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Independencia Judicial

Dr. Mauricio Ernesto Velasco Zelaya


Magistrado de la Sala de lo Civil

Es un principio fundamental, el de la independencia de la potestad judicial, ya


sea como “poder” o bien considerando al juez en particular como “agente”. El
ejercicio de una función técnica, en la cual el juez realiza una de las tareas
fundamentales del Estado, requiere tal autonomía.

Más, para arribar a la conceptualización del tema que nos ocupa, preciso es
subrayar que la sentencia en el proceso, es la manifestación específica de la
jurisdicción. En ella, este poder del Estado se revela y hace efectivo. De ahí
que, la sentencia no es un puro mecanismo de lógica jurídica, sino una
valoración de los presupuestos constitucionales y legales con relación a la
especie decidida. Es la apreciación de las características del caso concreto, a la
luz de los contenidos dogmáticos de la ley y de la Constitución.

Con justeza, Eduardo J. Couture expresaba que la sentencia es una operación


humana de la inteligencia y de la voluntad. Su valor será, pues, el valor que
puedan atribuirle esa inteligencia y esa voluntad. Valdrá lo que el juez que la
dicte valga como hombre, en su más profundo significado intelectual y moral.
De la elección de esos hombres, depende la suerte de la justicia. Será bueno si
la ley permite elegir hombres buenos; será mala, si la ley autoriza a elegir
hombres no buenos. Por ende, el problema de la elección del juez, resulta ser
el problema de la justicia.

No sólo la jurisdicción constituye un presupuesto del derecho procesal, sino que


también la estructura de sus órganos queda enteramente bajo el régimen de
garantías, emanado en forma directa del texto constitucional.

Garantías Constitucionales de la Jurisdicción

a) La prohibición de los juicios por comisión. Constituye la seguridad de que el


juez no será designado “ex post facto”, lo que en términos comunes representa
la seguridad de que el hombre que ha de decidir, no ha de ser elegido en razón
de sus opiniones frente al conflicto que le compete;

b) La determinación de órganos electores de máxima responsabilidad política,


depara la esperanza de que sólo serán designados jueces, aquellos
profesionales que se hallen a la altura de la misión que se les ha confiado;

c) La organización colegiada de los grados superiores, reduce los riesgos


inherentes a la apreciación de un solo individuo en la instancia definitiva;

d) Las condiciones de edad, ciudadanía, títulos universitarios, etc., requeridos a


los candidatos, suponen un criterio selectivo frente a la importancia de cada
judicatura;

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e) El régimen de inamovilidad significa dar al juez la seguridad de que no
sufrirá asedios de orden material o moral, en tanto dure su buen
comportamiento;

f) El régimen de incompatibilidad, representa eliminar la interferencia de


intereses ajenos al ejercicio de la función;

g) La responsabilidad personal del juez, constituye el mayor freno para la


extralimitación; y,

h) La responsabilidad subsidiaria del Estado para el caso de insolvencia del juez


que debe reparar el daño, significa poner a cargo de la comunidad la enmienda
de un mal que ella no debe justificar, ni expresa, ni tácitamente.

En suma, ese cúmulo de garantías puede reducirse a las tres siguientes:


garantía de independencia; garantía de autoridad; y, garantía de
responsabilidad.

Garantía de Independencia

Tiene su apoyo en el principio de la división de poderes. Si el juez es


dependiente en el orden material, en el orden moral, o en el orden funcional
del Poder Ejecutivo, los poderes del Estado no son tres, sino dos. El Judicial
deja de contar como poder.

Con respecto al Poder Ejecutivo, es en donde aparecen las mayores


interferencias a la independencia judicial, bien sea la legal o la ilegítima.

Respecto al Poder Legislativo, se analizan diversos problemas. Por un lado, el


contralor natural que resulta de la aprobación del presupuesto; la posibilidad
del juicio político; la crítica parlamentaria a los jueces; el problema de la
legislación retroactiva, que en algunas partes pueden afectar hasta procesos en
trámite; la decisión de controversias en “X” sentido, como contrapartida al
agradecimiento por el nombramiento de juez, etc., etc.

Pero no sólo se dan problemas con relación a los Poderes Ejecutivo y


Legislativo, sino que en los tiempos actuales, se suman una serie de presiones
provenientes, en especial, de varios grupos de la más diversa índole, algunos
legales y otros directamente ilegales. Entre los primeros se mencionan a los
gremios, grupos económicos, asociaciones de distinta índole, partidos políticos,
etc. Y, entre los ilegales, también a grupos económicos, pero ilegítimos, y a
quienes utilizan la violencia para lograr sus propósitos, como lo hacen frente a
los demás poderes del Estado, ya sea invocando móviles altruistas o bien, los
más bajos. Como pueden ser grupos terroristas, la mafia, los traficantes de
droga, etc. Muchos de los cuales presionan también ilegítimamente a los
jueces, empleando toda clase de medios y, desde luego, destruyendo la
independencia del Poder Judicial en su totalidad. El problema de la
independencia judicial es de carácter político, porque sólo cuando el juez es

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independiente sirve a la justicia por sí mismo. Cuando no lo es, podrá,
eventualmente, servir a la justicia; pero entonces, la sirve por algo que no
pertenece a la justicia misma. V.gr.: por temor, por interés, por amor propio,
por gratitud, por honores, por publicidad, etc.

Resulta evidente, que a toda costa, los jueces deben defender esta
independencia como único medio válido para conseguir una magistratura apta
y, de esa suerte, cumplir la sagrada misión de impartir justicia. Empero, se
torna fundamental señalar que, al lado de este derecho se reclama del juez, el
cumplimiento de importantes deberes, y se le hace pasible de responsabilidad
por desvío de sus funciones. Y es que, en definitiva, la finalidad de rodear al
juez de una total independencia, así como de establecerle deberes y
responsabilidades, es la de obtener una mejor justicia. En breves palabras,
salvaguardar y asegurar el ejercicio de los derechos de los individuos, que son
protagonistas esenciales del drama judicial.

Garantía de Autoridad

La potestad jurisdiccional consiste, no sólo en juzgar, sino también, en ejecutar


lo juzgado. Es necesario que en cada tribunal resida la suficiente autoridad para
imponer el cumplimiento efectivo de sus mandatos o, al menos, hacerlos
imponer por quien posee la fuerza, cuando ésta sea necesaria en último
término.

El contenido de la jurisdicción, no se reduce a la actividad cognoscitiva de la


misma, sino también a la actividad ejecutiva. Conocimiento y declaración sin
ejecución, es academia y no justicia; ejecución sin conocimiento, es despotismo
y no justicia. Sólo un perfecto equilibrio entre las garantías del examen del caso
y las posibilidades de hacer efectivo el resultado de ese examen, dan a la
jurisdicción su efectivo sentido de realizadora de la justicia.

Esta necesidad de asegurar, tanto el conocimiento como la ejecución, plantea el


alcance constitucional de las medidas coercitivas de la jurisdicción. En nuestro
país, por ejemplo, no existe una policía judicial que dé cumplimiento a las
órdenes de los jueces.

En materia de ejecución civil, al principio general de obediencia, se agregan


algunas instituciones especiales para ser más efectiva la autoridad de la
jurisdicción. Se trata de las astreintes y al contempt. El primero, de creación
francesa, se ha incorporado a alguno de los códigos modernos de
Latinoamérica, permitiendo imponer conminaciones bajo formas de multas
periódicas que se fijan para el caso de incumplimiento. Resultan de especial
eficacia en las obligaciones de hacer o no hacer. El segundo, contempt of court
es una institución norteamericana, que permite al tribunal imponer un arresto
en caso de desobediencia.

En cuanto a la ejecución penal, la cuestión es más debatida, pues empieza por


discutir si se está ante una actividad jurisdiccional o administrativa, o mixta, en

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virtud la importancia que adquiere la autoridad carcelaria dependiente de la
administración. Sin embargo, no hay duda de que el cumplimiento de la pena,
conforme a las teorías modernas, debe ser vigilado por el juez.

Garantía de Responsabilidad

El freno de la libertad es la responsabilidad. Nada hay que temer en un régimen


de libertad, si él se halla celosamente contrabalanceado por un sistema de
responsabilidad. No hay que desconfiar de la autoridad que se le otorga, en
tanto sea efectiva su responsabilidad.

El juez, asegurada su independencia para actuar sin más restricciones que las
específicas de su propio deber funcional, asegurada además su autoridad, para
que sus fallos sean efectivamente cumplidos, tiene en sus manos tal cúmulo de
poder, que supera al que cualquier otro hombre tiene dentro del sistema de
Derecho.

En esa situación, sólo la responsabilidad plena por el uso de la autoridad, puede


constituir un eficaz medio de contención.

En nuestro texto constitucional, el principio de responsabilidad queda


consignado en el precepto que establece: “Los funcionarios y empleados
públicos responderán personalmente y el Estado subsidiariamente, por los
daños materiales o morales que causaren a consecuencia de la violación a los
derechos consagrados en esta Constitución.” (Art. 245).

Los jueces, pues, tienen triple responsabilidad: penal, civil y disciplinaria. La


primera afecta al juez que, en el ejercicio de su cargo, cometa un delito, V.gr.:
cohecho, prevaricato, etc., y deberá ser juzgado como cualquiera otro
funcionario. La segunda, se rige en la mayoría de los países por los principios
generales. Y, la tercera, está sujeta a una minuciosa regulación por la mayoría
de las leyes orgánicas, ya que constituye la contrapartida de la independencia y
demás derechos de los jueces. Establece las sanciones que pueden llegar hasta
la destitución y el procedimiento para hacerlas efectivas.

El tema de la responsabilidad resulta precisamente determinado dentro de dos


normas: todo acto de exceso o desviación de poder del juez le depara
responsabilidad; pero la calificación del exceso o desviación de poder, no queda
librada a la apreciación de la parte interesada, sino a la ley y a los órganos
competentes para el enjuiciamiento de los jueces.

Sin un efectivo régimen de responsabilidad judicial, todo el sistema de derecho


corre riesgo. El poder de decidir sobre el honor, la fortuna y la libertad de un
semejante, constituye la suprema potestad en el orden humano. Cuando se
afirma que el Poder Judicial es la ciudadela de los derechos individuales, sólo se
afirma la existencia de una penúltima instancia. La última la constituyen la
independencia, la autoridad y, sobre todo, la responsabilidad de los jueces.

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Imparcialidad

De acuerdo a lo expuesto en los parágrafos que preceden, concluimos que la


independencia no es un valor en sí misma, únicamente un medio para obtener
la imparcialidad, que es esencia de la función jurisdiccional.

El destinatario directo de una pronta y eficaz administración de justicia, es el


justiciable. Dicho en vocablos más entendibles: el pueblo, esto es, la gente de
un Estado y, específicamente, la común y humilde de ese lugar, región o país.

¿Más, qué entender por imparcialidad? Simplemente la falta de designio


anticipado o de prevención en favor o en contra de personas o cosas, que
permite juzgar o proceder con rectitud.

Los tratadistas al abordar el vocablo en examen, subrayan que es desinterés


frente a las partes; trato sin favoritismos; consideración equidistante y
ecuánime; se evidencia en forma de indiferencia y desapasionamiento.

La imparcialidad se relaciona estrechamente con la independencia. El concepto


independiente, lo define Luis Recasens Siches, “como eximido de recepciones
de órdenes, ni influjos de otros órganos del Estado, asegura la libertad
procesal, como lo hace la imparcialidad al situarse por encima del litigio, supra
ordinándose a las partes. Ambos, imparcialidad e independencia, constituyen
firmes pilares de la igualdad, la proporcionalidad y la armonía en el derecho.
También en la institución de los ideales democráticos juegan destacados roles,
pues sin estos sostenes, la democracia peligraría.”

La imparcialidad conlleva afinidad con el principio de dignidad. Un elemento que


tiene íntimo enlace con la imparcialidad, es la carencia de prejuicios por parte
del juez (del latín, praejudicium y opera, cuando se ha evaluado algo antes de
entrar en contacto con ese algo). El prejuicio en sí, tiene polimorfas maneras de
proyectarse. Es una actitud tendenciosa, que conspira, secreta o abiertamente,
contra la imparcialidad.

Y, la imparcialidad se enlaza con la tolerancia. El prejuicio con la intolerancia.


La imparcialidad emparenta su vocación con la institución democrática,
mientras el prejuicio, va de la mano con la autocracia.

Sólo la imparcialidad, sobre la altiplanicie de lo digno y desprejuiciado, puede


otear el horizonte con las pupilas limpias y el ánimo pronto, para captar los
resplandores de la justicia y demás valores jurídicos que conforman el plexo
estimativo de lo jurídico-social.

Colofón

1. Todo juez es independiente en el ejercicio de su función juzgadora y está


sometido exclusivamente a la Constitución y a las leyes. Art. 172 inc. 3 Cn. Sin
embargo, “No podrán dictar reglas o disposiciones de carácter general sobre la

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aplicación o interpretación de las leyes ni censurar públicamente la aplicación o
interpretación de las mismas que hubieren hecho en sus fallos otros tribunales,
sean inferiores o superiores en el orden jerárquico”. Art. 24 Ley Orgánica
Judicial.

2. La independencia no es un valor en sí mismo, sino sólo un medio para


obtener la imparcialidad, esencia de la función jurisdiccional.

3. La imparcialidad se convierte en una garantía para los justiciables,


facilitándoles el acceso a la jurisdicción y, en consecuencia, a una tutela judicial
efectiva.

4. La independencia del juez, no sólo es en relación con los otros poderes del
Estado, sino respecto de grupos de la más diversa índole, algunos legales y
otros directamente ilegales.

5. El juez no sólo tiene derechos, sino también deberes y responsabilidades; y


de conformidad al Art. 182 fracción 5ª. de la Constitución, el Supremo Tribunal
de Justicia se encuentra facultado para aplicar el régimen disciplinario de
mérito, incluyendo la destitución de quienes, a través del debido proceso, se les
compruebe malicia, negligencia, ignorancia inexcusable, etc.

6. En definitiva, la autonomía, medio para obtener la imparcialidad del juez,


representa la condición más eficaz para mantener inviolable la potestad de la
justicia y el imperio de la ley, conservando inmaculada su sagrada doctrina. Un
juez independiente y, por ende, imparcial, decide sin coacción de nadie y sin
prejuicios, otorgándole al justiciable lo que por derecho le pertenece.

Para citar este documento


VELAZCO, Mauricio Ernesto. Independencia Judicial. [En Línea] Disponible en:
www.enj.org [Fecha de consulta]

Tomado de: www.csj.gob.sv/Comunicaciones/quehacer/pag1.htm

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