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El honrado leñador

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de
duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha al agua. Entonces
empezó a lamentarse tristemente: ¿Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo
hacha?

Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:

Espera, buen hombre: traeré tu hacha.

Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las
manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la
ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.

Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.

Por tercera vez la ninfa buscó bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.

¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!

Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira
y te mereces un premio.

1. ¿De qué era el hacha que sacó la segunda ninfa del agua?.

De plata.

De bronce.

De hierro.

2. ¿A quién se le cayó el hacha al agua?

A la ninfa.

Al leñador.

Al duende.

3. ¿Quién le recuperó el hacha al leñador?

El hombre-rana.

La rana.

La ninfa.

4. ¿De qué material estaba construida la primera hacha que sacó la ninfa del agua?

De plata.

De cobre.

De oro.

5. ¿Qué lugar estaba cruzando el leñador cuando se le cayó el hacha al agua?

Un tunel.

Un viaducto.

Un puentecillo.

6. ¿De qué material estaba construida la tercera hacha que sacó la ninfa del agua?

De madera.

De acero.

De hierro.

7. El leñador prefirió la pobreza a la ...


Recompensa.

A la mentira.

A la verdad.

8. ¿Cuántas hachas le regaló la ninfa al leñador?

Dos.

Una.

Tres.

9. ¿De dónde regresaba el leñador cuando perdió el hacha?

De una jornada de duro trabajo.

De unas vacaciones.

De una excursión.

10. ¿Quién dijo :"Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha"?

El leñador.

La ninfa.

El guarda.

ABUELITA
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus
ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce,
y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores
grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda.

Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y
mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo
lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin
embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos.

¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada
vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se
hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen
pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del
sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de
rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más
lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de
abuelita.

Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella
sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha
marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras;
el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve
a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.

Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga
y maravillosa historia.

- Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito.

Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y


más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo
bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.

La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a


pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su
boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba
miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el
libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las
páginas. Y así enterraron a abuelita.

En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció


espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano
desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la
cabeza de la difunta.

La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir
por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben
mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que
nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven.

Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus
hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también.
Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el
órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos
dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca.

Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez
primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

(Hans Christian Andersen)

1. ¿En que se convirtió el libro de cánticos de la abuelita?

En polvo.

en una flor.

En un órgano.
2. ¿Los muertos del cuento de Andersen saben mucho más de cuánto sabemos todos
los seres vivos?

No, no saben nada.

Sí, saben el miedo horrible que nos causarían si volviesen.

Tal vez, no.

3. ¿Podían ir por la noche los niños a la tumba de la abuelita a coger una rosa sin
miedo?

No.

Algunas veces.

Sí.

4. ¿Qué pájaros acudían a la pared del cementerio a cantarle a la abuelita?

Canarios.

Jilgueros.

Ruiseñores.

5. ¿Qué le pusieron a la abuelita debajo de su cabeza en el ataúd?

Una almohada.

Un cojín.

El libro de cánticos.

6. ¿De qué color era el lienzo que envolvía a la abuelita en el ataúd?

Negro.

Blanco.

Blanco y negro.

7. ¿Cual de las siguientes afirmaciones no es cierta?

Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.

Ahora abuelita ha resucitado.

Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito.

8. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones es cierta?

Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la
rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma.

Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la
rosa se debilita y toda la sala se impregna de su aroma.

Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores pierden vida, la
rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma.
9. ¿De que son las cantoneras del libro de cántico de la abuelita?

De plata.

De cartón.

De aluminio.

10. ¿De qué tejido era el vestido de flores de la abuelita?

De seda.

De lana.

De fibra.

Caperucita Roja
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la
muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.

Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado
del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el
bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía
que atravesar el bosque para llegar a casa de la abuelita, pero no le daba miedo
porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

- ¿A dónde vas, niña? - le preguntó el lobo con su voz ronca.

- A casa de mi abuelita - le dijo Caperucita.

- No está lejos - pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido


-pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve
un hermoso ramo de flores además de los pasteles.

Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la abuelita, llamó suavemente a la puerta y la


anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había
observado la llegada del lobo.

El lobo devoró a la abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la


cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó
enseguida, toda contenta. La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy
cambiada.

- abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor - dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.

- abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor - siguió diciendo el lobo.

- abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

- Son para... ¡comerte mejoooor! - y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre
la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.

Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas
intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la
abuelita. Pidió ayuda a un serrador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta
de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.

El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La abuelita y Caperucita estaban
allí, ¡vivas!

Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a
cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a
un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el
estanque de cabeza y se ahogó.

En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero


Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su abuelita no hablar con
ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las
juiciosas recomendaciones de su abuelita y de su Mamá.
1. ¿Dónde vivía la abuelita de Caperucita?

2. Los pájaros y ¿qué otros animales se encontraba caperucita al cruzar el bosque?

3. ¿Cómo tenía la voz el lobo?

4. ¿De qué color era el gorro de la abuelita?

5. ¿A quién le pidió ayuda el cazador?

6. ¿Cómo llamó el lobo a la puerta?

7. ¿Quién pensó que no estaba lejos la casa de la abuelita de Caperucita?

8. ¿Qué hizo el lobo cuando se metió en la cama y se puso el gorro de la abuelita?

9. ¿Qué quería llevarle Caperucita a su abuelita, además de los pasteles?

10. Caperucita y su abuelita no sufrieron más que...


El alforfón

Si después de una tormenta pasan junto a un campo de alforfón, lo verán a menudo


ennegrecido y como chamuscado; se diría que sobre él ha pasado una llama, y el
labrador observa:

-Esto es de un rayo-.

Pero, ¿cómo sucedió?

Les voy a contar, pues yo lo sé por un gorrioncillo, al cual, a su vez, se lo reveló un


viejo sauce que crece junto a un campo de alforfón. Es un sauce corpulento y
venerable pero muy viejo y contrahecho, con una hendidura en el tronco, de la cual
salen hierbajos y zarzamoras. El árbol está muy encorvado, y las ramas cuelgan hasta
casi tocar el suelo, como una larga cabellera verde.

En todos los campos de aquellos contornos crecían cereales, tanto centeno como
cebada y avena, esa magnífica avena que, cuando está en sazón, ofrece el aspecto de
una fila de diminutos canarios amarillos posados en una rama. Todo aquel grano era
una bendición, y cuando más llenas estaban las espigas, tanto más se inclinaban,
como en gesto de piadosa humildad.

Pero había también un campo sembrado de alforfón, frente al viejo sauce. Sus espigas
no se inclinaban como las de las restantes mieses, sino que permanecían enhiestas y
altivas.

-Indudablemente, soy tan rico como la espiga de trigo -decía-, y además soy mucho
más bonito; mis flores son bellas como las del manzano; deleita los ojos mirarnos, a mí
y a los míos. ¿Has visto algo más espléndido, viejo sauce?

El árbol hizo un gesto con la cabeza, como significando: «¡Qué cosas dices!». Pero el
alforfón, pavoneándose de puro orgullo, exclamó:

-¡Tonto de árbol! De puro viejo, la hierba le crece en el cuerpo.

Pero he aquí que estalló una espantosa tormenta; todas las flores del campo
recogieron sus hojas y bajaron la cabeza mientras la tempestad pasaba sobre ellas;
sólo el alforfón seguía tan engreído y altivo.

-¡Baja la cabeza como nosotras! -le advirtieron las flores.

- ¡Para qué! -replicó el alforfón.

-¡Agacha la cabeza como nosotros! -gritó el trigo-. Mira que se acerca el ángel de la
tempestad. Sus alas alcanzan desde las nubes al suelo, y puede pegarte un aletazo
antes de que tengas tiempo de pedirle gracia.

-¡Que venga! No tengo por qué humillarme - respondió el alforfón.

-¡Cierra tus flores y baja tus hojas! -le aconsejó, a su vez, el viejo sauce-. No levantes la
mirada al rayo cuando desgarre la nube; ni siquiera los hombres pueden hacerlo, pues
a través del rayo se ve el cielo de Dios, y esta visión ciega al propio hombre. ¡Qué no
nos ocurriría a nosotras, pobres plantas de la tierra, que somos mucho menos que él!

-¿Menos que él? -protestó el alforfón-. ¡Pues ahora miraré cara a cara al cielo de Dios!

Y así lo hizo, cegado por su soberbia. Y tal fue el resplandor, que no pareció sino que
todo el mundo fuera una inmensa llamarada.

Pasada ya la tormenta, las flores y las mieses se abrieron y levantaron de nuevo en


medio del aire puro y en calma, vivificados por la lluvia; pero el alforfón aparecía negro
como carbón, quemado por el rayo; no era más que un hierbajo muerto en el campo.

El viejo sauce mecía sus ramas al impulso del viento, y de sus hojas verdes caían
gruesas gotas de agua, como si el árbol llorase, y los gorriones le preguntaron:

-¿Por qué lloras? ¡Si todo esto es una bendición! Mira cómo brilla el sol, y cómo desfilan
las nubes. ¿No respiras el aroma de las flores y zarzas? ¿Por qué lloras, pues, viejo
sauce?

Hans Christian Andersen

1. ¿Qué sale de la hendidura del viejo sauce?

2. ¿Desde dónde y hasta dónde alcanzan las alas del ángel de la tempestad?
3. ¿Qué cereal ofrece el aspecto de una fila de diminutos canarios amarillos posados en
una rama?

4. ¿Quienes le contaron al viejo sauce la historia del alforfón?

5. El alforfón eran tan rico como la...

6. ¿Quién quemó al alforfón?

7. ¿Quién le dijo al alforfón que se acercaba el ángel de la tempestad?

8. El campo que estaba situado frente al viejo sauce estaba sembrado de...

9. ¿A qué árbol se refería el alforfón cuando decía que la hierba le crecía en el cuerpo?

10. Pasada la tormenta, ¿qué se abrieron y levantaron de nuevo en medio del aire
puro?
Fara y el viejo cocodrilo

Érase una vez dos hermanas, Rapela y Fara, que vivían en Madagascar y gustaban de
jugar a la orilla del río. Tan sólo de vez en cuando la madre les daba permiso, pues
muchos cocodrilos rondaban por aquellos parajes. Un día, tanto le suplicaron Rapela y
Fara, que no supo la buena madre negarles el permiso; accediendo a sus preces, así
las amonestó:

-Vayan, pero guárdense de burlarse de Ikakinidriaholomamba. El viejo cocodrilo


-añadió la madre- tiene muy mal talante y el peor de los genios; si se mofan él, las
devorará.

Las dos hermanitas prometieron obedecer, y se fueron alegres para jugar con las
piedras del río.

Muy pronto Ikakinidriaholomamba asomó entre los cañaverales para distraer su ocio
con el juego de las niñas; éstas lo vieron y como, en verdad, el viejo cocodrilo era
enormemente feo, Fara, que había olvidado los consejos de su madre, exclamó:

¡Oh, oh, qué viejo está padre Cocodrilo!

¡Y qué cabeza tan hundida!

¡Y qué ojos tan hinchados!

¡Y qué vientre tan lleno de arrugas!

¡Y cuántas escamas tiene en su cuerpo!

Por lo que Ikakinidriaholomamba, enfurecido, trepó hasta la orilla para alcanzarlas; mas
ellas corrieron, ligeras como galgos, llegando salvas al hogar.

-Bien, hijitas, bien -preguntó la madre- fueron prudentes y cautas, ¿no es cierto?

-¡Oh, mamá! -contestó Rapela-. ¡El viejo Cocodrilo intentó zamparse a Fara!

-¡Ah! -exclamó la madre moviendo la cabeza-. ¡Fara se habrá burlado de él! ¡Es
menester saber moderar la lengua, hijitas mías!

A la mañana siguiente, las hermanas retornaron al río y nuevamente emprendieron sus


juegos con las piedrecillas de la orilla.

Rapela se divertía mucho, sin cuitas de ningún género; mas Fara, intranquila con el
recuerdo de las burlas del día anterior, contemplaba a Ikakinidriaholomamba que, ojos
cerrados, permanecía tumbado a lo largo de un tronco de árbol.

Era horriblemente feo, y Fara, sin poderse contener, se dijo de nuevo entre dientes:

¡Oh, qué viejo está padre Cocodrilo!

¡Y qué cabeza tan hundida!

¡Y qué ojos tan hinchados!

¡Y qué vientre tan lleno de arrugas!

¡Y cuántas escamas tienen en su cuerpo!

Mas esta vez fue la vencida, ya que el Cocodrilo le echó el diente y la engulló.

En vano la desventurada Rapela imploró al monstruo para que le devolviese a su


hermana; aquél se había sumergido ya en la corriente, dejándola triste y sin consuelo.

Los padres de Fara corrieron a la orilla y, llegados al lugar, la madre así imploró al viejo
Cocodrilo:

-¡Oh, Mamba, devuélvenos a Fara! ¡En verdad ella fue muy mala, pero es tanta nuestra
angustia que bien podrías devolvérnosla!

A lo que Ikakinidriaholomamba respondió, imitando la voz de Fara:

-Sí, sí, buena señora. Acudan en busca de su Fara. Pero Fara tiene la lengua muy larga.
Busquen a Fara. ¡Y qué cabeza tan hundida!

Busquen a Fara. ¡Y qué ojos tan hinchados!

Busquen a Fara. ¡Y qué vientre tan lleno de arrugas!

Busquen a Fara. ¡Y cuántas escamas tiene en el cuerpo!

"Así hablaba la niña, ¿no es cierto?"

La pobre madre quedó abatida ante tal réplica y, dirigiéndose a su marido, le dijo:

-¡Háblale tú al Cocodrilo, a ver si lo convences!

Entonces el padre de Fara gritó:

-¡Oh, Mamba, devuélvenos a Fara! ¡En verdad, ella fue muy mala, pero es tanta
nuestra desdicha que bien podrías compadecerte y devolvérnosla!

Mas Ikakinidriaholomamba le respondió:

" -Sí, sí, mi viejo. Acudan en busca de su Fara. Pero Fara tiene la lengua muy larga.

Busquen a Fara. ¡Y qué cabeza tan hundida!

Busquen a Fara. ¡Y qué ojos tan hinchados!

Busquen a Fara. ¡Y qué vientre tan lleno de arrugas!

Busquen a Fara. ¡Y cuántas escamas tiene en el cuerpo!

"Así hablaba la niña, ¿no es cierto?"

Los desventurados padres estaban descorazonados, cuando la madre propuso:

-¿Y si le ofreciéramos algo a cambio de Fara?

-Ofrezcámosle un buey -dijo el padre. Y la madre voceó:

-¡Oh, Mamba! Un buey te daremos por Fara.

Ikakinidriaholomamba se dirigió a su prisionera y le dijo:

-Contesta a tu madre, que estoy muy cansado.

Y Fara gritó:

-¡Madre, mi buena madre, Mamba no quiere aceptar!

Entonces el padre, mejorando la oferta, clamó:

-¡Oh, Mamba, diez bueyes te daremos por Fara!

Y Fara, nuevamente, gritó:

-¡Padre, querido padre, Mamba no quiere aceptar!

Rapela contempla a sus padres y ofrece:

-¡Oh, Mamba, veinte bueyes te daremos, si me devuelves la hermana!

Y Fara también esta vez contestó:

-¡Rapela, mi dulce hermana, Mamba no quiere, no!

Entonces la madre, desesperada, clamó fuertemente:

-¡Oh, Mamba, cien bueyes te daremos por nuestra Fara!

El viejo Cocodrilo, que era muy glotón, pensó que cien bueyes bien valían el rescate de
una niña, y murmuró:

-Bien, bien; me place la oferta; preparen los cien bueyes.

Y Fara, llena de contento, desde el vientre del Cocodrilo contestó:

-¡Madre, oh madre, Mamba aceptó ya!


Rapela y sus padres corrieron a la villa con harta turbación, porque ellos tan sólo
poseían veinte bueyes. Fueron al encuentro de parientes y amigos, y éstos, para que
no se menoscabara el rescate de Fara, les prestaron cuantos bueyes hubieron
menester para completar la oferta.

Los aldeanos reunieron los cien bueyes y se dirigieron hacia la ribera.

Así que el viejo Cocodrilo divisó al rebaño soltó a Fara para aproximarse a la orilla, pero
los labriegos habían colocado a la cabeza del rebaño al toro más poderoso y feroz; éste
se lanzó sobre Ikakinidriaholomamba y con sus enormes cuernos le vació los ojos;
cundió el ejemplo y los demás bueyes lo pisotearon hasta darle muerte cruel.

Así el viejo Cocodrilo halló un muy desgraciado fin, quedándose sin un solo buey por
haber apetecido muchos.

Cuando Fara, se vio nuevamente bajo el techo del hogar, se hizo el propósito firme de
no hablar más de la cuenta en lo futuro y de medir las palabras en el resto de sus días.

Fara y el viejo cocodrilo

Anónimo

1. ¿Cuántas veces se metió Fara con el viejo cocodrilo?

2. ¿Cómo tenía los ojos el viejo cocodrilo?

3. ¿Qué le imploró Rapela al viejo cocodrilo?

4. ¿Cuántos bueyes le ofreció el padre de Fara a Mamba en la segunda propuesta?

5. ¿Cómo decía el viejo cocodrilo que tenía la lengua Fara?

6. ¿Cuántos bueyes ofreció Rapela por la liberación de Fara?

7. ¿Quiénes reunieron los cien bueyes del acuerdo con el viejo cocodrilo para liberar a
Fara?

8. ¿A quién colocaron los labriegos al frente del rebaño?

9. ¿Con qué parte de su cuerpo le vació los ojos el toro al cocodrilo?

10. ¿Qué propósito se hizo Fara para el resto de sus días?


Cómo la sabiduría se esparció por el mundo

En Taubilandia vivía en tiempos remotos, remotísimos, un hombre que poseía toda la


sabiduría del mundo. Se llamaba este hombre Padre Ananzi, y la fama de su sabiduría
se había extendido por todo el país, hasta los más apartados rincones, y así sucedía
que de todos los ámbitos acudían a visitarlo las gentes para pedirle consejo y aprender
de él.

Pero he aquí que aquellas gentes se comportaron indebidamente y Ananzi se enfadó


con ellos. Entonces pensó en la manera de castigarlos.

Tras largas y profundas meditaciones decidió privarles de la sabiduría, escondiéndola


en un lugar tan hondo e insospechado que nadie pudiera encontrarla.

Pero él ya había prodigado sus consejos y ellos contenían parte de la sabiduría que,
ante todo, debía recuperar. Y lo consiguió; al menos así lo pensaba nuestro Ananzi.

Ahora debía buscar un lugarcito donde esconder el cacharro de la sabiduría; y, sí,


también él sabía un lugar. Y se dispuso a llevar hasta allí su preciado tesoro.

Pero... Padre Ananzi tenía un hijo que tampoco tenía un pelo de tonto; se llamaba
Kweku Tsjin. Y cuando éste vio a su padre andar tan misteriosamente y con tanta
cautela de un lado a otro con su pote, pensó para sus adentros:

-¡Cosa de gran importancia debe ser ésa!

Y como listo que era, se puso ojo avizor, para vigilar lo que Padre Ananzi se proponía.

Como suponía, lo oyó muy temprano por la mañana, cuando se levantaba. Kweku
prestó mucha atención a todo cuanto su padre hacía, sin que éste lo advirtiera. Y
cuando poco después Ananzi se alejaba rápida y sigilosamente, saltó de un brinco de la
cama y se dispuso a seguir a su padre por donde quiera que éste fuese, con la
precaución de que no se diera cuenta de ello.

Kweku vio pronto que Ananzi llevaba una gran jarra, y le aguijoneaba la curiosidad de
saber lo que en ella había.

Ananzi atravesó el poblado; era tan de mañana que todo el mundo dormía aún; luego
se internó profundamente en el bosque.

Cuando llegó a un macizo de palmeras altas como el cielo, buscó la más esbelta de
todas y empezó a trepar con la jarra o pote de la sabiduría pendiendo de un cordel que
llevaba atado por la parte delantera del cuello.

Indudablemente, quería esconder el Jarro de la Sabiduría en lo más alto de la copa del


árbol, donde seguramente ningún mortal había de acudir a buscarlo... Pero era difícil y
pesada la ascensión; con todo, seguía trepando y mirando hacia abajo. No obstante la
altura, no se asustó, sino que seguía sube que te sube.

El jarro que contenía toda la sabiduría del mundo oscilaba de un lado a otro, ya a
derecha ya a izquierda, igual que un péndulo, y otras veces entre su pecho y el tronco
del árbol. ¡La subida era ardua, pero Ananzi era muy tozudo! No cesó de trepar hasta
que Kweku Tsjin, que desde su puesto de observatorio se moría de curiosidad, ya no lo
podía distinguir.

-Padre -le gritó- ¿por qué no llevas colgado de la espalda ese jarro preciado? ¡Tal como
te lo propones, la ascensión a la más alta copa te será empresa difícil y arriesgada!

Apenas había oído Ananzi estas palabras, se inclinó para mirar a la tierra que tenía a
sus pies.

-Escucha -gritó a todo pulmón- yo creía haber metido toda la sabiduría del mundo en
este jarro, y ahora descubro, de repente, que mi propio hijo me da lección de sabiduría.
Yo no me había percatado de la mejor manera de subir este jarro sin incidente y con
relativa comodidad hasta la copa de este árbol. Pero mi hijito ha sabido lo bastante
para decírmelo.
Su decepción era tan grande que, con todas sus fuerzas, tiró el Jarro de la Sabiduría
todo lo lejos que pudo. El jarro chocó contra una piedra y se rompió en mil pedazos.

Y como es de suponer, toda la sabiduría del mundo que allí dentro estaba encerrada se
derramó, esparciéndose por todos los ámbitos de la tierra.

Anónimo

1. ¿Cómo se comportaron la gente de Taubilandia?

2. ¿De que pensó privarle Pedro Ananzi a toda la gente de Taubilandia por su mal
comportamiento?

3. ¿Qué llevaba Pedro Ananzi la mañana que Kweku lo vio salir temprano de la casa?

4. ¿De dónde llevaba atado Pedro Ananzi la cuerda de donde pendía la Jarra de la
Sabiduría?

5. ¿Qué árbol era donde Pedro Ananzi quiso esconder la Jarra de la Sabiduría?

6. ¿De dónde le recomendó el hijo de Pedro Ananzi a su padre que llevara colgada la
Jarra de la Sabiduría?

7. ¿Cuántos pedazos se hicieron de la Jarra de la Sabiduría al chocar contra una piedra?

8. ¿Por dónde se esparció la sabiduría que estaba metida en la Jarra?

9. ¿Tenía Pedro Aninza que no tenía un pelo de tonto?

10. ¿Es verdad que Kweku le dio a su padre una lección de sabiduría?
Caperucita y las Aves

Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca. Pero eran las avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno
manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento.

Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía


granos en su ventana y miguitas de pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin,
perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su protectora y compartían el
cálido refugio de su casita.

Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron la
aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su trigo.

-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.

-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino


-respondieron algunos.

Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. El avecilla,


con sus ojitos fijos en la niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje
en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y lanzó hacia lo alto a la
paloma blanca.

Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría sucumbido


bajo el intenso frío. Pero, además, la situación de todos los vecinos de la aldea no
podía ser más grave: sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a
robar todas las provisiones.

De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos


envueltos en sus pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los
atacantes.

Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le tendió
las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas fuerzas.
Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña, abandonó este mundo
para siempre.

1. ¿Qué querían robar de la aldea de Caperucita los habitantes del pueblo próximo?

El ganado y el trigo.

El trigo y el agua.

El ganado, el trigo y las herramientas.

2. ¿Con qué ropa se cubrían los cosacos?

Con unas chaquetas de cuero.

Con unas pellizas de pieles.

Con unos capotes.

3. ¿Cuántos días pasaron sin tener noticias de la paloma mensajera?

Uno.

Cinco.

Dos.
4. ¿Quién venía tras los cosacos?

Un caballo blanco.

El rey.

La paloma blanca.

5. ¿Quién ponía granos y miguitas de pan en la ventana?

Las hormigas.

Un hada.

Caperucita Roja.

6. ¿Quiénes llevaron la peor parte de aquel duro invierno?

Caperucita Roja.

Las avecillas.

El ganado.

7. ¿Quiénes cercaron la aldea de Caperucita Roja?

Un batallón de cosacos.

Los habitantes de un pueblo cercano.

Un escuadrón de cosacos.

8. ¿Quién llevó el mensaje de socorro en una de sus patas?

La paloma blanca.

Un ruiseñor.

El caballo blanco.

9. ¿En las manos de quién murió la paloma blanca mensajera?

De Caperucita Roja.

De un cosaco.

Del rey.

10. ¿Cuál de las siguientes frases está mal copiada?

Son menos que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.

Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca.

Sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las
provisiones.
El gigante y el sastre

Érase una vez un sastre débil como un gusano y, al mismo tiempo, muy fanfarrón. En
todas partes se daba pisto, se jactaba de su fuerza y decía que les podía a todos. Una
vez, yendo en el tranvía, vio a un gigante sentado. Era un gigante gordo y fuerte, con
músculos como repollos y una cabeza como un barril de cerveza. El trasero le ocupaba
tres asientos.

"Ahora verá" - pensó el sastre, colocándose a su lado.

En el tranvía todo estaba prohibido; por todas partes colgaban letreros que decían:

Prohibido escupir en el suelo.

Prohibido ensuciar los cristales.

Prohibido fumar.

Prohibido molestar a los pasajeros.

Y el sastre escupió en el suelo, justamente delante del gigante.

"Madre mía, qué atrevido -pensó el gigante-. Como le pillen..."

A continuación, el sastre manchó el cristal con su sucia mano.

"Huy, huy, huy -pensó el gigante-. Yo no me hubiera atrevido. Este es mas valiente que
la policía".

Entonces, el sastre sacó un cigarrillo del bolsillo, lo encendió y echó el humo


directamente a la cara del gigante.

El gigante empezó a toser, miró de reojo al sastre y se encogió de hombros.

"En fin -pensó-. Que no le pase nada. Hace falta tener mucho valor para cometer tantas
infracciones a la vez. Le pueden caer tranquilamente tres meses de cárcel".

¿Y que más hizo el sastre? Pues, en lugar de apagar la colilla del cigarro, se la metió al
gigante en el bolsillo izquierdo de arriba de la chaqueta, donde se suele llevar un
pañuelo de adorno.

En seguida empezó a arder y a echar humo y a oler mal y, por si fuera poco, el sastre
se puso a molestar al gigante:

-¡Eh, oiga usted!-dijo- ¡Esto es el colmo! ¡Anda por ahí echando humo y apestando! ¡Me
pienso quejar, ya lo creo que sí!

El gigante, a pesar de ser un gigante fuerte, era también un poco ingenuo; así es que
pensó:

"Si se comporta así, no será un vulgar pelagatos."

Y tenía ganas de librarse del sastre. En esto llegó el revisor. Como el sastre no llevaba
billete, el revisor lo echó. Entonces, el gigante se alegró y vio por la ventanilla cómo el
fresco del sastre corría detrás del tranvía.

Janosch cuenta los cuentos de Grimm


1. ¿Cuántos asientos ocupaba el trasero del gigante?

2. El letrero del tranvía decía que estaba prohibido molestar a los...

3. ¿Quién echó el humo del cigarrillo en la cara del gigante?

4. ¿A qué se parecía la cabeza del gigante?

5. ¿Delante de quién escupió el sastre en el suelo?

6. ¿Cuánto tiempo de cárcel le podía caer al gigante?

7. ¿Quién echó al sastre del tranvía?

8. ¡Quién dijo: "Me pienso quejar, ya lo creo que sí"!

9. ¿Qué metió el sastre en el bolsillo izquierdo de la chaqueta del gigante?

10. ¿Cómo era de débil el sastre?

El galleguito

Había en Cádiz un galleguito muy pobre, que quería ir al Puerto para ver a un hermano
suyo que era allí mandadero, pero quería ir de balde.

Púsose en la puerta del muelle a ver si algún patrón que fuese al Puerto lo quería
llevar. Pasó un patrón, que le dijo:

- Galleguiño, ¿te vienes al Puerto?

- Eu, non teño diñeiriño ( Yo no tengo dinero); si me llevara de balde, patrón, iría.

-Yo, no- contestó este-; pero estate ahí, que detrás de mí viene el patrón Lechuga, que
lleva a la gente de balde.

A poco pasó el patrón Lechuga y el galleguito le dijo que si le quería llevar al Puerto de
balde, y el patrón le dijo que no.

-Patrón Lechuga- dijo el galleguito- y si le canto a usted una copliña que le guste, ¿me
llevará?

-Sí pero si no me gusta ninguna de las que cantes, me tienes que pagar el pasaje.

El galleguito estuvo de acuerdo y se hicieron a la vela.

Cuando llegaron a la barra, esto es, a la entrada del río, empezó el patrón a cobrar el
pasaje a los que venían en el barco; y cuando llegó al galleguito, le dijo este:

- Patrón Lechuga, allá va una copliña.

Y empezó a cantar:

Si foras a miña terra Si fueras a mi tierra

e preguntaren por min, y preguntaran por mi,

ti dices que estou en Cádiz, tú dices que estoy en Cádiz,

vendendo auga e anís. vendiendo agua y anís.

-¿Ha gustado, patrón?- preguntó en seguida.

-No - respondió el patrón.

-Pues, patrón, allá va otra:

Patrón Lechuga, por Dios, Patrón Lechuga, por Dios,

gústele algunha copliña, gústele alguna copliña,

porque aos meus cartos porque a mis dineros

entráronle a morriña. les entró la tristeza.

-¿Ha gustado, patrón?


-No.

-Pues allá va otra:

Galleguiño, galleguiño, Galleguiño, galleguiño,

non seas mais retracheiro, no seas más tacaño,

mete a man na bolsa mete la mano en la bolsa

e paga ó patrón o seu diñeiro. y paga al patrón su dinero.

-¿Ha gustado, patrón?

-Esa sí.

-Pues non pago- dijo alegre el galleguito. Y se fue sin pagar.

1. ¿Qué vendía el galleguito en Cádiz?

2. ¿Qué profesión tiene el hermano del galleguito?

3. ¿Qué quiere decir: "llegar a la barra"?

4. ¿Cuántas coplas le cantó el galleguito al Capitán Lechugas?

5. ¿Cuántos patrones recibieron la petición de del galleguito de llevarlo de balde a


Cádiz?

6. ¿Qué le entró a los dineros del galleguito?

7. ¿Engañó el galleguito al Capitán Lechugas en la tercera copla?

8. ¿Qué quiere decir: "Eu, non teño diñeiriño"?

9. ¿Qué pagaría el galleguito al Capitán Lechuga, si no le gustaba ninguna copliña?

10. ¿Cuántos hermanos tenía el galleguito?


Ricitos de Oro

Una tarde se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a recoger flores. Cerca de allí había
una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acercó paso
a paso hasta la puerta de la casita. Y empujó.

La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.

Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, grande; otro, mediano; y
otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf!
¡Está muy caliente!

Luego probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Después probó del tazón
pequeñito y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.

Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era
mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande,
pero ésta era muy alta. Luego fue a sentarse en la silla mediana, pero era muy ancha.
Entonces se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta fuerza que la
rompió.

Entró en un cuarto que tenía tres camas. Una era grande; otra era mediana; y otra,
pequeñita.

La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego se acostó en la
cama mediana, pero también le pereció dura.

Después se acostó en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos
de Oro se quedó dormida.

Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia
de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche.

Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro era
mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro era un Osito pequeño y usaba
gorrito: un gorrito pequeñín. El Oso grande gritó muy fuerte:

-¡Alguien ha probado mi leche!

El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:

-¡Alguien ha probado mi leche!

El Osito pequeño dijo llorando y con voz suave:

-¡Se han tomado toda mi leche!

Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían qué pensar. Pero el Osito pequeño
lloraba tanto que su papá quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso,
porque ahora iban a sentarse en las tres sillitas de color azul que tenían, una para cada
uno.

Se levantaron de la mesa y fueron a la salita donde estaban las sillas.

¿Que ocurrió entonces?

El Oso grande grito muy fuerte:


-¡Alguien ha tocado mi silla!

El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:

-¡Alguien ha tocado mi silla!

El Osito pequeño dijo llorando con voz suave:

-¡Se han sentado en mi silla y la han roto!

Siguieron buscando por la casa y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo:

-¡Alguien se ha acostado en mi cama!

El Oso mediano dijo:

-¡Alguien se ha acostado en mi cama!

Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:

-¡Alguien está durmiendo en mi cama!

Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asustó tanto
que dio un brinco y salió de la cama.

Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin
parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.

Escribe siempre con letra minúscula para contestar. Utiliza las palabras precisas. Cuida
la ortografía y las tildes para validar las respuestas. Cualquier error de este tipo te dará
la respuesta como mala.

1. ¿Qué estaba haciendo Risitos de Oro en el bosque, antes de entrar en la cabaña?

2. ¿Cuántos tazones de los que estaban encima de la mesa tenían la leche muy
caliente?

3. ¿Cuál de las tres sillas azules era muy ancha?

4. ¿En cuál de las tres camas se acostó Risitos de Oro?

5. ¿Cuál de los tres osos usaba sombrero?

6. ¿De quién era la silla azul que se rompió?

7. ¿Por dónde salió Risitos de Oro de la cabaña?

8. ¿Quién dijo: "Se han tomado toda mi leche"?

9. ¿Qué estaban esperando que se enfriara la familia de osos, mientras daban su paseo
diario por el bosque?

10. ¿Qué tenía la leche que tomaban los osos?


El ratoncito Pérez

Había una vez una ostra que estaba muy triste porque había perdido su perla.

La ostra le contó su desgracia a un pulpo que se arrastraba por el fondo del mar.

- ¿Cómo era la perla? - Blanca, dura, pequeña, y brillante.

El pulpo le prometió que le ayudaría y se fue. Se lo contó a una tortuga que estaba
jugando con las olas. Ésta le dijo al pulpo que ayudaría a la ostra y se marchó a
contárselo a un ratón que estaba merodeando por la playa. El ratón se apellidaba
Pérez.

- Tiene que ser algo blanco, pequeño, duro y brillante.

El ratón fue a buscar por ahí, pero no encontró nada que sirviera.

• Encontró un botón que era blanco, brillante y pequeño, pero no era duro, pues lo
podía roer con facilidad con sus dientecillos.

• Encontró una piedrecita blanca, pequeña y dura, pero no era brillante.

• Encontró una moneda de plata blanca, dura y brillante, pero no era pequeña...

El ratón se fue a su casa triste y decepcionado porque no había encontrado nada. La


casa del ratón estaba en un hueco de la pared de la habitación de un niño. El niño
había dejado un diente que se le había caído encima de su mesita de noche; el ratón lo
vio, se acercó y comprobó que era blanco, pequeño, duro y brillante.

Así que cogió el diente de leche y a cambio le dejó al niño la moneda de plata. Luego
volvió corriendo a la playa y le dio el diente a la tortuga. La tortuga al pulpo, y el pulpo
a la ostra, que se puso contentísima, pues aquel diente de leche era del mismo tamaño
que la perla que había perdido. Así que lo puso en el sitio de la perla, lo recubrió con un
poco de nácar, y nadie podía notar la diferencia.

Por eso, desde entonces, cuando a un niño se le cae un diente de leche, lo pone debajo
de la almohada y por la noche el ratoncito Pérez se lo lleva y le deja a cambio un
regalo, aunque no siempre es una moneda de plata.

Luego el ratón lleva el diente a la playa y se lo da a una tortuga que se lo da a un


pulpo, para que se lo lleve a una ostra que ha perdido su perla.

Cuento Popular

1. ¿Quién dejó el diente encima de su mesita de noche?

2. ¿Quién le contó al ratón el problema que tenía la ostra en su perla?

3. La moneda de plata se distinguía de la perla, en que no era...

4. ¿En dónde estaba la casa del ratón?

5. ¿A quién le da la tortuga los dientes de leche que se le caen a los niños?

6. ¿Qué encontró el ratón en la playa que no era duro?


7. ¿Quién jugaba con las olas?

8. ¿El ratoncito Pérez siempre deja una moneda de plata como regalo?

9. ¿Con qué recubre el diente la ostra?

10. ¿Por dónde se arrastraba el pulpo?

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