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El marcianito mentiroso

Valores: sinceridad, honestidad

El marcianito mentiroso Había una vez un marcianito llamado Verdecín que jugaba alegremente
en el espacio, saltando de asteroide en asteroide. Era muy divertido. En esa galaxia había muchos. Era
un campo de asteroides al que los pequeños marcianos iban a jugar, como si fuera un parque. Una nave
sacaba a los pequeños marcianitos del planeta todas las tardes y los llevaba allí para que se divirtieran.

Pero había que tener cuidado, porque si no se saltaba con cuidado el asteroide se podía mover.
Y si el asteroide se movía se podía chocar con otro. Y quién sabe qué pasaría entonces.

Verdecín sabía que tenía que saltar con cuidado. Pero a él le daba igual. Saltaba y saltaba y no
se fijaba. Y como nunca pasaba nada, Verdecín no se tomaba en serio las advertencias de los demás
marcianitos.

Un día Verdecín estaba saltando con mucha fuerza, como a él le gustaba. Pero con tan mala
suerte que cayó sobre un asteroide más blandito de lo habitual y lo movió. Al moverse le dio a otro
asteroide. Y con el impulso le dio a otro, y a otro, y a otro más. Y empezó un baile de asteroides muy
peligroso.

Todos los marcianitos tuvieron que volver a su planeta, incluido Verdecín.

-Vamos, marcianitos, que aquí corréis peligro -les llamó el conductor de la nave-. Hay que
volver a casa.

Cuando todos estuvieron de vuelta, el jefe de los marcianos fue a ver a los niños y les preguntó
qué había pasado. Pero ninguno sabía nada. Y Verdecín, que era el único que sabía lo que había
pasado, no abrió la boca.

-Debemos saber qué ha pasado para poder buscar una solución -insistió el jefe de los marciano.

Pero Verdecín siguió sin decir ni pío.

EEl marcianito mentirososa misma noche todos los marcianitos tuvieron que abandonar el
planeta. Un asteroide algo más blandito de lo habitual que se hacía grande por momento se dirigía al
planeta. Ninguna de las medidas de defensa habituales funcionaba, porque ese asteroide era diferente
de los demás.

Si Verdecín hubiera dicho lo que pasó los mayores podrían haber hecho algo para arreglarlo.
Pero cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde. Nadie castigó a Verdecín, porque nadie supo
nunca lo que había hecho. En su lugar, todos fueron castigados a abandonar su planeta ya vivir en
naves espaciales durante muchos años, hasta que encontraron un lugar donde vivir.
El peor detective del mundo
Valores: aceptación, creatividad

El peor detective del mundo Don Teodoro acaba de llegar a la comisaría de policía de Villa
tranquila, la ciudad con menos delitos del país. A Don Teodoro le habían destinado allí con la
esperanza de que dejara de meter la pata con sus investigaciones. Y es que Don Teodoro no solo no
resolvía ningún misterio, sino que que liaba las cosas todavía más.

Al principio Don Teodoro estaba feliz en su nuevo trabajo. Aunque no había mucho que hacer,
Don Teodoro siempre estaba ocupado, investigando cualquier cosa que pudiera ser sospechosa,
controlando los semáforos para comprobar que nadie se los saltaba y cosas así.

Todo fue bien durante un tiempo, hasta que Don Teodoro empezó a aburrirse. Y entonces,
empezaron los problemas.

Un día llegó a la comisaría a denunciar al dueño de un perro que no recogía los excrementos de
su mascota. Don Teodoro acabó multando a la señora por no respetar los derechos de los animales.

Otro día un señor fue a la comisaría para avisar de que había una avería en la boca de incendios
que estaba justo en frente de la comisaría. Don Teodoro detuvo al señor acusándolo de haber roto él
mismo la boca de incendios

En otra ocasión, uno chicos le llamaron porque una señora se había caído en la calle y no sabía
ni quién era. Don Teodoro encerró a los chicos porque estaba seguro de que ellos habían tirado al suelo
a la señora mientras intentaban robarle el bolso.

Villa tranquila era un caos. Ya nadie quería aparecer por la comisaría ni llamar para dar avisos,
temerosos de acabar en el calabozo o con una multa.

El alcalde, muy preocupado, llamó a la sede central de la policía para contar lo que ocurría.
Parece que allí nadie se extrañó, pero tampoco le dieron una solución.

El peor detective del mundo Entonces, el alcalde tuvo una idea. Llamó a Don Teodoro y le hizo
la siguiente propuesta:

-¿Qué le parece convertirse en el nuevo escritor de relatos de misterio del periodo de la ciudad?
Necesitamos gente con imaginación y conocimientos, y no conozco a nadie mejor que usted en eso.

A Don Teodoro le encantó la idea. Dejó su trabajo de detective y aceptó el trabajo de escritor.
Eso sí que era una maravilla, porque por fin pudo darle rienda suelta a todas las ideas que se le pasaban
por la cabeza.
El niño que manipulaba el clima
Cristian era un niño que vivía en las nubes, literalmente. El era el encargado de observar desde
arriba el comportamiento de la gente, esto con el fin de alterar el clima a su favor. Siempre que veía
una persona jugando con agua, Cristian lloraba y lloraba para que abajo, en la tierra, se formara una
cortina de lluvia lo suficientemente sutil como para que se pudiera jugar a gusto con ella. Cuando veía
que la gente abajo era triste, el encontraba la forma de ponerse feliz enseguida y esto provocaba un día
soleado, con pocas nubes y un cielo adornado con arcoíris.

Solo había una cosa que a Cristian no lo inspiraba favorecer: el amor. Cada vez que veía a una
pareja enamorada, en seguida se dedicaba a manipular el clima en su contra, de tal manera que siempre
le estropeaba el día a cada pareja que veía; su hermana menor desaprobaba su conducta, pero no podía
hacer nada porque el que estaba a cargo del clima era Cristian

El hecho era obvio: Cristian no creía en el amor, hasta que un día la vio: columpiándose en el
parque la niña más bonita que había visto en toda su vida, con su cabello rizado hasta la espalda, con
ojos dulces que reflejaban alegría y una sonrisa que contagiaba hasta al más desdichado del mundo.
Cristian se quedo boquiabierto y cuando la niña comenzó a caminar hacia su casa, el la siguió, saltando
entre las nubes sin cuidado, pasándose de una a otra con rapidez para no perderla de vista, su alegría se
reflejaba en el cielo azul y soleado. Poco a poco las nubes fueron despejando el cielo y Cristian intentó
saltar a una que estaba desapareciendo, lo que provocó que cayera a la tierra inconsciente.

Cuando despertó, vio ante el los ojos más bonitos que había visto: era la pequeña de la que se
había enamorado ella curó sus heridas y le ofreció comida, su familia era muy bondadosa, por lo que le
permitió quedarse en su casa al saber que Cristian no recordaba quien era. Una noche tuvo un sueño
muy raro: Una alegre niña le decía que era su hermana, y que ella era la que estaría a cargo de
manipular el clima. Cristian creció y se casó con Dania, la niña de la que se había enamorado vivieron
felices por siempre, disfrutando del buen clima que, sin saber, su hermana le ofrecía.
La habichuela mágica
Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue
empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí
intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda
al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca.
Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la
necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.
Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas
habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por
la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un malvado gigante
que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. Esperó el niño a que el
gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y
descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.
La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto
vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo que trepar por la planta
otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar cómo el
dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero.
En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiendo el talego de oro, echó a correr
hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo
mucho tiempo. Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente
vacío.
Se trepó Periquín por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la
cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba
caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la
guardó. Desde su escondite vio Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, ¡oh
maravilla!, tocaba sola una delicada música, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas. El gigante,
mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco.
Apenas le vio así, Periquín cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser
tomada por Periquín, empezó a gritar:
-Eh, señor amo, despierte usted, ¡que me roban!
Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos
acusadores:
-Señor amo, ¡que me roban!
Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Periquín. Resonaban a espaldas del
niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas, empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al
mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él.
No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa preparando
la comida:
-¡Madre, tráigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante
Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica
habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre vivieron
felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.
Sorteo de Navidad
Transcurría el mes de diciembre y los días eran cada vez más calurosos. La proximidad de la
finalización del del año generaba un clima de excitación, incentivado por el inminente sorteo de la
Lotería de Navidad. Todos esperaban beneficiarse con el premio mayor. Doña María, soñó con el
número 21034. Al día siguiente se lo comentó a su marido, un peluquero italiano, bien parecido, de
bigote recortado y ojos azules. La respuesta no fue la esperada.

—Son tantos números que ése, no sale —contestó. Y no habló más del asunto.

A doña María se le empañaron los ojos. No disponía de dinero suficiente para adquirir un
vegésimo. ¿ Y si salía premiado?.

Lo comentó en su trabajo, un taller de costura donde concurría por las tardes. Lamentaba la falta
de comprensión de su esposo y sus compañeros de labor, procuraron acompañarla y mitigar sus
angustias.

Raúl Ricci, un muchacho de 20 años, era el cadete encargado de entregar y retirar las prendas a
domicilio. Se acercó a doña María y suavemente le tocó el hombro derecho:

—No se preocupe —dijo. Yo lo compro y si sacamos algo, lo repartimos, mitad para cada uno.

—¡Muchas gracias Raúl! —fue la respuesta emocionada de ella.

Y llegó el día esperado…La radio encendida desde temprano, comenzó con la trasmisión
interminable del sorteo. Dos horas más tarde, “cantaron” el 21034, con el premio mayor. Doña María
reía y lloraba al mismo tiempo. Raúl se acercó, besó su mejilla y exclamó:

—La suerte está con nosotros. —El lunes cobro y lo repartimos.—

Las horas siguientes fueron de alegría. Los proyectos se superponían unos con otros. ¡Qué
lejano parecía el lunes ese fin de semana!. Doña María era la mujer más feliz de la tierra.

Llegó el lunes al trabajo. Abrazos, felicitaciones y besos fueron la constante de ese día.

—¿Y Raúl? —preguntó con preocupación.

—Avisó que no podía venir. —Parece que su madre está enferma— agregó alguien. —Tal vez
venga mañana…

Al día siguiente, Raúl no apareció. Pero al tercer día, envió un telegrama donde anunciaba su
renuncia.

Nunca más lo vieron.

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