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Diez años.

Nueva York, Nueva York.

Rachel Berry está empacando por cuarta vez esta mañana. Ordenado por color, luego por tiempo
de uso, luego por color nuevamente, después un intento por ordenar por apego a la prenda (que
llevó a una mini crisis, al no poder decidirse entre la mitad de su ropa).

No está nerviosa, realmente, no lo está. Solo está volviendo a Lima; ha vuelta a Lima varias veces,
desde que se mudó a Nueva York. Va la mayor cantidad posible de festividades; no es como si no
haya vuelto en diez años.

Es la ocasión, sabe que lo es y le frustra en demasía. Ella es Rachel Berry. Ella entró en NYADA a
pura fuerza de voluntad (con ayuda de Tina, quien siempre tiene boletos gratis para sus shows, no
digan que no piensa en los demás). Quien logró audición en su primer año para Funny Girl (aunque
no lo consiguió, pero eso es una nimiedad). Quien desde entonces no ha parado. De hecho, si
alguien le interesa conocer -tiene su portafolio empacado con folletos e itinerarios-, viene de
protagonizar la última representación de Cabaret (¡tome eso, Sandy Ryerson!).Con esfuerzo y
determinación ha probado una y otra vez que es una estrella, ¿así que por qué le pone de nervios
solo pensar en volver?

Piensa en la sala del coro, en el señor Schue tratando de armar algo parecido a un grupo
coordinado. Recuerda las discusiones, la gente haciendo caso omiso sus francamente brillantes
ideas (no todo el tiempo, pero bueno…). Recuerda cálidos momentos cuando mostraban,
deslumbraban con talento. Recuerda regionales, perder regionales, ganar las nacionales.

Recuerda…

Suspira y cierra su maleta.

Rachel Berry vuelve a Lima y Finn Hudson estará ahí.

Harrisburg, Pennsylvania.

Siente los aplausos, la ovación de pie, oh por dios, esto es un sueño. Su sangre todavía está
cantando, vibrando bajo su piel. Todo su ser está temblando.

Kurt Hummel lo logró. Cerró su primera gira nacional en Broadway, cada estado era una nueva
aventura. Into the Woods ha sido lo mejor que le ha pasado y todavía no se siente como si fuera
real. Se mira en el espejo buscando a ese chico de dieciséis años, con su nariz en alto, con un
segundo (hasta tercer) cambio de ropa por el inevitable slushie a su cara y/o lanzamiento al
basurero. Ese chico aterrorizado por ser quién es, soñando con las luces de Broadway mientras
evitaba al matón del día. Quien esperaba sentado y miserable, contando los días para salir de Lima
y por fin ser quién debía ser.
Ese chico ya no está. Está el hombre que es. El hombre que en su segundo audición a NYADA
consiguió una ovación de pie. Quien no necesitó una relación para que lo definiera. Que superó su
primer amor, al amarse a sí mismo. Quien no dejó que nada ni nadie le dijera que no podía, que no
era para él, que se buscara otro sueño. Ese el Kurt que lo mira de vuelta. Un hombre orgulloso,
feliz, con quien es hoy. Cuyo teléfono no ha parado de sonar desde que terminó el espectáculo.
Quien gente, críticos respetados, han admirado su actuación. Sus sueños ya no son sueños, son
una realidad.

Quiere llorar, está tan contento y quiere llorar, gritárselo al mundo: ¡Kurt Hummel lo logró, perras!

Sonríe y se va a cambiar.

Tiene una celebración que asistir, una maleta que empacar y un avión que tomar.

Kurt Hummel va a casa con la frente en alto.

Miami, Florida.

Quinn rueda sus ojos por enésima vez en lo que pareciera una eternidad. Ha estado atascada en
tráfico por la buena parte de la media hora desde que salió del trabajo. Miami nunca ha sido
conocida por su clima frío, haciendo que el vestido que lleve se vuelva cada vez más incómodo
cuanto pase el tiempo.

Tamborilea sus uñas, las cuales se hizo la manicura la semana pasada, junto con su hermana y
mamá quienes reclamaban que no pasaba tiempo con ellas. Como si no fuera poco que se haya
mudado hasta aquí por ellas cuando terminó su carrera, primera de su generación como siempre
supo. Su madre quería reconciliarse con ella, volver a conocerse y Frannie se había mudado,
nuevamente, con su prometido, quien sigue siendo un imbécil, pero es solo su bastante declarada
opinión.

Está ansiosa por llegar a casa. Terminó de empacar ayer y de confirmar su vuelo para el día
siguiente. No es eso lo que le espera en su casa. Es algo más importante. Es el llamado que tiene
que hacer, que no ha podido hacer porque la noticia la recibió hoy y tenía trabajo,
responsabilidades, ¿está bien?

Va a ver Beth.

Su corazón da un vuelco solo en pensarlo. No es que no la haya visto en estos años, porque lo ha
hecho. Lo más posible. Incluso si le duele cada vez que tiene que dejarla. Resistiéndose esas ganas
de quedarse con ella por siempre, de devolverse a Miami con ella en brazos. Esas mismas ganas
que la convirtieron en una, sinceramente, psicótica perra en su último año de secundaria. Así que
se las traga y vuelve a su vida cotidiana. Vuelve a ser Quinn Fabray, destacada empleada, dedicada
psicóloga para niños que necesitaban la misma ayuda que le dieron a ella cuando su vida se fue a
la basura.
Respira y el semáforo cambia a verde.

Va a llegar y llamar a Noah Puckerman.

Porque cuando lleguen a Lima, Shelby Corcoran los estará esperando con la cosa más perfecta que
ha hecho hasta ahora.

Chicago, Illinois.

Se quedó atrás después del ensayo, practicando los últimos pasos de la rutina que se sabe de
memoria. La han practicado por un poco más de dos meses, de hecho ayudó en formarla.

Acaba de finalizar el segundo brissé cuando escucha aplausos detrás de él.

Se gira y encuentra a la coreógrafa con una pequeña sonrisa, mirándolo recargada en el marco de
la puerta. No la había escuchado entrar, estaba tan concentrado, tan ensimismado en su rutina
que no notó nada excepto la música.

-Ah, hola. Pensé que todos se habían ido.

Todos se fueron bastante rápido, luego de que Lori, la coreógrafa, les dejara la tarde libre después
de cinco días de brutales ensayos sin parar. Está acostumbrado a lo demandante que es la
compañía, se regocija en eso, en el que haya llegado tan lejos, en que su baile no solo destacara en
la pequeña ciudad de Lima, si no que aquí, donde han nacido verdaderas leyendas del ballet, sus
dulces movimientos sigan siendo dulces.

-Sí, pero sabes como soy. Una trabajólica. –se retira del marco de la puerta y se acerca más a él-.
Como tú al parecer. Eres bastante bueno, Michael.

Sonríe y se rasca la nuca, le das las gracias. Es un hábito. Tina lo llama adorable.

Lori siempre le llama Michael, insiste que hay demasiados Mike en el mundo. No le molesta,
aunque es algo raro, siendo siempre llamado Mike.

-Sabes Michael –dice, cuando ve que Mike no le dirá nada más. –Un día tendrás mi trabajo, yo sé
que sí. –Y cómo llegó, se fue.

Mike sale del estudio de la Compañía de Ballet Joffrey con una sonrisa enorme y un ticket de tren
en la mano.

Mañana parte hacia Lima.

Los Ángeles, California.

Artie está en su escritorio, revisando las ediciones que ayer le mandó Nadia. Le juró que las iba a
revisar cuando llegaron, pero se distrajo, con algo sumamente importante.
Se da la vuelta, admirando su sumamente importante distracción, quien sigue roncando sin
ninguna preocupación del mundo. Sonríe, divertido. Sauri se había quedado dormida después de
un maratón de Star Wars, seguido de un maratón de sexo entusiasta.

Y pensar que en su primera cita le había tratado de apuñalar con su tenedor. En su defensa, no
pensó que iba a decir que sí cuando la invitó a salir, y ese escote estaba haciendo estragos con su
cerebro, el cual hizo cortocircuito y lo convirtió en un total imbécil.

Amén por las segundas oportunidades.

Se da la vuelta, terminando de revisar las ediciones que le mandó Nadia, con casi ningún
comentario, excepto la extraña transición entre la escena siete y ocho, donde luce algo forzado y
tosco. Al dejar eso listo, revisa su teléfono, suspirando resignado al ver los ocho mensajes de Puck.

Todos con varios niveles de ortografía y desesperación, con algo de amenazas y comentarios
sexuales; Puck siendo Puck.

Le responde: “El amenazarme con decirle a mi novia que tuve una ETS no hará que te conteste.
Cálmate viejo y respira.”

Rueda su silla a la cama, levantándose y volviéndose a acostar. Sauri hace un sonido en su


garganta y se abraza a él.

Va a dormir todo lo que pueda hoy y ni siquiera los intentos de un Noah Puckerman en crisis lo
detendrán.

Mañana Artie Arbrams toma un vuelo a Lima. Hoy, va a dormir y ver Netflix con su novia.

Los Ángeles, California.

-Estúpido Artie y su estúpido mensaje. ¿Qué clase de amigo es ese? Cabrón. Y Jake no me
contesta. Finn no ayudó en nada. Putos todos.

Noah Puckerman es el hombre, ¿okay? Él es Puck. Se acostó con la gran parte de su secundaria,
con varias MILF, se vistió de mujer por Glee, se graduó. Consiguió el dinero para irse a Los Ángeles.
Tal vez su empresa de limpia piscinas no le fue tan bien como esperaba (¿por qué todo rico con
enorme piscina tiene ya su propio limpia piscina?), tal vez no entró en la mejor universidad, pero
entró. Eso ya es un gran paso en su familia. No volvió a dejar a nadie embarazado. No estuvo en la
cárcel. No está en rehabilitación.

En serio, de verdad que él es el hombre. Y la mejor versión de ese hombre está en la mejor versión
de su guardarropa (diga lo que diga Kurt), con la mejor versión de un guión que ha estado
trabajando por dos años. Escuchen eso gente. Dos. Años.

Dejó de salir por esto, pidió ayuda por esto, trabajó, sudó, sangró, todo, hizo todo por esto.

Puck viene a patear traseros y vender su guión.


Lo hizo, lo rechazaron, lo rehízo, lo rechazaron de nuevo. Crítica, más crítica, incluso un hijo de
perra se rió y tuvo que resistirse a golpearlo y darle una probadita del Puckasaurus.

Hoy es el día.

Lo llaman, su teléfono suena pero lo apaga. Nada lo va a detener. No ahora. Él no es un perdedor


de Lima. Él es Noah Puckerman y hoy va a vender su guión.

Hoy Puck entra a una oficina llena de gente lista para juzgarlo y decirle que su guión o es brillante
o es basura.

Mañana, Puck estará en un avión vuelta a Lima.

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