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LA CUESTION DEL TRIBUTO

13. Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos para prenderle en sus palabras. Es necesario tener
presente el contexto. Los del Sanedrín habían puesto en tela de juicio abiertamente la autoridad de Jesús. Este ataque
había fracasado. Por medio de una contrapregunta (“El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?”) Jesús les
había silenciado. No sólo eso, sino [p 484] que además, mediante la parábola de los labradores malvados había
predicho la destrucción de ellos. Así que, con mayor razón aún, estaban decididos a matarle. Pero, “temían a la
multitud” (12:12). En consecuencia, ahora deciden usar el método opuesto. En lugar de una acusación implícita,
utilizan la adulación. Probablemente pensaban que su astuta maquinación resultaría en el desprestigio de su enemigo
ante los ojos del pueblo, al menos de un gran sector. Ya no le critican por lo que hizo ayer—purificación del templo—
sino que intentan “prenderle”578 en lo que dice hoy. Nótese la combinación “fariseos y herodianos”. Así también en
Mateo (22:16, pasaje paralelo), aunque ese Evangelio señala que el comité que le enviaron a Jesús estaba formado no
por los dirigentes veteranos sino por los discípulos más jóvenes de estos grupos. Marcos no niega esto. Sólo se trata de
un pequeño detalle que, bajo la dirección del Espíritu Santo, Mateo dejó anotado. Según Lucas estos hombres eran
“espías”. En el Evangelio de Marcos esta combinación de fariseos y herodianos ya se ha mencionado en relación con
un hecho anterior (3:6). Lo que se dijo allí, se puede repetir aquí: era una coalición rara entre beatos y profanos. Y
bien, después de todo no era tan raro, y esto por la razón ya indicada en la explicación de 3:6; véase ese pasaje. La
familia de Herodes era amante del arte pagano, la arquitectura, el atletismo, etc. Los herodianos seguían esta línea. Su
práctica de la religión judía era sólo en un sentido muy externo. Su filosofía realmente era la del helenismo. Así pues,
estos dos grupos, fariseos y herodianos, se combinan para actuar en contra de Jesús. Los que estaban—o querían hacer
creer que estaban—muy preocupados en guardar la ley de Dios, y los que seguían la línea más cómoda y no tenían
mayor preocupación por los mandamientos divinos, tenían un propósito común: deshacerse de Jesús. Cada grupo tenía
sus propias razones para desear destruirle. ¿No implicaba su enseñanza una denuncia de la santurronería de los
fariseos y de la mundanalidad de los herodianos? Además, los herodianos no se podían sentir muy felices con la
entrada de Jesús como rey en Jerusalén ni los fariseos con su entrada como “Hijo de David”, el Mesías. Además,
ambos envidiaban a Jesús porque, según veían, la influencia de Jesús sobre el pueblo era demasiado notoria. 14.
Vinieron a él y dijeron, “Maestro, sabemos que eres veraz y no buscas el favor de nadie, porque no muestras
parcialidad para con nadie sino que con verdad enseñas el camino de Dios. En cuanto al título [p 485] de
“Maestro”, este tipo de tratamiento sin duda era adecuado para él. No sólo los evangelistas describen constantemente
así a Jesús, sino que también lo hacen muchos otros (véanse Mr. 4:38; 5:35; 9:17, 38; 10:17, 20, 35; Jn. 3:5, etc.). En
realidad, Jesús mismo declara que una de sus principales actividades era la enseñanza (Mr. 14:49; cf. Mt. 26:55; Lc.
21:37; Jn. 18:20). Era el más grande de los Maestros que jamás había pisado la tierra. Por ser el verdadero Profeta de
Dios enseñó a los hombres lo que el Padre le había enseñado a él (Jn. 1:18; 3:34; 8:28; 12:49). Resultaba doloroso que
los que ahora le llamaban “Maestro”, no aceptaran su enseñanza. Y ahora la adulación. Los emisarios le dicen a Jesús
que es veraz y que con verdad enseña el camino de Dios. La palabra camino, según su uso aquí, hace referencia a la
manera de la fe y la conducta. “El camino de Dios” significa la forma en que Dios desea que la gente piense y viva. Es
su voluntad para el corazón, la mente y la conducta del hombre. Lo que ellos dicen, entonces, es “Tú eres un Maestro
en el cual la gente puede confiar; tú declaras fielmente la voluntad de Dios en cuanto a la doctrina y la vida. Para
aclarar mejor lo que tienen en mente, le dicen: “No buscas el favor de nadie”; literalmente, “y no te cuidas de nadie”,
es decir, “dices lo que piensas, sin procurar acomodarte a lo que agrada o desagrada a la gente”. En esta misma línea
está la expresión, “No muestras parcialidad para con nadie”; literalmente, “No miras el rostro de nadie”. Querían
decir, “No importa a quien hables, lo que digas será lo mismo. No te dejas llevar por el pobre o el rico, el sabio o el
ignorante, el amo o el esclavo …”.579 Estos hombres pensaron tal vez que sus amables (¿?) palabras habían
desarmado completamente a Jesús y disipado las sospechas, que de otro modo, habría albergado en cuanto a sus
intenciones. Así que, ahora le lanzan la pregunta, ¿Es lícito pagar tributo a César, o no?580 ¿Pagaremos o no
pagaremos? El tributo al cual se refiere este pasaje era un impuesto “per cápita” que, después de la deposición de
Arquelao (6 d.C.), el procurador cobraba a todo varón adulto de Judea, e iba directamente al tesoro imperial. Es fácil
entender por qué a los judíos devotos les era chocante tener que pagar tal impuesto. Mientras ellos amaban la libertad,
la moneda que se usaba para pagar llevaba la imagen del emperador, quien se atribuía carácter divino y pretendía tener
autoridad suprema no sólo en asuntos políticos sino también en los espirituales (como “Sumo Pontífice”). Además, la
moneda [p 486] recordaba a los judíos que eran una nación vasalla. En relación con la introducción de esta
imposición, Judas de Galilea había declarado vehementemente, “La tributación no es mejor que la esclavitud misma”.
La había censurado como nada menos que alta traición contra Dios. Véanse Hch. 5:37; Josefo, Guerra judaica II. 117,
118; Antigüedades XVIII, 1–10. En consecuencia, la pregunta que le presentaban a Jesús era una artimaña muy astuta.
Si respondía afirmativamente, estaría contrariando a muchos judíos devotos y patriotas; pero una contestación
negativa le expondría a la acusación de rebeldía contra el gobierno romano (cf. Lc. 20:20; 23:2). 15. Pero Jesús,
conciente de su hipocresía, les dijo, ¿Por qué me tentáis? Jesús se daba cuenta de: a. La “malicia” de ellos (Mt.
22:18), de “falta de escrúpulos”, y de la disposición para hacer cualquier cosa, por perversa que fuese, para conseguir
sus propósitos (Lc. 20:23); y específicamente (Marcos) conocía b. la “hipocresía” o “duplicidad” de ellos. La pregunta
que le hacían, después de una introducción de palabras almibaradas, sonaba como una petición piadosa para obtener
orientación sobre qué decidir en cuanto a un difícil problema ético, pero su verdadera intención era la destrucción de
Jesús. No nos sorprende que Jesús, totalmente conocedor de su deshonestidad, les llame “hipócritas” (Mt. 22:18).
“¿Por qué”, dice Jesús, “me tentáis?” (véase sobre Mr. 1:13). La acción de ellos era diabólica. En tanto que fingían
inocencia, pensaban que habían atraído a su enemigo a la trampa de la cual, según ellos, no habría forma de escapar.
Jesús continúa: traedme un denario para que yo pueda verlo. El denarius o denar, que era una pequeña moneda de
plata equivalente al salario ordinario que se pagaba a un obrero por un día de trabajo, era la cantidad fijada por la ley
del impuesto de empadronamiento. Muchos piensan que al pedir Jesús esta moneda, afirmaba que él mismo era tan
pobre que no poseía esa cantidad. A esta observación añaden otros que Jesús mostraba que ni siquiera sus discípulos
tenían una de estas monedas. Pero esto quizás sea querer leer en el relato lo que realmente no se encuentra en él. Se
podría, por ejemplo, proponer una explicación completamente distinta a esta petición, a saber, que Jesús deseaba que
la moneda saliera de los bolsillos de sus adversarios, para hacerles sentir el hecho de que ellos mismos usaban este
tipo de dinero; que ellos se beneficiaban con su uso, y que en consecuencia habían aceptado las obligaciones
resultantes. Esa explicación tiene la ventaja de que se ajusta al contexto que sigue. Pero este punto no necesita que se
le dé más importancia. “Para que yo pueda verlo” implica que Jesús va a enfocar su atención y la de la concurrencia
sobre lo que se representaba y estaba escrito en esta moneda. Continúa: 16. Así que se lo trajeron. Les dijo, “¿De
quién es la imagen y la inscripción?”. “De César”, le dijeron. Un denario de la [p 487] época del reinado del
emperador Tiberio muestra en el anverso la cabeza de ese emperador. En el reverso aparece sentado en un trono. Lleva
una diadema y está vestido de sumo sacerdote. La tensión debió ser grande cuando 17. Jesús les dijo, “Lo que se
debe a César dadlo a César, y lo que se debe a Dios, dadlo a Dios”. Explicación: a. Jesús no estaba evadiendo el
asunto, sino diciendo claramente, “Sí, pagad el impuesto”. Honrar a Dios no significa deshonrar al emperador
rehusando pagar los beneficios que uno disfruta, como son una sociedad relativamente ordenada, protección policial,
buenos caminos, tribunales, etc., etc. Por aquellos tiempos en particular, el imperio romano había establecido paz y
tranquilidad para los que estaban bajo su dominio, y esto en grado tal que es difícil que se haya experimentado igual
antes o después. Tales beneficios implican una responsabilidad (cf. 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:17). Así, no se podía lanzar sobre
Jesús una acusación verdadera de sedición. b. Su respuesta afirmativa estaba modificada por la declaración de que al
emperador se le debía pagar (dar en retribución) sólo lo que le era debido. De ahí que se le debían negar los honores
divinos que el emperador exigía, y que solamente se deben a Dios. ¿Cómo podían los fariseos hallar error en esto?
Además, esta respuesta era una advertencia de que nadie debe reclamar para sí honores indebidos. Desde el emperador
más encumbrado al súbdito de más bajo rango, nadie debe hacerlo. Cf. 2 R. 18:19–19:37 (2 Cr. 32:9–23; Is. 36, 37);
Dn. 4:28–32; 5; Hch. 12:20–23. c. Al añadir “y lo que se debe a Dios, dadlo a Dios”, Jesús subrayaba el hecho de que
todo servicio, gratitud, gloria, etc. debidos a Dios se le han de rendir de una forma constante y alegre. Nada debía
retenérsele. Véase, p. ej., Sal. 29; 95; 96; 103–105; 116; Jn. 17:4; Ro. 11:33–36; 1 Co. 6:20; 10:31; 16:1, 2; 2 Co.
9:15. ¡No se está dando a Dios lo que se le debe al fraguar la muerte [p 488] de su amado Hijo! Pero esto era
exactamente lo que aquellos espías y sus maestros intentaban hacer. d. Por medio de las monedas y de otras formas, el
emperador pretendía en que el suyo no sólo era un reino físico sino también espiritual (nótese: “Pontifex Maximus”,
es decir, “Sumo Sacerdote”; cf. Jn. 18:36). Al trazar una distinción entre “lo que se debe a César” y “lo que se debe a
Dios” Jesús rechaza las demandas mismas de César. Naturalmente, Dios es soberano sobre todo (Dn. 4:34, 35) incluso
sobre el emperador. Cf. Jn. 19:11. Por supuesto, al emperador se le debe respetar y obedecer siempre que su voluntad
no esté en conflicto con la voluntad divina (véase Ro. 13:1–7). Pero cuando hay conflicto, debe ponerse en práctica la
norma establecida en Hechos 5:29. Con esta respuesta Jesús desconcertó a sus enemigos. No nos sorprendemos al
leer: Y se maravillaban de él. No esperaban esta clase de respuesta. Jesús había respondido a la pregunta de forma
franca y valiente. La respuesta significa: Sí, hay que pagar el tributo. Debe haber una adecuada retribución por los
beneficios que se disfrutan. Pero aunque el emperador debe recibir lo debido, no debe recibir más que esto; es decir,
no debe recibir el honor divino que reclama. Al mismo tiempo, Dios debe recibir toda la gloria y el honor.
Sinceramente, ¿quién podría censurar esta respuesta? Nadie, por cierto.
2. La percepción del Señor (12:13–17).
El Señor Jesús percibió la maldad e hipocresía de sus opositores. Esta vez los fariseos se unieron a los herodianos1—
con quienes habitualmente estaban enfrentados—para juntos desacreditar al Señor.
a. La motivación malvada (vv. 13, 14) de la pregunta, hecha con el propósito de hacerlo caer en una trampa. Resulta
repugnante la adulación y la alabanza hipócrita con que se dirigieron a él para plantearle la pregunta, reconociendo su
honestidad e imparcialidad. La pregunta “¿Es lícito dar tributo a César, o no?” había sido estudiada y preparada con
toda astucia. Estaban convencidos de que cualquiera que fuese la respuesta que diera, estaría de igual modo
comprometido. Sí Jesús respondía afirmativamente, reconociendo el deber de pagar ese tributo, se haría odioso a los
ojos del pueblo judío que detestaba tener que pagar tributo al opresor, y lo considerarían un traidor. Por el otro lado, si
contestaba en forma negativa, podrían hacerlo arrestar por incitar al pueblo contra César. En verdad, bien poco
conocían al Señor si pensaban hacerlo caer de ese modo.
b. La moneda empleada (vv. 15–17a) como lección audiovisual. Advirtiendo enseguida la treta, Jesús pidió que le
trajesen una moneda (aparentemente él no tenía ninguna), que correspondía al sueldo de un día de un obrero. Esta
moneda llevaba la imagen del emperador y [p 208] una inscripción: “César Tiberio, hijo del divino Augusto” de un
lado. La otra cara decía: “Sumo Pontífice”, que era en sí una afrenta a Dios y una violación del segundo mandamiento,
y por tanto repulsivo a los judiós en forma especial. Esas monedas eran las que, precisamente, se empleaban para
pagar el tributo. Además de esquivar en forma magistral la trampa que le habían tendido, el Señor asentó un principio
ético de vigencia universal y permanente. Con las palabras: “Dad a César lo que es de César,” les hizo ver que ese
tributo no era un regalo sino una deuda. Las autoridades son ordenadas por Dios (Ro. 13:1) y a ellos debemos pagar
“tributo … impuesto … respeto … honra” (Ro. 13:7). Las autoridades nos prestan una serie de servicios por los cuales
tenemos la obligación moral de pagar. Al mismo tiempo: “Dad … a Dios lo que es de Dios”. Como los judíos se
habían olvidado de esto último, ahora estaban bajo el dominio de Roma. No hay incompatibilidad entre nuestras
obligaciones hacia las autoridades y nuestros deberes para con Dios. El tiene sus derechos y tenemos una deuda con
él.1 Asimismo, resulta significativo que el verbo griego para “dar” que utiliza Jesús es distinto al empleado por ellos
en el v. 14,2 y significa “dar de vuelta” o “devolver”, lo que implica una deuda que se está saldando. La moneda tenía
la imagen de César y por tanto pertenecía a César. El hombre tiene la imagen de Dios (Gn. 1:26–27)—aunque afeada
por el pecado—por lo cual pertenece a Dios. Este incidente era importante para los primeros lectores de este
evangelio, que eran romanos. Los siervos de Cristo debían ser leales al estado en el pago de impuestos, que era su
deuda por los beneficios que otorgaba el gobierno a los ciudadanos. Sin embargo, debían negarse a adorar al
Emperador, pues sólo Dios merecía adoración.
c. Lo maravillados que estaban (v. 17b) ante la respuesta del Señor, quien manifestó de nuevo su sabiduría
omnisciente.
EL CÉSAR Y DIOS Marcos 12:13-17
Hay toda una historia detrás de esta astuta pregunta, y una historia bien amarga. Herodes el Grande había gobernado
toda Palestina como un rey dependiente de Roma. Había sido leal a los romanos, y ellos le habían respetado, y le
habían concedido una libertad considerable. Cuando murió en el año 4 a.C. había dividido el reino en tres partes. A
Herodes Antipas le dio Galilea y Perea; a Herodes Felipe le dio el distrito inhóspito al Nordeste en torno a
Traconítide, Iturea y Abilena; a Arquelao le dio el país del Sur, incluyendo Judea y Samaria. Antipas y Felipe se
acomodaron pronto, y gobernaron normalmente bien; pero Arquelao fue un completo fracaso. El resultado fue que el
año 6 d.C. los romanos tuvieron que hacerse cargo directamente del gobierno. La situación era tan insatisfactoria que
la parte Sur de Palestina ya no se pudo dejar como un reino tributario semi-independiente; tuvo que pasar a ser una
provincia gobernada por un procurador. Las provincias romanas se dividían en dos clases: las que eran pacíficas y no
necesitaban tropas las gobernaba el senado por medio de procónsules; pero las que eran conflictivas y requerían tropas
las gobernaba directamente el emperador mediante procuradores. El Sur de Palestina pertenecía naturalmente a la
segunda categoría, y el tributo se le pagaba al emperador. El primer acto del gobernador, Cirenio, fue hacer un censo
del país a fin de preparar debidamente el cobro de los impuestos y la administración general. La sección más tranquila
de la población lo aceptó como una necesidad inevitable; pero un cierto Judas el Gaulonita levantó oposición violenta.
Rugió que < el tributo no era en nada mejor que la esclavitud.» Convocó al pueblo a revelarse, y dijo que Dios los
ayudaría solamente si empleaban toda la violencia de que fueran capaces. Tomó como lema que «Para los judíos Dios
era el único Rey.» Los romanos acabaron con Judas con su acostumbrada eficacia; pero su grito de guerra no se
silenció nunca del todo: « ¡No pagar el tributo a los romanos!», y se convirtió en el de los patriotas judíos más
fanáticos. Los tributos que se imponían corrientemente eran de tres clases. (i) El impuesto sobre el terreno, que
consistía en una décima parte de todo el grano, y una quinta del vino y de la fruta. Esto se pagaba parcialmente en
especie, y parcialmente en dinero. (ii) El impuesto sobre la renta, que se elevaba al uno por ciento de los ingresos de la
persona. (iii) El impuesto personal o de capitación, que se cobraba a todos los varones de 14 a 65 años y todas las
mujeres de 12 a 65. Este impuesto personal era un denarius, aproximadamente 7 pesetas por cabeza. Era el impuesto
que todos tenían que pagar simplemente por el privilegio de existir. El enfoque de los fariseos y los herodianos era
muy sutil. Empezaron con adulación. Esa adulación tenía por objeto conseguir dos cosas: disipar las sospechas que
pudiera tener Jesús; y comprometerle a dar una respuesta para no perder totalmente Su reputación. En vista de todas
las circunstancias, la cuestión que Le plantearon a Jesús los fariseos y los herodianos era una obra maestra de astucia.
Tienen que haber pensado que Le colocarían entre la espada y la pared con un dilema inescapable. Si decía que era
legal pagar tributo, habría perdido para siempre Su influencia con el populacho, que Le consideraría un traidor y
cobarde. Si decía que no era legal pagar tributo, podían delatarle a los romanos, que Le detendrían por revolucionario.
Tienen que haber estado seguros de que Le estaban tendiendo una trampa a Jesús de la que no Se podría escapar. Jesús
les dijo: «Enseñadme un denarius.» Notamos de pasada que Jesús no tenía ni siquiera una moneda. Les preguntó de
quién era la imagen que estaba grabada. Sería la de Tiberio, el emperador reinante. Todos los emperadores se
llamaban césares. Alrededor de la imagen aparecería el título que declaraba que esta era su moneda: « De Tiberio
César, el divino Augusto, hijo de Augusto.» Y, por el otro lado aparecería el título de « Pontifex Maximus», «Sumo
sacerdote de la Nación Romana.» Si queremos que e resulte inteligible debemos comprender la opinión que se tenía en
la antigüedad de la moneda. En cuanto a la acuñación de moneda, los pueblos antiguos tenían tres principios
consecuentes. (i) La acuñación de moneda era una señal de poder. Cuando uno conquistaba una nación, o se revelaba
con éxito, lo primero que hacía era acuñar su propia moneda. Eso de por sí era la garantía definitiva de soberanía y
poder. (ii) En todos los momentos y lugares en que la moneda estuviera en curso, la autoridad del rey se mantenía
firme. Los dominios de un rey se medían por el área en que su moneda era de curso oficial. (iii) Como una moneda
tenía la efigie del rey y su inscripción, se reconocía, por lo menos en algún sentido, que era su propiedad personal. La
respuesta de Jesús fue por tanto: < Al usar la moneda de Tiberio, vosotros reconocéis de hecho su poder político en
vuestra tierra. Aparte totalmente de eso, la moneda es suya, porque lleva su nombre. Al dársela en el tributo le dais lo
que ya era suyo de todas maneras. Dádselo; pero recordad que hay una esfera de la vida que pertenece a Dios y no al
César.» Nunca jamás ha establecido nadie un principio más influyente. Mantenía Jesús al mismo tiempo el poder civil
y el poder religioso. Rawlinson nos recuerda lo que el gran historiador Lord Acton dijo acerca de esto: < Esas
palabras... daban al poder civil, bajo la protección de la conciencia, un carácter sagrado que no había tenido nunca y
cuyos límites no se le habían reconocido nunca, y eran la repudiación del absolutismo y la inauguración de la
libertad.» Pero, al mismo tiempo, estas palabras afirmaban los derechos del estado y la libertad de conciencia. Como
decía Calderón: Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de
Dios. En general, el Nuevo Testamento establece tres grandes principios en cuanto a la relación del cristiano
individual con el Estado. (i) El Estado ha sido ordenado por Dios. Sin las leyes del Estado, la vida sería un caos. Las
personas no pueden vivir juntas a menos que estén de acuerdo en obedecer las leyes de la vida en común. Sin el
Estado hay muchos servicios que no se podrían disfrutar. Ninguna persona puede tener su provisión de agua, su propio
sistema de alcantarillado y de transporte, su propia organización de seguridad social. El Estado es el origen de muchas
de las cosas que hacen vivible la vida. (ii) Ninguna persona puede aceptar todos los beneficios que le otorga el Estado
sin aceptar sus responsabilidades. No cabe duda que el gobierno romano trajo al mundo antiguo una sensación de
seguridad que no había tenido nunca antes. En su mayor parte, excepto en ciertas áreas especiales, los mares estaban
limpios de piratas, y las carreteras de bandoleros; las guerras civiles habían cedido el paso a la paz, y las tiranías
caprichosas a la justicia imparcial romana. Como escribió E. J. Goodspeed: < Fue la gloria del Imperio Romano el
traer la paz a un mundo en conflicto. Bajo su autoridad, las regiones de Asia menor y del Oriente gozaron de
tranquilidad y seguridad en una medida y por un tiempo desconocidos antes, y probablemente después. Esto era la pax
romana. Los provincianos, bajo el gobierno de Roma, se encontraban en posición para llevar a cabo sus negocios,
proveer para sus familias, mandar sus cartas y hacer sus viajes con seguridad gracias a la mano poderosa de Roma.»
Sigue siendo verdad que ninguno puede recibir honradamente todos los beneficios que confiere el vivir en un Estado y
sacudirse todas las responsabilidades de la ciudadanía. (iii) Pero hay un límite. E. A Abbott tiene un pensamiento
sugestivo. La moneda tenía la imagen del César, y por consiguiente pertenecía al César. El ser humano tiene la imagen
de Dios -Dios le creó a Su propia imagen (Génesis 1:23s) ; y por tanto pertenece a Dios. La conclusión inevitable es
que, si el Estado se mantiene dentro de sus propios límites y hace sus propias demandas, el individuo debe darle su
lealtad y servicio; pero en último análisis, tanto el Estado como el individuo pertenecen a Dios y, por tanto, si sus
demandas están en conflicto, la lealtad a Dios ocupa el primer lugar. Pero sigue siendo verdad que, en todas las
circunstancias normales, el Cristianismo debe hacer a cada uno mejor ciudadano que el que no es cristiano.
(Mt 22:15-46; Mr 12:13-37
Contexto histórico Los líderes religiosos estaban airados. Lea Mateo 21:45-46. La multitud creía que Jesucristo era
un profeta. Ellos prestaron atención cuando Jesús hizo juicio sobre los líderes en las tres parábolas. En la parábola de
los dos hijos, los líderes eran el hijo que rehusó labrar en la viña de su padre. En la parábola de los labradores
malvados, los líderes eran los labradores que mataron al hijo del dueño. Y en la parábola de la fiesta de bodas, los
líderes eran los que rechazaron la invitación del rey. Al terminar estas parábolas, los líderes se airaron. Jesús los había
avergonzado en público. Por tanto, los líderes decidieron hacer que Jesús quedara mal en público también. Ellos
querían acusarlo. Lo acusaron frente a la multitud con tres preguntas difíciles. Era la semana de la Pascua. Estos
líderes sabían que un cordero pascual tenía que ser perfecto y sin mancha (Ex 12:3-6). Pero ellos no se dieron cuenta
de que a través de sus preguntas estaban examinando al Cordero pascual de Dios. Como Pilato, ellos no pudieron
hallar falta en Él. Jesús contestó sus preguntas y luego les hizo una pregunta a ellos. Veamos primero las tres
preguntas de los líderes y luego la pregunta que hizo Jesús. Trasfondo Los fariseos y los *herodianos eran enemigos.
¡Pero ellos unieron sus fuerzas porque ambos odiaban a Jesús! Estos enemigos obraban juntos con un objetivo común.
¡Cuánto más deberíamos los cristianos obrar juntos con un objetivo común! Estos hipócritas hicieron una pregunta a
Jesús acerca de su relación entre la religión y el gobierno. Era un pregunta sobre el pagar impuestos a Roma. Tenga
presente que los fariseos y los herodianos no estaban de acuerdo con pagar impuestos. Los fariseos odiaban pagar
impuestos a Roma porque ella era la nación que los había conquistado. Pero los herodianos eran seguidores políticos
de Herodes. Por tanto, estaban a favor de pagar impuestos. El dinero recaudado de los impuestos le dio a Herodes más
poder con Roma. Y el poder para Herodes significaba más poder para los herodianos. Preguntar a Jesús sobre pagar
impuestos era como echarle una serpiente al Señor. ¡Parecía que iba a ser mordido, cualquier que fuera la respuesta! Si
Él decía que era correcto pagar impuestos, la multitud se disgustaría. Si Él decía que no era correcto pagar impuesto,
sería arrestado por los romanos. Pero Dios provee una salida cuando parece que no existe ninguna. Y Jesús creó una
puerta donde no había una. Primeramente les llamó hipócritas frente a la multitud. Estaban fingiendo ser sinceros,
pero en realidad sólo querían atraparlo. Luego llamó para que le trajeran una moneda. En la moneda había un dibujo
de César, el líder de Roma. El Señor les mostró la moneda y les preguntó, “¿De quién es esta imagen, y la inscripción?
Ellos respondieron, de César.” Jesús entonces pronunció algunas de las palabras más famosas jamás pronunciadas,
diciendo “Dad, pues, al César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21).
A. Una pregunta política sobre los impuestos (Mt 22:15-22) Lea Mateo 22:15-17. Existen dos verdades importantes
en la respuesta del Señor a esta pregunta sobre pagar impuestos. Estas explican la relación entre la religión y el
gobierno.
1. Los cristianos debemos honrar a los líderes gubernamentales. Lea Romanos 13:1-2. Así mismo, 1 Pedro 2:13-
17 recalca la importancia de honrar a los líderes gubernamentales. Esto es parte de nuestro testimonio a otros. Conocer
a Jesús debe hacer que seamos mejores ciudadanos que los pecadores. Honramos a los líderes gubernamentales al
obedecer las leyes y al pagar impuestos. También los honramos a través de nuestras oraciones (1 Ti 2:1-2). En una
ocasión un estudiante de la Biblia no estaba de acuerdo con un sermón sobre el pasaje de Romanos 13:1-2. Él no
quería honrar a los líderes gubernamentales. El estudiante decía que estos versículos sólo estaban hablando de los
buenos líderes. Pero recuerde quiénes eran los líderes en los días cuando Pablo escribió Romanos 13:1-2. El César
estaba gobernando en ese día. Los Césares odiaban y perseguían a los cristianos. Ellos eran líderes impíos que
demandaban la adoración del pueblo. La Biblia no dice que los cristianos debemos obedecer sólo a los líderes que nos
gustan. Dice que debemos obedecer a todos los líderes del gobierno. Debemos dar a César lo que pertenece a César.
2. Los cristianos deben honrar a Dios. Somos ciudadanos de dos países. Cada uno de nosotros somos ciudadanos de
algún país terrenal. Y todos somos también ciudadanos de otro lugar. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de
donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil 3:20). El dinero generalmente tiene la imagen o la
semejanza de algún líder. Pero cada persona es creada a la imagen de Dios. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1:27). Pagamos impuestos al gobierno porque el dinero es
creado a la imagen de los líderes del gobierno. Pero damos nuestra vida a Dios porque somos creados a su imagen.
Entregar nuestra vida a Dios significa honrarle con nuestro tiempo, nuestros deseos, nuestras habilidades y nuestras
posesiones. Algunos cristianos tratan de honrar a Dios, pero no a los líderes gubernamentales. Es decir, intentan vivir
una vida cristiana, pero engañan en sus impuestos. Esto no es agradable a Dios. ¡Otros cristianos pagan sus impuestos,
pero no sus diezmos! ¡Ellos apoyan al gobierno, pero no a la iglesia! Le dan a César lo que le pertenece a César, pero
no le dan a Dios lo que le pertenece a Dios. ¿Qué es peor, robar de César, o robar de Dios? Ninguno es peor. Romanos
13:2 nos dice que cuando estamos en contra del gobierno, estamos pecando en contra de lo que manda Dios. Por tanto,
los cristianos deben apoyar al gobierno con sus impuestos y a la iglesia con sus diezmos y ofrendas. Igualmente,
existen cristianos que honran al gobierno al servir durante tiempos de guerra. Pero estos no deben descuidar de servir
en la guerra en la cual pelea la Iglesia. Esto significa dando de su tiempo cuando la Iglesia necesita soldados. Hay
momentos cuando el cristiano debe decidir entre honrar al gobierno u honrar a Dios. Esta decisión viene sólo cuando
el gobierno le pide al cristiano desobedecer a Dios. Pero los Césares de Roma incendiaron a miles de cristianos,
matándolos. ¿Por qué? Porque los cristianos rehusaron adorar al César como Señor. Aún si el resultado es la muerte,
“Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5:29). Es sorprendente descubrir cuántas personas deben
decidir cada año entre obedecer a Dios o a un hombre. Se calcula que el número de *mártires cristianos cada año es
aproximadamente 160.000.

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