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El burro flautista El retrato de Gollilla

Esta fabulita, Si es vicioso el uso de voces


salga bien o mal, extranjeras modernamente
se me ha ocurrido ahora introducidas, también lo es, por el
por casualidad. contrario, el de las anticuadas
De frase extranjera el mal pegadizo
Cerca de unos prados hoy a nuestro idioma gravemente
que hay en mi lugar, aqueja;
pasaba un borrico pero habrá quien piense que no habla
por casualidad. castizo
si por lo anticuado lo usado no deja.
Una flauta en ellos Voy a entretenelle con una conseja;
halló, que un zagal y porque le traiga más
se dejó olvidada contentamiento,
por casualidad. en su mesmo estilo referilla intento,
Acercóse a olerla mezclando dos hablas, la nueva y la
el dicho animal, vieja.
y dio un resoplido No sin hartos celos un pintor de
por casualidad. hogaño
vía cómo agora gran loa y valía
En la flauta el aire alcanzan algunos retratos de antaño;
se hubo de colar, y el no remedallos a mengua tenía.
y sonó la flauta Por ende, queriendo retratar un día
por casualidad. a cierto rico-home, señor de gran
cuenta,
« ¡Oh!-dijo el borrico- juzgó que lo antiguo de la vestimenta
¡Qué bien se tocar! estima de rancio al cuadro daría.
¡Y dicen que es mala
la música asnal!» Segundo Velázquez creyó ser con
esto;
Sin reglas del arte y ansí que del rostro toda la
borriquitos hay semblanza
que una vez aciertan hubo trasladado, golilla le ha puesto
por casualidad. y otros atavíos a la antigua usanza.
La tabla a su dueño lleva sin
(Sin reglas del arte, el que en algo tardanza,
acierta… ¡es por obra de arte!) el cual espantado fincó, desque vido
con añejas galas su cuerpo vestido,
magüer que le plugo la faz
abastanza.

Empero una traza le vino a las


mientes
con que al retratante dar su galardón.
Guardaba, heredadas de sus
ascendientes,
antiguas monedas en un viejo arcón.
Del Quinto Fernando muchas de
ellas son,
allende de algunas de Carlos
Primero,
de entrambos Filipos, Segundo y
Tercero;
y henchido de todas le endonó un
bolsón.

«Con estas monedas, o siquier


medallas
-el pintor le dice-, si voy al mercado
cuando me cumpliere mercar
vituallas,
tornaré a mi casa con muy buen
recado».
«¡Pardiez! -dijo el otro-, ¿no me
habéis pintado
en traje que un tiempo fue muy
señoril,
y agora le viste sólo un alguacil?
Cual me retratasteis, tal os he
pagado.

Llevaos la tabla, y el mi corbatín


pintadme al proviso en vez de
golilla;
cambiadme esa espada en el mi
espadín,
y en la mi casaca trocad la ropilla;
ca non habrá naide en toda la villa
que, al verme en tal guisa, conozca
mi gesto.
Vuestra paga entonce contaros he
presto
en buena moneda corriente en
Castilla».

Ora, pues, si a risa provoca la idea


que tuvo aquel sandio moderno
pintor,
¿no hemos de reírnos siempre que
chochea
con ancianas frases un novel autor?
Lo que es afectado juzga que es
primor,
habla puro a costa de la claridad,
y no halla voz baja para nuestra edad
si fue noble en tiempo del Cid
Campeador.

Los dos loros y la cotorra La urraca y la mona


Los que corrompen su idioma no El verdadero caudal de erudición no
tienen otro desquite que llamar consiste en hacinar muchas noticias,
puristas a los que le hablan con sino en recoger con elección las
propiedad, como si el serlo fuera útiles y necesarias
tacha

A una mona 
De Santo Domingo trajo  muy taimada 
dos loros una señora.  dijo un día 
La isla en parte es francesa,  cierta urraca: 
y en otra parte española.  «Si vinieras
Así, cada animalito a mi estancia, 
hablaba distinto idioma.  ¡cuántas cosas 
Pusiéronlos al balcón,  te enseñara! 
y aquello era Babilonia.  Tú bien sabes 
De francés y castellano  con qué maña
hicieron tal pepitoria, robo y guardo 
que al cabo ya no sabían  mil alhajas. 
hablar ni una lengua ni otra.  Ven, si quieres, 
El francés, del español  y veráslas 
tomó voces, aunque pocas;  escondidas
el español al francés, tras de un arca». 
casi se las toma todas.  La otra dijo: 
Manda el ama separarlos,  «Vaya en gracia»; 
y el francés luego reforma  y al paraje 
las palabras que aprendió  la acompaña.
de lengua que no es de moda. Fue sacando 
El español, al contrario,  doña Urraca 
no olvida la jerigonza,  una liga 
y aun discurre que con ella  colorada, 
ilustra su lengua propia.  un tontillo
Llegó a pedir en francés de casaca, 
los garbanzos de la olla;  una hebilla, 
y desde el balcón de enfrente  dos medallas, 
una erudita cotorra  la contera 
la carcajada soltó,  de una espada,
haciendo del loro mofa. medio peine 
Él respondió solamente,  y una vaina 
como por tacha afrentosa:  de tijeras, 
«Vos no sois que una PURISTA».  una gasa, 
Y ella dijo: «A mucha honra».  un mal cabo
¡Vaya, que los loros son de navaja, 
lo mismo que las personas! tres clavijas 
de guitarra 
y otras muchas 
zarandajas.
«¿Qué tal? -dijo-. 
Vaya, hermana, 
¿no me envidia? 
¿No se pasma? 
A fe que otra
de mi casta 
en riqueza 
no me iguala». 
Nuestra mona 
la miraba
con un gesto 
de bellaca, 
y al fin dijo: 
«¡Patarata! 
Has juntado
lindas maulas. 
Aquí tienes 
quien te gana, 
porque es útil 
lo que guarda.
Si no, mira 
mis quijadas. 
Bajo de ellas, 
camarada, 
hay dos buches
o papadas 
que se encogen 
y se ensanchan. 
Como aquello 
que me basta,
y el sobrante 
guardo en ambas 
para cuando 
me haga falta. 
Tú amontonas,
mentecata, 
trapos viejos 
y morralla; 
mas yo, nueces, 
avellanas,
dulces, carne 
y otras cuantas 
provisiones 
necesarias».

Y esta mona
redomada 
¿habló sólo 
con la urraca? 
Me parece 
que más habla
con algunos 
que hacen gala 
de confusas 
misceláneas 
y farrago
sin sustancia.

El ciervo y la fuente La zorra y las uvas


Un Ciervo se miraba Es voz común que a más del
En una hermosa cristalina Fuente; mediodía,
Placentero admiraba En ayunas la Zorra iba cazando;
Los enramados cuernos de su frente, Halla una parra, quédase mirando
Pero al ver sus delgadas, largas De la alta vid el fruto que pendía.
piernas, Cansábala mil ansias y congojas
Al alto cielo daba quejas tiernas. No alcanzar a las uvas con la garra,
«¡Oh dioses! ¿A qué intento, Al mostrar a sus dientes la alta parra
A esta fábrica hermosa de cabeza Negros racimos entre verdes hojas.
Construir su cimiento Miró, saltó y anduvo en probaduras,
Sin guardar proporción en la belleza? Pero vio el imposible ya de fijo.
¡Oh qué pesar! ¡Oh qué dolor Entonces fue cuando la Zorra dijo:
profundo! «No las quiero comer. No están
¡No haber gloria cumplida en este maduras.»
mundo!»
Hablando de esta suerte No por eso te muestres impaciente,
El Ciervo, vio venir a un lebrel fiero. Si te se frustra, Fabio, algún intento:
Por evitar su muerte, Aplica bien el cuento,
Parte al espeso bosque muy ligero; Y di: No están maduras,
Pero el cuerno retarda su salida, frescamente.
Con una y otra rama entretejida.
Mas libre del apuro
A duras penas, dijo con espanto:
«Si me veo seguro,
Pese a mis cuernos, fue por correr
tanto;
Lleve el diablo lo hermoso de mis
cuernos,
Haga mis feos pies el cielo eternos:»

Así frecuentemente
El hombre se deslumbra con lo
hermoso;
Elige lo aparente,
Abrazando tal vez lo más dañoso;
Pero escarmiente ahora en tal
cabeza.
El útil bien es la mejor belleza.

El zagal y las ovejas La cigarra y la hormiga


Apacentando un joven su ganado, Cantando la Cigarra
Gritó desde la cima de un collado: Pasó el verano entero,
«¡Favor! que viene el lobo, Sin hacer provisiones
labradores.» Allá para el invierno;
Éstos, abandonando sus labores, Los fríos la obligaron
Acuden prontamente, A guardar el silencio
Y hallan que es una chanza Y a acogerse al abrigo
solamente. De su estrecho aposento.
Vuelve a clamar, y temen la Viose desproveída
desgracia; Del preciso sustento:
Segunda vez los burla. ¡Linda Sin mosca, sin gusano,
gracia! Sin trigo, sin centeno.
Pero ¿qué sucedió la vez tercera? Habitaba la Hormiga
Que vino en realidad la hambrienta Allí tabique en medio,
fiera. Y con mil expresiones
Entonces el Zagal se desgañita, De atención y respeto
Y por más que patea, llora y grita, La dijo: «Doña Hormiga,
No se mueve la gente escarmentada, Pues que en vuestro granero
Y el lobo le devora la manada. Sobran las provisiones
¡Cuántas veces resulta de un engaño, Para vuestro alimento,
Contra el engañador el mayor daño! Prestad alguna cosa
Con que viva este invierno
Esta triste Cigarra,
Que alegre en otro tiempo,
Nunca conoció el daño,
Nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
Que fielmente prometo
Pagaros con ganancias,
Por el nombre que tengo.»
La codiciosa Hormiga
Respondió con denuedo,
Ocultando a la espalda
Las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano
Con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿Qué has hecho en el buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
A todo pasajero
Cantaba alegremente,
Sin cesar ni un momento.»
«¡Hola! ¿con que cantabas
Cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
Baila, pese a tu cuerpo.»

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