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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

¿Para qué sirve el diagnóstico?


Lo que enseña la clínica del uno por uno

Wilson Andrés Amariles Villegas


De todos los diagnósticos, la normalidad es el más grave,
porque ella es sin esperanza.

Jacques Lacan

Este texto se inscribe en el interrogante que da nombre


al 23° seminario institucional de la Corporación Ser
Especial: ¿cómo enfrentan el desafío de vivir los
niños y adolescentes hoy? En este sentido, se sugiere
que el título de este escrito es una de las posibles
respuestas a tal inquietud. Es decir, el diagnóstico
como una de las soluciones contemporáneas que
ofrece la cultura ante la retadora, angustiante y no
siempre gratificante tarea de vivir.
De acuerdo con el Boletín de Salud mental en
niños, niñas y adolescentes, actualizado en 2018 por
el Ministerio de Salud, en el mundo entre 10 y 15

Wilson Andrés Amariles Villegas. Magíster en psicología


de la UdeA. Psicólogo de la Universidad Católica Luis
Amigó. Comunicador social de la Universidad EAFIT.
Docente de cátedra de la Universidad Pontificia Bolivariana
y la Universidad de Antioquia. Asesor psicosocial de la
Corporación Ser Especial.

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

niños, niñas y adolescentes de cada 100 presentan


problemas que son diagnosticados como trastornos
mentales, asociados a problemáticas como consumo
de alcohol y sustancias psicoactivas, abandono
escolar, conductas delictivas y otras dificultades
sociales. En América Latina y el Caribe existe una
prevalencia del 12,7% al 15% de personas entre
0 y 19 años que son diagnosticados con trastornos
mentales y del comportamiento. En Colombia, de
2009 a 2017, se atendieron 2.128.573 niños, niñas
y adolescentes otorgando diagnósticos que agrupan
los trastornos mentales y del comportamiento, con
un promedio de 236.508 personas atendidas por año,
con una tendencia a aumentar en cada medición.
Dicho boletín indica, además, que los diagnósticos
más recurrentes en esta población son el déficit
de atención con hiperactividad, los trastornos
de ansiedad, la fobia social, la dificultad para
comunicarse con otros y la depresión; y señalan, con
preocupación, que el 6.6% de los niños encuestados
han pensado en el suicidio.
Como puede verse, enfrentarse a la existencia es
un asunto complejo incluso para los más pequeños
y, en este escenario, el diagnóstico psicopatológico
ha aparecido como una de las formas para nombrar
e intervenir aquello del orden de lo imposible de
soportar y que produce sufrimiento en los niños,
niñas y adolescentes. Las categorías diagnósticas, sus
criterios y síntomas, han traspasado las esferas del
ámbito profesional y se han incluido en el vocabulario

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

de las conversaciones cotidianas. Es normal que


muchos padres lleguen a consulta psicológica
sospechando, y a veces declarando, que sus hijos
tienen algún tipo de trastorno, cuyos
síntomas han verificado reiteradamente “La Corporación Ser
Especial plantea y
en internet. De igual manera, en el sostiene otra posición
contexto educativo se ha hecho común ética que se resiste a
encontrarse con estudiantes que han la estandarización,
objetivación y
sido diagnosticados con algún tipo de patologización del
condición y, en las conversaciones con sufrimiento emocional”.
docentes y demás agentes educativos,
es reiterativa la preocupación por la
inmersión de las categorías diagnósticas en el aula
y la imposibilidad para responder adecuadamente a
ellas. Así mismo, los medios de comunicación se
han encargado de replicar y construir otra serie de
categorías (como el síndrome de Peter Pan o el niño
emperador) que, aunque no cuentan con sustento
teórico y clínico, son respaldadas por el efecto de la
viralidad. Podría decirse, entonces, que somos una
sociedad hiperdiagnosticada.
Entonces, ¿para qué sirve un diagnóstico? Al respecto,
Pérez (2008) sostiene que, tanto en medicina como
en psiquiatría, un diagnóstico debe cumplir con
cuatro propósitos: 1) describir, aunque sea muy
sumariamente la enfermedad y que sea entendida
de la misma manera en cualquier contexto, 2)
entregar o tener implícito algún tipo de información
sobre la etiología, incluso si esta es desconocida, 3.)
proporcionar una base para decidir razonablemente
sobre el tratamiento y en general sobre las acciones
que se seguirán, y 4.) sugerir un pronóstico.

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

Sin embargo, la respuesta, y sus consecuencias, son


múltiples y dependen del lugar epistemológico desde
el que se plantee, la posición ética que asuma aquel
que la responda y los usos que de este hagan los
sujetos sobre los que se determina dicha categoría,
y sus familias. Tras esta pregunta hay una serie de
cuestiones preliminares que deben desarrollarse:
¿Qué entendemos por diagnóstico?, ¿cuáles son las
funciones y los usos de un diagnóstico?, ¿cuáles son
sus consecuencias? Este texto pretende desarrollar
algo de estas preguntas a través de un planteamiento
reflexivo, crítico y propositivo. Es reflexivo a
propósito del aumento progresivo de los diagnósticos
psicopatológicos en esta población; crítico con la
función misma de diagnosticar, sus usos, abusos y
consecuencias; y propositivo en tanto plantea una
perspectiva del diagnóstico que ha orientado la
práctica profesional en la Corporación Ser Especial
y que propende por la dignidad del sujeto, rescata su
singularidad y hace énfasis en la localización de lo
más propio a través de la clínica del uno por uno.

¿Qué es un diagnóstico?
El Diccionario de la Real Academia de la lengua
Española, ofrece varias acepciones para el término
diagnóstico. Inicialmente lo plantea como aquello
que pertenece o está relacionado con la diagnosis,
y luego ofrece dos acepciones relacionadas con las
ciencias médicas. Con respecto a la primera acepción,
se indica que diagnóstico viene del latín diagnosis, y

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

este, a su vez, del griego διάγνωσις diágnōsis, que


se refería inicialmente a la capacidad de discernir,
conocer o distinguir y que luego fue retomado por el
latín renacentista para hacer alusión al arte de emitir
un juicio o reconocer una enfermedad, mediante la
observación detallada de sus signos y síntomas.
Desde la perspectiva de la segunda acepción, un
diagnóstico es la determinación de la naturaleza
de una enfermedad mediante la observación de
sus síntomas y/o la calificación que da el médico
a la enfermedad según los signos que advierte.
Esta definición se corresponde con la noción de
diagnóstico en psicopatología, disciplina científica
que estudia el origen, el curso y las manifestaciones
de las enfermedades mentales y que ocupa un
segmento importante en diferentes disciplinas de la
salud mental como la psiquiatría, la psicología clínica
y la neurología. Para esta perspectiva, el diagnóstico
consiste en un proceso de determinación de una serie
de manifestaciones  clínicas a una categoría.
En este contexto, la palabra diagnóstico queda
enmarcada como una acción unidireccional ejercida
dentro de un ámbito profesional que tiene como
consecuencia la identificación y nominación de
una enfermedad y, por lo tanto, la localización de
un enfermo. Es, además, un ejercicio que se realiza
a partir de la mirada de un profesional que cuenta
con determinado conocimiento o experticia que
legitiman la agrupación de una serie de síntomas que
son identificados por dicha nominación.

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

De estas definiciones pueden desprenderse, por lo


menos, tres dimensiones de la noción de diagnóstico
que se comentarán a continuación: el diagnóstico
como determinación, el diagnóstico como acto
performativo y el diagnóstico como arte de conocer.

- El diagnóstico como determinación


Desde la perspectiva psicopatológica, el diagnóstico
es un ejercicio de autoridad ostentado por un sujeto
externo, que cuenta con legitimidad gracias a una serie
de conocimientos adquiridos que han sido validados
por grupos o instituciones que se encargan de
estudiar, formalizar y estandarizar las enfermedades
mentales. Quien diagnostica ejecuta un ejercicio de
observación para  identificar una serie de fenómenos
que deben corresponderse con alguna de las categorías
clasificatorias proporcionadas por los manuales o
guías que orientan su práctica. De esta manera, aquel
que evalúa establece que aquello frente a lo que se
encuentra se corresponde con alguna de las etiquetas
ya establecidas. Dicha categoría contiene una serie
de definiciones, limitaciones y conceptos a propósito
de los síntomas y signos que pueden observarse en
aquel que sufre.
Al decidir sobre aquello que ha observado, el agente
de autoridad despeja la incertidumbre sobre lo que
acontecía y que, hasta el momento, se presentaba
como una incógnita. Esta dimensión del diagnóstico

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

busca acomodar o enmarcar el padecimiento de


aquel que evalúa a una categoría universal. Se espera
entonces que con este señalamiento se establezca
claridad sobre las manifestaciones de los procesos
no normales de la mente y la conducta del sujeto
evaluado, que dificultaban su desenvolvimiento
en su quehacer cotidiano. El diagnóstico como
determinación podría pensarse como una fotografía
del sufrimiento del niño, niña o adolescente, ya que
pretende proyectar sus dificultades observables para
capturarlas en alguna de las nociones estandarizadas
existentes en el momento.
No obstante, a pesar de que la psicopatología
utiliza clasificaciones categoriales a partir de la
distribución estadística normal de la población y de
la delimitación clínica de conjuntos de síntomas que
se identifican con trastornos o cuadros patológicos
para garantizar la objetividad del diagnóstico,
es recurrente ver cómo una misma persona es
evaluada y categorizada de diferentes maneras
según el profesional que se encargue de valorarlo
o cómo, en algunos casos, ni siquiera se remite a
la observación directa del niño, niña o adolescente
del que se sospecha alguna patología, sino que es
suficiente con la correspondencia de los dichos de
los padres, acudientes o docentes con los criterios
diagnósticos para establecer una determinación. Es
decir, siguiendo la metáfora planteada anteriormente,
a pesar de que la estandarización estadística y
categorial propenden por la localización objetiva del

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

diagnóstico, las fotografías terminan proyectando


panoramas disímiles.
En la Corporación Ser Especial, por ejemplo, es usual
que las familias lleguen a la primera entrevista con
carpetas llenas de documentos en los que distintos
profesionales han emitido valoraciones diagnósticas
a propósito del malestar de sus hijos que, en muchos
casos, distan significativamente el uno del otro
o que incluso se contradicen. Quedan, entonces,
entrapadas entre una serie de determinaciones que,
contrario a lo que esperaban, abren más espacio a la
incertidumbre al no saber realmente cuál es el nombre
que captura las dificultades que han evidenciado y
amplifica la angustia al encontrarse nuevamente
ante lo indeterminado. De igual manera, los agentes
educativos de las instituciones educativas que
asesoramos manifiestan su inconformidad cuando,
ante la supuesta exactitud que se supone proporciona
la determinación del diagnóstico, se encuentran con
que los estudiantes no responden a las indicaciones
que se derivan para la intervención de la categoría
a la que se ha fijado que pertenecen. Generalmente
la determinación del diagnóstico viene acompañada
de una lista de recomendaciones para la intervención
familiar y escolar del trastorno. Sin embargo, la
queja de padres, acudientes y docentes indican que
algo siempre se escapa, se desliza. Hay un punto del
padecimiento del otro que no alcanza a ser atrapada
con la evaluación estandarizada y se escurre al
contenido de la categoría universal.

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

- El diagnóstico como acto performativo


La noción de acto performativo tiene su origen en
la lingüística, específicamente en los desarrollos
de John Austin, en su libro póstumo
publicado en 1955, titulado ¿Cómo “En cada oportunidad
hacer cosas con palabras? Allí, se es el mismo sujeto el que
construye su diagnóstico
señala que existen enunciados que cuando logra hacer algo
no solo describen un estado de cosas, con lo que es para él
sino que constituyen, por sí mismos, imposible de soportar”. 

un acto que transforma las relaciones


entre los interlocutores o con los referentes. Un acto
performativo es aquel que implica un compromiso
con el entorno. Se produce cuando, al expresarlo,
se está generando un acontecimiento, originando
una ruptura en el devenir de las cosas que existían
hasta el momento y desplegando nuevas realidades
y trayectorias.
Anteriormente se mencionó que el diagnóstico
es la determinación de una enfermedad y, por lo
tanto, su enunciación implica, en muchos casos, la
construcción performativa de un sujeto enfermo. Si
bien la psicopatología sostiene que “la presencia de
un trastorno mental no comporta necesariamente
la ausencia de salud mental” (Lupón, Torrents
y Quevedo, 2012, p. 3), el significante trastorno
está directamente relacionado con expresiones
como alteración, déficit, deterioro, perturbación
o desviación. En definitiva, la enunciación de un
diagnóstico psicopatológico implica la creación de
una nueva forma de estar en el mundo para el niño,

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

niña o adolescente sobre el que es determinado, y


sus familias. La realidad se hace otra cuando aparece
el diagnóstico de espectro autista, oposicionismo
desafiante, depresión, déficit de atención, ansiedad,
control de impulsos, o alguna de las muchas
categorías que aparecen en los 18 grupos de trastornos
mentales que incluye el último Manual Diagnóstico
y Estadístico de Trastornos Mentales - DSM V.
En la Corporación Ser Especial, es usual encontrarnos
con familias que narran los efectos inmediatos
del diagnóstico en su composición familiar y en el
despliegue de la subjetividad de aquel sobre el cual
se determina. Muchas de ellas relatan el momento
de la primera transmisión del diagnóstico como un
acontecimiento inaugural que irrumpe de manera
ineludible en las representaciones anteriores sobre
su hijo soñado. El diagnóstico viene a nombrar un
elemento inesperado, ajeno, escabroso o aterrorizante,
que proyecta un futuro que no estaba planteado en
sus ideales.
En la investigación El lugar de la subjetividad de las
madres en los procesos psicopedagógicos de niños
con necesidades educativas especiales, realizada
por la Universidad Católica Luis Amigó y la
Corporación Ser Especial (2019) se encontró que en
la comunicación inicial del diagnóstico es recurrente
“la referencia a afirmaciones discriminatorias, no
claras, excluyentes y desesperanzadoras por parte
de profesionales de la salud” (p.48), acompañado
de una serie de pronósticos desfavorables referidos

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

al rendimiento escolar, la inclusión social y la


autonomía que, por el lugar desde el que se realiza,
es recibido por los familiares con carácter de certeza.
Por otro lado, hay familias para las que el diagnóstico
aparece como una salvación en tanto viene a darle
borde y límites a lo desconocido e innombrable. La
enunciación diagnóstica pacifica porque reduce la
angustia ante el vacío de lo indeterminado. Hasta
ese momento algo de sus hijos era extraño, inasible
e indescifrable pero el diagnóstico detiene la
incertidumbre para incluirlo en un grupo, en una serie
en la que al fin se permite saber algo del qué y del
por qué sucedían las cosas de determinada manera.
Algunos de estos padres se convierten en expertos
de la condición y hacen de este conocimiento una
estrategia que les permite acompañar a sus hijos y
enfrentarse a las demandas del mundo.
Así mismo, en la escuela se ven los efectos de esta
nominación. Algo sucede una vez los docentes pasan
de tener en su grupo a determinado estudiante para
encontrarse frente a un niño con algún trastorno,
déficit o discapacidad. De alguna manera, la actitud
del docente se transforma: se angustiará porque no
tiene las herramientas para trabajar con dicho sujeto,
desarrollará nuevas estrategias que respondan de
manera diferencial a su condición, o se tranquilizará
y dejará de buscar nuevas formas de intervenir ya
que, por fin, tiene un nombre para delimitar lo que
ha tenido en frente y su progreso dependerá de lo que
por fuera se haga con este diagnóstico.

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

Para el niño, la niña o adolescente, el acto de nombrar


el diagnóstico tiene, indiscutiblemente, efectos
significativos en el despliegue de su subjetividad.
Algunos sienten extrañeza frente a esa nueva palabra,
que parece añadirse automáticamente a sus nombres
y apellidos, y sienten vergüenza al no identificarse
con esta expresión que los califica. Otros lo usan
como carta de presentación, y es el bastión con el
que transiten por la vida, mostrando que lo que sea
que pase de ahora en adelante con ellos no es su
responsabilidad, sino de aquella palabra que define
gran parte de su ser y los “obliga” a realizar tal o
cual acción. Algunos encuentran en el diagnóstico
una respuesta que detiene la angustia, un punto de
identificación que produce estabilización al darle
nombre a aquello que parecía imposible de localizar,
les permite hacer lazo social y encontrarse con otros
que también hallan en este nombre una respuesta
parcial ante la incógnita de su sufrimiento.

- El diagnóstico como el arte de conocer


Como se mencionó anteriormente, la palabra
diagnóstico tiene como raíz el verbo griego
diagignosko, que significa yo distingo, yo discierno,
yo conozco. Según el Diccionario etimológico de
medicina (2004), este concepto está relacionado con
el conocimiento profundo de algo. Es decir, desde esta
dimensión no se trata del diagnóstico exclusivamente
como ejercicio que ubica la fenomenología de los
signos y síntomas de un individuo dentro de un marco

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

referencial universal, sino de indagar a profundidad


sobre aquello que le acontece, ubicar las coordenadas
y cualidades de su malestar o sufrimiento, para así
poder decidir o actuar con relación a ello.
Así mismo, esta dimensión plantea el diagnóstico
como la acción de distinguir, que significa reconocer
a una persona o una cosa entre varias por alguna
característica o señal distinta de las otras. En este
sentido, el ejercicio diagnóstico es esbozado como un
arte ya que aquel que lo desempeña requiere de un
conjunto de conocimientos y habilidades específicas
para poder acercarse a la experiencia singular del
otro y poder localizar aquello que lo hace único, aun
perteneciendo a alguna clase. El arte del diagnóstico
consiste entonces en identificar qué hace que un niño
con déficit de atención, por ejemplo, sea único en
relación con otros niños que han sido nominados con
la misma categoría. ¿Qué relación establece con esta
etiqueta, qué efectos produce en quienes lo rodean,
qué función cumple en su subjetividad y en el lugar
que ocupa en relación con los otros, etc.?
En contraste, la dimensión del diagnóstico como
determinación puede corresponder a una perspectiva
del ejercicio de diagnosticar como una acción técnica
ya que consiste en una serie de procedimientos,
reglas, normas o protocolos fijos que tienen como
objetivo obtener un resultado determinado y efectivo,
enmarcado en una serie de categorías preestablecidas.
Sabemos de diagnósticos que se realizan en quince

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

o veinte minutos en una única entrevista, en la que


no se emprende un conocimiento profundo del niño,
niña o adolescente que se evalúa, sino que se deriva
de la identificación rápida y superficial de los criterios
reglamentados para llegar a la determinación.

En este orden de ideas, podemos vislumbrar dos
lógicas presentes con relación al diagnóstico
psíquico en la contemporaneidad: una de ellas
apunta a la determinación de lo patológico universal,
en un ejercicio que Arcinegas (s.f.) califica como
pretensión de ímpetu clasificatorio, válido para
todos, y, por otro lado, una orientación a ubicar lo
singular, lo más propio de cada sujeto, lo que hace
excepción en relación con las normas y los nombres
generalizados. Esto plantea una paradoja: no hay
clínica sin diagnóstico pero puede haber diagnóstico
sin clínica.
Actualmente un gran número de profesionales de
la salud mental realizan diagnósticos técnicos,
en los que está excluido el razonamiento clínico.
Estos diagnósticos están enmarcados en modelos
sindrómicos y soportados por manuales de criterios
estadísticos en los que el énfasis está puesto en
los hechos observables y su correspondencia a las
normas clasificatorias, para enunciar la presencia
de un trastorno y derivar la intervención, en casi la
totalidad de los casos, a la acción farmacológica y a
la modificación de conductas.

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

Este ejercicio técnico obtura tanto la subjetividad del


clínico como la del paciente. El primero se convierte
en un instrumento operativo que se atiene a normas
preestablecidas y realiza un chequeo
“La clínica del uno
de fenómenos; el segundo queda por uno nos enseña a
borrado en las escalas que miden su dejarnos enseñar de
cómo los niños, niñas y
conducta y no hay lugar para su decir,
adolescentes afrontan
ya que se supone que el protocolo, la el desafío de vivir a
guía o el manual saben todo lo que hay su manera, a pesar de
nosotros”.
saber sobre su sufrimiento.
De acuerdo con Miller (1998), este anhelo de
diagnóstico automático que refiere cada caso a una
regla o universal fracasa en algún punto porque los
sistemas de clasificación que definen los trastornos
son categorías contextuales, constructos históricos
que no definen una condición natural sino artificios
relativos que funcionan como semblantes, en tanto
pretenden otorgar un sentido absoluto y unívoco a
todos los sujetos que pertenecen a la clase a la que se
ha determinado pero que, en la experiencia, falla ya
que hay algo para cada sujeto que no puede explicarse
o abordarse a partir de dicho constructo.
Ante el anhelo, la demanda y el furor contemporáneo
de un diagnóstico automático para todos, que refiere
cada caso a una regla, la Corporación Ser Especial
plantea y sostiene otra posición ética que se resiste
a la estandarización, objetivación y patologización
del sufrimiento emocional de los niños, niñas y
adolescentes. Esta posición es la que se deriva de la
clínica del uno por uno.

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

Sujeto, detalles e invenciones: la clínica del uno por


uno
La Corporación Ser Especial ofrece programas
de atención psicopedagógica y psicológica que se
orientan por los principios del psicoanálisis, y la
clínica que se deriva de estos. Una clínica del uno
por uno es aquella que privilegia lo singular sobre lo
universal, que pone en entredicho las determinaciones
del “para todos” y le da lugar a aquello que hace
excepción en cada sujeto. La clínica del uno por uno
se orienta por aquello que se puede localizar como
propio del sujeto, más allá de la norma, lo que signa
de manera inevitable a ese ser y que se escapa a lo
clasificable.
Más allá del individuo con déficit de atención,
puede encontrarse el niño que no puede trabajar
en aulas grandes, ahogadas por el ruido, pero que
se concentra con la voz delicada y lenta de quien
le explica con detenimiento mientras sostiene
suavemente su cuerpo. Tras el trastorno oposicionista
desafiante, tal vez se esconde la adolescente que
percibe como amenazante la voz autoritaria que la
señala en público pero que logra consentir a la norma
cuando es transmitida con acuerdos que se realizan
de manera privada, evitando el ridículo frente a sus
compañeros. Más allá del diagnóstico de autismo
nos puede sorprender un joven que ha hecho de la
gastronomía un conjunto de saberes organizados y
consistentes que le permiten comprender el mundo,
relacionarse con los otros, interactuar tranquilamente

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

y aprender. La decisión de emprender una clínica del


uno por uno es una tarea dispendiosa, que demanda
de tiempo, recursos, discusión y la puesta a prueba
de una serie de hipótesis a propósito del despliegue
de la subjetividad del niño, niña o adolescente que
se acompaña. Esta perspectiva nos permite ubicar lo
más singular del sufrimiento del otro, pero también
lo más propio de su invención. En palabras de Eric
Laurent (2014):

El discurso psicoanalítico no cesa de


devolver a los sujetos a la singularidad de
su deseo, de su fantasma, de su síntoma. Es
un discurso que subraya el fuera-de-marco
del sujeto, su subversión fundamental de las
categorías, su carácter profundamente fuera
de normas. Cada cual está un poco enfermo,
descentrado, desplazado, excéntrico, respecto
a toda categoría que quiera sujetar con
alfileres al sujeto. En todo discurso se trata de
hacer valer esta existencia. (p. 41)

Esto no quiere decir que en la clínica del uno por uno


no se plantee un diagnóstico, sino que al diagnóstico
objetivo y mecanicista que determina un trastorno
o enfermedad no se le da el estatuto de verdad
absoluta a propósito del sujeto. La clínica que orienta
las intervenciones de la corporación propone un
diagnóstico que está del lado del sujeto, y no de la
supuesta condición que lo define. Es un diagnóstico
que no se sostiene en saberes previos, estandarizados
y estadísticos, sino que se fundamenta en la

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

ignorancia; es decir, cada niño, niña o adolescente se


presenta ante nosotros como una incógnita, aunque
sus conductas indiquen que hacen parte de una serie
universal. Dicha ignorancia nos obliga a estar atentos
a lo inédito que aparece con cada sujeto, a escuchar
los dichos que expresa sobre sí mismo, el mundo
y los otros, a ver qué hace con su cuerpo, cómo se
relaciona con los pares, qué posición asume frente
a la autoridad, cómo usa los objetos y qué función
cumplen para él, qué hace con la sexualidad, qué lo
angustia y qué lo estabiliza.
Este diagnóstico es respetuoso con el sujeto porque
busca, reconoce y rescata la posición que cada uno
asume con respecto a lo que le sucede, valora las
invenciones que ha construido para enfrentar el
desafío de vivir y promueve un trato digno que tome
en serio los recursos y detalles con los que cada
uno cuenta para sostenerse anclado a la existencia.
Coincidimos con Miller (1998) al plantear así el
diagnóstico como un arte, exactamente como un arte
de juzgar un caso sin regla y sin clase preestablecida.
El diagnóstico propio de la clínica del uno por uno que
apunta a la singularidad, se sostiene también en una
epistemología clasificatoria compleja en la cual no se
prescinde de la clase, pero no se llega a ella desde la
generalización universal sino a partir de la diferencia
singular. En psicoanálisis, por ejemplo, se habla del
diagnóstico estructural, lo cual implica también un
sistema de clasificación que comprende categorías
como neurosis, psicosis, perversión y autismo. Con

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

esto lo que se pretende es ubicar la forma particular


en la que cada sujeto ha definido un mecanismo de
formación de síntomas ante el encuentro ineludible
con el lenguaje.
La estructura define aquello que es propio al sujeto
y que orienta lo inevitable y constituyente de su
existencia. A diferencia de las categorías diagnósticas
que determinan trastornos, la estructura clínica no
responde a una mecánica secuencial establecida en
lo patológico sino que permite la localización de una
forma particular de estar en el mundo y desplegar
la subjetividad. Con la ubicación del diagnóstico
estructural no se congela u obtura al sujeto en una
categoría que determine su destino, ni se promueve
una identificación con un significante que nos diga
lo que hay que saber sobre quienes pertenecen a
determinado tipo. Saber, por ejemplo, que estamos
frente a un sujeto psicótico no nos dice nada sobre la
forma de proceder e intervenir con él. Habrá que ver,
en cada caso, cuáles son las posibilidades, limitantes,
oportunidades y sorpresas que posibilitarán a cada
uno hacer algo con su sufrimiento.
Lo que posibilita el diagnóstico estructural es orientar
al clínico para saber cómo ubicarse ante determinada
estructura y poder así ingresar en la lógica de cada
caso. En cada oportunidad es el mismo sujeto el que
construye su diagnóstico cuando logra hacer algo
con lo que es para él imposible de soportar. En este
sentido, se plantea otra diferencia entre las dos lógicas
del diagnóstico que hemos desarrollado. Mientras

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

que para una se apunta a un ejercicio de nominalismo


clasificatorio desenfrenado que construye cada vez
más y más categorías universales para nombrar,
clasificar y suprimir el sufrimiento sofocando y
borrando al sujeto, la clínica del uno por uno rescata
la nominación subjetiva, una apuesta ética que
promueve que sea el mismo sujeto quien, por medio
de sus invenciones, detalles y recursos pueda llegar
a ubicar y tocar algo que nombre lo más singular de
su ser, algo propio que le permita sostener un lugar
inédito en el mundo que haga posible enfrentarse al
desafío de vivir.
Para concluir, una viñeta: Alexander y el beat de la
vida
Alexander11 tiene 17 años y aún no ha podido finalizar
la básica primaria. No tiene dificultades cognitivas.
Ha sido evaluado en diferentes ocasiones y todas las
pruebas indican que tiene una inteligencia normal
promedio. Sin embargo, ha pasado ya por 7 colegios.
En estos ha presentado una serie de dificultades en la
relación con los pares y con las figuras de autoridad
que han imposibilitado su permanencia: se involucra
recurrentemente en situaciones de violencia escolar,
desafía a las docentes, reacciona con agresividad
ante llamados de atención o comentarios cotidianos
de sus compañeros.
Los padres dicen que se sienten agotados y
decepcionados. No piensan insistir más y esta es

11 Datos modificados para garantizar la privacidad del joven.

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

la última oportunidad para su hijo. Si las cosas no


funcionan, sólo consideran la opción de un internado
o la deserción definitiva de la educación regular.
A la evaluación de ingreso de la Corporación Ser
Especial, llevan la historia clínica del joven. Han sido
varias las determinaciones diagnósticas que se le
han atribuido: déficit de atención con hiperactividad,
trastorno oposicionista desafiante, trastorno explosivo
intermitente, trastorno del control de impulsos no
identificado y trastorno de ansiedad generalizada.
En consecuencia, han sido varios los medicamentos
que Alexander ha tomado a lo largo de su vida, y
los padres manifiestan preocupación por los efectos
que esto ha generado: cambios en el sueño, aumento
de peso, alteración repentina del estado de ánimo.
Contrario a lo que se esperaba, la situación no
mejora y hay algo que se repite en cada ocasión en el
encuentro institucional.
Una vez en la corporación, Alexander dice que está
cansado de ver profesionales y confiesa cómo, en
las últimas determinaciones diagnósticas, él se ha
negado a asistir, y los diagnósticos y sus consecuentes
intervenciones farmacológicas se han derivado
exclusivamente de los reportes de sus padres y
anteriores docentes.
En la institución, nos tomamos la tarea de escuchar
y observar al joven. Sabemos que tiene un historial
de diagnósticos, pero esto no nos dice nada de su
sufrimiento, y cómo se enfrenta a él. Entonces,
disponemos el dispositivo institucional para ver

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¿Para qué sirve el diagnóstico?

cómo llega a la corporación, con qué recursos cuenta


para hacerse a un lugar en el mundo y poder luego
comprender algo de su posición subjetiva, y finalmente
concluir con algunas hipótesis diagnósticas que se
pondrá a prueba en la cotidianidad.
Nos percatamos de que Alexander trata de relacionarse
con los demás, se esfuerza por interactuar con los
pares y responder a la demanda pedagógica, pero
hay un punto en el que se le hace imposible continuar
y termina reaccionando, siempre, insultando,
agrediendo o injuriando a los demás. “¡¿Qué más
esperan de mí?! Si yo soy un explosivo intermitente
…” Nos reclama, cuando queremos saber su posición
frente a los actos que realiza.
Continuamos observando y escuchando. Más adelante
comenzamos a identificar algunos detalles, pequeños,
sutiles, pero claves. Divinos detalles. Alexander no
responde de manera agresiva en todas las ocasiones,
de hecho, en algunos momentos puede bromear con
sus compañeros y soportar algunos intercambios. Lo
que hace que él explote, que lance todo su arsenal
de agresividad, suele ser la palabra, el gesto o el
acto público que él percibe como descalificante y
que viene del otro, especialmente del otro femenino.
Además, se angustia significativamente cuando siente
que el otro no lo reconoce, que no toma en cuenta
su palabra con respecto a los asuntos que lo afectan.
Discutimos este descubrimiento en los dispositivos de
análisis de caso de la institución, y decidimos poner
a prueba una serie de estrategias para verificarlo. A

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¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

partir de este momento, los llamados de atención


son realizados por docentes y psicólogos hombres,
en privado, de manera tranquila, y permitiéndole que
pueda dar su opinión y exponer su perspectiva sobre
aquello que lo convoca.
Algo empieza a moverse con estas intervenciones.
La institución comienza a ser más tolerable para él
y empieza a hacerse un lugar en ella. Sin embargo,
Alexander tiene que enfrentarse a sus pares en la
cotidianidad y algunas compañeras significan para él
su más grande reto, ya que, debido a las dificultades
que han tenido anteriormente, estas lo rechazan y
provocan, generando nuevamente la explosión. En
las zonas de escucha y en las asesorías psicológicas,
Alexander se lamenta de esta situación, llora, pone
temporalmente ahí su angustia, y dice que quiere
permanecer, que quisiera poder controlar sus
impulsos, pero hay algo de su ser que lo arrastra,
que no lo deja controlar cuando siente que lo miran,
hablan de él o lo provocan.
En estos espacios, y en los talleres de arte de la
institución, aparece otro divino detalle: Alexander
quiere ser DJ o cantante, y tiene un talento notable
para rapear e improvisar. Nos muestra en una ocasión
una batalla de rap: a través de la improvisación dos
personas se enfrentan, se ofenden, se confrontan, pero
hay condiciones, límites y reglas. Al final, alguno
gana y el otro lo acepta, lo aplaude. Promovemos
entonces estos espacios, y Alexander encuentra una
manera de enfrentarse a sus compañeras, de hacer
con sus impulsos, de hacer explotar su enojo en el

163
¿Para qué sirve el diagnóstico?

beat, o el beat de la vida, como lo nombra en una de


sus improvisaciones.
Alexander continúa en la institución. Actualmente
sigue en control con psiquiatría, pues requiere de
un apoyo externo que proporcione un medicamente
adecuado, producto de una evaluación rigurosa, que
le ayude a contener ese impulso que nombra como
imposible de controlar. Sigue rapeando, y sus padres
han consentido, por indicación de la corporación,
que tenga espacios de formación musical en sus
tiempos libres. Ya puede hablar con sus compañeras,
interactuar con ellas, tolera más su presencia. Aún
explota en algunas ocasiones, pero ya sabe que hay
un recurso propio, único, al que podrá acudir para
hacer algo con ello.
***
¿Para qué sirve, entonces, el diagnóstico?, ¿qué
enseña la clínica del uno por uno? El diagnóstico,
este tipo de diagnóstico, sirve para rescatar la
dignidad del sujeto, para hacer audible su voz, y darle
lugar a sus invenciones y sus recursos con respecto
a su sufrimiento y las maneras que ha encontrado
para mantenerse a flote en la vida. Este diagnóstico
sirve para proteger al sujeto de la nominalización
desenfrenada, de los usos mecanicistas y
patologizantes de otro tipo de determinaciones.
La clínica del uno por uno nos enseña que cada ser se
las arregla con la existencia, que cada uno encuentra,
de alguna manera, la forma de hacer con lo indecible,

164
¿Cómo enfrentan el desafío de vivir, los niños y adolescentes hoy?

lo horroroso, lo insoportable. La clínica del uno por


uno nos enseña a dejarnos enseñar de cómo los niños,
niñas y adolescentes afrontan el desafío de vivir a su
manera, a pesar de nosotros.

Referencias bibliográficas
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