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Lutero reconoció y admiró inmediatamente los dones del nuevo profesor. Las clases de
Melanchthon eran muy concurridas, no solo por estudiantes sino por pueblerinos y nobles
que colmaban la sala para escuchar al excepcional orador. Él se resistió a las frecuentes
solicitudes de Lutero para que alcanzara un título de doctor en teología, pero sólo accedió
a una licenciatura en teología. Terminó ese grado en su primer año en Wittenberg.
A pesar de que Melanchthon permaneció siendo un laico, él y Lutero fueron amigos muy
cercanos por el resto de sus vidas. No estaban de acuerdo en todo, pero eran mutuamente
leales y admiraban y dependían de los dones que el otro había recibido. Melanchthon fue
el sistemático en la teología de Lutero. Lutero una vez dijo: «nací para ir a la guerra y dar
batalla a las sectas y demonios. Es por ello que mis libros son tormentosos y belicosos…
Pero el maestro Felipe viene suave y pulcramente, cultiva y planta, siembra y riega con
placer, ya que Dios le ha dado en abundancia los talentos.»
Se lo conoce como el Preceptor Germano por su rol en la formación del sistema educativo
de Alemania y también por su Loci Communes, un libro de teología luterana organizado por
contenidos. Lo más notorio es que él fue el autor de la Confesión de Augsburgo, la
explicación principal de la fe luterana y uno de los documentos principales de la Reforma
Luterana.
En la primavera de 1530 el emperador convocó una dieta que tendría lugar en Augsburgo.
Lutero, Melanchthon y su compañero reformador Juan Bugenhagen se pusieron en camino
hacia Augsburgo. Lutero no pudo asistir en persona porque el Edicto de Worms lo había
convertido en un bandido en esa parte del país. En vez de ir allí, se quedó en Coburgo para
sentarse y elucubrar mientras los demás partieron viaje. El 25 de junio, el canciller Beyer
leyó en voz alta la Confesión de Augsburgo al emperador Carlos V en la Dieta de Augsburgo.
Aquí, los príncipes protestantes de Alemania jurarían lealtad a las Confesiones.
Lutero piensa que ya no queda un demonio en el infierno, todos anidan y operan en los
campesinos. «Hay que huir de ellos como del mismo demonio».
Una vez establecida la identificación entre campesinos y demonio como paradigma del mal
en sí, del mal insuperable, y luego de inculcar a la autoridad destinataria las
recomendaciones de Lutero únicamente cabía a los príncipes civiles o huir ante los
campesinos o destruir y aniquilar el satánico pacto campesino. Lutero imparte con toda
seriedad y rigor -aparte de la recomendación de huir- la divisa de aniquilar a los campesinos:
«Quien puede y quiere ahogar a un rebelde hace bien en ejecutarlo, puesto que ante un
rebelde público toda persona es dos cosas: juez y verdugo. Igual que pasa con un fuego, que
el mejor es quien primero lo sofoca… De igual manera aquí, quien pueda debe destruir,
ahorcar y asesinar, en secreto o en público… Como ocurre quien se ve obligado a matar un
perro rabioso… Un cristiano piadoso debiera sufrir cien veces la muerte, si fuera menester,
antes de aceptar lo más mínimo en el tema de los campesinos».
Lo que Lutero promueve aquí con impulso desatado es el peor linchamiento, legitima a
cualquier enemigo de los rebeldes actuar como juez y verdugo.
Pero aún más rabioso que contra los campesinos rabia Lutero contra sus líderes ideológicos,
en particular contra Thomas Müntzer. No extraña, por tanto, que utilice contra Thomas
Müntzer, con más inquina todavía si cabe que contra los campesinos el arma más
discriminadora de la religión, pervertida por el poder: la satanización en nombre de Dios,
Dios que únicamente habla por boca de Lutero. La carta de Lutero a los príncipes de Sajonia
sobre el espíritu levantisco (julio 1524) es un panfleto difamatorio y sin igual contra
Müntzer, ordenando a la nobleza sajona eliminar violentamente al «Satán maldito de
Allstedt», como cuidaba denominar a este líder revolucionario de los campesinos, a Thomas
Müntzer.
Lutero piensa que ya no queda un demonio en el infierno, todos anidan y operan en los
campesinos. «Hay que huir de ellos como del mismo demonio».
Una vez establecida la identificación entre campesinos y demonio como paradigma del mal
en sí, del mal insuperable, y luego de inculcar a la autoridad destinataria las
recomendaciones de Lutero únicamente cabía a los príncipes civiles o huir ante los
campesinos o destruir y aniquilar el satánico pacto campesino. Lutero imparte con toda
seriedad y rigor -aparte de la recomendación de huir- la divisa de aniquilar a los campesinos:
«Quien puede y quiere ahogar a un rebelde hace bien en ejecutarlo, puesto que ante un
rebelde público toda persona es dos cosas: juez y verdugo. Igual que pasa con un fuego, que
el mejor es quien primero lo sofoca… De igual manera aquí, quien pueda debe destruir,
ahorcar y asesinar, en secreto o en público… Como ocurre quien se ve obligado a matar un
perro rabioso… Un cristiano piadoso debiera sufrir cien veces la muerte, si fuera menester,
antes de aceptar lo más mínimo en el tema de los campesinos».
Lo que Lutero promueve aquí con impulso desatado es el peor linchamiento, legitima a
cualquier enemigo de los rebeldes actuar como juez y verdugo.
Pero aún más rabioso que contra los campesinos rabia Lutero contra sus líderes ideológicos,
en particular contra Thomas Müntzer. No extraña, por tanto, que utilice contra Thomas
Müntzer, con más inquina todavía si cabe que contra los campesinos el arma más
discriminadora de la religión, pervertida por el poder: la satanización en nombre de Dios,
Dios que únicamente habla por boca de Lutero. La carta de Lutero a los príncipes de Sajonia
sobre el espíritu levantisco (julio 1524) es un panfleto difamatorio y sin igual contra
Müntzer, ordenando a la nobleza sajona eliminar violentamente al «Satán maldito de
Allstedt», como cuidaba denominar a este líder revolucionario de los campesinos, a Thomas
Müntzer.
Le insulta y desacredita con epítetos como «espíritu devorador del mundo», «demonio
mendaz», «Satán por antonomasia», «espíritu mendaz», «demonio expulsado», aludiendo
con ello a su expulsión de Zwickau. En palabras de Lutero Müntzer carece de legitimación
divina, por eso habría que eliminarlo de modo violento de la «alianza» de Dios con los
escogidos. Se amotina como si él sólo fuera el pueblo de Dios, actuando sin mandato y
autorización de Dios, aunque dice responder a su espíritu». «Sería incomprensible y no
cabría disculpa ni ante la gente ni ante el mundo si los príncipes tuvieran que soportar y
padecer los puños levantiscos y criminales». En otros escritos las acusaciones y vejaciones
de Lutero para con su gran enemigo son aún más desmedidas y desatadas. En su
«Amonestación por la paz en los doce artículos del campesinado de Suabia» califica a
Müntzer de «profeta bribón», «príncipe de los demonios, que gobierna en Mühlhausen y
no hace otra cosa que robar, asesinar y derramar sangre»; en el escrito «Contra las bandas
de campesinos ladronas y asesinas» le denomina «asesino desde el inicio». Por último y
para mal Lutero redacta de nuevo un escrito contra Müntzer, preñado de odio, que lleva
por título: «Una terrible historia y un juicio divino sobre Thomas Müntzer»
Desde el principio, Zwinglio tomó en serio sus deberes sacerdotales. Más tarde escribió:
"Aunque era joven, los deberes eclesiásticos me inspiraron más miedo que alegría, porque
sabía, y sigo convencido de que daría cuenta de la sangre de las ovejas y que perecería como
consecuencia de mi descuido". El sentimiento de responsabilidad por su cargo motivó el
creciente interés de Zwinglio en la Biblia.
En una época en que los sacerdotes a menudo no estaban familiarizados con las Escrituras,
Zwinglio quedó fascinado con ellas después de comprar una copia de la traducción del
Nuevo Testamento de Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Comenzó a aprender griego por
su propia cuenta utilizando el Nuevo Testamento en griego mientras memorizaba largos
pasajes.