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DOMINGO V C (Pascua)

Mundo nuevo del Ap ― Mandamiento nuevo Ev― Amar no es


fácil Hch.

Al despedirse Jesús de sus discípulos en la última Cena des deja


en herencia un mandamiento nuevo: “Que es amen los unos a los
otros como él los ha amado”.

Jesús intentó explicar a los discípulos con su vida que el amor


es servicio y que este servicio debemos saberlo dar a todos,
incluso a los enemigos, aún cuando esto nos puede costar la vida.
El amor autentico excluye toda violencia y respeta la libertad.
Vence todos los odios y las divisiones y por eso es la única fuerza
que puede salvar verdaderamente a la humanidad.
Se trata de mandamiento que marca un nuevo estilo de vida.
El mandamiento de amarnos los unos a los otros como Jesús
nos ha amado es la ley nueva de la tierra nueva, del mundo
nuevo que Jesús quiere instaurar (2ª lectura). Nuestro mundo
puede ser mejor, y la primera lectura nos presenta a Pablo y
Bernabé reunidos con los primeros cristianos de Antioquia,
contándoles como se había ido extendiendo por las ciudades de
Listra. Iconio y Pamfilia la buena semilla del evangelio, y
animándolos a seguir fieles, en medio de tribulaciones.
Nosotros somos herederos de su fe. Tal como lo hicieron
estos apóstoles, también hoy escuchamos nosotros el
mandamiento nuevo de Jesús, que no ha perdido nada de su
belleza y fuerza seductora y transformadora. Y sostenidos por
el testimonio de tantos santos conocidos o anónimos, también
nosotros nos comprometemos hoy, humildes pero alegres y
confiados en el Señor, a continuar la construcción del mundo
nuevo que quiere Jesús.

En la encíclica Caritas et veritate el Papa nos dice que el amor


es la fuerza impulsora del auténtico desarrollo y que esta fuerza
tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.

No hay ninguna religión que no acoja de alguna manera el


mandamiento de amar. Más aun, en nuestra misma naturaleza
humana está inscrito aquel precepto que siempre se ha
enseñado “lo que no quieras para ti, no lo quieras para los
demás”, “haz con los demás lo que quieras que hagan contigo”.
Pero el mandamiento de Jesús es nuevo porque no
solamente nos manda hacer el bien y evitar el mal, sino porque
nos dice qué es el bien, cual es el bien más excelente: el amor
que ha tenido Jesús, ése es el bien, por excelencia, el bien y el
amor más grande. Nos ha cambiado la medida del amor. La
medida para amar ya no la hemos de tomar de nosotros
mismos, que somos flojos a la hora de amar y también
indignos de ser amados. Hemos de amar con la infinidad divina
de su corazón, hemos de amar a todos, como él nos ha amado,
hemos de amar sin marcha atrás, como él, que nunca se echó
para atrás. Y hemos de amar de manera plenamente humana,
como lo hizo él, hombre verdadero y perfecto.

Este mandamiento lo dio Jesús durante aquella cena en


que instituyó la eucaristía. Y es que si él no hiciera corazón de
nuestro corazón, no seríamos capaces de amar como él ha
amado; pero la eucaristía nos da la fuerza para amar. Nos
hemos de sentir felices y agradecidos por el amor que nos ha
tenido y por la fuerza de amar que nos ha dado.

El amor, palabra singular y buena, llega a veces a


convertirse en palabra banal y vulgar, que se canta y se pinta
en todos los tonos y colores; que da sentido a la vida de
muchos y mancha la reputación de otros. Como sentimiento él
es la razón de nuestras alegrías y de nuestras lágrimas;
hechiza el espíritu humano y revela lo mejor y más profundo de
nosotros.

Hablamos mucho del amor pero no siempre nos hemos


atrevido a darle su verdadero sentido a partir de las actitudes
concretas de Jesús. En los albores del cristianismo los cre-
yentes eran bien vistos por todos y se comentaba entre la
gente: ¡Miren cómo se aman! Infortunadamente hoy parece
que no hemos aprendido la lección y nuestro corazón se ha
endurecido debido a que amamos más nuestros intereses y
placeres.

Recordemos que amar no es sólo dejarnos llevar por la


atracción física, o por el sentimiento, o por la pasión, sino que,
como nos dice san Pablo, "el amor es comprensivo, servicial, no
tiene envidia, no busca el mal, no se irrita, ni es descortés ni
egoísta; no es doblez, todo! lo disculpa, no es injusto, todo lo
cree, todo lo espera, lo soporta y es siempre fiel, sin amor
somos nada. La manifestación más grande del amor es dar la
vida por el amigo, así como lo hizo Cristo, que con su donación
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total dio la prueba definitiva del amor de Dios por la
humanidad. ¿Hasta qué punto nos sacrificamos por los demás o
somos sensibles a su dolor?

El amor que en Cristo llegó hasta el extremo, está


reclamando nuestro amor; si nos amamos como el Señor nos
amó, estamos salvando el mundo. Es tiempo de enjugar las
lágrimas, de apagar el llanto, de combatir el dolor, de dar muerte
a la muerte y sólo con el amor, que puede hacer de nosotros
criaturas nuevas, lograremos alcanzar esto. La única fuerza
poderosa que salvará el mundo es el perdón que nace del amor.

2. «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Ahora hago


el universo nuevo»

El concilio Vaticano II, contemplando nuestro mundo


lleno de tantas contradicciones, quería desvelar en nosotros la
conciencia de que a los cristianos nos toca, de una manera
especial, trabajar incansablemente para transformar nuestro
mundo, instaurar en él el cielo nuevo y la tierra nueva que, en
su plenitud, será justamente el cielo. Y proclamaba bien alto
que la ley fundamental de la transformación del mundo es el
amor. Sólo el amor hará que nuestro mundo progrese de
verdad.

Y es que Dios quiere que nuestro mundo sea de otra


manera. Por eso envió a su Hijo al mundo para poner fuego en
la tierra, para que ardiera de amor divino. Desde entonces,
cada vez que una persona acoge interiormente el fuego de
Cristo para que queme primero todo el egoísmo que llevamos y
se extienda después al exterior en todo tipo de obras de
servicio y amor, el mundo da un paso adelante, se vea o no se
vea, importa poco.

3. Animaban a los discípulos... les contaban lo que


Dios había hecho por medio de ellos

Es bellísima la descripción del encuentro de Pablo y


Bernabé con los cristianos de Antioquia de Pisidia, de donde
habían salido de aquel modo tan cómico y trágico que leíamos
el domingo pasado. Recordémoslo: aquellas”señoras
distinguidas y devotas y los principales de la
ciudad”consiguieron expulsar a Pablo y a Bernabé de la ciudad.
Ellos se van y evangelizan otras ciudades, mientras que los
discípulos “quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”.
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Pero llega un momento que la contradicción hace sentir su
peso. Ha pasado el tiempo y las tribulaciones aumentan. Y un
buen día se presentan otra vez Pablo y Bernabé, que vuelven
de su expedición apostólica. Y aquellos cristianos atribulados de
Antioquia se sienten consolados y felices otra vez cuando oyen
lo que Dios ha hecho a través de Pablo y Bernabé en las
ciudades que han podido evangelizar. Ven que el fuego de
Cristo se va extendiendo, y ellos se sienten responsables y
comprometidos con alegría a mantenerlo encendido, a pesar de
las dificultades y tribulaciones.

Conclusión: Agradezcamos el amor con el que Dios nos ha


amado (salmo: El Señor... es cariñoso con todas sus criaturas

Agradezcamos haber sido llamados a difundir este amor


(Evan. La señal por la que conocerán todos… será que os amáis
unos a otros)

Comprometámonos a fondo en la construcción de un


mundo mejor (1 lec.: entre tribulaciones)

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