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La codependencia así, se puede entender como una conducta

emocional, psicológica y conductual que se desarrolla como


resultado de una exposición prolongada del individuo a, y a la
práctica de una serie de reglas y mandatos opresivos, tales como
"no sientas nada, no hables acerca de los sentimientos; no pienses,
no te identifiques con, ni hables de soluciones ni problemas; no seas
quien eres, sé buena, correcta, fuerte y perfecta; no seas egoísta,
cuida de los demás; no confíes en los demás ni en ti misma; no seas
vulnerable; no crezcas, no cambies, etc" Reglas que son un
constante ataque a la identidad y a la autoestima.

Apego ansioso: J. Bowlby describe un tipo de apego infantil, viviendo


el niño una gran ansiedad ante la separación de la figura materna.
El vínculo que estos pequeños forman con la madre no es seguro,
por lo que están en un constante estado de alerta ante la temida
separación. Esta modalidad de vínculo puede persistir en la vida
adulta con manifestaciones de temor a perder el objeto de amor o la
persona vincular, búsqueda de proximidad y protesta dolorosa ante
la separación.

Las repetidas experiencias de abandono y separación vividas en la


infancia, determinan la respuesta de ansiedad posterior a cada
separación, permaneciendo así un punto de fijación y un estado de
vulnerabilidad en las relaciones objetales que se manifestarán con
un apego ansioso posterior. Aquí la necesidad insatisfecha es la de
protección y cuidado, por lo que las figuras vinculadas no son una
"base segura"

Dependencia emocional: "un patrón persistente de necesidades


emocionales insatisfechas que se intentan cubrir
desadaptativamente con otras personas". Necesitan excesivamente
la aprobación de los demás, sus relaciones suelen ser exclusivas y
"parasitarias". Aquí la necesidad principal es la de afecto, el anhelo
por preservarlo, no tienen como fin la autodestrucción que se puede
encontrar en las personalidades autodestructivas o masoquistas,
sino que tienen una autoestima deficiente, un sentimiento continuo
de soledad y una insaciable necesidad de afecto que puede llevarles
a elegir una pareja que las maltrate o explote, en donde su
subordinación es un medio y no un fin, por lo que si realiza
conductas semejantes al de la persona codependiente, lo hará
únicamente para asegurarse la preservación de la relación y no por
una entrega y preocupación por el otro que caracteriza al
codependiente.

Estos diferentes patrones de relación patológica pueden llevar a la


violencia en la pareja o a la violencia intrafamiliar. Definiremos la
violencia en el hogar o violencia doméstica como "todo acto
cometido en la unidad doméstica por un miembro de la familia que
perjudica gravemente el cuerpo, la integridad psicológica o la
libertad de otro miembro de la familia. Si bien sus principales
víctimas son niños, ancianos y mujeres, éstas últimas son las más
agredidas"
Irene Meler, considera que "la violencia intragénero se relaciona con
la asimetría jerárquica existente entre varones y mujeres. En
algunos casos es expresión directa de la extremada subordinación
femenina, y en otros, una manifestación mediante la cual se
pretende reinstalar el dominio masculino amenazado. En última
instancia, el sistema sexo género, o la división polarizada entre los
géneros, crearía las condiciones de posibilidad de la violencia".
En la consulta terapéutica con mujeres agredidas física y
emocionalmente, es frecuente encontrar: una conducta
autodestructiva a través de la aceptación de la conducta agresiva
de la pareja, con incapacidad para poner límites. Tensión y ansiedad
que las llevan a estar en constante estado de alerta, supervisando
la conducta de los demás, y trabajando por que todo esté correcto.

Temor a mostrar sus sentimientos y miedos como temor al


reproche, al castigo, a la incomprensión, a la soledad, a ser
traicionada, a la enfermedad de algún ser querido, al sufrimiento, a
ser egoísta y no poder corresponder a las exigencias de los demás,
etc.
Baja autoestima, con sentimientos de vergüenza y desprecio hacia
sí misma y una incapacidad para cuidarse, autovalorarse y
responsabilizarse de ellas mismas; ofrendando todo sin límites, con
una necesidad obsesiva de reparación infructuosa.

Síntomas físicos como pérdida de apetito, alteraciones en el sueño y


la memoria, pérdida o poco interés en las relaciones sexuales, fatiga
crónica, problemas digestivos, endocrinos y dermatológicos.

Los estudios de género, han permitido profundizar en la


estructuración de la subjetividad femnina/masculina que permiten
una comprensión de las conductas en ocasiones paradójicas que
encontramos en éstas pacientes. En la mayoría de los casos como el
antes expuesto, independientemente de la personalidad
estructurada, encontramos un conflicto entre los mandatos de
género y la satisfacción personal de la mujer que generan intensos
sentimientos de culpa. Es decir, un conflicto activado entre el
superyó de la mujer y sus necesidades personales.

La teoría de relaciones objetales nos permite comprender cómo se


estructura el mundo interno a través de los mecanismos de
introyección y proyección. El yo se identifica con algunos de los
objetos introyectados, dando lugar a la identificación introyectiva,
contribuyendo así a su desarrollo y características. Un yo integrado
es capaz de discriminar entre experiencias de diversa índole y
valorarlas como parte de la vida. Parte de los objetos buenos y de
los objetos malos son disociados del yo hacia el superyó, lo que
permite estructurar un superyó con cualidades protectoras y
amenazantes. La parte del superyó ligado al objeto bueno se
asemeja a la madre buena real que alimenta y cuida, predominando
un sentimiento de protección y confianza. La parte ligada al objeto
malo frustrador, se convierte en parte en el representante de la
madre que frustra, despertando ansiedad con sus prohibiciones y
acusaciones, predominando así, el miedo y la inhibición.

La acción del superyó entonces, va desde la limitación de los


impulsos destructivos, la protección del objeto bueno y la
autocrítica, hasta las amenazas, quejas inhibitorias y persecución.

Los mensajes recibidos por las generaciones que nos anteceden


dentro de este mundo interno rico en relaciones, implican la
transmisión de legados, ideales, valores, identificaciones y por tanto
modelos de relación que estructuran el superyó y el ideal del yo.

Otto Kernberg, señala que "la pareja se vuelve depositaria de las


fantasías y los deseos conscientes e inconscientes de los
partenaires y de sus relaciones objetales internalizadas. (...) La
patología severa del superyó en uno de los partenaires puede
generar el empleo de la identificación proyectiva, y esta defensa
dificulta la rebelión. La consecuencia puede ser la destrucción del
equilibrio de la pareja cuando se apoderan de la relación introyectos
superyoicos sádicos"

Nora Levinton, señala que "el incumplimiento del sistema normativo


produce culpabilidad cuando se transgrede y sufrimiento narcisista
cuando no se alcanzan los ideales. El juicio incide sobre la
desaprobación global no por lo que hizo sino por lo que se es (mujer
que no cuida la relación, que permite que se deteriore, que no alivia
el sufrimiento del otro, etc.)"

"La modalidad de funcionamiento está dada por las reglas de


cumplimiento de las normas e ideales. Correspondería al concepto
de ‘metaideales’, propuesto por H. Bleichmar, que son creencias
inconscientes, no formuladas, que determinan el grado en que al
sujeto le es admisible el apartamiento respecto de los ideales. La
severidad del superyó se basa en esta condición funcional –ideales
sobre el cumplimiento de ideales-, y no en las temáticas de los
contenidos de los ideales particulares".

La mujer va estableciendo así un código de autocensura conforme


al modelo de los metaideales condicionados por el género. Para
comprender las influencias externas e internas que llevan a la niña
al establecimiento de éste código y a la estructuración de su
superyó, que signarán sus posteriores relaciones en su vida adulta,
se considerarán algunos factores que propone al respecto Nora
Levinton:
La madre al ser la primera figura de apego, es la fuente de
identificación, el soporte de especularización, la transmisora de un
modelo de feminidad que es prescriptivo por excelencia, dejando su
impronta fundamental, estableciendo pautas normativas estrictas
sobre lo que está permitido o censurado hacer, pensar y decir.
Legisla lo que es bueno o malo y lo que corresponde para ser mujer.
Este modelaje configurará la identidad de género, que favorece la
no discriminación y refuerza los sentimientos de fusión.

Los mandatos de género se organizan tempranamente en el


psiquismo femenino como precursores de lo que configurará la
especificidad de su superyó. La madre será la representante del
paradigma que valoriza como lo propio del género el cuidado de la
vida y de las relaciones. Como consecuencia, su configuración
psíquica, su subjetividad y su equilibrio emocional dependerán de
este foco de atención y preocupación, cuya amenaza más temida
será la pérdida de amor. Sobre este superyó preedípico se asientan
las posteriores restricciones y determinaciones.
Al recaer en la madre tanto la sede del apego como el papel de
primera figura que genera frustración e insatisfacción, se
promueven fuertes sentimientos de ambivalencia, pues esto supone
para la propia madre ocupar un lugar donde o se le juzga
negativamente por ser en exceso controladora o, se le recrimina no
ocuparse debidamente de sus hijos. La hija en la pubertad
cuestionará y repudiará a la madre, para poder conquistar la
autonomía que siente amenazada en este vínculo. Será ésta una
separación forzosa de la relación de la madre/persona pero
manteniendo el estereotipo de su modelo y posteriormente en la
relación de pareja reclamará un cuidado emocional como una
manera de reasegurar su vínculo, el que al no ser satisfecho por un
varón al que no se le ha exigido cumplir esta misma tarea, llevará a
un desajuste entre las diferentes necesidades de ambos, generando
malestar y conflicto.

La identificación primaria a la madre cuidadora, que se reproduce


en forma lúdica en el juego con las muñecas, será resignificado en
las distintas etapas de la vida. En la relación de pareja este
contenido se activará nuevamente, y por mandato de género la
mujer se hará cargo del bienestar y la salud de la relación. Si su
identidad se basa en su capacidad de relacionarse, estar sola la
conduce a la más baja autoestima.

Desde el formato de género se potencia el rol maternal que es


transferido a todo tipo de relaciones, ofreciendo casi
indiscriminadamente ese único rol. Como consecuencia, la mujer se
siente atrapada en vínculos que, por una parte la refuerzan
narcisísticamente al sentirse necesitada y por otra, la frustran e
irritan, porque paralelamente registra el abuso en términos de
explotación e intercambios no correspondidos.
La autocrítica del superyó por infringir los mandatos de género de
docilidad, obediencia, complacencia para evitar conflicto, empatía y
cuidado de los demás, tiñe el universo subjetivo femenino de culpa.
Si sumamos el factor de la desvalorización que codifica la
emocionalidad de la mujer que queda asociada a debilidad,
descontrol y dependencia, la consecuencia directa será el
autoreproche, la culpabilización y descalificación, lo que conlleva
una tendencia a la hipervigilancia sobre el estado de bienestar del
vínculo, con aprensión y temor siempre presente a la separación y a
la pérdida.

La interrelación de todos estos factores impacta la construcción de


la subjetividad y el superyó femenino, con sus poderosos efectos
sobre el psiquismo de la mujer."

Desde una perspectiva psicoterapéutica, es importante entonces,


acompañar a la mujer en el análisis y elaboración de los factores
que permitirán la re-estructuración de un superyó más benevolente,
con ideales más acordes a su condición de mujer y a su realidad, y
por tanto factibles de ser realizados.

De aquí la necesidad de trabajar los siguientes aspectos:


reconocimiento y manifestación de los sentimientos ambivalentes;
discriminación entre los mandatos imperativos y categóricos como
normas incorporadas y los genuinos y muy respetados deseos
personales; reconocimiento y aceptación de una natural necesidad
de apego, que permita jerarquizar las motivaciones externas al
mismo; resignificación de los propios ideales, que pueden ser tan
válidos como la concreción de una pareja o la maternidad; buscar
nuevos motivos y relaciones que equilibren el compromiso
emocional y cognitivo. En suma, que aprenda a valorarse y a
relacionarse consigo misma, en todos sus aspectos positivos y
negativos.

Relaciones codependientes y autoestima


La codependencia, uno de los síntomas de la autoestima baja

Codependencia es una condición emocional y de comportamiento


que es aprendida. La codependencia es una adicción a las
relaciones, una dependencia, por lo tanto es un síntoma de baja
autoestima. La codependencia crea una relación destructiva con los
demás porque es abusiva.

Una persona codependiente tiende a olvidarse de sí mismo y se


centra en los problemas de los demás. Desea rescatar a los otros
pero como se niega a sí mismo, vive fustrado y resentido. El
codependiente tiene miedo de ser abandonado por eso cree que es
mejor sentirse necesitado.

Causas de codependencia

Algunas causas de codependencia son:

1. Haber nacido en una familia donde existió el abuso emocional,


físico o sexual.
2. Haber crecido en una familia donde no se resolvieron
problemas de adicciones como ser drogas o alchool. Donde se
evitaron las discusiones, se esperó la perfección, se reprimieron los
sentimientos. Y la famosa mentalidad: haz lo que te digo pero no lo
que yo hago.

Algunos síntomas de codependientes:

* Una fuerte necesidad de dar más de lo que reciben. Piensan que


los demás son más importantes. Sienten miedo al abandono
entonces tratan de quedar bien con todos. Las necesidades de los
demás son más importantes que las de ellos.
* Se sienten heridos fácilmente si nadie reconce sus esfuerzos.
Siempre dicen: después de todo lo que hice….”. Este
comportamiento surge porque alimentan su autoestima sintiéndose
necesitados y reconocidos por otros. Los codependientes buscan
constante aprobación de los demás. Si no son reconocidos se
vuelven resentidos e inseguros.
* Siempre se sienten culpables cuando son asertivos y expresan
sus pensamientos y sentimientos. Muy profundamente piensan: no
deberia de haber dicho eso… Como sienten miedo de ser
abandonados o rechazados, piensan que si expresan lo que sienten
y a los demás no les gusta, los abandonarán. Los codependientes
creen que tienen que ser sumisos y pasivos. Se devaluan a sí
mismo, bajan su autoestima para evitar el rechazo.

Una de las características de la codependencia es excesivo cuidado


de los demás, pero no de ellos mismos. Tratan de arreglar a otras
personas y cambiarlas, se sienten responsables de los demás y
manipulan sus relaciones con la culpa.

La codependencia lleva a sentir una necesidad de complacer a los


demás constantemente. ¿Puede usted identificarse con algunos de
estos síntomas?. ¿Está usted demasiado preocupado acerca de lo
que los demás piensan de usted?

Como superar la codependencia

1. Aumente su autoestima concentrándose en sus talentos,


sentido del humor y creatividad.
2. Si las personas no le piden ayuda no trate de ayudarlas.
3. Sea asertivo, esprese sus pensamientos y sentimientos de
manera saludable.
4. Escuche a las personas que ama sin darles consejos.

Pero sobre todas las cosas comienze a tomar conciencia que usted
tiene su propia vida que vale y que sus necesidades son
importantes. Aprenda a poner límites y libere su necesidad de
arreglar los problemas de todas las personas.

El concepto se profundizó en su comprensión, definiendo al


codependiente como aquella persona que se dedica a cuidar,
corregir y salvar a un drogodependiente, involucrándose en sus
situaciones de vida conflictivas, sufriendo y frustrándose ante sus
repetidas recaídas, llegando a adquirir características y conductas
tan erróneas como las del propio adicto. Sin embargo, actualmente
el concepto de codependencia tiende a ampliarse aún mas, y
comprenderse como un grave problema que deviene de estar
obsesivamente involucrado en los problemas de "otras personas".
Estas personas con quienes el codependiente se relaciona de
manera adictiva, pueden ser personas con dependencias adictivas,
con enfermedades crónicas de carácter orgánico o trastornos
crónicos de tipo psicológico-emocional.

Los codependientes se caracterizan por estar tan preocupados y


absortos en tratar de rescatar, proteger o curar a otro, que en el
proceso encaminan sus propias vidas hacia el caos. La conducta
codependiente se caracteriza por tener un efecto contraproducente
lesionado tanto al "ayudador" como al ayudado. (Washton y Boundy
-21-).

La expresión sintomática del codependiente se caracteriza por la


necesidad de tener el control sobre el otro, por una baja autoestima,
por un autoconcepto negativo, por la dificultad para poner límites,
por la represión de sus emociones, por hacer propios los problemas
del otro, por la negación del problema, por ideas obsesivas y
conductas compulsivas, por el miedo a ser abandonado, a la
soledad o al rechazo, por su extremismo (o son hiperresponsables o
demasiado irresponsables). Además se siente víctima porque
sacrifica su propia felicidad, tiene dificultad para la diversión y se
juzga sin misericordia.

Pero la sintomatología caracterizada por estar focalizado en otro de


manera obsesiva y controladora, tiene su contrapartida, la pérdida
del cuidado y la preocupación por uno mismo. Es decir nos
volvemos codependientes cuando evitamos ponernos en contacto
con nuestros propios problemas emocionales, y no asumimos la
responsabilidad por el cuidado de nosotros mismos y de nuestro
bienestar, volcando la atención sobre las necesidades de otras
personas. Los codependientes suelen estar tan preocupados por los
otros, que llegan a negar su verdadero sí mismo y no consiguen
saber quiénes son en realidad.

Como señala Charles Whitfield (24) " ...cuando nos concentramos


demasiado fuera de nosotros mismos, perdemos contacto con
aquello que está dentro de nosotros: nuestras creencias,
pensamientos, sentimientos, decisiones, elecciones, experiencias,
deseos, necesidades, sensaciones, intuiciones, experiencias
inconscientes, y aún aquellos indicadores del funcionamiento de
nuestro cuerpo, como el ritmo cardíaco y respiratorio. Estos y otros
elementos son parte del exquisito sistema de retroalimentación que
podemos llamar nuestra vida interna. Nuestra vida interna es la
parte mas importante de nuestra conciencia. Y nuestra consciencia
es quien somos nosotros nuestro verdadero si mismo."

# El concepto del Niño-adulto y del Adulto-niño

El rasgo mas distintivo de una familia generadora de adicción según


Washton y Boundy (21) , es que deja sin satisfacer las necesidades
de dependencia de sus hijos. Estas necesidades normales en la
niñez no se ven satisfechas debido a que los padres no pueden
hacerse cargo de ellos por distintos motivos (enfermedad física,
mental, adicciones, ausencia física). En esta situación, los niños se
ven obligados a depender y cuidar de sí mismos, hacerse cargo
muchas veces de sus hermanos, cuando no de sus padres. De esta
manera se genera un personaje niño-adulto, prematuramente
enfrentado con responsabilidades que superan sus posibilidades
emocionales.

Este Niño-adulto recurre a algunos mecanismos que son los que


luego definen el perfil codependiente: negación (de sus propias
necesidades emocionales) omnipotencia, perfeccionismo, control,
etc. Cuando este niño llega a la vida adulta, nos encontramos con el
Adulto-niño que ha desarrollado una cantidad de recursos para
hacerse cargo, satisfacer las necesidades, y/o controlar la vida de
los otros, mientras permanece enajenado de sí mismo.

# La familia del codependiente

Normalmente los seres humanos crecemos en el seno de una


familia dicen Washton y Boundy (21) y en el caso de las
personalidades adictivas, las vemos desarrollarse en lo que
conocemos como "familias disfuncionales". .una simple observación
nos permitirá reconocer a estas familias disfuncionales como la
norma (es muy probable que casi todos nosotros hayamos crecido
en el seno de una familia con problemas emocionales). Estas
familias se caracterizan fundamentalmente por carecer de
capacidad para brindar los recursos necesarios para enfrentar las
crisis, las dificultades y los procesos de la vida. Algunas veces uno
de los miembros del grupo familiar es un adicto, o bien se trata
simplemente de personas con serios trastornos emocionales o
problemas orgánicos crónicos. Otras veces los personajes paternos
simplemente están ausentes. Por todos estos diferentes motivos
estas figuras no consiguen aportar el apoyo emocional necesario
para el desarrollo del niño y no le provéen de modelos sanamente
adaptativos.

Charles Whitfield (24) agrega que aprendemos a ser


codependientes de otros que nos rodean. En este sentido, ésta no
es solamente una adicción sino -según el autor- también una
enfermedad adquirida por contagio. Desde el momento en que
nacemos, vemos modelos de conducta codependiente que nos son
enseñadas por lo que parece un interminable cadena de gente
importante para nosotros: padres, maestros, parientes, amigos,
héroes y heroinas. La codependencia es además reforzada por los
medios, el gobierno, la religión organizada y las profesiones
relacionadas con el cuidado de la salud.

# Síntomas nucleares o primarios de la Codependencia Según Pía


Mellody (16):

1 - Dificultad para experimentar niveles apropiados de autoestima.


2 - Dificultad para establecer límites funcionales con las demás
personas; es decir para protegerse a sí mismos.
3 - Dificultad para asumir adecuadamente la propia realidad; es
decir para identificar quién se es, y cómo compartir adecuadametne
con los demás.
4 - Dificultad para afrontar de un modo interdependiente las propias
necesidades y deseos como adulto; es decir para cuidar de sí
mismo.
5 - Dificultad para experimentar la propia realidad con moderación,
es decir para ser apropiado con la edad y las diversas
circunstancias.

Síntomas secundarios: (surgen del problema nuclear que es la


deteriorada relación que mantienen con ellos mismos) a) control
negativo; b) rencor ; c) espiritualidad deteriorada; d) adiciones o
enfermedad mental o física y e) dificultad con la intimidad.

# Algunas características de la Codependencia Según Charles


Whitfield (22):

. Mis sentimientos acerca de quién soy yo, se sostienen si soy como


tú quieres que sea y recibiendo tu aprobación.
. Tus problemas afectan mi serenidad. Yo concentro mi atención en
resolver tus problemas o aliviar tu dolor.
. Yo concentro mi atención en darte el gusto, protegerte o
manipularte para que hagas las cosas "a mi manera'.
. Yo elevo mi autoestima resolviendo tus problemas y aliviando tu
dolor.
. Yo dejo de lado mis hobbies e intereses. Paso mi tiempo
compartiendo tus intereses y tus hobbies.
. Porque siento que eres un reflejo de mí mismo, mis deseos indican
cómo debes vestirte y cómo ha de ser tu imagen personal.
. Mis deseos dictan también tu conducta.
. No soy consciente de cómo me siento. Soy consciente de como tú
te sientes.
. No soy consciente de lo que quiero. Yo pregunto qué es lo que tu
quieres.
. Yo no soy consciente de algo; asumo que las cosas son de cierta
manera (no verifico, no pregunto).
. Los sueños que tengo sobre mi futuro están relacionados contigo.
. El miedo que tengo a tu enojo y tu rechazo determina que es lo
que hago o digo.
. En nuestra relación utilizo el "dar" como una manera de sentirme
segura/o.
. Como me involucro tan exclusivamente contigo, mi círculo social
se achica.
. Para conectarme contigo pongo mis valores de lado.
. Valoro tu opinión y la manera en que haces las cosas, mas que mi
propio modo.
. La cualidad de mi vida, depende de la cualidad de la tuya.

# La adicción al amor y la adicción a la evitación

Según Pía Melody (16) la codependencia puede tomar la forma de


adicción al amor cuando se da dentro del vínculo de pareja, en
donde puede verse muchas veces un interjuego de dos roles
complementarios, por un lado un codependiente que es "adicto al
amor" y su contraparte, otro codependiente que es "adicto a la
evitación". Ambos roles pueden ser jugados tanto por hombres
como por mujeres, aunque es mas común ver a las mujeres como
adictas al amor y a los hombres como adictos a la evitación.
También pueden verse los dos roles en la misma persona en
distintos momentos o con distintas parejas.

Características y principales síntomas del comportamiento del


adicto al amor y a la evitación según Pía Mellody (16):

Adicto al amor:

1 - Asignan una cantidad de tiempo, desproporcionada, una


atención y un "valor por encima de ellos mismos" a la persona a la
que son adictos, y es forma de centrar la atención tiene a menudo
una cualidad obsesiva.
2 - Tienen expectativas irreales por lo que se refiere a la
consideración positiva incondicional de la otra persona que forma
parte de la relación
3 - Descuidan cuidarse o valorar a sí mismos mientras están en la
relación.

Los adictos al amor suelen sentirse atraidos hacia personas que


muestran ciertas características identificables y bastante
predecibles, y las personas con esas características se sienten
atraídas hacia los adictos al amor. A estos podemos llamarlos
adictos a la evitación ( se observan con mayor frecuencia en la
parte masculina de una relación romántica, aunque a veces puede
suceder lo contrario)

Adicto a la evitación:

1 - Se evaden intensamente en la relación, al crear intensidad en


otras actividades, habitualmetne fuera de la relación (suele tratarse
de adicciones)
2 - Evitan el ser conocidos en la relación con el objeto de protegerse
a sí mismos de la absorción y el control por parte de la otra persona.
3 - Evitan el contacto íntimo con su pareja, para lo cual utlilizan una
variedad de procesos que llamamos técnicas de distanciamiento.

Anne Wilson Schaef (22) por su parte, profundiza y diferencia otros


tipos de relaciónes adictivas entre las cuales están: la adicción a los
romances, a las relaciones y adicción al sexo.

Adicción a los romances:

Las personas adictas a los romances presentan todas las


características de cualquier otro adicto. Tienen la misma visión
distorsionada de la realidad que ellos. Sus procesos de pensamiento
se vuelven confusos y enfermizos. .Están tan centrados en imaginar,
que la realidad parece no existir. Inician una relación sexual o
simplemente una relación sin estar interesados por ninguna de las
dos.. Buscan el "golpe" y el "riesgo" de la experienica romántica o
de la nueva aventura. Son expertas en intimidad instantánea "la
primera vez que nuestras miradas se cruzaron supe que era
amor".La verdadera intimidad los asusta y la evitan sirviéndose de
su enfermedad. .La adicción a los romances es progresiva. Sus
adictos pasan cada vez mas tiempo en sus ilusiones y se alejan
cada vez mas de todos los aspectos de su vida, de sus familias, su
trabajo, sus amistades y de sí mismos. Anne Wilson Schaef (22).

Adicción a las relaciones:

Existen dos clases principales de adicción a las relaciones. En la


primera, la persona es adicta a tener una relación -cualquier
relación, real o en la fantasía-. En la segunda, una persona es adicta
a una relación concreta con una persona concreta. En la primera, la
persona está enganchada a la idea, y en la segunda está
enganchado a la persona.
.Las personas adictas a una relación son adictas al concepto de la
relación. Se relacionan con su idea de la relación, la realidad de la
otra o de las otras personas es irrelevante. Están dispuestos a
sacrificar los valores personales, espirituales y morales para
aferrarse a la ilusión que tienen de una relación. La ilusión misma es
lo que proporciona la dosis.
.Los adictos a las relaciones quieren una relación. No les preocupa
quién o qué es la otra persona. Simplemente quieren a alguien, no
consideran la relación como algo que evoluciona.
Los adictos a las relaciones han desarrollado habilidades para crear
relaciones (enfermizas, no-relaciones o seudorelaciones). Y con
frecuencia habilidades mas seductoras y útiles como la de saber
escuchar, compartir sentimientos (aunque no reales o difíciles de
comunicar), estar presentes y prestar atención. Por ello son muy
difíciles de detectar (por parte de sí mismos y de los demás).
.Utilizan para manipular y controlar, habilidades que parecen ser
útiles para desarrollar una relación. Es decir "protegen su
suministro" haciendo "todo lo que hay que hacer" en una relación.
Conocen y practican las habilidades superficiales de la interacción
social. No saben cómo establecer una verdadera intimidad, y su
habilidad máxima consiste en fingir una relación. .Les aterroriza
estar solos y por ello cambian de una relación a otra. Nunca se
toman tiempo para sentir le dolor del término de una relación y en
consecuencia llevan consigo todos los sentimientos no resueltos a la
nueva relación. Anne Wilson Schaef (22)

Adicción al sexo:

El modelo adictivo nos permite comprender una gama de


comportamientos sexuales que de alguna manera han sido
asumidos en la sociedad como comportamientos normales. Al
demostrar el matiz adictivo de estos comportamientos se ha abierto
la posibilidad de ayudar a los adictos sexuales que sufren y padecen
una enfermedad progresiva y fatal que también puede causar
estragos en los demás. Esta adicción, como cualquier otra,
constituye una alteración del estado de ánimo y afecta al individuo
como cualquier droga que altera el ánimo. La obsesión sexual se
convierte en una "dosis" y las personas adictas la obtienen de la
dosis del sexo.

.. La obsesión sexual llega a controlar la vida de las personas, que


cada vez necesita mas tiempo y energía en la actividad sexual para
obtener los mismos resultados.
.La sexodependencia es una obsesión y una preocupación por el
sexo, en las que todas las percepciones y relaciones son vistas de
un punto de vista sexual. Esta situación es fuente de dolor, de
confusión y de miedo para la persona adicta y para aquellas con las
que el adicto intenta relacionarse. .La sexodependencia es una
dependencia que se oculta porque comporta un componente
particularmente grande de vergüenza y de negación.
Paradójicamente es una de las dependencias que está mas asumida
en nuestra sociedad como "normal".

La adicción al sexo se puede presentar en una forma que se ha


llamado "anorexia sexual", que según Patrick Carnes (7) se
caracteriza por:

- Terror al placer sexual


- Miedo morboso y persistente al contacto sexual
- Obsesión y extrema vigilancia con respecto a asuntos sexuales
- Preocupación por la actividad sexual de los demás
- Deformación de la apariencia corporal
- Aborrecimiento extremo de las funciones corporales
- Dudas obsesivas sobre la propia adecuación sexual
- Actitudes rígidas y enjuiciadoras sobre la conducta sexual
- Vergüenza y aborrecimiento por las experiencias sexuales propias
- Necesidad de evitar la intimidad a causa del miedo sexual
- Conducta autodestructiva para limitar, detener o evitar del sexo.

Cualquier forma de sexodependencia se presenta frecuentemente


asociada con alguna de las demás dependencias adictivas.

Abuso físico, Abuso y Acoso moral y Codependencia:

La existencia de personalidades con características psicopáticas en


donde la mentira, la manipulación y el abuso físico y acoso moral
son las reglas de juego, los convierte en potenciales parejas de los
codependientes. Estas personalidades atraen al codependiente que
tiene que atender, cuidar, y estar al servicio de ellas. Generan una
relación de tipo vampírica, en donde el codependiente es "chupado"
y agotado, conviertiéndose en la víctima que intenta satisfacer
permanentemente a su victimario.

La violencia física es una evidencia clara del abuso, pero la violencia


solapada, subterránea, que se manifiesta a través de comentarios
descalificadores; de ironías; de un silencio manipulador; o bien de la
permanente culpabilización de la víctima, es la mas difícil de
desenmascarar. En la obra de Marie France Hirigoyen (10) a estas
personalidades abusadoras se las designa con el nombre de
perversos narcisistas.

La autora se ha encargado de describir con detalle estas


personalidades y sus modalidades vinculares con sus víctimas, y es
en éstas últimas que podemos reconocer con facilidad el perfil
codependiente:
...Las víctimas normalmente sufren en silencio.. Socialmente a
menudo se niega o se quita importancia a la violencia perversa en
la pareja y se la reduce a una mera relación de dominación.
También señala la tendencia de la psicología psicoanalítica a hacer
a la víctima responsable por las conductas violentas del abusador.
Muchas veces las agresiones son sutiles, no dejan rastro tangible y
los testigos suelen interpretarlas como simples aspectos de una
relación conflictiva.La víctima no se da cuenta de que esta siendo
manipulada, y sólo cuando la violencia se vuelve muy explícita, es
que el misterio se devela con la ayuda de intervenciones
externas.La relación siempre empieza con encanto y seducción y
termina con comportamientos psicopáticos graves. En la primera
fase las víctimas son paralizadas, en la siguiente son destruidas.

La identidad del codependiente se hace clara en el trabajo de


Hirigoyen (10) cuando señala que la víctima ideal es una persona
muy escrupulosa que tiene una tendencia natural a
culpabilizarse.Una personalidad pre-depresiva, apegada al órden,
que se sacrifica por los demás y que acepta con dificultad que otros
la ayuden. Personas que se ganan el amor del otro siendo
generosos y poniéndose a su disposición. Que soportan mal las
torpezas y los malos entendidos e intentan subsanarlos y en caso de
dificultad multiplican sus esfuerzos, se agotan, se sienten superados
por los acontecimientos, se culpabilizan, trabajan aún mas: "Si mi
compañero no está contento o es agresivo, es por culpa mía".
.Cuando se comete un error, tiende a atribuírselo. Los perversos
narcisistas por su parte, vuelcan su culpabilidad sobre su víctima.
Con el fin de eludir la violencia las víctimas tienden a mostrarse
cada vez mas amables y conciliadoras. Viven con la vana esperanza
de que ese odio se disolverá en el amor y la benevolencia

La tarea de recuperación en la Codependencia


La Codependencia como las demás adicciones es una enfermedad.
En el ámbito de las adicciones, se utiliza el concepto de
recuperación en lugar del de curación.

Desde el punto de vista psicológico Charles Whitfield (24), asienta la


recuperación en varios puntos:

1- Reconocer que somos impotentes con respecto al poder que


podemos ejercer sobre otros, de tal manera que nuestra vida se ha
vuelto inmanejable.

2- Como la codependencia es una enfermedad caracterizada por la


pérdida o alejamiento del sí-mismo, la recuperación implica
comenzar a reconocer nuestro verdadero sí-mismo, y en él sus
deseos y necesidades.

3- Identificar y reconectarnos emocionalmente con nuestro dolor


proveniente de pérdidas por las que no hemos hecho los duelos
correspondientes, o las experiencias traumáticas, acomañados por
un personas seguras y entrenadas.

4- Identificar y elaborar nuestros temas principales.

Los abordajes terapéuticos de los puntos señalados implican un


compromiso cognitivo, emocional y experiencial. Estos abordajes
pueden ser realizados en los ámbitos de: los grupos de autoayuda;
los grupos psicoterapéuticos y en el de la psicoterapia individual.
Estos diferentes ámbitos no son excluyentes sino complementarios
en el camino de la recuperación.

# Los grupos de autoayuda:

Los grupos de autoayuda son una forma específica de redes


sociales. La red genera una cantidad de energía tal que es capaz de
remodelar la sociedad, ofreciendo al individuo apoyo emocional,
intelectual, espiritual, transformándose en "un hogar invisible".

Los grupos de autoayuda brindan contención emocional para


enfrentar situaciones angustiantes psíquicas y/u orgánicas, así sus
miembros se ayudan unos a otros, mientra que simultáneamente
adquieren la fortaleza del grupo como unidad. La función de estos
grupos es ofrecer apoyo y enriquecimiento mutuo, fortalecer a los
individuos y cooperar en su transformación. Se logra así
comprender mejor la situación, intercambiar conocimiento y
experiencias, y por lo tanto recuperarse de situaciones o
enfermedades psicológicas u orgánicas, o bien evitar su avance,
limitando de esta forma sus consecuencias. El sólo hecho de poder
compartir con los pares las vicisitudes del problema que lo aqueja,
es un hecho terapéutico.

Sus miembros se reúnen en iglesias, hospitales, escuelas y a veces


en los propios hogares, tratando de tener una actitud democrática y
abierta a la comunidad. Deciden la periodicidad de sus reuniones, y
suelen hacerlo semanalmente entre una y dos horas, en recintos no
muy grandes. Suelen contar con una cantidad de integrantes
habitualmente no mucho mayor de veinte personas, eligiéndo a los
coordinadores de entre sus componentes.

De esta manera, creando un ambiente cálido y hospitalario, tratan


de sentarse en círculo, para poder compartir mejor sus experiencias
y opiniones frente al resto del grupo. Y entre todos tratan de
establecer códigos internos y objetivos que los cohesionen.
Normalmente en estos grupos existen entre sus miembros ciertos
supuestos sobre la forma de vincularse. No se juzga ni se critica, no
se interpreta ni se aconseja. Tampoco se establecen diálogos ni
discusiones. Cada participante habla desde su propia experiencia.
Las personas reflexionan pidiendo la palabra uno a la vez sobre los
temas que les ocupan y comparten sus pensamientos con el resto
del grupo para ser respetuosamente escuchados.

Guiados habitualmente por un "programa de 12 pasos", sus


objetivos implican el crecimiento personal psicológico y espiritual. Al
convertirse en observadores de sus propios procesos, van tomando
consciencia de sus posibilidades de cambio, y del hecho de que los
seres humanos pueden elegir su conducta cooperando con una
fuerza superior a sí mismos. En este contexo, se entiende por
fuerzas superiores, no sólo la idea de Dios, tal como lo comprenden
las religiones tradicionales, sino cualquier elemento superior a uno
mismo, como podría serlo el mismo grupo, o cualquier clase de
entidad mayor al sí mismo.

Este modelo, usado por una gran mayoría de grupos en el trabajo


de recuperación de diferentes conductas adictivas, fue creado hace
más de 60 años en EEUU por dos alcohólicos que se reunieron con
el objetivo de darse mutuo apoyo para enfrentar el problema del
alcohol.

# La psicoterapia grupal:

Esta debería ser una psicoterapia grupal dirigida particularmente a


codependientes, o a personas que presentan el cuadro del Adulto-
niño provenientes de familias disfuncionales, y coordinada por un
psicoterapeuta especializado en codependencia.

# La psicoterapia individual:

Es una psicoterapia en donde se pueden identificar, reexperimentar


y elaborar las experiencias de pérdidas (duelos), abusos o traumas
infantiles o de la vida adulta del codependiente. Este espacio
permite además profundizar en aquellos aspectos de la
codependencia que el sujeto va identificando a través de su
participación en los grupos, tanto de autoayuda como
psicoterapéuticos.

# La literatura sobre el tema

La lectura del material de divulgación sobre el tema adictivo es uno


de los elementos que sostienen la recuperación de cualquier
adicción. En este caso, el material que se utiliza versa sobre
adicciones en general y sobre codependencia en todas sus formas
(ver bibliografía).
La lectura puede ser realizada de manera individual o bien de forma
compartida en los grupos de autoayuda.

Casos
Me senté en la cocina, bebiendo café, pensando en mis labores
domésticas sin terminar. Los platos. Sacudir. Ropa por lavar. La
lista era interminable y, aun así, no podía comenzar. Era demasiado
para pensar en ello. Hacerlo me parecía imposible. Igual que mi
vida, pensé.
La fatiga, una sensación familiar, se apoderó de mí. Me dirigí
a mi recámara. Antes un lujo, las siestas se habían vuelto para mí
una necesidad. Casi lo único que podía hacer era dormir. ¿A dónde
había ido mi motivación? Yo solía tener exceso de energía. Ahora
era un esfuerzo peinarme el cabello y aplicarme el maquillaje a
diario, un esfuerzo que a menudo no hacía.
Me tendí en mi cama y me dormí profundamente. Cuando
desperté, mis primeros pensamientos y sentimientos eran
dolorosos. Esto tampoco era nuevo. No estaba segura de qué me
lastimaba más: si el agudo dolor que sentía porque tenía la certeza
de que mi matrimonio había terminado –se había escapado el amor,
extinguido por las mentiras y por la bebida y por las desilusiones y
por los problemas económicos–; la amarga ira que sentía contra mi
esposo –el hombre que había provocado todo esto–; la
desesperación que sentía porque Dios, en quien yo había confiado,
me había traicionado permitiendo que me pasara esto; o la mezcla
de miedo, desamparo y desesperanza que se conjugaba con todas
las otras emociones.
Maldición, pensé, ¿por qué tendría él que beber? ¿Por qué no
podría haberse puesto sobrio antes? ¿Por qué tendría que mentir?
¿Por qué no me pudo haber amado tanto como yo a él? ¿Por qué no
dejó de beber y de mentir hace años, cuando todavía me
importaba?
Nunca tuve la intención de casarme con un alcohólico. Mi
padre lo fue. Traté de elegir cuidadosamente a mi esposo. ¡Qué
gran elección! El problema de Frank con la bebida se hizo aparente
durante nuestra luna de miel cuando abandonó nuestra habitación
en el hotel una tarde y no regresó hasta las 6:30 de la mañana
siguiente. ¿Por qué no me di cuenta entonces? Mirando en
retrospectiva, los síntomas eran claros. ¡Qué tonta había sido! “Oh
no, él no es alcohólico. Él no.” Lo había defendido una y otra vez.
Había creído sus mentiras. Había creído mis propias mentiras. ¿Por
qué no lo dejé entonces y pedí el divorcio? Por sentimiento de
culpa, por miedo, por falta de iniciativa e indecisión. Además, ya lo
había dejado antes. Cuando estuvimos separados, todo lo que hice
fue sentirme deprimida, pensar en él y preocuparme por el dinero.
Tonta de mí.
Miré el reloj. Las tres menos cuarto. Los niños pronto
regresarían de la escuela. Luego vendría él, esperando que le
sirviera la cena. No hice el quehacer hoy. Nunca hice nada. Y es
su culpa, pensé: ¡ES SU CULPA!
Súbitamente, cambié mis engranes emocionales. ¿Estaba mi
esposo realmente en el trabajo? Quizá había salido con alguna otra
mujer. Quizá estuviera teniendo un affaire. Quizá había salido más
temprano para irse a beber. Quizá estaba en el trabajo, causando
problemas allí. Y de todos modos, ¿cuánto duraría en este trabajo?
¿Otra semana? ¿Un mes más? Luego abandonaría el empleo o lo
despedirían, como siempre.
El teléfono sonó, interrumpiendo mi ansiedad. Era una
vecina, una amiga mía. Hablamos y le platiqué del día que había
tenido.
“Mañana voy a ir a Al-Anón”, me dijo. “¿No quieres venir?”
Yo había oído hablar de Al-Anón. Era un grupo de personas
casadas con borrachos. Me vinieron a la mente imágenes de las
“mujercitas” que acudían en tropel a esas reuniones, aceptando la
manera de beber de sus maridos, perdonándolos y pensando en
pequeñas formas de ayudarlos.
“Ya veremos”, le mentí. “Tengo mucho quehacer”, le
expliqué, y no estaba mintiendo.
La ira se apoderó de mí, y escasamente escuché el resto de
nuestra conversación. Desde luego que yo no quería ir a Al-Anón.
Yo ya lo había ayudado una y otra vez. ¿Qué no había hecho ya
suficiente por él? Me sentía furiosa ante la sugerencia de que
hiciera más y de que siguiera dando a este saco sin fondo de
necesidades insatisfechas que llamamos matrimonio. Estaba harta
de cargar con todo el peso y de sentirme responsable por el éxito o
fracaso de nuestra relación. Es su problema, murmuré en silencio.
Que encuentre él la solución. Déjenme fuera de esto. No me pidan
una sola cosa más. Que tan sólo mejore él, y yo me sentiré mejor.
Después de colgar el teléfono, me metí a la cocina a preparar
la cena. De cualquier modo, no soy yo quien necesita ayuda, pensé.
Yo no he bebido, ni he usado drogas, ni he perdido empleos, ni he
mentido para engañar a mis seres queridos. He mantenido unida a
esta familia a toda costa. He pagado cuentas, he administrado un
hogar con un presupuesto raquítico, he estado ahí en cualquier
emergencia (y, casada con un alcohólico, ha habido muchas
emergencias), he pasado la mayoría de las malas épocas sola, y me
he preocupado hasta enfermarme. No, he decidido que no soy yo la
irresponsable. Al contrario, he sido responsable de todo y por
todos. Yo no estoy mal. Sólo necesito empezar, empezar con mis
labores cotidianas. No necesito reuniones para hacerlo.
Simplemente me sentiría culpable si saliera cuanto tengo tanto
quehacer atrasado en casa. Dios sabe que no necesito más
sentimientos de culpa. Mañana me levantaré y me mantendré
ocupada. Las cosas mejorarán mañana.
Cuando llegaron los niños, me encontré gritándoles. Eso no
les sorprendió a ellos ni a mí. Mi esposo era buena onda, el bueno
del cuento. Yo era la bruja. Traté de ser complaciente, pero me
costaba mucho trabajo. La ira siempre se encontraba bajo la
superficie. Durante tanto tiempo había tolerado tanto… Ya no era
capaz ni estaba dispuesta a tolerar nada. Siempre estaba a la
defensiva, y me sentía como si de alguna manera estuviera
luchando por mi vida. Después sabría que así era.
Para cuando mi esposo llegó a casa, había hecho un esfuerzo
sin interés en preparar la cena. Comimos casi sin hablar.
“Tuve un buen día”, dijo Frank.
¿Qué significa eso?, pensé. ¿Qué es lo que hiciste en
realidad? ¿De veras llegaste siquiera al trabajo? Y lo que es más,
¿a quién le importa?
“Qué bueno”, le contesté.
“¿Cómo te fue a ti?”, me preguntó.
¿Cómo demonios crees que me fue?, murmuré en silencio.
Después de todo lo que me has hecho, ¿cómo esperas que me
vaya? Le eché una mirada de pistola, forcé una sonrisa y le dije,
“me fue bien. Gracias por preguntarme”.
Frank me miró. Había escuchado lo que yo no había dicho,
más de lo que sí había dicho. Sabía que no debía decir nada más;
yo también. Siempre estábamos a un paso de una violenta
discusión, a un recuento de ofensas pasadas y a gritos
amenazadores de divorcio. Solíamos embarcarnos en discusiones,
pero nos llegaron a hartar. De modo que ahora reñíamos en
silencio.
Los niños interrumpieron nuestro hostil silencio. Nuestro hijo
dijo que quería ir a un parque que se encontraba a varias calles de
distancia. Le dije que no, que no quería que fuera sin su padre o sin
mí. Empezó a sollozar y a decir que quería ir, que iría, que yo nunca
lo dejaba hacer nada. Le grité que no iba y punto. Me gritaba
suplicándome: “déjame ir, a todos los otros chicos los dejan ir”.
Como siempre, me retracté. Muy bien, ve, pero ten cuidado, le
advertí. Me sentí como si hubiera perdido. Siempre sentía que
perdía con mis hijos y con mi esposo. Nadie me escuchaba; nadie
me tomaba en serio.
Yo no me tomaba en serio.
Después de cenar, me puse a lavar los platos mientras mi
esposo miraba la televisión. Como siempre, yo trabajo y tú te
diviertes. Yo me preocupo y tú descansas. A mí me importa lo que
pasa y a ti no. Tú te sientes bien; yo sufro. Maldito seas. Caminé
por la sala varias veces, bloqueando a propósito la imagen de la
televisión y enviándole secretamente miradas de odio. Me
ignoraba. Cansada de esto, desfilé hacia la sala, suspiré y dije que
saldría a podar el pasto. En realidad eso es tarea de hombres, le
dije, pero creo que lo tendré que hacer yo. Él dijo que lo haría más
tarde. Le dije que nunca llegaba ese más tarde, que no podía
esperar, que ya me daba vergüenza ese pasto, olvídalo, ya estoy
acostumbrada a hacerlo todo, y haré eso también. Él dijo está bien,
lo olvidaré. Me salí en un arrebato y caminé por el pasto.
Cansada como estaba, me retiré temprano a la cama. Dormir
a un lado de mi esposo se había vuelto tan incómodo como nuestra
vida durante la vigilia. Podíamos, o bien permanecer callados, cada
uno enroscándose en una orilla de la cama para estar lo más
separados posible, o bien él intentando –como si todo estuviera
bien– hacer el amor conmigo. Cualquiera de las dos cosas me
causaba tensión. Si nos dábamos la espalda uno al otro, yo
permanecía ahí confundida, desesperada. Si trataba de tocarme,
me helaba. ¿Cómo podía esperar que quisiera hacer el amor con él?
Generalmente lo apartaba de mí con un cortante “no, estoy muy
cansada”. A veces accedía. De vez en cuando lo hacía porque se
me antojaba. Pero, por regla general, si tenía vida sexual con él era
porque me sentía obligada a hacerme cargo de sus necesidades
sexuales y me sentía culpable si no lo hacía. De cualquier manera,
el sexo era insatisfactorio tanto emocional como psicológicamente
para mí. Pero, me decía a mi misma, no me importa. De veras, no
me interesa. Ya hacía mucho tiempo que había dado carpetazo a
mis deseos sexuales. Hacía mucho tiempo que había reprimido mi
necesidad de dar y de recibir amor. Había congelado esa parte de
mí misma que sentía. Lo había tenido que hacer para sobrevivir.
¡Había esperado tanto de este matrimonio! ¡Tenía tantos
sueños para nosotros dos! Ninguno de ellos se había vuelto
realidad. Había sido engañada, traicionada. Mi hogar y mi familia –
el lugar y las personas que debían haber sido cálidos, un refugio, un
consuelo, un abrigo de amor– se habían vuelto una trampa. Y no
podía encontrar la salida. Tal vez, me decía constantemente a mí
misma, esto se mejorará. Después de todo, él tiene la culpa de los
problemas. Es un alcohólico. Cuando se alivie, nuestro matrimonio
mejorará.
Pero, estaba yo empezando a elucubrar: ha estado sobrio y
accediendo a las juntas de Alcohólicos Anónimos durante seis
meses. Estaba mejorando. Yo no. ¿Era realmente suficiente su
recuperación para hacerme feliz? Hasta ahora, su sobriedad no
parecía estar provocando ningún cambio en la manera como yo me
sentía, que era, a los 32 años, totalmente seca, usada y quebradiza.
¿Qué le había pasado a nuestro amor? ¿Qué me había pasado a mí?
Un mes después comencé a sospechar lo que pronto sabría
que era la verdad. Para entonces, el único cambio que se había
dado era que yo me sentía peor. Mi vida estaba varada, quería que
se acabara. No tenía esperanzas de que las cosas mejoraran; ni
siquiera sabía qué era lo que estaba mal. Mi vida no tenía ningún
propósito, salvo el de cuidar de otras personas, y eso tampoco lo
estaba haciendo bien. Estaba anclada en el pasado y aterrorizada
del futuro. Dios parecía haberme abandonado. Me sentía culpable
todo el tiempo y pensaba si no estaría volviéndome loca. Algo
espantoso, algo que no podía explicar había ocurrido. Algo que
había arruinado mi vida. De alguna manera, yo había sido afectada
por su forma de beber, y las maneras en las que yo había sido
afectada se habían vuelto mis problemas. Ya no importaba de
quién era la culpa.
Yo había perdido el control.

2
Gerald, un hombre apuesto y con personalidad que habrá cumplido
hace dos o tres años los cuarenta, se llama a sí mismo “un éxito en
los negocios pero un fracaso en mis relaciones con las mujeres”.
Durante la preparatoria y los años universitarios, Gerald salía con
muchas mujeres. Era popular y se le consideraba buen partido. Sin
embargo, después de recibirse, sorprendió a su familia y a sus
amigos al casarse con rita. Ella lo trataba peor que cualquier otra
mujer con las que había tenido alguna relación. Se comportaba fría
y hostil hacia Gerald y hacia sus amigos, compartía con él pocos
intereses y no parecía interesarse mucho por él ni quererlo. Trece
años después el matrimonio terminó en divorcio cuando Gerald
descubrió que eran verdad algunas cosas que había sospechado
durante años: Rita tenía citas con otros hombres desde que se
casaron, y abusaba (y esto lo venía haciendo desde hace tiempo)
del alcohol y de las drogas.
Gerald se sentía devastado. Pero luego de estar “de duelo”
durante dos meses, se enamoró locamente de otra mujer quien era
una alcohólica empedernida que empezaba a beber desde la
mañana hasta que caía desplomada. Después de pasar varios
meses preocupado por ella, intentando ayudarla, tratando de
averiguar qué era lo que la impulsaba a tomar, tratando de
controlar su manera de beber para finalmente disgustarse con ella
porque no dejaba de hacerlo, Gerald dio por terminada esa relación.
Pronto conoció a otra mujer, se enamoró de ella y se fue a vivir a su
departamento. A los pocos meses, Gerald empezó a sospechar que
también ella era dependiente de los químicos.
Pronto, Gerald se encontró gastando gran parte de su tiempo
en preocuparse por su novia. La vigilaba, hurgaba en su bolso
buscando pastillas o alguna otra evidencia y le preguntaba acerca
de sus actividades. En ocasiones, él simplemente negaba que su
novia tuviera algún problema. Durante esas ocasiones se mantenía
ocupado, trataba de disfrutar el tiempo que pasaba con ella y se
decía a sí mismo: “Soy yo. Yo soy el que estoy mal.”
Durante una de las muchas crisis en esta más reciente
relación, cuando Gerald se encontraba temporalmente sacudido por
negarse a ver el problema, acudió a un consejero experto en
dependencias químicas en busca de ayuda. “Sé que debería
terminar con esta relación”, dijo Gerald, “pero no estoy preparado
para hacerlo. Juntos podemos hablar de todo. Somos tan buenos
amigos. Y yo la amo. ¿Por qué? ¿Por qué me pasa esto siempre a
mí?”
“Pónganme en un lugar lleno de mujeres, y me enamoraré de
la que tiene más problemas, de la que peor me trata. Francamente,
son más que un reto para mí”, se desahogaba Gerald. “Si una
mujer me trata demasiado bien, me ahuyenta.”
Gerald se consideraba un bebedor social que nunca había
tenido problemas con la bebida. Dijo al consejero que él jamás
había usado drogas. El hermano de Gerald, quien está cerca de
cumplir los cincuenta años, era alcohólico desde adolescente.
Gerald negaba que algunos de sus difuntos padres hubiera sido
alcohólico, pero de mala gana admitió que su padre pudo “haber
bebido demasiado”.
El consejero sugirió que el alcoholismo y la manera excesiva
de beber en la familia inmediata de Gerald podía estarlo afectando
todavía en sus relaciones.
“¿Cómo es posible que sus problemas me estén afectando a
mí?”, preguntaba. “Mi padre murió hace varios años, y a mi
hermano casi no lo veo.”
Después de unas cuantas sesiones, Gerald empezó a llamarse
a sí mismo codependiente, pero no sabía con exactitud que
significaba eso ni qué hacer al respecto. Cuando Gerald llegó a
sentirse menos enojado sobre el problema inmediato en su, dejó de
acudir a la terapia. Decidió que los problemas de su novia con las
drogas no eran tan graves. Se convenció a sí mismo de que sus
problemas con las mujeres se debían a la mala suerte. Se dijo que
esperaba que su suerte cambiara algún día.
¿Es por mala suerte el problema de Gerald? ¿O es
codependencia?

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