Como iremos viendo a lo largo de nuestros comentarios,
los escritores cristianos, también los autores de los Hechos Apócrifos, están imbuidos en el espíritu y en la letra de los libros canónicos hasta extremos insospechados. Como lo estaba Pablo cuando escribía sus cartas o predicaba sus discursos de misión. Las expresiones estaban ya hechas para muchos conceptos, algunos de ellos nuevos. El contexto en que se movían era para ellos natural; la terminología resultaba inevitable. Cuando, más adelante, empezaron a proliferar las obras de cuño cristiano, el fenómeno se extendió con tanta mayor fuerza cuanto que al estilo de los LXX se añadía el respeto que por él manifestaban los escritos del NT.
Estos escritos, en los que confluían las tendencias de los
LXX y las propias fórmulas novedosas de la nueva fe, eran el mundo literario y religioso en el que se mueven los escritores de los nuevos tiempos. A estos dos fenómenos hemos de añadir, por lo que se refiere a los HchAp, el influjo literario de los sistemas de moda impuestos por la Segunda Sofística así como los hábitos literarios de la novelística de aquella época.
Interés renacido por los Hechos Apócrifos
Por todo ello, y el hecho ya comentado de que muchas
tradiciones cristianas, teológicas, litúrgicas, iconográficas y hasta folclóricas, hunden sus raíces en las páginas de estos Hechos, la ciencia moderna les presta en la actualidad una atención que obviamente escapa a los ojos profanos. Menciono, a modo de ejemplo, al equipo de estudiosos de la “Suisse romande”, que estudia los Hechos Apócrifos de los Apóstoles de forma paralela al equipo francés que desde hace unos años han tomado la decisión de traducir, comentar y publicar los Evangelios Apócrifos. Ya aludimos en otra ocasión a la organización AELAC (Asociación para el Estudio de la Literatura Apócrifa Cristiana), surgida en 1981. Parte de sus métodos y objetivos aparece en el interesante volumen publicado bajo los auspicios de la universidad de Ginebra y la dirección de F. Bovon, Les Actes Apocryphes des Apôtres. Christianisme et monde païen, Ginebra, 1981.
Diversos aspectos de los HchAp fueron abordados durante
el encuentro celebrado en el Instituto Patrístico de Roma en 1983. Varios estudiosos especialistas de la antigüedad cristiana trataron sobre “Los apócrifos cristianos y cristianizados”. Sus conclusiones fueron publicadas en la revista Augustinianum, XXIII, 1983.
En el año 1986, dedicaba la revista Semeia un volumen
monográfico al tema de los HchAp con el título genérico The Apocryphal Acts of the Apostles. En él se estudian aspectos nuevos de la investigación de estas obras y se presta una atención especial al mundo social en el que surgen. Una mujer, Virginia Burrus, profundiza en el sentido que podría tener la reiterativa actitud encratita de las heroínas de los Hechos. La Profesora Burrus se pregunta si la conducta de las mujeres coprotagonistas de los HchAp se debería más a un afán de autonomía que a un deseo ascético de perfección. Ese mismo interés justifica la atención que dedica a los HchAp la colección enciclopédica Aufstieg und Niedergang der römischen Welt (Ascenso y decadencia del mundo romano) al recoger varios artículos de grandes especialistas sobre la literatura apócrifa. Junod-Kaestli escriben sobre los Hechos de Juan; G. Poupon, sobre los de Pedro; J. M. Prieur, sobre los de Andrés; y Y. Tissot, sobre los de Tomás. De la misma manera la editorial de Brepols Turnhout en su afán por crear una Migne moderna, ha publicado ya los Hechos de Juan (1983), de Andrés (1989) y de Felipe (1999).
Esta actitud de la ciencia moderna corrige el injustificado
silencio de siglos, motivado por las sospechas de los Padres y las condenas a que estos libros se vieron sometidos por parte de la iglesia oficial. Recordamos una vez más la emitida por el Concilio II de Nicea, VII de los ecuménicos, celebrado el año 787, y en el que se debatió el tema sobre el culto de las imágenes contra la postura de los iconoclastas. No es que fuera un tema importante en el contexto de los HchAp, pero la extrema dureza con que el Concilio se expresó contra los Hechos de Juan salpicó a los demás. Además, la calificación de “apócrifos” marcó estos libros, como ya hemos visto, con un estigma negativo de inauténticos y hasta de falsos.
Pero es una realidad que, a pesar de todo, la literatura
apócrifa en general fue portadora de tradiciones que llegaron a constituir doctrinas y prácticas firmes en la historia de la Iglesia. Dogmas, devociones, prácticas, costumbres y la abundancia de copias de los libros apócrifos demuestran que ni las condenas oficiales ni los juicios peyorativos lograron anular su influjo. Repetimos, pues, una vez más que quien quiera profundizar en el conocimiento del desarrollo del cristianismo no puede prescindir de esta literatura.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro - Jueves, 5 de
Febrero 2009
Nuevo interés por los HchAp
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Un poco de historia
En la historia de los HchAp tiene una importancia especial
el testimonio del patriarca de Constantinopla, Focio (s. IX). Para aliviar los ocios de su hermano durante una campaña militar, escribió una obra enciclopédica conocida bajo el epígrafe de Biblioteca. Consiste en el análisis y resumen de muchas obras tanto clásicas como cristianas. Los distintos capítulos dedicados a las obras antiguas son denominados códices o códigos. El que hace el número 114 lleva como título Viajes de los apóstoles, y resume y explica los cinco primitivos Hechos Apócrifos de los Apóstoles de Pedro, Juan, Andrés, Tomás y Pablo, citados por este orden. La denominación de Viajes (períodoi) es uno de los títulos de los HchAp en competencia con el más corriente de Hechos (práxeis). El epígrafe de Viajes hace referencia a los movimientos geográficos precisos para que los apóstoles pudieran cumplir la orden de Jesús según el texto de Marcos 16,15: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Un detalle sorprendente en la opinión expresa de Focio es la consideración de los HchAp como colección o conjunto, que sería la obra de un solo autor, de nombre Leucio Carino. El dato es la prueba de la creencia de que los HchAp, a pesar de sus muchas diferencias, deben tener más cosas en común. De todos modos, las noticias de Focio indican que dispuso de unos textos distintos de los que ahora conocemos. El juicio y el análisis que aporta sobre esta “colección” no encaja con los Hechos que han llegado hasta nosotros. Por ello, se piensa que o bien analiza unas obras sensiblemente distintas de las que poseemos, o daba una opinión partiendo de criterios personales con bases diferentes.
Focio critica y censura los HchAp tanto por su forma
como por su contenido. El estilo de estas obras es, dice, completamente desigual y extraño. Es verdad que el autor emplea a veces expresiones cultivadas, pero con frecuencia se sirve de un lenguaje pedestre. Es una forma de escribir distante de la que usan los escritos evangélicos y apostólicos. Estos libros están además llenos de insensateces (mōrías), contradicciones y oposiciones.
Defiende el autor de los Hechos que uno es el Dios malo
del Antiguo Testamento, y otro el bueno del Nuevo que es Cristo. Afirma que el Hijo no se ha encarnado verdaderamente, sino sólo en apariencia. En consecuencia, Jesucristo no fue realmente crucificado, sino que lo fue otro en su lugar. Por eso, Jesús se mofa de los que le crucificaban, pues estaban equivocados. Los HchAp rechazan el matrimonio legítimo y consideran toda generación como obra del demonio. Interpreta la anécdota del retrato, que unos cristianos piadosos le hicieron al apóstol Juan y que el Apóstol rechazaba, como un rechazo a las sagradas imágenes en el sentido de los iconoclastas.
El docto patriarca concluye su informe diciendo que el
libro de los Viajes de los Apóstoles, es decir, los cinco primitivos HchAp, son “la fuente y la madre de toda herejía”. Estas afirmaciones tan tajantes y exageradas han hecho pensar en unos textos que no han llegado hasta nosotros. Sin embargo, hemos de reconocer que varios HchAp contienen fragmentos ajenos a los primitivos originales. Esto es evidente en el caso de los Hechos de Juan, citados y condenados en el concilio II de Nicea (a. 787), el que trató precisamente el problema de los iconoclastas. El concilio citó no solamente la escena del retrato de Juan sino otros fragmentos de claro origen gnóstico.
Sin embargo, lo mismo que en otros aspectos de la cultura,
fue el Renacimiento el que hizo renacer de olvidos, indiferencias y omisiones los Hechos Apócrifos de los Apóstoles. Pionero de estos estudios fue Jacques Lefèvre d’Étaples a principios del siglo XVI, con sus ediciones de textos apócrifos de índole muy diversa: Actas de los mártires, Hechos, Epístolas, etc. Su actitud de admirador ferviente de la antigüedad le hizo ver en esta literatura obras de indiscutible autoridad.
Un estudio más sereno y reposado de los textos llevó a los
especialistas durante los siglos posteriores a posiciones de duda y escepticismo por lo que se refiere al valor doctrinal de los apócrifos, pero al convencimiento de que nos hallamos ante unos textos que pueden servir de testimonio del cristianismo real de los siglos II-III. O como quería el eminente editor del Codex Apocryphus Noui Testamenti, J. A. Fabricius (Hamburgo, 1703. 1719), si estos textos podían servir de escándalo a cierta clase de cristianos, contenían una inapreciable riquezaa para las personas instruidas.
Sobre estos detalles pueden consultarse los artículos
siguientes publicados en el volumen Les Actes des Apôtres. Christianisme et monde païen, Ginebra, 1981, de F. Bovon y otros.
Eric Junod, “Actes Apocryphes et hérésie: Le jugement de
Photius”, pp. 11-24. Gérard Poupon, “Les Actes Apocryphes des Aportes de Lefèvre à Fabricius”, pp. 25-47.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro - Jueves, 12 de
Febrero 2009
Trabajos pioneros sobre los Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
El siglo XIX conoció el florecimiento de los estudios e
investigaciones sobre los Hechos Apócrifos de los Apóstoles con los trabajos de C. Tischendorf, Th. Zahn, W. Wright, M. R. James, y la obra poco menos que definitiva de R. A. Lipsius y M. Bonnet. Esta atención no ha cesado en toda la extensión del siglo XX, en el que son dignos de particular mención los trabajos de C. Schmidt, H. Hemmecke, J. Flamion, R. Vouaux y otros más recientes como E. Junod, J. D. Kaestli, J. M. Prieur, A. F. J. Klijn, etc. En ese contexto me permito incluir la edición de los dos volúmenes de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles que A. Piñero y yo mismo hemos dado a la publicidad, para cuyo proyecto de cuatro volúmenes estamos trabajando en la corrección del volumen III. Estos trabajos se han visto enriquecidos por hallazgos arqueológicos y paleográficos, que han venido a llenar algunas de las numerosas lagunas que aún quedan.
El interés de nuestro estudio sobre el uso de la Sagrada
Escritura en los HchAp debe situarse en el marco de los trabajos mencionados. Porque los HchAp ocupan, como vamos viendo, una parcela importante dentro de la historia cristiana de los primeros siglos. Empiezan a surgir cuando ya han desaparecido los apóstoles y otros testigos de vista (autóptai en griego) de la vida y la predicación de Jesús, cuando todavía no se tienen ideas claras sobre la forma propia de ser cristiano, cuando los padres apologetas se afanan por defender lo razonable de las posturas cristianas frente a las doctrinas paganas y judías. La iglesia iba perfilando sus listas oficiales de libros inspirados. El primer canon de la Biblia conocido, el de Muratori, es contemporáneo de los primeros HchAp.
Pero a la vez sectas pseudos místicas pretendían imponer
criterios propios en los campos de la doctrina y la práctica del evangelio. De todo podemos encontrar huellas ciertas en las páginas de los HchAp, siempre en torno a la figura de unos apóstoles, cuya actividad no había terminado con lo que nos cuentan los libros canónicos. Debo dejar claro que no trato de exponer datos ni desde la historia ni desde la fe. Me muevo con mayor comodidad partiendo de los textos.
Es decir, no pretendo defender ni la verdad histórica ni
la verdad teológica, sino la verdad literaria o textual. Luego, los historiadores tienen el campo libre para sus elucubraciones y sus estudios de contextos históricos. Las mismas novelas ofrecen siempre elementos válidos para el estudio de la época y la mentalidad de sus ciudadanos. Y los HchAp son en realidad novelas, escritas muchos años después de la muerte de sus protagonistas, cuando sus figuras habían sufrido la lógica transformación del tiempo y la devoción.
Los autores de los HchAp, su imaginación y su devoción,
quieren demostrar que sus héroes no se han ido del todo, que su memoria sigue viva en las comunidades cristianas. Y con un sistemático optimismo exponen la experiencia de la salvación frente al orgullo pagano. Entre los variados objetivos que los autores señalan a la composición de los HchAp, podemos quizás añadir este tan sencillo como elemental: el consuelo oportuno para mantener viva la esperanza.
En todo caso podría ser éste uno de los posibles aspectos
que se encierran en ese otro más amplio y genérico de instruir y edificar al sencillo pueblo cristiano. En varias ocasiones los textos delatan esa intención. Virginia Burrus, en el artículo ya citado (Semeia 38, 106) defiende la tesis de que los cuentos populares actúan como catarsis o “wish fulfilment”, y permiten expresar emociones reprimidas y escapar de la triste realidad a una fantasía más placentera. Puede verse en este sentido el artículo de F. Morard, “Souffrance et Martyre dans les Actes Apocryphes des Aportes” en el citado volumen de F. Bovon, Les Actes Apocryphes des Apôtres. Christianisme et monde païen, 95-108.
Uno de los elementos característicos de los HchAp es el
martirio glorioso de sus héroes. De ahí que muchos fragmentos de los martirios hayan pasado al elenco de los textos litúrgicos de la iglesia. El martirio del apóstol correspondiente aparece tratado como una apoteosis. Es un elemento prácticamente ausente de los Hechos de lo Apóstoles canónicos. Es la expresión del triunfo definitivo del bien sobre el mal, del poder de Dios sobre la presuntuosa debilidad humana, de la virtud de los apóstoles sobre la maldad de los hombres, del mártir sobre el perseguidor.
Siguiendo el sistema de anillos concéntricos que se van
estrechando, nos aproximaremos poco a poco al tema central de nuestro estudio, la presencia de la Biblia en los textos de los HchAp. Y es que los cinco grandes HchAp ofrecen campos inmensos y muy variados. Muchos han sido ya tratados por mentes preclaras. Otros son objeto de encendidas controversias. Algún aspecto queda todavía sin roturar. Y siempre quedan rincones ocultos en los que cualquier estudioso dispone de elementos suficientes capaces para atraer su afición y su trabajo.
Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro-Jueves, 19 de
Febrero 2009
Diferentes campos de estudio en los HchAp
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
En un excelente artículo, publicado en el citado volumen
de Bovon y otros sobre los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, habla su autor, J.-D. Kaestli de los tres campos principales en los que se puede diversificar la investigación sobre los HchAp: “Les principales orientations de la recherche sur les Actes des apôtres”, (Bovon, 49-67)
1) El primero se refiere al descubrimiento y a la necesaria
restauración de los textos originales. Fueron diversos y problemáticos los avatares que han acompañado a estos textos en su larga andadura por los caminos de la piedad, de los amanuenses y de las bibliotecas. Los textos están, en consecuencia, modificados, corregidos, manipulados, mutilados, interpolados. En ocasiones ha sido preciso recurrir a tradiciones variadas y dispersas para intentar reconstruir las líneas básicas y fundamentales de algunos de ellos. Un caso típico lo constituyen los HchAnd. La importancia de este apóstol como Protocleto o primer llamado es la causa de las múltiples leyendas en las que se ha diversificado su recuerdo.
Grandes hombres de ciencia han dedicado su tiempo a esta
imprescindible tarea. Recordamos una vez más los nombres de J. A. Fabricius, C. Thilo, C. Tischendorf, Lipsius-Bonnet entre otros. Pero siempre quedan abiertas las puertas a nuevos hallazgos a los que será necesario prestar la debida atención. Es el caso del hallazgo hecho por Th. Detorakis de los códices Sinaí gr. 526, fol. 120v- 132v. y de Jerusalén, San Sabas 103, fol. 155v-168v, que fue hecho público en las Actas del Segundo Congreso Internacional de los Estudios del Peloponeso con el título “El martirio inédito del apóstol Andrés”, Atenas 1981-82. Es éste un campo en el que hemos de trabajar con los datos que nos brindan los expertos en codicología. En la actualidad han sido incorporados a las ediciones de los Hechos de Andrés de J.-D. Prieur y la nuestra (de A. Piñero y mía).
2) Otro inmenso campo en la investigación sobre los
HchAp es su aspecto doctrinal. Son famosas las posturas de R. A. Lipsius y de C. Schmidt. Para el primero, los HchAp son obras de origen gnóstico, como se desprende de su ideología y de las reticencias o abiertas acusaciones de los Padres. Para Schmidt no solamente los Hechos de Pedro sino todos los HchAp de los siglos II-III nacieron en el seno dela Gran Iglesia o iglesia oficial como expresión de la creencia popular. La opinión concreta de Schmidt es que los HchAp se inspiran fundamentalmente en los Hechos de los Apóstoles de Lucas. Afirma que “no solamente el título de práxeis está tomado del libro canónico, sino que también toda su composición, el pensamiento, la forma literaria y el reflejo de la literatura canónica aparecen con fuerza en sus páginas” (C. Schmidt, Die alten Petrusakten, TU 24,1, Leipzig 1903).
El tema no está zanjado ni la controversia cerrada. Por el
contrario, el hallazgo de nuevo material relacionado con estos temas atiza el fuego de un debate que nunca estuvo del todo clausurado. Me refiero concretamente al rico material encontrado casualmente el año 1945 en la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, en donde también aparecieron unos Hechos de Pedro y de los doce Apóstoles (Cf. A. Orbe, “Gli apocrifi cristiani a Nag Hammadi”, en Augustinianum XXIII (1983) 83-109). Los Hechos Apócrifos de Tomás contienen ecos del Evangelio de Tomás, que es uno de los libros gnósticos de Nag Hammadi. Por ejemplo, las ideas del logion 22 del EvTom están presentes en HchTom 47.147.
Sin embargo, no es posible deducir conclusiones
apodícticas desde el momento en que los HchAp sufrieron abundantes interpolaciones y retoques de distintas manos y diferentes mentalidades. Los argumentos de Lipsius podrían apoyarse en los HchJn. Pero es fácil comprobar que las páginas heterodoxas de esos Hechos no pertenecen al material original. Además, es una realidad palpable que los HchAp tienen muchas semejanzas entre sí, pero también tienen no pocas diferencias.
Los HchAp, en razón de sus especiales características,
contienen elementos de índole muy diversa. En unos mismos Hechos pueden darse orientaciones doctrinales divergentes. En muchos casos hay fragmentos que guardan una relación muy tenue con el contexto en el que aparecen. Incluso cortan el hilo del relato, como sucede con todo el fragmento de HchJn 94-102, que interrumpe un discurso de Juan, perfectamente trazado y que ocupa los HchJn 88-93 y 103-104. Bastan unas pocas palabras de carácter genérico para introducir estas piezas en el contexto de la narración: “Y el Apóstol dijo”, “y empezó a cantar y decir”.
No es, pues, extraño que esos elementos, ajenos al resto de
la obra, sean portadores de ideologías diferentes. De todos modos, cuando un autor incluye un fragmento ajeno dentro de su propia obra, es porque se siente de alguna manera identificado con su ideología. Es lo que cabe pensar en el caso del himno llamado de la Danza en los HchJn y en los de los HchTom así como en sus parenesis. Tanto si son fragmentos adoptados por el autor de unos Hechos como si han sido incluidos después. Una de las dificultades con que se tropieza en el estudio de textos antiguos es la escasa o nula conciencia de propiedad intelectual que entonces se tenía.
Había también en los siglos II-III un nuevo problema en
ese aspecto, como era la abundancia de fronteras sin definir. Ni se tienen ideas definitivas acerca de ciertos aspectos de la ortodoxia, ni se sabe a ciencia cierta donde termina el cristiano y empieza el hereje. Mucho menos cuando, tanto en las ideas gnósticas como en su terminología hay tantas reminiscencias de los textos del Nuevo Testamento, aceptado por gnósticos y ortodoxos como sagrado. Los autores de los HchAp pretendían edificar o entretener. Y para lograrlo, no se planteaban el problema de su ortodoxia y, mucho menos, el de su historicidad. Sin mayores escrúpulos mezclaban datos de la historia y de la tradición con los postulados de su imaginación o la moda literaria de la época. (Continuaremos).
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro -Jueves, 26 de