Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
“El amor, el trabajo y el conocimiento son las fuentes de nuestra vida. También deberían
gobernarla”.
Wilhelm Reich
Es difícil comenzar a escribir, quizás lo más difícil del ejercicio escritural. Comenzar.
¿También será más difícil que terminar, comenzar a vivir? Somos -en palabras de Thoreau-
hombres máquina, hombres que más tarde que temprano nos damos cuenta que la vida es lo
que pasa cuando la estamos buscando.
Y ese es mi comienzo, la convicción de que este ensayo no puede ser más fructífero al
hablar de dos grandes hombres que hablar del arte de vivir, tema que, si bien no trataron
como subtítulo en sus ensayos o escritos, es un punto transversal de sus pensamientos y
personalidades, experiencias y recorridos en esta esfera azul, sustento de la vida, que
llamamos tierra.
¿Es el vivir un arte? ¿Se necesita una filosofía o teoría de la vida para vivir bien? Y en
consecuencia ¿Qué es vivir o vivir bien? De antemano una buena respuesta a éstas
cuestiones es: vivimos para vivir. Toda la finalidad, todo el sentido de la vida está en la
vida por sí misma, en el proceso de la vida. Para comprender la finalidad y el sentido de la
vida, se debe, ante todo, amar la vida sin reservas, zambullirse, como se dice, en el
torbellino de la vida; entonces y solo entonces se comprenderá el sentido de la vida, se
comprenderá para qué vivimos, se comprenderá que es vivir bien (aunque aquí me hago
una objeción a mí mismo, ya que no habría, según lo dicho, un vivir bien o un vivir mal,
solo vivir verdaderamente1).
Así pues, es en el amor a la vida donde se encuentra su sentido, finalidad y arte. Y en dos
hombres (grandes hombres u hombres representativos en palabras de Emerson) quizás más
que en cualquier otro, se evidencia dicho amor a la vida.
Hasta aquí, llegan a mi mente, me abordan, ciertas reflexiones. Sino definitivas, bastante
importantes a mi parecer. La vida es lo que pasó, está pasando y pasará. La vida está
íntimamente ligada al tiempo (que hace posible la experiencia). Sin embargo, ¿dónde está
el tiempo? y por tanto ¿dónde está la vida y la verdad de la vida? Thoreau responde
magistralmente:
“Los hombres consideran la verdad remota, en las afueras del sistema, tras la estrella más
lejana, antes de Adán y después del último hombre. En la eternidad hay, en efecto, algo
verdadero y sublime. Pero todos estos tiempos y lugares y ocasiones están aquí y ahora.
Dios mismo culmina en el momento presente y nunca será más divino en el intervalo de
todas las épocas. Somos capaces de aprehender lo que es sublime y noble solo por la
perpetua instalación y empapamiento de la realidad que nos rodea. El universo responde
constante y obedientemente a nuestras concepciones; viajemos rápida o lentamente, el
camino está dispuesto para nosotros.”2
Ahí está la vida. “en el momento presente” en el “empapamiento de la realidad que nos
rodea”. Y agrego yo -siguiendo a Montaigne- en el empapamiento de la realidad que me
acoge, mi realidad interior.
Ya que dicha realidad, es mí realidad, es producto de la relación entre el ser y el ente, entre
yo y el mundo, ninguno de los dos más o menos verdadero3.
No necesito irme muy lejos, ni de mí ni del mundo, para hallar las verdades trascendentales
y eternas de la vida4. Para hallar lo justo, lo bello y lo verdadero es preciso levantar solo
2
Walden o la Vida en los bosques. H. D. Thoreau. Pág. 143.
3
“A quien tengo que perfeccionar es a mí”. R. W. Emerson. Hombres representativos. Pág. 98.
4
“Sin salir de tu casa, puedes conocer la naturaleza del mundo.
Sin mirar por la ventana, puedes conocer el camino del Cielo.
Cuanto más lejos vas, menos conoces.
Así, el Sabio conoce sin viajar.
Ve sin mirar.
una piedra5 o simplemente levantar una página de un libro de un gran hombre:
Así me pasó a mí, así comenzó mi vida o al menos así comenzó mi nuevo nacimiento. Con
los ensayos de Montaigne y Walden de Thoreau. No porque en ellos haya encontrado la
panacea de la vida, un manual del vivir o la respuesta a todas las verdades y la sabiduría
absoluta, esto sería tomar un carácter infantil6. Sino porque en ellos vi (al menos lo que
reflejan sus escritos, dónde hablan más de sí mismos que de cualquier otro), un ejemplo de
carácter moral, social y vital.
Algo que me parece muy estoico, siendo ésta mi escuela de filosofía favorita, es el no
dejarse turbar por ninguna circunstancia, favorable o desfavorable, ya que ¿si el mundo
cambia, he de cambiar también yo? ¿Si el mundo a mi alrededor se destruye, es pertinente
que también me destruya yo? El aceptar la contradicción sin alterarme, con ánimo estoico y
paciente:
“La contradicción en los juicios no me ofende ni altera, sino que me despierta y ejercita”.9
Y esto, en pro de la verdad: “Yo acojo bien la verdad doquiera que la encuentro, y a ella me
rindo y le depongo las armas cuando la veo acercarse (…)”
“Más que lo que se come, importa con quién se come” – Montaigne (De la vanidad)
Ahora bien, para finalizar este ensayo, que por su carácter no presenta respuestas
definitivas y se hace corto por (a mi parecer) la belleza del tema. Consideraré por qué
Thoreau también es un maestro del arte de vivir.
Primero, por su desapego a las vanidades de la vida civilizada11 elevando nuestros (sus)
propósitos a un objetivo digno, ya que “se vive demasiado rápido”. Y “nuestra vida se
pierde en los detalles”.
De él aprendí que “afectar a la cualidad del día: esa es la mayor de las artes”. Hacer de
nuestras vidas y días una obra de arte, algo así como decía Nietzsche, vivir nuestras vidas
tan ejemplarmente que, si nos dieran la oportunidad de volver a vivirla, no pensáramos dos
veces en aceptar la oferta.
El elevar mi vida por medio de un esfuerzo consciente, y esto se hace por diversos caminos.
El primero, despertando. Despertar lo cósmico que hay en mí y en la realidad que me rodea.
Lo cósmico de los pájaros, de la niebla, del horizonte, de los días.
Ya que, “hay millones lo bastante despiertos para el trabajo físico, pero solo uno en un
millón está lo bastante despierto para el ejercicio intelectual efectivo, solo uno en cien
millones, para una vida poética o divina. Estar despierto es estar vivo. Nunca he conocido a
un hombre que estuviera completamente despierto.”12.
“La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que
crea justo”13.
El haberme realmente hombre y no una máquina, que mi conciencia sea mía y no de una
institución injusta o de otro o de un papel, ser realmente libre. Incluso de los apegos
materiales (algo que comparte con Montaigne), ya que “a más riqueza, menos virtud”14
11
Recordemos que Thoreau se fue a vivir por dos años en el bosque Walden, en Concord, a las afueras de
Massachusetts. Con la intención de “vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la
vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir,
que no había vivido
12
Walden o la Vida en los bosques. H. D. Thoreau. Pág. 137.
13
Del deber de la desobediencia civil. H. D. Thoreau. Pág. 29.
14
Ibíd. Pág. 50.
Finalmente, otro camino para elevar mi vida es, como lo demuestro acá y como lo
recomienda él y el mismo Montaigne, remitiéndonos a los clásicos, leer a los grandes
hombres.
“A veces los hombres creen que el estudio de los clásicos tiene que ceder el paso,
por fin, a estudios más prácticos y modernos, pero el estudiante aventurero
siempre leerá a los clásicos, cualquiera que sea la lengua en que estén escritos y
por antiguos que sean”. (…) Leer bien, es decir, leer verdaderos libros con un
espíritu verdadero, es un noble ejercicio (…)” – Walden (Pág. 147)
Bibliografía
- Thoreau, Henry David. (2005, 2020). Walden o la Vida en los bosques. (ed.) 14.
Colombia. CATEDRA, LETRAS UNIVERSALES.
- Lao Tse. (1978). Tao Te King. 47. (ed.) Tercera. México La nave de los locos.
- Evangelio según Tomás (Gnóstico).
- Michel de Montaigne. (1953). Ensayos Completos. Barcelona. Obras maestras.
- Thoreau, Henry David. (2008). Del deber de la desobediencia civil. Colombia.
Asociación Lengua Franca.
- Reich, Wilhelm. (1985). La revolución sexual. Barcelona. Planeta de Agostini.
- Emerson, R. W. (1985). Hombres representativos. Buenos Aires. Editorial TOR-S.
R. L.