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A la Luz de la Biblia

"Antes que te formase en el vientre te conocí, y


antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta
a las naciones."
Jeremías 1:5
Ahorro
Un centavo ahorrado es un centavo
ganado,
Benjamín Franklin

Pocos pueden negar la gran verdad


encerrada en esta frase de Benjamín
Franklin, pero quizá muchos prefieran
ignorarla, no escucharla o descartarla con
argumentos del tipo: “Un centavo no me
hará ni más pobre ni más rico,” “Franklin no
tenía mis gastos,” “Sus hijos no comían
como los míos,” etc. Antes, de que se
autosugestione que no puede ahorrar,
revisemos la definición.

Según el diccionario de la Real Academia


Española, ahorro es…
1) Guardar dinero como previsión para
necesidades futuras.
2) Evitar un gasto o consumo mayor.
3) Dar libertad al esclavo o prisionero.

Y en contraste, despilfarro es…


1. Gasto excesivo y superfluo.

Estamos manteniendo una acepción que se


antoja anticuada para quien lee el
diccionario, pero que enfatiza
enormemente las características del
ahorro: Dar libertad al esclavo o prisionero.
Se podría argumentar que ese significado
es obsoleto y sin aplicación hoy en día,
pero reflexionemos otra vez. ¿No nos
convertimos acaso en prisioneros de las
deudas cuando gastamos más de lo
debido? ¿No sudamos y nos estresamos
cuando se acerca la fecha límite de pago
de la tarjeta de crédito, de los almacenes,
del banco? Hay quien espera para salir por
la mañana hasta que el vecino se aleja
para no encontrarse con él porque le debe
dinero. Ciertamente es una forma de
esclavitud de la que el ahorro podría
liberarnos.
El ahorro se refiere entonces a la
administración adecuada de los recursos,
ganados con diligencia, cuidando lo que
poseemos y gastando con mesura. Todo
comienza con el trabajo, ya que sin
ingresos, no existe nada que se pueda
ahorrar (claro que si usted es de los que
heredaron una fortuna y no necesita
trabajar, salte este párrafo y continúe
leyendo en el siguiente). Mira la hormiga,
perezoso, observa sus caminos y sé sabio:
Ella, sin tener capitán, gobernador ni señor,
prepara en el verano su comida, recoge en
el tiempo de la siega su
sustento (Proverbios 6:6-8). El trabajo es
una bendición y no una maldición como
algunas personas, quizás tratando de
parecer simpáticos, insisten. De hecho, se
trabajaba en el paraíso. Mire lo que dice
Génesis inmediatamente después de la
creación del jardín del Edén y del
hombre: Tomó, pues, Dios al hombre y lo
puso en el huerto de Edén, para que lo
labrara y lo cuidara (Génesis 2:15). Al salir
del Edén cambiaron las condiciones y
había que ganar el pan con el “sudor del
rostro” (Génesis 3:19), pero lo malo no era
el trabajo, sino el entorno que ya no era un
jardín y que estaríamos en medio de
personas alejadas de Dios. Cuidemos
diligentemente nuestro trabajo.

Una vez ganado el pan con el sudor de la


frente, debemos economizar con
regularidad. El fin del ahorro no es
acumular riquezas, sino preservar los
recursos para fines prioritarios (comprar
una casa, un auto, pagar la universidad de
nuestros hijos), planeados o no (debemos
tener dinero disponible en caso de una
enfermedad, de una emergencia, etc.)

Y debemos gastar con mesura. Aquí


conviene evaluar toda compra significativa,
frenarse para no comprar por impulso
(quizás lo más difícil, sobre todo cuando
pasamos nuestros fines de semana en los
centros comerciales en lugar de ir de día de
campo) y estar conscientes del valor real
de los productos para evitar sorpresas y/o
abusos.

Ahorrar es difícil en estos tiempos en que


prácticamente nos ruegan que aceptemos
tarjetas de crédito bancarias y de diversos
almacenes, en que existen cajeros
automáticos en cada tienda, en que nos
muestran catálogos nuestros vecinos,
amigos y aún en los aviones, en que por
TV sólo necesitamos marcar un número
telefónico, o que por Internet sólo tenemos
que dar un clic en el ratón. Si además,
ahorrar no ofrece una recompensa
inmediata como la ofrece la compra, de
verdad que se requiere fe para no perder
de vista las ventajas del ahorro. Es, pues,
la fe la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve. (Hebreos
11:1) Y la fe es una de esas virtudes que
escasean hoy en día.

Cuando vayamos de compras deberíamos


tener presente la diferencia entre hambre y
apetito. El hambre se satisface cuando
comemos, el apetito no. Lo mismo ocurre
cuando evaluamos comprar lo necesario y
lo deseado. Cuando compramos lo que
necesitamos, quedamos satisfechos,
cuando compramos lo que deseamos,
nuestros deseos se incrementan y se
desea algo de mayor precio o calidad.
¿Podremos deslindar lo necesario de lo
deseado?

Conviene entonces decidir qué vamos a


comprar antes de ir de compras para evitar
que nuestros deseos nos tiendan una
trampa. Debemos evitar a toda costa
comprar por impulso y sobre todo resistir
esas ventas bajo presión (“¡Gran oferta,
pero sólo hoy!”, “12 meses sin intereses”,
etc.) Si no tiene real necesidad de lo que
está en oferta, sólo presionará su
presupuesto.

Lo que dice la Biblia:


Tesoro precioso y aceite hay en la casa del
sabio; más el hombre insensato todo lo
disipa  (Proverbios 21:20).
Esta cita habla claramente del ahorro. Los
créditos fáciles hacen que la gente viva al
borde del precipicio, con los nervios
alterados. Sea sabio: ¡ahorre!

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