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Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de
duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha al agua. Entonces
empezó a lamentarse tristemente: ¿Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo
hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:
Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las
manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la
ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.
Por tercera vez la ninfa buscó bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira
y te mereces un premio.
1. ¿De qué era el hacha que sacó la segunda ninfa del agua?.
De plata.
De bronce.
De hierro.
A la ninfa.
Al leñador.
Al duende.
El hombre-rana.
La rana.
La ninfa.
4. ¿De qué material estaba construida la primera hacha que sacó la ninfa del agua?
De plata.
De cobre.
De oro.
Un tunel.
Un viaducto.
Un puentecillo.
6. ¿De qué material estaba construida la tercera hacha que sacó la ninfa del agua?
De madera.
De acero.
De hierro.
A la mentira.
A la verdad.
Dos.
Una.
Tres.
De unas vacaciones.
De una excursión.
10. ¿Quién dijo :"Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha"?
El leñador.
La ninfa.
El guarda.
ABUELITA
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus
ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce,
y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores
grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda.
Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y
mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo
lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin
embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos.
¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada
vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se
hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen
pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del
sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de
rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más
lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de
abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella
sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha
marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras;
el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve
a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga
y maravillosa historia.
La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir
por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben
mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que
nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven.
Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus
hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también.
Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el
órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos
dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca.
Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez
primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.
En polvo.
en una flor.
En un órgano.
2. ¿Los muertos del cuento de Andersen saben mucho más de cuánto sabemos todos
los seres vivos?
3. ¿Podían ir por la noche los niños a la tumba de la abuelita a coger una rosa sin
miedo?
No.
Algunas veces.
Sí.
Canarios.
Jilgueros.
Ruiseñores.
Una almohada.
Un cojín.
El libro de cánticos.
Negro.
Blanco.
Blanco y negro.
Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la
rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma.
Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la
rosa se debilita y toda la sala se impregna de su aroma.
Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores pierden vida, la
rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma.
9. ¿De que son las cantoneras del libro de cántico de la abuelita?
De plata.
De cartón.
De aluminio.
De seda.
De lana.
De fibra.
Caperucita Roja
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la
muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado
del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el
bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía
que atravesar el bosque para llegar a casa de la abuelita, pero no le daba miedo
porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
- Son para verte mejor - dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Son para... ¡comerte mejoooor! - y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre
la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas
intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la
abuelita. Pidió ayuda a un serrador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta
de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La abuelita y Caperucita estaban
allí, ¡vivas!
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a
cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a
un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el
estanque de cabeza y se ahogó.
-Esto es de un rayo-.
En todos los campos de aquellos contornos crecían cereales, tanto centeno como
cebada y avena, esa magnífica avena que, cuando está en sazón, ofrece el aspecto de
una fila de diminutos canarios amarillos posados en una rama. Todo aquel grano era
una bendición, y cuando más llenas estaban las espigas, tanto más se inclinaban,
como en gesto de piadosa humildad.
Pero había también un campo sembrado de alforfón, frente al viejo sauce. Sus espigas
no se inclinaban como las de las restantes mieses, sino que permanecían enhiestas y
altivas.
-Indudablemente, soy tan rico como la espiga de trigo -decía-, y además soy mucho
más bonito; mis flores son bellas como las del manzano; deleita los ojos mirarnos, a mí
y a los míos. ¿Has visto algo más espléndido, viejo sauce?
El árbol hizo un gesto con la cabeza, como significando: «¡Qué cosas dices!». Pero el
alforfón, pavoneándose de puro orgullo, exclamó:
Pero he aquí que estalló una espantosa tormenta; todas las flores del campo
recogieron sus hojas y bajaron la cabeza mientras la tempestad pasaba sobre ellas;
sólo el alforfón seguía tan engreído y altivo.
-¡Agacha la cabeza como nosotros! -gritó el trigo-. Mira que se acerca el ángel de la
tempestad. Sus alas alcanzan desde las nubes al suelo, y puede pegarte un aletazo
antes de que tengas tiempo de pedirle gracia.
-¡Cierra tus flores y baja tus hojas! -le aconsejó, a su vez, el viejo sauce-. No levantes la
mirada al rayo cuando desgarre la nube; ni siquiera los hombres pueden hacerlo, pues
a través del rayo se ve el cielo de Dios, y esta visión ciega al propio hombre. ¡Qué no
nos ocurriría a nosotras, pobres plantas de la tierra, que somos mucho menos que él!
-¿Menos que él? -protestó el alforfón-. ¡Pues ahora miraré cara a cara al cielo de Dios!
Y así lo hizo, cegado por su soberbia. Y tal fue el resplandor, que no pareció sino que
todo el mundo fuera una inmensa llamarada.
El viejo sauce mecía sus ramas al impulso del viento, y de sus hojas verdes caían
gruesas gotas de agua, como si el árbol llorase, y los gorriones le preguntaron:
-¿Por qué lloras? ¡Si todo esto es una bendición! Mira cómo brilla el sol, y cómo desfilan
las nubes. ¿No respiras el aroma de las flores y zarzas? ¿Por qué lloras, pues, viejo
sauce?
2. ¿Desde dónde y hasta dónde alcanzan las alas del ángel de la tempestad?
3. ¿Qué cereal ofrece el aspecto de una fila de diminutos canarios amarillos posados en
una rama?
8. El campo que estaba situado frente al viejo sauce estaba sembrado de...
9. ¿A qué árbol se refería el alforfón cuando decía que la hierba le crecía en el cuerpo?
10. Pasada la tormenta, ¿qué se abrieron y levantaron de nuevo en medio del aire
puro?
Fara y el viejo cocodrilo
Érase una vez dos hermanas, Rapela y Fara, que vivían en Madagascar y gustaban de
jugar a la orilla del río. Tan sólo de vez en cuando la madre les daba permiso, pues
muchos cocodrilos rondaban por aquellos parajes. Un día, tanto le suplicaron Rapela y
Fara, que no supo la buena madre negarles el permiso; accediendo a sus preces, así
las amonestó:
Las dos hermanitas prometieron obedecer, y se fueron alegres para jugar con las
piedras del río.
Muy pronto Ikakinidriaholomamba asomó entre los cañaverales para distraer su ocio
con el juego de las niñas; éstas lo vieron y como, en verdad, el viejo cocodrilo era
enormemente feo, Fara, que había olvidado los consejos de su madre, exclamó:
Por lo que Ikakinidriaholomamba, enfurecido, trepó hasta la orilla para alcanzarlas; mas
ellas corrieron, ligeras como galgos, llegando salvas al hogar.
-Bien, hijitas, bien -preguntó la madre- fueron prudentes y cautas, ¿no es cierto?
-¡Oh, mamá! -contestó Rapela-. ¡El viejo Cocodrilo intentó zamparse a Fara!
-¡Ah! -exclamó la madre moviendo la cabeza-. ¡Fara se habrá burlado de él! ¡Es
menester saber moderar la lengua, hijitas mías!
Rapela se divertía mucho, sin cuitas de ningún género; mas Fara, intranquila con el
recuerdo de las burlas del día anterior, contemplaba a Ikakinidriaholomamba que, ojos
cerrados, permanecía tumbado a lo largo de un tronco de árbol.
Era horriblemente feo, y Fara, sin poderse contener, se dijo de nuevo entre dientes:
Mas esta vez fue la vencida, ya que el Cocodrilo le echó el diente y la engulló.
Los padres de Fara corrieron a la orilla y, llegados al lugar, la madre así imploró al viejo
Cocodrilo:
-¡Oh, Mamba, devuélvenos a Fara! ¡En verdad ella fue muy mala, pero es tanta nuestra
angustia que bien podrías devolvérnosla!
-Sí, sí, buena señora. Acudan en busca de su Fara. Pero Fara tiene la lengua muy larga.
Busquen a Fara. ¡Y qué cabeza tan hundida!
La pobre madre quedó abatida ante tal réplica y, dirigiéndose a su marido, le dijo:
-¡Oh, Mamba, devuélvenos a Fara! ¡En verdad, ella fue muy mala, pero es tanta
nuestra desdicha que bien podrías compadecerte y devolvérnosla!
" -Sí, sí, mi viejo. Acudan en busca de su Fara. Pero Fara tiene la lengua muy larga.
Y Fara gritó:
El viejo Cocodrilo, que era muy glotón, pensó que cien bueyes bien valían el rescate de
una niña, y murmuró:
Así que el viejo Cocodrilo divisó al rebaño soltó a Fara para aproximarse a la orilla, pero
los labriegos habían colocado a la cabeza del rebaño al toro más poderoso y feroz; éste
se lanzó sobre Ikakinidriaholomamba y con sus enormes cuernos le vació los ojos;
cundió el ejemplo y los demás bueyes lo pisotearon hasta darle muerte cruel.
Así el viejo Cocodrilo halló un muy desgraciado fin, quedándose sin un solo buey por
haber apetecido muchos.
Cuando Fara, se vio nuevamente bajo el techo del hogar, se hizo el propósito firme de
no hablar más de la cuenta en lo futuro y de medir las palabras en el resto de sus días.
Anónimo
7. ¿Quiénes reunieron los cien bueyes del acuerdo con el viejo cocodrilo para liberar a
Fara?
Pero él ya había prodigado sus consejos y ellos contenían parte de la sabiduría que,
ante todo, debía recuperar. Y lo consiguió; al menos así lo pensaba nuestro Ananzi.
Pero... Padre Ananzi tenía un hijo que tampoco tenía un pelo de tonto; se llamaba
Kweku Tsjin. Y cuando éste vio a su padre andar tan misteriosamente y con tanta
cautela de un lado a otro con su pote, pensó para sus adentros:
Y como listo que era, se puso ojo avizor, para vigilar lo que Padre Ananzi se proponía.
Como suponía, lo oyó muy temprano por la mañana, cuando se levantaba. Kweku
prestó mucha atención a todo cuanto su padre hacía, sin que éste lo advirtiera. Y
cuando poco después Ananzi se alejaba rápida y sigilosamente, saltó de un brinco de la
cama y se dispuso a seguir a su padre por donde quiera que éste fuese, con la
precaución de que no se diera cuenta de ello.
Kweku vio pronto que Ananzi llevaba una gran jarra, y le aguijoneaba la curiosidad de
saber lo que en ella había.
Ananzi atravesó el poblado; era tan de mañana que todo el mundo dormía aún; luego
se internó profundamente en el bosque.
Cuando llegó a un macizo de palmeras altas como el cielo, buscó la más esbelta de
todas y empezó a trepar con la jarra o pote de la sabiduría pendiendo de un cordel que
llevaba atado por la parte delantera del cuello.
El jarro que contenía toda la sabiduría del mundo oscilaba de un lado a otro, ya a
derecha ya a izquierda, igual que un péndulo, y otras veces entre su pecho y el tronco
del árbol. ¡La subida era ardua, pero Ananzi era muy tozudo! No cesó de trepar hasta
que Kweku Tsjin, que desde su puesto de observatorio se moría de curiosidad, ya no lo
podía distinguir.
-Padre -le gritó- ¿por qué no llevas colgado de la espalda ese jarro preciado? ¡Tal como
te lo propones, la ascensión a la más alta copa te será empresa difícil y arriesgada!
Apenas había oído Ananzi estas palabras, se inclinó para mirar a la tierra que tenía a
sus pies.
-Escucha -gritó a todo pulmón- yo creía haber metido toda la sabiduría del mundo en
este jarro, y ahora descubro, de repente, que mi propio hijo me da lección de sabiduría.
Yo no me había percatado de la mejor manera de subir este jarro sin incidente y con
relativa comodidad hasta la copa de este árbol. Pero mi hijito ha sabido lo bastante
para decírmelo.
Su decepción era tan grande que, con todas sus fuerzas, tiró el Jarro de la Sabiduría
todo lo lejos que pudo. El jarro chocó contra una piedra y se rompió en mil pedazos.
Y como es de suponer, toda la sabiduría del mundo que allí dentro estaba encerrada se
derramó, esparciéndose por todos los ámbitos de la tierra.
Anónimo
2. ¿De que pensó privarle Pedro Ananzi a toda la gente de Taubilandia por su mal
comportamiento?
3. ¿Qué llevaba Pedro Ananzi la mañana que Kweku lo vio salir temprano de la casa?
4. ¿De dónde llevaba atado Pedro Ananzi la cuerda de donde pendía la Jarra de la
Sabiduría?
5. ¿Qué árbol era donde Pedro Ananzi quiso esconder la Jarra de la Sabiduría?
6. ¿De dónde le recomendó el hijo de Pedro Ananzi a su padre que llevara colgada la
Jarra de la Sabiduría?
10. ¿Es verdad que Kweku le dio a su padre una lección de sabiduría?
Caperucita y las Aves
Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca. Pero eran las avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno
manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento.
Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron la
aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su trigo.
-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.
Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le tendió
las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas fuerzas.
Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña, abandonó este mundo
para siempre.
1. ¿Qué querían robar de la aldea de Caperucita los habitantes del pueblo próximo?
El ganado y el trigo.
El trigo y el agua.
Uno.
Cinco.
Dos.
4. ¿Quién venía tras los cosacos?
Un caballo blanco.
El rey.
La paloma blanca.
Las hormigas.
Un hada.
Caperucita Roja.
Caperucita Roja.
Las avecillas.
El ganado.
Un batallón de cosacos.
Un escuadrón de cosacos.
La paloma blanca.
Un ruiseñor.
El caballo blanco.
De Caperucita Roja.
De un cosaco.
Del rey.
Son menos que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.
Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca.
Sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las
provisiones.
El gigante y el sastre
Érase una vez un sastre débil como un gusano y, al mismo tiempo, muy fanfarrón. En
todas partes se daba pisto, se jactaba de su fuerza y decía que les podía a todos. Una
vez, yendo en el tranvía, vio a un gigante sentado. Era un gigante gordo y fuerte, con
músculos como repollos y una cabeza como un barril de cerveza. El trasero le ocupaba
tres asientos.
En el tranvía todo estaba prohibido; por todas partes colgaban letreros que decían:
Prohibido fumar.
"Huy, huy, huy -pensó el gigante-. Yo no me hubiera atrevido. Este es mas valiente que
la policía".
"En fin -pensó-. Que no le pase nada. Hace falta tener mucho valor para cometer tantas
infracciones a la vez. Le pueden caer tranquilamente tres meses de cárcel".
¿Y que más hizo el sastre? Pues, en lugar de apagar la colilla del cigarro, se la metió al
gigante en el bolsillo izquierdo de arriba de la chaqueta, donde se suele llevar un
pañuelo de adorno.
En seguida empezó a arder y a echar humo y a oler mal y, por si fuera poco, el sastre
se puso a molestar al gigante:
-¡Eh, oiga usted!-dijo- ¡Esto es el colmo! ¡Anda por ahí echando humo y apestando! ¡Me
pienso quejar, ya lo creo que sí!
El gigante, a pesar de ser un gigante fuerte, era también un poco ingenuo; así es que
pensó:
Y tenía ganas de librarse del sastre. En esto llegó el revisor. Como el sastre no llevaba
billete, el revisor lo echó. Entonces, el gigante se alegró y vio por la ventanilla cómo el
fresco del sastre corría detrás del tranvía.
El galleguito
Había en Cádiz un galleguito muy pobre, que quería ir al Puerto para ver a un hermano
suyo que era allí mandadero, pero quería ir de balde.
Púsose en la puerta del muelle a ver si algún patrón que fuese al Puerto lo quería
llevar. Pasó un patrón, que le dijo:
- Eu, non teño diñeiriño ( Yo no tengo dinero); si me llevara de balde, patrón, iría.
-Yo, no- contestó este-; pero estate ahí, que detrás de mí viene el patrón Lechuga, que
lleva a la gente de balde.
A poco pasó el patrón Lechuga y el galleguito le dijo que si le quería llevar al Puerto de
balde, y el patrón le dijo que no.
-Patrón Lechuga- dijo el galleguito- y si le canto a usted una copliña que le guste, ¿me
llevará?
-Sí pero si no me gusta ninguna de las que cantes, me tienes que pagar el pasaje.
Cuando llegaron a la barra, esto es, a la entrada del río, empezó el patrón a cobrar el
pasaje a los que venían en el barco; y cuando llegó al galleguito, le dijo este:
Y empezó a cantar:
-Esa sí.
Una tarde se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a recoger flores. Cerca de allí había
una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acercó paso
a paso hasta la puerta de la casita. Y empujó.
Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, grande; otro, mediano; y
otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf!
¡Está muy caliente!
Luego probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Después probó del tazón
pequeñito y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.
Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era
mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande,
pero ésta era muy alta. Luego fue a sentarse en la silla mediana, pero era muy ancha.
Entonces se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta fuerza que la
rompió.
Entró en un cuarto que tenía tres camas. Una era grande; otra era mediana; y otra,
pequeñita.
La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego se acostó en la
cama mediana, pero también le pereció dura.
Después se acostó en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos
de Oro se quedó dormida.
Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia
de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche.
Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro era
mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro era un Osito pequeño y usaba
gorrito: un gorrito pequeñín. El Oso grande gritó muy fuerte:
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían qué pensar. Pero el Osito pequeño
lloraba tanto que su papá quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso,
porque ahora iban a sentarse en las tres sillitas de color azul que tenían, una para cada
uno.
Siguieron buscando por la casa y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo:
Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asustó tanto
que dio un brinco y salió de la cama.
Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin
parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.
Escribe siempre con letra minúscula para contestar. Utiliza las palabras precisas. Cuida
la ortografía y las tildes para validar las respuestas. Cualquier error de este tipo te dará
la respuesta como mala.
2. ¿Cuántos tazones de los que estaban encima de la mesa tenían la leche muy
caliente?
9. ¿Qué estaban esperando que se enfriara la familia de osos, mientras daban su paseo
diario por el bosque?
Había una vez una ostra que estaba muy triste porque había perdido su perla.
La ostra le contó su desgracia a un pulpo que se arrastraba por el fondo del mar.
El pulpo le prometió que le ayudaría y se fue. Se lo contó a una tortuga que estaba
jugando con las olas. Ésta le dijo al pulpo que ayudaría a la ostra y se marchó a
contárselo a un ratón que estaba merodeando por la playa. El ratón se apellidaba
Pérez.
El ratón fue a buscar por ahí, pero no encontró nada que sirviera.
• Encontró un botón que era blanco, brillante y pequeño, pero no era duro, pues lo
podía roer con facilidad con sus dientecillos.
• Encontró una moneda de plata blanca, dura y brillante, pero no era pequeña...
Así que cogió el diente de leche y a cambio le dejó al niño la moneda de plata. Luego
volvió corriendo a la playa y le dio el diente a la tortuga. La tortuga al pulpo, y el pulpo
a la ostra, que se puso contentísima, pues aquel diente de leche era del mismo tamaño
que la perla que había perdido. Así que lo puso en el sitio de la perla, lo recubrió con un
poco de nácar, y nadie podía notar la diferencia.
Por eso, desde entonces, cuando a un niño se le cae un diente de leche, lo pone debajo
de la almohada y por la noche el ratoncito Pérez se lo lleva y le deja a cambio un
regalo, aunque no siempre es una moneda de plata.
Cuento Popular
8. ¿El ratoncito Pérez siempre deja una moneda de plata como regalo?