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La Materia de la Eucaristía
De la materia remota
a) Las diversas especies de trigo sobre las cuales, por uso válido o lícito, en la confección
de este sacramento, se puede preguntar, son: centeno, cebada, trigo candeal y espelta.
b) La harina cocida, no con agua, sino con cualquier otro licor (leche, vino, etc.), no se dice
pan.
Si a la harina se le mezcla agua artificial, leche, manteca, vino o cualquier otro líquido
en pequeña cantidad, la materia es ciertamente ilícita, pero, sin embargo, no inválida,
porque según la estimación común de los hombres, todavía se tiene como verdadero
pan. Del mismo modo se debe pensar que si a la harina de trigo se le mezcla una
pequeñez de otra harina de distinta especie, como cebada o habas, todas estas clases
de harina, si se mezclasen en mayor cantidad, constituirían una materia ciertamente
inválida. Igualmente, al pan que se va a consagrar no se le debe echar sal, pero si
hubiese sido añadida por error, este pan podría usarse en el caso de que, faltando otra
hostia, no conviniese suprimir la celebración.
Por lo cual, las hostias encarnadas o de otro color, como el color con que se sellan las
cartas, con tal que hubiesen sido confeccionadas con harina de trigo, son materia válida,
aunque ilícita, con tal que sea muy moderada la cantidad de cinabrio o de otra
substancia que se mezcle con el trigo, pero son materia dudosa e incluso inválida, si se
mezcla una cantidad mayor de la substancia extraña.
2. La masa hecha de harina y agua todavía sin cocer, sino todavía cruda, es inválida porque
todavía no es pan; por igual razón la harina cocida en el agua, a manera de papilla, es materia
inválida porque no es pan.
Materia lícita. Para confeccionar lícitamente la Eucaristía se requiere, para los latinos, que el
pan sea ázimo; para los griegos que esté fermentado (Concilio florentino en el decreto de
unión; D 692). Además, la hostia que se consagra debe ser reciente, limpia, entera, incorrupta
y de forma redonda (orbicular), mayor (bastante mayor que las hostias destinadas a la
consagración y a la comestión de los fieles).
1. Aunque puede consagrarse válidamente tanto el pan ázimo como el fermentado, porque
ambos son verdadero pan confeccionado de harina de trigo y agua, sin embargo, los latinos
están obligados bajo pecado grave a consagrar pan ázimo, y los griegos, fermentado, y de
este precepto no excusa ni siquiera la necesidad de un viático para un moribundo, sino
solamente la necesidad de completar el sacrificio.
a. La Iglesia latina, en el uso del pan ázimo, sigue el ejemplo de Cristo, que instituyó el
sacramento en los días de uso de los ázimos; los griegos, por antigua costumbre, usan
el pan fermentado, cuyo uso la Iglesia lo permitió a los griegos en el Concilio florentino,
porque no existe un precepto expreso de Cristo de consagrar con pan ázimo. Es más,
en el mismo Concilio se añade el precepto para ambas Iglesias de seguir el propio rito
y la propia costumbre. Este precepto lo confirmó y renovó el papa San Pío V con la
constitución Providentia romani pontificis del año 1566; y posteriormente Benedicto XIV
por la constitución Etsi pastoralis del año 1742. Esta ley fue también confirmada
recientemente por el Código de Derecho Canónico del año 1917, cn.816, y en el Nuevo
Código de fecha 25 de enero de 1983, trata sólo del rito latino, sobrentendiéndose
aprobadas de nuevo todas las normas propias de los ritos orientales, publicadas por
otros documentos anteriores.
b. Un latino debe emplear en todas partes el pan ázimo, y un griego, el fermentado, porque
cada uno de los ritos debe ser observado en todas partes, tanto en las regiones latinas
como en las regiones griegas, a no ser que hubiese obtenido un indulto especial de
mudar de rito (el cual se concede a veces a la manera de hábito, pero nunca se concede
a la manera de acto). De aquí que un griego (lo mismo debe decirse de un latino), que
perpetuamente o por un cierto tiempo habita en una región latina donde no hay una
iglesia del propio rito, debe pedir licencia a un obispo latino para celebrar en la iglesia
latina en el rito griego. También, igualmente, un sacerdote que se encuentra de viaje
debe dirigirse, si la hay, a una iglesia de su rito, y si no existe, debe celebrar en la iglesia
latina según su propio rito (cf. Benedicto XIV, De ritibus c.2. n.15. Gasparri II. 801s).
2. Recientes. Como las hostias delgadas se corrompen fácilmente, sobre todo si se guardan
en un lugar húmedo, o si el tiempo fuese de invierno o lluvioso, amenaza con el peligro de
consagrar una materia inválida, a no ser que las hostias sean recientes. Así pues, deben
procurar los rectores de las iglesias que las hostias que deben ser consagradas, si no son muy
recientes, al menos hayan sido confeccionadas dos semanas antes, o a lo sumo un mes antes
(A.A.S. XI. p.8).
3. La figura de las hostias consagradas, en la Iglesia latina debe ser redonda, y en la Iglesia
griega, cuadrada.
b. Por fin, faltando la hostia mayor, se permite, aun sólo por motivo de devoción, celebrar
con la hostia pequeña, no sólo privadamente, sino también públicamente, excluido el
escándalo por medio de un oportuno aviso al pueblo (San Alfonso, n.205), ya que no
hay obligación grave de consagrar una hostia mayor.
Vino de vid. Para consagrar válidamente, sólo y siempre se puede emplear vino de vid que
no esté corrompido substancialmente, entendiéndose por vino el licor de la vid, exprimidas las
uvas maduras.
a. Por lo tanto, son materia inválida todos los licores que por su naturaleza no son vino,
como la cerveza, el jugo exprimido de frutas (manzanas, peras, etc.), también el jugo
exprimido de uvas inmaduras (agresta) que todavía no tienen naturaleza de vino
(Missale romanum, De defectibus IV, I); después son inválidos el vino que llaman
segundo, esto es, el vino proveniente de uvas ya exprimidas, exprimido otra vez con
agua infundida, cuya mayor parte es agua (lora), el vinagre, que es vino corrompido; el
vino tostado (adusto), que es otra substancia distinta del vino porque, aunque por arte
está compuesto de los mismos elementos que se encuentran en el vino natural, sin
embargo no es materia válida si no tiene su origen en la vid.
b. Materia válida es el jugo exprimido de uvas desecadas, con tal que se preparen de tal
maneara que por su olor, color y gusto, se reconozca que es vino (S.Officium, 27 de
julio de 1706)
c. Exprimido, porque el licor todavía no exprimido sino existente todavía en las uvas, no
puede ser consagrado, tanto porque la materia que debe ser consagrada debe ser
presentada en estado de bebida, como porque las palabras de la consagración: esto es
mi sangre, no significarían un licor, sino toda una materia de uva.
d. Incorrupto, porque el vino corrompido ya no es vino en adelante, por eso la rúbrica del
misal dice así: “si el vino se ha convertido totalmente en vinagre, o ha sido exprimido de
uvas ácidas (no maduras), o se le ha añadido tanta cantidad de agua que el vino se
haya corrompido, no se confecciona el sacramento” (Missale romanum, De defectibus
IV, I).
Nota. Todo vino, sea blanco, sea tinto, o mixto de ambos, o vino generoso o débil, de cualquier
región o de cualquier origen, es materia válida de consagración porque en todos existe la
verdadera naturaleza del vino. Y aunque el vino generoso sea el que más convenga para la
dignidad de este sacramento tan importante, sin embargo, porque ahora consta más fácilmente
que el vino ordinario es genuino, debe ser éste el preferido al mejor, a no ser que conste que
ese otro vino es puro y no mezclado (el generoso controlado).
De la materia próxima
La materia próxima del sacramento en el hacerse (in fieri), es el uso de la materia remota, o
sea, del pan y del vino en la consagración; la materia del sacramento en el ser (in esse), son
las especies en cuanto ya contienen el cuerpo y la sangre de Cristo.
Para tener esta presencia física se requiere ciertamente que la materia de algún modo esté
delante del sacerdote y que no diste mucho; sin embargo, no se requiere que sea percibida en
algún sentido por el sacerdote, sino que es suficiente que la materia, a juicio prudente de los
hombres, es decir, por los pronombres esto y éste, suficientemente se puedan señalar.
a. De aquí que se consagran válidamente todas las hostias que se encuentran acumuladas
en el copón, aunque las inferiores no puedan ser vistas; también, en cuanto a la
presencia se refiere, las hostias que están en un copón cerrado o cubierto con una palia,
el vino que esté en un cáliz no descubierto, es más, también el vino puesto en un vaso
el pan encerrado en un canastillo, porque la materia, por razón del vaso en el que se
contiene y el cual se destina a contener la materia, está lo suficientemente presente
como para que pueda ser una cosa presente, y que pueda concretarse por las palabras
éste y esto. Por el uso común, tiene esta posibilidad de que el que contiene y el
contenido se puedan demostrar a la manera de una misma cosa con el pronombre esto,
así como en el caso de las monedas guardadas en el bolsillo (o en la bolsa) decimos:
esto es oro, y del licor encerrado en una jarra afirmamos que es vino. Y estas cosas son
ciertas verdaderamente, por cuyo motivo no debe ser repetida la consagración si, por
ejemplo, el copón permaneciese cerrado por olvido durante la consagración.
La Forma de la Eucaristía
La forma de consagrar el pan la constituyen las palabras con las cuales nuestro Señor
Jesucristo consagró e instituyó este sacramento en la última cena: porque esto es mi cuerpo.
Todas estas palabras (excepto la partícula latina enim, en castellano pues, porque) y éstas
solas, son esenciales en la consagración del pan, porque estas solas significan completamente
lo que se verifica en la consagración, a saber, la presencia del cuerpo de Cristo, e igualmente
todas se requieren para significar esto. Si alguien, pues, o bien omitiese una de estas palabras
(p. ej., el es, o el mi, el mi de mi cuerpo), o cambiase substancialmente las palabras, no
consagraría válidamente. En cambio, otras palabras fuera de éstas, precedentes o
subsiguientes, no se requieren esencial o necesariamente para la consagración.
La forma de consagrar el vino la constituyen igualmente las palabras de Cristo: porque (enim)
éste es el cáliz de mi sangre, o ésta es mi sangre. Y estas solas palabras son esenciales en la
consagración del cáliz, porque éstas solas significan y realizan perfectamente el sacramento,
a saber, la esencia de la sangre bajo las especies del vino. De aquí se sigue que las palabras
que vienen después: del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que será derramada por
vosotros y por muchos para la remisión de los pecados, no son de la esencia de la
consagración y realmente, en otras liturgias, sobre todo orientales, falta la mayor parte o todas,
ni son referidas por San Pablo, quien sin duda redactó bien la fórmula válida (cf. 1 Cor 11,25).
Pero deben ser añadidas necesariamente por precepto de la Iglesia, de forma que la omisión
voluntaria de dichas palabras o una mutación o cambio notable, sea pecado grave.
b. Las palabras que se emplean en la consagración del pan están tomadas del evangelio
de San Mateo (26,26), y la partícula enim (que significa ciertamente), con la cual se
conecta con las precedentes, está inserta por el uso de la Iglesia Romana. Las palabras
que en la consagración del vino se emplean están tomadas de diversos lugares de la
sagrada Escritura, fuera de las palabras eterno y misterio de fe.
3) Prácticamente, no sólo especulativamente, esto es, con la intención de hacer por las
palabras de la consagración, que allí realmente estén el cuerpo y la sangre de Cristo.
Por lo demás, no es necesario que el celebrante pretenda expresamente todos estos sentidos,
como igualmente no es necesario que intente determinadamente consagrar, o por las solas
palabras esenciales o por todas las palabras de la fórmula consecratorio, sino que es suficiente
que se conforme a la mente de la Iglesia.
Las palabras de la consagración deben ser proferidas sin cambio, tanto substancial como
accidental, pues la mutación substancial haría la consagración inválida, y la accidental la haría
ilícita.
Hic = aquí (adverbialmente, esto es, en este lugar, en la substancia contenida bajo
estas especies), está mi cuerpo y mi sangre.
esto es mi substancia, es igualmente forma inválida porque en la substancia de
Cristo también significa su alma, la cual no se hace presente bajo las especies por
fuerza de las palabras;
este cuerpo es mío, esta sangre es mía, tampoco vale, porque estas palabras no
significan la transubstanciación, sino este cuerpo me pertenece a mí, a no ser que
en la intención del que habla la palabra "cuerpo" se tome como predicado;
sea esto, se hace esto, hágase mi cuerpo y mi sangre;
esto es el cuerpo de Cristo, este es el cáliz de la sangre divina.
c. Pero, sin embargo, nada debe repetir quien inculpablemente, por un deslizamiento o vicio
de lengua, o culpablemente por negligencia en la pronunciación, muda sólo levemente la forma
de la consagración, porque ésta ciertamente es válida.
Para que alguien sea sujeto capaz de recibir sacramentalmente la Eucaristía, se requiere:
según la sentencia más habitual, que tenga la intención, al menos habitual, de recibir a
Cristo como huésped.
Por lo tanto, son incapaces por derecho divino los hombres no bautizados, aunque por la fe y
la caridad estén en estado de gracia; a lo más pueden tener algún fruto ex opere operantis (por
efecto de la buena acción de la persona), pero no ex opere operato (por efecto de la obra
realizada), pues falta el carácter bautismal.
Los dudosamente bautizados tienen también sólo fruto dudoso sacramental, pero debe
procurarse que desaparezca la duda.
b) los que ya recibieron la comunión en el mismo día, a no ser que lleguen a encontrarse
en peligro de muerte (can. 913); o haya necesidad de impedir una irreverencia hacia el
sacramento (can. 919)
c) los excomulgados; los que están bajo entredicho personal; los manifiestamente infames
y en general públicamente indignos, a no ser que conste de su enmienda y hubiese sido
ya reparado el escándalo (can. 915).
La sagrada comunión no debe ser concedida sino a aquellos que la recibirían sin peligro de
irreverencia. Pero, como los sacramentos son para los hombres, no es necesario que sea
excluido hasta un leve peligro de irreverencia, para que se pueda dar la comunión sobre todo
a los enfermos.
a) Los que padecen de tos pueden recibir la Eucaristía y, en la hora de la muerte, deben
también recibirla, con tal que tengan algo de quietud para que puedan recibir la sagrada
hostia, pues solamente existe peligro de irreverencia si son atacados por un ímpetu de
tos mientras introducen la sagrada hostia, pues ésta, una vez sumida, en general no
tiene peligro especial, ya que los esputos se disuelven o arrojan por una vía, y por otra,
el del estómago, los alimentos.
b) Los que sufren de vómito constante pueden recibir la Eucaristía, y en caso de muerte
deben recibirla si no vomitasen durante un breve tiempo, tiempo que fuese suficiente
para que la especie (la forma, la hostia) se corrompiese en el estómago; el cual tiempo
no debe ser medido con demasiada ansiedad, sobre todo cuando se trate del viático.
En este caso se aconseja dar solamente una pequeña parte (partícula) de la hostia para
que se corrompa en un breve tiempo. Sin embargo, habiendo duda positiva sobre si el
enfermo vomitará la hostia, no se le debe dar (cf. Capellmann, Medicina pastoral, p.266).
Si no se trata del viático, también se le puede dar una partícula y aun la hostia entera
no consagrada a fin de hacer un ensayo.