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El desarrollo histórico de la enseñanza en la ciudad de Puntarenas:


los primeros centros educativos en el siglo XIX

Por: Manuel Antonio Alvarado Murillo

Resumen: A pesar de ser fundada como un puerto, la ciudad de Puntarenas ha sido más que
diversión y turismo. En sus 163 años de historia, esta ciudad ha manifestado un intenso afán
por desarrollar cultura. En esta aspiración, la fundación de instituciones educativas fue funda-
mental. En este artículo repasaremos los contextos en que surgieron estas primeras institucio-
nes educativas en Puntarenas.

Palabras clave: cultura, educación, historia, Puntarenas.

Abstract: Despite being founded as a port, the city of Puntarenas has been more than just fun
and tourism. In its 163 years of history, this city has shown an intense desire to develop culture.
In this aspiration, the foundation of educational institutions was fundamental. In this article we
will review the contexts in which these first educational institutions emerged in Puntarenas.

Keywords: culture, education, history, Puntarenas.

Sui géneris podría ser la locución adjetiva que mejor exprese la cualidad inherente
y principal del nombre Puntarenas, esto por cuanto dicha denominación hace referencia
a cuatro conceptos geopolíticos distintos: es el nombre de una provincia —la más ex-
tensa, por cierto, de las siete que conforman el territorio nacional—; es el nombre de
una ciudad cabecera; el de un puerto y el de un accidente geográfico—. En consecuen-
cia, cuando se hable de Puntarenas habría siempre que especificar el referente al cual
se aludirá, como en este caso, ya el mismo título apunta taxativamente a la ciudad de
Puntarenas, es decir, a un conglomerado humano que a partir de cierto momento se
constituyó en sociedad y se asentó en una barra arenosa que, por sus características
particulares, se erigió como puerto.
Y es este precisamente —el hecho de ser la ciudad de Puntarenas un puerto—,
otro de los aspectos importantes que debe tomarse en cuenta antes de abordar el tema
propuesto para este artículo, por cuanto, para la gran mayoría de habitantes del país y
quizás para algunos porteños también, hablar de la ciudad de Puntarenas sugiere turis-
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mo, vacaciones, enamoramientos y diversión en general; no obstante, esta ciudad es


más que eso, si se profundiza un poco en su desarrollo histórico y cultural.
La barra arenosa en la que se asienta Puntarenas comenzó a poblarse a finales
del siglo XVIII, luego de que Miguel Antonio de Unanué y Mateo Herdocia hicieran sus
primeras exportaciones de tabaco, utilizando inicialmente el puerto de San Pedro del
Palmar, ubicado en la desembocadura del río Naranjo o río Tubures, como también se
le llamó (González, 1906, pp. 69-70), y luego el muñón que ya comenzaba a adentrarse
en las aguas del Golfo de Nicoya. Sin embargo, la gran afluencia de pobladores hacia la
lengüeta de arena se dio después de 1814, debido a que el 29 de abril de ese año, Flo-
rencio del Castillo consiguió que la Corona Española le otorgara a la recién formada ba -
rra arenosa el título de Puerto Mayor de Altura en la Mar del Sur (González, 1906, p.
10). A partir de este momento, muchas fueron las personas que se trasladaron a la
Punta de Arena y la convirtieron en su nuevo terruño y, como es de suponer, no media -
ron para este poblamiento los intereses turísticos, pues estos no existían, aparte, si se
quiere, de la exuberancia selvática y pantanosa que ofrecían el estuario y los manglares
en aquella época. Así pues, desde sus primeros momentos históricos, los puntarenen-
ses fueron ingentes luchadores que se enfrentaron a las acometidas de la naturaleza,
en especial a los embates del mar; pero sin dejar de lado el aspecto cultural, el cual fue
considerado por aquellos primeros pobladores del Puerto como inseparable en su desa-
rrollo integral. Prueba de esta concepción la dan el establecimiento tempranísimo de
centros de enseñanza, como se verá posteriormente; de un amplio interés por la crea-
ción literaria, principalmente lírica, y de un destacable desarrollo del periodismo. Solo
en la ciudad de Puntarenas, entre 1896 y 1989, se editaron diecisiete periódicos 1, de los
cuales, uno de ellos fue el órgano informativo del principal centro de enseñanza secun-
daria de la ciudad porteña.
En cuanto a los centros educativos, que es el asunto medular de este artículo,
debe señalarse que aparecieron muy pronto en la barra arenosa, casi de manera simul -
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Estos periódicos fueron: El Pacífico (1896-1910), El Pueblo (1897-1898), El grito del pueblo (1908-1909), El co-
rreo del Pacífico (1909), Boletín del Partido Civil (1913), El correo de la costa (1914-1918), El Horizonte (1915),
El Puntarenense (1915), El viajero (1917-1936), El heraldo (1918-1953), El porvenir (1936-1939), Ecos del Sur
(1943-1944), Costa Rica de ayer y hoy (1949-1971), El cachiflín (1952), El heraldo de Puntarenas (1959), El impar-
cial (1986-1989) y Los pinos nuevos (1944-1976).
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tánea al proceso de poblamiento del lugar, como consecuencia, muy probable, de la


convergencia intercultural entre los distintos grupos de pobladores, cuya condición cos-
mopolita se manifestó a favor de la tendencia educativa. Estos primeros centros de en-
señanza que se abrieron en la población de Puntarenas fueron de carácter privado, y
en esto hay que tener presente que, para ese momento —primeras décadas del siglo
XIX—, aún no existía un órgano gubernamental que propusiera la malla curricular y se
hiciera cargo de la administración y organización de la educación a nivel nacional 2. En-
tonces, siempre con la consigna de que la escolaridad les permitiría a los grupos socia-
les un mayor crecimiento y desarrollo comunal (Valverde, 2008, p. 65), apareció en
Puntarenas, entre 1830 y 1834, una escuelita en la que se impartieron lecciones a los
niños de las familias que gozaban de un nivel económico más o menos alto y que po-
dían pagar las clases.
De esta primera institución educativa hizo mención don Humberto Canessa Gon-
zález, un porteño-italiano que impulsó mucho el desarrollo cultural y educativo del Puer-
to, quien señalaba que el mentor encargado de impartir la enseñanza en esa escuela
fue el maestro chileno Agapito Serrano Vallerrosa, de quien curiosamente también se
tienen noticias debido a una anécdota un tanto divertida: las inundaciones de la lengüe -
ta que han sido un tema recurrente a lo largo de su corta historia, parece que se incre -
mentaron a finales de 1833, lo cual llevó al presidente José Rafael Gallegos Alvarado
(1833-1835), a firmar la ley Nº 59 del 21 de marzo de 1834, en la cual se ordenaba el
traslado del puerto a Caldera, con el fin de salvaguardar a la población del inminente
peligro de las crecidas (González, 1906, p. 16). Resulta que el maestro Agapito, muy
conocedor de una leyenda que andaba de boca en boca entre todos los porteños de
aquel tiempo y la cual aseguraba el inexorable hundimiento de Puntarenas cuando
emergiera el réprobo puerto de El Callao, supuso que el momento apocalíptico había
llegado con aquellas inundaciones y sin mayor tardanza abordó el buque Aconcagua y
regresó a su país. Sin embargo, esta salida apresurada hizo que aquel maestro olvidara
sus credenciales, las cuales fueron recogidas por el cónsul francés en Puntarenas y en-

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Téngase presente que el Ministerio de Educación Pública se remonta al 4 de octubre de 1849, cuando fue creado el
Consejo de Instrucción Pública, durante la primera administración de don José María Castro Madriz (1847-1849)
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tregadas al Gobierno (Rodríguez, 1958, p. 42), y de esa manera se conservaron sus da -


tos personales y los de las labores que realizaba.
No se conoce con exactitud el lugar del villorrio en que se encontraba la escuelita
del maestro Agapito, aunque por los datos históricos conservados 3, se sabe que toda la
vida política, eclesiástica y comercial de aquel Puntarenas se desarrolló en la llamada
Plaza de la Puntilla, por lo que es de suponer que este primer centro de enseñanza se
ubicara en ese sector4.
Después de esta primera escuela, se tiene información de un segundo centro de
enseñanza, también privado, que estuvo bajo la dirección de la maestra Julia Mora.
Esta escuela se llamó Colegio Privado de Niños, y allí se impartían las materias de len-
gua materna, matemáticas y doctrina cristiana (Rodríguez, 1958, p. 42). Es muy proba-
ble que esta escuela se convirtiera a partir de 1865, en la Escuela Pública de Varones,
de la cual ya habla el gobernador Saturnino Lizano Gutiérrez en su informe de 1866, en
el que señala que, en 1865, esta institución se encontraba dirigida por el maestro José
Jiménez (en Aguilar, 1961, p. 38). En abril de 1879, en el informe presentado por el go-
bernador Juan Vicente Marchena, se indica que la Escuela Pública de Varones fue diri-
gida ese año por Ramón Céspedes y tuvo una matrícula de 106 niños; entretanto, tam-
bién se menciona en este informe la Escuela Superior de Niñas, fundada en 1867, diri-
gida por la maestra Sergia de Agüero y con una matrícula de 60 niñas (en Aguilar,
1961, p. 55).
En cuanto a la ubicación de la Escuela Pública de Varones, la primera escuela ofi-
cialmente fundada en Puntarenas, se sabe que estuvo en distintas partes de la ciudad.
En un principio, el Gobierno compró una casa de dos pisos, ubicada exactamente de-
trás de la iglesia parroquial, contiguo a la casa de la familia de Uladislao Guevara y Ma -
ría Cano, donde funcionó la escuela hasta 1906. En este año, debido al deterioro que

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Pueden consultarse los textos de Cleto González Víquez, El puerto de Puntarenas; de Francisco de Paula Amador
Salcedo, Pro Puntarenas; de Hilda Aguilar Vargas, Apuntes cronológicos del puerto de Puntarenas; de Arabela Val-
verde Espinoza, La ciudad de Puntarenas, y de Oriéster Abarca Hernández y Luz Mary Arias Alpízar, Aspectos geo-
gráficos e históricos de la ciudad de Puntarenas (1765-1920).
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La Plaza de la Puntilla se ubicaba en el espacio que actualmente ocupa el gimnasio municipal Francisco Robledo
Ibarra, y recibía este nombre porque el final de la lengüeta de arena, es decir la Punta, se encontraba a unos doscien-
tos metros al noroeste de dicha plaza; hacia 1910, aproximadamente, se ubicaron alrededor de esta plaza varias fami-
lias emparentadas entre sí, a quienes los porteños apodaron Los Caites, debido al tipo de calzado que utilizaban.
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presentaba el inmueble y a la repentina caída de una de las paredes de la segunda


planta (Rodríguez, 2000, p. 11), el Gobierno trasladó el centro educativo a una casa vie -
ja que estaba en la esquina donde actualmente se levanta el edificio del Club Chino.
Luego, cuatro años más tarde, hacia 1910, la Escuela Pública de Varones fue traslada-
da a la casa que se ubicaba en diagonal con la botica de Susy Fallas, donde luego es -
taría la pulpería de Felipe Chin. Un año después, este centro educativo se trasladó al
edificio de los Echandi, frente al antiguo Palacio Municipal, y finalmente, para que deja-
ra de andar de la ceca a la meca, como dice la expresión popular, el Gobierno compró
el Hotel de Noguera, una vieja casona de mampostería que estaba sobre la calle del es -
tero, muy cerca de la antigua cárcel, la cual fue acondicionada en 1912 por Enrique Mc
Adam Revelo. ¡Por fin, después de cuarenta y siete años de haber sido fundada, la Es-
cuela Pública de Varones tuvo su edificio propio!

Escuela Pública de Varones, 1914

A pesar de encontrarse esta institución educativa en Puntarenas, una de las ciuda-


des bastante alejadas del centro del país en aquellos tiempos, por sus aulas pasó una
pléyade de maestros dignos de los más altos encomios. Entre estos conspicuos docen-
tes, obligadamente deben recordarse a Marcelino García Flamenco, gran literato salva-
doreño, defensor de la educación laica y de la libertad plena del individuo; José Daniel
Zúñiga Zeledón, músico y poeta del pueblo, defensor de las causas justas y compositor
de innumerables piezas musicales entre las que sobresale Caña dulce; Moisés Vincenzi
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Pacheco, filósofo y escritor, director general de Bibliotecas Públicas y Benemérito de la


Patria; Manuel Obando Valdés, maestro, inspector de escuelas y miembro del grupo
fundador del Liceo José Martí; Emiliano Odio Madrigal, maestro, regidor municipal, di-
putado por Puntarenas y miembro del grupo fundador del Liceo José Martí; Augusto Bo -
laños Víquez, maestro y miembro del grupo fundador del Liceo José Martí, y Uladislao
Gámez Solano, maestro y en tres administraciones distintas, Ministro de Educación Pú-
blica. Con este distinguido grupo de docentes, los niños porteños, venidos de dos cla-
ses sociales diametralmente opuestas, bebieron de las fuentes del saber proporciona -
das por aquellos educadores ampliamente comprometidos con su profesión y con los
ideales de aquella sociedad que miraba al mar, comprendiéndolo como el espacio de la
esperanza y la amplitud cultural.
Durante las celebraciones del primer centenario de vida independiente del país,
las gentes porteñas demostraron una vez más su compromiso con la cultura y su deseo
de encauzar los derroteros educativos por las sendas conducentes a las reformas pro -
gresistas, por esto, y como un homenaje de profunda gratitud a su labor social, cultural
y pedagógica, el 15 de septiembre de 1921, en un egregio acto, la Escuela Pública de
Varones pasó a llamarse Escuela Antonio Gámez González.
Antonio Gámez González había sido uno de los grandes mentores de aquella ge -
neración de docentes que dejó marcas indelebles en la niñez porteña de la época; veni -
do desde su natal España a colaborar con la reforma educativa promovida por Mauro
Fernández Acuña, se estableció en el floreciente puerto del Pacífico y allí engendró la
mayor parte de su familia. Precisamente el día en que la antigua Escuela Pública de
Varones pasó a tener el nombre de este maestro, uno de sus hijos —Uladislao Gámez
Solano—, que cursaba en ese momento el quinto grado en esta institución, cantó a viva
voz, por primera vez, el himno de la escuela que ahora llevaba el nombre de su padre.
Desde ese momento, y hasta 1977, cuando inexplicablemente este centro educativo fue
cerrado, la letra de aquellas notas hímnicas siguió resonando en las entretelas de la
memoria: «tú nos brindas el bien, noble escuela, con tus ciencias fecundas sin par».
Sin ningún problema en cuanto a su ubicación, la Escuela Superior de Niñas tuvo,
en este sentido, una historia distinta a la tenida por la Escuela Pública de Varones. Des-
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de el momento mismo de su apertura, el lunes 4 de marzo de 1867, según lo señala el


informe del gobernador Saturnino Lizano Gutiérrez (en Aguilar, 1961, p. 38), el centro
educativo al que asistieron las niñas de Puntarenas se ubicó en una vieja casona pro -
porcionada por los vecinos. Esta se encontraba al costado sur de la plazoleta en donde
se levantaba el templo parroquial; no obstante, no estaba en buenas condiciones, por lo
que se hacía necesaria una nueva construcción, la cual se dio por mera casualidad,
pues entre 1840 y 1870, el Congreso de la República había estado deliberando acerca
de la edificación de un leprocomio5 en las afueras de la ciudad de San José, y finalmen-
te, hacia 1880, se había decidido levantarlo en la isla de Cedros, en el golfo de Nicoya.
Como la Asamblea Nacional, en su momento, declaró el edificio «Obra Nacional», este
se construyó con bastante rapidez; sin embargo, cuando estuvo concluido, los leprosos
nunca fueron trasladados al nuevo hospital pues se consideró que por la lejanía y las di -
ficultades del transporte, los familiares difícilmente podrían visitar alguna vez a los en-
fermos, por lo que el inmueble fue abandonado, y así estuvo durante varios años.
Cuando esta situación se conoció en Puntarenas, y teniéndose en esta ciudad pro-
blemas debido a la carencia de edificaciones escolares, un grupo de vecinos liderado
por Agustín Guido Alvarado y Serafín Saravia Tabora, le solicitó al Gobierno la dona-
ción del maderamen utilizado en la construcción del leprocomio; luego de varias presio-
nes el Gobierno accedió a la concesión y, muy pronto, la madera comenzó a ser trasla -
dada a Puntarenas en bongos, lo cual tardó un poco más de un año. Finalmente, te-
niendo ya en Puntarenas todo el material para realizar la construcción, esta se le encar -
gó al maestro en carpintería Carmen Longino Quesada (Rodríguez, 1959, p. 23), quien
la entregó ya concluida hacia 1904. A partir de ese momento, la Escuela Superior de
Niñas fue la primera en tener un edificio propio y construido precisamente con fines pe-
dagógicos. Con el pasar del tiempo, y debido al crecimiento de la población y al conse -
cuente aumento de la matrícula en las dos escuelas puntarenenses, a este edificio se le
fueron agregando varios pabellones y un salón grande, en el que se realizaban las cele -
braciones de las efemérides patrias y los actos de clausura de los cursos lectivos.
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El primer leprocomio se inauguró en Costa Rica el 27 de febrero de 1833, en las confluencias de los ríos Virilla y
Tiribí; no obstante, como el temor al contagio era muy grande entre la población, a partir de 1840 y durante varias
décadas, el Congreso buscó la posibilidad de construir, lejos de los lugares poblados, un hospital para los leprosos.
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Al igual que lo sucedido en la Escuela Pública de Varones, el personal docente


que laboró en este centro de enseñanza se caracterizó por su abnegación y por aquella
fe inescrutable de cada maestra, que no descansaba hasta obtener de los prístinos bal-
buceos la diáfana expresión del idioma. Dignas son de recordar aquellas docentes que,
en un entorno de marcado tinte patriarcal, supieron forjar en sus alumnas una personali -
dad férrea y un carácter empoderado, que ha sido la marca identitaria de la mujer porte -
ña. De aquellas primeras docentes, aún se recuerdan los nombres de Dolores León,
Evangelina Salazar, Adela Sandino, Oliva Altamirano, Rosalpina Urbina, Hortensia Ji-
ménez, Catalina Sánchez, Sara Jiménez Guido y Matilde Guevara Santos.

Escuela Superior de Niñas, 1908

Una mención aparte merece la preclara maestra Delia Urbina Gutiérrez, quien
después de haber nacido y crecido en Liberia, se trasladó a Puntarenas luego de
contraer matrimonio en 1910, y comenzó a impartir lecciones en la Escuela Superior de
Niñas. Fue considerada, tanto por sus compañeras como por toda la comunidad porte-
ña, una visionaria de la enseñanza, que con dulzura maternal sabía inculcar una disci-
plina estricta, pero acorde al desarrollo evolutivo de sus alumnas, a la vez que les facili-
taba lecciones de vida para que se convirtieran en las ulteriores forjadoras de aquella
sociedad que vigorosamente se levantaba. Por sus diligentes dotes administrativas, De -
lia ocupó la dirección de la escuela en tres oportunidades: 1921, 1922 y 1928, y luego
de su jubilación, la comunidad docente y estudiantil de aquel centro de enseñanza, de-
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cidió honrarlo con su nombre: a partir de 1936, ya no existirá más en la ciudad de Pun-
tarenas la Escuela Superior de Niñas; en su lugar estará la Escuela Delia Urbina de
Guevara.
A pesar de que en sus inicios solo fue un centro educativo para niñas, a lo largo
de su historia, a las aulas de la Escuela Delia Urbina de Guevara también han asistido
varones, en especial, en ciertos momentos en que la superpoblación infantil impidió el
óptimo desarrollo de la actividad docente en la Escuela Antonio Gámez González, y a
partir de 1977, cuando la escuela que llevaba el nombre del maestro español fue cerra-
da, los niños se integraron con la población de niñas de la Escuela Delia Urbina, que
desde entonces es mixta. También es importante recordar que el viernes 26 de sep-
tiembre de 1941, en una de las aulas del primer pabellón de esta escuela, a las siete de
la noche, se reunió un grupo de maestros de la Escuela Antonio Gámez González —
Manuel Obando Valdés, Ovidio Salazar Salazar, Emiliano Odio Madrigal, Augusto Bola-
ños Víquez y Everardo Chaves Soto— y un abogado —Antonio Retana Cruz—, para
conformar la asociación que, en ese preciso momento, decidió fundar la primera institu-
ción de educación media de Puntarenas: el Liceo José Martí.
No puede darse fin a este breve recorrido por la historia de los primeros centros
educativos establecidos en la ciudad de Puntarenas, sin indicar que en 1886, la Junta
de Educación decidió dividir la Escuela Pública de Varones, por cuanto a dicha institu-
ción acudía una cantidad de estudiantes que sobrepasaba la capacidad de sus aulas;
aparte de esto y debido a múltiples causas, la población estudiantil era muy dispar en
cuanto a las edades y esto dificultaba el proceso pedagógico, debido a los distintos inte -
reses de los estudiantes. Fue así como surgió la llamada, en ese momento, Escuela de
Párvulos, que comenzó a funcionar en una vieja casona ubicada muy cerca del sector
oriental de Puntarenas denominado Las Playitas. Años más tarde, hacia 1900, la Es-
cuela de Párvulos fue trasladada a Pueblo Nuevo (El Cocal) y su nombre, como home-
naje imperecedero a los héroes nacionales, pasó a ser Escuela Mora y Cañas.
Lamentablemente el espacio nos limita; pero junto con fechas, ubicaciones, edifi-
cios, docentes y estudiantes, las instituciones educativas se conforman de vivencias co-
tidianas, gratificantes unas, aciagas y desagradables otras. Sin embargo, todas persis-
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ten de manera indeleble en las evocaciones individuales y en la gran memoria colectiva,


que es en todo momento, la llamada a mantener vivo el recuerdo y, sobre todo, a reve-
lar a las nuevas generaciones los derroteros transitados por quienes nos antecedieron,
con el fin de perpetuar la senda que conduzca hacia la conquista de las aspiraciones in-
dividuales y del progreso como sociedad.

Referencias

Aguilar Vargas, Hilda (1961). Apuntes cronológicos del puerto de Puntarenas. Puntare-
nas: Publicaciones de la Municipalidad.

Álvarez Valle, Pedro (1989). Historias de antaño. Puntarenas: Publicación personal.

Amador Salcedo, Francisco de Paula (1914). Pro Puntarenas. San José: Imprenta y Pa-
pelería moderna.

González Víquez, Cleto (1933). El puerto de Puntarenas. Algo de su historia. San José:
Imprenta Gutenberg.

Rodríguez Gutiérrez, Armando (enero-febrero, 1954). Cincuentenario de la Escuela De-


lia Urbina de Guevara. Costa Rica ayer y hoy. p.23.

Rodríguez Gutiérrez, Armando (octubre, 1958). Las escuelas de Puntarenas. Costa


Rica ayer y hoy. pp. 42-43.

Rodríguez Gutiérrez, Armando (septiembre, 2000). La Escuela Antonio Gámez. Pun-


tarenas ayer y hoy. p. 11.

Valverde Espinoza, Arabela (2008). La ciudad de Puntarenas: una aproximación a su


historia económica y social, 1858-1930. Puntarenas: Editorial de la UCR.

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