir la consagración
aunque no sea necesario (cf. Lehmkuhl, Theol. mor. II. n.172).

b. Las palabras que se emplean en la consagración del pan están tomadas del evangelio
de San Mateo (26,26), y la partícula enim (que significa ciertamente), con la cual se
conecta con las precedentes, está inserta por el uso de la Iglesia Romana. Las palabras
que en la consagración del vino se emplean están tomadas de diversos lugares de la
sagrada Escritura, fuera de las palabras eterno y misterio de fe.

Las palabras de la consagración deben ser proferidas así:

1) Recitativamente, o sea materialmente, esto es, narrando históricamente lo que Cristo


el Señor hizo y dijo, pues del contexto del canon consta que el sacerdote recita aquellas
palabras como pronunciadas por otro, es decir, por el mismo Cristo.

2) Significativamente, o sea formalmente, esto es, de manera que el sacerdote mismo


afirme que esto es el cuerpo de Cristo, porque si profiriese sólo material-mente las
palabras para su verdad, no se requeriría la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo.

3) Prácticamente, no sólo especulativamente, esto es, con la intención de hacer por las
palabras de la consagración, que allí realmente estén el cuerpo y la sangre de Cristo.

Por lo demás, no es necesario que el celebrante pretenda expresamente todos estos sentidos,
como igualmente no es necesario que intente determinadamente consagrar, o por las solas
palabras esenciales o por todas las palabras de la fórmula consecratorio, sino que es suficiente
que se conforme a la mente de la Iglesia.
Las palabras de la consagración deben ser proferidas sin cambio, tanto substancial como
accidental, pues la mutación substancial haría la consagración inválida, y la accidental la haría
ilícita.

En la forma, esto y éste significan demostrativamente en primer lugar la cosa presente, y en


cuanto al objeto demostrado significan: la cosa, la substancia que bajo estas especies se
contiene. Luego éste, en segunda forma no significa adverbialmente heic = en este lugar. La
forma del verbo ser, es, significa que esta cosa presente es el cuerpo y la sangre de Cristo,
luego significa la conversión, y ella permanente; mientras que por el contrario las palabras sit
(sea) y fit (se hace), significan solamente la misma acción de la conversión. Las palabras
corpus et sanguis (cuerpo y sangre), significan aquello que por fuerza de las palabras se hace
presente en la Eucaristía, a saber, su mismo cuerpo y su misma sangre, no también su alma
y divinidad, las cuales no se hacen presentes por fuerza de las palabras bajo las especies.

a. Son inválidas las siguientes formas por la mutación substancial:

 Hic = aquí (adverbialmente, esto es, en este lugar, en la substancia contenida bajo
estas especies), está mi cuerpo y mi sangre.
 esto es mi substancia, es igualmente forma inválida porque en la substancia de
Cristo también significa su alma, la cual no se hace presente bajo las especies por
fuerza de las palabras;
 este cuerpo es mío, esta sangre es mía, tampoco vale, porque estas palabras no
significan la transubstanciación, sino este cuerpo me pertenece a mí, a no ser que
en la intención del que habla la palabra "cuerpo" se tome como predicado;
 sea esto, se hace esto, hágase mi cuerpo y mi sangre;
 esto es el cuerpo de Cristo, este es el cáliz de la sangre divina.

Son formas dudosas:


 eso (istud) es mi cuerpo, aquella es mi sangre, porque no consta suficientemente si el
pronombre istud = eso, significa una cosa presente al que habla; aquella, en cambio no
significa una cosa presente sino remota, por lo cual esta otra forma parece ser inválida
 esta es mi carne, pues la carne, de suyo, no significa todo aquello que significa la
palabra cuerpo, a no ser que el hablante quiera significar lo mismo con el término carne.

Son válidas pero ilícitas las formas siguientes:


 Esto es mi cuerpo, cambiando el orden hoc meum est corpus;
 este alimento es mi cuerpo, esta bebida es mi sangre;
 éste es el cáliz, nuevo testamento en mi sangre, como tiene S.Lucas (22,20; cf. también
1 Cor 11,25);
 esto es pues el cáliz de mi sangre, porque esta forma tiene el mismo sentido.
b. Una mutación módica (es decir, accidental) no vuelve inválida la forma, pero las más de
las veces la convierte en gravemente ilícita, pues en este tan insigne sacramento debe evitarse
casi todo cambio voluntario de la forma. Sin embargo, la omisión de la palabra latina enim =
pues, sería venial, igualmente como avisa Lehmkuhl (n.170), por pronunciación negligente, no
por defecto de lengua balbuciente, se debe evitar corromper o cambiar las letras de est en es,
corpus en copus, meum en meu, calix en calis, sanguinis en sanguis, etc., estas faltas no
pueden ser excusadas de pecado venial.

c. Pero, sin embargo, nada debe repetir quien inculpablemente, por un deslizamiento o vicio
de lengua, o culpablemente por negligencia en la pronunciación, muda sólo levemente la forma
de la consagración, porque ésta ciertamente es válida.

Del Sujeto de la Eucaristía

Para que alguien sea sujeto capaz de recibir sacramentalmente la Eucaristía, se requiere:

 que esté bautizado

 según la sentencia más habitual, que tenga la intención, al menos habitual, de recibir a
Cristo como huésped.

Por lo tanto, son incapaces por derecho divino los hombres no bautizados, aunque por la fe y
la caridad estén en estado de gracia; a lo más pueden tener algún fruto ex opere operantis (por
efecto de la buena acción de la persona), pero no ex opere operato (por efecto de la obra
realizada), pues falta el carácter bautismal.

Los dudosamente bautizados tienen también sólo fruto dudoso sacramental, pero debe
procurarse que desaparezca la duda.

Por derecho eclesiástico quedan se les prohíbe, aunque sean capaces, a:

a) los niños antes de tener uso de razón (can. 913)

b) los que ya recibieron la comunión en el mismo día, a no ser que lleguen a encontrarse
en peligro de muerte (can. 913); o haya necesidad de impedir una irreverencia hacia el
sacramento (can. 919)
c) los excomulgados; los que están bajo entredicho personal; los manifiestamente infames
y en general públicamente indignos, a no ser que conste de su enmienda y hubiese sido
ya reparado el escándalo (can. 915).

La sagrada comunión no debe ser concedida sino a aquellos que la recibirían sin peligro de
irreverencia. Pero, como los sacramentos son para los hombres, no es necesario que sea
excluido hasta un leve peligro de irreverencia, para que se pueda dar la comunión sobre todo
a los enfermos.

a) Los que padecen de tos pueden recibir la Eucaristía y, en la hora de la muerte, deben
también recibirla, con tal que tengan algo de quietud para que puedan recibir la sagrada
hostia, pues solamente existe peligro de irreverencia si son atacados por un ímpetu de
tos mientras introducen la sagrada hostia, pues ésta, una vez sumida, en general no
tiene peligro especial, ya que los esputos se disuelven o arrojan por una vía, y por otra,
el del estómago, los alimentos.

b) Los que sufren de vómito constante pueden recibir la Eucaristía, y en caso de muerte
deben recibirla si no vomitasen durante un breve tiempo, tiempo que fuese suficiente
para que la especie (la forma, la hostia) se corrompiese en el estómago; el cual tiempo
no debe ser medido con demasiada ansiedad, sobre todo cuando se trate del viático.
En este caso se aconseja dar solamente una pequeña parte (partícula) de la hostia para
que se corrompa en un breve tiempo. Sin embargo, habiendo duda positiva sobre si el
enfermo vomitará la hostia, no se le debe dar (cf. Capellmann, Medicina pastoral, p.266).
Si no se trata del viático, también se le puede dar una partícula y aun la hostia entera
no consagrada a fin de hacer un ensayo.

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