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José David Morales Beltrán

Universidad Nacional de Colombia

Reflexiones en torno al arte de vivir: Montaigne y Thoreau

“El amor, el trabajo y el conocimiento son las fuentes de nuestra vida. También deberían
gobernarla”.

Wilhelm Reich

Es difícil comenzar a escribir, quizás lo más difícil del ejercicio escritural. Comenzar.
¿También será más difícil que terminar, comenzar a vivir? Somos -en palabras de Thoreau-
hombres máquina, hombres que más tarde que temprano nos damos cuenta que la vida es lo
que pasa cuando la estamos buscando.

Y ese es mi comienzo, la convicción de que este ensayo no puede ser más fructífero al
hablar de dos grandes hombres que hablar del arte de vivir, tema que, si bien no trataron
como subtítulo en sus ensayos o escritos, es un punto transversal de sus pensamientos y
personalidades, experiencias y recorridos en esta esfera azul, sustento de la vida, que
llamamos tierra.

¿Es el vivir un arte? ¿Se necesita una filosofía o teoría de la vida para vivir bien? Y en
consecuencia ¿Qué es vivir o vivir bien? De antemano una buena respuesta a éstas
cuestiones es: vivimos para vivir. Toda la finalidad, todo el sentido de la vida está en la
vida por sí misma, en el proceso de la vida. Para comprender la finalidad y el sentido de la
vida, se debe, ante todo, amar la vida sin reservas, zambullirse, como se dice, en el
torbellino de la vida; entonces y solo entonces se comprenderá el sentido de la vida, se
comprenderá para qué vivimos, se comprenderá que es vivir bien (aunque aquí me hago
una objeción a mí mismo, ya que no habría, según lo dicho, un vivir bien o un vivir mal,
solo vivir verdaderamente1).

“La vida -al contrario de cuanto el hombre ha hecho- es algo que no


requiere una teoría. Quienquiera sea capaz de funcionar en la vida
no necesitará una teoría de la vida” – W. Reich.

Así pues, es en el amor a la vida donde se encuentra su sentido, finalidad y arte. Y en dos
hombres (grandes hombres u hombres representativos en palabras de Emerson) quizás más
que en cualquier otro, se evidencia dicho amor a la vida.

Uno -Thoreau- se apartó de la civilización, la vida industrial y apresurada para “deshacerse


de todo aquello que no fuera vida”. Otro -Montaigne- realzó el ocio y la experiencia como
1
“Yo ni afirmo ni niego. Pensare el caso” – R. W. Emerson. Hombres representativos. Pág. 109.
fuentes del conocimiento verdadero. “Y cuando la razón nos falta -decía-, empleamos la
experiencia”. Uno, un trascendentalita, el otro un escéptico. Uno vivió su vida con
principios, otro se dedicó a vivir una vida sencilla. Los dos, ejemplos de hombres virtuosos,
los dos, ejemplos a seguir.

La experiencia no es accesible a la conciencia sino se vive naturalmente, es decir,


aceptando todo lo que la vida lleva consigo. Dolor, felicidad, hambre, hastío, conocimiento,
ignorancia y todo aquello que el cuerpo y la mente son capaces de “experimentar” al
transcurrir del tiempo.

Hasta aquí, llegan a mi mente, me abordan, ciertas reflexiones. Sino definitivas, bastante
importantes a mi parecer. La vida es lo que pasó, está pasando y pasará. La vida está
íntimamente ligada al tiempo (que hace posible la experiencia). Sin embargo, ¿dónde está
el tiempo? y por tanto ¿dónde está la vida y la verdad de la vida? Thoreau responde
magistralmente:

“Los hombres consideran la verdad remota, en las afueras del sistema, tras la estrella más
lejana, antes de Adán y después del último hombre. En la eternidad hay, en efecto, algo
verdadero y sublime. Pero todos estos tiempos y lugares y ocasiones están aquí y ahora.
Dios mismo culmina en el momento presente y nunca será más divino en el intervalo de
todas las épocas. Somos capaces de aprehender lo que es sublime y noble solo por la
perpetua instalación y empapamiento de la realidad que nos rodea. El universo responde
constante y obedientemente a nuestras concepciones; viajemos rápida o lentamente, el
camino está dispuesto para nosotros.”2

Ahí está la vida. “en el momento presente” en el “empapamiento de la realidad que nos
rodea”. Y agrego yo -siguiendo a Montaigne- en el empapamiento de la realidad que me
acoge, mi realidad interior.

“Me estudio más a mí mismo que a cualquier otra


cosa, esa es mi metafísica y mi física” - Montaigne

Ya que dicha realidad, es mí realidad, es producto de la relación entre el ser y el ente, entre
yo y el mundo, ninguno de los dos más o menos verdadero3.

No necesito irme muy lejos, ni de mí ni del mundo, para hallar las verdades trascendentales
y eternas de la vida4. Para hallar lo justo, lo bello y lo verdadero es preciso levantar solo

2
Walden o la Vida en los bosques. H. D. Thoreau. Pág. 143.
3
“A quien tengo que perfeccionar es a mí”. R. W. Emerson. Hombres representativos. Pág. 98.
4
“Sin salir de tu casa, puedes conocer la naturaleza del mundo.
Sin mirar por la ventana, puedes conocer el camino del Cielo.
Cuanto más lejos vas, menos conoces.
Así, el Sabio conoce sin viajar.
Ve sin mirar.
una piedra5 o simplemente levantar una página de un libro de un gran hombre:

“Cuántos hombres han fechado una nueva época en


su vida por la lectura de un libro” - Thoreau.

Así me pasó a mí, así comenzó mi vida o al menos así comenzó mi nuevo nacimiento. Con
los ensayos de Montaigne y Walden de Thoreau. No porque en ellos haya encontrado la
panacea de la vida, un manual del vivir o la respuesta a todas las verdades y la sabiduría
absoluta, esto sería tomar un carácter infantil6. Sino porque en ellos vi (al menos lo que
reflejan sus escritos, dónde hablan más de sí mismos que de cualquier otro), un ejemplo de
carácter moral, social y vital.

De Montaigne aprendí, “la incomodidad de la grandeza”, el “agudizar mi ánimo en la


paciencia y debilitarlo en el deseo”7 (aunque es más fácil decirlo que hacerlo). El ser feliz
en cualquier circunstancia, ya sea la certeza o la incertidumbre:

“Quién no participa en el riesgo y la dificultad no puede pretender interés en el placer y


honor que siguen a las empresas aventuradas”8

Algo que me parece muy estoico, siendo ésta mi escuela de filosofía favorita, es el no
dejarse turbar por ninguna circunstancia, favorable o desfavorable, ya que ¿si el mundo
cambia, he de cambiar también yo? ¿Si el mundo a mi alrededor se destruye, es pertinente
que también me destruya yo? El aceptar la contradicción sin alterarme, con ánimo estoico y
paciente:

“La contradicción en los juicios no me ofende ni altera, sino que me despierta y ejercita”.9

Y esto, en pro de la verdad: “Yo acojo bien la verdad doquiera que la encuentro, y a ella me
rindo y le depongo las armas cuando la veo acercarse (…)”

Finalmente, algo bastante importante, que a mi parecer es lo que hace de Montaigne un


maestro del arte de vivir, es despreciar los extremos10 y disfrutar del momento presente

Y logra sin Hacer”.


Lao Tse. Tao Te King. 47.
5
“El reino de Dios está dentro de ti y a tu alrededor, no en edificios de madera y piedra; corta un trozo de
madera y ahí estaré, levanta una piedra y me encontrarás”. Evangelio según Tomás (Gnóstico)
6
“El individuo niño y el pueblo niño creen entonces hallarse con un maestro que les distribuye la sabiduría”.
R. W. Emerson. Hombres representativos. Pág. 111.
7
“De la incomodidad de la grandeza”. Ensayos. Montaigne. Pág. 21.
8
Ibíd. Pág. 23.
9
Ibíd. Pág. 28.
10
“Yo veo sencillamente que no puedo ver. Conozco que la fuerza humana no consiste en los extremos, sino
en apartarse de ellos. Lo único que puedo demostrar es la flaqueza de los filósofos que se meten en mis
profundidades”. Emerson refiriéndose a Montaigne en, Hombres representativos. Pág. 115.
(algo que comparte con Thoreau) y de las personas, más que de las propiedades y
posesiones:

“Más que lo que se come, importa con quién se come” – Montaigne (De la vanidad)
Ahora bien, para finalizar este ensayo, que por su carácter no presenta respuestas
definitivas y se hace corto por (a mi parecer) la belleza del tema. Consideraré por qué
Thoreau también es un maestro del arte de vivir.

Primero, por su desapego a las vanidades de la vida civilizada11 elevando nuestros (sus)
propósitos a un objetivo digno, ya que “se vive demasiado rápido”. Y “nuestra vida se
pierde en los detalles”.

De él aprendí que “afectar a la cualidad del día: esa es la mayor de las artes”. Hacer de
nuestras vidas y días una obra de arte, algo así como decía Nietzsche, vivir nuestras vidas
tan ejemplarmente que, si nos dieran la oportunidad de volver a vivirla, no pensáramos dos
veces en aceptar la oferta.

El elevar mi vida por medio de un esfuerzo consciente, y esto se hace por diversos caminos.
El primero, despertando. Despertar lo cósmico que hay en mí y en la realidad que me rodea.
Lo cósmico de los pájaros, de la niebla, del horizonte, de los días.

Ya que, “hay millones lo bastante despiertos para el trabajo físico, pero solo uno en un
millón está lo bastante despierto para el ejercicio intelectual efectivo, solo uno en cien
millones, para una vida poética o divina. Estar despierto es estar vivo. Nunca he conocido a
un hombre que estuviera completamente despierto.”12.

También “la reforma moral es el esfuerzo para quitarnos el sueño de encima”. El


comprender que la conciencia moral y de justicia debe regir mis acciones con mis
semejantes. El no obedecer o desobedecer a una ley irracional o seguir mis instintos de
justicia (algo que también es más fácil decir que hacer), pero eso aprendí:

“La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que
crea justo”13.

El haberme realmente hombre y no una máquina, que mi conciencia sea mía y no de una
institución injusta o de otro o de un papel, ser realmente libre. Incluso de los apegos
materiales (algo que comparte con Montaigne), ya que “a más riqueza, menos virtud”14

11
Recordemos que Thoreau se fue a vivir por dos años en el bosque Walden, en Concord, a las afueras de
Massachusetts. Con la intención de “vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la
vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir,
que no había vivido
12
Walden o la Vida en los bosques. H. D. Thoreau. Pág. 137.
13
Del deber de la desobediencia civil. H. D. Thoreau. Pág. 29.
14
Ibíd. Pág. 50.
Finalmente, otro camino para elevar mi vida es, como lo demuestro acá y como lo
recomienda él y el mismo Montaigne, remitiéndonos a los clásicos, leer a los grandes
hombres.

“A veces los hombres creen que el estudio de los clásicos tiene que ceder el paso,
por fin, a estudios más prácticos y modernos, pero el estudiante aventurero
siempre leerá a los clásicos, cualquiera que sea la lengua en que estén escritos y
por antiguos que sean”. (…) Leer bien, es decir, leer verdaderos libros con un
espíritu verdadero, es un noble ejercicio (…)” – Walden (Pág. 147)
Bibliografía

- Thoreau, Henry David. (2005, 2020). Walden o la Vida en los bosques. (ed.) 14.
Colombia. CATEDRA, LETRAS UNIVERSALES.
- Lao Tse. (1978). Tao Te King. 47. (ed.) Tercera. México La nave de los locos.
- Evangelio según Tomás (Gnóstico).
- Michel de Montaigne. (1953). Ensayos Completos. Barcelona. Obras maestras.
- Thoreau, Henry David. (2008). Del deber de la desobediencia civil. Colombia.
Asociación Lengua Franca.
- Reich, Wilhelm. (1985). La revolución sexual. Barcelona. Planeta de Agostini.
- Emerson, R. W. (1985). Hombres representativos. Buenos Aires. Editorial TOR-S.
R. L.

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