100%(2)100% encontró este documento útil (2 votos)
471 vistas11 páginas
Congrains, Enrique (1964). Domingo en la jaula de estera. En Abelardo Gómez Benoit (ed.), Cuentos hispanoamericanos. Buenos Aires: Instituto Latinoamericano de Vinculación Cultural.
Congrains, Enrique (1964). Domingo en la jaula de estera. En Abelardo Gómez Benoit (ed.), Cuentos hispanoamericanos. Buenos Aires: Instituto Latinoamericano de Vinculación Cultural.
Congrains, Enrique (1964). Domingo en la jaula de estera. En Abelardo Gómez Benoit (ed.), Cuentos hispanoamericanos. Buenos Aires: Instituto Latinoamericano de Vinculación Cultural.
Publicadas en Ia primera mitad del siglo las grandes
novelas sobre la dramética celacin del hombre con Ia tie
ra, los jévenes narradores hispanoamericanos renuevan la
temitica y el sentido de Ia novela, recurriendo a persona-
Jes y asuntos de ciudad. Esta tendencia, Hamada a tener
desarrollo prominente en breve, acompafia Ia macrocefalia
de una decena de urbes sudamericanas, Sin embargo, este
antologia, de evidente cardctcr contempordneo, recoge a
penas cuatro cuentos de asunto urbano: Corazonada, de
Mario Benedetti; El delincuente, de Mdhuel Rojas; Dos
vueltas de lave y un arcdngel, de René Marqués; y Dow
mingo en la jaula de estera, de Enrique Congrains Mar-
tin. Se contirmaria, pues, en Tineas generales, la hipdtesi
de un retraso del narrador con respecto a los temas que
proporciona sur época.
Mientras que 1a anécdota del cuento aqui incluido —
el robo de un rollo de papel higiénico—, reclama cierta
originalidad, el tema profundo —el sentido de Ia liber
tad—, se inscribe en la gran corriente humanista que ha
preocupado a los méis importantes autores contemporéneos.
El problema que ef autor dilucida, os Ia actitud a asu-
mir en aquellas situaciones irremediablemente desprovis-
tas de salida, como la que atraviesa Rosa, [a joven protago-
nista. La respuesta propone “un simulacro de justicia”, tal
vez como antesala mégica, previa a los grandes combates.
Enrique Congrains Martin nacié en Lima, en 1932.
Diversidad de oficios, a poco de coneluir 1a secundaria, lo
Hevaron a convivir con las capas més pobres de la capi-
fal peruana; de esta etapa provienen los cuentos de su
primer libro, Lima, hora cero, 1953, que resalta por Ia preo-
cupacién de Ievar a fa literatura la experiencia —indivi-
dual o colectiva— de una ciudad en pugna. En Buesos
Aires, 1958, se publica su primera novela, No una, sino
muchas muertes, que aprovecha algunas de sus concepci
nes en cuanto al género: desarrollo argumental compri
dg en un Iapso minimo, para obtener plena intensidad;
anécdota y Ienguaje originales, buscando recrear un &m-
Bito desconocido, aunque inscrito dentro de una realidad
cotidiana; alambicamiento de cada circustancia, con afan
de recuperar toda la gama de variantes e implicaciones;
contorno visto desde Ia subjetividad del protagonista, en
procura de comunicar la atméstera que vive el personaje.
Aparte de otras recopilaciones de carécter local, Congrains
representa a as letras peruanas en Ia Antologia del Cuento
Hispanoamericano, de Ricardo‘Latcham, Zig-Zag, 1959.
DOMINGO EN LA JAULA DE ESTERA
Rosa volvié a mirar la amarilfenta tira de papel
puesta sobre el caj6n que utilizaban como mesa de noche,
—Siéntate —le pidié Juan, haciéndole sitio en Ia ta-
rima. a
Rosa se senté junto a él, y entonees el maullante gato
de su respiracién y Ja miserable tira de papel fueron una
misma cosa: desde hacia horas la amargura imponfa st
ruinoto orden: cor
é te pasa? —pregunté Juan.
Ret “puso, nbiendo gue era sola palabra era
ve pas wa rano sobre su hoo ¥ eto a
tun rato, con la mano y 1a mirada puestas carifiosamente
sobre ella, Después bajé 1a mano y quiso desabotonar cl
primer bot6n de su blusa naranja.
"_No —dijo Rosa, y se corrié sobre la tarima, sen-
tdndose junto a los pies de él.
—Siéntate aqui —pidié Juan.
—No —dijo Rosa.
—ePor qué?
—ePara qué, pues? —pregunté ella,
Yo te quiero —dijo Juar
—Yo también te quiero a
—Entonces, siéntate aqui —insistié 41
—gPara qué me desabrochas 12 blusa?
Yo te quiero —y Juan extendi6 1a mano.
a
Sa i
ar176 ENRIQUE CONGRAINS MARTIN
Rosa la tomé entre la, suya y volvi6 a sentarse junto,
aa,
—gAhora no vamos a hacer nada, verdad? —pregun-
tcl.
Juan permanceié callado, mirando hacia el techo de
cestera,
—Entonees —dijo Rosa mientras pasaba su mano por
la frente de €1, cubierta por el polvo find de Ia cancha de
futbol—, mejor no comencemos.
EI intent6 una sonrisa
—Les empatamos —dijo, pero sGbitamente su rostro
se congestioné y tuvo que reclinarse sobre un costado pa-
ra toser.
No debiste ir a juger.
—¥a sé dijo Juan,
Rosa alarg6 su mano y cogié de encima del cajén un.
sobrecito de celofén azul
—Toma tu pestilla.
Juan recibié el sobrecito y le dio varias vueltas, sin
abit.
—Voy a tracrte agua —dijo Rosa, levanténdose.
Fuera del cuarto se dirigié al lavadero, un enorme
embudo de cemento con una parrilla de metal en Ta par-
te inferior, utilizado por las siete familias que vivian en el
corralén para sacar agua, lavar ropa y vaciar bacinicas.
Lien6 el vaso de agua, cerr6 el caiio y regres6 al cuarto
de ellos. z
‘Abrié la puerta, y antes de ver las cuatro paredes
de estera que formaban esa calurosa jaula para el amor
¥ las conversaciones y los suefios, y antes de verlo to-
Gavia reclinado sobre 1a tarima, respirando dificultosa-
mente con la boca abierta, vio la tira de papel dobléndo-
se en dos sobre el pico de un frasco de jarabe.
Cerré la pueria y volvi6 a sentarse a su Indo.
—Toma —le dijo, aproximandole el vaso®
—No —dijo Juan—, ya me esté pasando.
—Toma. En la noche te Va a dar fuerte —dijo ella—.
DOMINGO EN LA JAULA DE ESTERA 7
Hubiéramos ido al cinema, en) vez de que te metieras a
jugar futbol.
“nema! —exclamé Juan—. {Jugar futbol no cues-
ta nada!
Rosa meneé la cabeza y se entretuvo un instante ras-
cando un pie contra otro. Lucgo insisti6:
—Toma, pues —y rasg6 la envoltura de celufén.
—No —dijo él—. Me pasa el asma, pero creo que Jo i
otro es peor. Mafiana tengo que seguir buscando trabajo.
—Toma només —dijo Rosa, escuchando ¢l silbido de
gato al final de cada aspiracién,
—2¥ Jo otro? —pregunt6 Juan.
EI sobrecito azul y dentro la alegre pastillita: mien-
tras uno de los filos cortaba de raiz el ataque de asma, el ‘
otro daba un tajo profundo, introduciendo una lenta y vas- -
ta quiebra de los pensamientos ¢ inundando los suefios con
‘1 engranaje incesante de las pesadillas, increfblemente 3
contenidas en la pastillita blanca que costaba un helado, 0
un pasaje de émnibus hasta el centro de Lima, o la pues-
ta de dos discos en Ia electrola del cafetin del barrio, 0
‘una naranja sin pepas, que tanto le gustaba a ella,
—2Y lo otro? —volvié a preguntar Juan.
—Entonces quieres estar toda la noche con asma?
No me gusta Jo que suefio con Ia pastitla. No me
gusta.
Rosa puso el vaso de agua en Ia mesa de noche, jun- ‘
tofa la tira de papel que ia mujer det horrible labio col-
ante les entregara.
—eQué cosa prefieres? —Ie pregunts.
Juan solté la tensa trabaz6n de su cuerpo, derrum-
béndose.
No sé —dijo sin mirarta.
Rosa extrajo un tibio pafiuelo del bolsillo de Juan y
limpi6 ta tierra depositada en su cara, El sonrié con su fa-
tigada boca abierta.
—gMe quieres? —dijo ella.
Si —repuso Juan—, ¢Si no te quiero a ti, a quién
voy a ayerer?178 ENRIQUE CONGRAINS MARTIN
Se tomaron de las manos y asi estuvieron un rato,
contentos por haber postergado el asunto de Ia pastilla,
Rosa trat6 de no recordar la tira de papel puesta sobre el
caj6n, pero entonces tena que mirar hacia otro lado, aun
ue la repleta mesa de noche y Ia angosta tarima en la
que ambos dormfan eran los tinicos muebles de 1a habita-
cin, Finalmente, luego de rondar sin eaperanza por la ¢s-
tera del techo, fue bajando 1a vista hasta enfrentarse con
la tira, breve y miserable pedazo de papel higiénico cargado
de maldad. Rosa tomé la tira y midi6: no era més larga
que la distancia entre su codo y sus uflas de esmalte des-
cascarado. Una rabia naciente fue ganéndola, Dentro su-
yo ascendié ta joven fuerza bruta, asi como a cada rato
ascendia el deseo, inundéndola con el fragor dichoso de
sus Vquidos maduros.
—eQué te pasa? —le pregunté Juan.
—Nada, nada —dijo Rosa. Habia tomado la tira de
papel por un extremo, y asi, colgando sin balancearse, pa-
recia una bandera desprovista de color y de viento,
—Chiquita —dijo €—, dime qué cosa
—Nada, nada —repitié Rosa, y de pronto supo que et
Manto no era un recuerdo de su reciente infancia, sino un
nudo sobre el cual convergian limpiamente sus pensa-
mientos.
—eEs por la tira de papel? —pregunté Juan, mordién-
dole con los dedos en la carnosidad del brazo,
Lentamente Rosa abrié sus dedos y la tira de papel
descendié encrespindose.
Juan se reclin6 sobre su antebrazo y la atrajo.
—No pienses asi, chiquita —le dijo besdndola en ef
Idpulo, junto a su arete de plastico rojo,
Rosa se revolvié encima de él, desatando su débil a-
brazo.
—eCémo quieres que piense, entonces?
_ = No me parece que fo haga tuto por tastidiarnos,
sino para que yo me apure en conseguir trabajo. Antes,
cuando pagaba la pensién, todo iba bien.
—No —dijo Rosa—. La césa iba bien cuando ti vol-
DOMINGO EN LA JAULA DE ESTERA 479
vias del trabajo, pero yo, todg el dia, tenia que aguantar
a tu madrastra, Una cosa era cuando ti estabas acd, con-
migo, y otra cuando ta salias.
Juan quedé en silencio, sin atreverse a refutar,
“Ahora todo el tiempo nos revientan la vida a ti y
‘a mi —prosiguié Rosa—. Antes cra a mi, nomas.
‘Juan cerr6 10s ojos y se mantuvo inm6vil, con Ia boca
abierta, respirantio fatigosamente.
Después de un momento Rosa solt6 su mano y reco-
gi6 la tira de papel. Volvié a medirla. Comenzaba en su
codo y terminaba en Ja punta de sus dedos, al borde de
‘sus ufias esmaltadas de rojo, aptas para el ataque y el
castigo.
‘Viéndolo amodorrado por el cansancio y
hhabian visto en una pelicula policial, y siguié dando vuele
tas hasta que junto a sus sandalias amontoné una mara
fia de papel amaritiento. Entonces cort6, puso el rollo s0-
bre Ta cama, y rode6 lo que uliora le pertenecia con st
brazo izquierdo. Mir6 por altima vez ala criatura dormix
da bajo la imposible frazadita azul, y agachada, salié,
En su cuarto respiré hondo: habia silencio, los sil
dos de Juan habian sido ahogados por Ia pastillita blanca
ue costaba 1a mitad que el rollo de papel higiénico, Des-
enroll6 Ja inmensa, 1a maravillosa tira de papel y volvié.
@ clavar la estera, Dos martillazos: sus dos tias hundidas
‘a mitad del aio, 4
Acomod6 las cosas en 1a mesa de noche y absorbien:
do con una ciega fuerza feliz pudo sacar un chorrito de
pasta del tubo de dentifrico. Luego dividis tn inacabeble
tira de papel en seis pedazos grandes, y puso tres en Ja
‘arima, junta a Juan. De los tres de ella, escondié no,
1 de esa vispera de tos quince aiios, bajo su escote, entre”
Ja tibieza de los dulces senos suyos tan hallados por Juan,
Sin pausas, desat6 el alambre de la puerta y salié.
Los focos de los cuartos vecinos cortaban a trechos la no-
che. Dijo permiso a las mujeres situadas en el portén, pa-
86 junto a ta inmunda madrastra, y cruz6 a calle, hacia
€1 baldio. No penetré en seguida. Asomé por la enbrme
Totura en la alta barda de adobes y trat6 de distinguir st
habfan otras personas: no era corrécto que una muchacha
como ella se dejara observar por cualquiera, Atraves6 el
Woquete por donde atravesaban los equipos de futbol las
tardes de los sébados y las mafianas y tardes de los do-
mingos, y cautelesamente marché hacia el centro del te-
reno. S6lo se escuchaba el lejano circular de autos por
avenidas alumbrades y cl chasquear de sus sandalias con-
tra el polvo. Cuando Ilegé, gird en redondo,' comprobé
su digna soledad, y desde alli se encaminé hacia el anti-
Buo acequiéa de ricgo, desde hacia afios seco, y de un sal-
DOMINGO EN LA JAULA DE ESTERA 195
1 bj ecient a
Wij en ste, 6 ee sul, «Hf 1 ae
Wn uc hacer i ne esc o gen -
Ms hagas de Juno, schon wees mds reosupedd Per
tas coats dl equipo aue por lx suerte del hijo ce a pe
fests an euldatnon pet J