Extraído del capítulo 5 de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
de Philip K. Dick.
El haz de luz iluminaba el ojo izquierdo de Rachael Rosen,
cuya mejilla izquierda tenía adherido el disco cableado. Aparentaba tranquilidad. Sentado en un lugar donde no perdiese detalle de las lecturas de ambas mediciones del aparato Voigt-Kampff, Rick Deckard dijo: —Paso a describir una serie de circunstancias sociales. Usted expresará su reacción tan rápidamente como sea posible a medida que yo las exponga. Por supuesto mediré el tiempo de reacción. —Y por supuesto —dijo Rachael, distante—, mis respuestas verbales no contarán. Tan solo utilizará para las mediciones la reacción capilar y la del músculo ocular. Pero responderé. Quiero hacerlo de principio a fin, y… —Se interrumpió—. Adelante, señor Deckard. Rick escogió la pregunta número tres. —Le regalan por su cumpleaños una cartera de piel de becerro. —En el aparato, ambas agujas superaron la zona verde, traspasaron la roja y sufrieron un movimiento brusco antes de recuperar la posición original. —No lo aceptaría —respondió Rachael—. Además, denunciaría a la policía a quien quiso regalármela. Después de garabatear una anotación, Rick continuó, escogiendo la octava pregunta del perfil de la escala. —Tiene un niño pequeño, y un día le muestra su colección de mariposas, incluida la cámara húmeda. —Lo llevaría al médico. —Rachael habló con voz grave pero firme. De nuevo ambas agujas registraron la respuesta, pero en esta ocasión no llegaron tan lejos. Rick también tomó nota de ello. —Está sentada mirando la televisión —continuó—. De pronto descubre una avispa que le recorre la muñeca. —La mataría —dijo Rachael. Esa vez, las agujas apenas registraron algo más allá de un débil y momentáneo temblor. Tomó nota de ello y repasó las preguntas para escoger la siguiente con cuidado. —Encuentra en un almacén la fotografía de una joven desnuda. —Hizo una pausa. —¿Este test tiene por objeto determinar si soy androide o lesbiana? — preguntó Rachael con tono cortante. Las agujas no registraron nada. —A su marido le gusta la fotografía —prosiguió Rick, atento al hecho de que las agujas siguieron sin indicar una reacción—. La joven está tendida boca abajo sobre una hermosa alfombra de piel de oso. —Las agujas permanecieron inertes, y se dijo a sí mismo que aquella era la respuesta de un androide, incapaz de detectar el elemento principal de la cuestión: la piel del animal muerto. La mente de ella, de ello, se concentra en otros factores—: Su marido cuelga la fotografía en la pared de su despacho —concluyó, momento en que las agujas se movieron. —No se lo permitiría —reaccionó Rachael. —De acuerdo —asintió él—. Ahora considere lo siguiente: está leyendo una novela escrita en los viejos tiempos, antes de la guerra. Los personajes visitan Fisherman’s Wharf, en San Francisco. Tienen hambre y entran en una marisquería. Uno de ellos pide langosta, y el chef introduce la pieza en una olla de agua hirviendo ante la atenta mirada de los personajes. —Dios mío —dijo Rachael—. ¡Eso es terrible! ¿De veras lo hacen? ¡Qué depravados! ¿Se refiere a una langosta viva? —Las agujas, no obstante, no respondieron. En teoría era la respuesta correcta. Pero era fingida. Simulada. —Alquila una cabaña en la montaña —dijo Rick—. En una zona que sigue cubierta de verde. Es de pino rústico y hasta tiene chimenea. —Sí —dijo Rachael, que asintió impaciente. —Alguien ha colgado de las paredes mapas antiguos, grabados de Currier e Ives, y sobre la chimenea hay una cabeza de ciervo, un venado con toda su cornamenta. Quienes la acompañan admiran la decoración de la cabaña y todos ustedes deciden… —No si hay una cabeza de ciervo —cortó ella. Las mediciones, sin embargo, no superaron la zona verde. —Se queda embarazada —continuó Rick—. El padre es un hombre que ha prometido casarse con usted, pero sale con otra mujer, que es su mejor amiga. Decide abortar y… —Yo jamás abortaría —aseguró Rachael—. De todos modos no se puede; está penado con la muerte y la policía nunca baja la guardia. —Esa vez ambas agujas alcanzaron la zona roja. —¿Cómo lo sabe? —preguntó Rick, curioso—. Me refiero a la dificultad de que le practiquen un aborto. —Eso lo sabe todo el mundo —respondió Rachael. —Pues sonaba como si hablara por experiencia propia. —Observó con atención las agujas, que siguieron barriendo un amplio campo en la marcación—. Una última pregunta. Se ve con un hombre que la invita a visitar su apartamento. Una vez allí, le ofrece una copa. Con la copa en la mano, ve el dormitorio, que está decorado con carteles de corridas de toros, los cuales le llaman la atención hasta el punto de acercarse para verlos más de cerca. Él la sigue y cierra la puerta. Cuando le rodea los hombros con el brazo, dice… —¿Qué es un cartel de una corrida de toros? —preguntó Rachael, interrumpiéndole de nuevo. —Son ilustraciones a color, bastante grandes, que muestran a un torero con el capote, mientras un toro intenta cornearlo —explicó, extrañado—. ¿Cuántos años tiene usted? —preguntó entonces, pensando que ese factor podía explicar su ignorancia sobre ese tema. —Dieciocho —dijo Rachael—. De acuerdo, así que ese hombre cierra la puerta y me rodea los hombros con el brazo. ¿Y qué me dice? —¿Sabe cómo terminan las corridas de toros? —preguntó Rick. —Supongo que alguien sale malherido. —Al final, siempre matan al toro. —Aguardó, atento a ambas agujas. Palpitaron incansables, pero no sucedió nada más. No pudo extraer una lectura palpable—. Una última pregunta —dijo—. Consta de dos partes: está viendo una película antigua en la televisión, una película de las de antes de la guerra. Muestra un banquete, donde los invitados disfrutan de una bandeja de ostras crudas. —Arg —protestó Rachael. Las agujas oscilaron ligeramente. —El entrante —continuó— consiste de un guiso de perro relleno de arroz. —Las agujas se movieron menos esa vez, aún menos que cuando mencionó lo de las ostras crudas—. ¿Son las ostras crudas más aceptables para usted que un plato de guiso de perro? Evidentemente no. —Dejó el lápiz en la mesa, apagó el haz de luz y retiró el disco adhesivo de la mejilla de la joven—. Usted es un androide —dijo—. Esa es la conclusión del test.