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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del p.p.p. la educación

U.C.S "Hugo Rafael Chávez Frias'

Valencia - edo - carabobo

Pnf: MIC 2do año

Pensamiento político

Doctor: Estudiante:

Leonardo alvarado. Díana


jeibimar

González
Sánchez

C.i:
28222686

Valencia, 16/10/2021
Pensamiento político de Francisco de Miranda

Francisco de Miranda (1750-1816) consagró una gran parte de su vida a tratar de hacer
realidad la emancipación de las colonias hispanoamericanas y que por la anticipación de sus
esfuerzos se le considera hoy el precursor por antonomasia de tal iniciativa. Poco conocidas
son, por el contrario, sus ideas políticas, las cuales —no siendo menos precursoras— han
quedado históricamente sepultadas, por una parte, bajo la avalancha de referencias a su
excepcional participación en la vida cortesana europea y, por la otra, por el monopolio que de
tales ideas se atribuye a Bolívar. Ambos prejuicios han condicionado y continúan condicionando
la lectura de sus diarios de viaje, así como de los innumerables documentos, cartas y textos
contenidos en los archivos organizados y conservados por el mismo Miranda como testigos
irrefutables del «amor sincero» a su patria y de sus «esfuerzos constantes por el bien público
de (sus) amados compatriotas».

Así, contrariamente a la idea difundida de considerar a Miranda un simple hombre de acción,


una lectura seria de sus archivos podría sorprendernos revelando a un hombre de pensamiento
mucho más profundo de lo que hasta ahora se había considerado. Un primer indicio de sus
inquietudes reflexivas lo constituye su temprano afán por definir el modelo político a instaurar
en la nación emancipada, afán que aparece en Miranda prácticamente al mismo tiempo que la
idea de la independencia de las colonias hispanoamericanas. Sin embargo, a diferencia de esta
última, donde el camino a seguir se estableció claramente desde el inicio y donde la dificultad
se redujo a encontrar los medios de realizarla, el modelo político y los planes de gobierno
proyectados por Miranda van a seguir un curso más lento y variable.

En tanto hombre de su tiempo, el pensamiento político de Miranda se sitúa enteramente en


el marco de las referencias fundamentales de la Ilustración: la preeminencia de las virtudes de
la razón, el orden como fuente de bienestar y la fe en el progreso ilimitado del hombre.
Referencias que habrá que tener muy en cuenta antes de juzgar ciertas motivaciones de su
accionar o aparentes incongruencias en sus propuestas políticas.

Así, por ejemplo, persuadido de que sólo la razón puede conducir a la humanidad hacia la
perfección, Miranda va a rechazar toda vía en la cual no sea posible establecer un principio
conductor de la acción: «Todo lo que es muy exaltado dura poco o quema y destruye con la
violencia». Fiel a este principio, Miranda establece como base de todos sus planes de gobierno
y de sus proyectos constitucionales, la noción de ‘libertad racional’. Queriendo significar con
ello una libertad subordinada al orden, única garantía de bienestar permanente y de progreso
constante en una sociedad. De allí que expresiones tales como ‘libertad sabiamente entendida’,
‘gobierno libre y sabio’, ‘sabia y juiciosa libertad civil’, sean una constante en sus escritos
políticos y nos muestren el nexo, para él indisoluble, entre libertad y razón.

De manera concomitante, Miranda condena con vehemencia toda manifestación de


anarquía, a la que considera como la expresión máxima de la irracionalidad. En tanto contraria
a la razón, la anarquía se constituye igualmente en negadora de libertad, por cuanto bajo su
imperio no es posible garantizar derecho individual alguno. De allí que, tratando de encontrar, a
la manera de Aristóteles, «el justo medio» entre los dos excesos que niegan la libertad —la
opresión y la anarquía— Miranda encuentra en esta noción de ‘libertad racional’ la posibilidad
de hacer «un cambio sin convulsiones», esto es, una revolución sin violencia.

Muy estrechamente ligadas a esta noción de ‘libertad racional’, nos encontramos con dos
otras ideas que serán igualmente constantes en la formulación de su pensamiento político y
que tienden a reforzar la noción de América como unidad continental. La primera, inspirada en
Montesquieu, establece que todo proyecto constitucional formulado para la América
meridional debe adaptarse a las condiciones particulares del continente y a las necesidades y
costumbres de sus habitantes. La segunda, que es necesario establecer un marco legal único
para el conjunto de provincias que conformarían la nueva nación y, a fin de asegurar su eficacia,
concentrar el poder ejecutivo en manos de uno o dos individuos. Idea ésta que toma de
Rousseau.

Los planes de gobierno de Miranda van entonces a tratar de responder a estas dos
exigencias, cuyo cumplimiento sería el único capaz de garantizar el establecimiento de la
libertad racional en el Continente Colombiano: en tanto sea posible establecer una Constitución
que se adapte a las circunstancias del país, ésta podrá ser aceptada por el conjunto de
individuos que componen la sociedad y en consecuencia se sentirán libres ; en tanto un
gobierno sea estable y sólido, en esa medida éste será capaz de garantizar el orden y de hacer
progresar la sociedad. Habiendo establecido estos principios fundamentales, no le queda a
Miranda sino encontrar «la mejor forma y plan de gobierno para el establecimiento de una
sabia y juiciosa libertad civil en las Colonias Hispanoamericanas». Su mayor dificultad radicará
sin embargo —dada su condición de «reo» del Estado español— en el hecho de no poder
aprehender la realidad sobre la cual pretende legislar sino a través de interpretaciones y de
informaciones dadas por terceros y de verse obligado, en consecuencia, a permanecer en la
teoría.
Pensamiento político de Simón Rodríguez

Es conveniente resaltar la importancia de leer críticamente al propio Simón Rodríguez, sus


biógrafos y otros ensayistas. Por ejemplo, se habla a menudo de la influencia de Rousseau
sobre el pensamiento educativo y político de Simón Rodríguez. Los que afirman esto parecen no
haber leído ni a Rousseau ni a Rodríguez. Lo anteriormente descrito obliga a una lectura radical,
que vaya a las raíces, y que conduzca a identificar las propuestas realmente revolucionarias
para su época y su relevancia para la situación actual.

En su “Estado Actual de la Escuela y Nuevo Establecimiento de Ella”, escrito en 1791, Simón


Rodríguez presenta detalles acerca de la organización de una Escuela de Primeras Letras para la
ciudad de Caracas. Hay algunas ideas en esa propuesta que encuentro sumamente
interesantes. Una está relacionada con el tamaño de la escuela y su distribución en la ciudad.
Propone Rodríguez que se creen cuatro escuelas, una en cada feligresía, atendida cada una por
un maestro y tres pasantes. Uno de estos maestros será el Director de la Escuela. Este Director
estará a cargo de los asuntos administrativos y pedagógicos de las cuatro escuelas, con el fin de
lograr en ellas “una perfecta uniformidad, privando las innovaciones arbitrarias, el partido y la
discordia” (Rodríguez, 1794, p. 211 en la edición de la Colección de Libros Revista Bohemia).
Esta idea de Rodríguez de dividir una escuela en cuatro escuelas pequeñas (de una sola aula)
distribuidas en diferentes partes de la ciudad es apoyada parcialmente por investigaciones
recientes acerca de las ventajas de las escuelas pequeñas.

Otra idea revolucionaria en esta propuesta tiene que ver con la organización de la labor
docente. Los cuatro maestros y los doce auxiliares se reunirían el último día de todos los meses
en la escuela principal bajo la coordinación del Director. En esa reunión mensual se discutirían
asuntos relacionados con el funcionamiento de las escuelas y se acordarían los planes de acción
para el mes siguiente. Se llevaría un libro de actas de estas reuniones, el cual se titularía “La
Nueva Construcción, Régimen y Método de las Escuelas”. Dejemos que el propio Simón
Rodríguez nos explique este asunto, el mencionado libro serviría “para tener un principio
seguro en qué fundarse, y una noticia ordenada de las materias que deban tratarse.

Escribiéndose a continuación todos los descubrimientos, progresos y limitaciones que se


vayan haciendo, vendrá a ser ésta con el tiempo una obra de mucha utilidad para las Escuelas;
porque se tendrán a la vista desde sus principios, y se formará una colección de buenos
discursos y noticias que ilustren a los que hayan de seguir en su gobierno” (Rodríguez, 1794, p.
212 en la edición de la Colección de Libros Revista Bohemia). Esta idea es realmente
revolucionaria. La elaboración del conocimiento pedagógico se haría de manera sistemática y a
partir del estudio y discusión de situaciones reales por parte de los mismos maestros. Este
conocimiento y reporte de prácticas quedaría registrado por escrito para ser usado por los
pasantes y futuros maestros.
Las dos ideas esbozadas anteriormente nos parecen sumamente relevantes para la
construcción de una pedagogía revolucionaria para nuestro tiempo. La primera nos llevaría a
investigar acerca del tamaño de las escuelas, hay evidencias que indican que las escuelas
pequeñas son más ventajosas en especial para los estudiantes de grupos tradicionalmente
marginados que las escuelas grandes. Rodríguez además señala la ventaja de la cercanía de la
escuela a la casa de los niños y niñas. Esta reflexión nos invita a repensar la propuesta actual de
Escuela Bolivariana y de Liceo Bolivariano, en cuanto a su tamaño.

Tal vez sea más conveniente pensar en la creación de una Escuela integrada por varias
escuelas pequeñas al estilo propuesto por Rodríguez. La segunda nos da una excelente idea
tanto para la formación de nuevos docentes en la práctica como para la sistematización del
conocimiento pedagógico elaborado por los propios docentes a partir de su reflexión en y sobre
la práctica pedagógica en la escuela.

Tenemos mucho que aprender de Simón Rodríguez para el diseño de políticas y prácticas
revolucionarias en educación. Para lograr este aprendizaje se requiere de una lectura radical de
sus escritos para extraer de ella elementos para la elaboración de una pedagogía
revolucionaria.

Pensamiento político de Simón Bolívar.

El pensamiento político del libertador, expresados en sus documentos principales, como el


Manifiesto de Cartagena de 1812 y la carta de Jamaica de 1815, tuvo un alcance continental e
integrador de los países hispanoamericanos.Su proyecto de independencia no se limitó
solamente al territorio venezolano sino que abarco a la mayoría de las naciones a las que soñó
unidas o confederadas en una poderosa alianza americana.

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo
vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas
costumbres y una religión, deberían, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase
los diferentes Estados que hayan de formarse...

Bolívar trato de concretar en parte su proyecto continental e integracionista con la celebración


del Congreso de Panamá en 1826, pero sus resultados no fueron los esperados.

Como legislador, Bolívar desarrollo una intensa labor destinada a dotar a las nuevas repúblicas
de formas constitucionales que se adaptaran a las cualidades de cada pueblo.
Así lo expreso en su discurso frente al congreso de Angostura de 1819 y en el proyecto de
constitución para Bolívar en 1826.

En ambos proyectos Bolívar defendió una república fuerte, centralizada y democrática.Como


estadista, el libertador actuó como presidente de Venezuela, Colombia y Perú, apegado a las
leyes y a las instituciones republicanas.

Hasta sus últimos días, el libertador o firmemente el desorden y la anarquía. El 10 de


Diciembre de 1830, pocos días antes de morir, expreso en su última proclama a los
colombianos:

No aspiro otra gloria que la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien
inestable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para liberarse de la anarquía;
y los militares empleando su espada para defender las garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para
que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Uno de los rasgos más sobresalientes, y quizá el más original del pensamiento de Bolívar es que
considera a Hispanoamérica en conjunto como objeto de su análisis. El Libertador inaugura la
visión de un subcontinente como sujeto de la acción histórica.

Antes existían colonias españolas en América, un “Imperio” colonial quizá; pero solo desde el
ideario bolivariano encontramos perfectamente delineada una problemática hispanoamericana
específica. Y esto, al menos en dos direcciones fundamentales, la una como un esfuerzo por
hallar la identidad común de todos nuestros pueblos, pese a sus diferencias y heterogeneidad.
La otra, complementaria a la primera como un intento de encontrar la distinción frente a
Europa y Norteamérica.

Libertador fue un estadista ambicioso en su programa, pero no un iluso. Al contrario, puede


establecerse que otro elemento fundamental de su pensamiento es el realismo. Este debe
entenderse desde diversos ángulos. En primer lugar, Bolívar fue “realista” en la medida en que
siempre trató de entender la realidad como es y no como se decía que debía ser.

Desde el Manifiesto de Cartagena hasta sus últimos escritos, su esfuerzo es el de dar con la
naturaleza específica y última de nuestros pueblos. “No somos europeos ni indígenas” insistía,
para luego hurgar en las raíces étnicas y culturales de la identidad mestiza.

En segundo lugar, Bolívar fue un “realista” cuando propuso sus fórmulas de organización
política de los nuevos países hispanoamericanos. Las leyes solo son buenas, repetía, cuando
contemplan la realidad concreta de los pueblos en que van a ser aplicadas. Por ellos postulaba
un “justo medio” entre los sistemas coloniales autocráticos y la democracia ideal, imposible al
momento de la constitución de nuestra república.Ya desde su Discurso de Angostura, incluyó
varios elementos políticos que estabilizarían la vida de los nacientes estados. En su mensaje a la
Constituyente de Bolivia desarrolló con gran énfasis el tema: la realidad impone ciertas
concesiones al antiguo régimen para ganar en estabilidad, para mantener la paz, la libertad sin
límites es antecedente del despotismo.

En tercer lugar, fue Bolívar “realista” como gobernante. Es decir, que se vio atrapado por las
urgencias de la realidad, frente a sus propios enunciados. Su acto de proclamación dictatorial es
elocuente.

No cabe duda ninguna de que al lanzarse a la ruptura de la Constitución y del régimen


democrático propugnado por él, actuaba en la convicción de que salvaba al país.

Pero el hecho es que incurrió en una contradicción. Y esta contradicción se hace todavía
más evidente cuando se observa que el “realismo” de Bolívar, enfrentado al “utopismo” de sus
adversarios, revela un conflicto más de fondo. En efecto, al defender la democracia posible,
frente a las formulas “Utópicas” de sus adversarios, Bolívar expresa su temor de la movilización
popular, es decir la participación política ampliada.

Al denunciar a los “demagogos” y fomentadores de la “anarquía”, el Libertador pone las bases


de ese discurso de “orden”, que ha caracterizado a la derecha hispanoamericana desde
entonces hasta ahora. El “realismo” bolivariano tiene pues claras connotaciones conservadoras.

Otro elemento fundamental del pensamiento de Bolívar es su esfuerzo por hacer posible la
democracia en Hispanoamérica; es decir… por construir sistemas políticos nuevos y a la vez
estables en las nacientes repúblicas: En realidad a esto dedicó su vida el Libertador: Pero el
esfuerzo puede ser considerado y medido desde varios ángulos.

Bolívar creyó que una garantía esencial de la supervivencia de la democracia, era la vigencia
del régimen unitario. Consideraba que el federalismo podía ser perfecto, pero era
absolutamente inconveniente para Hispanoamérica. Con ello trató de superar una lucha feroz
que desangró al Continente por casi cincuenta años. Pero pese a la lucidez de sus
pensamientos, es evidente que las fuerzas centrifugas locales y regionales pudieron más que la
voluntad unitaria. De allí que la derrota política del Libertador, fuese también el triunfo de las
posturas federalistas y separatistas.

Bolívar pudo siempre ir más allá de las pugnas de poder local y de los conflictos regionales. Ello
nos trae de nuevo sobre las preocupaciones latinoamericanas. Se dijo ya que para él
Hispanoamérica era un conjunto y una unidad. Pues bien, esta convicción se tradujo en
renovados esfuerzos por concretar esa unidad en programas de integración política de los
diversos países del continente.
Hay que recordar que uno de sus planteamientos claves fue siempre la mantención de naciones
grandes como la Gran Colombia, con capacidad de negociación y peso internacionales. Por otra
parte, el Libertador realizó reiterados esfuerzos por construir un organismo y un sistema de
coordinación e integración del Subcontinente.

Estos esfuerzos estuvieron destinados al fracaso en términos inmediatos, pero pusieron las
bases de un proceso que se ha ido concretando paulatinamente a lo largo de varias décadas.

Por fin, hay un rasgo fundamental del pensamiento bolivariano en su concepción


internacional, y es que la afirmación de la identidad hispanoamericana y de su unidad, se
plantea como una garantía frente a la amenaza del creciente poder de los Estados Unidos. En
esto fue el Libertador un visionario. Desde el principio advirtió el peligro que la república del
norte representaba para la unidad y real independencia de las antiguas colonias españolas del
sur. Y la historia de nuestros pueblos le ha dado dolorosamente la razón.

Pensamiento político de Bernando O'Higgins Riquelme.

Las ideas políticas de O'higgins se modificaron con el tiempo. A comienzo de la revolución


era un convencido del sistema republicano democrático. Discípulo de Miranda, recogió, a través
de éste, la filosofía política del siglo XVIII; sin embargo, su ideario no lo formó en la lectura de
los tratadistas sino en la experiencia lograda en Inglaterra. Admirador del parlamentarismo
inglés, quiso establecer en un principio la democracia y, en tal sentido, se mostró partidario en
1810 de reunir a un Congreso.

Los hechos pronto lo convencieron de que no era posible establecer el sistema por él
propiciado: no había tradición política, el pueblo carecía de virtudes cívicas, no existían hábitos
arraigados de gobierno democrático.El fracaso de la Patria Vieja, debido más que nada a la
rivalidad de grupos familiares y de partido, la anarquía observada en la región del Plata, el
contacto con los militares argentinos, monarquistas y autoritarios y el propio ejercicio de
mando en la vida militar, lo inclinaron al gobierno personalista. Aunque su pensamiento
continuó siendo republicano, hasta el punto de rechazar los planes monárquicos de San Martín,
optó por una autocracia patriarcal, formula que recuerda los gobiernos del despotismo
ilustrado, cuando opinó que:

"...nuestros pueblos no serán felices sino obligándolos a serlo”.

El tipo de gobierno instaurado por O'higgins fue el de una dictadura de corte civil. En su
ejercicio afianzó la independencia al eliminar los últimos restos de ejército realista en territorio
continental y al formar la Escuadra Libertadora del Perú. También ensayo política y
administrativamente a la nación con la dictación de las Constituciones de 1818 y 1822. Por
último, cabe destacar su empeño en transformar la sociedad chilena de caracteres coloniales.
Reformas que, al herir los intereses y sentimientos de la aristocracia, provocaron la oposición
de esta, con su consecuencia, la abdicación de O'higgins al cargo de Director Supremo.

El período en que le correspondió gobernar fue extraordinariamente difícil y delicado. Todo


estaba por hacerse; las leyes e instituciones del régimen colonial debió readaptarlas al principio
republicano y tuvo que estructurar un sistema social sobre bases más humanas e
igualitarias.Nadie podrá quitar jamás a O'Higgins el mérito de haber sido, entre los próceres de
América, uno de los pocos cuyas ideas republicanas fueron inquebrantables, oponiéndose
tenazmente a cualquier sistema monárquico de gobierno, tan en boga entre los líderes
americanos de ese momento.

El Libertador consideraba que una República era el único gobierno apropiado para nuestro
país. Así lo exigían "nuestros juramentos y el voto de la naturaleza indicado en la configuración
y riqueza que los distingue; si nuestros sacrificios no han tenido un objetivo insignificante; si los
creadores de la revolución se propusieron hacer libre y feliz a su suelo", esto sólo se lograría
con un gobierno republicano.

Esta República recitaba de nuevas leyes "Rodeados de felices circunstancias, coronados por la
victoria, vengada la Patria, destruidos los gérmenes desorganizadores, restablecida en fin la paz
interior, es ya tiempo, amados compatriotas míos, de que establezcamos los cimientos de un
venturoso porvenir. Estáis hartos de gloria y de triunfos, ahora necesitáis instituciones y leyes...
Es necesario aplicar remedios a males envejecidos, pesar y aumentar nuestros recursos,
consolidar el crédito público, reformar nuestros códigos, acomodándolos a los progresos de la
ciencia social y al estado de la civilización del país; circunscribir últimamente la autoridad
dentro de ciertos y seguros límites que sean otras tantas garantías de los derechos civiles y den
al poder público todas las facilidades de hacer el bien sin poder dañar jamás".

O'Higgins organizó la República en lo jurídico, educacional cultural y material. Tribunales de


Justicia, de Administración, Colegios, Bibliotecas, Hospitales, Cementerio y urbanización de las
ciudades. Su generosidad personal continuó, como en su primera intervención pública. Dos
Constituciones honran su nombre: las de 1818 y 1822.

A estos documentos jurídicos se les une la creación de un Ejército y una Armada netamente
chilenos, la creación de la Escuela Militar que aún conserva su notable mensaje "Para ser Oficial
de Ejército no se exigen más pruebas de nobleza que las verdaderas que forman el mérito, la
virtud y el patriotismo". Organizó también la Academia de Guardiamarinas.

Su fecundo período se caracterizó asimismo por la fundación de nuevas ciudades a lo largo


del país, la organización de la policía urbana y rural, la transformación del basural de La Cañada
en la Alameda que hoy lleva su nombre, y la fundación de numerosas obras públicas que son
parte de su labor imperecedera.
En lo espiritual, lograda la Independencia en la acción de Maipú, prometió erigir un templo
votivo en honor a la Virgen del Carmen, Patrona del Ejército de Chile; ordenó componer la
nueva Canción Nacional, el Escudo de Armas de la República; fundó la "Orden al Mérito" para
ciudadanos ilustres, que reemplazaría los títulos de nobleza y escudos de armas, que fueron
suprimidos.

En lo educacional dispuso la reapertura del Instituto Nacional; fundó la Biblioteca Nacional;


ordenó la fundación de escuelas primarias sostenidas por los cabildos y la fiscalización de las
escuelas particulares existentes.Consciente de que nada servía la Independencia de su Patria si
las fuerzas chileno-argentinas no terminaban con el poder realista en su seno, organizó la
Expedición Libertadora del Perú. ¡Cuántas amarguras e incomprensiones hubo de soportar en
su preparación! En una proclama dirigida a sus compatriotas, la víspera de su partida, se
desahogó: "Sólo la futura suerte de Chile ha podido sostener mi corazón y mi espíritu. Yo debí
encanecer a cada instante. El que no se ha visto en estas circunstancias, no sabe lo que es
mandar".

Pensamiento político de Francisco de Paula Santander.

Es conocido como "El Hombre de las Leyes" y el "Organizador de la Victoria". Fue


Vicepresidente de la Gran Colombia en el período de 1819-1826 (encargado del poder
ejecutivo) y Presidente de Nueva Granada entre 1832 y 1837.

Las ideas políticas de Francisco de Paula Santander no constituyen un cuerpo ideológico


sistemático y coherente: fue ante todo un hombre de acción, que pasó la mayor parte de su
vida como soldado o como gobernante. Lo que pensaba sobre la sociedad y su gobierno,
aunque inicialmente podía reflejar sus lecturas como estudiante, que no se conocen con
precisión, surgió en gran parte de su experiencia concreta, de sus dificultades para lograr que
funcionara el gobierno, de sus discusiones y conflictos con otros miembros del ejecutivo, del
debate con algunos amigos cercanos, de sus esfuerzos para convencer al congreso, de las
vicisitudes y eventos de un agitado período.

Por supuesto, sus textos muestran un conjunto de ideas relativamente simple y consistente,
que se mantienen sin muchos cambios durante toda su vida pública: ideas que no pretendían
ser originales, que reflejaban en buena parte las lecturas de la universidad o los libros
comprados o prestados por los amigos, que no se desarrollaban como una teoría política y que
se desempolvaban cuando era necesario dar a un discurso o a un artículo de periódico la
autoridad de un pensador distinguido o el drama que podía introducir una alusión a la historia
griega o romana. Fue, para decirlo con términos muy generales, patriota, republicano y liberal,
de un federalismo muy matizado y pragmático, enemigo de la monarquía y el centralismo,
civilista pero amigo de la energía que el ejército podía dar al Estado y partidario de gobiernos
con autoridad y fuerza, sujetos a leyes claras y respetuosos de los derechos fundamentales del
ciudadano, entre los que daba especial importancia a la libertad de prensa y al debido proceso
legal.

Su pensamiento se inscribe en un punto de transición entre las visiones ilustradas y autoritarias


y el liberalismo naciente. Mucho más liberal que Bolívar, menos desconfiado del pueblo, menos
autoritario, comparte con éste y con la mayoría de los hombres de su tiempo, la idea de que el
pueblo debe ser guiado y educado, y de que su participación política debe ser limitada: nadie
propuso en estos años la idea, apenas ensayada en alguno que otro estado de los Estados
Unidos, del sufragio universal. Si era casi natural pensar que solo los propietarios y alfabetas
pudieran participar en las elecciones, como quedó en la constitución de 1821, también era
natural pensar que el ámbito de las libertades estaba restringido legítimamente por las
necesidades de estabilidad y orden del estado. Para nadie educado en el patronato español
sonaba extraño, por ejemplo, que se considerara parte del derecho del Estado fijar los textos de
estudio y los contenidos de la enseñanza, y era lugar común la idea de que dar a las
universidades o a los maestros la libertad de escoger sus textos llevaba, como decía Santander,
a “una espantosa anarquía”. Santander, entre sus contemporáneos, estuvo entre los que
tuvieron una visión más amplia de la libertad de imprenta, sujeta solamente, y esto es
importante, a las limitaciones que la ley y la constitución señalaran. Para tratar de resumir esto,
el liberalismo colombiano de la época no sostenía la existencia de derechos naturales a la
libertad de expresión o de culto que pudieran ser defendidos contra las normas positivas, pero
mantenía que las limitaciones a estos derechos ciudadanos solo podían establecerse mediante
normas legales y dentro del marco constitucional. Habría sido muy importante para la
evolución de la cultura política del país que al menos esto se hubiera cumplido.

Santander, es cierto, fue a veces “santanderista”, en el sentido negativo que luego


desarrollaron sus críticos, y que no dio siempre el ejemplo de obediencia genuina a las normas
que defendía. Pero no hay duda de que sus prescripciones de respeto a la ley y de aceptación
de las normas de juego político, de preferencia por el debate, las discusiones tolerantes y la
opinión pública sobre la guerra, eran razonables y que su aceptación por los colombianos,
aunque difícil dada la cultura política de entonces y el peso de figuras heroicas como la de
Bolívar, habría permitido un avance más firme y seguro hacia la democracia y el respeto a las
libertades de los ciudadanos que las alternativas propuestas, que casi siempre usaron el
término de santanderismo para atacar a los defensores del respeto a la ley y justificar, con la
invocación de la memoria gloriosa de Bolívar, las limitaciones a la democracia y el recurso a los
sables o a la fuerza como fuente de legitimidad política.

Pensamiento político de San Martin.


El pensamiento político de San Martín se basa en la instauración de una Monarquía
Constitucional similar a la de la corona inglesa, ya que esta era la fórmula adecuada para evitar
la entronización de la anarquía en la América española; asimismo considera que el instaurar
monarquías autónomas en los antiguos reinos indiano-hispánicos sería un antídoto contra su
posible disgregación causada por el incremento de los sentimientos localista. Así es que todos
sus esfuerzos se encaminaron a prepararle el terreno. Conservó la nobleza, nacionalizándola,
tanto para que sirviera de ornato al trono, como para no chocar con la fuerza social que
representaba. Los títulos de obediencia genuina a las normas que defendía. Pero no hay duda
de que sus prescripciones de respeto a la ley y de aceptación de las normas de juego político,
de preferencia por el debate, las discusiones tolerantes y la opinión pública sobre la guerra,
eran razonables y que su aceptación por los colombianos, aunque difícil dada la cultura política
de entonces y el peso de figuras heroicas como la de Bolívar, habría permitido un avance más
firme y seguro hacia la democracia y el respeto a las libertades de los ciudadanos que las
alternativas propuestas, que casi siempre usaron el término de santanderismo para atacar a los
defensores del respeto a la ley y justificar, con la invocación de la memoria gloriosa de Bolívar,
las limitaciones a la democracia y el recurso a los sables o a la fuerza como fuente de
legitimidad política. Los títulos de Castilla pasaron a denominarse títulos del Perú. A su lado
constituyó la Orden del Sol, para crear una aristocracia del talento, del valor y las virtudes
cívicas. Además, el legado político de San Martín implica, para todos aquellos movilizados por
los valores de la libertad, del respeto a la voluntad popular, la democracia y el respeto a los
preceptos constitucionales, rescatar el espíritu eminentemente libre desde donde se asienta la
grandeza de sus convicciones de independencia.

Por otro lado el pensamiento y el proyecto político de Simón Bolívar no pueden


comprenderse sino en sintonía con las doctrinas que dieron nacimiento a los EE.UU. de
Norteamérica y a la Revolución Francesa. Siempre creía en la democracia, su meta final fue esa,
las continuas luchas para la creación de sociedades democráticas en la antigua América
española. Simón Bolívar predica con ejemplo la subordinación de la institución armada,
majestad suprema del poder civil de entonces, sin embargo a pesar del mandato civil, siempre
obedeció a la visión enana de ambiciones envilecidas, por ello nunca perdió dignidad. Tenía la
fuerza, el prestigio, la autoridad moral y la suficiente razón para hacerlo, sin embargo nunca lo
hizo. Tomó siempre el camino de la obediencia institucional y lo demuestra cuando entrega el
mando a Sucre. En conclusión podemos esbozar que este pensamiento tiene una gran
divergencia al pensamiento de San Martín ya que tiene ideas de integración tanto en el plano
económico, social y político; en el ámbito político, buscaba la integración y defensa continental
de Hispanoamérica frente a la Santa Alianza, EE.UU. y Brasil, además buscaba un gobierno
fuerte para mantener la estabilidad política de esta región y es por ello que opta por el sistema
de gobierno republicano. La República es un sistema de gobierno en que el poder reside en el
pueblo, personificado por un jefe supremo llamado presidente. Como es de conocimiento, en el
Perú se instauró un sistema republicano que a la vez trajo muchos conflictos internos con el
objetivo de llegar al poder.

Podemos rescatar que las concepciones políticas sanmartinianas no lograron arraigar entre los
americanos; su patria, Argentina, vivió aciagos días de pugnas fratricidas; el Perú, tras el colapso
del Protectorado sanmartiniano, cayó bajo la influencia de varios caudillos rivales y sufrió un
largo período de caótica inestabilidad. En tanto que las concepciones políticas bolivarianas aun
muertas, cada día son más fuertes en la vida del continente sudamericano. Bolívar soñó en la
unificación de todos los países en los que luchó, porque veníamos de raíces similares, pero la
ambición y la traición evitaron esta unificación, que ahora busca manifestarse mediante
diversas organizaciones latinoamericanas.

Pensamiento político de Jose Marti.

Para Martí la política es “el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta”. Esto
significa que no puede ser el arte de lograr el propio beneficio (humanidad injusta), sino el de
trabajar por la “grandeza de la patria”, el bien de todos. Por esto entiende que debe ser
ocupación de toda “mente elevada y generosa” que persiga el bienestar durable para la
sociedad en la cual vive.

Con respecto a la naturaleza social del hombre, Martí dijo que hay que condicionar a ella la
acción política porque:

1) La política es acción, y más aún, es decisión;

2) La política es eficacia porque debe asegurar al hombre el goce del bienestar;

3) La política es previsión del poder, ya sea justo o injusto, al cual el pueblo se debe.

La moral es algo esencial en la vida pública porque “sólo la moralidad de los individuos
conserva el esplendor de las naciones”, como dijo Martí. Los principios morales que deben
orientar la acción política son la solidaridad, la equidad, el desinterés, el deber, y la dignidad.

Sostuvo Martí que las leyes de la política son idénticas a las leyes de la naturaleza porque la
sociedad es obra de la Naturaleza y los hombres que viven en ella deben responder a esas
leyes. El fundamento sobre el cual apoya la política es la sociedad que determina su accionar.
La gestión política tiene las siguientes manifestaciones:

1) el oportunismo bien entendido al servicio de la patria;

2) la discreción, en cuanto es demostración de la prudencia;

3) el deber o se estar al servicio de los demás;


4) tener un compromiso decoroso acorde al deber.

La acción política debe prevenir los riesgos: la superficialidad para juzgar las cuestiones
políticas y la tendencia a creer que la política es un fin en sí misma.

La moral política martiana entraña una selección, no sólo de ideas sino de conductas porque el
hombre tiene un deber individual pero a la vez colectivo: el patriotismo. El deber, la dignidad y
el decoro señala Roberto Agramonte, son los tres principios esenciales de la política martiana.

El que guía a los pueblos tiene por deber servir a los que lo eligieron, afirmó Martí. El verdadero
ciudadano es el que resiste todas las vicisitudes que se puedan presentar y cuando alguno deja
de cumplir parte de su deber, otro debe doblar su tarea para que no quede nada sin realizar.
Esa es la obligación moral, dijo Martí que tienen los hombres para con la sociedad. Y expresó
que no hay nada en el mundo como la satisfacción de haber cumplido con el deber. El mismo
en los apuntes confesó que vivía para el “estricto cumplimiento de sus deberes”.

La dignidad adquiere una relevancia especial en el pensamiento político de Martí porque no


sólo la señaló como “el sumo valor humano de todos los hombres” sino también de los entes
sociales. La dignidad supone el coraje y el dominio de sí mismo. Martí la definió como el
carácter de un pueblo, el hábito de trabajar por sí y por los demás y el ejercicio de la integridad
de todos los individuos. La revolución cubana tenía por misión justamente el “rescate y sostén”
de la dignidad de Cuba.

El decoro es el atributo de algunas personas, el “nervio del combate” y el cimiento de la


república, para Martí. Los pueblos deben anteponer sus gustos por el decoro, porque “vale más
que la hacienda”, señaló Martí. El decoro es el “compañero natural de los hombre
verdaderamente grandes” y los que privan a los pueblos de su libertad, los privan del decoro.

El más remoto y trascendente de la política es la libertad, a la cual se llega mediante el


ejercicio de la justicia, pues sin ella la libertad se convierte en libertinaje y tiranía. La definió
como el “derecho que todo hombre tiene a ser honrado, a pensar y hablar sin hipocresía”; más
que un derecho es un deber, cuyo cumplimiento incumbe a los ciudadanos, dijo Martí. El
hombre consigue su pleno desarrollo en el “seno de instituciones libres”, donde “toda idea
justa lleva en sí misma su realización”. En la elección del propio destino y en la asunción de la
responsabilidad que esto implica el hombre adquiere su plena dignidad. La libertad debe ser
entonces, una práctica constante para que no se convierta en una forma banal, sostuvo Martí.

La idea de la justicia está enlazada a la de libertad, porque para Martí no puede haber libertad
sin justicia. La justicia en su aspecto de valor absoluto, hace referencia al Estado Perfecto en el
plano de las ideas; y en su aspecto relativo conforma un estado menos perfecto debido al
carácter de los pueblos. La justicia social, fue el móvil de su doctrina política y lo llevó a
concebir una república equitativa para todos.

El gobierno fue para Martí, el “equilibrio de los elementos naturales del país”. Era el arte de
ir “encaminando realidades” por la vía más rápida posible, con la condición de que ningún
derecho fuera menguado.

La moral del gobernante se basaba para Martí en dos virtudes: el desinterés y la abnegación.
Porque el gobernante asumía un deber y por lo tanto la responsabilidad de llevarlo a cabo era
una condición inseparable del ejercicio de la función pública. En la capacidad de cumplir con
ese deber está la guía del gobernante, y en la responsabilidad de cumplirlo está la sanción. El
desinterés del gobernante de su beneficio por el de todos es lo que lo hace afortunado, porque
no “hay como consagrarse a su país para ser dichoso”; y señaló que los líderes desinteresados
eran una “gala de los hombres y huéspedes eternos de la paz”.

La democracia debía esta favorecida por la libertad ya que los “instrumentos humanos” deben
tener responsabilidad para no caer en odios o en la demagogia. Y señaló Martí que uno de los
peligros de la democracia eran los funcionarios que se mostraban amigos del poder que los
mantenía en “fama y bienestar”, y por lo tanto procuraban seguir gozándolo mediante el
“halago a las muchedumbres”. El pueblo era el que podía abatir o encubrir a sus gobernantes y
aclaró que era preferible ser olvidado por la multitud que verse “obligado a cortejarlas”.

La Constitución era “una ley viva y práctica” para Martí, por lo cual debía responder a las
necesidades del pueblo. Dijo que la fuerza de la nación está en la unidad moral y jurídica del
Estado.

Estipuló que las funciones del Estado cubano estaban al servicio de sus habitantes puesto que
el hombre era la base de la República. Estableció como primera la ley el culto a la dignidad del
hombre porque la República debía organizarse sobre la base de una “patria unida”, cordial y
sagaz. Para ello había que protegerla de los peligros internos y externos que la amenacen y
darle un orden económico capaz de abrir el país a “la actividad diversa de sus habitantes”. En
este punto siempre atacó a España por monopolizar el comercio de Cuba y por “dejar
languidecer el país bajo la liga inmoral y satisfecha de los beneficiarios españoles y un número
de servidores”, de los cuales se valía para mantener la dominación en Cuba.

Estableció la libertad como “religión definitiva”. Le llamó “Ley de necesidad histórica” al


deseo de Cuba de ser libre, pues, dijo que como los pueblos de América del Sur lo habían
logrado y la misma España que había luchado contra los franceses, Cuba también debía
independizarse.
Debía haber una distribución equitativa de los bienes para que los hombres pudieran vivir con
decoro y por lo tanto se debían acomodar los elementos que formaban la patria de acuerdo con
la conveniencia de los hombres y del Estado para que éste funcionar sin provocar choques
entre sus partes. Además debía preparar al hombre para la vida por medio de una educación
acorde con sus necesidades. La justicia debía ejercer su supremacía sobre todos los actos de
gobierno.

Con respecto a la política internacional Martí vislumbró con claridad que la ruta para seguir de
los pueblos hispanoamericanos era su unión. Sostuvo que los pueblos no podían negarse por
“reparos pueriles” a tratar unidos los asuntos que tienden a fomentar los intereses legítimos de
ellos. El americanismo de Martí se apoya en tres razones, según Ramón Infiesta: una universal,
basada en la hospitalidad de todos los hombres, de ideas y de actividades como fuente de
porvenir; una continental, que es de solidaridad entre los pueblos americanos; y una cubana,
que apunta al conocimiento mutuo sobre la base del respeto y la colaboración.

Conocía la política exterior de los Estados Unidos en profundidad, de ahí su preocupación por
defender las naciones hispanoamericanas del avance de ésta nación. Por lo cual se manifestó
contrario a las pretensiones de los anexionistas cubanos de unirse a los Estado Unidos. Esta
potencia significaba, según Martí, un peligro constante para los pueblos americanos ante el cual
se debía estar alerta.

La sensibilidad del hombre latinoamericano expresado en su pensamiento político.

El pensamiento político lationamericano tiene sus raíces en el idealismo de los primeros


momentos de los países como naciones libres. Venezuela, Ecuador, Colombia, Bolivia y Panamá
son algunos ejemplos del idealismo latinoamericano. Claro que dicho idealismo, que se
vislumbra en las ideas de libertad, de que todos los hombres son iguales, de una constitución
que rija a todos los hombres por igual, tiene sus orígenes en Europa, más específicamente con
la revolución francesa y los grandes pensadores como Voltaire, Montesquieu y otros. También
la revolución independentista norteamericana tuvo su influjo en el carácter sensible del
hombre latinoamericano en su pensamiento político. Claro que el idealismo es importante,
pero también es importante pisar tierra y creo que muy pocos países latinoamericanos lo hacen
(como Chile o Brasil o Argentina), los demás en su idealismo perdido caen en errores crasos
como creer que estamos en otras epocas de la historia contemporánea.

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