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En el caso concreto de la pandemia generada por el SARS-CoV-2, uno de los pensamientos que ha

primado durante la ardua cuarentena y los sucesivos meses de desescalada ha sido “ojalá haya pronto
una vacuna”, por lo que una respuesta positiva y, por qué no, masiva de la población habría sido lo
esperable en este caso. Sin embargo, el movimiento antivacunas y la desinformación se han convertido
también en aliados de la COVID-1937 pues, pese a ese pronóstico inicial que parecía indicar una
predisposición favorable de la mayoría de la población hacia la vacuna, la tasa de negativas hacia la
misma se sitúa entre el 15 y el 20% de la población38, según encuestas realizadas en distintas zonas del
planeta. Pese a no ser unos porcentajes elevados, el movimiento antivacunas tiene mayor impacto,
gracias en parte a las nuevas tecnologías que facilitan la difusión de mensajes generadores de
inseguridad. De hecho, cierto sector doctrinal39 afirma que “la COVID-19 se extinguirá antes que los
movimientos antivacunas” responsabilizando de ello, en parte, a la cobertura mediática. Los medios de
comunicación constituyen, actualmente, unos grandes aliados de estos grupos en tanto lo que se
prioriza en los informativos son cifras relacionadas con efectos secundarios y adversos de las vacunas,
alentando el miedo social y favoreciendo la aparición de nuevos adeptos a estos movimientos

Todas estas medidas contribuyen a provocar cambios conductuales en el ínterin de las relaciones
interpersonales de la sociedad, siendo el miedo y la incertidumbre

El coronavirus ha puesto contra las cuerdas a un sistema sanitario, cuyas virtudes se exaltaban con
anterioridad a la crisis; sin embargo, en los momentos más difíciles de la pandemia, los servicios médicos
se han visto saturados, al igual que los servicios funerarios, circunstancias que, a priori, y gracias a la
información obtenida a través de los medios de comunicación, deberían incentivar la postura favorable
a la vacunación. Sin embargo, la difusión mediática y el carácter sesgado de la información han influido
negativamente, fomentando el germen de posturas y movimientos contrarios a la vacuna como
consecuencia del sentimiento de incertidumbre que padece la sociedad

Respecto de esta última afirmación es preciso traer a colación dos cuestiones. La primera es la referida a
la posibilidad de recibir reproche moral o un impacto social negativo si se manifiesta una postura
contraria a la vacunación. Efectivamente, esta es

CONCLUSION

No obstante, si, ofrecida la vacuna no se logran los objetivos de inmunidad de grupo, la imposición de su
obligatoriedad estaría justificada en un fin legítimo: la protección de la salud pública y la salud de
terceros (de modo especial la de aquellos que no pueden vacunarse), sin olvidar cuán importante es
contener una enfermedad que está colapsando la sanidad y dificultado el normal desenvolvimiento de la
vida social y económica en el mundo entero. Eso sí, habría que valorar la necesidad y proporcionalidad
de la medida de acuerdo con las circunstancias y la forma concretas de articulación de dicha
obligatoriedad

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