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I Confort y ambiente
I Confort humano
13 AGOSTO
2019 CONFORT TÉRMICO Y CUERPO HUMANO
Para funcionar de manera adecuada, el cuerpo humano debe mantener en su núcleo interno una
temperatura próxima a los 37°C, independientemente de las condiciones ambientales de su entorno.
Cuando una persona es capaz de conservar esa temperatura sin algún tipo de esfuerzo fisiológico es
muy posible que se encuentre en un estado conocido como confort térmico, el cual expresa su
satisfacción respecto a dichas condiciones.
En realidad el estado de confort térmico, por su propia naturaleza, suele pasar inadvertido. Es mucho
más fácil tomar conciencia del momento en que pasamos al estado contrario, es decir, la sensación de
disconfort térmico. El disconfort térmico suele ser provocado por la incidencia negativa de factores
relacionados tanto con el propio cuerpo como con su entorno. Cuando se presenta de manera ocasional
y moderada simplemente genera incomodidad en las personas, pero cuando se presenta de manera
constante y/o intensa puede alterar los ciclos de actividad y descanso, reducir la eficiencia en el
desempeño cotidiano e incluso provocar importantes trastornos de salud.
En los siguientes apartados haremos un análisis general de los principales factores que inciden en el
confort humano, y de los mecanismos que se ponen en juego cuando las condiciones ambientales
resultan desfavorables. Entre ellos se encuentran la producción de calor en el cuerpo humano, el
equilibrio térmico, la vestimenta y las variables subjetivas del confort.
El cuerpo humano necesita energía de manera constante para efectuar los procesos bioquímicos que
acompañan la formación de tejidos, el trabajo muscular y la transmisión de señales nerviosas, entre otras
muchas funciones fisiológicas. Como es sabido, prácticamente toda la energía la obtenemos de los
alimentos que consumimos. Sin embargo, de la energía que produce, el cuerpo humano solo emplea
aproximadamente el 20% en las funciones fisiológicas. El restante 80% de la energía debe disiparse en
forma de calor al ambiente.
Se conoce como metabolismo a los procesos encargados de convertir los alimentos en energía útil. Al
calor generado por estos procesos se le denomina calor metabólico. La producción global de calor
metabólico se deriva tanto del metabolismo basal como del metabolismo muscular. El primero está
relacionado con la energía empleada en las reacciones químicas intracelulares para la realización de las
funciones metabólicas esenciales, como la respiración y la digestión. En otras palabras, representa la
producción de calor en los procesos automáticos, continuos e inconscientes del cuerpo humano. El
metabolismo muscular, por otro lado, se relaciona con la producción de calor en los tejidos musculares
mientras se lleva a cabo algún tipo de actividad física.
Las tasas de producción de calor excedente del cuerpo humano se suelen medir mediante la unidad
Met, que equivale a 58 watts por metro cuadrado de piel (W/m2). Un Met representa el nivel de
actividad de una persona en reposo. Nuestro metabolismo generalmente se reduce al mínimo cuando
dormimos, produciendo apenas 0.7 Met, pero puede sobrepasar los 10 Met cuando realizamos
actividades físicas muy intensas.
En lugar del Met, en algunos ámbitos se emplean tasas de producción de calor en watts por persona
(W/persona), parámetro basado en un hombre adulto promedio con una superficie de piel de 1.8 m2. En
ese caso, para representar las variaciones en la producción de calor de acuerdo con la constitución física
de las personas se suele utilizar otro parámetro, denominado factor metabólico. Un factor metabólico
de 1.00 corresponde al promedio indicado líneas arriba, es decir, un hombre adulto cuya piel tiene una
superficie de 1.80 m2. Para una mujer promedio se suele asumir un factor de 0.85, mientras que para un
niño promedio generalmente se considera un factor de 0.75.
La producción de calor del cuerpo humano varía sobre todo debido a sus índices de metabolismo basal
y a las actividades que realiza, es decir, al metabolismo muscular. La Tabla 1 muestra las tasas de calor
excedente para algunas actividades típicas, en watts por metro cuadrado de piel, Met, y watts por
persona.
Para mantener el confort, el cuerpo humano debe disipar el calor metabólico excedente hacia el
ambiente, pero solo hasta lograr el equilibrio térmico. En otras palabras, las ganancias de calor internas
del cuerpo deben ser equivalentes al calor que pierde hacia el exterior. Como veremos más adelante,
cuando se rompe ese equilibrio, debido al metabolismo del cuerpo, las condiciones del ambiente, o
ambos factores al mismo tiempo, es relativamente fácil llegar al estado conocido como disconfort
térmico. Pero antes analicemos los principales procesos físicos que permiten o impiden alcanzar dicho
equilibrio.
Al interactuar con el medio ambiente, el cuerpo humano puede perder o ganar calor por medio de
procesos convectivos, radiantes y, en menor medida, conductivos. La evaporación también puede jugar
un papel importante, pero en este caso sólo genera pérdidas de calor. La intensidad de estos procesos, y
por lo tanto los índices de pérdidas y ganancias, dependen en gran medida de las condiciones
ambientales particulares:
De lo expresado en los puntos anteriores se puede derivar una fórmula que representa de manera
simplificada la condición de equilibrio térmico entre el cuerpo humano y su entorno, condición que
resulta indispensable para mantener el confort sin esfuerzos evidentes:
Afortunadamente, el cuerpo humano dispone de una serie de mecanismos que le permiten recuperar el
equilibrio térmico, al menos hasta cierto punto. El primero de ellos es el control automático e
inconsciente de la circulación sanguínea, lo que se conoce como regulaciones vasomotoras. Si el cuerpo
está en un proceso de ganancias de calor se produce un aumento de la circulación sanguínea en la
superficie de la piel, con lo que se incrementa el calor transportado hacia ella y por ende se aceleran los
procesos de pérdida de calor. Por otro lado, si el cuerpo se encuentra perdiendo calor se reduce la
circulación sanguínea en la piel, disminuyendo su temperatura y amortiguando los procesos de pérdida
de calor. Sin embargo, aunque son muy útiles, las regulaciones vasomotoras suelen ser poco efectivas
cuando el desequilibrio térmico es muy amplio. Se requiere entonces de mecanismos más agresivos.
Cuando las regulaciones vasomotoras no son suficientes para contrarrestar una situación de ganancias
excesivas de calor, la piel comienza a intensificar la sudoración, respuesta que busca propiciar las
pérdidas de calor por evaporación. La tasa de producción de sudor depende del nivel de desequilibrio
térmico y en casos extremos puede alcanzar los 3 Kg/h. Este mecanismo es especialmente eficaz cuando
la humedad ambiental es baja y el movimiento del aire es notorio, condiciones que favorecen la
evaporación del sudor sobre la piel. Por otro lado, cuando las regulaciones vasomotoras no son
suficientes para contrarrestar un proceso intenso de pérdidas de calor, entonces se producen
escalofríos. Estos son contracciones musculares repetitivas que pueden ser moderadas o violentas,
dependiendo del nivel de desequilibrio térmico. En casos extremos los escalofríos llegan a incrementar
hasta 10 veces la producción de calor metabólico muscular. Aunque son mecanismos bastante efectivos,
el sudor y los escalofríos no pueden mantenerse en forma intensa por periodos prolongados.
Aunque aún no se comprenden cabalmente los sistemas que regulan la temperatura del cuerpo humano,
de por sí complejos, se sabe que existen dos "sensores" que juegan un papel crucial. Uno de ellos es el
hipotálamo, que detecta el más ligero aumento de la temperatura del núcleo del cuerpo. Cuando esta
sube más allá de los 37°C el hipotálamo dispara los mecanismos de enfriamiento explicados arriba. El
otro es la piel, que detona los mecanismos de calentamiento cuando su temperatura cae por debajo de
los 34°C. Cuando ambos sensores envían al cerebro señales de alarma al mismo tiempo, este tiene la
capacidad de inhibir una o ambas respuestas.
Finalmente es importante señalar que existen otros mecanismos de respuesta a las pérdidas o ganancias
excesivas de calor, los cuales operan a largo plazo. Entre ellos se encuentran los cambios en las tasas de
producción de calor metabólico basal, el aumento de la cantidad de sangre (que permite una
vasodilatación más eficiente) y el incremento de la capacidad de las glándulas sudoríficas. En su conjunto
estos mecanismos se conocen como aclimatación, un fenómeno que ha permitido al ser humano
adaptarse a casi todas las zonas climáticas de la tierra, desde el ecuador hasta las regiones cercanas a los
polos, y desde el nivel del mar hasta los 4,500 metros de altura.
Hasta hace relativamente poco las investigaciones sobre el confort humano habían dado poca
importancia a la vestimenta. Sin embargo ahora se le reconoce como lo que siempre ha sido: el primer
recurso de mediación entre el cuerpo humano y el ambiente en el que se desenvuelve. De hecho sería
posible hacer una historiografía de la indumentaria paralela a la de la arquitectura, tomando como eje la
forma en que los diversos grupos humanos se han adaptados a los diferentes climas terrestres.
La ropa cumple varias funciones de protección para el ser humano, incluyendo aquellas derivadas de las
necesidades culturales y sociales de privacidad. Desde el punto de vista térmico, aunque no siempre es
así, la función principal de la ropa es proporcionar un determinado nivel de aislamiento y reducir las
pérdidas de calor del cuerpo humano. Es a partir de ese enfoque que se han desarrollado diversos
sistemas de clasificación de la ropa de acuerdo con su valor de aislamiento. El de uso más extendido
emplea una escala basada en la unidad Clo (abreviación de la palabra inglesa Clothing).
En la escala Clo el valor 0.0 representa la desnudez total, mientras que 1.0 representa un traje común de
oficina. Para ser más exactos un Clo equivale a una combinación de ropa que presenta una resistencia
térmica de 0.155 m2°C/W. La Tabla 2 muestra los valores de Clo que se suelen considerar para algunas
prendas básicas.
El valor de aislamiento de la vestimenta aumenta en relación con el tipo y número de prendas. Por
ejemplo, una persona con vestimenta normal de calle podría preferir una temperatura unos 9°C por
debajo de la que preferiría una persona desnuda. Por lo general el valor total de aislamiento se puede
calcular de manera suficientemente exacta sumando los valores Clo de cada prenda. Sin embargo, en el
ASHRAE Handbook of Fundamentals (1985) se recomienda multiplicar la sumatoria de los valores de Clo
de todas las prendas por un factor de 0.82.
Mas allá de las variables ambientales y fisiológicas analizadas en los párrafos anteriores, las preferencias
térmicas y la sensación de confort se ven influenciadas por diversos factores individuales, relativamente
subjetivos. La asimilación de estos factores refuerza la idea de que resulta perjudicial tratar de establecer
estándares de confort rígidos e inamovibles. Entre esos factores podemos señalar los siguientes:
La edad y el género. La edad y el género pueden influir hasta cierto punto en las preferencias
térmicas. Por un lado, las personas mayores suelen preferir temperaturas más elevadas debido a que
su metabolismo se vuelve más lento. Es la misma razón por la cual los niños, con un metabolismo
alto, pueden tolerar temperaturas ligeramente más bajas que los adultos. Por otro lado, se ha
demostrado que los hombres presentan generalmente un metabolismo un poco mayor al de las
mujeres, por lo que suelen preferir, en promedio, temperaturas 1°C más bajas que ellas. En todo
caso, es recomendable tener cuidado con esta información, pues algunos estudios señalan que las
diferencias pueden no ser tan importantes. Indican, por ejemplo, que el metabolismo más lento de la
gente mayor se suele compensar con menores pérdidas por evaporación. También, que el hecho de
que las mujeres prefieran temperaturas ligeramente más elevadas se puede deber a que emplean
ropas con menor aislamiento térmico.
El color de la piel. Diversas investigaciones han demostrado que la piel clara refleja en promedio
tres veces más radiación que la piel oscura, pero al mismo tiempo es mucho más vulnerable a las
quemaduras, úlceras y cánceres provocados por el sol. Por otro lado, la piel oscura se ve más
afectada por la absorción de calor, pero esta situación se equilibra por el hecho de que su capacidad
para emitir calor aumenta casi en la misma proporción. Además contiene más pigmento de
melanina, lo cual disminuye de manera significativa la penetración de los dañinos rayos ultravioletas.
Considerando esto, podemos afirmar que el color de la piel tiene un mayor impacto en la resistencia
a los rayos solares que en las preferencias térmicas.
CONFORT Y CLIMA
A lo largo de la geografía terrestre el hombre puede enfrentar condiciones climáticas muy diversas. Cada
situación pone en juego diversos mecanismos de regulación y plantea retos de diseño distintos. En los
siguientes párrafos analizaremos los mecanismos que se ponen en juego en algunas situaciones
climáticas típicas.
En un clima templado, bajo techo, con una temperatura del aire y de las superficies circundantes próxima
a los 18 °C, con una velocidad del viento no mayor a los 0.25 m/s y con una humedad relativa entre 40 y
60%, una persona que desarrolle una actividad de intensidad moderada disipará el calor metabólico
excedente sin ningún problema, más o menos de la siguiente forma:
Por otro lado, mientras la temperatura media de las superficies circundantes sea inferior a la temperatura
de la piel, se generarán pérdidas de calor por radiación. Al aumentar la temperatura radiante media
disminuirán las pérdidas por radiación, hasta invertir el proceso y generar ganancias de calor.
Cuando los factores de intercambio calorífico por convección y radiación son positivos, es decir,
provocan ganancias de calor en el cuerpo humano, aun puede mantenerse el equilibrio térmico por
evaporación, por lo menos hasta cierto límite. Una condición indispensable para que esto suceda es que
el aire sea lo suficientemente seco (humedad relativa muy baja) para permitir una elevada evaporación
de sudor.
Cuando las temperaturas del aire y de las superficies circundantes están por encima de la temperatura
de la superficie de la piel, y la humedad relativa es alta pero inferior al 100%, el movimiento del aire
elevará los índices de evaporación, contribuyendo de manera significativa a la disipación de calor. El
mecanismo es el siguiente: si la humedad relativa del aire es del 90%, éste aún admitirá la humedad
producida por evaporación de sudor, pero la delgada capa de aire que se encuentra en contacto directo
con la piel pronto se saturará, haciendo que el proceso de evaporación se detenga. El aire en
movimiento, sin embargo, eliminará la capa de aire saturado y permitirá que el proceso de evaporación
continúe. Se estima que con una presión de vapor superior a 2000 N/m2 cada incremento en 1 m/s de la
velocidad del aire compensa un incremento de 300 N/m2 en la presión de vapor.
Sin embargo, cuando el aire está completamente saturado de humedad y tiene una temperatura
superior a la de la piel, el movimiento del aire solo aumentará la ganancia de calor y la incomodidad.
Afortunadamente estas condiciones son poco comunes en la naturaleza, ya que los índices muy elevados
de humedad suelen presentarse cuando la temperatura del aire se encuentra por debajo de la
temperatura de la piel.
Imaginemos ahora una situación en la que la temperatura del aire y de las superficies circundantes se
encuentra por arriba de la temperatura de la superficie de la piel, con una velocidad del aire menor a los
0.25 m/s y una humedad relativa cercana al 100%. El sudor será profuso pero no habrá evaporación y,
aun cuando la producción de calor metabólico sea pequeña, todos los elementos de la ecuación de
equilibrio térmico serán positivos (excepto la evaporación, que será neutra). La temperatura del cuerpo
comenzará a elevarse y al aumentar en 2 o 3 °C se producirá una insolación, la cual consiste en un fallo
circulatorio seguido de un aumento aún más rápido de la temperatura. Cuando la temperatura del
cuerpo alcanza los 41 °C sobreviene el coma y el peligro de muerte es inminente. Al llegar a los 45 °C la
muerte es inevitable.
Afortunadamente, es poco frecuente que las personas experimenten las condiciones descritas en el
párrafo anterior, a menos que permanezcan durante periodos prolongados bajo el sol. Sin embargo los
edificios mal diseñados y/o acondicionados pueden incrementar el riesgo de este tipo de situaciones,
especialmente durante las olas de calor.
REFERENCIAS
[1] A. Auliciems and S. V. Szokolay, Thermal comfort. Brisbane, Qld: PLEA in association with Dept. of
Architecture, University of Queensland, 1997.
[2] N. Baker and M. Standeven, “Thermal comfort for free-running buildings,” Energy and Buildings, vol.
23, no. 3, pp. 175–182, Mar. 1996.
[3] N. Djongyang, R. Tchinda, and D. Njomo, “Thermal comfort: A review paper,” Renewable and
Sustainable Energy Reviews, vol. 14, no. 9, pp. 2626–2640, Dec. 2010.
[4] C. Laia, M. Richard, S. Camelo, and H. Gonçalves, “Towards sustainable Summer comfort,” 2009.
[5] F. Nicol, “Comfort Driven Adaptive Window Opening Behavior and the Influence of Building Design.”
[6] F. Nicol and L. Pagliano, Allowing for Thermal Comfort in Free-running Buildings in the New European
Standard EN15251. .
[7] R. Torres, G. Nolasco, and J. Albores, “Evaluación de Confort Térmico en Clima Cálido Subhúmedo,”
Congreso Internacional de AcademiaJournals.com, Sep. 2010.
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