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LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU

¡Qué sabrosos son los frutos del Espíritu!


“¡Qué felices son los santos y los que viven a su lado!” (Cura de Ars)

En la vida de un cristiano que vive como tal, Pentecostés se actualiza


constantemente. Si le dejamos, el Espíritu Santo seguirá haciendo
maravillas en nosotros y a través de nosotros. Fue el gran regalo de la
redención, que viene a regenerarnos y a santificarnos.
CARIDAD
En este año de la Misericordia hemos de implorar con fervor que
venga a cada uno y que así pueda manifestarse en nuestra vida uno de
los frutos maravillosos de su presencia: la caridad.
“En el alma del cristiano hay un amor nuevo, por el cual participa en
el amor mismo de Dios: “El amor de Dios- afirma San Pablo- ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado”. Es un amor de naturaleza divina, por eso es muy superior a las
capacidades connaturales al alma humana…Todos los santos y todas las
épocas de la Iglesia llevan consigo los signos de la caridad y del
Espíritu Santo. ¡Que la gloria esté también con estos soldados
desconocidos, con estos testigos silenciosos de la caridad! ¡Dios los
conoce! ¡Dios los glorifica verdaderamente!” (Juan P. II-22-5-1991)
¡Cuántos hermanos nuestros han dado frutos preciosos de caridad!
Caridad que significa amor a Cristo y a la Iglesia.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Cómo van en mí estos dos amores?
Amemos a la Iglesia como el Señor la quiso y tal como en realidad
existe, a veces tan empobrecida, tan desfigurada por la carencia de
amor. ¿Sentimos en nosotros el deseo de esos soldados desconocidos,
de esos testigos silenciosos que el Espíritu Santo no ha dejado de
enriquecer en el seno de la Iglesia en todas las épocas para ser
levadura y llevar a muchos el mismo amor de Cristo? Huyamos de
una realidad demasiado frecuente en nuestros días: cristianos que se
han empobrecido y a veces incluso vaciado del amor apostólico. Este
peligro hemos de evitarlo todos: permanecer indiferentes ante tantas
necesidades, a veces clamorosas, que se dan en el seno de la Iglesia.
Esta indiferencia es una realidad frecuente y dolorosa que viene de no
dejar actuar al Espíritu Santo en la vida del bautizado y lleva a ser
miembros inútiles, cuando no nocivos dentro de la Iglesia.
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“No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu


S….Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en
cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él, y pone en los
labios las palabras que por sí sólo no podría hallar, predisponiendo
también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la
Buena noticia y del reino anunciado” (Pablo VI, EN 75)
Quién se deja poseer del Espíritu Santo posee este fruto tan precioso
de la caridad, ama a la Iglesia con corazón fuerte y nuevo, este es el
fruto más exquisito, más puro. Que en nosotros se encienda cada vez
más este amor a la Iglesia, y tanto más cuanto más despreciada la
veamos. Debemos dar gracias a Dios, y a los que con su buena
amistad nos ayudan a echar leña en esta hoguera. Este es el fin de
nuestra amistad: ayudarnos a mantener viva la llama del amor: en la
iglesia doméstica de nuestros hogares, en el trabajo, nuestras
parroquias….con deseos de llegar al mundo entero con nuestra
entrega, nuestra oración y palabra. Pablo VI lanzaba la siguiente
consigna: “Ha llegado la hora de amar a la Iglesia con corazón fuerte
y nuevo” .
Con demasiada frecuencia vemos que la misteriosa belleza con que
surgió la Iglesia está dañada y que sus enemigos se hallan dentro;
también somos conscientes de que debemos dar gracias a Dios que de
tan diversos modos quiere madurar apresuradamente el fruto de la
caridad, hay en nuestros días muchos cristianos que dan la vida por
ella. Ante estas dos realidades vemos necesario recordarnos que “Ha
llegado la hora de amar a la Iglesia con corazón fuerte y nuevo”. Qué
importante es que surja en nosotros la necesidad de ser
evangelizadores que se dejan poseer y conducir por él y ser esos
soldados desconocidos y testigos silenciosos de caridad. Reflexionar
sobre ello nos ha de llevar a la revisión de vida, al examen de
conciencia, a la conversión, a la lucha valiente. “Os exhorto, pues, a
que viváis de acuerdo con las exigencias del Espíritu…Porque las
desordenadas apetencias humanas están en contra del Espíritu de
Dios, y el Espíritu está en contra de tales apetencias.” (Gal 5)
Pidamos y trabajemos sin descanso por poseer este fruto tan valioso
de la caridad para hacerlo llegar a tantos hogares, a tantos
matrimonios, niños y jóvenes que buscan donde no podrán encontrar
lo que llena su corazón.
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Santa Catalina de Siena fue una santa que puso su nota dominante en
su amor a Cristo y a la Iglesia, digámosle al Señor como ella: “Oh
Dios eterno, recibe el sacrificio de mi vida en este cuerpo Místico de
la Santa Iglesia. No tengo otra cosa que dar sino lo que Tú me has
dado, toma pues, el corazón y desgárralo ante tus ojos…” Así hemos
de ser cada uno de nosotros. Sólo así podemos ir a pegar amor a todos
los hermanos. ¿Qué entendemos en la práctica por entregar al Señor
nuestra vida y nuestro corazón? No permitamos que esta oración
quede en un conjunto de palabras hermosas.
Si vivimos así, arderá en nosotros un fuego que nos llevará a todos los
rincones, y Dios ya se cuidará de que se propague por todas partes,
“como chispas en rastrojos”. Esto se dará si vamos pidiendo y
procurando corazones vivos, transfigurados por la caridad de Cristo.
La persona del que ama transfigura a todo aquel que se roza con ella.
GOZO
El gozo es el compañero inseparable de la caridad. Sólo el Espíritu S.
da la alegría profunda, plena, duradera, a la que aspira todo corazón
humano. Es también fruto sazonado del Espíritu Santo, que cuelga
como la caridad, del árbol de la cruz. A medida que vaya muriendo el
grano de trigo, a medida que nos dejemos crucificar, irá naciendo
pujante, un gozo inmenso en el corazón, un optimismo sin límites, en
medio de las mayores pruebas, una grandeza de alma…El alma que se
goza en el Señor, es incapaz de quejas, de reproches, de volverse
contra los que le hacen algún mal, si no es para agradecerles que le
empujen hacia Dios, a abrazarse con más fuerza a la cruz. Según los
Hechos, la alegría perdura incluso en la prueba: “Salieron contentos
por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes en nombre de
Jesús”.
Los cristianos repiten en sí mismos el misterio pascual de Cristo, cuyo
gozne es la cruz. Pero su coronamiento es la alegría del Espíritu
Santo” para quienes perseveren en las pruebas. Un hogar en que se
respira este gozo que proviene de la caridad es un pequeño cielo en la
tierra, ni el cansancio, ni los contratiempos, ni las pruebas empañan
totalmente esta alegría profunda. Los esposos y padres debemos
recordarnos que el gozo y la caridad en nuestros hogares siempre los
encontraremos en el árbol de la cruz, en el árbol de la entrega, de la
generosidad…A medida que vayamos enterrando el granito en el
cumplimiento alegre de nuestros deberes, iremos conquistando ese
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optimismo sin límites, del que se beneficiarán todos los que tengamos
ocasión de tratar.
PAZ
Y el tercer fruto es la paz, no como el mundo la da. Una paz espiritual,
porque el Espíritu viene y el Espíritu penetra de una paz, que nadie
podrá arrebatar a quien la posee. Una paz que significa estar anclado
en Dios. La paz del que “sabe de quien se ha fiado”.
Es una paz que está en el polo opuesto a la “discordia, celos, iras,
rencillas, divisiones, envidias…”, todos ellos son un conjunto de
obstáculos interiores que impiden la paz del alma y la paz en la
familia y en la sociedad. La divisa de nuestra vida ha de ser la paz . La
divisa de Santa Catalina fue: “La cruz en el cuello y el olivo en la
mano” ¡Qué hermosa divisa para acercarnos a todos! La cruz en el
cuello, es decir, nuestra entrega, oración y sacrificio, todo eso por
delante. Amando un estilo de vida sencillo, entregados con finura a
cada uno de nuestros deberes, llevando una vida ordenada, dando
prioridad a lo trascendente sin dejarnos ahogar por las realidades
materiales, buscando el auténtico bien de los nuestros, al precio que
sea…viviendo el auténtico amor caridad en todas nuestras relaciones:
Esto es “la cruz en el cuello”, y el olivo en la mano, es decir, amistad,
vida y dulzura, comprensión, amar como padres, amigos, hermanos y
confidentes a todos los que debemos y deseamos ayudar. Muchas
veces esto habrá que hacerlo “No hablando, sino muriendo”.
“La cruz en el cuello y el olivo en la mano”, sólo muy cogidos a esta
consigna sabremos llevar la paz de Cristo en el corazón, o mejor, el
corazón sumergido en la paz de Cristo. Si vivimos con Jesús, ya están
todos los problemas solucionados. Si ahora hiciera el papel de Jesús,
¿no se pacificarían muchos corazones? ¿Pero quién les hace llegar la
voz de Jesús?
Recemos y pidamos para que todos nos empeñemos cada vez más en
la obediencia fiel al Espíritu de la caridad, gozo y paz.

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