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Santa Catalina de Siena fue una santa que puso su nota dominante en
su amor a Cristo y a la Iglesia, digámosle al Señor como ella: “Oh
Dios eterno, recibe el sacrificio de mi vida en este cuerpo Místico de
la Santa Iglesia. No tengo otra cosa que dar sino lo que Tú me has
dado, toma pues, el corazón y desgárralo ante tus ojos…” Así hemos
de ser cada uno de nosotros. Sólo así podemos ir a pegar amor a todos
los hermanos. ¿Qué entendemos en la práctica por entregar al Señor
nuestra vida y nuestro corazón? No permitamos que esta oración
quede en un conjunto de palabras hermosas.
Si vivimos así, arderá en nosotros un fuego que nos llevará a todos los
rincones, y Dios ya se cuidará de que se propague por todas partes,
“como chispas en rastrojos”. Esto se dará si vamos pidiendo y
procurando corazones vivos, transfigurados por la caridad de Cristo.
La persona del que ama transfigura a todo aquel que se roza con ella.
GOZO
El gozo es el compañero inseparable de la caridad. Sólo el Espíritu S.
da la alegría profunda, plena, duradera, a la que aspira todo corazón
humano. Es también fruto sazonado del Espíritu Santo, que cuelga
como la caridad, del árbol de la cruz. A medida que vaya muriendo el
grano de trigo, a medida que nos dejemos crucificar, irá naciendo
pujante, un gozo inmenso en el corazón, un optimismo sin límites, en
medio de las mayores pruebas, una grandeza de alma…El alma que se
goza en el Señor, es incapaz de quejas, de reproches, de volverse
contra los que le hacen algún mal, si no es para agradecerles que le
empujen hacia Dios, a abrazarse con más fuerza a la cruz. Según los
Hechos, la alegría perdura incluso en la prueba: “Salieron contentos
por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes en nombre de
Jesús”.
Los cristianos repiten en sí mismos el misterio pascual de Cristo, cuyo
gozne es la cruz. Pero su coronamiento es la alegría del Espíritu
Santo” para quienes perseveren en las pruebas. Un hogar en que se
respira este gozo que proviene de la caridad es un pequeño cielo en la
tierra, ni el cansancio, ni los contratiempos, ni las pruebas empañan
totalmente esta alegría profunda. Los esposos y padres debemos
recordarnos que el gozo y la caridad en nuestros hogares siempre los
encontraremos en el árbol de la cruz, en el árbol de la entrega, de la
generosidad…A medida que vayamos enterrando el granito en el
cumplimiento alegre de nuestros deberes, iremos conquistando ese
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optimismo sin límites, del que se beneficiarán todos los que tengamos
ocasión de tratar.
PAZ
Y el tercer fruto es la paz, no como el mundo la da. Una paz espiritual,
porque el Espíritu viene y el Espíritu penetra de una paz, que nadie
podrá arrebatar a quien la posee. Una paz que significa estar anclado
en Dios. La paz del que “sabe de quien se ha fiado”.
Es una paz que está en el polo opuesto a la “discordia, celos, iras,
rencillas, divisiones, envidias…”, todos ellos son un conjunto de
obstáculos interiores que impiden la paz del alma y la paz en la
familia y en la sociedad. La divisa de nuestra vida ha de ser la paz . La
divisa de Santa Catalina fue: “La cruz en el cuello y el olivo en la
mano” ¡Qué hermosa divisa para acercarnos a todos! La cruz en el
cuello, es decir, nuestra entrega, oración y sacrificio, todo eso por
delante. Amando un estilo de vida sencillo, entregados con finura a
cada uno de nuestros deberes, llevando una vida ordenada, dando
prioridad a lo trascendente sin dejarnos ahogar por las realidades
materiales, buscando el auténtico bien de los nuestros, al precio que
sea…viviendo el auténtico amor caridad en todas nuestras relaciones:
Esto es “la cruz en el cuello”, y el olivo en la mano, es decir, amistad,
vida y dulzura, comprensión, amar como padres, amigos, hermanos y
confidentes a todos los que debemos y deseamos ayudar. Muchas
veces esto habrá que hacerlo “No hablando, sino muriendo”.
“La cruz en el cuello y el olivo en la mano”, sólo muy cogidos a esta
consigna sabremos llevar la paz de Cristo en el corazón, o mejor, el
corazón sumergido en la paz de Cristo. Si vivimos con Jesús, ya están
todos los problemas solucionados. Si ahora hiciera el papel de Jesús,
¿no se pacificarían muchos corazones? ¿Pero quién les hace llegar la
voz de Jesús?
Recemos y pidamos para que todos nos empeñemos cada vez más en
la obediencia fiel al Espíritu de la caridad, gozo y paz.