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El Profesor Challenger, Arthur Conan Doyle: El científico y la aventura

en los tiempos victorianos

Exactamente hace 160 años, nacía quien fuera uno de los escritores más importantes
del denominado periodo victoriano inglés. De ahí en adelante, la curiosa vida de Conan
Doyle se entremezcla para siempre con la literatura universal. Nació para ser médico, fue
escritor, navegó en un barco ballenero y terminó siendo eclipsado por una de sus mayores
creaciones literarias: Sherlock Holmes. El detective creció de tal forma en fama que otras
figuras literarias del autor se fueron oscureciendo y permanecieron relegadas a una simple
mención pasajera, “del creador de Sherlock Holmes” y que en realidad para el público
―contemporáneo del autor― no eran más que un breve sucedáneo de las reales aventuras
del sabueso de Baker Street.

Sin embargo, muchos de estos personajes que salieron de la pluma del escocés son
geniales en su propio campo. Quizás sea importante asumirlo desde un principio: no hay
otro Sherlock Holmes en la obra de Conan Doyle. Ningún otro personaje puede alcanzar
los niveles de fama, admiración y adoración que causó Holmes, pero bien se sabe que del
mismo cénit creativo desde donde provino él, aparecieron otros que fueron erigidos con
características peculiares, profundamente humanas y dignas de todo el cariño del lector.

Uno de estos personajes es el Profesor Challenger. Hombre temperamental,


agresivo, inteligente, mordaz, racional, subversivo, engreído y por sobre todo
profundamente humano, George Edward Challenger es por sobre todo un personaje que es
capaz de encantar al lector desde su primera aparición hasta la última. En un principio es
descrito como “una mente privilegiada encerrada en un cuerpo de pitecántropo”, y es que la
primera impresión que da el profesor al periodista Malone cuando lo va a ver por primera
vez en El Mundo Perdido no es de lo más amigable: “Lo que le dejaba a uno al pronto sin
respirar era su volumen; su volumen y su tremendo aspecto. Su cabeza era enorme; no la
he visto tan voluminosa sobre los hombros de ningún ser humano (…). Tenía la cara y la
barba que a mí me hacen pensar siempre en un toro asirio: la primera de un color vivo, y
la segunda, tan negra que apuntaba a querer ser azul, en forma de azada y cayéndole en
ondulaciones sobre el pecho. También la pelambre de su cabeza era especial, teniendo
pegado sobre su frente maciza un amasijo que formaba una larga ondulación. Los ojos
eran de un azul grisáceo, sombreados por cejas tupidas y largas, y su mirar era directo,
penetrante y dominador. Unos hombros anchísimos y un pecho como una barrica fueron
las otras partes de su cuerpo que sobresalían de la mesa, fuera de unas manazas enormes
y cubiertas de vello largo y negro. Todo esto, con la voz de bramido, de rugido, de
retumbo, vino a ser mi primera impresión del célebre profesor Challenger”. Challenger, tal
y como lo dice Malone es un personaje que inspira un profundo respeto por su tamaño y
por sobre todo por su carácter irascible que terminará con el periodista molido en golpes en
plena calle. Sólo una cosa más del zoólogo es posible decir antes de entrar en materia
narrativa: nació en 1863, estudió en la academia de Lang, Universidad de Edimburgo, fue
ayudante del British Museum en 1892 así como también ayudante conservador del
Departamento de Antropología Comparada en 1893. Medalla Crayton por sus
investigaciones zoológicas, siendo presidente de la sociedad Paleontológica Británica y por
sobre todo un enemigo terrible de los periodistas. ¡Todo ese gran currículo en hombros del
profesor!

Quien desee entrar en el mundo literario del personaje, debe hacerlo desde aquellas
obras que son consideradas canónicas y que hasta hoy han sido publicadas al español:
Valdemar ha editado en los últimos años en conjunto todo el canon Challengeriano en un
volumen precioso en tapa dura llamado Aventuras del Profesor Challenger (Colección
Gran Diógenes 9) y por separado ha editado El mundo Perdido (1912) (Colección El club
Diógenes, 2006) y un volumen recopilatorio llamado El abismo de Maracot y otras
aventuras del profesor Challenger (Colección El club Diógenes, 2013) que además de
reunir los tres relatos cortos La zona Ponzoñosa (1913), Cuando la tierra lanzó alaridos
(1929) y La máquina desintegradora (1929), incluye El abismo de Maracot (1929), un
excelente relato largo que si bien no cuenta con la presencia de Challenger, tiene un digno
colega que es un fiel epígono de su modo de ver la aventura y resolverla.

En el caso específico de El mundo perdido el profesor se muestra como lo que es:


un hombre capaz de todo por conseguir probar que sus teorías son ciertas: básicamente un
profesor enemigo, un periodista en busca de aventura y un explorador veterano serán sus
compañeros en un gran viaje que lo llevará desde su residencia en Enmore Park Kensigton,
W., hasta las entrañas del Amazonas, siendo la meseta habitada por dinosaurios, bautizada
como “Tierra de Maple White” en honor a su descubridor el final de una larga travesía que
se hará más interesante cuando logren escalar y asentarse en ella. El profesor no cesa en
ningún momento de demostrar quien es él y cuál es su intelecto, aunque todo esto mezclado
con un toque de humor y sarcasmo, además de combates emocionantes con hombres
prehistóricos y dinosaurios voraces que hacen de la travesía una aventura fascinante.

Un año después de ver la luz el Profesor Challenger en El mundo perdido, otra


novela (de menor extensión) extendió la vida literaria del célebre zoólogo. En esta
narración, el profesor Challenger aparece un poco diferente a su debut, pues su sardónico
humor e irascible carácter ya no son tan explosivos como cuando recién conoce a la
pandilla del periodista Malone, el profesor Summerlee y el explorador Lord John Roxton.
Quizás sea por que de verdad aprendió a conocer a sus ―quizás― únicos amigos luego de
la expedición a Sudamérica o simplemente porque Conan Doyle quiso darle una mayor
profundidad de carácter al célebre zoólogo, sobre todo considerando que La zona
ponzoñosa (1913) es la transición entre una expedición hacia los confines de un mundo
perdido con dinosaurios hacia una novela de ciencia ficción.

Pasados tres años desde su famosa expedición, Malone piensa que Challenger lo
busca para conmemorar el aniversario de su hazaña. Sin embargo, no es un aniversario lo
que motiva el encuentro de los protagonistas, si no que es un enigmático telegrama de
Challenger en el cual los insta a visitarlo en su residencia en Sussex llevando una dotación
de oxígeno en tubo. He aquí un cambio sustancial en la presentación del profesor: ya no
vive en Londres, específicamente en Enmore Park Kensigton, W., tal y como se señala en
El Mundo Perdido si no que ahora vive retirado en The Briars cerca de Rotherfield, a 50
millas de Londres en el condado de Sussex Oriental.

El alejamiento de la urbe jamás es explicado, aunque se puede conjeturar que la


invasión de periodistas en Enmore Park y las constantes riñas a golpes terminaron por
exasperar al iracundo científico obligándolo a emigrar. Lo anterior, sin embargo, no impide
que Challenger siga en la primera línea de la ciencia, siempre atento y perspicaz a lo que
pueda ocurrir en el mundo junto a la apacible compañía de su señora y de su fiel criado
Austin. Desde este lugar, más cerca de Brighton que de Londres, el zoólogo se vuelve el
centro de atención al descubrir una anomalía en las líneas Frauenhofer (Fraunhofer),
pequeños trazados oscuros en el espectro de la luz solar y que auguran una catástrofe en
cuanto el planeta se acerca peligrosamente a zonas desconocidas del éter en el universo.

Challenger a medida que avanza la narración se vuelve cada vez mas pesimista y
cruel en cuanto comienzan a llegar noticias desde diferentes lugares del mundo. Incluso, el
célebre zoólogo que siempre tuvo un invento para salvar la situación en la meseta
sudamericana ahora parece resignado a perecer en conjunto con la humanidad. Conan
Doyle le da mucho más contraste al carácter de Challenger poniéndolo en una situación
límite que requiere toda su atención y concentración mental, alejándolo incluso de sus
habituales disputas científicas con el profesor Summerlee para sumirlo en profundas
meditaciones en torno a su microscopio y las amebas que en él se mueven.

Quizás otro punto importante con respecto al profesor y su aventura es la


preponderancia se le da a la señora Challenger. Si bien el personaje como tal ya aparecía
con sus características en El mundo Perdido, como una mujer menuda y simpática en
directo contraste con las características prehistóricas del profesor, no se le da mayor
importancia y no vuelve a aparecer. En esta narración la señora Challenger continúa
teniendo sus rasgos característicos, aunque ahora es una constante en toda la aventura,
aunque ―en consonancia con los cánones― sólo aparece para ser salvada por Challenger o
para llorar desconsoladamente por lo acontecido, sin considerar por supuesto la admiración
del zoólogo por su labor de “ama de casa”. Sin duda alguna Challenger vuelve a sorprender
en La zona ponzoñosa, pues sigue siendo un personaje querido y que causa desde un primer
momento la simpatía del lector, pues es un ser que a pesar de estar en el inicio del fin del
mundo siempre mantiene un corazón noble escondido detrás de aquella barba larga, cuerpo
gigantesco y carácter autoritario.

Curiosamente, y luego de la publicación en 1926 de El País de la Bruma ― novela


que por su carácter difuso y por hacerle poco honor al profesor Challenger es dejada de
lado en las aventuras del célebre zoólogo― Arthur Conan Doyle vuelve sobre la pista de la
ciencia ficción y esta vez desarrolla una historia mucho más corta, pero más fluida que la
anterior. Challenger es mucho más poderoso que en La zona ponzoñosa, es menos cruel y
más delirante, casi una continuación en carácter puro de El Mundo Perdido. A pesar de
estar separado por diecisiete años, Cuando la tierra lanzó alaridos (1929) es una muestra
del genio y el carácter de Challenger inmediatamente posterior al El Mundo Perdido antes
de entrar en el estado apocalíptico de La zona ponzoñosa.

Como se ha mencionado anteriormente, este pequeño cuento es anterior


cronológicamente a La zona ponzoñosa. Challenger aún reside en Enmore Park,
Kensington, W. aunque compra una hacienda en Sussex occidental con una cuantiosa
herencia de un tal señor Betterton, empresario del caucho que deja todos sus bienes en
favor de la ciencia. Hengist Down posiblemente está entre Worthing y Chinchester, siendo
un vasto territorio con una hondonada en donde Challenger decide cavar un foso profundo
para demostrar sus especulaciones científicas. Esta vez la aventura nos la cuenta el
especialista en pozos artesianos Peerles Jones quien en compañía del viejo conocido Ted
Malone narra como Challenger manda a llamar a ambos y los introduce de lleno en una
fantasía científica en la que busca demostrar que la tierra es un ser vivo capaz de sentir y
respirar tal como lo hace cualquier ser animal dotado de vida, y que sólo pinchándola se
puede demostrar nuestra presencia en ella y ver su reacción.

El cuento es rápido, y nos presenta a Challenger en toda su locura habitual:


irascible, insoportable e idealista, dotado de una inteligencia que es capaz de llegar a
recovecos inimaginables a favor de la ciencia y el conocimiento, sin escatimar en ningún
gasto comercial o de mano de obra. La narración es inteligente, y el autor vuelve sobre una
aventura que tiene todo el sabor sardónico de un Challenger que retorna a las pistas
clásicas, desafiando a los científicos tradicionales y dejándolos anonadados cuando el
descubrimiento se hace visible después de un largo trabajo.

Tal y como en El Mundo Perdido y en La Zona Ponzoñosa, Challenger realiza una


empresa de demostración, dejando que los propios científicos sean quienes con sus ojos
observen aquello que el profesor avizoró y enunció, pero que nadie le creyó. Con un final
que se apresura por un desperfecto, es Jones quien al final queda sorprendido por la
habilidad de Challenger cuando se trata de ciencia y conocimiento, comprobando así, que el
zoólogo, que en un principio era victima de acusaciones de fraude, es ahora el héroe
triunfante que ve su descubrimiento vestido de frac y chaquetilla elegante, como en un
horroroso teatro.
Un último relato que consta con la presencia del Profesor Challenger es La máquina
desintegradora (1929). Pequeña narración en donde el profesor se muestra en todo su
explosivo carácter y en el cual se debe enfrentar a un poderoso enemigo con una máquina
capaz de desintegrar cualquier ser viviente. Parece ser el zoólogo aún vive en Enmore Park,
por lo cual es posible señalar que es anterior cronológicamente a La zona ponzoñosa. En
esta narración Challenger es acompañado por el aliado que nunca lo ha dejado de lado: Ted
Malone. Mediante una visita y un par de pruebas, el profesor Challenger termina hinchado
en rabia ante el inventor Teodoro Nemor. Esto debido a la pérdida total de su cabello y
barba, aunque afortunadamente es reversible y un aterrado Nemor logra salir del paso.

Bajo esta pequeña aventura de ciencia ficción el profesor Challenger se ve sumido


en un mundo que va más allá del idílico Mundo Perdido de los exploradores victorianos
para sumergirse en una confrontación de potencias que se enmarcan en una carrera
armamentística. El arma de Teodoro Nemor es vendida a los rusos y esto cambia la débil
balanza de poderes que se da en Europa por eso años. Challenger es forzado por las
circunstancias a hacer un acto despreciable que al final salvará muchas vidas y no
precipitará una guerra que parece inevitable.

De este modo, y tal como Sherlock Holmes hiciera en Su último saludo en el


escenario (1917), Challenger se pone al servicio de un gobierno que no hizo lo que
correspondía por evitar o bien prepararse para la Gran Guerra ―Al menos bajo la óptica de
Conan Doyle― y termina aplazando aún más el desenlace bélico. Justamente, tanto
Sherlock Holmes como George Edward Challenger desaparecen de escena para siempre ad-
portas de La primera Guerra Mundial y con ello también aquel mundo que tan bien reflejó
Arthur Conan Doyle en sus novelas: la muerte literaria de estos personajes representa a su
vez un nuevo paso en la historia de la humanidad en donde estos personajes quedan como
un ejemplo de aquello que fue antes de la destrucción y la muerte.

Arthur Conan Doyle, que nació exactamente hace 160 años marca
insoslayablemente un hito en la literatura universal, elevando personajes y
desapareciéndolos en el momento indicado, en donde ya no son necesarios para resolver
crímenes o comprobar teorías científicas. Los personajes tienen un retiro voluntario en el
mismo lugar, y desde el cual pueden volver en cualquier momento: ambos dedican sus
últimos esfuerzos en sus respectivas casas en Sussex y desde allí dan paso a nuevas
generaciones de personajes y por sobre todo de lectores que son capaces de encantarse con
sus aventuras en tierras lejanas, combatiendo las fuerzas malvadas del mundo y de aquello
que siempre nos resultará desconocido en algún recoveco del ancho universo.

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