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“El programa de Desmoralización Total funciona así: los ciudadanos deberán llevar
encima una carpeta de documentos llenados en tinta evanescente, serán continuamente
arrestados por no tenerlos en regla y deberán correr de una oficina a otra en un
frenético intento de cumplir plazos imposibles. Tras unos meses de este sistema,
los ciudadanos se acurrucarán en los rincones como gatos neuróticos.” WB
La metodología burroughsiana, que tiene algún parentesco en sus orígenes con Dadá y
el Surrealismo, aunque no tenga nada “inconsciente” ni “automático” –como aclaró el
mismo Burroughs en su libro de conversaciones con Daniel Odier, La tarea (1969)–,
entrecorta y entrecruza constantemente las dimensiones temporales y espaciales,
asumiendo el caos de una estructura que, necesariamente, existe y se percibe como
fragmentaria e interconectada, dispersa, variada, múltiple –registrada,
documentada, también manipulada y alterada de una y mil maneras–, como el deseo de
muchos de sus personajes.
En Ciudades de la noche roja se encuentran, entre lo mucho que hay, historias con
piratas, una visión de 1789 y diversos sucesos revolucionarios desde una justiciera
visión de “Utopía retroactiva”. Se mencionan las grabaciones de audios y el cut-up,
sus recombinaciones de fragmentos, como un I Ching en cuanto metodología y
filosofía. Las drogas y las adicciones, el sexo, los sistemas de control y las
guerras. Entre la Sci-Fi, el Egipto Antiguo, los mayas y aztecas, planteos y
discursos contra el colonialismo y el esclavismo, por la igualdad y la libertad.
Hay “Viajeros”, visitantes de ciudades, que discurren entre Heródoto y una
“civilización venusina”. El Oriente y el Ku Klux Klan, Pancho Villa, los vikingos.
El último volumen, Las Tierras occidentales, está dedicado “Para Brion Gysin. 1916-
1986”, y una breve nota cuenta que la trilogía fue escrita durante trece años.
Hacen su aparición a lo largo de distintas fechas (1984, 1899, 1985, 1895) y
lugares (México, Berlín, Irán, las “Calles de la luz”), Norman Mailer, la novela
2001, la cultura egipcia versus el Ministerio del interior, la CIA y el Pentágono,
la KGB e Interpol, las intervenciones en países de América Latina, Hiroshima, los
servicios “privados” desterritorializados, archivos y recursos (financieros y
humanos), desperdigados y ocultos en varios países, el mundo del espionaje y los
viajes al espacio exterior. Magia negra y el “ataque psíquico”. La crítica
literaria y Freud. George Orwell y su 1984, la relación ciencia-Tercer Reich, el
cáncer, las ratas y virus, el vampirismo y las momias nuevamente. La Inmortalidad,
el ecologismo e inventos tales como las “Capas de Oscuridad e Invisibilidad” y la
“Cabina de Animación”, donde los sueños se convierten en realidad. Una bodega donde
se celebran “Torneos de Insultos”. Un Faraón: Gran Letrino VIII. “William Seward
Hall”, un alter ego de Burroughs. Seres como “los Resplandecientes” y “los
Parlanchines” (una enfermedad, otro virus, altamente contagioso). Y “uno de los
espíritus más raros y más difíciles de ver”: “el Gatovenado, mitad venado y mitad
gato”.
Todo lo anterior apenas si es una pálida sombra, menos que un pobre inventario, de
una increíble prosa, exuberante, desaforada y original, donde se dan cita la
distópico y posapocalíptico, los temas conspiranoicos (“Una vasta conspiración
burocrática de desgobierno…”) y las barbaries reales-históricas del siglo XX: las
guerras, la bomba atómica, los campos nazis; Los cantos de Maldoror y Ray Bradbury,
Beckett y Genet –dos vertientes literarias igualmente admiradas por Burroughs–, que
en su acumulación y combinación (aleatoria) de elementos permite, más que “seguir
historias” o “personajes” en particular, percibir intermitentemente motivos,
incluso alegorías. Sus temas: el poder, el sexo, el deseo, la violencia, la muerte,
la sociedad y sus instituciones.
Colegas y amigos lo calificaron de otro modo. Para Allen Ginsberg “es un poeta,
verdaderamente. En el sentido de que una página de su prosa es tan densa en
imágenes como cualquier cosa de St. Perse o de Rimbaud” (entrevista con The Paris
Review, 1965). Con Anthony Burgess los elogios han sido mutuos. Para el autor de La
naranja mecánica, Burroughs es el gran renovador de la lengua después de Joyce,
nada menos. Y Philip Glass, en su libro de recuerdos Palabras sin música (2016),
narra la lectura en su juventud de Burroughs y de la literatura beat como
fundamental en su formación artística.
William Burroughs ha sido publicado y leído con interés los últimos lustros. La
Trilogía de la noche roja permite apreciar a un auténtico coloso de la imaginación
y la creación literarias.